86. Sobre avanzar y comprometerse

CAPÍTULO OCHENTA Y SEIS
SOBRE AVANZAR Y COMPROMETERSE
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Willy tenía… Cierto efecto en la familia.

Al principio, Lara trató de justificarlo debido a la presencia que exudaba, la sensación de estar presente frente a alguien que era imponente. Willy siempre supo que sería él quien terminaría liderando a la familia, y por tanto al resto de ocupaciones que le pertenecían a la familia Tybur, así que supuso que era algo natural para él.

Eso no significaba que lo fuera para otros, así que mientras más continuaba y crecía en el papel que se le fue otorgado, Willy comenzó a tener este efecto en ellos.

Una habitación caería en silencio, los utensilios durante las cenas o cuando desayunaban juntos serían lo único que se escucharía por el resto del rato que estuvieran condenados a sentarse en el comedor. Era fácil, entonces, pretender que sus hombros no se alzaban en defensa, que la boca no se le secaba repentinamente o que la nuca no comenzaba a sudarle, aguardando a que algo ocurriera. Era común también. Lara enviaba a los niños fuera de la habitación tan pronto como tuviera la oportunidad, no queriendo que sus sobrinos se sintieran de tal modo alrededor de su padre.

Pero, bueno. Mucho ella no podía hacer cuando Willy parecía insistir y los niños eran receptivos de ello de cualquier modo, mucho más de lo que se habría imaginado. Había jugado cierto papel en el desarrollo de sus relaciones y cómo crecían, o cómo no lo hacían. Fine era tímida por naturaleza, pero alrededor de Willy era un poco más precavida, y Alois no era exactamente como su hermana, pero él también parecía darse cuenta de la tensa atmósfera que se formaba alrededor de su padre, y trataba de proteger a sus hermanos menores de ello.

Al final, no era culpa de nadie, suponía ella, pero aun así. Ocurría.

Félix la miró de soslayo cuando se recogió la falda y se enderezó de la silla, dispuesta a seguir a Willy, que aguardaba por ella al frente de la puerta de cristal que llevaba a la terraza.

Él también la sentía, y Félix era el único que parecía reacio a ignorar el silencioso acuerdo de jamás mencionarlo. Félix ignoraba muchos de esos acuerdos ahora que lo pensaba mejor.

—Aguarda aquí —le dijo, mirándolo de reojo. La manta sobre la que el Ackerman se hallaba sentado estaba arrugada en las esquinas y el kit de bordado que le obsequió un par de semanas atrás parecía estar olvidado a unos pocos centímetros de él—. Si Fine viene por ti primero, pídele a una de las sirvientas que recojan aquí y nos veremos más tarde, ¿de acuerdo?

—Uh… —los ojos verdes del chico se movieron entre ella y Willy, dudosos—. ¿Estás… Segura? Puedo esperar si quieres…

—Está bien.

Lara trató de sonreír, aunque supuso que no hizo un buen trabajo con ello cuando la mirada del chico solo se afiló aún más, esta vez dirigida hacia su hermano. Lara, suspirando, finalmente se adentró de vuelta a la casa y siguió a Willy en silencio. Ya sabía lo que iban a hablar de cualquier manera, así que lo único que quedaba hacer era simplemente aceptar las cosas, y tratar de no guardar rencor alguno por ellas.

La puerta del estudio de su hermano ya no chirriaba al abrirse, y apenas quedaban muebles en el interior. Lara entró como si se tratase de una guarida de algún animal peligroso, excepto que no lo era.

Los sillones que habían estado hacia la izquierda de la habitación ya no se encontraban dentro, ni tampoco la mesita de café o la mayoría de los libros que alineaban los estantes en los muros. Ver la habitación tan vacía le daba náuseas, aunque no sabía por qué realmente si no era algo que debería hacerla sentir como tal, para empezar.

La alfombra ya había sido reemplazada, suave y capaz de guardar el calor en ella como a su madre le gustaba. Decía que era para tratar su artritis. Varias de las estanterías ya estaban siendo removidas y los muros reparados, en caso de que sus padres quisieran colocar algo más en ellos. Willy se veía reacio a dar otro tipo de respuesta a la pérdida de dicho espacio que no fuese el sumergirse en su tarea como padre de familia, permitiendo que sus hijos lo sacaran de lo que fuera su estudio —y pasaría a convertirse en la habitación de sus padres— y lo arrastraran tan lejos como pudiesen.

Al menos ciertas cosas nuevas habían surgido de aquella pérdida. Sus sobrinos finalmente estaban obteniendo la atención de su padre como debían, no importase que esta viniese de una necesidad de distraerse, supuso ella, de pie en el medio de la casi vacía habitación, viéndolo remover un par de papeles de encima del escritorio hasta dar con el que quería, y luego extenderlo hacia ella sin dirigirle una palabra.

Lara lo tomó con los dedos un poco temblorosos. El papel estaba un poco arrugado de las esquinas, pero completamente intacto. Willy probablemente lo mantuvo bien resguardado hasta decidirse por enseñarle, y entonces comenzó a leer.

No le tomó mucho tiempo hacerlo, no cuando las palabras de confirmación eran tan claras y le miraron de vuelta en cuanto puso sus ojos encima de las letras. Era fácil distinguirlas porque era obvio que Serena buscaba una reacción cuando las escribió. Serena era así, siempre; provocativa y encantadora, como la serpiente de las viejas escrituras.

Además, Lara había estado esperando por esa carta cerca de una semana. Era lo justo que la mujer fuera al punto tan concisamente como pudiera, elegante como siempre, con palabras endulzadas que te hacían sentir vértigo si pasabas mucho tiempo leyéndolas, o peor, escuchándolas.

—Serena aceptó comprometerse con Félix —le dijo su hermano, como si la mirada de Lara no se hubiera quedado petrificada encima de las palabras en la carta que lo confirmaban—. Me comunicaré con el presidente más tarde para coordinar un anuncio, aunque viendo cómo están las cosas ahora mismo, eso tendrá que aguardar.

Lara asintió, el pecho latiéndole con furia. ¿Qué tan repentina era esta situación que incluso su corazón parecía impaciente por ello?

Algo le dijo que no era impaciencia por la que el pecho le latía del modo en el que lo hacía, si no culpa. ¿Pero culpa de qué? Félix había aceptado esto en sus términos, sabiendo lo que le aguardaba si decidía escoger a Serena. Esta era su decisión incluso si no tuvo ninguna otra opción.

Félix había querido esto. ¿Por qué? ¿Qué tenía Serena que no tuviera alguna otra mujer aquí en Marley, o allá en Paradis? Recordó la noche en aquella fiesta y, en lugar de latir acelerado, se le encogió el corazón. Había un hombre que aguardaba por él allá en su hogar, tan pequeña la isla, y aun así Félix buscaba volver.

Recordaba aquella noche en esa fiesta en la que hablaron pegados al muro, queriéndose ocultar del resto de personas presentes. Mientras daban vueltas en la pista de baile, se puso a pensar en el tipo de hombre que enamoraría a alguien como Félix, los atributos del sujeto.

La única persona que lo haría considerar casarse sin tener que forzarse a sí mismo a hacerlo. ¿Quién sería tan espectacular como para lograr tal cosa? Y si era su comandante de la Legión de Reconocimiento, debería ser un hombre capaz de cuidar de sí mismo, si logró llegar a tan alto puesto, lo que podía equivaler a fuerza, carácter, con una mente aguda y bien informada, un estratega, si los informes de Reiner Braun eran algo con lo que guiarse, y a lo qué creerle.

¿Castaño, quizás? Porco Galliard lo era, y Félix lo miraba de manera especial. Dudoso, sí, pero especial a final de cuentas, de ese tipo de especial que te calentaba el pecho cuando te dabas cuenta de que había alguien allá afuera dispuesto a mirarte de tal manera. Lo imaginaba con ojos azules, por cierto motivo del que no estaba del todo segura. Fornido, alto, atractivo. Alguien con presencia.

¿Félix seguiría amándolo incluso aunque se casara con Serena? ¿O existía alguna posibilidad de que nacieran sentimientos reales entre ellos, una vez decidieran sellar la unión de manera oficial? Tantas posibilidades, y Lara no estaba segura de que alguna terminara de dejarlo satisfecho.

Está muerto, recordó que le dijo, ha muerto tantas veces ya cada vez que me atrevo a amarlo, no me sorprendería que esta vez fuera igual. Lo había dicho con el tipo de mirada en sus ojos, esa que a veces conseguía verle por las noches antes de dormir.

—Se lo haré saber al señor Wright de inmediato, quizás haya alguna posibilidad de que sea sacado del escuadrón de los Guerreros y lo podamos mantener a salvo aquí, con nosotros.

Lara respingó repentinamente y miró a Willy, aturdida.

—¿Quieres… que permanezca aquí?

—No será ideal para el comandante Magath, pero lo será para nosotros. Asegurar la alianza con Stroavania es lo más importante para nuestro futuro.

—… ¿Félix forma parte de el?

—Por supuesto —su hermano la miró con una sonrisa—. Es él quien nos va a abrir las puertas hacia la familia presidencial, y asegurará la supervivencia de Marley durante muchas generaciones.

Willy dio vuelta al escritorio y corrió la silla hacia atrás, dejándose caer en ella con pesadez. No se imaginaba entonces, la mueca en el rostro de su hermano bien disfrazada con una deslumbrante sonrisa.

—Hiciste bien en convencerlo —murmuró Willy de repente—. Buen trabajo, Lara.

Ah, eso no es lo que ella quería escuchar.

Le tembló el labio, pero Lara se aseguró de borrarse del rostro la repentina inseguridad que se le enconó en el estómago. No iba a servirle de nada que hablara ahora y le dijera a Willy que se olvidara de ese absurdo plan, y además, no tenía razón para hacerlo. ¿Qué era la felicidad de un chico cuando lo contrario iba a traerle paz a esta nación que ellos juraron salvaguardar? Félix era un Ackerman, y los Ackerman en los mitos siempre estaban listos para darlo todo de sí siempre que significara la victoria, y esto iba a dárselas.

Serena iba a tratarlo bien. La mujer era una víbora, no un monstruo, y Stroavania era una nación sumamente preciosa que no le cabía duda de que Félix iba a amar el lugar.

Apretó sus puños. Sí, sí, obviamente. Obviamente las cosas iban a estar bien. Serena era una mujer preciosa que siempre conseguía lo que quería, una reina sin corona, y Félix era un Ackerman de las leyendas de antes, no había manera de que alguien de tal calibre fuese a ser desperdiciado.

Un Ackerman como él no podía ser desperdiciado en alguien que fuese tan poca cosa como una chica marleyana, o peor, una eldiana.

—Se… Se lo haré saber entonces a-

—A nadie —le cortó Willy de golpe, deteniéndola en sus pasos. Lara se volteó de prisa hacia él, exaltada—. No, se lo diremos al señor Wright y confiaremos en que el comandante Magath no dirá nada antes de tiempo, o mejor aún, simplemente le haremos saber que sus heridas son muy severas y haremos que sea dado de baja con honores.

Lara le miró confundida.

—¿Dado de baja…? Willy, ¿por qué? Comprendo eso, pero ¿no dar un anuncio como tal? Muchos de los otros líderes allá afuera probablemente estén preguntándose cuándo podrán comenzar a… La familia Ackerman…

Su hermano únicamente la miraba, tenía los ojos serios y el rostro tenso. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas.

—…Tener a Serena de nuestro lado durante un conflicto activo de tal magnitud podría dejarles ver al resto-

—Que dependeremos de ella lo suficiente para que su presencia sea la que le ponga un fin a esta guerra —Willy se enderezó, su voz igual de tensa, un poco más difícil de interpretar, pero no le cabía duda de que cierto resentimiento hervía por debajo del tono complacido—. Lo cual no podemos permitir. Nosotros… No podemos, Lara. Marley debe ponerle fin a esta guerra con sus propias fuerzas para que el resto de las naciones vean que no hay motivos para dudar de ella. Nuestros fracasos del pasado ya nos han costado tanto que no podemos permitir que eso vuelva a suceder.

Lara quería objetar, pero sabía que no había gran razón para hacerlo. La decisión estaba fuera de sus manos, de las de Willy. Lo había estado por tanto tiempo que a veces olvidaba que ellos podrían ponerle un alto a todo eso, y aun así no lo harían.

—¿Entonces…?

Willy suspiró.

—Lo haremos tal como dije, y esperaremos que algo surja de ello. Podremos negociar con Magath, estoy seguro de ello, y si no, simplemente se lo ordenaremos como tal, deja de preocuparte tanto por él.

Lara quería negarse, pero se mordió la lengua y asintió, tan obediente como siempre.

—Bien. ¿Requieres mi ayuda en alguna otra cosa?

—No, eres libre de irte —Willy miró hacia los lados, a la ausencia de sus sofás y los libros faltantes—. Aún tengo un par de cosas por resolver antes de terminar aquí. Puedes retirarte.

Le siguió el silencio de un suspiro y cómo este era abarcado por el movimiento de más hojas. La carta de Serena la llevaba arrugada en su puño, y se la iba a mostrar a Félix porque él merecía saber lo que ya había sido decidido. El chico probablemente no se molestaría, no cuando él mismo accedió a ello, pero… Bueno, Lara sí tenía una consciencia después de todo.

La puerta hacia la terraza estaba abierta de par en par y fuera escuchó las risas de los niños. Alois y Bruno corrían alrededor de la manta en donde Félix y Fine estaban sentados, riéndose a carcajadas del bordado que el Ackerman llevaba toda la mañana haciendo.

Lara se detuvo en el umbral y los observó.

Había pasado tiempo. Meses. Casi un año. El cabello se le curveaba gentilmente alrededor de las orejas, a pesar de que las puntas se le terminaron quemando un poco cuando el calor de la bomba le estalló tan cerca. Un lado del peinado estaba disparejo ya que tuvieron que cortarlo para poder curar la herida en el rostro junto a la quemadura. Era un poco peculiar. Lara ya le había visto las otras cicatrices también, las que tenía en el resto del cuerpo; que se envolvían alrededor de sus dedos de la mano izquierda y un par en el cuello y los hombros, aunque esas no eran severas y tampoco las notarías a menos que estuvieras buscándolas a propósito.

Lara tildó un poco el rostro, curiosa. Había ocasiones en las que se preguntaba cómo fue que ocurrió, y por qué.

Félix no parecía ser el tipo de hombre que se arriesgaba por otros. Le latía el corazón a prisa, lo escuchaba por las noches cuando despabilaba un poco y se encontraba recostada en su hombro, su oreja pegada a su piel. Muy a prisa, a decir verdad, pero aun así no se veía como el tipo de persona que lo arriesgaría todo para salvar a alguien más.

—Oh, hey. Volviste.

La mujer parpadeó, sorprendida, y su visión se aclaró a la sonrisa de Félix y los ojos verdes brillantes.

—S-Sí, lo lamento, estaba pensando en otro asunto. ¿Necesitabas algo?

—Nah, pero Fine y yo vamos a ir a tomar nuestras clases. ¿Cuidas a los niños, por fis?

Lara rio. Como si fuese a negarse.

—Mhm, vayan sin cuidado. Yo me hago cargo de ellos.

—¡Okay!

Félix se levantó de un salto y los niños lo imitaron, saltando en sus lugares y luego estallando en carcajadas. El chico sonreía.

—¡Muy bien! Ahora quédense aquí con su tía Lara y Fine y yo huiremos, ¿de acuerdo?

—¡Hey! —Fine lo codeó, y ya que la niña era baja de estatura y Félix parecía más alto con cada nuevo amanecer, el codo aterrizó cerca de su cadera—. No digas eso frente a ellos,

—Ow, eso me dolió.

Bruno fue el que se les acercó primero, envolviendo sus brazos alrededor de una pierna de Félix, Alois imitándolo con la otra.

—¡Pero yo quiero jugar contigo, Félix!

—¡Además dijiste que me enseñarías a pelear como un Ackerman!

Fine enrojeció de golpe.

—¡N-Niños! ¡No se agarren así de él! ¡Tía Lara!

Ella suspiró, y se apresuró en ir a ellos y alejarlos gentilmente de Félix.

—Descuiden, él vendrá más tarde y podremos jugar todos juntos ¿sí? —miró a cada uno de ellos, con sus pucheros, y luego miró a Félix—. Diles que vendrás más tarde.

—Uh… Sí, supongo. Jugaremos a las escondidas y así.

Era fácil esto. La dinámica entre ellos era fácil.

Lara encontraba cierto confort en ese sentimiento hogareño que le llenaba el pecho cuando veía a su familia toda junta, a los niños colgándose de los brazos de Félix y Fine pretendiendo que algo así no le interesaba. Willy se les unía más seguido ahora, buscando distraerse de los asuntos que lo agobiaban. Y las cosas eran fáciles.

Observó a Fine y a Félix retirarse de la terraza, viéndolos pelear entre sí como si fuesen hermanos de toda la vida.

—…garme en mi bañera suena mejor.

—¡Hey! ¿Qué fue lo que dijimos acerca de comentarios suicidas?

Félix se echó a reír. Bastó para hacerle olvidar momentáneamente la carta que aún sostenía en su mano, y se decidió a dársela más tarde. No había razón para sacarle la sonrisa en esos momentos.

Se le vino a la mente otra vez esa noche en el baile, mientras daban vueltas bajo las luces en la pista de baile. Félix había tenido un tipo de expresión distinta en el rostro, como si estuviera pensando en algo sumamente importante, pero le dolía hacerlo al mismo tiempo. Divagaba, así como le gustaba hacer cuando se ponía a leer y su mente poco a poco se iba hacia otros lugares que no fuesen las letras en los libros.

Ojalá lo esté, le susurró el viento, el que había estado soplando aquella tarde sentados en esa misma terraza, cuando le dijo que Erwin Smith había muerto, todo sería más fácil si lo estuviera.

Pero te dolería, fue la respuesta de ella. Luego Félix se removió en su regazo.

Sí, dolería. Pero dolerá más si no lo está y no puedo estar con él, si no podemos estar juntos, le murmuró entonces, su mentón apoyado sobre las piernas de ella. Los mechones oscuros le cayeron por el rostro, desordenados, y cubrieron la cicatriz y el verde en sus ojos. ¿No crees que es lo justo? ¿Qué me duela su partida, y no el hecho de que está aquí, pero no puedo estar con él nunca más? ¿Qué preferirías tú?

Lara podría haberle respondido. Tenía una respuesta, lo que le sorprendía, porque usualmente el nudo en su estómago no la dejaba hablar mucho de lo que ella querría, a quiénes querría. Félix probablemente estaba al tanto de ello porque era un chico inteligente y bastante astuto y en ocasiones, se sentía como si la conociera de toda una vida que ninguno de los dos había vivido todavía.

—Oh, Lara, por cierto, uh…

Ella se volvió, parpadeando lentamente para aclarar su mirada, y vio a Félix de pie en la puerta nuevamente, con Fine metida bajo su brazo y aplastada en su costado. La pequeña niña rubia llevaba un puchero en la boca.

—¿Sí?

—¿Te parece si cenamos juntos? Todos juntos, quiero decir —le dijo, señalando a los niños y luego haciendo un círculo con su dedo en el aire—. Los monstruitos incluidos.

Cálida, Lara inclinó levemente el rostro y sonrió.

—…Suena bien.

Félix alzó ambos pulgares, y luego la sonrisa se le borró de golpe cuando Fine le encajó el codo en las costillas.

—¡Ow, ow, ow! ¡No hagas eso, niña!

—¡Deja de decirle monstruitos a mis hermanos!

—¡Pero sí es de cariño!

Lara los vio desaparecer en el interior de la casa entre carcajadas, la respuesta de la niña perdida entre el son de la risa del Ackerman y los reclamos de la pequeña, y ella sintió con brevedad que el pecho le hervía de cariño. La carta entre sus manos se deslizó hacia el suelo, olvidada con facilidad. Aquella risa era muy linda.

Ojalá Félix fuese así de feliz todo el tiempo.

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Trost y su bullicio era algo a lo que Kenny todavía debía acostumbrarse, aunque la verdad es que le gustaba más de noche, cuando las calles estaban menos transitadas. Como fuese, ese día no estaba ahí para deambular alrededor del distrito, pero sí estaba ahí para ir al cuartel militar y para poder recoger algo que Historia necesitaba del cejón de Erwin.

Técnicamente él también lo necesitaba porque avalaría lo que ya le había dicho a la rubia acerca de Shiganshina y le daría más credibilidad a su propuesta, pero que hacer esto con Erwin no le gustaba del todo. Todavía existía cierta… Fricción, entre ellos, cada vez que se veían las caras.

La única cosa entendible y que era más o menos de conocimiento universal es que Kenny no era amigo suyo. A veces le costaba aceptar que había ciertas personas a las que sí llegaba a tolerar, cómo Historia y Ymir, los chicos de Levi incluso. Eren, tal vez, aunque rara vez convivieran estos últimos meses.

El resto de ellos... Era fácil descartarlos. Olvidarlos, quizá. Incluso los nobles, los capitanes, el resto de los comandantes. Sus presencias a veces se diluían en ruido blanco tras su espalda cuando se daba la vuelta y los perdía de vista.

Erwin Smith era ese caso en particular que volvía de vez en cuando, al que se replanteaba más seguido que no. Kenny no le guardaba ningún cariño, y cuando Ymir se ponía con sus estupideces de decir cualquier cosa que se le viniera a la cabeza —como aquella vez que ella y Petra jugaron al: me caso con, mato a y me acuesto con—, ella también se volvía una simple vocecita en su oído que tarareaba tontería y media y a la que no le prestaba atención porque no había necesidad de hacerlo.

Le ocurría así a veces, más seguido de lo que le gustaría admitir.

Erwin a veces estaba ahí y a veces no, igual que Levi. Mikasa era un poquito más nítida, presente y tangible. Cada vez que la chica se presentaba en casa de los Reiss, diciéndole estoicamente que Talisa la había invitado a cenar, cada vez que se quedaba a dormir y la veía por las mañanas en la cocina junto a la madre de Félix ayudándole a preparar el desayuno. Talisa estaba enseñándole a cocinar, decía ella, como si Kenny hubiese preguntado.

Pero, bueno, la voz de ella también comenzaba a tomar sentido.

Kenny pausó una vez llegó arriba, notando que los pasillos del cuartel se vaciaban cuando llegabas a los pisos superiores y el ruido parecía quedarse cerca del patio principal, algo que él envidiaba mucho porque sinceramente, en el Tribunal no siempre parecía ser así. Lo único bueno de pasar tanto tiempo en Mitras es que por allá no había ningún Levi que fuera a aparecérsele de la nada y exigirle respuestas que él todavía no estaba preparado para responderle.

Tampoco era bueno porque ahora incluso Talisa sabía que él apenas y le dirigía la palabra a Levi, y la mujer se había empecinado en obligarlo a sentarse con el enano y charlar. Como si él fuese a hacerlo.

Con un gruñido, Kenny se detuvo frente a la puerta y largó un suspiro, sus nudillos raspando contra la madera a duras penas. Hubo un breve silencio al otro lado y luego una fuerte voz dándole permiso para entrar, y de ser sincero, sí lo dudó un segundo antes de hacerlo.

Pero terminó abriéndola de cualquier manera porque cobarde no era y menos con este tipo. La habitación que lo recibió al otro lado se sentía un poco fría, a pesar de que parecía que le daba el sol por parte de la tarde, como ahora, y una parte del muro contrario estaba tapizado en libreros, y había un par de tomos regados por ahí en el suelo. Erwin estaba sentado tras el escritorio, y alzó un poco la cabeza hacia él cuando lo vio ingresar, sus ojos pintándose con algo de asombro.

Kenny alzó su mano a manera de saludo.

—Yo, Cejas. Todavía por aquí, ¿uh?

El rubio parpadeó al mirarlo, sorprendido.

—Bueno... Sí. Es mi oficina, Kenny.

Erwin sonrió con indulgencia, la expresión más usual en él que Kenny había tenido el infortunio de verle con más frecuencia estos últimos meses.

—Sí, sí, cómo sea —dejó la puerta cerrarse a sus espaldas con un quedo sonido, y luego de eso fueron sus zancadas las que llenaron el silencio de la habitación—. Historia me envió para darte estos papeles. También dijo que ibas a entregarme algo de vuelta, así que...

—¿Y te mandó a ti? Qué sorpresa.

—Hmm, Ymir está ocupada con otras cosas y la Policía Militar todavía mengua en números, así que...

—Te envió a ti. ¿Quién se quedó con ella?

—Nicolás.

—Ah —Erwin asintió—. Tu nuevo recluta.

—Tch, nah. Todavía está reacio a dejar a Nile, dice que tiene mejor cabida con ellos que conmigo, lo que sea que eso signifique.

—Quizás sea esa reputación que te cargas tu, ¿no lo crees?

—Tal vez. No lo culparía, a decir verdad.

—Mhm —el rubio le miró de arriba abajo—. Puede ser también que no se sienta preparado para lo que ustedes hacen. Después de todo, hay cierta distinción de tareas entre los dos. Tu cuidas a la reina, y la Policía Militar tiene trabajos un tanto…

Kenny sonrió como un lobo.

—Menos importantes. Puedes decirlo, Cejas, tu amigo Nile no está aquí para escucharte.

Kenny dejó caer los papeles que cargaba consigo sobre el escritorio, encima de todo el desorden que el rubio ya tenía por enfrente. Erwin tildó la cabeza y lo observó mientras tomaba asiento frente a él, su brazo extendido sobre el reposabrazos y sus piernas estiradas, la desfachatez traída a la vida en tan simples gestos.

No le sorprendía ni un poco.

—No creo que a Nile le interese mucho. Hace ya un tiempo que no parece darle importancia a lo que alguno de nosotros le diga.

—¿Te refieres a mi o a ti?

—Ambos.

Kenny rio socarrón, el sonido entre irritante por la burla que cargaba en el y extrañamente refrescante, por la obvia sinceridad que lo abarcaba.

—Ah, el viejo Nile —expresó, tirando la cabeza hacia atrás contra el respaldo de la silla—. Siempre tan... Obstinado.

Ver a Kenny sin sombrero era raro. No que Erwin supiera exactamente por qué, pero tenía la sensación de que algo, cada vez que el hombre movía la cabeza, le hacía falta a tope de ella. Era tan extraño de explicar y no sabía por qué si quiera se sentía así. Eso y que Pixis lo trajera a tema de conversación cada vez que esos dos se veían suponía que era excusa suficiente para darle si quiera un pensamiento por semana.

Erwin suspiró, y sacudió la cabeza para deshacerse de pensamientos innecesarios.

—¿Tuviste un buen viaje hacia acá?

—Hace un calor de la mierda, así que no —le dijo el otro sin miramientos, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo han estado las cosas por acá? No he tenido mucho tiempo de ponerme al corriente con tus reportes.

—Todo ha estado bien, muy tranquilo. Supongo que allá no.

—Hm. Todavía estamos haciendo algo de limpieza, y Historia y Zackley siguen viendo qué tan profunda está la corrupción en la Policía Militar y sus aliados más allegados.

—¿Tanto así?

—Por cada imbécil de la Policía que sacamos, dos más caen con él —el Ackerman se restregó el rostro con sus manos—. A este paso, las prisiones que tenemos disponibles van a colapsar antes de que saquemos toda la basura pendiente.

—¿No han encontrado solución para eso todavía?

—Ymir tuvo un par de sugerencias...

—¿Oh?

—Pero la chica tiene como sesenta años y está medio traumada, así que no es muy inteligente escucharla. Así que no, pero.

Y allí pausó, mirándole con cierto tipo de mirada que tenía a Erwin alzando las cejas para invitarlo a continuar.

—¿Recuerdas lo que hablamos ese día en Shiganshina? ¿Que sería una estupidez volver a repoblarla?

Erwin había pasado incontables noches sumergido en sus recuerdos de ese día, la noche anterior y la anterior a esa. Demasiado tiempo como para no tener memorizado cada instante antes y después de su llegada, lo que se dijo y lo que se hizo, lo que se perdió. Había muchas más instancias en las qué pensar, y un poco más de… Frustración, supuso, respecto a otros sucesos.

Kenny parecía saberlo, también. Era ese tipo de verdad que nadie se atrevía a decir en voz alta, pero cada segundo de cada minuto de cada hora servía como un recordatorio.

—Le planteé la idea de que sería mejor dejarla tal cual y usar el espacio para otra cosa. Una base militar suena mejor que volver a meter personas ahí.

—¿Y qué fue lo que dijo?

—Que lo tendría en cuenta, aunque dice que necesitamos presentar un fuerte caso frente a los otros para que sea aprobado. Ya mandó sacar los planos del distrito para poder tener una idea más acertada del lugar y el espacio con el que contamos. Son algo viejos y no completamente de fiar, pero algo es algo.

—Mhm... El Ejecutor de Hange sigue funcionando muy bien, y los grupos que hemos enviado al otro lado del muro reportan menos avistamientos de titanes en el territorio. Si seguimos a este paso, es probable que logremos avanzar con más certeza hacia los distritos de María.

El Ackerman negó.

—El primer objetivo debería ser limpiar el distrito. Tenemos la suficiente mano de obra para poder hacerlo, y ya después tú y tu gente podrán continuar cazando fantasías.

—¿Es una fantasía si se tiene testimonio de que algo como tal existe? —Erwin hizo un gesto hacia él, a la placa que portaba el patriarca de los Ackerman que no era ni las alas ni el unicornio ni la rosa—. La prueba de ello está en tu escuadrón.

Kenny chasqueó la lengua.

—No me voy a poner a discutir contigo lo que Ymir dijo. Sería una pérdida de tiempo meternos en eso ahora mismo.

—¿En verdad crees eso, o es porque sabes que no tienes argumentos para refutarlo?

—Ugh, cómo sea. Historia ya está al tanto de eso, así que lo que necesitamos ahora es tener más o menos un plan sobre cómo podríamos lograrlo y los recursos necesarios, así que, uh... Supongo que deberíamos trabajar en ello.

Erwin lo miró como si estuviese hablando otro idioma, lo que probablemente estaba haciendo. ¿Qué podía esperar luego de que todas las interacciones con el Comandante se volvieran agrias cada vez que algo se salía de control? A Kenny no le caía bien, y Erwin definitivamente no le guardaba ni una pizca de cariño, quizá respeto en cierta medida, pero no mucho que pasara de ello.

Trataba de llevarse bien con él, por el bien de Félix y el suyo, porque a final de cuentas iban a tener que interactuar y verse las caras y trabajar juntos, así que lo mejor era llevar la fiesta en paz y no innecesariamente cargada con sentimientos negativos. Erwin sabía eso, lo entendía muy bien.

Es solo que a veces era complicado porque a Kenny le gustaba complicarlo.

Erwin se echó hacia atrás en su silla y cruzó los brazos, mirándole serenamente con esos ojos azules que Kenny había considerado sacarle, en alguna ocasión, meses atrás. Quizás aún, si se le daba la oportunidad, obviamente. No estaba como para ir por ahí buscando problemas.

—...Muy bien. Tengo un par de sugerencias en las que he estado trabajando durante mi tiempo libre. Supuse que sería mejor adelantarnos en algo a esperar a que el tiempo llegue. ¿Aún planean usar a los miembros de la Policía Militar encarcelados?

—Mjm, es eso o Historia finalmente les dará sus sentencias, y como nuestras celdas no son lo suficientemente grandes para poder meter a todos... Tienen pocas opciones.

—Enfrentarte a tu muerte es una muy buena manera de poner un par de cosas en perspectiva. ¿Quieres que te dé los papeles en donde tengo eso anotado?

—Meh, sí quieres. Seguramente la reina va a discutirlo primero con Zackley, ya sabes, así que puede que tome un tiempo que toquemos el tema con seriedad.

Erwin sabía muy bien a lo que se refería. Esa furtiva mirada que le tiró encima como si quisiera advertirle de ello era más que suficiente para hacerle saber de qué lado se encontraba el hombre, a pesar de que no hubiera lados, o de que no tuviera que haber en un principio, y Kenny solo estaba diciéndolo de la forma en la que lo hacía para ocasionar problemas.

El Ackerman se abstuvo de chasquear la lengua con el mismo desdén que chorreaban sus palabras últimamente y se ocupó en ver al hombre hojear entre un par de papeles sueltos y unos cuadernillos que tenía acomodados en un costado del escritorio.

—Zackley es la mano derecha de la reina —dijo rubio con lentitud—. Y Historia aún es joven, es entendible que busque quién le dé consejo con más experiencia que ella.

Lo vio rodar los ojos y apretar la mandíbula, como si estuviese conteniéndose de decir lo que realmente quería. Era extraño ver tal expresión en él.

—Yo solo digo que confía mucho en él, y se apoya aún más. Ella es la reina, no tiene que dejar que Zackley lo apruebe todo antes de que ella lo haga.

—De nuevo, Historia tiene dieciséis años. Lleva menos de un año como reina y le va a tomar un poco más de tiempo poder ajustarse —dijo, frunciendo levemente el ceño—. Si necesita apoyarse en alguien más para poder navegar su nuevo rol, puede hacerlo.

Ya. Kenny no le estaba reclamando eso. Lo que él le reclamaba era la necesidad de que fuera el anciano de Zackley el que tuviera que darle el visto bueno a cada propuesta hecha antes de que Historia misma las aprobara. Esa dependencia es la que él quería reclamarle, de la que menos se fiaba. Si Historia se volvía demasiado hacia el viejo decrépito y terminaba enganchada en esa codependencia incluso una vez se hubiera ajustado a su rol como gobernante, habría muy poco lugar para darle cabida a las voces de otros si Zackley era necesario para poder aprobarla. Iba a volverse un mal hábito que podría costarle a largo camino.

Existía un Consejo por cierto motivo, para que todos pudiesen dar sus puntos de vista y aportar sugerencias, para que pudieran ver por el bien del pueblo, y la decisión ultimadamente quedaría en manos de los reyes. Zackley no pintaba nada metiéndose ahí.

—¿Tu problema es realmente con Zackley, o tienes alguna otra preocupación en mente?

Erwin lo miraba con la misma serenidad que antes, sus ojos azules ligeramente oscurecidos. También le hablaba con ese tono de voz que le irritaba porque sí, comprendía que quizás cuestionar los motivos del Comandante en Jefe para con su reina no era una buena idea, especialmente sí involucraba poner en duda a Historia misma, pero alguien tenía que ser la voz de la razón por aquí si buscaban superarse a sí mismos y poner en marcha los planes para poder fortificar la isla y a su gobierno, y a su gente, obviamente.

Todo eso que el chico había escrito en ese diario donde relataba cada sueño que llegaba a tener lo perseguía a él —Kenny— en sueños, y a Historia la ponía aún más nerviosa —motivo por el que siempre buscaba segundas opiniones en Zackley, porque leer lo que existía en un futuro que ya no era más le pondría los pelos de punta incluso a Erwin, si el hombre supiera de la existencia de dicho diario—, así que honestamente Kenny se preocupaba, diablos.

Félix no estaba aquí para hacerlo así que era su trabajo ahora, así como se lo había encargado el propio rey.

—...No me gusta la idea de que sea dependiente en alguien más —admitió finalmente, siendo ese trozo de verdad que de vez en cuando se veía obligado a compartir—. ¿Qué crees que pase una vez crucemos el océano y podamos traer a Félix de vuelta, uh?

Erwin pareció tomar un profundo respiro.

—Eso va a tomarnos tiempo, Kenny. Y Félix no está aquí para guiar a Historia como lo hizo durante los primeros meses. Si quiere buscar apoyo en Zackley-

—El problema es que ese apoyo puede volverse nocivo para ella. Puede obstaculizar su crecimiento en el papel de la reina que Paradis necesita en ausencia de su rey.

Una de las cejas de Erwin se arqueó.

—¿Te preocupa que Zackley rechace a Félix, entonces?

—No.

No habría nadie capaz de hacerlo de cualquier manera.

Zackley era un viejo decrépito con un cargo militar que sobrepasaba el del resto de los comandantes pero que no podría llegar a tocar el que Félix ocuparía una vez volviera a Paradis. Él y Historia eran un solo poder, tal como ella llegó a decirlo en su momento.

Era la idea de que Zackley influenciara a Historia de otras maneras la que lo tenía siempre al pendiente de lo que ellos dos discutieran cuando estaban en su presencia.

Historia lo tenía presente a cada momento, porque ella decía que también valoraba su opinión, pero la tomaba en menor cuenta que la de Zackley, así que estaba enterado de las cosas que la reina quería que supiera, y aun así no era suficiente. Historia había sido la que estuvo detrás de las condenas de los nobles destituidos y sus subsecuentes ejecuciones, fue la que sugirió los orfanatos para los niños que vivían en la ciudad subterránea, la que le planteó la idea de que Hange tuviera un equipo científico propio que se desligara de la Legión de Reconocimiento para no entorpecer ni enlazar sus tareas y objetivos cuando no necesitaran estarlo.

La chica iba bien, podía hacerlo. Félix le había dado ese empujoncito necesario para poder tomar el papel más en serio y con mucha más fuerza, y Historia estaba lentamente adueñándose de él. Eso era lo que necesitaban, esa Historia que podía tomar las riendas de la situación y mantenerla estable por el tiempo que fuese necesario.

Zackley era, en su opinión, el tipo de parásito que no podían dejar que se adhiriera demasiado o después sería complicado deshacerse de él.

—¿Entonces? ¿Te preocupa el alcance que pueda tener la voz de Zackley porque la tuya no lo tiene? —el rubio imbécil se encogió de hombros sin sacarle la vista de encima—. Sin Félix aquí, tu solo eres el capitán de su guardia, no necesariamente su primera opción en cuanto a consejo se refiere.

Kenny apretó la mandíbula y sus dientes rechinaron entre sí, un brillo de irritación apareciendo en sus ojos que últimamente le había hecho falta. Erwin se palmeó a sí mismo en la espalda por haberlo traído de vuelta.

—¿De dónde mierda sacas esas ideas?

—Tu enfado con Zackley, tu desaprobación de la "dependencia" de Historia en él, tu renuencia a que continúe como Comandante en Jefe... Es una lista interesante, si me lo preguntas —dijo, medio burlón pero medio en serio——. Incluso Pixis comienza a preguntarse si quizás sea algo que debamos hablar entre todos.

—¿Y a Pixis qué carajos le importa?

—No podemos funcionar bien como un Consejo si tú hostilidad hacia Zackley siempre está presente de alguna u otra forma. Historia necesita nuestro apoyo, y el tuyo también, aunque no lo creas. ¿Has tratado de hablar acerca de esto con ella?

—No.

—Pues deberías hacerlo.

Kenny carcajeó.

—Oh, ya veo, vas a alentarme a que hable con ella sobre cómo me siento acerca de la situación, eh. Je —la risilla casi le puso los pelos de punta—. Ponte en línea, que no eres el primero en darme ese absurdo consejo de "expresar mis sentimientos".

Erwin se encogió de hombros y se inclinó hacia el frente sobre el escritorio para tomar los papeles que Kenny había ido ahí para entregar. Sus dedos danzaron en la orilla de las hojas con poco interés.

—Si eso resuelve cualquier sentimiento residual de resentimiento que tengas al haber sido dejado atrás, adelante. Eres lo suficiente capaz de saber lo que sientes realmente acerca de la situación, y quiero pensar que eres lo suficientemente maduro como para poder manejarla acorde.

Kenny podría haberle respondido con algo mucho más hiriente de haber querido. Si lo que sentía era resentimiento, pues bien, era una mierda, pero al menos podía verlo, es solo que aquí él no era el único entre todos ellos que se sentía igual luego de regresar de Shiganshina al montón de mierda que Historia les tiró encima al resto de los comandantes.

Petulante, se acomodó contra el respaldo y se cruzó de brazos, observando al rubio juguetear con la orilla de los papeles que sostenía, su mirada recorriendo lentamente el contenido de ellos.

—No soy el único resentido por aquí —murmuró casi entre dientes, mirando con fijeza al comandante—. Pero supongo que tú prefieres hablar de ese tipo de cosas con la madre de la persona a la que resientes, ¿uh?

—No le guardo resentimiento a Félix.

—Ah, perdóname, olvidé que tú amor por él es capaz de superar esa espinilla de rencor en ti. Una lástima que para él no fuera suficiente ¿no lo crees?

Los dedos de Erwin se apretaron sobre las hojas y el hombre miró fugazmente hacia arriba, a él. Fue momentánea la chispa de enojo en sus ojos, que luego se desvaneció al desviar la mirada de vuelta a los papeles.

Kenny sonrió.

—En fin, si ya dijimos lo que quisimos decir, sería mejor que-

—Ah.

Kenny se detuvo, sus manos apoyadas en los reposabrazos de la silla, curioso observando el hilillo de sangre que caía por la punta del dedo índice del hombre rubio. El color escarlata manchó el papel como si fuera tinta y otra gotita cayó hacia el escritorio, perfectamente redonda. La miró por unos segundos, en silencio, y luego miró hacia arriba y observó igual de atento cómo el vapor se dispersaba encima de la herida por unos segundos antes de que la piel volviera a cerrarse.

Ninguno de los dos dijo nada.

Pero Kenny no era tonto y no importase el tipo de candado bajo el que había sellado esos incontrolables sentimientos asfixiantes, no pudo evitar que la esencia de ellos resurgiera momentáneamente para hacerlos saber igual de hirientes que lo fueron en un principio.

Había una entrada en el diario de los Ackerman que Talisa les dio que hablaba muy vagamente acerca de cómo uno de sus ancestros perdió a alguien importante, cómo aquello lo llevó al borde de una locura indescriptible que se llevó su sanidad y la poca vida que le quedaba intacta.

Había otro fragmento en otro diario, en donde los sentimientos hacían eco a los de los Ackerman, pero esos no venían de un lugar de pérdida y desconsuelo. Félix rara vez hablaba con tales tonos. Él prefería la ira y ocasionalmente la desdicha, algo de nostalgia. Sobre todo si se trataba de Frieda, y en otras ocasiones, parecía mostrarse reacio a si quiera expresar una pizca de sentimiento.

Félix era un poco extraño, ahora que lo pensaba bien. Supuso que era lo que ocurría cuando estabas así de jodido como el chico parecía estarlo. Lo que escribía en esos diarios era… No todos podrían leerlo, y definitivamente no todos debían. El contenido en esas páginas…

Kenny podía entenderlo bien. A veces, cuando leía las palabras así en papel como el chico se las dio, casi las saboreaba.

Metálicas, como la sangre. Tal vez un poco saladas, también.

—Él también estará resentido contigo ¿sabes? Puedes decirte a ti mismo que la poca confianza que se tenía entre sí puede ser recuperada, y cuál sea la relación que quieran tener una vez vuelva de jugar al espía va a quedar en manos suyas, supongo, pero —pausó, preguntándose a dónde quería llegar. Si es que buscaba hacer un punto o simplemente darle a entender lo jodido que estaba—. ¿Cómo crees que reaccione a eso? Solo te quedan trece años, y él tendrá el resto de su vida.

Erwin lo miró.

A Kenny le habría gustado decir que supo interpretar lo que quería decir únicamente con sus ojos, pero él era de la creencia que eso a él no le importaba y lo que Erwin tuviera por decir tenía que ser únicamente para los oídos de Félix, no para los suyos.

—...Resolveré eso con él una vez vuelva —le respondió con firmeza, creyéndoselo.

Se le enterraron las uñas en la madera del reposabrazos, y la misma sensación de ver a la pequeña Frieda engullir a Uri le corrió por las venas.

Erwin le entregó los papeles que Historia necesitaba de la misma manera en la que él entregó los que debía darle, dejándolos caer enfrente suyo sobre el escritorio, el susurro de las hojas llenando el repentino silencio de la habitación.

Erwin no era amigo suyo. Y este problema entre ellos dos tampoco era de su incumbencia. Kenny no pintaba nada ahí, si Erwin quería irse al infierno o si Félix lo mandaba allá él mismo, los dos ya estaban lo suficiente grandes como para solucionar sus cosas por sí solos sin la necesidad de estar metiendo a otros en ellos.

Excepto. Excepto que Félix había odiado a Uri por quitarle a Frieda al darle el Titán Fundador en lugar de a él, y no temía decirlo, no temía ocultar esa ira, o demostrarla y hacérsela saber, decirle a la cara lo mucho que odiaba a su padre solo porque no lo escogió a él. (Nada le aseguraba que Félix habría amado a Uri de haberlo hecho, pero suponía que ese escenario traería consigo un tipo distinto de ira.)

Quizá fue así como comenzó. Estos estúpidos "ciclos", como él los llamaba. Porque Félix era un idiota que amaba demasiado y le costaba dejar ir a las personas que ya estaban lejos de su alcance.

—De un... Imbécil a otro, Erwin —dijo, tomando los papeles que el rubio le dio con precaución—. Félix es... Complicado. Fiel, un poco idiota, demasiado egoísta. Insoportable también.

Un nervio se le crispó al comandante en la mandíbula, y Erwin, con un suspiro, dejó lo que hacía para encararlo. El azul en sus ojos se oscureció un par de tonos y una burlona sonrisa amenazó con nacerle en la cara cuando se dio cuenta de ello. (Ah, cuánto le gustaba a Kenny ser una molestia, uh.)

Ese desinterés con el que se manejaba a sí mismo pocas veces quedaba intacto una vez que abandonaba una habitación, pero esta vez no hubo necesidad de fingirlo, o de tratar de usarlo como capa y escudo para deshacerse de una situación que no le apetecía.

No iba a servir con Erwin de cualquier manera, porque el rubio imbécil estaba tan hundido en lo que sentía por Félix que ya había dejado de negarlo, y Talisa lo estaba apoyando y Talisa lo había aceptado y ahora parecían ser mejores amigos que gustaban de tener té juntos y guardarse compañía como si fuesen los únicos que extrañaban al mocoso de Uri.

Kenny se enderezó y sostuvo las hojas con fuerza.

—Y puede que Talisa te haya dado la bienvenida a la familia y puede que creas que todo va a estar bien una vez vuelva, pero... No cuentes con ello —esos desafiantes zafiros lo siguieron en su camino hacia la puerta, lo vieron tomar el pomo y darle vuelta y abrirla—. ¿Quieres mí consejo?

Erwin respondió con una voz extrañamente serena.

—Soy todo oídos.

—Reza para que Félix te ame más de lo que te odiará una vez que se entere de eso.

Hizo una seña con su mentón hacia la gota de sangre descansando en el escritorio y Erwin ni siquiera parpadeó cuando se agachó hacia ella. Tal vez él ya había estado al tanto de ello, y tal vez, así como Kenny pasó múltiples noches sin poder dormir luego de que Uri le dijera la verdad sobre el Titán Fundador, el rubio idiota lo había hecho por igual.

No que lo culpara, obviamente. Kenny estaba lavándose las manos de esta situación entre el chico y su comandante e iba a quedarse fuera de cualquier situación futura, a menos que incluyera algo como Félix yéndosele a los golpes, porque podría, aunque no se veía realmente factible a suceder. Ah, mucho drama y muy poco interés, ¿en qué rayos estaba convirtiéndose su vida?

Se restregó la mano sobre el rostro, y se le ocurrió que quizás era él quien estaba siendo idiota. Félix era complicado, sí, y había momentos en los que Kenny realmente no lo entendía, pero el chico tampoco era del tipo que dejaba algo entrometerse en sus planes. El haber dejado Paradis con completa intención de servir de espía en Marley, a pesar de que Erwin iba a quedarse atrás, era muestra de ello.

Félix no era muy bueno en eso, pero él por lo menos sabía dejar sus sentimientos de lado si era por un bien mejor. Kenny estaba ahí con el propósito de adelantar sus planes de convertir a Shiganshina en algo que les fuera de utilidad, no en un absurdo distrito nuevamente. Nadie estaba perdiendo el tiempo que les quedaba haciendo tonterías como meterse en una pelea de orgullos o algo por el estilo, ¿por qué él sí?

¿Qué estaría haciendo el chico entonces? Lo mismo que él, probablemente, midiéndose el orgullo y poniéndose al tú por tú con alguien de mayor autoridad, pero no por algo tan bizarro como Kenny hacía. Nah, a Félix le gustaba tentar y desafiar a aquellos que no querían ser desafiados, y a Kenny también, pero esto era distinto.

Esto era muy distinto. Se le iba a romper el corazón al chico de cualquier manera una vez volviera, y no habría nada que Kenny pudiera hacer para evitarlo. Lo mejor en esos momentos era simplemente… No hacer nada. No involucrarse, no importase cuánto quisiera.

No había nada que él pudiera hacer ahora mismo, a decir verdad.

Riendo, dio media vuelta e ingresó de nuevo a la oficina del rubio, excepto que en lugar de sentarse se cruzó de brazos y lo miró fijamente. Erwin seguía en su sitio, aun mirándolo, tan tenso y tan serio que le dieron ganas de volver a reír solo para ver si la cambiaba la expresión o no.

Bueno, aquí iba su intento de hacer amigos.

—Escuché de Pixis que ya tienes fecha para volver a Shiganshina.

Erwin apretó sus labios por un segundo antes de responderle, su voz una nota más profunda.

—La tengo.

—¿Y eso cuándo es?

—Pronto.

—¿Qué tan pronto?

—…En un par de semanas, a lo mucho —dijo—. Todavía hay un par de detalles que tengo que checar, eso y que el reciente flujo de nuevos reclutas parece no detenerse.

Kenny arqueó una de sus cejas.

—Todos quieren formar parte de tu Legión ahora, uh.

—Eso parece, sí —con un resoplido, el rubio se inclinó contra el respaldo de su silla, estirando sus brazos hacia arriba hasta que se escuchó un ‘pop’ de su espalda—. ¿Necesitas algo más? Si no me equivoco, estabas por irte.

—Sí, bueno… —puso los papeles de vuelta en el escritorio y jaló de la silla hasta ponerla frente suyo para recargarse en el respaldo, sus brazos soportando su peso. Miraba atentamente al rubio, y él lo miraba de vuelta también—. Se supone que debo entregarle esto a Historia ahora mismo, pero… Si ya estamos tan cerca de alcanzar ese océano tuyo, supongo que debo darte más… Información.

Ese cuidado que Erwin le ponía a sus expresiones pareció aumentar nada más lo escuchó, el ceño frunciéndosele apenas.

Kenny podría no ser como Félix para conocer y tener catalogadas las expresiones del hombre, pero él reconocía curiosidad cuando la veía, y por mucho que tratara, Erwin siempre había sido muy bobo para esto. Recordaba haber leído los reportes de la muerte de su padre y el interrogatorio y sentir muy poco interés acerca de ello porque el señor Smith ya había estado pudriéndose en una tumba a la que se le borraría el nombre en un par de años.

Pero había sido brutal, y sangriento. Kenny no había estado acostumbrado a esas cosas porque, usualmente, si bien sí participaba en cosas de ese estilo, él prefería un acercamiento directo al problema sin tanta fanfarria.

La tortura no era lo suyo. Eso se lo dejaba a Caven y a Duran, antes, obviamente.

—Lo que te diga aquí es para tus oídos solamente, eh, rubio, así que nada de compartirlo con nadie. Ni siquiera con Hange —advirtió, porque si bien sería una buena idea que la mujer loca lo supiera, primero debían consultarlo con Historia. Primero debería consultarlo con ella de hecho, pero esta guerra no iba a ganarse guardando secretos y manteniendo todo esto en encubrimiento. Iba a saberse tarde o temprano y Kenny prefería que sus hombres trabajaran con la información necesaria para poder ganar—. El… Titán Fundador, digamos, tiene esta capacidad de… Dar vistazos en ciertos puntos del tiempo. Como, digamos, erh-

Erwin hizo un sonido con su garganta, como el de un ganso asfixiándose en un pedacito de pan que Kenny solía arrojarles al lago a pesar de que a Uri no le gustara que lo hiciera.

—Clarividencia —le interrumpió el otro, repentinamente tan interesado que incluso se había inclinado hacia él, rígido en su asiento—. Puede ver el futuro, ¿cierto? No, espera, por supuesto que puede, ¿por qué no lo habíamos pensado antes? De entre todo lo que dijeron ese día no lo había pensado antes, pero el Titán Fundador es una anomalía en sí, y aún desconocemos la mayoría de sus habilidades, puede que haya más de-

—Fascinante tu comentario rubio, sí, como sea. La cosa es, Cejas, que creo que entiendes lo que esto significa, ¿cierto?

Erwin parpadeó hacia él con lentitud, ese brillo en sus ojos tan antinatural como lo era en los de Félix, o cuando miraba a Uri y notaba la mirada lejana y esa particular chispa de caleidoscopio abarcando su iris. Le daba escalofríos.

—¿Eren les dijo algo?

Ah. Eren. ¿Qué mierda podría haberles dicho el chico que no supieran ya? Kenny lo había mandado directo a entrenar físicamente, tanto cuerpo humano como cuerpo titán, en caso de que se vieran enfrentados de nueva cuenta a Reiner y al tal Zack. También a la cosa que andaba a cuatro patas, si es que conseguía alguna manera de pelear puño a puño, pero nunca estaba de más.

Eren tenía prohibido intentarlo. Órdenes de Historia luego de que el chico lo intentara por su cuenta y terminara derramando un par de gotas de sangre. Por los ojos. Tal y como Félix había hecho todos esos meses atrás, y nadie quería que volviera a repetirse eso.

Tampoco podía ir y decirle todo, especialmente si no tenía permiso del que se veía directamente afectado por todo esto. Además, esa parecía ser otra conversación que ellos dos debían tener en privado, en donde los únicos presentes fuesen, bueno, ellos. Kenny no podía ir y quitarle eso de las manos a Félix. No sería… Justo, suponía.

—Lo confirmó nada más. Algo así. La cosa es que llegar al océano es importante. Recuperar Shiganshina, arreglar esa maldita puerta y conseguir llegar al borde de esta isla… Hay que hacerlo en el mismo día.

El rubio lo miró como si le hubiera crecido otra cabeza.

—En ¿En el mismo día? Digo, podríamos hacerlo, pero… No hay garantía de que lo logremos, tampoco la hay acerca de que al otro lado no haya nada aguardando por nosotros.

—Ya, pero-

—¿A qué viene todo esto? —Erwin lo observó con una ceja alzada, obviamente dudoso de sus intenciones—. Si te atreviste a decírmelo así nada más es porque algo quieres, me imagino. Así que… Sé directo, por favor.

Hah, diablos. Y aquí él que no quería ser tan brusco. Ya entendía más o menos de quién había aprendido Félix ese tono contundente suyo.

—Presentémosle a Historia y al resto del Consejo lo que tenemos acerca de Shiganshina. Tú y yo sabemos que no hay manera en la que podamos revivir algo que ya está muerto, pero se le puede dar otro uso, y Shiganshina serviría más como una base militar que un distrito poblado —tomó los papeles que ya le había dado y los empujó de vuelta hacia él. El rubio los miró por unos segundos y luego volvió a mirarlo, la gruesa ceja todavía arqueada—. Nuestras prisiones están a reventar, y todavía no terminamos de arrancar a todos los que la Policía Militar tenía en los bolsillos. A este paso, todos los idiotas allí atrapados serían capaces de poblar un distrito entero y nos sobraría espacio para más.

—¿Quieres que hagamos una prisión en Shiganshina?

—No. Quiero usarlos como mano de obra para sacar ese escombro del distrito y allanar el espacio para poder comenzar a construir algo que sea realmente útil —chasqueó la lengua, señalando los papeles—. Es el mejor punto de acceso de ida y venida. Una vez llegues al océano, ¿vas a detenerte ahí? O si alguien más lo hace aparte de nosotros, ¿por dónde crees que vengan ellos? Reiner no conoce el resto de los distritos en María, y dudo mucho que esas dos aberrantes cosas se molesten en entrar por algún otro lado. Vendrán por Shiganshina.

—Y si Shigansina vuelve a ser poblado como lo fue hace cinco años, quienquiera que viva allí se verá envuelto nuevamente en otro ataque. Usarlo como base militar nos permitiría una respuesta rápida con menos víctimas que sean civiles inocentes.

—Exacto. Sé que no es necesariamente de tu estilo, pero… —la venenosa mirada que le envió lo hizo sonreír—. Siempre hay una primera vez.

El atisbo de una sonrisa tiró con suavidad de sus labios, y el rubio volvió a tomar sus papeles para hojearlos y leerlos una vez más.

—Tenemos tres titanes capaces de derrumbar casas y cargar con escombros más rápido de lo que un humano podría hacerlo. ¿Para qué necesitaríamos a los prisioneros?

—El distrito es grande, tenemos tres titanes solamente y cientos de imbéciles aguardando su día del juicio.

—Entonces los usamos a ambos. Se duplica la mano de obra y la limpieza resultaría más rápida.

—Mhm, supongo.

Pero luego bajó los papeles para mirarlo directamente a los ojos, un indicio de algo acusatorio en los suyos.

—¿Cómo se relaciona lo que me dijiste acerca del Fundador con esto? Debes tener una buena excusa para contármelo, y esta no es.

Kenny se encogió de hombros y ladeó la vista hacia los libreros alineando los muros y los libros que estaban apilados a pies de ellos. A veces no se podía creer que aquí es en donde el idiota de Félix hubiera decidido pasar tanto tiempo voluntariamente, pero supuso que el estar enamorado le cegaba de maneras en las que él jamás comprendería. No es como si quisiera, pero sí llegaba a preguntarse cómo y por qué. Pura curiosidad.

—Van a volver. Lo sabes ¿cierto? No hay manera en la que nos dejen en paz luego de todo lo que hicieron, así que van a volver y no lo harán solos —hizo un vago gesto hacia el exterior—. Y no serán los únicos.

La expresión de Erwin cambió tan abruptamente que por un segundo Kenny pensó que se lo estaba imaginando. El Ackerman se inclinó tantito hacia el frente, todavía recargado en la silla, luciendo así de desquiciado con esa perturbadora mirada en sus ojos.

—Si conseguimos llegar al océano antes de que ellos decidan volver, entonces tendremos la ventaja de conocer el terreno y usarlo a nuestro favor. No podemos confiar ciegamente en lo que un puto titán nos diga, pero seguro que podemos usar cualquier información que nos proporcione, y si nos está diciendo que alguien más vendrá a tocar a nuestra puerta, ¿por qué esperar a que lo hagan? Vayamos nosotros a la suya.

Erwin se quedó callado largo rato. Todavía estaba leyendo sus propias palabras en esos mentados papeles que se suponía que él había ido a recoger, pero ahora las cosas cambiaban un poco y debía evaluarlo todo de nueva cuenta. El plan de Kenny tenía mérito y abordaba una realidad que quizás le sería difícil de contemplar al resto de los comandantes.

Por años, por cinco años, el objetivo siempre fue recuperar María para poder poblarla de nueva cuenta y volver a una estabilización tanto económica como social que les permitiera sobrevivir como ya lo habían hecho antes. Eso era lo que el resto de los comandantes en el Consejo propondrán, y aunque no estaba cien por ciento seguro de lo que los nobles querrían, suponer que buscarían sacar provecho de las nuevamente adquiridas tierras no parecía estar fuera de los parámetros. Pero Shiganshina era un esqueleto y sus huesos no serían capaces de alimentar otra ciudad, mucho menos de permitirles convertirse nuevamente en una.

Había demasiados fantasmas deambulando en ella como para que los vivos olvidaran que, en algún punto de su historia, aquel había sido el cementerio más grande dentro de los muros.

Erwin suspiró y bajó los papeles hasta dejarlos sobre su escritorio, y subió su mirada hacia la de Kenny. Los ojos grises se le clavaban encima con tanta fijeza que tuvo que recordarse a sí mismo que detrás de ellos solo había nervios conectados al cerebro y no la puerta hacia algo atroz que lo haría sufrir de pesadillas por la noche.

Cualquiera que hubiera sido el cambio de corazón que sufrió, le venía bien. Prefería enzarzarse en este tipo de conversaciones que se desviaran lejos de lo que Félix hizo y lo que haría una vez volviera. No necesitaba el recordatorio de que probablemente se enfrentarían a otro problema aún más grande que la distancia una vez estuvieran frente a frente nuevamente, y ciertamente, tampoco quería pensar en ello ahora mismo. Podrían resolverlo más tarde, como lo habían hecho antes. No había necesidad de torturarse con ello ahora mismo hasta que escuchara de la boca de Félix lo que realmente sentía, y solo entonces Erwin se permitiría si quiera el contemplar la idea de que cometió un error.

—Bien. ¿Volverás a Mitras ahora mismo?

—Hn. Solo voy a hablar con Mikasa por unos minutos y me pondré en marcha hacia allá. ¿Por qué?

¿Mikasa? Si había alguien con quien Kenny debía hablar, ese era Levi. Había solo mucho lo que Erwin podía soportar de sus amigos, y aunque usualmente era bueno haciéndolo, todos tenían un límite. Pero Mikasa también era una Ackerman y era la menor de ellos, de lo que él sabía, así que… Tal vez Kenny tenía buenas intenciones. Eran familia y todo eso y ella fue la que se le acercó primero para solicitar una reunión con el Ackerman mayor, así que…

—¿Por qué no la llevas contigo? —se escuchó a sí mismo decir, momentáneamente sorprendido con la repentina decisión de envolverse en los asuntos de ellos. Kenny le frunció el ceño—. Escuché que quiere entrenar contigo.

—¿Y me lo permitirías? —cuestionó, medio burlón—. Es uno de tus mejores scouts.

—Sí, y tú eres el capitán de la guardia de la reina. No eres tan bueno como Levi-

—Oi, ¿quién mierda crees que le enseñó sus trucos a ese enano, uh?

—…Pero si ella quiere ir contigo debe ser por algo. Quizás quiera tener alguna semblanza de familiaridad, o quizás solo busque entrenarse contigo, no lo sé, pero quiero que mis soldados se mantengan firmes con lo que está por venir, y si esto puede ayudarla, entonces está bien.

Kenny le miró en silencio, su ceja arqueada, una expresión de que no se lo creía del todo pintada en el rostro. Erwin se sintió satisfecho al saberlo sorprendido.

—Huh, quién lo habría dicho —murmuró por lo bajo, haciendo un gesto con sus manos y luego enderezándose. Erwin lo miró tranquilamente—. Como sea, le preguntaré si quiere venir y ya veremos de ahí. Talisa estará feliz de tenerla alrededor al menos, así que supongo que se gana y se pierde.

—De acuerdo. Reescribiré mi propuesta y quizás le haga un par de cambios a mis planes de la expedición. ¿Cuándo se reunirá el Consejo?

—En dos días, así que trae contigo tu cerebro y el resto de ti. Escuché de un pajarito que cierta persona en el lado de los nobles está encantada con tus brillantes ojos azules.

Erwin rodó dichos brillantes ojos azules.

—No estoy interesado, gracias.

—Je, eso ya lo sé —antes de irse, el Ackerman le miró por encima de su hombro con una mirada afilada en los ojos, el gris en ellos como si fuesen las cuchillas de sus equipos en un día soleado. La sonrisa lo topaba todo, porque era un gesto entre canibalesco y juguetón, el de un gato que consiguió comerse al canario y salirse con la suya—. A ti te gustan más altos, y con ojos verdes, ¿cierto?

Respingó, y la risa de Kenny hizo eco en el pasillo cuando salió de su estudio y se fue en busca de Mikasa. Ya a solas, dejó escapar una gran bocanada de aire y se dejó caer hacia atrás en su silla, su brazo yendo a cubrir sus ojos de la luz en el interior.

Ah, ¿así era como se sentía ganarse la aprobación de la familia del chico que le gustaba? Erwin no sabía si sería capaz de acostumbrarse a ello del todo.

━━━

El ominoso silencio que se cernía sobre ella era lo suficiente opresivo como para que Kiyomi recordara momentáneamente la primera vez que escuchó de boca de su abuelo lo que fue de la otrora poderosa familia Azumabito. Ese tipo de silencio que era demasiado quieto y muy pesado, una carga sobre sus hombros que aún no había estado segura de querer incluso entonces, mucho antes de que las piezas sobre el tablero se alinearan de tan perfecta manera.

Lo único que parecía romperlo era el tenue sonido de sus pisadas contra el piso alfombrado, que rebotaba contra las prístinas paredes que delineaban el pasillo por el que andaba, igual de largo y desolado que el resto de la casa parecía estarlo. Al menos tenía fotografías colgadas en ellas, un par solamente, y también había otros tantos de retratos colgando en ciertos sitios que simulaban ser importantes. Kiyomi no lo entendía muy bien, pero el orgullo de la familia de Serena se remontaba años atrás, tantos años que uno de ellos había conseguido arrodillarse frente al primer rey Fritz y rendir pleitesía ante él.

Ella, ligeramente curiosa y pretendiendo que admiraba el resto de las fotografías por las que ya había pasado, miró por encima de su hombro y observó a los hombres que andaban detrás suyo, erguidos e igual de silenciosos que un fantasma, con las endurecidas miradas puestas al frente. Solo sus presencias llenas de imponencia eran las que le dejaban saber que seguían a sus espaldas y que no planeaban dejarla fuera de su vista hasta que llegaran a donde se suponía que la anfitriona iba a recibirla. No que Kiyomi tuviera deseos de merodear alrededor de la propiedad, ni mucho menos de ir a husmear por ahí.

Ya tendría otras oportunidades, y sus ruiseñores no tardarían en hacerle saber lo que ocurría en el interior del territorio de Stroavania. Si Serena quería jugar el largo juego, Kiyomi estaba dispuesta a seguirle la corriente por el tiempo que fuese necesario.

Se le vino a la mente a otra persona allá afuera no tan dispuesta a ser un jugador complaciente, y el pensamiento logró sacarle una sonrisa.

Al frente suyo también caminaba alguien más, una mujer un poco más menuda e igual de orgullosa que la misma Serena, simplemente carente de todos los atributos que la rubia mujer embajadora de aquella nación parecía disfrutar. El corto cabello pelirrojo lo llevaba atado en una coleta alta y solo dos mechones le caían a cada costado del rostro, eso junto a sus gélidos ojos grises conseguían darle un aspecto intimidante. La mayoría de las mujeres que se asociaban íntimamente con Serena parecían serlo, seleccionadas cuidadosamente de tal manera.

La rubia mujer tenía buen gusto, eso no se lo iba a negar.

Kiyomi carraspeó, titubeante.

—¿Estamos dirigiéndonos hacia el salón principal?

La mujer pelirroja apenas si giró el rostro, dedicándole una mirada de refilón desde su costado derecho. La piel blanca le daba un aspecto enfermizo cuando la luz de los candelabros le golpeaba de cierta manera, demasiado pálida.

—Lady Serena la recibirá en su estancia privada.

—…Ya veo.

Alejadas de todo oído que pudiera escucharlas, se imaginó de inmediato, no esperando menos de la mujer con la que estaba a punto de tratar.

Serena era grande de gestos y en sonrisas, siempre cargando ese peculiar brillo en sus ojos que atraía a cientos de hombres a postrarse con facilidad ante sus pies. Era tan sencillo para ella siendo una mujer de tanta belleza, y no importase cuán vano se escuchara aquello, Serena estaba al tanto de ello. Esa belleza no le impedía tener a quienes estaban dispuestos a reportar a otros lo que hacía y decía, y como en muchas otras casas mayores, aquí dentro también existían versiones de ruiseñores.

Las lealtades eran así de sencillas, tan fáciles de comprar como de perder. Aquello la hizo sonreír. Y siendo alguien como Serena, que obtenía las cosas con un movimiento de su mano, o con solo batir sus pestañas, las oportunidades se le presentaban solas. Ah, la vida de una mujer exquisita. Tan pecaminosa, en ocasiones, y exhaustiva por igual.

Finalmente, tras otros pocos momentos en silencio, el pasillo terminó en una curva y luego siguió de frente.

La casa, eso sí notó, era grande. Kiyomi misma vivía en una parecida, excepto que la propiedad de los Azumabito no era tan extravagante, ni tampoco trataba de hacerte ver nada más entrar lo adinerados que estaban realmente. Condenados a una vida de desgracia, sí, pero al menos todavía tenían cierto valor, y eso no era algo que debían, o que podían, dar por sentado. Ya no más, en realidad, por lo que darse más de lo debido era algo que los Azumabito habían tenido que aprender por las malas.

Humildad, susurraban algunos. Su abuelo solía decir que era su penitencia.

Como fuese, suponía que ya que Serena seguía en una posición cómoda donde nada le faltaría por el resto de su vida, ella no tenía razón para preocuparse de algo más que no fuese ese estrecho deseo de poder que venía con haberse metido muy joven a los círculos políticos de su mundo. Así que su vivienda era grande, asentándose en un lujoso barrio lleno de personas de la alta sociedad y custodiada todos los días de la semana a cada minuto del día por la seguridad privada del Presidente.

Estaba el ala familiar, el ala presidencial, la residencia de la primera dama, la de Serena, que era en la que ella se encontraba en esos instantes, y luego estaban los jardines que decoraban la propiedad en sus alrededores, el largo camino empedrado que te llevaba a la puerta principal, los setos que lo bordeaban y por detrás, estaba un invernadero que el tatarabuelo de alguno de los tantos señores había construido para una de sus esposas. Kiyomi no recordaba si fue para la primera, o debido a una de sus amantes que terminó convirtiéndose en la tercera.

—Es aquí.

La mujer pelirroja se detuvo de frente a una puerta doble de madera de caoba con relieves que parecían representar copos de nieves, y las empujó abriéndolas de par en par, deteniéndose unos pasos en el interior para ofrecer una breve reverencia a la persona aguardando dentro.

—Lady Serena, Kiyomi Azumabito está aquí.

—Ah, hazla pasar.

La mujer pelirroja se apartó a un costado y le indicó que entrara con un simple gesto de su mano. Kiyomi miró hacia atrás una sola vez y luego dio pasos hacia adentro, los hombros ligeramente curveados y una plácida expresión puesta en su rostro. Serena le sonrió nada más la vio.

—Ah, miss Kiyomi, es un placer verla de vuelta.

—Serena —asintió ella, su voz moderada, sus manos apretándose entre sí siendo la única muestra de cuán tensa se hallaba—. Gracias por invitarme a venir, es muy cortés de tu parte.

La sonrisa de lobo en ese hermoso rostro se extendió un poquito más.

Esa habitación, como el resto de la casa parecía serlo, era, si acaso, un poco más pequeña que las que había pasado, y tenía muchas más cosas de las que había previsto. No le gustaba el revestir de elegancia que la familia portaba consigo, obviamente.

Era un salón de recibimiento de algún tipo, privado o solo para el uso personal de Serena, eso no lo tenía muy claro, a decir verdad. Había un par de pinturas en una de las paredes que también albergaba una ventana hacia su izquierda. El muro contrario tenía una puerta y ella lo dividía en dos secciones; en la esquina había un librero alto repleto de cuadernos y libros, obviamente y a su costado había una pequeña mesa con distintas plantas en macetas que derramaban un par de tallos hacia el suelo, o parras que trepaban por los muros y rodeaban el marco de la puerta. Al otro lado de ella había un aparador de madera clara que tenía encima un florero con una singular flor, un par de fotografías, un busto y una botella vacía de algún alcohol que le gustaba a la rubia mujer.

En el centro de la habitación como tal había un largo sofá de azul celeste y detrás de este había otro aparador. A un lado del sofá largo había uno más pequeño apilado de cojines, otro al frente de ese, idéntico, y un diván orillado en la otra esquina cerca de la ventana. En el medio de la sala había una mesa redonda de cristal, justo debajo del candelabro que iluminaba el interior.

Detrás, en el muro que pretendía estar desnudo, había un único cuadro, grande y llamativo, una pintura obviamente.

La mujer que aguardaba por ella sentada en el sofá celeste era la misma que se hallaba retratada, excepto que carecía de la sonrisa hambrienta y burlona en su boca. Lucía más como una soberana de algún país mítico, con esas flores que se le enredaban en el cabello rubio y la mirada de ojos azules puesta en algún punto tras su cabeza. El vestido de la Serena en la pintura era largo y caía en cascada por el silloncito en el que se hallaba sentada, rojo como sus labios.

La Serena real tildó la cabeza hacia un costado y le indicó uno de los sillones a un costado con otro gesto de su mano, mientras la mujer pelirroja avanzaba hacia fuera y cerraba la puerta tras ella, Kiyomi quedó a solas con la rubia.

—Tome asiento, miss Kiyomi, me gustaría discutir un par de cosas con usted.

Cosas, se dijo a sí misma, moviéndose con suavidad hacia el sillón y tomando asiento. ¿Qué cosas podrían discutir entre ellas? El único contacto que había entre sí surgía cada vez que se veían en algún evento relacionado con sus cargos políticos, e incluso así, muy rara vez interactuaban más allá de las cortesías al saludarse. Y Kiyomi estaba al tanto de que cuando Serena te llamaba para discutir algo contigo, es porque iba a pedirte algo. Todos ellos funcionaban de la misma manera.

Ella misma incluida.

Sus dedos presionaron contra su pierna, pretendiendo que se alisaba la falda, y se demoró unos segundos en alzar la mirada hacia la mujer rubia.

—¿Discutir qué? Si me permites preguntar.

El largo cabello rubio cayó en cascada hacia un lado cuando la mujer se estiró para tomar la botella en la mesa del centro y verter más vino en su copa, misma que sostenía en su mano. Sus pies descalzos estaban apoyados en un cojín pequeño a un costado suyo.

La vio cuando se llevó la copa a los labios, la sonrisa en ellos que no prometía nada bueno.

Kiyomi tragó saliva.

Serena era joven, pero sabía muy bien cómo jugar este juego, y Kiyomi ya estaba algo vieja para poder mantenerles el paso.

A veces no comprendía por qué seguía haciéndolo y qué ganaba intentándolo, pero nunca se rendía. No había honor en hacerlo y la pérdida sería aún mayor que años atrás, cuando el clan de la familia Azumabito cayó del favor de otros. Aún pendían en un hilo del que no estaba segura del que saldrían, pero se habían esforzado tanto, todos ellos, todos los que vinieron antes que ella y los que tuvieron que inclinarse ante otros para poder lograr salir de ese agujero al que fueron enviados tras la caída del Imperio Eldiano, y Kiyomi no iba a ser la mujer que dejaría caer la roca encima suya una vez más.

No importase cuánto le temblaran las manos, o que sus años estuvieran acabándose. Así como los otros, ella no sería vencida sin dar un poco de pelea antes.

—Nuestra amistad, por supuesto —le respondió la mujer, tres tragos de su copa después—. Y lo útil que podríamos ser la una para la otra.

Kiyomi aguardó tres segundos. Tres segundos fueron todo lo que se permitió para digerir esas palabras. Suficientes para que un sinfín de posibilidades se le pasaran por la cabeza, cada una más traicionera que la anterior. Carraspeando, viró su cabeza hacia un lado y observó brevemente hacia donde se encontraba la ventana.

Sentía que hacía mucho calor ahí dentro.

—Útil. Mhm, rara vez te he escuchado decir eso a ti, Serena —dijo, una pequeña sonrisa en su rostro—. ¿A qué se debe esta invitación tan repentina?

Algo tuvo que haber ocurrido. Serena no haría esto, no bajo las narices de su padre, no sentada en un sofá en sus habitaciones privadas, bebiendo con tranquilidad de una copa de vino.

Era como si ya hubiese ganado. Pero ¿ganado qué, exactamente?

—Ah, bueno, como una vieja amiga mía, decidí que deberías escuchar las buenas noticias de mi parte y no de otra persona, pero… Me comprometí.

Oh.

El silencio se estrechó. Kiyomi sentía la boca seca, y no sabía qué decir.

—Felicitaciones —dijo en automático, la lengua un poco pesada. ¿Era eso sudor frío en su nuca?—. ¿Quién es el afortunado?

La sonrisa tenía trazos de vino, rojos como los labios de la pintura, sangre en ellos de todas las personas que habían trabajado para ella, que seguían trabajando para ella. Willy Tybur era un hombre astuto, y muy encantador, y era casi un secreto a voces que Serena habría sido una mujer perfecta para él, tan perfecta que obviamente no pudieron terminar juntos, pero aquello no quitaba el hecho de que podrías mirarlos a los dos y no encontrar muchas diferencias entre ellos, físicas o mentales.

Pero su sonrisa, Kiyomi había jugado el juego más tiempo que ellos, y ella, sinceramente, prefirió tomar un rol menos activo porque entonces no estaba segura de las personas en las que podía confiar, no entendía tampoco la necesidad de buscarse aliados cuando era un acuerdo mutuo entre todos los demás que mientras que estuvieras del lado de Marley, entonces las cosas saldrían bien. Serena sonreía como un lobo, tan encantadora con su cabello rubio y hermosa con sus ojos azules, era todo lo que un hombre podría desear.

Ella era lo que había que temer en una sala atestada de otros embajadores, la que tú también querías de tu lado.

—Félix, claro —su nombre lo dijo alrededor de otra sonrisa, su voz casi un ronroneo.

Kiyomi parpadeó con lentitud.

—¿Félix Ackerman?

—Mjm, nos comprometimos hace unas semanas. No hemos tenido la oportunidad de vernos ya que él está en reposo y todo eso, pero Willy lo ha hecho oficial —buscó en su dedo algún anillo, quizás un collar, pero en la piel no había marcas de la ausencia de ninguna joyería y Kiyomi sintió náuseas al pensar en ello—. Increíble, ¿no lo crees?

Ella todavía recordaba la noche en la que vio al infame Ackerman de los Tybur, los que sus ruiseñores susurraban que venía de la isla maldita. Cómo rehuía del toque de Serena, las tersas sonrisas, ojos demasiado cautos, alguien que también sabía muy bien cómo jugar a ese juego y que no había estado al tanto de ello, pero que lo jugaba de maravilla. ¿Eran todos los Ackerman así, o solo era éste el que lo sabía?

Kiyomi se permitió una sonrisa, recargándose contra el respaldo del asiento.

—Supongo. Un único descendiente de tan afamada familia estaba destinado a causar gran revuelo, y ya que se te conoce por tener algunos… gustos exquisitos, como algunos dirían, bueno…

Serena rio con suavidad.

—Ah, sí, supongo ¿cierto? Pero, Félix, lo creas o no, también tiene… Ciertos gustos.

—¿Cómo cuáles?

—Parece que le atrae la lealtad, y le gusta el caos —Serena se relamió los labios—. Es experto en trazar líneas, y depende de en dónde te encuentres de pie, será el modo en el que te deguste.

Un recuerdo llegó a ella tan de golpe que la rigidez en su cuerpo flaqueó por unos segundos, la voz del chico susurrándole casi al oído.

Lealtad, le decía, tan tenue y por un momento se recordó a sí misma sentada en otro sofá, mirando otros ojos tan verdes que, de no ser por el deslavado color en uno de ellos, Kiyomi realmente se plantearía la idea de que eran esmeraldas reales. Deshagámonos de Marley, replanteemos un par de cosas al resto del mundo, recordémosle quién es el que está en guerra y por qué.

—¿Quieres evitar a los monstruos bajo los muros, Serena?

La pregunta fue repentina y Kiyomi sintió que la sonrisa que tiraba de su boca se curveaba un poco más real, igual de cortés que la de Félix lo fue entonces. Esos dos eran jóvenes y ansiaban poder, liberarse de cualquier cadena que todavía los sostuviera y poder hacer lo que se les viniera en gana. Kiyomi ya no estaba para ese tipo de cosas.

Serena se encogió de hombros y se puso en pie, dejando la copa de vino en la mesa. El largo vestido de seda semitransparente que usaba arrastraba contra el piso y le contorneaba la figura con sutileza, susurrando a medida que se movía hacia la puerta en el otro muro y la abría.

No hizo falta que le indicara que la siguiera, porque Kiyomi lo hizo de cualquier manera.

La habitación contigua era un estudio y en él había más libreros igual de altos que el del salón, solo que anchos y repletos de más libros, cuadernos de estudio y bustos, un par de plantas también. Era una habitación que se alargaba hacia el frente y parecía ocupar lo que sobraba de estructura en ese pasillo, porque el muro estaba repleto de ventanales que dejaban entrar luz solar en raudales y te dejaban darle un vistazo al balcón que se hallaba fuera.

Una alfombra circular estaba tendida en el centro de la habitación y encima había un escritorio viejo, ancho, de ébano. Su superficie estaba bien organizada y tenía una pluma, una máquina para escribir y unos cuadernos delgados apilados en una esquina. Había unos silloncitos en la esquina junto a la puerta y otros frente a los ventanales, y la puerta que te daba paso al balcón estaba en la otra esquina, hecha de hierro y de cristal. Había más fotografías y pinturas distribuidas en los muros, un caballete de madera y un lienzo en blanco reposando de frente al escritorio, en donde la luz del sol lo alcanzaba a tocar con suavidad.

Kiyomi se movió con lentitud, inspeccionando el lugar.

—Mi padre solía decirme que un día iba a crecer para gobernar este país, me educó para llevar a esta nación hasta la cúspide de su potencial, y he trabajado toda mi vida para poder hacer eso mismo —Serena se detuvo junto al escritorio y abrió uno de los cajones ocultos por la posición en la que se encontraba el mueble, dejando caer un dossier encima de este—. No estoy dispuesta a permitir que los errores de otros me arrebaten todo por lo que he trabajado.

Kiyomi arqueó una de sus cejas.

—Willy nos aseguró que una vez que termine esta guerra, Marley podrá deshacerse de Paradis sin ningún contratiempo.

—Y Félix me prometió que haría todo lo posible para dejar sueltos a esos monstruos que se ocultan en sus muros —Serena sonrió, pero no había nada de gracia en el gesto—. Sinceramente, miss Kiyomi, lo que Willy diga o no deja de importar una vez la perspectiva cambia y de repente tu enemigo no es otro ser humano.

Su voz tenía un temblor en ella. Miedo, tal vez, el que la propia Kiyomi sintió en el momento en el que miró a los ojos a Félix Ackerman y descubrió hasta dónde estaba dispuesto a llegar para asegurar la victoria, y cuán honesto era al respecto.

—¿Por eso vas a casarte con él? —preguntó, realmente curiosa, entrecerrando sus ojos en dirección de la mujer—. ¿Crees que él, o bueno, Paradis te perdonará solo porque serás su esposa? Se está casando contigo, no con el resto de tu nación.

—Y él se casará conmigo, y lo hará con mi nación. Una vez que mi padre deje la presidencia y caiga inevitablemente en mí el deber de dirigir a la nación, será él quien esté a mi lado —otra tersa sonrisa le nació en la boca—. Gobernará junto a mí, aquí en Stroavania.

—¿Eso es todo lo que te interesa de él?

La expresión de Serena se crispó un poco, no creyendo quizás que fuese ella la que estuviera poniendo en duda sus palabras. Pero Kiyomi era vieja, era experta en esto. Necesitaba saber más para saber a dónde movería su pieza después y qué consecuencias esperar de eso.

—Voy a casarme con él porque es lo que quiero hacer, y si eso asegura mi supervivencia junto a la de mi nación, entonces sí, supongo que sí hay otras razones por las cuáles tenerlo aparte de su cara bonita —la mujer se enderezó un poco—. No es tan difícil de comprender.

Kiyomi recorrió la habitación con su mirada, lentamente moviéndose hacia los ventanales y observando hacia el exterior.

—Sé que dices que me lo informas debido a nuestra amistad, que aprecio, por supuesto, pero aun no comprendo por qué me llamaste hasta aquí para hacerlo —Kiyomi, suspirando, se giró hacia ella—. Si realmente me apreciaras tal como insinúas, te dejarías de juegos, Serena.

La rubia mujer la miró atentamente, el rostro tan sereno que se asemejaba al de la pintura que se quedó allá en la otra sala privada. Luego, con extrema lentitud, una sonrisa, más pequeña y sincera, le nació en los labios. Se inclinó sobre su escritorio nuevamente y empujó el mismo folder que sacó de un cajón, hasta dejarlo casi por caer a la orilla del escritorio.

Kiyomi lo observó, su ceño levemente fruncido, y luego la volvió a mirar a ella.

—¿Qué es eso?

—Mi regalo de compromiso —ronroneó la rubia, provocativa—. ¿Dices que Willy nos prometió cosas, miss Kiyomi?

De alguna manera, se sentía como si el mundo se redujera a ese único folder, luciendo tan inocente ahí en donde aguardaba a ser tomado. El corazón de Kiyomi latía con furia contra su caja torácica, esperando. Casi emocionado.

La mano de Serena pasó a reposarse sobre los dossiers, una sola uña golpeando la carátula para hacer énfasis en ello.

—¿Qué crees que pueda darte él que Félix no triplicaría?

Sus ojos se movieron deprisa hacia ella, repentinamente ansiosa.

—¿Qué es lo que…?

Serena empujó aún más el folder, igual de ansiosa que Kiyomi estaba, y ella terminó por dar esos pasos faltantes para poder acercarse y prácticamente quitárselos de encima.

Pudo ver la sonrisa de la mujer por un corto minuto antes de que su mirada cayera de golpe hacia los papeles que el folder ocultaba. Había tratados con otros países, un par de actas firmadas por los funcionarios políticos del Tribunal, la firma de Willy Tybur en donde se suponía que debía ir la del dirigente de Marley, planos y esquemáticos y bocetos de nueva tecnología, armamento que era obvio que no pertenecía a la nación de Marley, rutas de comercio, y…

De ser posible, sus ojos se agrandaron más de lo que ya lo estaban luego de ver tanta información recopilada. Buscó a Serena, casi desesperada, sintiendo que algo le hormigueaba en los dedos. Serena le regresó la misma mirada llena de una queda incertidumbre, pero repleta de satisfacción, esperando a que sus reacciones hubieran sido las mismas antes de si quiera continuar con su petición.

—Los Tybur…

—Mhm, los gobernantes reales de Marley. No es tan sorprendente si lo piensas, ¿no lo crees? —una expresión amarga cruzó sus delicadas facciones, desapareciendo un segundo muy aprisa, y pronto fue reemplazada por una animosidad fría, una sonrisa forzada, aunque un poco juguetona, abriéndose paso en su bonito rostro—. Qué broma de mierda.

Kiyomi exhaló.

—Por eso es que Willy siempre parece estar presente en todos lados —murmuró por lo bajo—. Si lo gobierna todo desde las sombras, debe permanecer al pendiente de todo y la mejor manera de hacerlo sin atraer atención indeseada hacia él sería ponerse en un rol de mensajero. Es una buena estrategia, rara vez vista, pero…

—Pero se terminó el juego, cuando sus guerreros volvieron de Paradis con las manos vacías —asintió la rubia—. Creo que pareció darse cuenta de cuán precaria era la situación, y ahora… Bueno, no hay mucho qué decir acerca de la situación actual.

Serena se dejó caer en la silla tras el escritorio, su mano reposando contra su frente y su mirada perdida en el suelo. Kiyomi volvió a dejar el folder encima del mueble y permaneció de pie junto a el, sumergida en el mismo silencio precavido creciendo entre ellas.

Si eran los Tybur quienes gobernaban Marley, podía entender bien entonces la necesidad de querer a Paradis erradicada con prisa. No había personas en el mundo que quisieran relacionarse abiertamente con eldianos si no portaban el nombre Tybur con ellos, y solo era por sus acciones de sus antepasados que conseguían vivir la vida que tenían en Lagos.

Gran parte de ellos probablemente olvidaban qué sangre les corría por las venas, y los que no, lo tenían en cuenta cada vez que se los cruzaban. Kiyomi lo sabía, porque así es como ella pensaba; un Tybur dentro de una habitación era solo un accidente esperando por ocurrir, especialmente si aquellos que guardaban la llave que lo mantenía bajo control parecían estar en contra de sus existencias. Su abuelo se lo había enseñado, siempre saber las armas que el enemigo tuviera consigo, sin importar que éstas fuesen o no físicas, de pólvora, tecnologías nuevas de las cuales permanecer precavido.

Si un Ackerman era un peligro en sí mismo, entonces los Tybur podrían considerarse una advertencia.

—¿Quién te dio esos documentos?

Serena apenas sí la miró.

—Félix los envió junto con su aceptación a comprometernos —una de las comisuras de la mujer tiró hacia arriba—. Tan precavido. Sabe lo que quiere, y sabe cómo conseguirlo, y esto. Ja, esta es su manera de decirme “¿Lo ves? Mi lado de la línea será más beneficioso para ti.”

Kiyomi parpadeó lentamente, a pesar de que Serena podía escucharse riendo para sí misma en el fondo.

Ah. Así que a esto te estabas refiriendo, pensó, absorta en sus pensamientos. Me pregunto cómo es que Zeke Jaeger figurará en todo esto.

—…Quieres que me una a ustedes, entonces.

Los ojos de Serena se posaron en los de ella.

—Los Tybur han estado jugando con nosotros durante mucho tiempo, miss Kiyomi, y yo odio cuando las personas pretenden usarme sin que yo esté al tanto de ello.

—¿Y qué podríamos hacer? El resto de las naciones buscaran una manera de justificar las acciones del hombre y permanecerán junto a él, y seremos nosotros quienes pierdan.

Serena chasqueó la lengua, petulante, pero Kiyomi necesitaba tener seguridad.

Que esto podría servir, que lo que sea que Serena y Félix tuviesen planeado le garantizaría a ella que su supervivencia estaba asegurada. Hizuru, su clan, todo lo que le quedaba, Kiyomi no estaba dispuesta a arriesgarlo todo en una simple apuesta guiada únicamente por capricho y egocentrismo. Los pies que había besado, los pisos de mármol por los que los Azumabito se habían arrastrado, todo lo que tuvieron que aguantar para volver a estabilizarse no sería en vano.

Nunca sería en vano.

—¿No nos crees capaz? ¿Eso es, miss Kiyomi? ¿Te aterra la idea de apostarlo todo en esta jugada?

—Sí —admitió—. Y debería aterrarte a ti también.

Serena rio por lo bajo.

—Ya veo, pero —la mujer se inclinó hacia el frente, el cabello rubio en cascada por un costado, su mirada juguetona puesta en ella—. Si aceptas, entonces, Paradis, Stroavania y Hizuru se convertirán en aliados. Mi país tiene el suelo, el dinero y la mano de obra para rivalizar con el de Marley, no tenemos titanes, pero viendo cómo van las cosas contra la Alianza del Medio Oriente, supongo que ya no serán necesarios, no los comunes, de cualquier manera. Y gracias a Félix, ahora tenemos estos preciosos planos en nuestras manos, y escuché que Hizuru tiene algunos notables ingenieros dentro de sus filas y las herramientas que podrían hacer avanzar no solo a nuestras naciones, sino también a todos los demás. Imagine todo lo que podría hacer con esa riqueza, señorita Kiyomi, los lugares a los que podría llegar, los lugares a los que podría ascender el nombre de la familia Azumabito que usted tanto admira.

Algo parecido a la lujuria goteó por sus labios y Kiyomi, avergonzada, limpió los pequeños rastros de saliva de su boca. Los ojos vigilantes de Serena se arrugaron con gracia.

—Paradis —preguntó luego de encontrar su voz—. ¿Qué podría ofrecer una isla tan pobre que no tengamos nosotros ya?

La gracia en sus ojos se profundizó, el azul en ellos volviéndose cobalto. La rubia se inclinó aún más, recargando sus codos en la superficie del escritorio mientras que sus manos acunaban su sonriente rostro.

—Al clan Ackerman, por supuesto, y sus titanes —Serena susurró—. Y los muros, claro está. Esos preciados, malditos muros. Y la llave a ellos y a la solución de todos nuestros problemas. ¿Qué es la tierra de un falso noble ante un gigante y su sed de venganza?

Kiyomi se tragó la saliva acumulada en su boca.

—Félix no puede prometer eso.

Serena sonrió.

—Ya lo hizo.

HOLAAAAAAAAA

Dios mío, años sin pasar por acá, lol, pero estoy de vuelta!! Temporalmente, yay!!

Perdón me dio un bloqueo horrible y luego la cagué con algo en la historia y tuve que hacer un movedero de cosas pero ya estamos aquí lol, así que espero que esto les guste y no se preocupen, solamente estoy puliendo el escenario para cuando sea tiempo de cagarla en serio thumbs up!!!

ANYWAYS, perdón por haber desaparecido pero es que ughhhhh tantas ideas y plots que quiero explorar y la verdad no me dan las neuronas para ello lmfao pero ojalá lo disfruten!! Nos leemos después, gracias por todo perdón por tan poco <33333333

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