87. Un último trato

CAPÍTULO OCHENTA Y SIETE
UN ÚLTIMO TRATO
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Temprano en la mañana hacia frío, los últimos vestigios del verano dando paso a un templado amanecer, la calidez de los rayos del sol disminuyendo notablemente mientras era el aire el que se volvía gélido. No tanto como durante el invierno, pero lo suficiente para que las ráfagas de este le lamieran la piel del rostro y le hicieran despabilar repentinamente.

Félix vio la escalinata de la propiedad de los Tybur a lo lejos, el sonido de sus pies golpeando contra el adoquín con cada trote que daba ahogando el zumbido en sus oídos, una nube de vaho apareciendo frente a su rostro con cada bocanada de aire que dejaba escapar.

Esto se sentía bien. Salir a correr por las mañanas, aunque fuese alrededor del vecindario de los Tybur, ver a los pájaros alzarse en vuelo cuando el sol apenas y se asomaba por encima de las casas vecinas, escuchar sus ululeos, la calle en completa soledad.

Dio otra vuelta, sus músculos protestando cuando se rehusó a detenerse para tomar un respiro, y continuó así por otra media hora hasta que sintió el sudor correrle por la parte posterior del cuello y solo entonces puso rumbo hacia la casa de los Tybur, pasando a un lado de una boutique que abría temprano alrededor de la hora en la que él estaba ya dando sus últimas vueltas.

Una mujer castaña de ojos marrón se detuvo en el umbral de la puerta y lo observó con una sonrisilla en la boca, las mejillas rojizas.

—Buen día mi lord —exclamó, cruzándose de brazos para conservar el calor en ella—. Tardaste más de lo que normalmente tardas.

Félix ralentizó sus pasos hasta detenerse, jadeante.

—Si, bueno... He estado, uhm, incrementando mis tiempos —se encogió de hombros—. Para no perder condición física y todo eso.

Los ojos de la mujer lo recorrieron de arriba abajo, brillosos, la expresión tímida.

—Ya veo —el sonrojo profundizó en sus mejillas cuando Félix se estiró, tronando su espalda y luego se limpió el sudor de la cara con su camiseta—. Yo, uh, espero que tenga un buen día, lord Ackerman.

—Igualmente, señorita Strauss.

Strauss era la familia que manejaba la boutique favorita de Lara. Habían ido allí juntos un par de veces para conseguir camisetas nuevas, o pantalones, o faldas para ella. A veces iba con Fine también, pero era muy rara la vez en la que la niña le aceptara una salida así sin fines de lucro.

Le interesaba más el piano y jugar con sus hermanos menores, todavía no llegando a esa edad en donde la moda fuera una prioridad.

Echó a trotar otra vez, escuchando el pequeño eco que sus pies golpeando el piso causaba en la solitaria calle, aumentando la velocidad poco a poco hasta que estuvo esprinteando todo el camino de regreso a casa de los Tybur.

Los edificios pasaban a su lado en borrones, demasiado rápidos para notar las diferencias entre una propiedad y la siguiente. Un perro le ladró desde la reja de una de las casas donde un amigo de Willy residía y Félix le sacó el dedo medio, alentándolo en sus ladridos.

Había un auto que recién parecía dejar la residencia de los Tybur, el emblema de la concha marina visible en una de las puertas del lado izquierdo. Félix lo observó irse con el ceño fruncido y luego subió las escaleras de dos en dos, el sentimiento de euforia palpitando en sus pulmones, intacto.

Ni siquiera consiguió llegar a la puerta cuando esta se abrió de golpe y Lara salió de ella, caminando hacia él a prisa y agarrando con fuerza una carta en la mano derecha. Tenía el semblante fruncido, labios entreabiertos.

Cientos de pensamientos le corrieron por la cabeza al ver el sobre blanco, un agujero de incertidumbre abriéndose en su pecho. ¿Cuántas veces no había recibido cartas que presagiaban cosas malas? Que le arrancaban el corazón con cada palabra y sellaban un destino al que él no había querido llegar. ¿Cuántas veces más sucedería lo mismo?

Pensó en todas las personas a las que podría pertenecer dicha carta pero el emblema de la concha marina seguía en su mente, igual de punzocortante que la sutil presencia del ejército lo era; alargó sus dedos, casi inconscientemente, y tomó la carta de la mano de Lara con un ligero temblor en ella.

—Es del comandante Magath, él no estuvo aquí pero la envió con alguien más —la preocupación en sus ojos ahondó en él, ese mismo agujero al que se rehusaba a mirar más veces de las que no—. Yo... La leí, quería... Advertirte.

Oh, pensó, y luego desdobló la hoja y se puso a leerla, y entonces la euforia que su carrera matutina le causó se destiló en algo que amenazaba con robarle el aliento por todas las razones incorrectas.

Lara le miraba.

—¿Qué quieres hacer?

Algo doloroso cruzó su pecho, apretó su corazón. Está haciéndolo a propósito, pensó, y ahí es donde empieza la ira.

—Alista un coche —murmuró en voz baja, apenas saliendo como un siseo—. Estaré listo en menos de cinco minutos.

—Félix.

Ya había echado a andar cuando Lara lo detuvo por el brazo, obligándolo a mirarla. El rostro de la mujer se veía preocupado, con los labios fruncidos.

—Willy no está —de todas las cosas que pensó que diría, esa fue la que menos se esperaba. Los delgados dedos de la mujer apretaron el agarre en su brazo y Félix bajó la mirada a ellos por un momento—. Se fue poco después de ti, y no creo que vuelva hasta tarde.

—¿A dónde fue?

—Al tribunal, pero no sé a quién fue a ver —ella buscó en sus ojos, y quizás encontró algo a lo que todavía no podía darle nombre—. Ve, y lo que sea que tengas que hacer, hazlo. Yo hablaré con Willy, ¿okay?

Félix asintió.

—Okay.

Lara lo soltó, pero no antes de atraerlo en un abrazo, con sus brazos envueltos alrededor de su cuello. Félix recargó su cabeza contra su hombro y tomó dos profundas respiraciones.

—Buena suerte —murmuró ella en su oído, y luego lo dejó ir.

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El estrépito de la puerta abriéndose sobresaltó al comandante, a pesar de que sabía qué esperar tan solo un par de horas después de que su carta fuera recibida. Félix simplemente no parecía querer decepcionarlo.

—Luces bien.

Esas fueron las palabras que lo recibieron al reencontrarse con Magath.

Félix, mano todavia sujetándose de la perilla de la puerta, encontró su mirada de frente con la ceja alzada, la boca crispada en una mueca que podría ser ira o irritación. Dio un paso al frente y cerró la puerta tras de sí de otro portazo, y se quedó de pie ahí en ese lugar, barriendo la habitación con la mirada y mentalmente catalogando los objetos dentro de la sala en donde Magath se encontraba, en caso de que llegara a necesitar alguno de ellos.

Bastante común, le pareció, claramente no suya. En el escritorio había un par de papeles encima y solo unos cuantos libros parecían llenar el pequeño estante a un costado y dos sillas ocupaban el espacio de frente al escritorio, una pequeña, desgastada alfombra que pudo haber sido beige en tiempos anteriores por debajo y un silloncito de cuero en la esquina de la habitación.

Félix sabía que la sede del Escuadrón de Guerreros se encontraba en Liberio, hogar de dichos soldados, y también sabía que Magath tenía una oficina allí y que Zeke parecía hacerlo también, y a pesar de que estaba consciente de que poseía una en el Tribunal de Lagos, era en la puta frontera en donde decidía pasar sus últimos días antes de volver al campo de batalla, en esa destartalada, vieja, baja en presupuesto oficina que parecía ser el armario de limpieza en casa de los Tybur.

—Mejor que antes, supongo —contestó entre dientes, debatiéndose entre si seguirle el juego o exigir respuestas—. ¿Qué? ¿La capital te aburrió o algo parecido?

—Para nada. Pero distinto a ti, yo no puedo simplemente sentarme en una mecedora a leer libros y tomar té con bocadillos —le sonrió—. Tengo cosas que hacer. Una guerra a la qué volver.

—Ibas a irte sin decirme nada.

—No tengo por qué responder ante ti, Ackerman.

—¿Qué mierda, Magath? —exclamó, furioso—. Tenemos un puto trato. Dijiste que me incluirías en tus reuniones, que yo podría-

—Formar parte, sí. Y lo haces, ¿no? Asististe a las últimas reuniones a las que yo asistí. Eso fue lo que acordamos.

Félix no podía decir nada ante eso porque era la verdad, y Dios, de haber podido le habría dado un golpe solo por el placer de dárselo. Apretó la mandíbula y se guardó la sarta de maldiciones que quería decirle.

Pero esto no era solo acerca de las reuniones, y el muy maldito estaba al tanto de ello.

—...Te llegó la carta de Willy.

—Ah, sí, aquí la tengo de hecho.

Le enseñó un sobre que solía ser blanco, desgarrado, el sello de la familia Tybur partido a la mitad. Estaba a su derecha sobre el escritorio, como si la hubiese puesto ahí a propósito, probablemente sabiendo que sería lo primero que Félix querría discutir con él. Era de hecho el único motivo por el que si quiera consideró venir.

—Felicitaciones —le dijo el hombre con una pizca de humor, sus labios curveados en una placentera sonrisa de la que no se fiaba ni un poco—. Atraer la atención de una mujer como lo es la heredera de Stroavania no debe haber sido sencillo, mucho menos tener el placer de comprometerse con ella. Hiciste bien. Willy Tybur no podrá tocarte ahora que ella está de tu lado.

—¡Y una mierda! Sabes que no estoy aquí por eso, sabes muy bien que ese estúpido compromiso lo tomé en cuenta porque tú-

—Porque es tu mejor opción para sobrevivir aquí, en Marley, sin que te sometas a los Tybur —le espetó el hombre con la misma mordida en su voz—. Ahora respira, Ackerman. Soy tu superior, así que harías bien en tomar eso en cuenta.

—Vete a la mierda.

Magath resopló.

—¿Por qué estás aquí, uh? Tienes una buena vida aquí en Marley, así que ¿qué te trajo de vuelta a mi, eh?

Félix tragó lo que parecían ser clavos y agujas que le cortaron la garganta a medida que descendían por ella y así evitaban que se dijeran las palabras que quería decir. No saldría nada bueno de ellas, y no habría manera de retractarse una vez que les diera voz. Magath sabía eso. Magath esperaba exactamente eso.

Magath era un hijo de puta.

—Estás aquí por lo otro, ¿cierto?

Lo otro era lo que Willy quería hacer.

Mantenerlo aquí en Marley como si fuese un perro que le respondería al más mínimo chiflido. Al rubio imbécil parecía preocuparle solo eso, atarlo en la tierra madre y no dejarlo ir a donde sería más probable que perdiese la alianza con el presidente de Stroavania. Tal vez tenía razón, pero a final de cuentas eso no era preocupación de Félix cuando él sabía que esa alianza iba a beneficiarle más a él que al rubio imbécil una vez pudiera regresar a Paradis. Así que no había mucho de qué preocuparse.

Magath le estudiaba el rostro con atención, las expresiones que hacía estando ahí de pie enfrente suyo, como si fuese un animal en exposición o una rareza, algo que alguien como un maldito marleyano tomaría placer en examinar.

—¿En verdad quieres volver?

—...Sí.

—Mentira —le dijo—. El doctor te dio el alta hace menos de una semana, también mencionó lo activo que estuviste antes de eso, y que has estado ejercitándote más que en veces anteriores, pero solo lo suficiente para mantener tu condición física.

—¿Y?

—Willy no tenía intenciones de dejarte venir.

—¿Y? No iba a pedirle su permiso. Ya sé que tiene miedo de que muera antes de poder casarme, pero eso a mí me da igual. No tengo intenciones de morir aquí.

—¿Por qué volviste entonces? Podrías haber permanecido en Marley, cómodo como lo estuviste durante tus meses en recuperación. ¿Necesitas algo más que no puedes conseguir en el corazón de nuestra nación? ¿O solo quieres llevarle la contraria al joven lord?

Magath volteó el rostro a un costado, ligeramente tildado de esa manera que lo irritaba. Su mirada lo recorrió de arriba abajo, probablemente notando en él la ligera duda a responderle, así tan clara como Félix mismo la sentía.

Una pequeña sonrisa le creció en la boca al comandante tras unos pocos segundos, y lentamente se tornó burlona. Se le frunció el ceño. No le daba buena espina.

—¿Qué-?

—¿Es por Galliard?

Félix se quedó callado casi al instante, con su boca ligeramente entreabierta. A Magath sí que no le gustaba reservarse nada, ni siquiera para poderles evitar la indecencia de que Félix abriera la boca y lo mandara directo al infierno. Consideró dar media vuelta e irse, no dispuesto a soportar lo que sea que Magath quisiera hacerle sentir con tan simple declaración.

¿Humillarlo, quizás? ¿O solo quería burlarse un poco de él en consecuencia de todo el dolor de cabeza que Félix podía producirle con su presencia misma?

Le temblaron los labios cuando trató de responder con la misma falta de respeto con la que le contestaba la mayor parte del tiempo.

—¿Y eso a ti qué mierda te importa?

Una ligera risa se le deslizó a Magath de la boca.

—Solo era una pregunta. Anda, toma asiento.

El comandante le señaló con un ademán las dos sillas frente al escritorio, casi como si se burlara de él.

Félix, algo reacio, lo hizo solo para mantener la paz. No había venido aquí para pelear después de todo, y ponerse a discutir con Magath era como hacerlo con Kenny, en donde solo le dabas vueltas interminables a los argumentos y lo único que conseguías ganarte era un dolor de cabeza.

Ah, esos dos realmente eran parecidos. ¿Qué diría Kenny si llegara a presentárselo? Le daba risa de solo imaginarlo, su capitán tan mezquino y lengua suelta como él mismo lo era, y Magath que trataba de mantener una semblanza de superioridad que a veces funcionaba tan bien… Sería divertido. Ponerlos a ambos en una habitación y contar el tiempo que le llevaría a Kenny cortarle el cuello, o cortárselo a sí mismo, ¿qué haría primero?

Magath carraspeó para llamar su atención nuevamente y Félix lo miró, todavía frunciendo el ceño. Excepto que tenía el fantasma de una sonrisa en la boca y en sus ojos brillaba un atisbo de diversión que el comandante no pasó desapercibido.

El mayor resopló de nuevo. Vaya, no llevaba ni cinco minutos con él y ya lo había fastidiado. Un nuevo récord para él.

—¿Entonces? ¿Vas a darme una respuesta? —Magath arqueó una ceja—. No te juzgaré, independientemente de lo que me digas.

—Me importaría una mierda si me juzgaras o no. ¿Cuánto crees que me importa tu opinión?

—¿Entonces qué haces aquí?

—Pues no vine a ver tu cara de perro, si es lo que te preguntabas.

Magath, probablemente dándose cuenta de que esta vez no jugaba, se enderezó en su asiento y lo miró con extrema paciencia, toda la que le quedaba por darle.

—No vienes de humor.

—No vine aquí para escucharte hacer insinuaciones estúpidas.

Los ojos del hombre lo observaban en silencio, como si quisiesen ver lo que ocultaba tras la carcasa que llamaba corazón.

—Willy Tybur ordenó mantenerte fuera de peligro, al menos hasta que consiga un tratado de paz o ganar la guerra, lo que venga primero.

Félix rio.

—Tú sabes que eso no va a pasar —murmuró—. Nadie estará satisfecho con un par de firmas de tinta en un insípido papel. Las calles de las ciudades tomadas tendrán que llorar sangre o no habrá paz. Tú y yo lo sabemos bien.

—Hm, quizás. Nuestra reputación pende de un hilo luego de lo ocurrido en Paradis, así que sí, debemos obtener la victoria a como dé lugar, pero… —Magath se encogió de hombros, recargándose de nueva cuenta contra el respaldo de su silla—. Ese no será tu problema. Willy no quiere que ese sea tu problema, y me parece que el señor Wright va a tomar su lado.

—Wright es un imbécil —escupió el Ackerman.

De haberlo querido, Magath les habría ahorrado esta conversación pudiéndose haberlo dicho en la maldita carta que ni siquiera se molestó en entregarle en persona. No claro que no, claro que Magath no funcionaba así. Todo lo que este idiota comandante hacia tenía un propósito, y de no tenerlo de cualquier manera terminaría encontrándole alguno, solo para fastidiarlo.

Él era como el anterior comandante Shadis en ese sentido. No perdían el tiempo porque simplemente no lo tenían para poder desperdiciarlo, y cuando lo hacían las cosas no salían tan bien. Félix había aprendido eso del hombre antes de que se retirara por cuenta propia y le cediera el puesto a Erwin, semanas antes de esa expedición el mismo día en el que Shiganshina fue invadida por primera vez.

Había un motivo por el que estaba allí con él en esos momentos. Magath, además, no iba a ceder con tanta facilidad. Su orgullo era casi igual de palpable que el de Willy, tan grande y tan ancho y soberbio como solo esos dos hombres sabían serlo.

La oscura mirada del comandante no dejó a la suya ni por un segundo, quieta y estable, tampoco cediendo ante ella. Félix se la sostuvo por el mero hecho de que él jamás se echaba para atrás ante nada, y la habitación se sumió en un quedo silencio, perturbado únicamente porque allá afuera aún había personas dispuestas a hacer algo y existir apropiadamente.

Él también estaba en silencio, no de una manera que importara para quien estaba en la habitación con él, pero. Sus pensamientos. Incluso ellos se calmaron en ese momento. Por lo general, se había dado cuenta él tardíamente, todo tipo de sonidos y voces y susurros se filtraban en su mente con simplicidad, perturbándolo. Era fácil perderse en ellos, ahogarse en las voces y olvidarse del mundo existente en el que aún respiraba, pero no en ese momento. No ahora. ¿Por qué? Ese era el tipo de pregunta que rara vez obtenía alguna respuesta, y aun así se atrevía a cuestionarlo porque, de lo contrario, ¿qué más podría hacer?

Magath volvió a dirigirse a él, trayéndolo de vuelta de dónde sea que se perdiera.

—¿Por qué estás aquí realmente, Félix? —la levedad con la que lo preguntaba era pacífica, y le hacía sentir como si él fuese irracional entre los dos—. Te informé que partiríamos de vuelta a las líneas frontales no para que te vinieras a ofrecer como voluntario, simplemente lo hacía por mera cortesía. Así que, dime qué haces aquí.

La verdad era tan simple. Pero también era el tipo de verdad que realmente no estaba dispuesto a aceptar así por qué si, menos a Magath. Quizás si fuese cualquier otra persona lo haría, o podría considerarlo por lo menos, pero Magath era un pedazo de mierda tanto como lo era Kenny, por eso le resultaban familiares, y decirle la verdad a él era simplemente un riesgo que no quería tomar.

El comandante se lamió los labios y se acomodó en su asiento.

—Mira, por más que digan que yo tengo cierta autoridad sobre ti, Liam Wright siempre va a ponerse del otro lado —le informó como si Félix fuese idiota y no lo supiera ya—. Te lo dije antes, que eres un Ackerman pero le perteneces a alguien más. A Marley, y esa familia tiene mucha influencia por aquí. Willy Tybur no va a soltarte así como así, mucho menos si te empeñas en hacer estupideces como la que hiciste que te trajo de vuelta aquí.

Félix golpeó con sus puños el escritorio, un gruñido entre sus dientes.

—¡No hice nada malo!

—Pusiste tu vida en riesgo innecesariamente.

—¡Intentaba mantener a Galliard a salvo!

Magath se puso en pie tan repentinamente que la silla cayó hacia atrás.

—¡Galliard no es de nuestro interés! ¡Tenemos a cientos de Galliards en esa maldita zona de internamiento pero solo te tenemos a ti! ¡Solo tenemos un Ackerman!

Félix saltó de su asiento, su puño volviendo a golpear el escritorio con tanta fuerza que la madera crujió y se hundió bajo el impacto, quebrándose con tal facilidad que incluso él se sorprendió.

—¡Galliard no es una cosa estúpida que puedes simplemente tirar a la basura! ¡Él no es...! —se detuvo y respiró profundamente—. No es un puto accesorio, Magath. Ninguno de ellos lo es.

—Oh, ¿ahora te interesa? No pareces pensar lo mismo de Reiner, que es más similar a Galliard que a ninguno de mis guerreros.

—Reiner es un hijo de puta. Como tú. Cómo todos ustedes marleyanos imbéciles que nos ven a nosotros como una maldita cosa que pueden poseer.

Magath miró momentáneamente hacia abajo, en donde el agujero que su puño dejó en el escritorio se encontraba, y hubo algo en su mirada, en la manera en la que el color marrón en sus ojos se atenuó. Félix se enderezó instintivamente. Él conocía esa mirada.

Tenía un mal presentimiento.

—¿Qué? ¿Por qué...? ¿Por qué me miras así?

La mirada del comandante descendió nuevamente al escritorio, como si estuviera debatiéndose entre si decirle o no lo que estaba ocurriendo. Porque algo estaba ocurriendo, o algo había ocurrido que logró ponerlo en guardia acerca de Félix estando ahí presente.

—Los superiores no están contentos con el desempeño de Reiner estos últimos meses. Están... Discutiendo un par de cosas referentes a su fracaso en la isla de Paradis, y revisando los informes que tenemos disponibles sobre él desde que ingresó al programa —Magath pasó su lengua por encima de sus labios, intranquilo, ojos moviéndose entre el escritorio y cualquier otro objeto dentro de la habitación que no fuese él—. Hay posibilidades de que se transfiera el Titán Acorazado antes de lo previsto.

—¿Transferirlo? ¿A quién?

—A Galliard, obviamente.

Magath encontró su mirada de frente al hablar, con los delgados labios apretados entre sí y las gruesas cejas fruncidas.

El corazón de Félix podría haberse detenido en ese momento. Una incrédula risa se escapó de su boca.

—¿Galliard? ¿Van a dárselo a Galliard?

Una de las cejas de Magath se arqueó, tal vez fuese por la manera en la que lo dijo, o por qué estaba riéndose.

—¿Qué? ¿No lo crees capaz de sobrellevar tal rol como el de un Guerrero?

—Yo no dije eso —Félix frunció el ceño—. Pero todos tus estúpidos Guerreros son simples ovejas para el matadero glorificados por idiotas como tú y si crees que voy a dejar que hagas lo mismo con él-

—Tu no tienes ninguna autoridad para-

—¡Si crees que le salvé la vida para que ustedes terminaran quitándosela-!

—¡Galliard es un eldiano! ¡Y los eldianos le deben todo a Marley! ¡Es por nosotros que están vivos hoy!

—¡¿Viviendo entre muros?! ¡¿Teniendo que ofrecer a sus hijos como putos perros?!

—¡Ellos nos lo deben! —la voz exaltada del comandante rebotó de las paredes con acidez—. ¡Por todos los años de sufrimiento bajo la tiranía de su rey! ¡Todos ellos están recibiendo lo que se merecen!

—¡Ahórrame la letanía, Magath! Ni siquiera tú te crees la mitad de la mierda que los idiotas de aquí escupen —la incredulidad que sintió momentos atrás se había ido y fue reemplazada por esa ira que le era tan conocida ya—. ¿O lo haces?

Solo buscaba una excusa a ese punto. Si Magath se hartaba y terminaba, quién sabe, tirándole un golpe, Félix podría devolvérselo con justificación. No que le haría bien porque a final de cuentas Magath era el comandante marleyano pero su consciencia estaría limpia de culpa. Incítalo a hacerlo y probablemente mordería el anzuelo, eso es lo que quería.

Magath se rehusó a hacerlo.

—La decisión está fuera de mis manos —fue lo que dijo—. Si tienes algo que decir-

—Tengo muchas cosas que decir.

—Pues no quiero escucharlas.

—¿Y entonces por qué mencionarlo, uh? Crees que... ¿Qué? Crees que son la gran cosa solo porque dejaste que un par de niños pequeños intentaran... ¿qué? ¿Compensarlos a ustedes por algo que pasó hace casi cien años? —Félix se relamió los labios, una pizca de desdén en su voz—. ¿Ésta es la postura política, humanitaria, qué sé yo, que quieres adoptar? Porque, ya sabes, actúas como si fueses superior. Todos ustedes malditos marleyanos actúan como si fuesen superiores, como si fuesen mejores, y siempre les gusta hablar mierda y media sobre lo que Eldia les hizo hace tantos putos años y luego se dan vuelta y lo repiten y hacen exactamente lo que condenan a otros de hacer.

Magath le miró. Así quieto y callado y con la mandíbula fuertemente apretada, probablemente sin palabras. Una distante, discordante parte suya susurró algo a lo que Félix no hizo caso, pero la voz insistió. ¿Qué acaso no hiciste tu lo mismo? ¿Qué le reclamas entonces?

¿Qué acaso no te acuerdas, esa primera vez? (Y tras sus párpados en milésimas de segundos se desató esa clase de recuerdo que rara vez le gustaba tener, de una cueva cristalina que brillaba por sí misma y el distante sonido de gritos que rebotaban de las paredes y le arrancaban el corazón, y entonces miraba hacia abajo, al piso manchado de rojo, de sangre, y se daba cuenta de que era él quien gritaba.) ¿Qué acaso no lo entiendes? (Recordaba entonces que algo simplemente encajó en esos momentos y que el Félix que fue antes no sobrevivió esa noche, que cayó al suelo de rodillas en el charco de sangre y sostuvo el cuerpo frío de su madre como si estuviera sosteniendo el último hilo de cordura que le quedaba.) Tienes qué, Félix. Recordar. Tienes que recordar.

¿Qué ocurrió aquella noche? (Liberio cayó. Liberio y sus habitantes. Liberio y sus muros. Liberio y los titanes que surgieron de ella cuando la Coordenada se activó por sí sola (por él) y los eldianos encerrados ahí ensombrecieron al mundo con su luz. (¿Qué son las voluntades de hierro ante las coronas de oro?) Félix debería haber sabido cómo terminarían las cosas.)

Las voces se disiparon en un segundo y los recuerdos desaparecieron al siguiente parpadeo, como si nunca hubiesen aparecido. Magath no había movido un solo músculo.

—No voy a discutir más esto contigo, Félix.

—¿Por lo menos le pediste su opinión?

—No necesito la opinión de mis subordinados —dijo, a pesar de que Félix ya lo sabía—. La Unidad de Guerreros se creó con ese mismo propósito, y Galliard es parte de ella. Nadie lo obligó a hacerlo.

—Nadie excepto sus padres, obviamente —refutó él—. Reiner tiene una prima, la chiquilla esa que se la pasa diciendo lo mucho que odia a Paradis, ¿por qué no darle a ella el titán?

—Gabi es todavía muy joven, y una vez recuperemos al resto de titanes, necesitaremos más recipientes.

—Magath-

—¡Dije basta, Félix! ¡Mis superiores quieren que se haga y se hará! Tu opinión no es requerida, y es mejor que dejes el tema estar.

Félix no podía.

No después de todo lo ocurrido, no después de... De eso. No después del estallido de esa bomba, el calor de ella lamiendo su piel, toda la semana que estuvo en coma, entrando y saliendo de un estado consciente que preocupaba incluso al idiota de Zeke. No después de derramar su alma y dejarla al descubierto ante Porco Galliard como estaba destinado a hacerlo desde la primera vez que se conocieron en esa fuente durante esa tormenta, bajo un paraguas que tuvieron que compartir porque incluso entonces Porco era terco y desdeñoso. No desde la primera vez que le cortó el cuello porque tenía demasiado miedo de lo que significaría tenerlo a él.

Félix no podía volver a perderlo. No podía perder a alguien más de la misma manera en la que perdió a Frieda, ante otro maldito titán que no valía la maldita pena. Galliard no querría eso. El Galliard que él había conocido era un chico rencoroso lleno de angustia y escozor, no uno que buscaba un sentimiento de gloria vacía y reconocimientos nulos que lo enviarían a una tumba temprana.

Galliard era mucho más de lo que Marley quería que fuera.

—Magath.

—Dije que no —si bien no lo gritó, usó esa voz que ya le era familiar de su tiempo en la academia allá en Paradis—. Y es lo último que diré, Ackerman, así que largo. Ahora. Te quiero fuera de esta base ya mismo.

—No, Magath, escucha-

El comandante lo ignoró, ocupándose en acomodar las cosas en su escritorio que se voltearon o se cayeron cuando Félix lo golpeó. El agujero que había dejado con su puño se lo dificultaba, y el hombre se le quedó viendo por un par de segundos aun con el ceño fruncido.

—Comandante Magath, por favor —eso pareció hacerlo pausar, si acaso por un segundo—. Por favor no lo hagas, no a él, por favor. Haré lo que sea, en verdad, lo juro.

Él suspiró.

—Vete a casa, Félix.

Pero entonces la voz susurró, ya estás en casa ¿recuerdas? Y Félix se precipitó al frente y estampó sus dos puños contra la superficie del escritorio. La madera crujió y bajo su puño volvió a abrirse otro agujero que creó una grieta hacia el anterior, que provocó que la pata delantera del escritorio se reventara con la fuerza ejercida y los papeles que tenía encima salieron volando, desperdigados en el suelo.

—¡Escúchame!

Magath se quedó tieso en su sitio, con una hoja en su mano y la perplejidad manchándole la mirada.

—Comandante Magath.

El hombre ni siquiera se movió. Parecía no estar respirando.

—Comandante Magath. Magath —Félix se inclinó al frente, tratando de encontrar la mirada del otro hombre. En sus ojos ardía algo similar al desdén y a la desesperación, no del todo el verde que se le conocía—. Magath, mírame.

—Estás fuera de lugar, Ackerman.

Eso era simple mierda y Félix estaba harto de eso, de que le dijeran que se quedara quieto y callado y se comportara como un puto perro bien portado.

Félix se inclinó un poco más y el mueble bajo sus manos protestó el repentino peso. Los ojos marrones de Theo Magath continuaban observando algo en el suelo, turbulentos y carentes de esa flama autoritaria que le nacía en ellos cada vez que Félix se le ponía al tú por tú.

—Magath.

Su voz bajó suavemente, tan suave que hubo algo gélido en ella que consiguió mover la mirada del comandante hacia él.

—Tu no me conoces en lo absoluto, Magath. No sabes de las cosas que soy capaz. Crees... ¿Crees que te dejaré hacer lo que quieras con él? ¿Lo crees? —y había algo tan antinatural en él, algo tan podrido que finalmente salía a la luz—. Me quitaría la vida si eso significara detener cualquier estúpido plan que tengas para mí sangre Ackerman. Sería capaz de matar a Porco si eso lo mantiene alejado de ti y de los imbéciles de tus superiores.

Magath tragó saliva, volteando tantito el rostro para que sus miradas se encontraran. Así tan cerca olía el hollín enmascarado por una colonia barata y el sudor, y alcanzaba a ver lo mínimo que su pupila se dilataba.

—Pintaría el océano de rojo y el cielo de negro, comandante. ¿Quieres ponerme a prueba?

Sus ojos recorrieron todo el rostro de Félix, desde la curvatura de su boca que indicaba su disgusto hacia el hasta el color claro del iris. Notó, tal vez por primera vez, que no eran verdes, o al menos, no del verde que estaba acostumbrado a ver. Había puntos de color azul pálido en ellos, un toque de lavanda que parecía echar raíces alrededor de la pupila y se alargaban, como si fuese una grieta, o una brizna o algo similar. Los ojos de un demonio.

Magath respiró profundo y repentino, y se inclinó del mismo modo hacia Félix, quedando un solo espacio entre ambos en donde se mezclaban sus alientos. Magath olía a cigarrillos.

—Hagamos un trato.

Félix frunció el ceño, su mandíbula moviéndose con cuidado. Se abstuvo de decir algo y dejó que el comandante dijera lo que sea que tuviera para decir, porque tenía algo en mente.

Se lo decía en la manera en la que continuaba echando vistazos al suelo, a un pedazo de hoja amarillenta regada entre los otros papeles que cayeron desperdigados. Alcanzaba a ver un par de líneas en zigzag, tal vez un mapa, o informes de algún tipo.

—…Hay un hombre, un teniente —fue lo que dijo finalmente, irguiéndose unos segundos después—. Usualmente, nosotros no... No sería de nuestra preocupación, de nuestra unidad, pero... Ha estado causando un par de problemas para otras secciones. Con el avance tecnológico que la Alianza tiene por encima de nosotros, bueno... Es sencillo que esos "pequeños" obstáculos se conviertan en algo más grande.

Félix se enderezó por igual, la yema de sus dedos manteniendo cierta presión sobre el escritorio, y miró a Magath con los ojos ligeramente entrecerrados.

—Quieres… ¿Que lo atrape por ti?

—Quiero que lo asesines por mí.

Su ceño fruncido se pronunció aún más que antes, labios presionándose entre sí. La audacia de tal declaración le dejó un sabor amargo en la boca, pero le había dado al hombre exactamente lo que quería, y no es como si Félix se arrepintiera. Lo necesitaban para saber que había líneas trazadas en el suelo y que él estaba absolutamente, cien por ciento seguro, de cruzar cada una de ellas.

Lo cierto era que tenía las manos sucias (ensangrentadas) sin importar cuántas veces muriera y volviera a la vida, por lo que incluso si a veces le temblaban las manos, él hacía lo que sea que tuviera que hacer en el momento en el que era necesario. Lo hizo al morir su padre, lo hizo al morir su tío, lo hizo cuando Rod Reiss le dio la espalda y le pidió a Caven que le cortara la cabeza. Cuando Floch solo pudo entregarle el cadáver de Erwin o cuando tuvo que ser él el único que tomó el lado de Eren.

Esta vez no era diferente. Y no había razón para no hacerlo.

—¿Cómo haré eso? ¿Vas a dármelo aquí mismo o algo? ¿O tengo que ir a buscarlo yo?

Magath resopló, aunque algo le decía que el hombre parecía sentir algo de diversión en todo esto. Le gustaba torturarlo tanto como a Félix le gustaba irritarlo, supuso. El comandante se quitó de encima esa leve molestia que usaba de armadura cada vez que se veían y se inclinó para abrir un cajón integrado en el escritorio, en el costado todavía intacto del mueble.

Félix aguardó en silencio mientras lo sacaba y hacía espacio en la superficie del escritorio, encima de los agujeros que había dejado en el. El color marrón de la hoja le decía que esta cosa había visto días mejores. De ahí estaban los territorios; Marley estaba hacia arriba en la izquierda, con el de la Alianza delineado con tinta negra, varias ciudades de importancia señaladas en el: ríos, zonas montañosas, costas, bosques... Paradis era apenas un punto entre dos gloriosos pedazos de tierra.

Magath miró hacia arriba una vez lo estiró por completo y le hizo un ademán para que prestara atención a varios puntos que comenzó a señalar.

—Nuestros informes lo colocan aquí, aquí y… Aquí, cerca de Terkish. ¿Lo notas? El patrón en sus movimientos.

Félix asintió con lentitud, encogiéndose de hombros. Todavía estaba un poco en guardia alrededor del hombre, y se notaba, y quería que Magath lo notara, y suponía que el comandante lo hacía. Él también parecía compartir el sentimiento.

—Mhm. Todos son cercanos al mar.

La costa del noroeste estaba fuera de sus límites excepto por una franja cercana al paso de la frontera, en donde la base más cercana a ellos se hallaba. Hacia el sur el territorio estaba cien por ciento controlado por la Alianza y poco a poco el ejército marleyano se abría paso a través de ellos, pero de momento sus esfuerzos estaban concentrados hacia el norte y el centro del país. Era la forma más eficaz, según los superiores de Magath, de lograr una rendición total de la Alianza. Más al sur estaba la Unión de la Gran Bretaña, países pequeños que decidieron unirse bajo un solo régimen, y luego estaba Stroavania, colindando también con los territorios de la Alianza.

—Mira, va de aquí... Acá. Es posible que se mueva por esta zona, alrededor, es una cadena montañosa que corta a través de un valle —trazaba el camino con un dedo, a lo largo del sur del territorio de la Alianza—. Hay un par de aldeas por aquí y una ciudad menor, al pie del primer pico. Pero por lo que sabemos, parece apegarse a estas de acá.

—Las... Que tienen acceso marítimo.

—Sí. Exactamente.

Ciudades costeras, probablemente, o pequeños pueblos que tenían acceso a las rutas menos transitadas y, por tanto, más seguras, hacia las que sí lo eran. Terkish era una de sus mayores productoras de mariscos, con el sector más amplio dispuesto a distribuir suministros hacia los ejércitos de la Alianza más cercanos a su ubicación. Era probablemente una de las ciudades mayormente resguardada, y ponerla bajo asedio sería estúpido a menos que viniera desde ambos frentes: mar y tierra. Sobre todo si era posible que su ubicación fuera literalmente a espaldas de una cadena montañosa.

Félix había aprendido a desconfiar de esos terrenos desde la primera vez que fue puesto en el campo de batalla, hace un año.

Marley simplemente no tenía los recursos para hacer eso. Su ejército todavía estaba muy cercano al centro del territorio pero no lo suficiente, y enviar a la flota por sí sola podría terminar en su pérdida, que es exactamente lo que los generales querían evitar. Sacrificar uno por lo otro no parecía ser muy de su estilo, no cuando se trataba de algo marleyano. Los eldianos a los que habían enviado como posibles espías eran tan desechables como la basura.

Félix resopló.

—¿Y él está en Terkish?

—Estuvo, estará de vuelta, quizás —Magath lo miró con un leve encogimiento de hombros—. ¿Recuerdas la última vez que estuvimos cerca del océano?

—Uh, algo. ¿El lago azul gigante, cierto? No lo, uh, alcancé a ver tan bien si te soy sincero.

Magath le miró incrédulo.

—Estaba al frente nuestro.

—Creí que ese era el cielo, ¿okay? Solo cállate y dime el resto.

Pudo ver el esfuerzo físico que tuvo que hacer para no rodar los ojos ante su estupidez.

—En fin —dijo con otro resoplido, cansado de él, obviamente—. El barco que estalló, ¿lo recuerdas?

—El de... ¿Esa vez que Zeke fue atacado? ¿La vez que esa calle entera salió volando y nos cayó encima? —chasqueó su lengua—. Cómo olvidarlo. ¿Por qué? ¿Qué hay con ello?

—Pues, lo hizo él. O mejor dicho, él fue quien lo ordenó —el comandante hizo una seña hacia el mapa a los tres puntos de las ciudades en donde aquel dichoso teniente fue avistado—. Obviamente no iba a estar ahí presente en persona, sería bastante riesgoso que lo hiciera. Pero varios de sus subordinados lo estaban, y ellos lo llevaron a cabo.

La ceja izquierda de Félix se arqueó, claramente escéptico.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Hubo un par de capturas hace un par de días, una unidad tomó a un par de rehenes para poder interrogarlos —señaló de vuelta el mapa, en un punto un poco más pequeño que bordeaba sutilmente una ciudad distinta a las tres antes mencionadas—. Sabemos que su escuadrón hizo una parada aquí, probablemente para intercambiar información con sus compañeros, y luego siguió su camino hacia las tres ciudades que mencioné. Los rehenes fueron tomados en una villa a un par de kilómetros de ella, y uno de los sujetos lo admitió. Ellos les dieron la dinamita.

—¿Y tú les creíste? ¿Cómo sabes que no están tratando de llevarte a una trampa?

—Le quedaban tres oportunidades, de las diez que tenía —el hombre movió sus dedos, haciendo una mueca que él imitó. Ugh, era por eso que a Félix no le gustaba llevar a cabo ninguna clase de interrogatorio—. Además, probablemente él espere a que vayamos con todo un escuadrón. No se esperará que sea un ejército de un solo hombre, mucho menos a un Ackerman.

—¿Y qué? ¿Crees que solo por ser un Ackerman podré hacer esto solo? Si este tipo es tan bueno como dices, lo más seguro es que esté lleno o de guardias, o de armas. Nadie se gana ese tipo de reputación con facilidad y vive para disfrutar del miedo que su nombre provoque. Es absurdo que me envíes a mí solo.

—Considerando que ahora pareces ser un Ackerman en la cúspide de su existencia gracias a Galliard… —Magath se encogió de hombros, un deje de algo apareciendo en su mirada al mencionar el nombre del chico—. Te lo dije ¿recuerdas? Quiero ver qué tan valioso eres ahora que despertaste a la bestia, Félix.

El Ackerman gruñó entre dientes y se pasó las manos por el rostro, como si así conseguiría sacarse de encima los últimos minutos de la conversación y volver el tiempo atrás.

No le sorprendía en lo más mínimo que esta fuera la propuesta de su dichoso trato. Félix ya había figurado que lo traerían de asesino a sueldo luego de lo ocurrido, sobre todo cuando fue su idea el ponerle valor a su existencia en Marley, un determinante que lo ayudaría a sobrevivir el tiempo que le fuera necesario encontrar una manera de hacerlos caer. Si bien en ruina, el nombre Ackerman tenía peso, y con ello vendrían expectativas, le gustase o no. Magath solo estaba haciendo lo que él creía que era necesario hacer, y Félix realmente que no podía culparlo por ello cuando él se encontraba haciendo exactamente lo mismo.

—Vas a desobedecer a Willy entonces.

—Voy a desobedecer a Liam Wright, pero sí. Estaría desobedeciendo órdenes directas del mártir favorito de mi nación. ¿Te sorprende?

Félix se encogió de hombros, burlón.

—¿Debería?

Magath lo imitó. Se metió las manos a los bolsillos del pantalón y encogió los hombros, adoptando la postura desdeñosa que se imaginó él mismo tenía en esos momentos.

—No va a gustarles. Se quejarán con el general y te sacarán del programa, tal vez incluso del ejército.

—Lo único que Willy Tybur y Liam Wright necesitan saber es que no estarás de frente al enemigo. Tomarás rutas distintas a nosotros, estarás en lugares alejados de nosotros. Las ciudades por las que este hombre y su escuadrón se andan no pueden ser directamente atacadas a menos que hayamos debilitado antes otro par. Vas a estar tan lejos de las primeras líneas de batalla que parecerá que ni siquiera estás en guerra.

—Sí, y cuando Willy sepa que me enviaste a asesinar a un teniente aparentemente experto en bombas de la Alianza-

—¿Quién se lo va a decir? —le interrumpió tan de golpe que Félix casi se atragantó con su propia saliva—. El general Calvi es quien tiene la última palabra y él va a acceder. Tenemos un acuerdo, y si quitamos a este sujeto del camino podremos volver a Marley antes de lo pensado. Además...

Y entonces Magath dejó de hablar y decidió simplemente mirarlo, con ojos pensativos que parecían ver a través de sí. Félix se sintió desconcertado, visto de una manera en la que rara vez se le percibía.

—Además —repitió, con un carraspeo, su voz firme—. Tu accediste a esto, ¿recuerdas? Dijiste que te volverías mi subordinado, directamente bajo mi mando.

—Ya estoy directamente bajo tu mando, idiota. Pero esto es distinto. Esto no es quedarme a un lado de Zeke y los Guerreros combatiendo con ellos —dijo, leve furia notable en su voz—. Esto es asesinato.

—¿Y tienes algo en contra de eso?

—No. Pero-

Magath alzó su mano derecha y lo hizo acallar de golpe.

—Para esto fue que te hice leer todos esos libros, los documentos de posible amnistía y todos los Tratados. Sabía que en algún momento nos serían de utilidad, y el momento se llegó, Félix, así que es tu turno de hacer lo que se te ordena.

—¿Cómo me ayuda haber leído un estúpido tratado a la hora de asesinar a un hombre?

—Te motiva a no ser atrapado —dijo el comandante con firmeza—. Si bien este hombre es reconocido como un teniente del ejército de la Alianza, jamás ha participado en conflicto armado activo. Nunca ha estado en las líneas fronterizas, nunca ha combatido con nosotros cara a cara, y el único motivo por el que sabemos que es él con certeza el que planea estas explosiones es porque uno de sus hombres habló.

Félix tragó saliva con dureza. No sabía bien por qué pero esto le sonaba a que era una especie de trampa.

—¿Y?

—Podría ser un civil, por todo lo que sabemos. Un consultor. Los Tratados se escribieron para proteger esto mismo. No podemos atacar o destruir pueblos o cuidades solo porque se nos venga en gana. Lo mismo con estas personas, personas que no están directamente envueltas en la guerra. Si nos deshacemos de este sujeto de una manera que llame atención a ello… La Alianza podría usar esto en contra nuestro y llamar a una asamblea.

—…Y convocar a una asamblea estaría mal porque…

Esta vez, Magath lo miró como si fuera estúpido.

—Podríamos ser reconocidos por crímenes de guerra, o en tu caso, de llevar esto a cabo y fallar, un crimen de agresión. Seríamos detenidos, se llamaría a una corte penal, y todos los involucrados en esto serían llevados a juicio y encarcelados. O ejecutados, lo que la corte decida.

Bueno mierda. Todo esto era una mierda porque Félix había, en efecto, accedido a ello cuando abrió la bocota con Magath solo porque quería asistir a reuniones con los altos mandos. De poder haberlo hecho, se habría metido un tiro ahí mismo.

La política no era lo suyo, nunca lo había sido no importase cuántas veces volviera a renacer y la corona se le fuera puesta en la cabeza casi a fuerzas. Félix odiaba la política, odiaba cuando funcionaba en contra suya y detestaba aún más cuando lo hacía a su favor porque solo entonces le era difícil admitir cuán nauseabunda era. Y ahora Magath le complicaba aún más la vida porque Félix era, en efecto, un idiota que se daba aires de grandeza y no podía considerar las consecuencias a largo plazo de tener una boca y usarla para hablar tonterías.

Pero esto, probablemente, esto lo podría hacer. No iba a estar bajo vigilancia del comandante, ni tampoco iba a tener a Zeke respirándole en la nuca, o la mirada sigilosa de Pieck encima. No los tendría cerca suyo, lo que significaba que Félix podría hacer lo que quería, y la Alianza… Marley tenía que caer. Marley era su objetivo. Era el castillo de arena en el mundo de mantos oscuros que él quería derrumbar.

El imperio que se alzó en el esqueleto de otro, el reino de cristal con todas las personas que participaban en el odio hacia su isla, esta era la nación a la que Félix quería traer ruina. Y andar por ahí en territorio enemigo sin supervisión alguna —salvo la suya misma, qué conveniente— podría no ser la mejor idea de todas, pero definitivamente tenía un mérito; nadie iba a saber lo que él hiciera durante el tiempo que le llevara deshacerse de ese general. Absolutamente nadie.

Si lo asesinaba o no, podría lidiar con eso después. Tenderle una trampa al general Calvi, a Magath, a Willy. Podría usar esto a su favor, aunque las cosas no lucieran tan bien para él en ese preciso instante.

Se enterró una mano en el cabello, repentinamente nervioso, y la sonrisilla que comenzó a nacerle en la boca se congeló allí mismo; también significaba separarse de los guerreros. De Zeke, quien se supone que iba a entrar en contacto con Kiyomi en algún futuro cercano, y de Reiner, a quien quería tirarle los dientes con más ansia que a nadie más.

Un tembloroso suspiro se le escapó de entre los dientes y Félix se inclinó al frente, su mano puesta palma hacia abajo, presionando la madera. Sus dedos oscilaron en el borde de uno de los agujeros.

—¿Y qué obtengo yo a cambio?

Magath inclinó la cabeza hacia él.

—Galliard irá contigo.

El pulso de Félix se disparó.

—Si lo hace, podremos aplazar la decisión de mis superiores y podría convencerlos de usar a alguien más.

—¿Y después que? Cuando volvamos, ya sea que lo logremos o no, ¿qué harás con él?

—Lo que sea que deba hacerse.

Pero ahí estaba esa mirada otra vez, la que le decía que Magath no era ignorante. Que Magath lo observaba tanto como Félix lo hacía con él.

Magath sabía demasiado. Sabía de la bestia y lo que la despertó, y Félix sabía que, si algo llegaba a ocurrir, Galliard terminaría pagando el precio. Ya lo había hecho una vez, llevándolo a casa de los Tybur, poniéndoles de frente su error, mostrándolo ante Lara como si no estuviese al tanto de que la mujer le decía todo lo que ocurría bajo su techo al lord de la familia. Si dejaba a Galliard con Magath, sería sencillo que fuera usado en su contra, y Félix…

Félix sabía exactamente de qué era capaz, si algo le llegaba a ocurrir a Galliard.

—Llevaré a Reiner conmigo, entonces —se enderezó, y fue esta vez él quien imitó la postura despreocupada del hombre.

La respuesta de Magath fue instantánea.

—No.

—¿Por qué no? Reiner es un inútil, y si va a morir pronto, que mejor sea usado para protegerme hasta que cumpla con mi misión. Te desharás de él después.

El comandante se pinchó el puente de la nariz, hastiado.

—Reiner es uno de nuestros titanes, lo necesitamos en el escuadrón para poder... —luego pareció darse cuenta de lo que jugaba y soltó un pesado suspiro—. Es Galliard o nada, Ackerman. Es tu decisión, así que sugiero que la hagas-

—No es suficiente. No quiero aplazar ni una mierda. Quiero que me asegures que Galliard estará a salvo, o si no olvídate de ese estúpido teniente y de mi volviendo a tu inservible escuadrón.

Su voz dejaba entrever una desesperación que le aplastaba los pulmones, pero dejar a Galliard atrás no era una opción.

—No puedo-

—Entonces vete a la mierda —espetó con fuerza—. Me estás pidiendo que asesine a alguien. Me estás pidiendo que viole los estúpidos tratados y me exponga a cometer jodidos crímenes de guerra. Si tanto quieres que me vaya, dímelo y me iré y nunca más volverás a saber de mí.

Magath le miró.

Félix pensó por un momento, vio su mano alcanzar el rostro del comandante, la vio empujarlo hacia abajo hasta estrellarse contra la superficie del escritorio, se vio a sí mismo inclinándose y susurrando algo al oído del hombre. Había tanto dolor y enojo en su expresión, tantas cosas y sentimientos que el Félix de ahora no sabría explicar acerca del Félix que podría ser.

Y luego parpadeó y se dio cuenta de que apenas comenzaba a alzar la mano y que el remolino de sentimientos atorados en alguna parte de su garganta iban a quedarse ahí, apretando sus dedos en un puño como si así conseguiría deshacerse del hormigueo en las venas. (El Félix que fue le miraba desde algún rincón en su mente, como si aguardara a aparecer otra vez, envuelto en esa esquina del mundo donde el velo caía y le era imposible echar un vistazo tras de el porque cada vez que lo hacía despertaba envuelto en sudor y con un grito en la lengua.)

El Ackerman dio un paso atrás y largó un suspiro, pasando su mano por entre los cabellos oscuros.

Era tan fácil, podría ser tan dolorosamente fácil. Antes, cuando Frieda aún vivía, Félix nunca lo había cuestionado.

No había existido un hilo tangible en el cual sentir cualquier especie de conexión, ni había algo en algún lugar dentro de sí mismo que se lo hiciera saber, nada físico por lo menos. Solo lo hacía, lo sabía, y la verdad es que no le había gustado para nada que Frieda fuera la culpable y en algún punto le habría encantado deshacerse de ella, cuando miraba el azul cielo de sus ojos y pensaba en la infinidad de cosas que podrían salir mal, las cientos de ellas que lo atarían, y aún así. Frieda era su mejor amiga.

Más allá de cualquier sentimiento que pudo haber tenido por ella, Frieda era su mejor amiga. Era ese trozo de alma que había robado de ella y que ella robó de él, y nunca fue capaz de percibir que algo anduviera mal con ella.

Magath y sus superiores o quién quiera que fuese, quien quiera que pudiese, alguien podría acercarse y dañarlo o deshacerse de él o asesinar a Galliard y Félix estaba seguro, cien por ciento seguro, de que lo sentiría en algún lugar de su ser.

No había sido así con Frieda, o al menos él no recordaba que lo fuera. Quizás sí lo fue y el conocimiento se perdió junto con los recuerdos de su niñez, o tal vez Félix simplemente lo reprimió porque nunca supo lidiar con la pérdida de ella. No hubo algo que le dijera de su muerte, algo que le dijera que las cosas andaban mal y la otra parte de sí había muerto. Nada salvo un inexplicable vacío que jamás fue llenado, y que, en más de una ocasión, dejaba escapar susurros o silbidos, murmullos fantasmales que conseguían mantenerlo despierto por las noches, y alerta durante las mañanas.

Sería diferente con Galliard. (Noches pasadas en vela en donde recordaba la viscosidad de la sangre roja en sus manos, cuando despertaba agitado y con el corazón desbocado y rompía a llorar.) Él lo sabía. (La absoluta certeza de ello era terrorífico y le daba náuseas y le hacía sentir con miedo de despertar por las mañanas y darse cuenta de que era realidad.) Estaba tan seguro que incluso se estaba preparando para ello desde el momento en que despertó y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Era una espinilla de certeza que se le clavaba entre las costillas y acertaba al corazón, con la misma facilidad con la que una vez se hundió una cuchilla ahí mismo. (Esos dedos fantasmales que le acariciaban el pecho, la voz susurró.)

Félix alzó la mirada hacia Magath y se dio media vuelta, el resonar de sus pasos golpeando en el suelo provocando un fantasmagórico sonido en la silenciosa habitación.

El trato estaba fuera de la mesa en el momento en el que saliera de esa habitación y Magath lo sabía. Félix se olvidaría de esa conversación y volvería a casa de los Tybur y haría como si nada hubiera pasado. Tal vez iría a Liberio y haría algo, rompería a alguien. Podría ir y arruinar sus vidas. Arruinar a los Guerreros, arruinar a Magath, al tal Calvi, a todos los malditos involucrados en esto.

—Félix.

Él siguió avanzando.

—Bien. ¡Bien! Lo haré, ¿de acuerdo? Lo haré.

El menor de ellos se detuvo a solo centímetros de la puerta y se sostuvo de la perilla.

—¿Harás qué?

—Te, te daré a Galliard, podrá ir contigo.

Félix frunció el ceño, molesto.

—¿Y qué más?

—Puedes... Llevar a Reiner contigo, también. Si eso quieres, yo-

—No. No quiero a Reiner. Reiner me vale tres hectáreas de mierda y si lo llevo conmigo no volverá a ti —se pasó una mano por el rostro y luego entre el cabello, igual de cansado con Magath como el comandante lo estaba con él—. Sé que lo sabes, Magath. Deja de actuar como si no lo hicieras.

No sabía bien por qué de repente recordó una fuente en la plaza de un distrito durante un día muy lluvioso. Los charcos de agua sobre los que caminaba reflejaban el cielo gris y se oscurecían cuando Félix pasaba encima de ellos. Había un chico sentado en el borde de dicha fuente con una sudadera y la capucha puesta, murmurando en voz baja que no tenía familia que se preocupara por él. Recordaba haberse sentado a su lado a pesar de sus protestas, el paraguas encima de ambos, su rostro ligeramente hacia atrás para observar las gotas caer. Se había quedado en silencio y sumido en sus pensamientos, complacido por la falta de desprecio en la voz del chico que se había acostumbrado a escuchar en la de los nobles, en la de los hijos de esos mismos nobles.

Recordó la voz siendo ahogada por la lluvia arreciando, el paraguas encima de sus cabezas yendo pit pat pit pat en el silencio de la tarde, una sonrisa dibujándosele en la cara cuando el chico lo empezó a maldecir y a decirle que se fuera al diablo y lo dejara en paz y él no había querido porque estaba lloviendo y él tenía el paraguas y no quería que el otro se enfermara.

Había sido la primera vez en semanas que Félix pudo sentarse a tomar un respiro y darse cuenta de que seguía siendo humano.

—… Bien —la voz del comandante lo trajo de vuelta de entre sus pensamientos, despabilándolo de golpe con una sola palabra. Félix se enderezó y se giró hacia el hombre—. Llévate a Galliard contigo y deja a Reiner en paz, maldición. Y si no lo traes de vuelta será tu vida a cambio de la suya, Ackerman.

Félix parpadeó.

—Magath.

—¿Ahora qué mierda quieres?

Así como él, Magath azotó la silla que recién levantaba del suelo y se dejó caer en ella, exhausto, la palma de su mano cubriéndole el rostro. El estrépito rebotó en las paredes de la habitación del mismo modo en el que lo hicieron los pasos de Félix al acercarse dos más de vuelta al escritorio.

—Eso es lo que quiero —dijo. El comandante tomó un muy largo, profundo respiro, y bajó su mano lo suficiente para verle por encima de ella. Había algo atascado en su garganta y no era un nudo. Era un nombre—. La vida de Galliard.

La mano del hombre cayó de golpe hacia su regazo y le vio la perpleja mirada que le enviaba, mirándole como si Félix no fuese real.

—¿Qué dices?

—Esta guerra. La ganaré por ti —declaró con absoluta certeza de ello—. Mataré a ese teniente que quieres muerto, ganaré esta guerra y tú me darás la vida de Galliard a cambio.

Los ojos de Magath se abrieron de par en par, y hubo una chispa en ellos que Félix no supo reconocer. No podría de haberlo querido, no con el latido de su corazón bombeando en sus oídos, ahogando los sonidos de afuera y de su propia respiración acelerada que se convertía en ruido blanco. El mundo se redujo a eso únicamente; él y Magath y lo que podría decidirse en ese instante.

Había una pizca de miedo en lo más profundo de su alma (Félix tenía miedo de admitir cosas que pudieran herirlo. A él y a todos los demás) y había querido borrarla y olvidar que estaba allí, y ahora Magath lo sabía, y honestamente no podía decir si eso era algo bueno o malo.

Todavía no lograba entender por qué Galliard de entre todos los demás, pero debía existir un motivo en específico para que siempre fuese él; el único que lograba despertar sus instintos Ackerman luego de que Frieda muriera, y él ansiaba saber por qué.

(Aún quedaba algo latiendo en su pecho que no era exactamente su corazón, algo que anhelaba. Que anhelaba a alguien. Golpeando con fuerza cada vez que le venía a la mente la idea de romper a través de la superficie y despertar (¿despertar de qué?) ¿Qué tenía Porco Galliard que lo volvía tan humano de tal manera tan aterradora? (cuando de Félix no quedaban más que trozos y fisuras por dónde se le escapaba la poca humanidad que le quedaba) Ahí en la duda se estiró la certitude con la que rara vez respiraba.)

Ansiaba saberlo. Ansiaba más no perderlo.

Magath, con lentitud, volvió a levantarse de su silla sin quitarle la mirada de encima. Había cientos de cosas que el marleyano quería decirle, preguntas a las que Félix no les daría respuestas. Suposiciones también, teorías. Estupideces que el comandante le recordaría en el futuro, cuando esa distancia entre ellos dos se acortara un poquito más.

Félix era tan estúpido, de eso nunca había cabido duda. Desde el momento en el que Magath lo vio tumbado en la cama del barco en el que fue traído, completamente muerto al mundo, como si en verdad lo estuviera, hasta que le admitió con tanta confianza que él se había encargado de matar a una de sus Guerreros sin ningún escrúpulo. Estúpidamente valiente, así es como mejor podía describirlo. Terco como una mula también, descarado, malhablado, un poco tonto, un canalla que parecía desconfiar de todos excepto de la sombra que lo seguía que realmente no le pertenecía.

—¿Y si no lo logras?

El chico se encogió de hombros, como si realmente no le importara. Tenía esa mirada en los ojos que Magath había visto antes en varios de sus camaradas, la misma que en ocasiones notaba en Annie Leonhart cuando era una pequeña y todavía la entrenaba.

La que vio en Marcel Galliard también. Años atrás.

—Tu dijiste que sería mi vida a cambio de la suya ¿no?

—¿Y en verdad estás dispuesto a eso?

El Ackerman le sonrió.

—¿Por qué no? Suena a algo divertido —luego se inclinó hacia él, juguetón—. ¿Qué daño podrías hacerme tú que no me hayan hecho ya?

Él era el que sonaba demente. Magath le miró por más tiempo del necesario, estudiando metódicamente la expresión que se le cruzaba en la mirada, esa ligera gracia que le curveaba la boca como si estuviera diciéndole alguna clase de broma. Un chiste interno del que solo Félix estaba al tanto.

Pero hablaba en serio. La burla en su boca iba dirigida a sí mismo, y era como si no lo estuviera viendo a él pero sí a alguien más. Magath casi se giró a sus espaldas para verificar que no hubiera nadie más ahí con ellos, y se encontró con el muro de la oficina.

—¿Entonces? ¿Tenemos un trato, o no?

—¿Estás seguro de que puedes lidiar con las consecuencias? —le preguntó, simplemente porque necesitaba estar seguro. Félix era un Ackerman, el Ackerman, el único que tenían al alcance. Esto era una locura de cualquier manera e ir tras ello podía probarse a ser innecesario, y Magath realmente que no tenía la confianza para simplemente dejarlo ir—. Estás apostándolo todo aquí, Félix. Tu vida, la de Galliard... Es esta oportunidad, y no habrá ninguna más.

La voz del comandante sonaba inusualmente suave, como si estuviesen diciéndose un secreto. Era justamente lo que hacían, pero había cierto tipo de exclusividad en eso que no terminaba de convencerlo de que esto era meramente entre ellos. El general Calvi sabría lo que planeaban, y también lo haría Galliard una vez que Félix fuera por él. Zeke, quizás, y luego lo haría el resto del escuadrón, si es que el mono rubio se los decía. Después podría saberlo todo el mundo si fallaba de alguna manera y se descubría que trató de asesinar a alguien que posiblemente fuese un civil, como fuera, no le quedaban muchas opciones tampoco, ¿cierto?

Al pie del escritorio en donde la pata estaba rota se encontró con una hoja en blanco y se agachó para tomarla, depositándola con suavidad justo enfrente de donde el comandante se encontraba.

—Escríbelo.

—¿Disculpa?

Había una pluma también, al otro lado. Esa también la tomó y la dejó sobre dicha hoja, y luego miró a Magath. Señaló ambas cosas con un gesto.

—Escríbelo, ponlo en papel. Hazlo real —el comandante arqueó su ceja—. Los haré ganar y tú me darás a Galliard. Y si no cumples con ello-

—Sí, sí. Cielos rojos y océanos negros, te escuché la primera vez.

Y entonces... Entonces Félix hizo algo. Se rió, tal vez, pero el sonido fue demasiado silencioso para ser una risa, demasiado intimidante para ser algo bueno. Magath lo miró, ligeramente inseguro, y tomó con titubeo la pluma. No estaría mal regresarle el favor ¿cierto?

Así que eso hizo.

—Buena idea, Ackerman —murmuró, tirándole una mirada entre burlesca y cauta, queriendo alejar esa repentina quietud que de repente cayó encima de ambos—. No queremos que algo como lo que Willy Tybur intentó se repita, ¿cierto?

Un músculo en la mandíbula de Félix tembló, ensanchando el sinuoso gesto de su boca. Y luego hubo un brillo, tenue al principio, y por un segundo le pareció estar mirando a las estrellas en el firmamento moviéndose a través de esos ojos verdes que el chico poseía, como estrellas fugaces cayendo en un prado repleto de césped.

—No —Félix sonrió—. Por supuesto que no, comandante Magath.

Magath terminó de redactar el documento y Félix se inclinó hacia él, viéndolo firmar hasta el final. Luego se enderezó y tomó la pluma cuando se la ofreció.

—¿Esto lo hará válido?

—Sí. Además, este sí lo puedes leer.

Cuando volvió a mirar abajo, al documento, se dio cuenta de que era cierto. Magath no lo había escrito en marleyano original, si no en ambos; utilizaba un par de tecnicismos para cierta palabrería legal y referenciaba a los Tratados que le obligó a leer semanas atrás.

—Una vez lo firmes puedes volver a casa de los Tybur y organizar tus cosas —le dijo, o más bien le ordenó—. Me comunicaré con el señor Wright y le haré saber acerca de la decisión que fue tomada.

Félix alzó la mirada y lo observó, cauteloso.

—¿Qué vas a decirle?

—Que se presentó una oportunidad, y debía tomarla —el hombre se encogió de hombros—. Le haré saber al general Calvi acerca de nuestro acuerdo, y él va a respaldarme. Es tan esencial para él que ganemos esta guerra como que nuestros titanes sobrevivan un día más.

—¿Y si es él quien se rehusa?

—No lo hará —Magath se veía reacio a admitirlo, sabiendo que dicha seguridad venía de ningún lado—. Le... Explicaré la situación. Pero no lo hará. Eso espero.

—Eso esperas —le causaba gracia si quiera imaginarlo, que un general marleyano escuchara las demandas de un simple eldiano. O Magath era más estúpido de lo que pensaba o realmente creía que tenía una oportunidad de convencer al general—. Cómo sea. Siempre y cuando cumplas con lo acordado.

—Mhm —miró a su alrededor, los papeles en el piso y el escritorio semi caído—. Le informaré a Galliard del cambio de planes. Puedes-

—¿En dónde está?

—¿Quién? ¿Galliard?

—Mhm, ¿en dónde? Le diré yo.

Magath titubeó por un segundo.

—...En el campo de tiro. Está a espaldas del edificio.

Volvió a inclinarse, puso la pluma encima del papel y firmó su nombre junto al de Magath. Félix R Ackerman.

Luego asintió de una seca cabezada y giró sobre sus talones para dirigirse en busca del chico, el leve carraspeo del hombre tras él volviendo a llamar su atención.

—¿Qué?

Magath señaló el escritorio roto. Una sonrisa le nació a Félix en el rostro, pequeña y algo altanera.

—Oh —murmuró, restándole importancia, y abrió la puerta—. Pues llama a Willy o algo, yo no voy a pagarte nada.

—Acker-

Cerró la puerta, hasta le dio otro tirón de más para asegurarse de que estaba prácticamente sellada, y luego echó a andar hacia fuera. Los pasillos de la base le recordaban un poco a las que había en Paradis, tanto del régimen del Garrison como los de la Policía Militar. También le recordaba a ese hospital en donde despertó la primera vez que llegó aquí, con los muros carentes de algún decoro y los suelos lisos, oficinas y despachos a lo largo de el.

La que Magath utilizaba estaba en el primer piso, así que fue cosa de seguir el pasillo sin interrupciones y luego dar vuelta a la izquierda, seguir otra vez de frente, pasando de lado a un par de oficiales y soldados que le tiraron miradas curiosas, y luego salir por la puerta lateral hacia un campo de entrenamiento.

Los varios soldados que se hallaban fuera en esos momentos trotaban alrededor del campo con un sargento al frente, rifles en mano. Félix se quedó un momento ahí de pie, observándolos, preguntándose qué tan necesarios eran esos ejercicios si a final de cuentas los que terminarían haciendo la parte pesada de la pelea serían los eldianos.

Miró a su alrededor, flexionando sus dedos. Podía sentir un leve ardor alrededor de su mano, en las palmas y en un costado de ella, donde su puño golpeó quién sabe cuántas veces al escritorio.

Debería haber golpeado al comandante. Magath lo merecía más que el estúpido escritorio. Le picaban las manos con solo pensarlo.

Las alzó frente a su rostro mientras caminaba, notando la zona rojiza por la irritación de la fuerza de sus golpes, unas pocas astillas clavadas en la piel superficialmente, puntitos de sangre en donde las partes más grandes llegaron un poquito más profundas en la piel.

El distante sonido de un disparo lo sobresaltó, sus manos bajando a prisa hasta su cintura, tratando de encontrar ya fuese un cuchillo o cualquier tipo de arma con la que contara, hasta que vio un largo campo ensombrecido por el edificio tras el que estaba. Un largo tejado de metal cubría la zona desde donde disparaban y el resto era tierra, con los blancos puestos a varios metros al frente.

El lugar estaba desierto a excepción de dos personas, un soldado ataviado en un uniforme sencillo de infantería marleyana, y el otro era Galliard. Él también llevaba un uniforme, pero solo la camisa y el pantalón junto a las botas, nada que indicara a qué unidad pertenecía.

Félix se acercó a él, deteniéndose a un par de pasos suyos para observarlo alzar el fusil y apuntar a uno de los blancos al frente, silenciosamente apretando el gatillo. Le dio de lleno al punto rojo.

El Ackerman silbó.

—Eres bueno en esto.

Galliard giró sobre sus talones menos de un segundo después y lo observó con los ojos abiertos de par en par, el rifle todavía en su mano. Félix, gentilmente, lo retiró para que el cañón apuntara al suelo y no a su estómago.

—¿Qué diablos haces aquí?

—Oh, vine a ver a Magath. ¿No te dijo?

—No —y luego casi enseguida se le transformó la expresión, yendo de sorpresa a irritación en cuestión de momentos. Félix lo observó con diversión—. Ugh, debió haberme dicho.

—¿Para qué? ¿Para que te escondieras en alguna oficina hasta que me fuera?

—Sí —gruñó, volviendo a acercarse a la zona de tiro y alzando el rifle una vez más—. ¿Quién quisiera ver tu cara de estúpido?

—Deja de estar de gruñón, ¿quieres? Vengo en son de paz —se acercó a él, deteniéndose a un costado en donde había una pequeña mesa con otro rifle, y se recargó sobre ella con las manos alzadas.

Galliard le miró de reojo, su ceño levemente fruncido, y ajustó su postura para poder disparar mejor.

—Da igual. ¿Qué te pasó en la mano?

—Ah, me pelee con alguien. Pero gané yo, así que... —Félix se encogió de hombros y volteó el rostro para poder ver el blanco—. Si vuelves a darle al punto rojo, te daré un regalo.

—¿Qué clase de regalo?

—¿Qué te gustaría?

Galliard se encogió de hombros.

—No lo sé, ¿si quiera tienes dinero para andar sugiriendo comprar regalos?

—Sip —dijo, remarcando la "p". Galliard volvió a mirarle—. Lara me dio para gastar.

El chico rodó los ojos, lo ignoró y volvió a lo que hacía.

Félix cerró la boca y alternó su mirada entre el blanco a lo lejos y el chico a su lado, no queriendo que Porco lo mandara al diablo antes de poder decirle el motivo del por qué estaba ahí.

Además tenía que ensayar sí o sí lo que le diría porque dudaba mucho que el chico se dejaría llevar sin poner una buena pelea, especialmente si se trataba de dejar a la unidad e ir con él de buena gana, lo que estaba esperando que no fuera el caso. Félix tendría que escoger bien sus palabras y explicárselo lo mejor posible, para que el otro no se lo tomara a mal.

¿Debería decirle todo? Ahora que lo pensaba bien, no estaba del todo seguro. Galliard era volátil. De eso no le cabía ninguna duda, y aunque ser abierto con él sería en el mejor de sus intereses... ¿Qué tanto podría decirle sin que el chico reaccionara mal?

Había una delgada línea de satisfacción entre ellos. Galliard estaba de un lado (en el extremo más lejano) y Félix estaba del otro, y entre ellos estaban sus acciones (Félix cerró sus brazos alrededor de Galliard y se hizo un ovillo encima suyo con la cabeza del chico exactamente en donde sus latidos golpeaban con más fuerza), sus palabras (Así que vive, conmigo. De la manera en la que quieras y de la manera en la que yo también lo haga. Solo eso quiero. Y te aceptaré por siempre, si eso quieres tú), sus sentimientos aún sin expresar porque todavía estaban tomando forma (todo lo que Félix sabía de él, todas las cosas que le gustaban, las que no, sus malos hábitos y los buenos, el nido de pájaros con el que despertaba en las mañanas y cómo dormía a veces por las noches abrazado a su almohada, dedos presionando su abdomen porque lo confundía con ella. Estaba también el dolor y la tristeza y la pérdida de su familia, y el hecho imperdonable de que Félix le cortó la garganta una vez porque era un maldito cobarde) y todavía no sabía cómo abordar esa grieta sabiendo lo poco probable que sería encontrar a Porco aguardando por él al otro extremo de ella.

El sonido del arma siendo disparada lo arrastró fuera de sus pensamientos y se giró para ver en dónde había acertado, mente todavía distraída con todas las posibilidades acerca de mentir o confesar lo que había sucedido en la oficina de Magath.

Dos tiros seguidos. Ambos en el blanco.

De repente Félix se sintió muy inseguro en ese lugar.

Galliard, sin percatarse de ello, colocó el arma en la mesita contra la que se hallaba recargado y lo miró expectante.

—Acerté dos. ¿Significa que obtengo dos regalos?

Félix rio.

—Sí, si quieres. Siempre puedo pedirle más dinero a Willy y a decir verdad eso de gastarme su fortuna suena a una muy buena idea —cruzó los brazos y echó un vistazo hacia el otro soldado con ellos—. ¿Cuánto tiempo llevas practicando?

Galliard, con un resoplido, alzó los brazos por encima de su cabeza y estiró la espalda.

—Uh... Una hora, creo —le dijo—. Pero siempre he sido bueno disparando.

—¿Ah, sí?

—Mhm, el único motivo por el que Reiner fue escogido por encima de mi fue por su resistencia física —el chico chasqueó la lengua, claramente resentido—. Era muy idiota de niño, ¿sabes? Pero ajá, podía recorrer otros cuatro kilómetros y cargar cosas más pesadas, como sea. Mira en dónde terminó, siendo aún más idiota y un fracaso. Qué envidia.

—Hey —Félix lo alcanzó con su brazo y le metió un manotazo en el hombro—. Reiner ni siquiera está aquí y aún así sigues mencionándolo. ¿Te gusta o qué?

—Cierra la boca —Galliard le regresó el golpe, un poco más fuerte que el suyo, y le tiró una fulminante mirada—. Reiner es un idiota y es un estúpido y un cobarde. Nunca me gustaría alguien como él.

—Ah, pero mira qué lindo lo describes —el Ackerman lo observó con gracia—. Casi como si hubieras estado pensando en él todo este tiempo.

—¡Hey! ¡Te dije que-!

—Sí sabes que la técnica de molestar a la persona que te gusta no suele funcionar mucho ¿cierto? Yo te puedo dar consejos para conquistarlo, si quieres.

El golpe lo vió venir. Félix se movió a un costado y evitó el puñetazo y luego envolvió su mano alrededor de el y atrajo a Galliard hacia su cuerpo, aprisionándolo contra su pecho al enredar sus propios brazos a su alrededor.

—Yo también te extrañé, Galliard.

—¡Quítate de encima!

Luego lo dejó ir y volvió a moverse al otro costado, eludiendo el otro puñetazo que le lanzó. Lo intentó otro par de veces hasta que Félix lo hizo patinar con la tierra sobre el cemento y fue lo único que detuvo el injusto asalto hacia su persona. No le evitaban las miradas de disgusto que le lanzaba, pero con esas podía soportar.

Otra cosa que Galliard era aparte de ser una persona volátil, era ser vicioso. Así como Félix, que se aferraba a algo y a menos que tomara acción por mano propia no lo dejaría ir.

—Ya, ya, lo siento. Supongo que has estado bien, uh.

—¿Sí? ¿Cómo sabes?

Félix se encogió de hombros, andando hasta quedar de vuelta en su anterior lugar.

—Sigues vivo, así que... —le lanzó una sonrisa, y un guiño, y el otro rodó los ojos hasta que casi se perdían en la parte trasera de su cráneo—. Dios, Galliard, relájate. Solo estoy bromeando. Nos dejamos de ver las caras por un par de días y de repente vuelves a odiarme. Eso me hiere.

—Me da igual —masculló entre dientes—. ¿Y entonces qué haces aquí, ah? No me dijiste.

La sonrisa de Félix se atenuó un poco, esa misma indecisión que sentía desde hace rato haciendo acto de presencia nuevamente. Se mantuvo callado, viéndolo tomar el rifle para colocar nuevos casquillos en el.

¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ser honesto? 

La honestidad con Galliard era difícil a pesar de que sabía que era lo mejor. No, la honestidad con Galliard era dolorosa en aspectos que todavía no estaba preparado para afrontar una vez más. Entonces, si mentía, podría decirle lo básico de su acuerdo con Magath y esperar que el resto permaneciera enterrado tan profundamente que nunca saldría a la luz, y cuando el conflicto con Paradis terminara y ellos inevitablemente ganaran, él podría simplemente fingir que nada nunca sucedió y olvidarse de todo.

...Dios, estaba realmente dispuesto a hacerlo de esa manera ¿no?

¿Qué decía eso de él? ¿De la relación que tenía con Galliard? ¿De la relación que podría llegar a tener, y que se arruinaría si lo decidía así? ¿Estaba realmente dispuesto a apostarlo todo en esto, de tal manera?

No tuvo tiempo de tomar una decisión cuando el chico le picoteó la costilla con el cañón del fusil para llamar su atención.

—Hey, te estoy hablando. Lalala, ¿me escuchan en taradolandia?

Félix rodó los ojos y empujó el rifle hacia un lado, vigilando atentamente en dónde estaba puesto el dedo del menor. Demasiado cerca del gatillo y el pulso se le dispararía por los cielos, y ni hablar de esa ligera certeza que tenía sobre Galliard queriendo dispararle sin importar qué consecuencias tuviera.

Tal vez no sería capaz de matarlo pero sí de dejarlo muy, muy, muy —gravemente— herido.

Félix se aclaró la garganta y echó un par de vistazos a su alrededor antes de decidirse a hablar.

—Quiere que haga algo por él. Un favor, digamos —aclaró, poquito menos críptico—. Uh... De hecho, uhm, me dijo que podías venir conmigo si querías.

Galliard lo miró sospechoso.

—¿Yo ir contigo? ¿Por qué? ¿Qué vas a hacer o qué?

—Es... Rastrear a alguien, y, ya sabes —hizo un ademán contra su propio cuello, como si lo cortara—. Darle cuello.

Las cejas del chico se dispararon hacia arriba y lo observó como si de repente le hubiesen crecido dos cabezas.

—Oh —musitó—. Y... El comandante... ¿Quiere que vaya contigo?

Félix exhaló lentamente y asintió sin detenerse a pensar. Si se detenía a hacerlo se iba a arrepentir y Félix ya sabía el pozo sin fondo al que se caería si comenzaba ahora.

—¿Y qué? ¿Mi opinión no cuenta? ¿Qué pasa si yo me rehuso a ir?

—Pues... Me llevaré a Reiner, entonces —le dijo, observándolo—. Magath dijo que podía.

El rostro de Galliard se aflojó con sorpresa. Esa fracción de segundo en la que sus ojos se ensanchaban de golpe y sus labios se abrían, como si quisiera decirle algo, mandarlo al demonio quizás, y ese destello en sus ojos de absoluta rabia que siguió. Félix miraba detenidamente esos segundos que pasó tan estupefacto que incluso le era entretenido.

—¿Prefieres llevar a Reiner? ¿Qué tan útil puede serte Reiner?

—Pues... Si me llegan a disparar, que se ponga enfrente de mi y ya —se encogió de hombros. Comenzaba a darse cuenta de cuan útil era ese gesto, que encajaba con todo realmente. Lo amaba—. Mira, tu no quieres ir y está bien, no voy a obligarte. Pero tampoco me voy a ir solo. Así que...

Esperó, un segundo, y luego simplemente se rindió y rodó los ojos y echó su cabeza hacia atrás, largando un suspiro.

—Lo digo en serio. No es necesario que vengas, pero, sinceramente... Preferiría que lo hicieras.

—¿Por qué?

—Tu sabes. Por... Todo eso, y, y lo otro.

—Y lo otro —dijo, repitiendo tras él. Le miraba con poca confianza, de arriba abajo—. ¿Cómo sé que no mientes?

—No lo sabes.

—Entonces estás mintiendo.

—No. Solo... No estoy mintiendo —suavizó su voz, dando un paso más cerca mientras miraba hacia el otro soldado en el otro extremo del campo de tiro—. De verdad que no, solo... Necesito que confíes en mí, solo por esta vez, y luego... Te lo contaré todo más tarde.

La expresión de Galliard cambió, aunque sólo ligeramente.

—Entonces sí hay algo que no me estás diciendo.

—Ajá.

—¿Y me lo dirás? ¿En serio?

—Mjm, te lo diré, más tarde, obviamente. Quizás cuando no estemos aquí —y luego dijo, ya sabes, como todo un mentiroso—. Lo prometo.

Galliard no era Zeke así que no podía simplemente mostrarle la garrita y esperar que lo entendiera, así que no lo hizo. En cambio, tomó el rifle que había dejado en la mesita a un costado de ellos dos y se lo entregó, ganándose una confusa mirada por parte del chico.

—Si vuelves a acertar dos veces en el mismo blanco, te invito a cenar.

Resoplando, Galliard le lanzó una última, larga, indecisa mirada que le hizo una roca en el estómago. Félix de verdad que no quería mentirle, pero tampoco sabía cómo iba a reaccionar cuando finalmente le dijera lo que había hecho, y si podía aplazarlo lo más que pudiera, iba a terminar tomando la oportunidad.

Miró a Porco posicionarse de nuevo en el sitio asignado, alzar el rifle a la altura de su rostro, y respirar profundo antes de tirar del gatillo.

HELLOOOOOOOO

Dios no puede ser lo siento MUCHÍSIMO por haberme desaparecido por tanto tiempo pero es que idk me dio un bajón horrible alv lmao PERO YA EDTOY DE VIELGA!!! y Dios déjenme decirle que el capítulo lo tuve que cortar a la mitad porque so lo dejaba gal cual habría terminado siendo un capítulo de 30k palabras y mhmmmm al parecer no puedo hacer eso JAJAJAJAJAJA pero anyways lamento muchísimo haberme desaparecido pero es que encima me quedé sin PC alv y GRACIAS A DIOS tenía unos backup en mi correo y pues, lo tuve que escribir en mi teléfono al final

Así que si notan algo raro como una falta de ortografía o algo, es que es mi teléfono jeje

Les iba a poner un fun fact pero se me olvidó alv sigh, si me acuerdo lo pondré en el próximo, que ya también tengo listo, y realmente espero que lo disfruten y me perdonen, perdonar <3

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