75. De explosiones y ataques

CAPÍTULO SETENTA Y CINCO
DE EXPLOSIONES Y ATAQUES
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Había un poco de miedo en su pecho cada vez que debía empuñar su rifle.

Pero las cosas eran así hoy en día. Se estaba acostumbrando al temblor en sus manos, la visión borrosa, los leves dolores de cabeza, los murmullos en sus oídos acompañados de voces demasiado bajas para ser de quienes lo rodeaban.

Provenían de su cabeza, probablemente, esos recuerdos que eran como cámaras de eco cada vez que soñaba con algo o simplemente… Cada vez que se encontraba despierto ahora, porque había escuchado gritos antes, silenciosos susurros, tenues risas. Estaba volviendo de la misma manera en que lo hizo antes de venir a Marley, cuando el contacto con el Titán Fundador era reciente.

Félix no sabía cómo sentirse al respecto.

—¿Ackerman?

El llamado de su nombre lo sobresaltó, girando sobre sus talones con rápidos parpadeos para encarar a quien fuera que lo llamase. Porco parpadeó de vuelta a él y luego frunció el ceño, sus labios siendo presionados entre sí hasta hacerlos casi desaparecer.

—Oh, Galliard —murmuró, ligeramente sorprendido—. ¿Qué ocurre?

A su alrededor, el sonido de disparos era todo lo que podía ser escuchado. Estaban en una ciudad, o en las ruinas de una por lo menos, y el mar de cuerpos era mayor al que había visto el día anterior, o la semana pasada, o el mes entero. Félix cerraba los ojos y los veía ahí tirados frente a él, por lo que había tomado como costumbre el no hacerlo para nada, mantenerlos abiertos y distantes, del mismo modo en el que trataba de mantener su mente más seguido de lo que no.

Según Magath, estaba perdiendo la cabeza. Según Zeke, estaba perfectamente bien.

El único que parecía comprender qué le estaba ocurriendo era el chico arrodillado junto a él, con su casco tirado a un costado de ellos mientras se ocultaban en una zanja con un cuerpo pudriéndose a pocos metros de ellos.

—Estás… ¿Bien?

Félix río entre dientes y tiró su cabeza hacia atrás suavemente, chocando contra la tierra compacta contra la que se recargaba. El sonido, por lo menos a sus oídos, se mezcló con otra risa, una tenue y suave y bonita y femenina, la de Frieda mientras ambos nadaban en el lago de los Jovan y se perseguían entre sí con entusiasmo.

¿Por qué estaban volviendo ahora? ¿Por qué justo en esos momentos?

—¿Sabes algo? Creo que me estoy volviendo loco.

Galliard frunció aún más el ceño y sus labios se entreabrieron, como si quisiera decir algo pero no supiera qué, o cómo. Félix lo miró por el rabillo del ojo, su garganta expuesta, su manzana de Adán moviéndose al tragar saliva, y los ojos de Porco se centraron en ese movimiento con inusual atención.

—…Magath dijo lo mismo —murmuró el chico tras unos segundos, desviando la mirada y dejándose caer hacia atrás, al otro costado de la angosta zanja—. Pero tu ya sabes eso, ¿no?

—Creí que no estabas de acuerdo con eso.

—No lo estoy. Todos aquí estamos un poco locos, ¿no lo crees? Digo, estamos en ésta… Situación, aquí en el medio de la nada mientras Marley está allá, al otro lado de este desierto lugar, y… Magath no lo dice, pero él también está perdiendo la cabeza.

—Tendría qué. Es él quien tiene que lidiar con los generales y probablemente cualquier otro oficial político por encima de su rango.

Galliard tildó la cabeza un poco, mirándole.

—Tu sabrías sobre eso también ¿cierto?

Ese comentario trajo recuerdos del primer día en el que los presentaron, y consiguió golpear otra pequeña carcajada fuera de Félix, un poco ahogada, mientras la boca de Porco hacía este extraño gesto donde se atoraba a mitad de una mueca y una sonrisa.

—Sé un poco, sí, no mucho pero… Lo suficiente, supongo.

—¿Por qué? ¿Es algo de la familia Ackerman o…?

Félix se encogió ligeramente de hombros y se removió en su lugar, sobre la incómoda tierra de la zanja, y estiró sus piernas hasta que la punta de su bota tocó el tobillo del otro chico.

—Vivía con una familia noble del interior de los muros, y el padre era un poco… Demandante en cierto sentido. En ocasiones me tenía más fe a mí que a su propio hijo, que se suponía que era su heredero, y me daba lecciones en política, o en ciencias también. Pero muy rara vez… Muy rara vez recibía lecciones de otro hombre, no sé quién era, no recuerdo su rostro.

Memorias difusas, había aprendido para ese entonces, eran más o menos como los susurros que no venían de bocas y las miradas o los roces de dedos contra su piel que no provenían de cuerpos. Era un poco parecido a lo que Frieda le había hecho, cuando los recuerdos se volvían sueños y solo podía acceder a ellos en circunstancias especiales. Era extraño, sí, pero Félix no tenía ni la energía ni las ganas de comprender quién era ese rostro difuso en sus recuerdos y por qué no podía recordarlo.

Había cosas más importantes por las qué preocuparse en esos instantes.

—¿Es algo de familia entonces?

—Es algo mío, Galliard —murmuró—. Y no es algo que me guste mucho sinceramente, ¿por qué quieres saber?

—…Las historias de los Ackerman son casi extraordinarias, y tu eres…

—¿Yo soy?

—Tu.

Félix se tragó de vuelta la carcajada que llegó a la punta de su lengua, tirando en cambio una divertida, si acaso ofendida mirada en la dirección del otro. Porco era algo así como el único contacto realmente humano que obtenía durante sus días en el campo de batalla, porque por más doloroso que fuera aceptarlo, ningún otro de los que se encontraban a su alrededor era tan real como Galliard lo era, ninguno era tan directo, ni lo miraba como si Félix fuera la peor escoria del mundo.

No. Los otros lo ignoraban, o lo trataban con respeto pero jamás lo veían; no encontraban sus ojos cuando Félix encontraba los suyos, o cuando daba un par de órdenes aquí y allá, sus miradas estarían perdidas por encima de su hombro, observando un punto tras de él porque para ellos él, o no existía, o no valía la pena reconocer. La molestia que había sentido al principio fue poco a poco acabándose cuando comprendió que no había razón ni motivo para preocuparse por estas personas más de allá de una sensación superficial para lograr sobrevivir un día más.

Eran ellos o Félix ahí en donde estabas a una bala de la muerte, y él prefería que cualquier otra de esas cosas acertara al resto que a él. Era egoísta, y en más de una ocasión le había revuelto el estómago lo suficiente como para hacerle devolver su comida, pero no existía mucho que pudiera hacer por ello. No había nada de hecho. Estas personas podrían compartir sangre con él, podrían ser llamados del mismo modo que él, pero no eran nada suyo; no pertenecían a Paradis de la manera en la que él lo hacía, y si no pertenecían, entonces no eran su responsabilidad.

Porco era distinto de una manera en la que le hacía sentir incómodo. Era como tener a Eren de vuelta ahí junto a él en la cima del Muro Rose mientras miraban hacia las ruinas de Utgard después de haber fallado por segunda y última vez entrar en contacto con el Titán Fundador. Su actitud le recordaba un poco a la del chico de ojos color jade, excepto que en Porco esa actitud era un poco más… Amarga. Llena de ira, repleta de miedo reprimido que en ocasiones podía ver brillar en sus ojos, y que se reflejaba igualmente cuando estaba más cerca de los otros guerreros.

Como si Porco temiera de ellos.

Félix tildó el rostro, dejando que los cabellos oscuros le cayeran por la frente y cubrieran la dirección en la que sus ojos miraban; el derecho le ardía un poco por el humo y el polvo y estaba seguro de que lo tenía ligeramente irritado, el deslavado color verde permaneciendo en el mismo estado que tenía desde hace dos meses atrás.

—Hey, ¿puedo hacerte una pregunta?

Galliard cerró los ojos por unos segundos al asentir.

—Tu hermano, Marcel… ¿Qué tipo de persona era?

El chico entreabrió los ojos, mirándole con el ceño fruncido.

—¿Por qué quieres saber?

—Curiosidad.

Sus ojos le escanearon el rostro con lentitud, o por lo menos, lo poco que podía ver de el porque el cabello de Félix era un desastre a ese punto. ¿Qué vería el chico en él? Se preguntó por un momento cuando la mirada del otro se detuvo en sus ojos, deslizándose con lentitud por encima de la cicatriz y luego apartándola abruptamente.

—Era amigable, siempre sabía cómo llevarse bien con otros —el murmuro de su voz era apenas audible por encima del desastre a su alrededor, tanto que Félix se inclinó un poco hacia él para lograr escucharlo—. Fuerte, también, y confiable. Era muy… Optimista, creo, pero…

—¿Pero?

Los ojos de Porco se desviaron hacia un lado, donde el cuerpo en descomposición yacía casi olvidado por ellos dos. Temía que de repente se alzara y lo escuchara, y fuera a decirle a alguien más lo que se había atrevido a decir.

—¿Galliard?

—Olvídalo —dijo finalmente, mordiéndose el labio inferior y dejándose caer con mucho más cansancio hacia atrás—. Olvídalo, Marcel era… Marcel fue un idiota. Escogiendo esto… Esta tontería-

Algo parecido a un sollozo escapó por entre sus dientes y Galliard se congeló en su sitio, tenso de los hombros y nervioso en la manera en que sus dedos se aferraron los unos a los otros y comenzaron a juguetear entre sí. Félix frunció el ceño, pero decidió que presionar en el asunto no traería nada bueno.

—Bien, como sea —suspiró, volviendo a su posición inicial y cruzando sus brazos frente a su pecho, ladeando el rostro a donde se encontraba el cadáver—. ¿Crees que Magath se haya percatado ya de que no estamos con ellos?

La voz del otro se perdió bajo la cacofonía de sonidos que repentinamente se alzaron a su alrededor. Félix, tenso, se movió rápidamente hacia el borde a espaldas suyas tratando de averiguar si eran los ruidos del campo de batalla o si su cabeza estaba comenzando a engañarlo nuevamente, pero el rostro de Porco estaba ensombrecido y agachado, su mirada perdida en algún punto del suelo con un par de lágrimas aferrándose a sus párpados.

Vienen de mí, concluyó, cerrando los ojos un segundo y dejando escapar un lento suspiro. Más ecos que rebotan en el cielo oscuro de ese mundo lleno de arena.

Si se atrevía a dormir en ese instante, probablemente vería a alguien. Tal vez a Frieda, si tenía buena suerte, o a Eren, como había intentado hacer los últimos días. Quizás si intentaba con suficiente fuerza, podría incluso ver a su padre.

—Tenemos que volver con Magath.

El sonido que el uniforme de Porco hizo al moverse cuando lo escuchó hablar lo distrajo un segundo de las voces y los gritos, y lo hizo abrir sus ojos para mirarlo, encontrándose de frente con color hazel y un ceño fruncido.

—Magath está-

—A salvo tras el idiota de Reiner y las balas rebotando en su coraza, sí estoy al tanto, pero no podemos quedarnos aquí y esperar a que vengan por nosotros. Magath nos envió aquí porque probablemente tenía fe de que podíamos volver por cuenta propia, así que andando.

Porco se mordió el labio inferior y se estiró para tomar su rifle, abandonado a un costado de ellos junto al de Félix, quien se irguió un poco y giró para echar un vistazo por encima del borde hacia el otro lado, donde las ruinas de una casa cubrían a los hombres que continuaban disparando en dirección de ellos con saña. Tras esa ruina había más probablemente, y a un par de metros más, estaba uno de esos infames trenes que tanto parecían aterrar a los guerreros, que era uno de los motivos por los que Reiner permanecía atrás, cubriendo a los soldados junto a Magath y resguardándolos, y el motivo por el que Félix y Porco estaban ahí para empezar.

El plan era ir, escabullirse hasta donde ellos se hallaban y volarlos en pedazos, llegar hasta el tren y posiblemente usarlos en contra de ellos para destruir la base más adelante y adueñarse de ese territorio, excepto que la munición de los otros era más pesada, durable y ellos sí actuaban como un equipo, no como si tuvieran miembros desechables en sus unidades.

—Si regresamos sin haberlo intentado Magath estará-

—Me importa una mierda lo que Magath quiera, es bienvenido a venir y conseguirlo él personalmente —escupió con molestia, alargando su mano para asir su rifle con fuerza.

Porco chasqueó la lengua.

—¿Así que solo volveremos y ya? ¿Qué eres? ¿Alguna clase de cobarde?

El comentario cortó dentro suyo y con rapidez, se dio la vuelta y lo agarró por el dobladillo de su uniforme, estampándolo contra la pared hecha de tierra, ocasionando que Galliard hiciera un sonido de asfixia al tener el aire abruptamente arrebatado de sus pulmones.

—¿Qué eres tú? ¿Un imbécil? Si vamos para allá moriremos.

—Magath nos dio órdenes-

Félix tiró de él hacia el frente solo para volver a empujarlo contra el muro, silenciándolo.

—Magath puede meterse esas órdenes por el culo si tanto le place —siseó—. Si decidimos seguir lo que nos dijo vamos a morir, y no sé tu pero yo no quiero morir aquí.

Porco abrió sus labios, lo miró a los ojos y llevó su mano arriba para cubrir la suya con dedos ligeramente temblorosos. Félix los miró de reojo, frunciendo levemente el ceño, ansioso y con el mismo temblor en sus piernas. Los disparos sonaban mucho más cerca y eso no tenía sentido porque la zanja estaba en el medio de un par de paredes derrumbadas de las que no quedaba nada excepto escombro. No había posibilidad de que ninguna los alcanzara ahí, pero aún así tenía miedo de que lo hicieran.

—…No quiero.

—¿Cómo dices?

—No quiero morir tampoco —declaró el chico, apretando el agarre de sus dedos sobre los suyos—. Pero tampoco quiero volver allá con él y que me mire y… No quiero ser un cobarde. No soy un cobarde, no soy Reiner.

Félix le estudió el rostro; de hito a hito, desde los hoscos y desesperados ojos que le devolvieron la mirada hasta el sutil gruñido en sus labios, el fuego resplandeciente iluminando iris color hazel. No soy Reiner había dicho, con la voz llena de ira, ferozmente, el mismo tono que Eren usaba para declarar esas cosas cada vez que sentía que era necesario, ya fuera para recordarse a sí mismo de ello o para tratar de convencer a alguien más.

Con un suspiro, soltó al chico y se reclinó hacia atrás, pasando los dedos de su mano derecha por entre los mechones sucios por el sudor y la tierra y el polvo, y tiró de ellos para deshacer la pesadilla de esos momentos.

—Bien, bien. Lo haremos, toma tu rifle y ponte detrás mío.

Porco dio un firme asentimiento con su cabeza y asió su arma con más fuerza, mirándole confundido cuando lo vio acercarse al cadáver que aguardaba allí con ellos. Félix trasculcó entre sus bolsillos, sacando un puñado de arena de ellos, una bola de papel, una servilleta que envolvía un trozo de pan mohoso y duro y- una granada.

Félix se volvió y se la tendió a Porco, diciéndole que fuera cuidadoso al momento de sostenerla, y luego se giró para sacarle las botas y lanzar una por el otro costado de la zanja, hacia donde se encontraba el enemigo. Hubo un par de disparos, luego otro par, y un momento de descanso, probablemente.

—Lo usaremos de escudo.

—¿Qué?

—A él, nuestro amigo oloroso —Félix lo alzó por las axilas y de inmediato se mordió la lengua para evitar vomitar. El olor era insoportable—. Dios, apesta. Voy a oler a muerto si sobrevivo a esto.

—H-Hey, ¿qué-?

Félix, con la mitad de su almuerzo alojado en su garganta, recargó el cuerpo contra el suyo y soltó un gruñido al momento de alzarlo y recostarlo fuera de la zanja, un poco de la podredumbre que el cuerpo exudaba pegándosele a la ropa. Luego tomó su rifle y lo colocó junto al cadáver, dejándolo ahí para empujar un poquito más el cuerpo para poder tener espacio para moverse hacia arriba.

—Bien, saldré yo primero, usaré a éste como escudo y no debes desperdiciar ningún segundo en venir tras de mí, ¿de acuerdo? Usa tu rifle y dispara tanto como puedas, y cuando tengas alguna oportunidad, lanza esa granada que te acabo de dar.

—…Es el peor plan que he escuchado en toda mi vida.

Félix rodó los ojos y le dio la espalda, su mano apoyada junto al cuerpo y la otra sosteniéndolo por debajo en la espalda. Iba a ser un poco más de peso que llevar consigo, pero confiaba en que podía cargar con el, en especial si un torrente de balas les caía encima suyo. Sería perfecto para amortiguarlas y evitar que alguna los golpeara a ellos, o por lo menos, ralentizar el impacto y que fuera menor si los afectaba.

Con un profundo respiro, saltó fuera de la zanja y empujó el cuerpo hacia arriba cuando la primer bala pasó zumbando junto a su cabeza. Félix gruñó bajo el peso adicional y el cansancio que definitivamente comenzaba a sentarse en sus huesos, pero siguió empujando hacia donde el enemigo se ocultaba tras las ruinas. Por detrás suyo, el cañón del rifle de Porco sobresalía un poco, y los gritos de sus oponentes se mezclaron con el ruidoso palpitar de su corazón.

Una de las balas pasó rozando su brazo y tuvo que tragarse la exclamación de sorpresa cuando una impactó con fuerza en el pecho del cadáver que cargaba, casi enviándolo hacia atrás de la fuerza que el tiro cargaba consigo. Félix plantó sus pies en el suelo y lo empujó con fuerza hacia donde se encontraban las ruinas en el momento exacto en el que Galliard tiraba su brazo hacia atrás y luego adelante, y la granada que cayó al suelo al otro lado de las ruinas estalló.

Rápido, saltó por encima del escombro y empujó al desorientado hombre tras el hacia el suelo, los sonidos de Porco disparando con su rifle perdiéndose en la cacofonía de pánico que se creó a su alrededor. Félix se apresuró en encontrar algún arma —¿por qué carajos decidió que priorizar un escudo humano era mejor que su maldito rifle? Maldita sea— cuando alguien se abalanzó sobre él y lo tiró de boca hacia el suelo, haciéndole tragar tierra.

Las palabras extranjeras que eran gritadas ahogaban la sonora risa en sus oídos y lo mantenían ahí entre las ruinas y las balas y no en el mundo de arena y cielos oscuros que comenzaba a extrañar. Félix rodó hacia un costado, esquivando un disparo de pura suerte y estiró sus piernas hasta golpear las del hombre en pie frente a él. Sus manos buscaron a sus costados frenéticamente, sus uñas raspando contra el suelo, y dieron con las manos del hombre que seguía en el suelo, desorientado y con sangre saliéndole de los oídos.

Ah, iba a irse al infierno por ello, pero de un tirón lo acercó a él y lo empujó contra el otro sujeto cuando recién volvía a disparar, y el grito de horror le provocó una carcajada, medio seca y sin gracia alguna, porque en el siguiente aliento estaba poniéndose en pie y arrebatándole el rifle de las manos para dispararle a la cabeza.

Otra bala pasó junto a él, junto a su mejilla, y Félix viró en esa dirección con rapidez, inmediatamente alzando su arma y disparando una, dos, tres veces. Porco estaba oculto tras el muro de escombros, con su rifle apoyado encima mientras disparaba a todos los que quisieran acercársele. Dios, el chico era bueno, tenía una puntería mejor que la Eld cuando jugaban dardos, y Félix no desperdició tiempo en arrastrarse por el suelo y la sangre y entre los cuerpos y el escombro hasta donde la artillería pesada estaba.

Era una maldita cosa horrorosa, completamente hecha de metal y posicionada con el cañón hacia arriba, en dirección a donde Reiner y Magath se ocultaban con el resto de su unidad. ¿Por qué demonios no la habían usado aún si estaban en rango? ¿No sabían dónde se hallaban, o se habían confiado, o no querían o-?

Félix sacudió su cabeza y empujó esos pensamientos hacia fuera, porque en ese momento no tenían cabida ahí. Porco estaba gritando algo a sus espaldas, y le pareció escuchar el nombre del comandante, pero su atención estaba en esa cosa y en cómo moverla, cómo usarla para darle la vuelta, apuntar a la base a espaldas de ellos y volarla en pedazos. Le temblaban las manos otra vez y le faltaba el aliento, pero seguía sin saber cómo, de qué manera hacerlo, y si los de la base se daban cuenta y decidían enviar a más soldados entonces no podrían hacer nada excepto probablemente volver a ocultarse en una zanja y aguardar y-

Alguien lo tacleó al suelo, y su cabeza dio de lleno contra la tierra. Vio estrellas por unos segundos antes de parpadearlas fuera de sus ojos y darse cuenta de que había manos alrededor de su cuello, alguien sentándose en su abdomen y ese mismo extraño, desconocido idioma que era incapaz de entender volvió a sus oídos, una desesperada mirada enfocada en la suya y con cada parpadeo que daba, veía el cielo oscuro de su mundo lleno de arena.

Félix alzó sus manos y arañó el rostro del sujeto, pero las del otro presionaron con más fuerza alrededor de su cuello y le cortaron el suministro de aire, asfixiándolo.

No, no, no. No iba a morir aquí en Marley. Se rehusaba a morir en Marley. Se rehusaba a hacerlo cuando ya había llegado tan lejos.

Sus brazos cayeron al suelo, las voces distorsionándose, los gritos disminuyendo, y sus manos, en su frenética búsqueda de algo con lo que defenderse, tocaron el cañón de un arma. Félix lo envolvió con sus dedos y tiró de el hacia donde se encontraba, sintiéndose cada vez más débil y viendo puntos negros en su visión.

La superficie del arma era fría, y apenas podía sentirla. Apenas la identificaba. El hombre encima suyo seguía gritando y mirándolo como si fuera una escoria y cuando Félix encontró el gatillo, bastó mover un poco el cañón hacia un costado y tirar de el. La bala rozó el rostro del sujeto, abriendo una herida en su mejilla y trayendo lágrimas a sus ojos. Las manos se alzaron de su cuello y Félix tomó una gran bocanada de aire antes de comenzar a toser, sintiendo que la bilis se le quedaba encerrada en la base de la laringe. El palabrerío del hombre lo despabiló, la mano dirigida a su rostro le estampó un golpe en el pómulo y cuando volvía a echarse para atrás a darle otro, Félix alzó el rifle y lo golpeó en el pecho con el, empujándolo con él.

—¡Félix!

Dios. Dios, ¿quién demonios le hablaba?

No tuvo tiempo de mirar a su alrededor. Todo lo que había ahí era esa estúpida arma anti titanes, ese maldito hombre que no cerraba la boca y que seguía maldiciendo y.

Félix disparó.

Algo cálido cayó sobre su rostro y se dio cuenta casi al instante de que todavía estaba tirado en el suelo, que el hombre del extraño idioma estaba muy callado y que la sangre le goteaba en la cara.

Lentamente, muy muy lentamente, abrió los ojos —¿en qué momento los cerró?— y vio cara a cara el distorsionado rostro del sujeto, con la piel manchada de polvo y arena, los ojos vidriosos, la boca todavía abierta como si se hubiera quedado a medio hablar, y que de ella caía sangre. El agujero en su estómago dejaba caer toda esa sangre encima suyo, pero la que le salpicaba el rostro venía de la boca del hombre, que le escurría por los costados como saliva, y bajaba hasta caer en sus mejillas.

Un segundo después, el cuerpo se ladeó a un costado y se desplomó en el suelo.

Félix permaneció ahí recostado, con los ojos demasiado abiertos, el arma agarrada en sus manos con mucha, demasiada fuerza, tanta que tenía los nudillos blancos, y la sangre cálida en el uniforme. Podía escuchar su propia respiración pesada, y sentía la voz perdida, el cuello dolorido.

—¡Félix!

Las botas de alguien rasparon contra el suelo y una sombra cayó encima suyo, haciéndole cerrar los ojos por un segundo, y al volverlos a abrir se encontró con Zeke.

—Félix —jadeó el otro, con el cabello pegado a la frente por el sudor y un poco de vapor saliendo de una herida en su espalda. Zeke alzó su mano y con lentitud, le quitó el rifle de las suyas y lo apartó—. ¿Estás bien? ¿Estás herido?

¿Lo estaba? Era consciente de un leve ardor en su brazo, en su pierna, la sensación de callosas manos cerrándose alrededor de su cuello y el oxígeno-

Mierda. Mierda. Había estado tan cerca de morir, tan cerca de… Alguien, probablemente Zeke, le tocó el rostro con suavidad y sus párpados se abrieron de golpe. La mano de Zeke estaba en su mejilla, limpiando la sangre que había goteado sobre ella con suavidad.

—…Estoy bien.

—Tienes sangre en el cuerpo.

—No es mía.

La mirada gris del otro se movió momentáneamente hacia un lado, en donde el cuerpo del otro tipo se encontraba, y luego volvió a él. Sin mediar palabra, lo tomó de los hombros y lo ayudó a enderezarse, y en el momento en el que lo hizo, Félix volvió la cara y se apoyó en su costado, y vomitó.

Mierda, le dolía la garganta, y regurgitar todo lo que había ingerido esa mañana, a pesar de que era muy poco, tomó casi toda la energía que le quedaba, porque el cuello le ardía y las arcadas le apretaban las costillas, y le robaban más aliento del tan poco que tenía. Era como estar ahogándose, y Félix sabía cómo era eso, y no era exactamente lindo, o cómodo, y ardía.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras más vomitaba, sintiéndose casi ridículo sabiendo que no estaba precisamente a solas y que cualquiera de los guerreros podía verlo en tal estado.

—¿Cómo está?

—Tiene un par de roces de bala, y uh… Está vomitando.

Las botas de Magath aparecieron en su campo de visión, y con lentitud alzó la mirada hacia el hombre, quien se acuclilló junto a él y le puso una mano sobre la frente, encima del sudor que la perlaba y apartando los oscuros mechones.

—¿Cómo te sientes?

Félix pensó en decirle que se fuera al diablo, probablemente sacarle el dedo medio y dejarle en claro que la próxima vez que lo enviara a hacer algo tan estúpido como lo de hace unos momentos, o lo acompañaba él o no iría.

—De la mierda —murmuró, pasándose una mano sobre la boca para limpiarse la bilis que le quedaba en la cara.

Magath asintió y se apartó, volviéndose a enderezar e indicándole a Zeke con un gesto de la cabeza que siguiera ayudándolo. El rubio no protestó, y silenciosamente, Félix agradeció que ninguno de ellos dijera algo porque no tenía el humor para escucharlos.

Le dolía la cabeza, posiblemente una migraña dado todo lo que había ocurrido durante esas últimas horas, los incesantes ecos de voces y gritos y risas provenientes de ese agujero al que se rehusaba a mirar. Una parte suya, la que se seguía aferrando a algún aspecto del pasado, estaba casi aliviada al saber que por lo menos la risa de Frieda continuaba ahí; que el recuerdo estaba fresco y que probablemente no se desvanecería pronto. La otra estaba harta, cansada, exhausta; quería extinguir sus pensamientos, cerrar su mente, romper cualquier vínculo que pudiera tener con el mundo de arena para simplemente hacerlo parar.

—¿Tienes alguna herida?

Félix pausó un segundo, considerando el ardor en sus brazos y piernas, la sangre aún cálida que le manchaba la ropa. Tenía ganas de arrancarse la camisa y lavarse el rostro y deshacerse de todo lo que fuera rojo y que estuviera encima suyo. Una de sus manos se movió hacia arriba, en dirección a su cuello, y trazó las marcas de mano que sabía estaban prácticamente impresas en su piel.

—No —dijo en voz baja, recordando la desesperación en la voz del hombre, el miedo y el coraje en sus ojos—. Solo quiero que esta estúpida guerra acabe.

—Mhm, por una vez concuerdo contigo.

Félix le tiró una mala mirada de costado y le puso una mano en el hombro para empujarlo hacia un costado. Zeke río, pero incluso él pudo darse cuenta de que el sonido de esa risa era casi inexistente.

—Vete a la mierda.

—Al menos tu y Porco consiguieron el tren, ¿uh?

—Que te vayas a la-

—Oi, ustedes —los dos, al mismo tiempo, cerraron las bocas y giraron los rostros hacia el frente, en donde Magath estaba de pie—. Cúbranse los oídos.

Zeke y Félix compartieron una mirada, se encogieron de hombros y alzaron sus manos hasta su cabeza, cubriéndose las orejas con ellas. Un vistazo a su alrededor le hizo saber que la mayoría de los que se encontraban con ellos en las ruinas los imitaban, y los que no, se encontraban operando el tren anti titanes.

La explosión proveniente de el no se comparaba en nada a las que había logrado escuchar a lo largo de sus días en el campo de batalla. Era probablemente cercano al sonido de un cañón en la cima del muro haciendo eco en el distrito, el bramido del titán de Eren o el de Leonhart en el bosque de los árboles gigantes. Posiblemente, si combinaras todos esos sonidos juntos, obtendrías uno parecido al que los tren anti titanes hacían, y posiblemente te quedarías corto.

Félix siseó, presionando sus manos con fuerza contra sus orejas para tratar de mantener su tímpano intacto. Zeke parecía estar en el mismo predicamento, con los ojos abiertos de par en par, observando el poder tras uno de esos trenes cuando fue disparado y el misil acertó en la base a metros de donde se encontraban ellos.

Hubo una leve onda de choque que los empujó un poco hacia atrás, y luego hubo humo, y montones de escombros y gritos, y la base, que era poco más que un pequeño edificio deteriorado entre las ruinas, se derrumbó en cuestión de segundos, alzando una nube de polvo a su alrededor.

Félix vio a Magath voltear hacia atrás y exclamar algo, y en cuestión de segundos, el suelo comenzó a temblar y una enorme sombra les pasó por encima. El azabache alzó la mirada, viendo el titán de Reiner saltar encima suyo hacia donde la base había estado en pie, aplastándola y a cualquier superviviente bajo el escombro.

Con lentitud, él y Zeke bajaron sus brazos, aún quietos, observando al Acorazado de pie ahí frente a ellos, volviendo polvo los pocos escombros que se hallaban desperdigados a su alrededor. Era el tipo de vista que no quería volver a ver nunca más en su vida, no después de todo lo ocurrido en Paradis y en Shiganshina, o donde fuera que sus memorias lo llevaran durante las noches.

—¿Acabó ya entonces? —preguntó él en un quedo susurro.

Zeke se giró un poco hacia él, mirándole con atención las pocas heridas que tenía por los roces de bala, los raspones en los brazos y las piernas que se notaban por encima del uniforme, la sangre que aún le manchaba la ropa. El rubio se deshizo de la gabardina que llevaba y se la tendió. Félix la observó por el rabillo de su ojo.

—Quítate eso y ponte la mía.

—¿Por qué?

—No sé, quizás por que da asco mirarte.

—No me mires, entonces.

—Solo póntela y deja de discutir, Félix.

Le fue inevitable no rodar por los ojos, pero terminó por tomar la prenda. Olía a tabaco, y su nariz se frunció nada más el aroma le tocó el rostro. Pero Zeke seguía mirándolo, y no era una estupidez lo que pedía ahora que lo pensaba mejor. Se quitó la suya y la tiró a un costado, dejando por debajo una playera blanca y nada más, que también estaba ligeramente manchada de rosado, la sangre que se había filtrado por la tela de la gabardina hacia la camiseta.

Dios, quería ir a casa. A Marley, quizás, de vuelta con los Tybur en donde tenía una cama y no un saco de dormir, en donde podía tomar largas duchas o simplemente remojarse en la bañera hasta volverse una pasa humana.

Cuando se abrochó el último botón de la gabardina, se volvió a Zeke y asintió.

—Gracias.

━━━

Esa noche, tampoco pudo dormir.

Sentía un peso encima de su pecho, y podía sentir los callos de dos manos frotándose contra la piel de su cuello, el susurro del viento convirtiéndose en susurros de un lenguaje que no entendía, mientras que tras sus párpados se dibujaba la desesperación en un rostro cubierto de polvo, ojos vacíos y vidriosos, sangre roja que caía de una boca que se movía y se movía y se movía.

Félix se enderezó de golpe y se llevó una mano a la boca cuando la bilis le subió por la garganta, quedándose estancada en su esófago. También temblaba, sus manos sobre todo, y la que no tenía sobre la boca la apretó en un puño para intentar calmar la inquietud en sus dedos. Su frente estaba llena de sudor, pequeñas gotitas cayendo por un costado de su rostro.

A trompicones, salió del saco de dormir y se apresuró hacia fuera, sintiendo que las piernas le fallaban cada vez que daba más de tres pasos. Al final se rindió y se dejó caer de rodillas sobre la tierra, y se quitó la mano de la boca para poder vomitar, otra vez.

Eso estaba volviéndose común también, y no le gustaba, ¿a quién sí? Las arcadas eran probablemente la peor parte, sentir que algo te agarraba los intestinos y los retorcía hasta poder sacarte lo indeseado de todos ellos, Félix lo odiaba. También porque no podía respirar, y no poder respirar estaba volviéndose común también. Félix odiaba las cosas que comenzaban a volverse comunes porque se suponía que no debían hacerlo.

Las arcadas duraron un par de minutos más, quizás cinco por la forma en la que su cuerpo se climatizó con la temperatura de fuera, y una vez se detuvieron permaneció ahí de rodillas, cara al suelo, tosiendo como si tuviera algo atorado en la garganta. Sus manos seguían temblando, apoyadas en el suelo con las uñas enterradas en la tierra.

Félix respiró profundamente, una de sus manos moviéndose hasta tocar su pecho y poder sentir cada respiración que tomaba; una, dos, tres, cuatro. Y de nuevo, cuatro, tres, dos, una. Hizo lo mismo por un rato, sintiendo cómo poco a poco su acelerado corazón comenzaba a calmarse y el dolor en sus costillas desaparecía, quedando detrás únicamente el amargo sabor del vómito en su boca.

Afuera, el aire era fresco. Estaba aún ese olor a pólvora que nunca parecía estar demasiado lejos del campamento, combinado con viento, tierra y cuerpos en descomposición. Magath había dicho que permanecerían ahí esa noche y por la mañana se moverían más hacia el interior del territorio, cortarían por una “ciudad ocupada” por el ejército de Marley, y luego tratarían de llegar a otra ciudad en la costa para encontrarse con la marina en uno de los puertos más cercanos a su ubicación.

Si volvía a la cama ahora, probablemente conseguiría un poco más de horas para dormir, y probablemente aguantaría más horas al amanecer, y no se volvería una carga por mucho tiempo. Y luego, quizás, podría descansar mejor si lo intentaba.

—Ackerman.

El llamado de su nombre lo hizo parpadear la repentina neblina que sentía oscurecer su mirada, tildando su cabeza hacia atrás para mirar a quien sea que estuviera frente a él. Su ceño se frunció un poco al ver a Porco.

—¿Galliard? —murmuró, su voz ligeramente rasposa, acabada por las arcadas y el sueño del que recién se deshacía—. ¿Qué haces despierto tan tarde?

Galliard frunció el ceño, examinando su figura arrodillada en el suelo. Félix sintió que la vergüenza le subía por el cuello y se echó hacia atrás, sentándose sobre la tierra y casi inmediatamente desvió la mirada a un costado.

—…El Comandante Magath me asignó un par de guardias —dijo—. ¿Qué haces tú despierto?

Félix creyó que lo más inteligente sería señalar lo que había frente suyo en el suelo, y Porco arrugó la nariz con asco al ver el vómito ahí.

—Ah. Te, uh, ¿te encuentras bien?

Porco era raro. Félix ya había decidido eso desde el comienzo que los asignaron juntos, incluso desde aquella primera vez en la que los presentaron aún estando en Marley.

Era un poco… Rebelde, quizás osado. Era como Eren en cierto sentido, donde parecía no querer escuchar lo que sus superiores le dijeran, o donde parecía tener el peso del mundo en sus hombros a pesar de que Galliard era técnicamente insignificante en el gran esquema de las cosas.

Pero, era valiente también. Joven, todavía dispuesto a aprender, a corregirse a sí mismo en formas que a veces no valían realmente la pena. Él también tenía miedo, ¿de qué? Félix no lo sabía, pero cuando todavía estaban tratando de encontrar una forma de lidiar con su problema de esa tarde, había podido ver ese brillo en sus ojos, la ira nadando en esos iris ante el solo pensamiento de echarse para atrás. Así que aunque Porco era raro, de cierto modo no lo era. Estaba tan jodido como Eren, o como Reiner, o inclusive como Historia.

Niños, pensó no por primera vez. Son todavía unos niños.

—¿Luzco como si estuviera bien?

El chico chasqueó la lengua y rodó los ojos, hastiado.

—Luces como la mierda.

—Gracias, no me había dado cuenta.

Con un suspiro, se encorvó un poco y alzó sus piernas para poder recargar sus brazos en ellas, entrelazando sus manos y jugando nerviosamente con sus dedos cuando se dio cuenta de que Galliard seguía ahí, de pie junto a él y mirándole en silencio.

Félix contó los silbidos del viento, los segundos que pasaron, los latidos que le tomó a su corazón finalmente llegar a un controlado, tranquilo ritmo, y luego los que le tomó a Porco volver a hablar.

—Lamento… Lamento haberte forzado a… Seguir con el plan del Comandante.

Félix frunció levemente el ceño y le miró.

—Tu no me forzaste a nada.

—Tu no querías continuar con el y yo insistí.

—Olvídalo, Galliard —murmuró—. De no haberlo hecho probablemente seguiríamos estancados ahí, así que está bien.

—Pero- Agh, como sea. No volveré a repetir lo que dije.

Hubo un indefinido momento de silencio entre ambos, con el único sonido de lejanos aullidos como acompañantes. Porco seguía de pie a un lado suyo, con el rostro tildado y la mirada puesta en algún punto sobre sus cabezas, Félix se dio cuenta de ello porque él también lo hizo; ver las estrellas en ese lado del mundo era un poco distinto a verlas en Paradis, al tope de los muros, con nada más que una chaqueta que no cubría del frío y su uniforme, el distante recuerdo de algo y alguien almacenado en un rincón de sus memorias.

Eso había sido antes, cuando aún se encontraba perdido en un laberinto de recuerdos, cuando despertaba llorando de pesadillas que no eran nada más que borrosos vistazos a una vida que ya no vivía. Ahora, antes, quizás después. Nada era igual.

—Hey —comenzó a decir con suavidad, su voz baja—. Querías decirme algo esta tarde, ¿cierto? Cuando pregunté por tu hermano. ¿Qué era? ¿Por qué no lo dijiste?

No pudo ver el rostro de Porco en ese momento, por la posición en la que estaba, su cabeza angulada de tal modo que las estrellas fueran todo en lo que pudiera concentrarse en esos momentos, pero sí vio que se tensó, que sus manos bajaron a cada costado de su cuerpo y sus dedos se curvearon en puños. Félix ladeó el rostro, lentamente, párpados entrecerrados; el rostro de Galliard se había puesto blanco, no como si hubiera visto un fantasma o algo que lo dejaba plenamente sorprendido, más como… Como si lo que quisiera decir le robara la sangre del rostro, la drenara, y le detuviera de hablar.

Su ceño se frunció, otra vez.

—Lo que sea que me digas… —dijo con lentitud—. No se lo diré a nadie, ¿sabes? Será un secreto, entre tu y yo. Si eso quieres. Sé cómo… Cómo es el no tener en quien confiar, y no quiero asumir nada sobre ti, Galliard, pero-

—Cállate.

Félix cerró la boca, lo consideró un solo segundo.

—Pero eres exactamente como yo era cuando tenía tu edad.

La mirada del chico bajó hacia él con rapidez, con la boca entreabierta, las cejas fruncidas, los ojos llenos otra vez de esa ira que comenzaba a tomar más y más sentido. Félix se enderezó un poco y alzó su mano hasta atrapar la muñeca del otro y tirar de él hacia abajo. Galliard no protestó ante el gesto, simplemente dejándose caer a su lado en el polvoriento suelo de ese olvidado lugar en ese desolado sitio, en el medio de la nada con las ruinas por detrás de ellos, la base destruida al frente, y ellos en el medio.

—Dijiste que tu hermano era optimista, ¿cierto? Yo también tenía una amiga que era así, que veía cosas buenas tras los muros. Yo no era así, ¿sabes? Cuando decidí unirme a la academia para poder ingresar a la Legión de Reconocimiento, ella se molestó.

La voz de Porco fue apenas un susurro al hablar.

—¿Por qué?

—La Legión de Reconocimiento es conocida por la alta tasa de muertes que tiene. Son los que se aventuran fuera de los muros, y antes de que Reiner y compañía se aparecieran en la isla, salían por el distrito de Shiganshina hacia territorio titán, tratando de encontrar una forma de comenzar a crear bases fuera de los muros, o de saber el por qué de la existencia de los titanes.

—Oh. Y ella… ¿Por qué se…?

—¿Por qué se molestó? Supongo que ella pensó que éramos iguales en eso también. Éramos parecidos, lo admito, pero ella era del interior de los muros, una chica que iba a crecer como una señorita, que iba a ser- que se suponía que debía aspirar a la perfección. Coincidíamos en ciertos aspectos, pero cuando se trataba de perseguir algo, yo era quien destacaba. Ella también, claro, porque ella era muy buena, muy querida. Todo quien la conocía la admiraba por ser tan… Brillante —río—. Era hermosa, también. En personalidad, en apariencia, era una persona muy hermosa, pero también era… Tonta, de una manera en la que ser incrédula te mataba allá en Paradis.

—¿Uh? ¿Cómo así?

—Bueno, tenía un ideal que no coincidía con lo que es la realidad. Porque era dulce, y optimista, y amigable, y tenía amigos y me escogió a mí de entre todos ellos sabiendo que yo no estaba de acuerdo con ello. Con todo eso, todo eso que ella quería… Proteger.

Porco apretó la boca. Félix lo vio por el rabillo del ojo.

—…Marcel era un poco así. Era… Zeke le dijo una vez que cuando su tiempo terminara, él sería perfecto para liderar a la unidad. Creo que no podría poner sus aptitudes en palabras incluso si pudiera, pero…

El chico tomó aire y se encorvó sobre sí mismo, y ese peso en sus hombros se deshizo con lentitud.

—Yo quería el Acorazado. Yo era el mejor candidato a heredarlo. No sé… No sé cómo Reiner lo obtuvo, no me importa ya de cualquier manera, pero Marcel lucía tan aliviado cuando se nos informó que yo quedaría como cadete y Reiner tomaría la posición de guerrero, y a pesar de que me molestó muchísimo… Siempre me pregunté por qué mi hermano hizo esa expresión.

Félix asintió con lentitud, comprendiendo a dónde quería ir. Esos peros comenzaban a ser entendidos, a tomar distintos significados. Duda de que se lo estuviera diciendo a la persona equivocada.

—No se lo diré a nadie —murmuró, asintiendo para hacerle saber que lo escuchaba.

Porco asintió también.

—Cuando, cu-cuando murió, cuando nos llegó noticia de que había muerto en Paradis, nos destrozó —susurró, temblando un poco—. Mi madre lloró mucho, y mi padre… Mi padre puso ésta cara, dijo que era una decepción. Siempre estuvo el silencioso conocimiento de que la vida de Marcel se acortaría, que no viviría mucho, pero… Fue repentino, que muriera así digo. Y mis padres… No lidiaron muy bien con ello.

Félix aspiró aire con lentitud, luego lo dejó ir.

Galliard no apreciaría un abrazo. Y él no se sentía con la condición de dar uno, o con el gusto de hacerlo, con el sentimiento de querer. En cambio, volteó el rostro hacia atrás, a las estrellas, y permitió que Galliard continuara.

—También me molestó, quiero decir… Marcel era muy bueno, segundo después de Zeke en casi todo, había recibido halagos de él, ¡de Zeke! No se sentía justo que muriera así, que muriera tan… Insignificante. Y yo era un niño y mis padres estaban desconsolados y nuestros vecinos nos daban el pésame y mencionaban su aptitud como guerrero, lo buen luchador que había sido… Y yo perdí a mi hermano mayor.

—Y Marley perdió a un guerrero.

Galliard río entre dientes, aunque su risa no tenía ni un toque de gracia en ella.

Se llevó las manos el rostro para limpiarse lo que probablemente serían lágrimas y Félix desvío la mirada. Por la línea en donde su trozo de mundo terminaba le llegaron más aullidos, ululeos. Por el cielo, a contraluz de la luna, vio la silueta de un ave alejarse hacia las estrellas.

—Era todo lo que importaba. El titán, el guerrero —escupió con rabia—. Mis padres no lo entendían. No entienden que Marcel era mucho más que un portador de titán, que era mí hermano y era su hijo y ellos solo se preocupaban por el qué dirán de ellos, qué pensarán los oficiales de Marcel, qué consideración me darían a mí cuando llegara mi momento de heredar el siguiente titán.

—¿Causó peleas entre ustedes?

—Sí —dijo con voz dura—. Y cada vez que lo hacíamos, veía la expresión de mi hermano, el alivio al escuchar que yo no heredaría ningún titán hasta después, y me di cuenta… Me di cuenta que quizás Marcel… Quizás Marcel no quería que yo heredara algún titán porque realmente no valía la pena.

Su mente fue de vuelta a aquel momento, en el lago, con Frieda, el última día que se vieron antes de que la noticia de la caída del Muro María llegara.

Félix no recordaba mucho de ello, y lo poco que hacía llegaba en sueños, trozos de su vida que había olvidado y que seguía sin comprender cómo lo había hecho. Pero estaban allí, en el lago, con ella contándole un cuento de hadas y la lenta realización de que Frieda no era eterna, de que Félix no pasaría el resto de su vida junto a ella porque la vida de ella no sería tan larga como la suya, que para este momento en el tiempo estaría reducida a solo un par más de años y después se extinguiría, y que Félix odiaba escucharla hablar de ello como si fuera algo por lo que valía la pena morir.

Recordaba haberse sentido engañado porque ¿por qué tu poder suena al de un Dios pero eres incapaz de usarlo para salvar tu propia vida? ¿Por qué existía un límite? ¿Por qué ella y no el idiota que estaba sentado bajo las estrellas recordándola a ella? Como si Frieda no hubiera estado al tanto de que Félix iba a extrañarla más que a nada en este mundo.

(Como si Frieda no hubiera estado al tanto de que Félix preferiría morir antes que perderla a ella.)

—Es estúpido —murmuró Galliard, y volteó su rostro hacia él, con los ojos claros—. Es estúpido que pierdas tu vida por algo que no vale la pena. Ser un titán no vale la pena, ir a la guerra no vale la pena. Marley… Marley no vale la pena. No vale la pena que pierda mi vida por algo tan estúpido como ser un guerrero lo es.

—¿Por qué sigues siéndolo entonces?

—Por que Reiner es un imbécil, todos son unos idiotas, no sé. No sé qué más puedo hacer.

Porco estaba tan perdido como Félix mismo lo estaba, entonces, y darse cuenta de ello lo hizo reír. Era de esas risas que no se parecían en nada a las de su acompañante de esa noche, porque la suya sí tenía gracia, sí sonaba como si fuera pensada a que diera a entender que encontraba algo divertido.

Félix se recargó hacia atrás, con sus brazos estirados y apoyados sobre la superficie de la tierra, su vómito al frente de ellos, a unos pasos, seco, y la luz de la luna por encima de ellos dos.

—Leonhart murió también, ¿sí sabes? —Galliard lo miró con sus ojos entreabiertos y asintió lentamente. Félix lo hizo también—. Yo estuve ahí. Se encerró en un cristal, por un par de meses, y conseguimos sacarla gracias a la chica que se comió a tu hermano y heredó a su titán.

Galliard volvió a tensarse, su mirada se entrecerró.

—¿El titán de Marcel-?

—Ella también tenía excusas, por qué hizo las cosas, por qué fue a Paradis. Mientras la arrastrábamos hacia donde sería puesta para poder ser devorada, lloró. Llamó a su padre, nos pidió que la perdonáramos, que solo quería verlo una última vez, y yo me reí en su cara. No me importa, Marley, esta guerra, sus guerreros… No me importan. Lo hacen, en cierto sentido, porque por ellos sé que voy a sobrevivir, pero al final del día realmente no podría importarme menos lo que pase con ellos, lo que ocurra con sus vidas, o con sus padres, si mueren con arrepentimientos o no.

El rostro de Reiner se le vino a la mente, pálido, ojos llorosos, expresión destrozada cuando lo mandó a dormir, cuando le dijo sus intenciones de asesinarlo antes de dejarle heredar ese estúpido titán suyo.

Porco tenía una similar en esos momentos.

—No le diré a nadie lo que me dijiste esta noche —dijo tras unos segundos, susurrando para que Porco entendiera que Félix estaba siendo serio acerca de esto, que le decía la verdad—. Lo prometo.

━━━

La ciudad tomada por el ejército de Marley era grande, con edificios altos, con casas bonitas, con personas que los miraban con ojos cautos y sonrisas tensas, cuerpos listos para echarse a correr en cualquier momento.

Félix no había esperado ver a nadie allí, nadie con vida al menos. Pero mientras más miraba a su alrededor, menos lo creía.

—Uh… Creí que nos íbamos a encontrar con pilas y pilas de cadáveres —murmuró, inclinándose hacia Zeke que caminaba a su lado.

El rubio volvió la cara y le miró sorprendido, con las cejas fruncidas.

—No.

—¿No? —preguntó, igual de confundido que Zeke lo estaba—. ¿Por qué no? ¿No fue eso lo que hiciste en Paradis, en Ragako? No había cadáveres, sabes, pero… Sí titanes, y esos no suelen dejar ni un hueso.

Zeke le tiró una breve mirada de costado pero no dignó su acusación con una respuesta, y Félix lo dejó ir porque no era ni el lugar ni el momento para ponerse a discutir sobre estupideces que ya habían sido hechas y de las que no había manera de corregir, así que suspiró pesadamente y se enderezó para caminar a su lado, hombro a hombro, con el resto de la unidad de guerreros tras de ellos. Magath iba al frente de la comitiva y tras la unidad continuaban los demás soldados que habían tenido el infortunio de pelear con ellos el último mes.

Trató de no mirar, pero le era imposible. Habían personas allí, personas que lucían mucho como a las que habían asesinado el día anterior, vestidas del mismo modo en el que uno de los embajadores de esa noche en la reunión de los Tybur lo había estado. Félix no recordaba el rostro del sujeto, pero sí se percató de la sonrisa fingida y la mirada aguda que veía a todos lados y a nadie en particular.

Estaba asustado de esto, probablemente. De que un ejército marleyano marchara por una de las ciudades de su país y la tomara para ellos porque eso es exactamente lo que Marley sabe hacer mejor; tomar y tomar y no dejar nada excepto cenizas por detrás.

—¿Pasaremos mucho tiempo aquí?

—No lo creo —respondió Zeke de vuelta—. El Comandante Magath va a reunirse con el capitán de la flota para ver cómo avanzan, y es probable que un pelotón se quede detrás para mantener a la ciudad bajo control. Nosotros seguiremos avanzando, pero aún no sé hacia dónde.

—Oh. ¿Crees… Crees que vayamos a adentrarnos más al territorio de ellos?

Zeke se encogió de hombros.

—Quizás.

Aún así, el sentimiento de que algo estaba mal se quedó con él por el resto del día. Félix no se atrevió a alejarse de Zeke o de los otros guerreros. Pieck se había quedado atrás, a la entrada de la ciudad junto a la unidad Panzer para mantener guardia y para mantenerla a ella en su forma titán por el momento en caso de ser necesitado.

Félix no quería pensar en la posibilidad de ser atacados, no se sentía aún listo para confrontar a alguien más después de… De eso. (El tipo al que había asesinado habló mucho y su voz, aunque rara y profunda y desesperante, era un constante susurro que se unía a los que resonaban desde lo profundo de su alma.

La sangre, también. Magath había mandado quemar su gabardina manchada y le dio otra que Félix había tomado con ansias.)

Los habitantes de la ciudad se movían con cautela alrededor de todo soldado que vieran vistiendo los colores de Marley, y los miraban como una presa mira a su cazador, y Félix, que no estaba acostumbrado a ello porque los titanes tenían miradas que carecían de vida, se sintió profundamente perturbado por ello.

Magath los llamó a ambos a una reunión que se suponía que debían atender porque eran los jefes o algo así, Félix no había prestado atención. En el lugar ya había otras personas, un sujeto en un francamente ridículo uniforme azul marino y otro hombre que siempre veía a un lado del Comandante, que les miró despectivo cuando él y Zeke ingresaron al sitio.

—Justo a tiempo —dijo el comandante, haciéndoles una seña de que se acercaran a donde él y los otros dos se encontraban—. No habrá introducciones, no hay tiempo para ello. La flota permanecerá aquí hasta que decidamos dónde será un punto efectivo al cual moverse próximamente. Las ciudades cercanas a ésta siguen ocupadas, y lo mejor sería liberarlas y estacionar un par de tropas allí para asegurarlas.

—Creí que aguardaríamos a que llegaran más suministros.

—Lo harán, mañana por la tarde llegará otra nave con más de ellos y después las tropas terrestres podrán moverse.

Magath se cruzó de brazos, mirando a Zeke de reojo. Había una especie de sentimiento en esa mirada que no pasó desapercibida para ninguno de ellos. Félix, carraspeando, se removió un poco y codeó discretamente a Zeke, tildando su cabeza sin mirarle para señalar en dirección donde el comandante se encontraba.

Zeke parpadeó una sola vez en su dirección, enderezando su postura por unos centímetros, y luego miró al frente y se quedó quieto, asintiendo de momentos, hablando en otros.

—¿Ha habido palabra de las otras naciones?

—De momento no. Nadie parece dispuesto a unirse a ningún lado hasta que haya concretos resultados, aunque varios políticos han tratado de llamar un cese al fuego, la Alianza se niega a hacerlo.

—¿Por qué? —dijo Félix, repentinamente interesado—. ¿Qué hay de ganar en esta guerra que ambos lados se niegan a perder?

El hombre de la flota lo miró con el ceño fruncido y luego a Magath, como si el comandante tuviera idea alguna de Félix y su estupidez a la hora de hablar.

Zeke lo codeó.

—¿Por qué crees tu, Ackerman?

Magath nunca lo había llamado por su apellido hasta ese momento. Comúnmente era Porco quien lo hacía, o a veces algún otro soldado marleyano, incluso Colt, pero Colt era extraño y un poco demasiado formal y le gustaba mostrar respeto a pesar de que en ocasiones atrapaba su mirada y encontraba en ella la misma deshonestidad que en las otras.

Se tomó un segundo para poder acomodar sus ideas, racionalizar sus pensamientos, darles coherencia.

—¿Orgullo? —dijo finalmente, con el ceño fruncido—. No sé, supongo que no importa.

Zeke, a su lado, suspiró con lentitud.

Le dio ese tipo de miradas que estaban pensadas para hacerlo cerrar la boca y Félix se encogió de hombros, inclinándose hacia él para recargar parte de su peso contra el rubio. Zeke le miró de reojo y lo ignoró tras unos pocos segundos, volviendo a prestar atención a lo que el comandante y los otros dos discutían.

Un posible ataque a una de las ciudades aún ocupadas, junto al apoyo de la flota si las cosas decidían tomar un rumbo feo.

Según el hombre del uniforme azul, sería difícil hacerlo. Mientras más se adentraran a territorio de la Alianza, corrían el riesgo de quedar varados sin ninguna clase de apoyo cercano a ellos que pudiera prestar sus servicios en caso de ser necesitados, y la flota perdía todo propósito. Magath creía que lo más sensato sería reservarlos hasta el verdadero momento en el que fueran ocupados, guardar sus municiones, no perder ningún barco.

—Hay otra base de la que debemos encargarnos, y sospecho que será ahí en donde verdaderamente los vamos a necesitar.

El tema de las otras naciones resurgió. Félix se enderezó, fingiendo encontrar algo interesante fuera de la ventana cercana a la que se encontraban. Las voces de los otros ocupantes de la habitación pasó por encima suyo como una lenta caricia.

El sur estaba callado, y había sospecha de que tratarían de unirse a la Alianza si no se hacía algo con ellos desde ayer. Hizuru también parecía estar metido en ese problema, y cuando el nombre fue mencionado, Félix se preguntó a sí mismo en dónde podría encontrar a Kiyomi Azumabito, y si sería necesario volver a Marley para hacerlo.

—¿Ha habido algún movimiento en Paradis?

Un ligero escalofrío le recorrió la espalda y lo hizo prestar atención. Magath se dio cuenta, al igual que Zeke y que el otro sujeto que siempre acompañaba al comandante.

Magath le miró con una ceja alzada, y Félix forzó una sonrisa a modo de disculpas, pero se giró hacia el navegante de cualquier manera, ansioso por escuchar lo que tuviera por decir sobre Paradis.

—Nada, señor. Pronto va a enviarse una nave para tratar de anclar en el puerto y examinar la zona.

Después de ello, más charla, interminable, acerca de lo que podrían hacer a continuación, pero Félix se quedó atascado en Paradis, el puerto y el océano que se encontraba de frente que él no había tenido oportunidad de ver.

¿Cuánto tiempo había pasado? Alguna parte de su mente probablemente lo recordaba, pero aquí en el medio de la nada los días se volvían un borrón y lo oscurecían todo, y se mezclaban entre sí y en ocasiones los confundía. Ayer había estado cerca de morir, pero el día anterior también, y el anterior a este por igual. Ya fueran balas o puños o granadas o explosiones, eso era lo único que se mantenía como una constante por aquí; muerte.

¿Sería lo mismo en Paradis? ¿Qué habría recibido Historia una vez la Legión volvió? ¿Cuántos soldados a caballo, cuántos dejados en el distrito para pudrirse y volverse polvo? En otros ciclos, en la mayoría de ellos, Historia recibía a una comitiva de menos de diez personas, a veces la mitad de ello, a veces solo le ponía una medalla a cuatro, o a cinco, pero el quinto y el tercero morían, y solo quedaban recuerdos, arrepentimientos, y amargura.

Quien quiera que terminara heredando el titán Colosal probablemente estaría entre los amigos de Eren, a salvo, ya fuese Armin o Jean como lo habían sido en el pasado. Ymir también, probablemente, viva porque morir sería demasiado fácil y Félix había descubierto que Ymir, si bien una chica sencilla, podía llegar a ser viciosa y destructiva cuando quería.

¿Estarán listos para aventurarse tras el Muro María, hacia ese puerto del que el comandante Magath habla?

Luego, ese intrusivo pensamiento nuevamente; ¿cuánto tiempo ha pasado?

Alguien lo tomó con brusquedad del brazo y tiró de él para ponerlo de pie, haciéndole tropezar con un par de cosas en el suelo y enderezar su cuerpo de golpe, casi golpeando las gafas del susodicho al suelo. Zeke le miró con el ceño fruncido cuando lo dejó ir, una de sus manos subiendo para acomodar los anteojos en el puente de su nariz, y Félix giró un poco el rostro para ver a Magath, pero el comandante estaba inmerso en su conversación con el hombre del uniforme, el único que vio su desliz fue el rechoncho imbécil que lo miraba como si él en persona le hubiera quitado su almuerzo.

Zeke lo tomó de la mano y tiró de él hacia fuera, con pasos largos y rápidos, y lo dejó ir una vez estuvieron en el exterior.

—¿Qué ocurre?

—El comandante nos dio permiso de retirarnos —respondió, tirándole una breve mirada de reojo—. ¿No lo escuchaste?

Félix se encogió de hombros.

—No realmente —dijo—. Mencionaron Paradis y mi mente simplemente… Whew. Adiós.

—Ah, ¿más malos recuerdos?

—¿Malos recuerdos?

Zeke asintió, guiándolo por una de las zonas menos destruidas de la ciudad, la que parecía rodear una pequeña plaza todavía transitada por los habitantes originales.

—¿No tienes malos recuerdos de Paradis?

—Mhm, un par. Pero no tan… Atroces, supongo.

—¿Pesadillas, entonces?

Félix río levemente.

—¿Qué acerca de esta situación no es una pesadilla?

Zeke abrió la boca, lo consideró un segundo, después la cerró y asintió sin comentar nada. Su risa aumentó un poco, lo suficiente como para que se convirtiera en un leve ataque de tos que le desgarró la garganta, o que le hizo sentir como si estuviera desgarrándosela. Zeke se acercó de inmediato a él, su mano levitando cerca de su espalda como si no supiera qué hacer exactamente, y Félix lo empujó hacia atrás con su mano.

—No es nada —murmuró—. Es solo, ahh, el sujeto de ayer trató de asfixiarme. Reír me duele.

—¿Y hablar?

Félix, sabiamente, le sacó el dedo medio. Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Zeke y luego le indicó que lo siguiera.

La calle por la que andaban era recta, seguía un claro camino de piedra que parecía seguir perfectamente en línea hasta que descendía a lo que parecía ser un pequeño desnivel y la ciudad parecía continuar después de ello. A su lado, hileras de casas que parecían apoyarse la una sobre la otra flanqueaban el camino, dejando solamente el espacio suficiente para la plaza aún transitada. Félix lo vio todo con curiosidad, tratando de encontrar alguna diferencia entre Paradis y este lugar perdido.

Pero mientras más lo hacía, más se daba cuenta que, si bien existían diferencias, la vida era la misma; las personas caminando, los niños jugando, las risas y las voces y los sonidos que el estar en una comunidad viva traía consigo, y aquello era lo mismo que ocurría en Paradis.

Cuándo Marley pensaba en deshacerse de ellos, cuando las otras naciones volteaban las caras y lo permitían, ¿pensarían también en lo similares que eran?

¿Sabían que vivían una vida parecida?

—Hey, Zeke, hablando de pesadillas… ¿Puedo pedirte un favor?

—Depende de lo que sea.

Félix se detuvo un segundo en el medio de la calle, sin palabras por poco menos que un suspiro. A su alrededor, el resto del mundo seguía moviéndose pero por alguna extraña razón él encontró que sus pies estaban pegados al suelo y que le era imposible dar otro paso adelante, o atrás. Zeke continuaba caminando, sin darse cuenta de que él comenzaba a quedarse atrás.

Sus dedos temblaron un poco cuando sintió que el cuerpo le tembló, algo pequeño, insignificante, pero que consiguió ponerle los vellos de sus brazos en punta.

No era nada. Pedirle esto, no era nada que Félix no hubiera hecho ya. Necesitaba hacerlo, y eso lo reconocía, lo entendía. No encontraría otra manera de lidiar con ellas si no lo hacía, si no abría la boca y admitía que necesitaba ayuda, porque no podía continuar pasando noches en vela dando vueltas en su saco de dormir, o afuera, en el fresco aire y las estrellas que titilaban como cientos de luciérnagas encima del lago de los Jovan.

Había límites, y Félix iba a llegar al suyo y eso no podía pasar. No podía permitir que pasara.

—Hey, ¿qué haces?

Se cubrió la boca con una de sus manos, sintiendo que la náusea le subía por la garganta. O quizás fueran las palabras que no se atrevía a decir, la vulnerabilidad que se atraparía en ellas y quedaría al descubierto una vez las dijera. Le temblaron los pies, amenazaron con tirarlo al suelo.

Lejos, le pareció escuchar un grito.

—¿Félix?

—¿Creesquepuedadormircontigoestanoche?

Zeke volvió a abrir la boca, claramente confundido y a un segundo de pedirle que repitiera lo que había dicho, cuando alguien los llamó a ambos por el camino detrás. Félix se irguió de golpe y se giró, ceño fruncido, y vio a Magath andar hacia ellos con largas zancadas y algo en la mano, la gabardina beige del ejército marleyano ondeando de lado a lado con el poco viento que se alzó de repente.

No. Viento no. No había nada de viento hasta ese momento. El día estaba fresco, sí, pero no había viento, solo nubes que cubrían el cielo y le daban aspecto de que podría llover, pero nada más aparte de ello, mucho menos viento. Brisa, quizás, pero no lo suficiente para que la gabardina de Magath se moviera de tal manera, con tal fuerza.

Cerca, escuchó otro grito. El cuerpo le tembló.

Magath pareció escucharlo también porque se detuvo abruptamente y volteó el rostro hacia donde la plaza se abría, en donde el resto de las personas continuaban moviéndose en su día a día, excepto que esto no era su día a día porque su ciudad había quedado atrapada en el fuego enemigo, porque había sido tomada y ocupada por extranjeros, conquistadores. Ninguno de ellos parecía escuchar los gritos o sentir los temblores, o darse cuenta de que por detrás de los edificios y las casas que rodeaban a esa pequeña plaza, comenzaba a alzarse una columna de humo.

—¡Ackerman, Jaeger!

Magath había tomado tres pasos hacia ellos cuando el caos estalló a su alrededor.

Félix sintió el temblor, el detonar de la bomba. Sus piernas perdieron apoyo y lo dejaron caer al suelo con fuerza y un pitido se originó en sus oídos que acalló el resto de la calle repentinamente. Había humo en el aire, y polvo. Sus manos se apoyaron un segundo sobre el camino y lo empujaron hacia arriba para tratar de ver el daño y la dirección que debían tomar para evacuar.

Kenny se lo había dicho durante esa semana junto a él en el escuadrón Anti Personas; no solemos usar pólvora para otra cosa que no sea disparar, pero en ocasiones se requiere un poco más de fuerza. Si algo estalla, si hay una bomba y quedas atrapado cerca de ella, detente un segundo y piensa, examina tus alrededores y aléjate tan rápido como puedas.

¿Por qué le había dicho todas esas cosas? En esos instantes no podía recordarlo, le era difícil comprender de qué habían estado hablando antes de que le dijera aquello, pero Félix lo hizo con exactitud; Magath estaba al frente, recuperándose de lo que parecía ser el mismo tropiezo que él había sufrido, y cuando volvió la cabeza y vio a Zeke, lo vio apoyado sobre sus rodillas, una de sus manos cubriéndose el costado izquierdo del rostro.

Por detrás de él, una sombra cubierta en polvo y ceniza.

Hubo otro sonido ensordecedor y el mundo tembló peligrosamente, pero el impacto de esa segunda bomba pareció tragarse el polvo que los rodeaba y soltarlo otra vez, rápido, con una ventana de oportunidad para dejarle ver el brillo de un cuchillo en manos de la sombra tras Zeke antes de que atacara. Zeke se enderezó de golpe, su boca abierta en un grito que Félix no podía escuchar.

Quien quiera que fuera esa persona, era obvio que no sabía que Zeke era un titán cambiante. Probablemente no sabía identificar las bandas en los brazos, ¿por qué habría de hacerlo? Marley estaba lejos, sus políticas y sus perros falderos muy allá fuera de esta ciudad perdida hasta que no lo estuvieron.

Félix hizo una nota mental de apuntar eso y enviarlo a Historia lo antes posible y un segundo después se movió, sus pies resbalando sobre el camino y su mano cerrándose alrededor del hombro de Zeke para empujarlo hacia atrás cuando el cuchillo bajó otra vez, rozándole el uniforme y rasgándolo.

Félix aprovechó estar apoyado de su hombro y se impulsó de él un segundo antes de dejarlo ir para alzar su pie y asestar una patada en el torso de la persona. La sombra cayó hacia un costado entre nubes de polvo y ceniza y humo, y el repiqueteo del cuchillo deslizándose por el suelo le llegó tenue, por encima de los gritos y las exclamaciones de terror que probablemente inundaban la plaza.

Allí, a centímetros suyo, Félix se lanzó hacia el y consiguió cerrar su mano alrededor del mango antes de que alguien le golpeara las piernas y lo hiciera tropezar, dejando que el cuchillo cayera nuevamente de su agarre. La sombra se irguió y el rostro de una mujer apareció entre el polvo, mugriento y con los ojos hundidos, con los labios resecos y un moretón en la mandíbula que se coloreaba amarillo y verdoso de los bordes.

La mujer se le vino encima y Félix retrocedió un poco más, con sus brazos alzados para cubrirse del vaivén de la hoja que rasgó su manga. Los sonidos comenzaban a volver con lentitud, por lo que pudo escuchar a Magath y a Zeke gritar algo, maldecir a alguien.

Félix se precipitó al frente, su mano cerrándose alrededor de la hoja del cuchillo y tirando de el, y el filo cortó finamente sobre la piel de su palma. Con fuerza, siseando, atrajo a la mujer hacia él y la pateó en los pies y usó su agarre en el cuchillo para doblarle el brazo hasta que escuchó un ‘pop’ y el alarido de dolor de la desconocida, que se tiró al suelo con la extremidad torcida.

Jadeando, con la mano sangrando, su nueva gabardina manchada, le llegó otra voz, otro susurro; no podía entender con exactitud lo que decía, pero sí reconoció que era de Caven, y que era ligera, que lo que sea que le estuviera diciendo, probablemente había sido durante esos momentos antes de que fueran atacados, antes de que ella muriera.

Félix se acercó a la mujer y la empujó hacia el suelo, lo que la hizo gritar cuando su inútil brazo cayó junto con ella. Después, alzó su bota y la dejó caer con fuerza, aplastando aún más la extremidad de la mujer y arrancándole un chillido.

Era apenas consciente de que su mano sangraba y que la herida le latía, como si tuviera un latido allí en ella. Su bota volvió a alzarse y después a caer, esta vez en el hombro, y la mujer sollozó.

—¡Félix!

Alguien lo tomó del brazo y lo alejó de ella hasta que quedó por detrás de alguien más usando una gabardina como la suya. Zeke le miró con los ojos abiertos de par en par, probablemente una maldición a mitad de su garganta cuando Félix lo agarró y lo alejó de la mujer en el suelo.

—¡Oi! No le des la espalda, idiota —exclamó, alzando su mano sangrante y señalando la lastimosa forma de la desconocida en el suelo—. No ha soltado el cuchillo aún.

Zeke nada más tuvo que girar la cabeza para comprobarlo. El cuchillo seguía sostenido con fuerza, y cómo era eso posible él no lo sabía, pero estaba allí, entre dedos magullados y llenos de tierra, manchados con su sangre mientras la hoja reflejaba un poco de brillo que debería ser inexistente. El rubio retrocedió un par de pasos, poniéndose a la par de él, y Félix fue el que dio un paso al frente y se acuclilló frente a ella.

—Lo siento —dijo, a pesar de que sabía que la mujer no podía entenderlo. Se sentía como en un trance extraño, con la vista nublada pero perfectamente clara, y había un par de manos cerrándose alrededor de su cuello—. No era mi intención herirte.

Los vidriosos ojos de la mujer lo miraron en silencio, con un par de sollozos y gruesas lágrimas lavando la suciedad del rostro. Félix estiró su otra mano y las limpió con el dobladillo de su manga, sus dedos que estaban manchados de sangre estirándose y quitándole el cuchillo de la mano inservible.

Frente a él, por algún extraño motivo, vio al sujeto de Klorva, escuchó la palabra puta de nuevo, sintió una familiar ira bañarle el cuerpo. Las manos alrededor de su cuello cedieron y le dejaron respirar, y las imágenes de un rostro brutalizado por la culata de un rifle cambiaron y se adaptaron al de la mujer frente a él, con sus lágrimas y sus labios resecos, su cabello oscuro. Cuando se enderezó de nuevo, sostenía en su mano el cuchillo manchado de su sangre.

—Bueno, mierda —murmuró, frunciendo el ceño y señalándola con la punta de la hoja—. ¿Qué hacemos con ella?

Zeke le miró en silencio por unos segundos, estudiando su rostro y las ojeras bajo sus ojos, por las pálidas mejillas y luego, la cicatriz. Félix se volteó para mirarlo de frente, una ceja arqueada, boca firmemente cerrada.

Con un suspiro, el rubio se volvió a la mujer y la examinó con menor atención.

—…Romperle el otro brazo, supongo.

—Uh… ¿En serio?

—Bueno, es para evitar que nos apuñale con algo más ¿no?

—Supongo… Hazlo entonces.

—¿Yo?

—Tu lo sugeriste.

—Pero no quiero hacerlo.

—¿Entonces?

Zeke, sabiamente, hizo un gesto en su dirección que lo señaló de pies a cabeza y luego tildó su cabeza hacia un costado, a donde la mujer aún se encontraba sollozando.

Félix se detuvo si acaso por un segundo, y lo pensó. Ella había tratado de asesinarlos hace solo segundos, había usado un cuchillo, probablemente Zeke ya estaba curado o en camino a estarlo, y la herida que él tenía en su mano podía tomar un par de semanas para cerrar, eso si no se infectaba.

Volvía a sentir un par de manos en su cuelo, susurros en sus oídos.

Félix tragó saliva pesadamente y rodeó a la mujer hasta colocarse tras ella, su mano colocándose suavemente en el hombro derecho y la que le sangraba, sosteniendo el brazo que aún servía y estirándolo. La mujer pareció entender qué ocurría por que trato de escapar, moviéndose en el suelo como si estuviera siendo exorcizada. Contó un segundo, después otro, después un tercero, y dejó ir el aire que había estado acumulando en sus pulmones.

Tiró del brazo hacia atrás y la empujó hacia el frente, y el conocido sonido de dislocamiento le llegó a los oídos un segundo después.

La dejaron ahí, entre gritos de dolor y más lágrimas.

Félix miró por encima de su hombro y luego siguió caminando, maldiciendo entre dientes el ardor que sentía en su mano. El cuchillo lo llevaba en un bolsillo de la gabardina, con la punta llena de sangre.

—Lo desinfecto en un segundo —dijo Zeke, echándole un rápido vistazo a la herida y desviando la mirada al instante siguiente—. ¿Duele mucho?

—Lo usual —murmuró. No le dijo sobre las voces que evocaban, los dientes hundidos y el rostro manchado de sangre que podía ver en sus recuerdos gracias a ello—. ¿Dónde está Magath?

—Fue a ver qué diablos está pasando, aunque no se necesita ser un experto. Estaban esperando por nosotros, activaron un par de bombas, kaboom.

La plaza fue quedándose atrás, el bullicio y el pánico no. Las casas más cercanas estaban vueltas en frenesí, con personas yendo y viniendo del interior de ellas, acarreando agua o utensilios que probablemente planeaban usar en ellos. Los miraban de cierta forma, con ciertos sentimientos. Félix desvió la mirada y siguió corriendo tras Zeke, sus pies provocando un rítmico sonido cada vez que tocaban el suelo. Dejaron atrás también el edificio en donde se reunieron con el comandante y rodearon un par de casas más, siendo guiados por el sonido de desastre, y llegaron a una calle un poco más ancha que se abría a una vista perfecta de los barcos en la lejanía.

Magath estaba ahí, junto al hombre del uniforme ridículo y el rechoncho. No había ningún rastro de los otros guerreros, y a pesar de que Pieck estaba probablemente en su camino hacia acá, Reiner y Colt y Porco estaban desaparecidos.

—¿Están bien?

—Perfectos —respondió el azabache, haciendo un saludo con su mano sangrante. Magath rodó los ojos—. Comandante, ¿qué carajos está pasando?

—Probablemente estén tratando de pelear de vuelta, recuperar el control de la ciudad —sus ojos escanearon a sus alrededor—. Lo mejor será armarnos, buscar buenas posiciones y llamar a Reiner de ser posible. No me quiero fiar en estos momentos.

Menos de un segundo después, en la lejanía sobre algo que probablemente era el océano, uno de los barcos atrancados en la costa salió volando.

La explosión casi los alcanzó, y alzó una nueva ola de pánico. El sujeto del uniforme ridículo echó a correr, paniqueado, una mirada de sorpresa en su rostro. Magath maldijo por lo alto y comenzó a ladrar órdenes, de aquí allá, a quien quiera que las escuchara.

Félix bajó la mirada hacia su mano, atontado, cuando sintió que el hombre dejaba algo con agresividad encima de ella. El sobre blanco se llenó de sangre porque fue instintivo el cerrar sus dedos alrededor de el.

Por entre las manchas, vio un sello seguido de su nombre.

El escudo de armas de los Tybur.

Y'ALL PERDÓN POR NO ACTUALIZAR SEGUIDO ES QUE

Los domingos de FotD se van a ver retrasados porque mis ojos son Putos con P mayúscula, lol. So para recapitular, me dio conjuntivitis, no hay pedo todo bien no es la primera vez, pero, NO SE ME QUITÓ. Fui al doctor y todo el pedo y me recetó unas gotas cada cierto tiempo y pues, no se me quitó. No puedo usar la laptop, ni el teléfono tanto tiempo seguido porque me arriesgo a qué se irriten y la cosa esta chingadera vuelva. Bueno pues pasó una semana, la irritación bajó, todo iba bien no sé qué pasó BOOM, me volvió. Y peor. Me pican horrible los ojos y no les digo, pero los traigo rojos como si me hubiera fumado un pot entero de marihuana o como si hiciera drogas, idk. La cosa es que no puedo usar mucho los dispositivos móviles o laptop, tampoco puedo leer porque eso también cansa la vista y bueno. Eso significa que no podré usar el uno ni el otro durante tanto tiempo y mi escritura obviamente se va a ver afectada, así que si no hay capítulos todos los domingos, es por eso mismo. Sorry.

AHORA, espero que les haya gustado el cap<3 les prometo que pronto veremos qué pedo con Paradis y cómo está el desvergue por allá, so!! Nos leemos después, gracias por aguantarme mis pendejadas, los quiero <3333333

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