80. Normalidad

CAPÍTULO OCHENTA
NORMALIDAD
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Historia lo encontró fuera de una oficina en el lado sur del edificio del Tribunal Militar, en una de las zonas menos transitadas que eran poco usadas debido a la distancia entre ellas y el resto de oficinas y edificios conjuntos.

Eren escuchó primero el clink clink de los zapatos que llevaba puestos, seguido del suave susurro del largo vestido cuyo dobladillo alcanzaba a rozar el suelo. Cuando apareció en su campo de vista, la miró de reojo y le ofreció una pequeña, cansada sonrisa que dejaba ver lo exhausto que realmente se hallaba.

Historia sonrió, simpática, y se situó a su lado con lentitud, apoyando los antebrazos sobre la baranda y recargándose en ella con cuidado, su cuerpo ligeramente inclinado al frente.

—Mikasa está buscándote.

—Ya sé. Por eso estoy aquí.

—Oh —ella dijo, parpadeando con lentitud—. Tu no… ¿Quieres verla?

Eren sintió un pinchazo de culpa que trató de enterrar bajo los otros conflictivos, hirientes sentimientos que llevaban tiempo manifestándose en su interior. No le resultaba difícil hacerlo cuando ya tenía práctica en ello luego de todo lo ocurrido desde la invasión de Trost, y no mucho había mejorado desde entonces. Eren los dejó ahí dentro suyo porque imaginó que no podría hacer nada acerca de ellos hasta que la pesadilla terminara.

Pero no, lo cierto es que no quería ver a Mikasa. No podía, realmente, porque después de lo ocurrido en Shiganshina le crecía un nudo en la base del estómago y la garganta se le cerraba con fuerza, y ver a Mikasa no serviría de mucho excepto para hacerle sentir muchísimo más culpable de lo que ya se sentía. Terminaría por romperlo, y Eren no podía romperse en esos instantes, o en los próximos. Habían demasiadas cosas en juego como para caerse a pedazos solo porque le resultaba imposible mirarla a los ojos sin echarse a llorar.

Mordisqueó su labio con nervios cuando el silencio se estrechó entre ellos, y volvió a mirarla por el rabillo del ojo. El rubio cabello de Historia estaba sostenido en una trenza sencilla con un par de pétalos de flores colocados entre el peinado y unos pocos mechones le descansaban en la frente y en las mejillas, enmarcándole el rostro. Eren estiró su brazo y quitó uno de los pétalos y lo inspeccionó con curiosidad, su ceño levemente fruncido.

—¿Por qué traes esto en el cabello?

—Ah, Ymir… Ymir me obsequió unas flores cuando la vi esta mañana, pero el viento voló un par de pétalos de una de ellas y decidió acomodarlas entre la trenza para que me viera…

—¿Linda?

Historia se sonrojó.

—Sí. Linda.

—Uh, quién diría que Ymir podía ser así de… Romántica.

Historia rió con suavidad, y los dos volvieron a quedarse callados.

Frente a ellos, el sol refulgía por encima de Mitras con fuerza, iluminando cada pequeño rincón en la ciudad que pudiera estarse oculto de el. No había nubes arriba y un par de pájaros se alejaban hacia donde se encontraba el norte, Eren podía escuchar sus silbidos y el de sus alas cuando el viento pasaba entre las plumas más sueltas y las hacía murmurar.

Desde su costado, la cadera de Historia impactó contra la suya y él se volvió hacia ella, frunciendo el ceño.

—Oi, ¿qué fue eso?

—Luces deprimido. ¿Estás deprimido?

Eren entrecerró sus ojos y la miró, ligeramente incrédulo.

¿En serio? ¿Eso era lo que realmente quería preguntarle? Historia debía saber el tipo de motivos que tenía para verse y sentirse deprimido, si así lo decía ella. No creía que hubiera una sola persona cercana a ellos que no se sintiera de esa manera ahora mismo, especialmente con la misión de la toma de Shiganshina tan fresca en sus mentes, y las consecuencias de ello aún desenvolviéndose con lentitud a su alrededor.

Los documentos que lograron conseguir del sótano de su casa estaban bajo posesión de Zackley, y él y el resto de los Comandantes llevaban por lo menos dos días leyéndolos a profundidad para poder discernir la mejor manera de dar a conocer esa información al público. Eren sabía que pasaría tarde o temprano, y la ansiedad desarrollándose bajo su piel cada vez que recordaba a su padre, en esa… Esa… Fotografía, crecía con minutos, en segundos.

Su padre se veía tan joven, y la mujer a su lado también. Y el niño entre ellos… Zeke se veía muy distinto a la fotografía. Lo que era justo, suponía, porque entonces había sido solo un niño y no un adulto, como Félix le había dicho. Un niño no podía tener barba y probablemente anteojos tampoco, y mucho menos lucir así de… Así de…

—Eren.

Un pesado suspiro salió de entre sus labios y Eren se reclinó más hacia el frente para poder observar la altura a la que estaban y los jardines que descansaban al pie del edificio, con los arbustos de hojas verdes y las pocas flores plantadas alrededor de ellos marcando un camino que recorría el lugar a su alrededor.

—… Lo siento —su susurro fue si acaso un poquito más bajo que incluso el susurro del viento. Historia ni si quiera lo estaba mirando, si no allá en donde los pájaros se alejaban entre silbidos suyos y del viento, perdiéndose en el cielo tras el muro que rodeaba a la capital—. La expedición a Shiganshina… En verdad creí que todos, todos ustedes… Que todos ustedes…

Lágrimas se arremolinaron en los párpados de ella y Eren se enderezó de golpe, nervioso, no sabiendo bien qué hacer. La única vez en la que vio a una chica llorar fue al encontrar a Mikasa en esa cabaña con esos hombres, y cuando Petra lo buscó luego de la primera expedición en la que Annie apareció, pero más allá de eso… Más allá de eso, jamás había visto a ninguna llorar. Y tampoco sabía muy bien cómo consolar a alguien, mucho menos a una chica, de entre todas las personas.

Se quedó ahí de pie como un bobo con sus manos alzadas frente a su pecho, mirando a Historia con preocupación mientras más de sus lágrimas se le caían de los ojos y bajaban por sus mejillas.

Oh, mierda.

… ¿Qué haría Félix en una situación así?

Repentinamente, y nada más terminó de formar ese pensamiento, Historia se dobló sobre sí misma y largó una carcajada, el sonido de su risa rebotando en el desierto pasillo y haciendo eco en las habitaciones que se encontraban vacías a espaldas suyas. Un par de soldados que caminaban por debajo de ellos alzaron la mirada y tuvieron que entrecerrar sus ojos para poder verlos a través de la luz del sol.

—¿Félix? ¿Qué haría Félix en una situación así? —exclamó ella, disolviéndose en más carcajadas al terminar de hablar y apretándose el estómago del dolor que sentía de tanto reír. Eren la observó estupefacto, y un poco preocupado también.

Oh, lo dije en voz alta.

Eren sintió un sonrojo subirle por las mejillas y se estampó las manos encima de ellas, ocultando su rostro de la chica rubia, que seguía riéndose aunque con menos fuerza a la anterior.

—¡O-Oi! ¡Deja de reír!

—Félix… Félix probablemente, ah, já, Félix probablemente estaría igual de confundido en qué hacer como tu lo estás.

Historia se enderezó con cuidado y se limpió las pocas lágrimas que tenía aún aferrándose a sus pestañas, retirándolas suavemente con la yema de sus dedos. El azul en sus ojos brillaba como lo hacía el cielo ese día gracias a la luz del sol, y el cabello rubio trenzado con pétalos en el la hacían ver… Eren alejó la mirada, más sonrojado que antes, y gruñó entre dientes.

—Lo siento —volvió a decir la reina, sacudiendo su cabeza de lado a lado pero aún sonriente, y ella también tenia un poco de rosado en el rostro—. Por todo. Por… Por Shiganshina y por Armin y por Félix. Pero tengo razón, ¿sabes? Félix es pésimo cuando ve a alguien llorar.

—¿Cómo lo sabes?

Por su propio bien, ignoró el nombre de Armin y el de Félix y el de Shiganshina, y eliminó todo rastro de recuerdos que pudieran pertenecer a la expedición. Era por su bien, ahora mismo más que nada.

—Talisa me lo dijo. Ella, uh, ha sido muy buena conmigo.

—Es porque son familia —señaló él.

—No realmente. Ella es la madre de Félix, pero jamás se casó con su padre como para hacerlo legitimo. De haberlo hecho, entonces sí seríamos familia —la rubia se encogió de hombros—. Pero eso no importa, supongo. Ella es… Asombrosa. Me trata… Muy bien.

Para Historia, que creció en una granja aislada en tierras de los Reiss, y cuya madre había rechazado a su única hija mientras que el resto fingían no hacerlo, el suponía que eso era mejor que nada.

Eren nunca había conocido a Talisa personalmente. Todo lo que sabía de la mujer era porque Félix lo mencionaba de repente o porque Kenny tiraba un comentario aquí o allá, o a veces incluso Ymir lo hacía. Todos concordaban en que la mujer era asombrosa, gentil, demasiado estricta y más que nada, que Félix era su viva imagen. Le gustaría conocerla, si acaso para saber qué tipo de persona era como para inspirar a Félix a ser tan… Sí mismo.

—Hablando de Félix… —empezó ella nuevamente, carraspeando y tomando un lugar a su lado otra vez. Eren la miró, curioso, y la pequeña sonrisa presente en su boca, en la de ella, se transformó suavemente en algo más… Juguetón—. Tu… ¿Tienes un crush en él, cierto?

Se sintió como cuando se mordía la mano para provocarse una transformación, esa repentina adrenalina que le corría por el cuerpo y le hacía sentir momentáneamente inhumano. Su cuerpo se enderezó de golpe y sus manos se alzaron, como si estuviera formando un escudo de frente a él para protegerse de algo que no tenía muy en claro. Historia lo miraba con una sonrisa demasiado amplia como para ser inocente, y en sus ojos brillaba una chispa de diversión que le había hecho falta esos dos días.

—¡No! ¡Yo no-! ¡Yo no tengo-! ¿Un crush? Hah, hah, ¿qué es-? No, yo no… Félix es… ¡Él es-!

Comenzaba a darse cuenta que mientras más balbuceaba más estupideces decía, y que Historia no mostraba signos de querer dejar de sonreír con esa sonrisa que le decía que estaba jodido y que no era buena idea tratar de negar lo innegable cuando ella parecía poder leer su mente a la perfección, lo que le ocasionó otro sonrojo.

No, no. El sonrojo ya estaba ahí desde hace rato, calentándole las mejillas con tanta fuerza que se sentía como si estuviera siendo prendido en llamas. También tenía los ojos demasiado abiertos, la boca que se abría y se cerraba alrededor de palabras a medias y oraciones carentes de real significado. El sentimiento en su pecho era quizás vergüenza, o miedo, o algo que no podía bien nombrar porque Eren nunca, en sus quince años de vida, había sentido antes previo a ingresar a la Legión de Reconocimiento.

Al final bajó sus manos lentamente, deshizo el escudo, y resopló en rendición. Su mano se alzó hasta tallarse la nuca, avergonzado.

—…Eso no es de tu incumbencia.

—¡Oh! ¡Eso es un sí, entonces!

—Ugh, Historia, ¿podemos-? —una nota de frustración se escuchó en su voz y se cubrió el rostro con sus manos, despegando ligeramente sus dedos para poder mirarle entre los espacios—. ¿Podemos no hacer esto… Ahora? Es tan… Ugh.

Historia rio con suavidad, y si su risa no se le había asemejado al de las campanadas o el tintinear de un sonajero, entonces en esos momentos sí que lo hizo.

—Descuida, no diré nada. Es algo obvio por si te lo preguntabas, que es por eso mismo que me di cuenta, pero… No diré nada. Tu secreto está a salvo conmigo.

Aún con esa sonrisa exasperante que le ponía los vellos de punta, la rubia se llevó un dedo a los labios y lo colocó encima de estos, con tanta inocencia. Eren arrastró su mano por su rostro hacia abajo mientras gimoteaba de frustración, y luego de unos momentos volvió a recargarse contra la baranda.

Seguía sonrojado, por cierto. Dudaba mucho que luego de eso se le quitara.

—…Como sea, no es la gran cosa —murmuró—. Muchas personas tienen uno, ¿no? Como Jean en Mikasa, o Eld en Petra.

—Supongo —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Además, Félix siempre fue muy considerado contigo.

—Solo porque soy quien tiene el Titán Fundador consigo —su voz fue mucho más baja, un poco avergonzado también por todas las razones equivocadas—. Y también porque soy un niño.

—Ah… Bueno, sí, pero… Félix realmente te aprecia, ¿sabes? A Talisa le gusta decir que cuando está con las personas a las que ama, le gusta cargar con su corazón en su mano, para que así sepan que son realmente importantes para él —la rubia estiró una de sus manos y le pellizcó una mejilla, que Eren empujó con un manotazo propio—. Además de eso, nadie te puede culpar de tener un crush en él. Muchas otras personas lo tienen.

—¿Ah, sí? Nombra alguien.

—Jocelyn Jovan, y un par de chicas de la Policía Militar a las que escuché hablando la semana pasada en el pasillo. También Jean, ¿sabes? —y Historia, que no parecía cansarse de inmiscuirse en sus asuntos, le miró otra vez con esa mirada que a él comenzaba a exasperarle—. Creo y Petra, pero no estoy segura.

—¿Jean? ¿Que no a Jean le gusta Mikasa?

Historia se encogió levemente de hombros.

—Puedes tener un crush en varias personas, pero gustar ya es algo distinto. No lo sé a decir verdad, a mi solo… Me ha gustado una sola persona —las mejillas de la reina se tintaron suavemente de rosado, tan claro que pareciera que no estaba realmente ahí—. Yo… Solía tener un crush en Petra, de hecho.

—Oh. Eso es… Comprensible. Petra es asombrosa.

—¿Lo es, cierto? Que fuera escogida personalmente para el Escuadrón del Capitán Levi, y que sea tan… Tan fuerte —suspiró—. Así que, entiendo bien cómo te sientes al respecto con Félix y todo eso. Y está bien, ¿sabes? Es solo un crush, no le hace daño a nadie. Además, como dije, no hay manera de culparte a ti personalmente, Félix es atractivo.

—¿Uh?

Historia alzó su mano y se señaló los ojos, y él los miró.

—Yo creo que es por el color de sus ojos. No es usual ver a personas de ojo color verde, y los de Félix son muy bonitos. Se parecen a los de Talisa.

—Ah, uh, sí, supongo…

—Y su cabello también. Es lindo, oscuro y suave. Una vez le hice una trenza ¿sabes? Y, como dije, es un hombre atractivo.

—¿Y tu cómo sabes?

Historia se encogió de hombros.

—Corre en la familia, supongo —se volteó hacia él, sus hombros ligeramente alzadas, un sonrojo en sus mejillas, una tímida sonrisa en su boca. El cielo azul tras ella la hacía ver angelical—. Frieda también era linda, y atractiva. Ella y Félix tienen el mismo tipo de cabello, oscuro y suave, como tinta derramada en papel, o la noche vuelta una manta, algo así. La atracción física también cuenta como un crush.

Y antes de que Eren pudiera pensarlo mejor, escupió;

—Tu también eres linda.

Historia lo miró, y la sonrisa en su boca se transformó en algo que él no habría sabido explicar, o describir, o nombrar.

—Gracias, Eren —dijo, y luego;—. Tu también eres lindo.

El calor en sus mejillas subió un poco, y tal vez también bajó porque podía sentir un poquito de calor bajo el collar de su camiseta. La dulce mirada con la que Historia le miraba le ponía un poco incómodo, por falta de una palabra mejor, así que desvió la mirada.

—Si quieres, puedes escribirle un poema para cuando regrese y se lo das una vez lo haga. Félix estaba leyendo los libros que mi hermana dejó en su habitación y en la biblioteca, así que…

La rubia le miró con ojos brillantes, sonrisa estrechada en una sonrisa que se volvió juguetona la igual que su tono.

Pero Eren se encogió de hombros y desvió la mirada hacia allá en donde el muro rodeaba la ciudad y las aves se perdían de vista. Detrás de esos muros había mas, y cuando esos se terminaban, entonces daba paso a una ciudad en ruinas en donde los cadáveres ya estaban pudriéndose.

En donde Armin aún estaba.

Y más allá de eso no había nada excepto lo desconocido. Y Félix. Allá perdido en tierra de nadie con las personas que buscaban deshacerse de ellos ante cualquier obstáculo.

No era justo sentirse así, ahora que lo pensaba bien.

Historia pareció notarlo porque la sonrisa se le deslizó de la cara y fue reemplazada por una pequeña mueca, y el sonrojo le desapareció de las mejillas. Dio un paso al frente y le colocó una mano en el hombro y se lo apretó con suavidad, como si Eren fuera a romperse si llegaba a hacerlo con más fuerza.

—Félix está haciendo esto por nosotros, ¿recuerdas? Sé que no es lo que queríamos, pero no hay nada que podamos hacer ahora. Lo mejor que podemos intentar es continuar adelante con nuestros planes y prepararos para cuando tengamos que enfrentarnos al resto del mundo. Si seguimos hundiéndonos en culpa por lo que él decidió hacer… No va a servirnos de nada.

—Él dijo que se quedaría.

Y quizás esa era la parte que ultimadamente le dolía más a Eren, la que le hacía sentir con mucha más culpa que las vacías promesas que él hacía, o las que le hacían a él. Que Félix fuera capaz de simplemente irse como si no supiera que ellos lo necesitaban. Que Historia lo necesitaba.

Que Eren lo necesitaba, más que a nadie.

—Eren…

Una oleada de enojo le hizo apretar los dientes, tragarse también el montón de palabras que se le atoraban con frecuencia en la garganta. Eren tenía tanto para decir y nadie que escuchara sus quejas, y no podía hacerlo con Historia presente porque no quería herirla a ella, y no quería que Ymir se burlara de él o que Kenny lo miraba como si fuera tan poca cosa como para pensar quejarse en voz alta acerca de su rey.

Lo que era estúpido, él sabía, porque a Kenny probablemente no le importaría lo suficiente como para escuchar lo que tuviera que decir por completo. A veces el hombre solo parecía tener oídos para Félix, Historia y Talisa Kaiser, en ese preciso orden.

—Él dijo que se quedaría —volvió a repetir, rechinando sus dientes entre sí al recordar ese día al tope de la muralla cuando Eren se atrevió a abrir su bocota—. Y luego fue a ver al Comandante Erwin y decidió que no lo haría al final. Que sería mejor irse, dejarnos-

—¡Eren!

Las uñas de Historia se le clavaron en la piel por encima de la manga de la camiseta y consiguieron sacarlo de su mente, tan metido en ella que no se dio cuenta del momento en el que clavó sus uñas en la baranda y dejó marcas de media luna en la piedra.

—Félix fue quien tomó la decisión de ir a Marley. No podemos culpar al Comandante Erwin de eso cuando ambos sabemos que él ya había estado decidido a hacerlo mucho antes de hablar con él.

Historia se separo de él y de entre los pliegues de su vestido, sacó un cuaderno. Mediano, con cubierta de cuero que lucía algo viejo y un poco manchado. Eren se tragó una vez más todos esos pensamientos indeseados e hizo un flojo gesto hacia el objeto, relajando su cuerpo y respirando profundo.

—… ¿Qué es eso?

—Un diario. Félix lo escribió, tiene… Todas sus pesadillas, lo que pensaba de ellas —la rubia titubeó—. Dijo que lo escribiría cuando algo importante acerca de… Los Ciclos apareciera en ellos. Lo estaba leyendo cuando ustedes se fueron, y también al volver. Tiene…

Historia alzó la mirada hacia él, y Eren notó que si bien no había presencia de lágrimas en sus ojos, que aún así parecían brillar con lo que podría ser una pizca de tristeza o melancolía en ellos. Se le apretó el corazón, y otra vez tuvo esa necesidad de… Decir algo. Lo que fuese. Quizás darle un abrazo.

En lugar de ello, tomó el cuaderno con gestos titubeantes y lo abrió en la primera hoja, tomando un tembloroso respiro al notar la caligrafía ligeramente inclinada y delicada, de alguien que estaba acostumbrado a escribir y a hacerlo para hablar con personas a las que probablemente querría impresionar. O, como era Félix de quien estaba hablando, personas a las que detestaba pero a las que necesitaba mantener felices.

Al mero tope de la hoja estaba escrito su nombre. Eren parpadeó al leerlo, no creyendo enteramente lo que veía.

Félix Reiss.

—Cuando lo anuncie frente a los otros nobles y el resto de la población, lo haré de esa manera —escuchó que ella murmuraba. El castaño alzó la mirada, sorprendido, y se encontró con que ella estaba cerca, demasiado cerca. Que el cabello rubio podía acariciarle el rostro si la brisa soplaba en contra, y que podía ver pequeñas pecas ocultas en la blanca piel de sus pómulos. Historia lo miró—. Me dijo que desechara el Kaiser, que me deshiciera de el tanto como pudiera, y que lo nombrara Reiss cuando lo pronunciara rey.

Eren frunció levemente el ceño.

—¿Por qué?

—No lo sé —ella titubeó, desviando momentáneamente la mirada hacia un costado—. Supongo que es porque una vez tomó la corona y aceptó el título, Félix Kaiser dejó de existir del mismo modo en el que Krista desapareció para mí.

Para eso, no tenía nada que decir.

Eren cerró suavemente el diario y lo guardó en un bolsillo interior de la chaqueta y procedió a tocar el hombro de la chica con la yema de sus dedos, ligeramente dudoso, antes de rodearla con sus brazos y atraerla hacia él.

Historia se sostuvo con fuerza, sus brazos cerrándose en su espalda y su cabeza recargándose contra su pecho. El suspiro que dejó escapar tembló contra su piel y lo hizo estremecerse.

—Va a estar bien —la escuchó susurrar—. Lo haremos funcionar. No te preocupes, Eren.

Y él no podía evitar pensar que del mismo modo en el que trataba de hacerlo sentir mejor, al mismo estaba tratando de convencerse a sí misma de ello.

━━━

Había cientos de cosas que Kenny preferiría estar haciendo en esos momentos, comparado a lo que realmente se encontraba haciendo.

Las riendas de su caballo, aunque hechas de cuero y un poco rígidas, se sentían como piedras en su mano, apretadas entre su agarre con tanta fuerza que el material le lamía la mano y se le enterraba en la piel, dejando una marca rojiza que tardaría en desaparecer. Encima, el animal parecía desesperado, o mejor dicho, estaba notablemente desesperado.

Zoro siempre había sido algo inusual, en su humilde opinión. Demasiado deliberado en las actitudes que tomaba tanto con Félix como con los que se hallaban a su alrededor, tanto del animal como del humano. No que Kenny creyera que tuviera alguna clase de inteligencia superior a otros animales, porque eso sería estúpido, pero.

Era distinto. Mejor a otros. Lo que era de esperar ya que fue criado con propósitos distintos a, lejos del criadero normal donde la mayoría de los caballos eran traídos al mundo y entrenados para ser dados a los organismos militares, y no es como que a Kenny le importara, pero, aún así. Le era imposible evitar pensar en que quizás, aunque fuera pequeño, nada más que una simple intuición, una singular fracción del animal estaba despierta y atenta y que entendía más de lo que un caballo debía hacerlo, que sabía lo que ocurría. Sabía que su dueño se había ido, que esa intranquilidad que mostraba —que se rehusó a mostrar cuando Erwin, de todas las personas, decidió montarlo— se debía a que Félix no era quien lo sostenía de las riendas, quien cabalgaba con el y quien volvía a casa con él.

Ah. Era algo estúpido, muchas gracias ya estaba al tanto de ello, pero en un mundo donde titanes caníbales existen y los dioses están más cerca de lo que uno cree, todo podría ser posible.

(El pequeño niño al que había dejado ir, el que se fue por cuenta propia. Félix probablemente estaría de acuerdo. Félix probablemente, sonriente, burlón, con ese tono coqueto que a veces ganaba cuando buscaba ponerlo de mal humor, le diría por lo bajo no tienes ni idea.

(Y ese mundo que Kenny no había visto. Esos mundos en los que el chico moría, en los que revivía. No tienes ni idea.))

Los peldaños del pórtico de la casa crujieron al ascender por ellos, y sus botas lo hicieron por igual. Aún llevaba manchas de sangre en la ropa que trató de ocultar cuando Historia lo despidió a la entrada del cuartel general en Trost, con esa mirada de perdición que no debía estar presente en los ojos de una niña de quince años, pero allí estaba, de cualquier manera, y Kenny había decidido no mirar atrás cuando salió galopando por debajo de la puerta y se alejó en dirección del muro interior, así que su ropa aun llevaba manchas de sangre, y las pocas motas de polvo que se colgaban de el le daban ese aspecto callejero del que probablemente se había beneficiado más veces de las que no cuando aún vivía en las sombras y se movía a través de ellas.

La puerta se abrió con un chirrido y una soledad opresiva le dio la bienvenida a la casa de los Jovan, vacía salvo por el perro que levantó la cabeza para verlo entrar, lo olfateó con descuido y decidió que no valía la pena levantarse a ver de qué se trataba ese olor a hierro y polvo y muerte que caía sobre el. Kenny le miró de reojo, mentalmente haciéndose la pregunta de por qué demonios aún tenían a un perro tan viejo que no se preocupaba de resguardar la casa, y luego avanzó hacia el interior.

Diane Jovan estaba en el comedor, y le vio entrar con cautela en los ojos, manchas oscuras debajo de ellos. El rubio cabello lo llevaba agarrado en un moño descuidado que la hacía ver pulcra, de cierta forma, pero sus labios se tensaron cuando Kenny se detuvo en el umbral y le hizo una seña.

—¿Talisa?

El lento parpadeo de la mujer pareció tomar una eternidad. Kenny no tenía una eternidad. Kenny apenas si tenía días, años en el mejor de los casos. Todo dependía de la mujer a la que buscaba.

—Afuera —respondió la otra, finalmente y dejando escapar un suspiro. Sus ojos se deslizaron hacia la puerta por la que ingresó, aprehensiva—. ¿Solo viniste tu?

Kenny ya estaba moviéndose hacia el jardín trasero cuando la escuchó preguntar eso, lo que lo hizo detenerse.

Quizás fue la tensión en sus hombros, o el hecho de que no se volvió para enfrentarla, para verle la cara y darle las malas noticias. Hubo un suave suspiro, otra vez, una queda exclamación, y el olor salado de las lágrimas lo empujó a seguir andando.

Kenny no estaba allí por ella, o por sus hijos. No estaba allí por nadie más excepto la madre del chico al que había perdido días atrás.

En la cocina rugía un fuego lento, bajo, una cazuela de barro colocada en la estufa que destilaba un olor delicioso que le hizo rugir las tripas. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo que no fueran raciones, o la sucia comida con la que Pixis pretendió alimentarlos en su cuartel de mala muerte?

Estuvo tentado a echarle un vistazo, quizás probar un bocado, pero a través de la ventana alcanzó a ver una figura en la lejanía, solitaria y de pie bajo del inmenso árbol que les había dado sombra a él y a Félix meses atrás cuando recién comenzaban a entrenar, y contra su voluntad, decidió que era mejor terminar con lo que debía hacer, porque entonces, una parte suya que aún era más humana que Ackerman, se echaría para atrás, daría media vuelta y abandonaría esa casa, ese camino, ese caballo, y se iría.

Fuera, el jardín era lindo. Siempre le pareció que lo era de todas esas veces en las que deambuló alrededor durante las noches, luego de que Uri le confesara la existencia de su familia. Kenny había estado curioso, hambriento casi. Y fue lo suficiente estúpido como para ignorar las ordenes de su viejo amigo para aventurarse en tierras de los Jovan.

Un solo vistazo, eso es todo lo que había querido. El campo de girasoles que rodeaba a la propiedad podría cubrirlo a la perfección, y así nadie lo vería. Además, la propiedad era larga, grande. Albergaba un lago de todas las cosas que podría tener, y además tenían un patio, y un establo para caballos, y las granjas que los Jovan administraban con todos esos criaderos de caballo estaban a buena distancia. Si lo descubrían, podría simplemente decir que estaba buscándolas y entonces lo redirigían hacia ellas, o le dirían que el dueño vivía en esa misma casa y que si tenía asuntos con él, podían tratarlos directamente, cara a cara, y zanjar cualquier asunto que pudiera tener allí mismo.

(Kenny había considerado rajarle el cuello a quien sea que lo descubriera en caso de que ocurriera, obviamente, pero eso solo traería más problemas con los que no había estado dispuesto a lidiar.)

Excepto que nunca fue descubierto. No, nadie lo había visto, porque los nobles eran así de estúpidos y ególatras, pretenciosos como un pavorreal podría serlo. Sus cabezas estaban muy metidas en sus culos como para considerar protección, como para creerse que realmente la necesitaban cuando los que movían los hilos detrás de bambalinas eran ellos mismos.

Así que claro que Damián Jovan no tendría seguridad, a excepción de ese viejo perro que dormía como si estuviera muerto.

Y Kenny los había visto. Fuera, en el jardín, mientras una hermosa mujer de cabello negro y vestido azul regaba los pétalos de un tulipán rojo que recién se abría y un niño no mayor de siete años se quejaba sobre el hijo de los Jovan y lo estúpido que era, y lo mucho que le habría gustado meterle un puñado de tierra a la boca, gusanos y todo.

Talisa se había reído. Kenny la escuchó porque su risa fue capaz de ser acarreada por el viento que soplaba durante esa primavera mientras él se ocultaba tras los establos, más cerca de lo que debería haberse atrevido a acercarse. Pero Talisa rió ese día, y miró a Félix, pequeño niño de siete años que él era, y los grandes, preciosos ojos verdes de la mujer le miraron con tanto amor que Kenny sintió envidia tanto suya como por parte de su viejo amigo.

Sus pies se quedaron anclados a unos pasos de donde ella se encontraba en esos momentos, su espalda hacia él, recta y con la trenza negra colgándole de un hombro. Una flor que él desconocía y que no le importaba sostenida en sus manos, y miraba hacia el lago.

El maldito lago.

—Oi.

Talisa ni siquiera se sobresaltó. Fue como si lo presintiera, como si ella ya supiera que él se aparecería. Tarde o temprano, pero que lo haría a final de cuentas.

Kenny era un perro fiel tal cual.

—Ah, Kenny —la escuchó decir, voz serena. Espalda todavía recta—. ¿Ya volvieron?

—Mhm. ¿Que la mujer allá adentro no te lo dijo?

—Tomm no ha vuelto aún. No lo ha hecho desde que se anunció el regreso de la reina a la capital.

—¿Qué hay del otro? ¿No ha venido a verte?

—¿Nicolás? Nicolás es un hombre ocupado, Kenny —su risa fue suave también. Hizo un agujero ahí en donde Kenny tendría un corazón—. Es probable que tome el lugar de Nile cuando decida retirarse. Le quedaría bien, es un hombre cuidadoso y muy responsable. Lo era incluso cuando él y mi hijo estaban juntos.

No había un rastro de diferencia en su voz que le diera alguna indicación. Kenny casi prefería que lo hubiera.

Ah, mierda. ¿Cómo debía hacer esto?

¿Qué, exactamente, se supone que debía decirle?

Félix no dejó instrucciones sobre cómo proceder cuando debiera informarle a su madre de su ida hacia Marley. No compartió ideas con nadie, ni siquiera con Historia, acerca de cómo proceder en ese frente. Lo que era estúpido porque el chico probablemente no había tenido ni puta idea tampoco, y decidió que ellos serían perfectos para cubrir ese pequeño agujero en su plan y venirse con algo estúpido para tapar la mentira y hacerla ver creíble.

Una historia de tragedia, que es lo que Félix quería que el mundo en el exterior viera. ¿Que eres un chico perdido? ¿Que extrañas a tu madre? ¿Que extrañas a tu maldita isla llena de podredumbre y vidas sin valor? ¿Eso es lo que quieres, idiota?

Pero Félix no estaba allí para escuchar sus quejas, ni para entenderlas, ni para que Kenny se las escupiera en la cara y le hiciera saber lo imbécil que era al no tener ninguna otra jodida idea de qué hacer.

(Pero Félix sabía qué hacer. Félix sabía cómo proceder. Los dos lo hacían, de hecho. Veían la solución al despertar, la veían antes de irse a dormir. La veían en sueños casi, andaban por encima de ella y la pisaban y probablemente, escupían en ella también.

Los muros (No podemos, no puedo, no quiero ser, ni verme, ni convertirme. No soy eso, no puedo ser eso) ¿Qué otra solución existía aparte de esa? ¿Qué otra maldita cosa podían llevar a cabo para poder ser libres, por fin, para poder ganar este maldito conflicto? (Pero no puedo porque si lo hago, si yo lo hago, ¿entonces en qué me convertiré?) Félix quería jugar un largo juego para el que no tenían tiempo de jugar, una estrategia de dos, en donde él perdía y Historia ganaba, porque el rey era seguido quien se sacrificaba para que la reina venciera ¿cierto? (Al diablo el mundo Félix, mientras que tu tengas lo que quieres, todo estará bien.)

Y aquella mentira, claro. Porque nunca fue acerca de lo que él quisiera realmente, si no lo que el mundo necesitaba.)

—Talisa…

Su voz se desvaneció de a poco, y por una fracción de segundo, el agarre que la mujer sostenía sobre esas flores que él desconocía se apretó y los dedos se le pusieron blancos.

—Hueles a sangre —le dijo ella. Kenny imaginó su nariz arrugada por el hedor que despedía—. ¿Tan ocupado has estado en la Capital que no has logrado tomar un baño, Kenny?

Las palabras murieron en su lengua.

Uri había descrito a Talisa como una mujer hermosa, como una mujer digna, como la mujer de la que su yo más joven se enamoró profundamente solo porque le había sonreído cortésmente cuando él y Rod llegaban de pasear a caballo por los alrededor de la finca de los Reiss durante una tarde de otoño.

Éramos muy jóvenes, le susurró el recuerdo de su viejo amigo. Tan jóvenes que se siente como si hubiera sido toda una vida desde que la vi por primera vez. Uri la había descrito estando de pie junto a los rosales de su abuela, regando las plantas con una regadera hecha de hierro que su abuelo le obsequió a su abuela en uno de sus aniversarios. La había descrito usando una falda color marrón con una blusa blanca fajada y un pequeño collar con una piedra oscura que atrapaba la luz del sol y lo encerraba ahí dentro, dándole un brillo sinigual. La había descrito alzando la mirada, así por solo un momento cuando escuchó el trote de caballos, y luego inclinándose en señal de respeto hacia los jóvenes lords de la casa, pero que una vez se enderezó y los miró de frente y Uri la vio a los ojos, la sonrisa en su rostro y la suave voz con la que les dio la bienvenida de vuelta casi lo hicieron caer de su montura.

(Rod se rió mucho de mí. Estúpido, me dijo, por haberme quedado como un idiota al ver a una sirvienta. Uri le dijo eso mientras sonreía, sentado en ese tronco frente a ese otro lago, el atardecer encima de ellos.)

Talisa podría haber sido reina. Kenny siempre lo tuvo en claro, y siempre había sido el tipo de dato que encontraba difícil de olvidar o de ignorar. Cuando veía a la mujer de Rod, ese rostro apagado lleno de arrugas, cuando los del círculo íntimo se inclinaban ante ella con cortesía y murmuraban saludos que la halagaban, que buscaban su favor, Kenny siempre se imaginaba a Talisa en su lugar.

Uri nunca usó corona, ninguno de ellos llegó a hacerlo realmente. Pero Uri siempre había portado cierto brillo consigo mismo que hacía que una habitación se llenara de luz, que lograba ambientar una noche, ponerle dulzor a una tarde. Uri no había necesitado una corona para hacer su presencia notar, y él estaba seguro de que Talisa tampoco. Ninguno de los dos habría necesitado más que sus presencias, una sonrisa, incluso una suave, gentil carcajada.

Y los dos habrían sido perfectos juntos.

—Lo siento —fue lo que consiguió decir. Lo que empujó con su lengua hasta que las palabras pasaron de detrás de sus dientes. Su cuerpo se sentía pesado y probablemente se veía raro ahí de pie, tan inmóvil y seco y sin ganas de seguir, pero permaneció de pie allí tras la mujer que debió haber sido reina, y se tragó la bilis que sentía en la garganta—. No podemos volver a Shiganshina aún, pero… Félix no volvió con nosotros. Tampoco fuimos capaces de recuperar ningún cuerpo, o de traer los que sí conseguimos.

Talisa tembló un poco. Sus hombros se sacudieron.

—¿Eso que significa?

Y su voz sonaba tan quebradiza. Kenny apretó sus puños, talló sus dientes entre sí con furia y maldijo al chico hacia el infierno y de vuelta por obligarlo a hacer esto. A Historia también. A los dos imbéciles que eran reyes y que eran niños pero que jamás tuvieron la oportunidad de crecer como tal. Los maldijo a ambos.

—¿Oficialmente? Está catalogado como desparecido en combate. ¿Extraoficialmente? No lo saben.

Kenny se preparó para lo que fuera a ocurrir a continuación. Si la mujer decidía descargar su ira contra él, lo tomaría. Si decidía empujarlo al suelo y gritarle en la cara, lo aceptaría. Si decidía abofetearlo, si decidía golpearlo, si decidía hacer lo que ella quisiera con él, Kenny lo entendería.

Se lo devolvería más tarde al mismo Félix por ponerlo en esa situación, obviamente, pero por el momento, lidiaría con lo que sea que Talisa Ackerman decidiera darle, sin problemas ni quejas ni nada.

Así que aguardó. En silencio, y en ese silencio, la escuchó llorar.

El sollozo fue parecido al de Eren, ese gutural sonido que parecía ser arrancado directamente de las entrañas de uno, que te revolvía el estómago y te robaba el aliento de lo desgarrador que era. El dolor dentro de uno mismo cobrando vida, teniendo voz, y la agonía en el era palpable. Pero en donde Eren había sido ruidoso, Talisa no.

Talisa, que siempre parecía mantener su cabeza erguida, que portaba una corona imaginaria que debió haber sido suya desde un principio, se dobló sobre sí misma y se abrazó a las flores que llevaba consigo en esos momentos, aplastándolas contra su pecho y enterrando su nariz en ellas.

Kenny desvió la mirada, asqueado con el mundo, y miró allá a donde el lago pintaba el terreno de los Jovan con el cielo, donde el sol brillaba y las libélulas se movían en revoloteos sobre el agua. ¿Qué es lo que había dicho Félix aquella vez? ¿Que era un gran espejo?

Probablemente. Kenny había estado demasiado cansado como para seguirle la corriente.

Cerró los pocos pasos que lo separaban de la mujer, y con cuidado, como si ella estuviera hecha de cristal —porque a sus ojos de él lo estaba— colocó una de sus manos sobre su hombro y le dio un suave apretón. La punzada de arrepentimiento que sintió lo hizo titubear.

—… Lo traeré de vuelta —dijo en voz baja, con miedo engulléndole las entrañas, la mentira pesada en su lengua. Está vivo, quería decirle, pero por el momento… Por el momento, esto debía ser suficiente—. Lo prometo.

En ese silencioso llanto, le ofreció una disculpa a su viejo amigo, y el salado olor de las lágrimas de la mujer se le hicieron roca ahí en donde había existido un corazón.

━━━

Estaba oscuro fuera, negro. El mundo sumergido en nada pero una entintada, profunda oscuridad a la que Erwin no estaba acostumbrado. Lo único que alcanzaba a ver a través del cristal de la ventana era el patio del Cuartel iluminado por las antorchas y el leve movimiento de otros cadetes llevando a cabo sus tareas que creaba disturbios ahí en donde la luz se reflejaba en su camino.

Casi prefería estar como ellos, moviéndose, acarreando cajas o con papeles en las manos o simplemente… Tener algo que hacer.

Algo en lo que ocuparse. Hundirse en alguna tarea o un papeleo o lo que fuese que le ayudara a deshacerse de todos esos pensamientos que llevaban asfixiándolo desde que volvieron de Shiganshina. Un zumbido ansioso le viajaba por las venas y le erizaba los vellos del brazo cuando se daba cuenta que su mente vagaba de vuelta a los eventos de los días pasados, cuando comenzaba a pensar en el chico al que habían tenido que dejar atrás a pesar de la silenciosa ira con la que Eren lo miró durante el trayecto de vuelta a Trost.

Era una noche tranquila y Erwin, incluso si no deseaba hacerlo activamente, se encontró pensando en Shiganshina; en los cadáveres de sus subordinados que tuvieron que dejar atrás luego de que planearan su huida del lugar, y en la ciudad misma convertida en un páramo desolado. Si cerraba sus ojos sería capaz de verla en toda su esplendor, aquel cráter dejado atrás por el chico Bertolt, la figura de cristal que centelleaba con la luz del sol en donde Eren cerró finalmente el agujero que dio comienzo a toda esa pesadilla.

Podría incluso ver el largo camino de sus scouts dirigiéndose hacia una muerte segura mientras una lluvia de rocas les caía encima.

Erwin suspiró, cansado, y recargó su sien contra la frescura del cristal y cerró sus ojos para tratar de alejar esas imágenes, guardarlas en ese rincón de su mente que solo tocaba cuando sentía que debía castigarse un poquito por todos los errores que cometió a lo largo de su carrera como Comandante de la Legión de Reconocimiento.

(Existía otra razón por la que estaba tratando con tanto esfuerzo de enterrar esos recuerdos, y es que cada vez que se atrevía a hacerlo y a visualizar lo ocurrido en Shiganshina, sus recuerdos lo llevarían a ese rostro, esa sonrisa.

Ese juguetón saludo con el que Félix se burló de él antes de irse y no volver.)

El suave sonido de pasos lo despabiló lo suficiente, y alejó las sombras que comenzaban a cernirse sobre él. Su cabeza viró un poco, alzándose de contra el cristal, y vio a Levi llegar seguido de Petra, ambos con la misma expresión ensombrecida que le revolvía el estómago nada más verla.

La mujer asintió hacia él con una sola cabezada y se quedó de pie en el umbral del arco que daba entrada a ese zaguán, pero Levi cerró la distancia entre ellos y se detuvo de frente a él, al otro lado de la ventana contra la que estaba recargado. Miraba hacia fuera un poco desorientado, como si ya no pudiera reconocer lo que estaba viendo.

—¿No ha habido noticias?

Erwin negó.

—No aún —dijo por lo bajo, mirando de reojo hacia la puerta de su izquierda. La única antorcha que la iluminaba parpadeaba ocasionalmente y alargaba las sombras dentro de la habitación—. Pero Moblit sigue adentro, y le di instrucciones de que apenas hubiera alguna actualización significativa, que viniera a informarnos.

—Mhm. ¿Por qué crees que estén tardando tanto?

—No lo sé, pero la pérdida de sangre fue significativa, así que puede que sea debido a eso —frunció el ceño—. Además, el doctor que la vio en Trost nos dijo que a pesar de que fue una buena idea que fuera llevada lo antes posible, el viaje de regreso causó algo de daño. Haberla movido tan pronto probablemente no fue una buena idea.

Levi chasqueó la lengua y se cruzó de brazos, mirando con pesadez hacia su reflejo en el cristal de la ventana.

—No teníamos otra opción.

—Lo sé —aceptó Erwin en voz baja, tirando otra mirada, igual de cautelosa y con la misma esperanza, hacia la puerta firmemente cerrada—. Quisiera que hubiéramos tenido otra, pero debía ver a un especialista de alguna u otra forma.

Hubo un corto silencio entre ellos que fue llenado por el leve sonido que el resto de actividad dentro del Cuartel generaba; los pasos en los pisos inferiores resonaban en la roca contra la que se hallaban recargados, y las voces en los pasillos o las habitaciones viajaban como ecos hacia ellos, donde quedaban encerrados y les informaban de las cosas que se llevaban a cabo mientras ellos aguardaban en un limbo.

La mirada de Erwin captó la figura de un caballo que se detuvo en el patio, y sus cejas se fruncieron un poco cuando reconoció entre la oscuridad de la noche a Kenny sentado en la montura del animal, luciendo algo que él reconocía perfectamente como un ceño fruncido que le haría competencia a uno de los suyos propios en un muy mal día.

La ropa del mayor era la misma que la de ayer, que la del día anterior. La misma camisa negra, los pantalones oscuros, las botas con manchas de sangre. Kenny, como el Capitán de la Guardia de la Reina, había sido el que se vio más ocupado de entre todos los que volvieron de Shiganshina; nada más arribaron a Mitras mandó llamar a los capitanes de los distintos escuadrones dentro de la propia Policía Militar, y se encerró con ellos luego de que Historia los dejara retirarse. Más allá, nadie se había atrevido a decir qué les dijo el hombre, y Kenny desapareció poco después de ello.

Levi hizo un sonido a un lado suyo y se removió en su sitio.

—Fue a ver a la madre de Félix.

Su cuerpo se sacudió, y Erwin trató de ignorarlo, en cambio pretendiendo que se debía a la repentina confesión de su compañero.

—¿Cómo sabes?

—Ymir se lo dijo a Connie y Sasha. Estaban hablando en un pasillo cuando los escuché —la voz de Levi era baja, y su aliento creaba una nube de vaho contra el cristal cada vez que hablaba—. Al parecer, Talisa Kaiser le pidió a Kenny que lo trajera de vuelta. Sano y salvo.

Su mandíbula se apretó un poco; el coraje que aún sentía viajando en su cuerpo ardiendo una vez más ante la sola mención de Kenny y la… Estupidez que tanto él como Félix habían planeado.

—¿Crees que le haya dicho lo que su hijo planeó? —susurró.

Levi se encogió de hombros. Abajo, en el patio, Kenny le tendió las riendas del caballo a uno de los chicos del Garrison que se acercaron a atenderlo y Zoro se encabritó en cuestión de segundos, tirando de ellas con ferocidad, como si lo estuvieran llevando a morir en lugar de un sitio al que pudiera reposar y recobrar energía.

Kenny se veía cansado, incluso aunque Erwin no se encontraba físicamente de pie a su lado, podía ver lo exhausto que el hombre mayor lucía. El hundimiento de sus hombros era profundo, dándole una apariencia de estar eternamente encorvado incluso si no lo estaba. Su vista estaba fija en el caballo, como la de los otros lo estaba, y sus ojos seguían atentamente cada pequeño movimiento que el animal realizaba.

—Creí que esos caballos purasangre criados por los nobles eran mejor portados —murmuró Levi con una mueca.

Zoro relinchó, tironeándose del agarre que tenían en él con mucha más fuerza, y sus patas delanteras se alzaron en lo que parecía ser otro intento para que lo soltaran. El chico del Garrison que lo estaba sosteniendo decidió entonces que sería buena idea tirar de ellas, hacia él, y poner de peor humor al caballo. Sus cascos golpearon el suelo de adoquín con un ruido sordo y el animal relinchó, yéndose de golpe hacia el frente y empujando al sujeto de la Rosa hacia el suelo.

Kenny estaba de pie a solo unos metros, silenciosamente observando todo, sombras esparcidas en su rostro. Erwin entrecerró sus ojos para tratar de ver si había alguna expresión en su rostro aparte de blancura total, pero el mayor de los Ackerman parecía estar… Vacío, como su mirada, como su postura.

Que gritaba a vientos que algo faltaba.

La pequeña conmoción ocasionada por el caballo se detuvo abruptamente cuando otro sujeto, esta vez vistiendo el unicornio de la Policía Militar, se acercó a ellos a prisa y le arrancó las riendas de la mano al de la Rosa.

—¡Hey, hey! ¡Tranquilo, tranquilo, todo está bien!

Zoro volvió a alzarse, pero el hombre que lo sujetaba jaló las riendas con suavidad y las dejó caer de su agarre, y luego comenzó a palmearle el cuello y a acariciarle el lomo. Zoro se sacudió la crin y coceó varias veces, calmándose poco a poco.

El hombre de la Policía Militar hizo una seña en dirección de Kenny y guió a Zoro hacia un costado fuera de su campo de visión, probablemente a un establo no tan ocupado como los que se encontraban más cerca del patio principal.

—… Supongo que no todos son un éxito —murmuró él, soltando un suspiro y alejando su mirada de la ventana. Le daba náuseas ver a Kenny.

Las ligeras sombras proyectadas por la iluminación de la antorcha posada junto a la única puerta dentro de esa habitación parpadearon cuando alguien más ingresó. Petra fue la primera en reaccionar, extendiendo la mano instintivamente cuando fue Eren quien se detuvo bajo el umbral, mirándolo primero a él pero desviando la mirada casi de inmediato con un indescriptible sentimiento plasmado en ella.

Erwin se enderezó un poco.

—Eren, creí haberte dicho-

—Lo sé —murmuró el chico sin mirarlo—. Solo quería ver si la señorita Hange ya había despertado.

Petra le dio un suave apretón a la mano del menor, envuelta en la suya, y le regaló una sonrisa demasiado frágil.

—Aún no, pero no tienes que preocuparte por ello. Hange es fuerte, ya verás que estará bien en cuestión de poco tiempo.

—¿Cuánto?

—¿Uhm?

Eren negó con una sacudida de su cabeza y apretó sus puños.

—¿Cuánto tiempo?

Petra los miró a ellos, sin saber qué decir. Levi, suspirando, se irguió un poco y se recargó en el muro junto a la ventana, cruzando los brazos frente a su pecho mientras la expresión se le pinchaba en lo que podría ser cansancio o irritación. A veces ni siquiera él era capaz de discernir propiamente qué tipo de sentimientos albergaba su compañero.

—El tiempo que deba tomar, Eren —musitó, su voz enfriando aún más la habitación y causando que la tensión ya presente en los hombros del chico se triplicara—. Realísticamente hablando, las heridas de Hange son graves y la pérdida de sangre solo sirvió para empeorarlas. Si queremos que haga una recuperación pronta, esperaremos el tiempo que sea necesario. ¿Lo entiendes?

La mirada de Eren estaba fijada firmemente en el suelo, probablemente en sus botas mientras que la mano que sostenía Petra estaba floja con resignación, la otra sin embargo, aún estaba cerrada en un puño con los nudillos vueltos casi por completo blancos. Erwin no podía verle la expresión del rostro, pero sabía lo suficiente acerca de Eren para adivinar el tipo de pensamientos que debía estar teniendo en ese momento.

—Eren —le llamó y con lentitud, el chico alzó la cabeza y luego la mirada, y la fijó sobre él—. La condición en la que se encuentra Hange no es culpa tuya, así que por favor no pienses que lo es. Las decisiones tomadas ese día en Shiganshina pertenecen a las personas por las que fueron hechas, y aunque los resultados no son completamente satisfactorios, lo importante es que ella está viva ahora mismo.

—… ¿Está seguro de eso, Comandante Erwin?

Fue nada más que un susurro, pero Erwin, junto a Petra y Levi también presentes, fueron capaces de escucharlo a la perfección por igual y al hacerlo, los tres captaron la nota de amargura en la voz del chico, el absoluto desprecio que esos ojos color jade —normalmente iluminados por asombro— reflejaban en ese momento cuando lo miraron a él.

Erwin abrió la boca, tomado enteramente por sorpresa.

—¿De qué-?

La habitación se quedó en silencio otra vez en el momento en que Moblit apareció, cerrando tras de sí la puerta y permitiéndole antes un breve vistazo de una cama de sábanas blancas con un cuerpo tendido encima. Erwin se enderezó, porque en los ojos de Moblit estaba ese tipo de mirada con la que todos en la Legión de Reconocimiento estaban familiarizados cada vez que volvían de una expedición, y les desgarró el pecho cuando los tres adultos la reconocieron. Maldición fue un pensamiento colectivo, demasiado ruidoso en la repentina quietud que siguió a la aparición del hombre.

Erwin se tragó los nervios alojados en la garganta y dio un paso al frente, porque era su deber hacerlo y preguntar.

—Moblit. ¿Cómo está Hange? ¿Está-?

—Bien —dijo, interrumpiendo a Erwin de inmediato. Era francamente irrespetuoso y Moblit pareció darse cuenta de ello debido a la mueca que le pintó la cara segundos después. Era una actitud distinta al hombre que Hange tanto adoraba que consiguió ponerlos de nervios casi de inmediato. Moblit se mordió el labio por un instante, deteniendo las lágrimas que le brillaban al borde de los ojos—. Está bien. Solo… Ella… El doctor dijo-

—¿Qué? ¿Qué fue lo que dijo?

Moblit pausó, y luego se armó de valor al tomar una profunda respiración, aunque aún podían ver los finos trazos de preocupación grabados en su rostro junto a la interminable mirada de angustia en sus ojos.

—Perdió la movilidad en sus piernas —su voz, parecida a como lo fue la de Eren minutos atrás, fue un quedo susurro casi suspirado, pero en una habitación callada por preocupación misma, fue tan ruidoso como un trueno mismo—. Eso, eso fue lo que el doctor dijo. La fractura en su cuello no habría sido tan peligrosa de haber sido solo eso, pero con la explosión del Titan Colosal tan cerca suyo, el daño que el impacto de su cuerpo tomó al ser expulsado tan violentamente aplastó su columbra vertebral y ocasionó fracturas en un par de vértebras. No sabemos… No hay manera de saber…

Fue tenue la manera en que su voz se quebró. El sollozo que rompió a través de su garganta. Erwin cerró los ojos, sintiendo que el mundo entero acababa de derrumbarse a su alrededor, y los sonidos dentro del lugar y las voces en el patio, el que Zoro pareciera ser igual de rebelde que su dueño, que Kenny estuviera tan vacío y se viera tan solitario sin la presencia del otro Ackerman a su lado, todo parecía tan insignificante en esos momentos.

Eren se derrumbó en los brazos de Petra, su mano cubriendo su boca mientras que la otra se aferraba a su pecho. Y Petra lo sostuvo ahí porque ella necesitaba anclarse a algo por igual o se derrumbaría también.

Levi estaba rígido a un costado, tan quieto que ni siquiera se sabía si seguía respirando o no.

—Entiendo. Gracias por decirnos. Si quieres volver dentro con ella, siéntete libre de hacerlo. En caso de que algo ocurra, enviaré a alguien para informarte de ello, Moblit.

Moblit asintió, demasiado ensimismado en sus propias emociones para dar una despedida propia, y simplemente se dio media vuelta y volvió a abrir la puerta. Esta vez Erwin pudo ver un rostro demacrado, demasiado pálido y carente de vida, y Hange le sonrió débilmente antes de que la puerta se cerrara con un firme pero gentil ruido seco.

El vacío que siguió fue demasiado definitivo, demasiado deliberado.

Levi fue el que se marchó primero.

(La oscuridad no se fue una vez arribó la mañana. Seguía ahí, intacta e igual de pesada, marchando al son de su andar.

Erwin la portaba como una capa que carecía de las Alas de la Libertad.)

━━━

Una vez más, la misma habitación.

Kenny comenzaba a sentirse asqueado cada vez que debía poner un pie en el interior, su labio inferior curveándose en desdicha nada más captar algún vistazo de la larga mesa con esas incómodas sillas y las malditas ventanas que siempre dejaban entrar la molesta luz del sol hacia el interior. ¿Qué acaso Historia no tenía ninguna otra en la que reunirse, o le gustaba ésta nada más por que sí?

La chica en cuestión ya estaba ocupando la cabecera al fondo de la mesa, con Zackley sentado a su lado. La blusa color azul pálido que usaba aquel día contrastaba con la corona de margaritas que se sentaba en su cabeza sobre mechones dorados que le caían en cascada por la espalda. Kenny apenas si alzó sus cejas en pregunta, y ella se encogió de hombros.

—Talisa me la obsequió —fue todo lo que dijo, y Kenny podría haber preguntado por qué y para qué, pero la sola mención de ese nombre le daba dolor de cabeza, así que por su bien, lo ignoró lo mejor que pudo y se concentró en el cielo que podía ver tras las cortinas que cubrían los cristales de la ventana.

No había vuelto a hablar con la mujer desde esa tarde días atrás, y lo último que Kenny vio de ella entonces fue su espalda y su negro cabello mientras los finos, delgados dedos de la mujer volvían polvo las flores que sostenía entre ellos.

El leve carraspeo de una garganta lo hicieron deslizar su mirada hacia un costado, llevándolo a enfrentarse con la presencia de Erwin Smith y la migraña que él también le provocaba. El hombre rubio, sin mediar palabra, deslizó una hoja por encima de la mesa hacia él y Kenny la pasó hábilmente hacia Historia, quien la alzó de la superficie con lentitud y comenzó a leer lo que sea que estuviera escrito en ella.

A Kenny no podía importarle menos.

—…Oh —murmuró la joven reina tras unos segundos—. Gracias, Comandante Erwin.

Erwin le respondió con un tenso asentimiento de su cabeza, sus hombros alzándose momentáneamente en una muestra de… ¿Qué, exactamente? Se preguntó él, pero su atención fue capturada por Ymir de pie tras el asiento de la reina, la hilera de libreros colocada al fondo en el muro temblando cuando Ymir lo hizo también.

Entrecerró sus ojos, ligeramente curioso por la reacción de la chica, y miró fugazmente la hoja que Historia ocultó bajo otros documentos. ¿Qué carajos diría ahí como para sacar tal reacción de quien probablemente era más irracional que Kenny mismo? Ah, y pensar que no me interesaba hace solo momentos.

Pero la verdad es que Kenny estaba muy interesado. ¿Cómo no estarlo? Las piezas ya habían sido puestas en el tablero desde el momento en el que aquel titán deforme engulló a Félix como si fuese un platillo que disfrutar. El chico probablemente ya estaba en Marley, o de camino a, y de no estarlo entonces significaba que o seguían atrancados en ese puerto del que le habló antes que se hallaba a orillas de la isla, o había sido llevado a algún otro lado.

La incertidumbre de no saber con certeza en dónde demonios se encontraba le carcomía por dentro. Quizás era eso el motivo de su inestabilidad, como le había escuchado susurrar a ese chico pelón en el escuadrón del enano. Kenny podía sentirlo, la preocupación que se hacía un espacio en su estómago y le robaba el aliento. Había sido así desde que se dio cuenta qué demonios ocurrió a las afueras del distrito, cuando presenció con sus dos malditos ojos al chico ser tragado vivo.

Sus dedos se flexionaron, formaron puños. El agujero que sentía en los pulmones le robó el oxígeno por una cuestión de segundos demasiado efímeros como para ser propiamente reconocida; pero quemaba ahí en donde su promesa se hallaba intacta.

Debo traerlo de vuelta.

A su derecha, Historia se aclaró la garganta y se enderezó, organizando la pila de papeles y documentos que a él medianamente le interesaban a un costado de una taza de café. El porte de la chica se veía forzado, y la tranquilidad que se asentaba en sus facciones era obviamente fingida y tensa, y en sus ojos podía verse el cansancio que debería estar sintiendo desde el momento en el que partieron a Shiganshina.

En silencio, Kenny murmuró una maldición y se enderezó en su asiento, sintiendo más que nunca el peso de una responsabilidad que él definitivamente no quería tomando cabida en sus hombros.

Historia comenzó a recapitular un par de cosas que tocaron durante su inesperada, forzada, claramente insatisfecha reunión llevada a cabo en Trost a solo momentos de haber vuelto de la más estúpida, innecesaria, irritante expedición hacia Shiganshina en la que él se vio envuelto solo porque el pequeño rey al que debía proteger se le metió en la cabeza el ir y dejarse capturar por las personas, los traidores, a los que debían haber asesinado con esos malditos muros-

No. No vayas allá, se dijo a sí mismo, tratando de enfocarse en lo que la pequeña reina decía. Te va a salir una ulcera del coraje si sigues buscando motivos para enojarte en un principio.

No puedes morirte antes de traer a ese imbécil de vuelta. (Si me encuentro a Uri en el infierno y pregunta por su hijo, ¿qué mierda voy a decirle? ¿Que lo dejé ir derechito a su muerte? Va a enterrarme por segunda vez estando ya muerto. (Talisa iba a hacerlo de igual manera, independientemente de lo que ocurra, una vez la mujer se enterara de lo que Kenny hizo, a lo que Kenny accedió, iba a pulverizarlo como hizo con esas flores.))

Mientras estaba distraído, alcanzó a entender las palabras rey seguidas de Reiss, de discutimos, una oración simple de yo misma le puse una corona en la cabeza —y en su mente, una imagen de flores marchitas circulando una pieza de metal, sostenida en manos que temblaban por un chico que claramente no podía(quería) ser rey—, el Ackerman y el Kaiser tirados ahí también seguido de un callado, casi silencioso ya no existimos, él y yo como solíamos hacerlo.

—No creo que hayamos existido en algún momento. Realmente, tangibles, con orgullo —la amarga, llena de añoranza voz de Historia filtrándose a través de sus pensamientos—. Es motivo suficiente para que hayamos accedido a hacerlo juntos, a gobernar juntos. No estoy dispuesta a pedir perdón, y aunque lo hiciera, no merecen que les pida disculpas por actuar tras sus espaldas. Félix es el Rey, y lo que él diga es, sin cuestionar ni dudar ni desafiar. Ambos somos la corona, y ambos compartimos poder. No importa la manera en la que se nos fue dado, no importa si no todos en esta mesa aprueban de ello. Ackerman o Reiss o Kaiser o Lenz, nosotros, juntos, no podemos existir sin el otro.

Kenny parpadeó. Historia tenía la mirada fija en los cristales que dejaban entrar la luz del sol, en las aves que se alcanzaban a ver volando en el cielo.

Hacía tiempo que no escuchaba a alguien hablar así; con tanta pureza en sus palabras, su corazón puesto en ellas.

Le parecía gracioso que Historia era nada más una niña de quince años con mucha responsabilidad, con un pasado sacado de algún cuento de terror. Que en algún momento, fuera él el que había estado dispuesto a ponerle una bala en la cabeza con tal de proteger el derecho de Félix sobre el trono muchísimo antes de que el chico viniera a formar parte de su escuadrón, de su vida de una forma tangible, como la reina bien había mencionado.

Y entonces, el traicionero susurro de pero ya lo hiciste antes, ¿recuerdas? Protegiste su derecho sobre esa corona desde hace mucho, muchísimo antes. Después de todo, Frieda era menor a Historia cuando accedió a volverse un monstruo. A usarla por un rato.

Kenny, más cansado que cuando volvieron de esa mentada expedición al distrito muerto, se pasó una mano por el rostro y la arrastró hacia abajo, empezando por sus sienes y terminando a costados de su mandíbula. Déjame juntar todos esos pensamientos culpables y tirarlos por allá a la mierda.

El chirrido de algo fuera de la habitación captó su atención y se tensó, desviando su mirada hacia ello mientras la habitación se sumía en un repentino, cargado silencio. Entonces la puerta se abrió, de un modo bastante ruidoso en su opinión, y Moblit entró casi a trompicones con el sudor acumulado en la frente y las mejillas ligeramente sonrojadas.

Y en sus brazos, porque no era suficiente con que la situación ya estuviera de la mierda, se encontraba Hange.

Eren, que se había mantenido calladito y en su asiento sin volverse otro problema, su dama guardián tras suyo, prácticamente saltó a sus pies y apoyó las palmas de sus manos en la superficie de la mesa, observando a la mujer con los ojos abiertos de par en par.

—¡Hange-san! ¡Se supone que debes estar descansando!

—¡No, nunca más! ¡No puedo ahora que hemos alcanzado nuestro objetivo! —la voz de la mujer estaba puntuada por lo que sea que estuviera sintiendo, probablemente emoción, y el pobre diablo que la cargaba parecía estar cansado de ello—. ¡Moblit, bájame ya!

Moblit, el pobre diablo antes mencionado, miró hacia el techo de la habitación como si fuera a darle iluminación divina y con un pesado suspiro miró alrededor de la habitación, en busca de algún lugar desocupado. Eren casi tiró su silla hacia atrás cuando se apresuró en moverse alrededor de la mesa para tomar otra y colocarla cerca de donde Hange se hallaba.

—Creí que te habían recomendado quedarte en cama, Hange.

La castaña miró a Pixis una vez estuvo acomodada en su lugar y meneó una mano en su dirección.

—Ma, ma, ¿qué bien me haría eso? Ya perdí mis piernas, me niego a perder el poco tiempo que tengo prestado estando ahí tirada sin hacer nada.

Moblit cerró sus ojos, a pesar de que uno de ellos ya no veía, e inhaló profundamente. Eso es, busca paz interior. Que la vas a necesitar más que todos nosotros.

—Hange, ¿estás segura-?

—Cien por ciento, Erwin —asintió ella, mirando al Comandante con fuego en los ojos. La pequeña cicatriz apenas visible en su rostro pareció refulgir igualmente—. Y no hace falta que me pongas al tanto, Historia, Moblit se encargó de ello y Jean lo ayudó un poco. Lo sé todo, o bueno, todo lo que has compartido de momento.

Historia abrió la boca, pero Hange volvió a hacer un ademán y la interrumpió antes de poder decir algo.

—Lo que sea que tengas que decirme, respetuosamente, no quiero oírlo. Tu eres la Reina, y ya que fuiste puesta en este cargo en contra de tu voluntad, creo que lo justo es aceptar tus decisiones sin juzgarlas con severidad —Hange echó un rápido vistazo a su alrededor, a Eren ansioso en su asiento, la silenciosa figura de Mikasa tras él, la de Ymir tras la rubia, y a los Comandantes. Nile tenía la boca semi abierta—. Es lo menos que te debemos. Todos nosotros.

Como los adultos que te pusimos ahí fue lo que no dijo, pero lo que todos escucharon.

Pixis asintió lentamente, e inclinó su cabeza en dirección de la rubia. Historia tragó saliva visiblemente.

—En ese caso, supongo que deberíamos pasar de página —Zackley, presente pero poco menos que una sombra al lado de la reina, se acomodó los anteojos y se reclinó levemente contra el respaldo de su silla. La pila de papeles que reposaba entre ellos dos se veía amenazante—. Tenemos un par de cosas qué discutir si queremos que Paradis prospere lo suficiente para cuando sea momento de enfrentarnos a las fuerzas que aguardan fuera de estos muros.

El hombre de los anteojos empujó esos papeles al frente, al centro de la mesa donde estarían al alcance de todos. Pixis los miró como si fueran todo menos una botella de alcohol, y Erwin, con ambos brazos apoyados en la mesa y su mentón encima de sus manos, frunció levemente el ceño ante lo que alcanzaba a leer de la primera hoja que se encontraba boca arriba.

Kenny miró a la reina, una de sus cejas alzadas a manera de pregunta; ¿qué diablos? Pero Historia estaba muy ocupada pretendiendo que él no existía.

Fue Hange quien finalmente arrebató parte de los papeles en la pila para sí misma y los colocó firmemente en la mesa en el sitio frente a ella, quedándose uno solo para poder leerlo. Kenny, sin inmutarse, se reclinó y los observó a todos. Nile tenía sus propios papeles, los que la reina en persona le había pedido hacer mientras el resto discutía otras cosas de importancia, porque aunque Nile fuera un Comandante como el resto de ellos, lo cierto es que era su división la que causaba problemas aún, los que aún parecían querer rebelarse contra la nueva monarquía.

Kenny no los culpaba; los imbéciles habían estado nadando en privilegios, largas horas de descanso para los capitanes o para quien fuera que se encontrara en un puesto superior mientras eran los otros, más abajo en la pirámide del poder, quienes se encargaban de poner todo en orden.

La Policía Militar era una mierda, y esa mierda era de Nile, y entonces era él quien debía arreglarla porque solo él sabría cómo hacerlo propiamente. Era una prueba también para saber si Historia —y por ende, Félix por igual— sería capaz de confiar en el liderazgo del hombre una vez las cosas se pusieran en marcha.

La rubia le había dicho ya a él personalmente que si Nile era encontrado demasiado incompetente para poder lograrlo, entonces sería Kenny quien tomaría su puesto temporalmente hasta que alguien más capaz lograra sobresalir. (Kenny rogaba porque Nile lo hiciera bien o si no, esa mierda que él no quería pasaría a ser suya. Ugh.)

—Oh, ya veo lo que intentan hacer —Hange, pálida y con ojeras y esa cicatriz en el rostro, levantó brevemente la mirada del papel que leía y sonrió en dirección de Historia—. Esto podría ser de gran ayuda para el resto de la población, pero beneficiaría mucho a los regímenes por igual. Me preguntó cómo…

Le siguió un hilo semi interminable de murmullos y un brillo en los ojos que la mujer había perdido desde el regreso de Shiganshina.

Kenny, un poco intrigado, se inclinó hacia el frente tratando de ver qué estaba leyendo la mujer y miró a Historia de reojo, notando la absolución de tensión en su figura, el pequeño y silencioso suspiro de alivio que pareció ser arrancado directamente desde el fondo de su alma.

Esto, se dio cuenta, era a lo que Félix se refería. Lo que trató de decirles desde un principio; era el motivo por el que Hange se volvió la prioridad una vez estuvieron en territorio de nadie y al acecho del enemigo, porque no había más en esta isla como ella. Podrían haber más personas con la misma inteligencia, soldados que trabajaran con ellos o para ellos o civiles incluso, podrían existir a montones y podrían tenerlos a todos pero no tendrían lo que Hange poseía que la volvía remarcable.

No tenían el hambre de conocimiento, el interminable deseo de aprender hasta la más mínima cosa de ese mundo en el que vivían. No tenían la astucia ni la valentía ni la chispa de genuinidad que envolvía a la mujer y la volvía tan ella y tan magnífica, y Félix había visto eso y Félix había buscado mantenerlo vivo, mantenerla a salvo.

Porque no hay un futuro sin Hange, fue lo que les había dicho el chico, lo que le dijo a él personalmente cuando Kenny decidió preguntar al final por qué demonios debían colocar a Hange por encima de, no sé, Levi o alguno de sus chicos. No conozco a nadie más en estos muros que sea más ambicioso que ella, que esté más hambriento que ella. Porque si hay alguien que puede lograr lo impensable, es Hange.

Y Hange había sido atrapada en la explosión de vapor del Titán Colosal, lanzada contra una casa, atravesado la estructura, y a pesar de que su cuerpo se quebró, su espíritu no lo hizo.

Historia escogió ese momento para mirarlo; Kenny vio lo mismo que él estaba pensado en esos momentos reflejado en los ojos de ella, ese abismo azulado que Félix había dicho que le recordaba mucho al cielo a las horas del amanecer o cerca del atardecer, cuando se pintaba de ese azul celeste con el anochecer acercándose por debajo. El labio de la niña tembló un poco y una gota de sudor le resbaló por un costado del cuello, la interminable sensación de pérdida aún aferrándose a la reina igual a como lo hizo al verlos ingresar al patio del Cuartel de Trost sin su rey con ellos.

Ah, una vez que ese imbécil volviera le iba a patear el trasero con fuerza por haber creado este desastre y luego huir de el.

Kenny miró a Hange de vuelta, a esa mata de cabello castaño revuelto que parecía un nido de pájaros y a las ojeras y la palidez de su piel, la cicatriz en el rostro. Moblit estaba a su lado, orbitando a su alrededor como la luna lo hacía con ellos durante las noches y Kenny, a regañadientes, reconoció que ellos serían perfectos para volverse uno de esos poemas que a Félix tanto le gustaba leer.

—Debemos fortalecernos antes de poder intentar contactar al mundo exterior —dijo alguien de pronto, arrebatando su atención de la mujer científica loca y volviéndola hacia el rubio imbécil que no le agradaba—. ¿Propones que comercialicemos con algo?

El abismo en los ojos de Historia se cubrió y la chica giró el rostro al frente, en donde Pixis sostenía una de las hojas de la pila y la examinaba con ojos cautelosos, su boca ligeramente abierta alrededor de lo que sea que estuviera leyendo.

—Sí —dijo la pequeña reina, acomodándose en su silla—. Eso, y una restructuración completa del sistema que hemos conocido hasta ahora. Estoy hablando tanto de la economía como… Como de los mismos regímenes. Los nobles, las casas menores, los barrios pobres, inclusive la ciudad subterránea… Todo necesita cambiar. Necesitamos cambiar si queremos sobrevivir a este nuevo mundo al que estamos por enfrentarnos.

Por el rabillo de su ojo, Kenny vio a Hange alzar la mirada. Vio esa chispa de la que Félix habló y vio la valentía también, vio la necesidad de lanzarse de cabeza hacia lo desconocido y emerger de el con más dudas y muchas más respuestas. Vio lo que la hizo volverse una prioridad que el rey consideraba un riesgo el perder.

Con un suspiro, y el nacimiento de una migraña tras sus párpados, Kenny cerró los ojos y le pidió a Uri, donde quiera que su viejo amigo se encontrara, que le prestara las fuerzas suficientes para poder aguantar toda la mierda que él estaba seguro apenas comenzaba.

(Y en ese mundo de arena con cielos oscuros, hubo una respuesta.)


HOLAAAAAAAAAAAAA

Me desaparecí mucho rato pero AJÁ ESTOY DE VUELTA

Tengo ciertas......dudas acerca de muchas cosas últimamente pero espero que FotD siga viento en popa sin pedos y aunque me tarde, seguiré aquí con mis actualizaciones (tardes pero seguras lol) así que espero que no sea una molestia que yo sea así de pendeja <3

Los quiero, disfruten el capítulo, pronto les traeré algo mejor (espero!)

FUN FACT DEL DÍA O NOCHE O TARDE-NOCHE ME VALE MADRES: Cuando escribí el prólogo y los primeros cinco capítulos, ni yo sabía dónde terminaría esta madre pero ahora puedo decir con confianza, YA TENGO MI FINAL.

Solo me falta escribirlo jeje 👀🔥

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