74. A ti más que a nadie

CAPÍTULO SETENTA Y CUATRO
A TI MÁS QUE A NADIE
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Querida Serena,

Lamento haberte escrito literalmente de la nada, pero lady Tybur me dijo que técnicamente no se me tenía prohibido tener amigos, y dado que ninguna de las personas que me rodean en estos instantes parecen querer ser amigos míos, se podría decir que finalmente reuní el coraje para preguntar por permiso y empezar una leve comunicación contigo. Espero que no te moleste, y espero que no creas que enviarse cartas sea algo pasado de moda, la verdad no estoy muy seguro de cuál es el medio de comunicación actual, si cartas o alguna otra cosa recientemente creada.

En fin.

Probablemente hayas escuchado acerca del conflicto en el que Marley está metido desde hace un mes, y si es así (que sería duro de ignorar debo de admitir), espero que comprendas también que la historia de la familia Ackerman me involucra directamente en dicho problema, porque hoy en día Ackerman es sinónimo de soldado (aparentemente) y se me ha solicitado que me enliste en un escuadrón para ‘acudir’ en ayuda de la nación. Reza por mí.

Espero no estar traspasando ninguna línea que hayas querido imponer desde un principio, pero la necesidad que siento de aferrarme a algo en este momento me empuja a acercarme a la poca gente que conozco por más breves que sean, como lady Tybur y tu lo son. Me encantaría ser tu amigo y te agradecería que pensaras lo mismo de mí.

Los mejores deseos, Félix Ackerman.

━━━

Había cosas que a veces a Félix plenamente no le gustaban, como el sol. O la temperatura que el sol ocasionaba durante esos pocos meses entre la fragilidad del otoño y la suavidad de la primavera, cuando podía hundir la cabeza en las claras aguas del lago en la propiedad de los Jovan, o cuando podía pasar tiempo recostado bajo la sombra de un árbol. Incluso cuando ingresó a la academia, su desfavorable sentimiento hacia el calor solo pareció aumentar, sofocarlo más.

En Marley no era distinto, excepto que en Marley había estado metido en una mansión, hundido hasta el cuello en una bañera, y a pesar de que en Paradis el clima había sido igual de insoportable, al menos allá era tolerable. Aquí no, en donde quiera que este lugar perdido fuera, no.

—¿Cómo te sientes?

Félix ladeó el rostro, su labio tirando en una mueca, y observó al comandante acercarse hacia él por su izquierda, su rostro ligeramente sereno pero no por ello menos austero.

—¿Mhm? —su voz arrastró las palabras un poco con lentos parpadeos como acompañamiento—. Oh, estoy bien.

El comandante se detuvo a escasos pasos de él, dando un lento vistazo a su alrededor. Félix entrecerró sus ojos para poder ver qué clase de expresión tendría en el rostro, y solo consiguió darse cuenta de que el mayor parecía cargar con algo en sus manos, pero los rayos del sol delineaban la figura del hombre, y le ensombrecían el rostro. Félix se volvió al frente con un gruñido.

—No parece haber mucho movimiento por aquí.

—Nope. Todos estamos exhaustos, o durmiendo, y el resto está muerto.

—Ya veo.

Magath, con un resoplido, tomó asiento a su lado no sin antes ofrecerle un plato con comida que parecía vómito junto a una botella de agua que estaba tibia debido al calor de la zona. La gabardina del comandante estaba limpia al contrario de la que Félix usaba, con ligeras manchas en las mangas y un poco de tierra en el dobladillo inferior.

El comandante estaba vestido así porque había vuelto de Marley luego de tener que asistir a una reunión de emergencia, y Félix había estado todo el día en el campo junto al resto de guerreros y los cadetes a heredar los titanes.

—Gracias —murmuró recibiendo la comida, y solo observándola en silencio porque el agujero en su estómago le hacía imposible ingerir cualquier cosa sólida—. ¿Cómo estuvo Marley?

—Estuvo bien, fue como volver a casa —dijo el hombre—. Me pidieron un informe en tu comportamiento, y Willy Tybur preguntó por ti.

—¿Willy estuvo presente?

—No, lord Tybur estaba muy ocupado con otros asuntos para aparecerse, pero envió a alguien para hacerlo.

—Oh —murmuró, con el ceño fruncido—. Bueno, así es Willy… Siempre parece estar ocupado.

Había una pizca de amargura en sus palabras que negaría hasta su último aliento, porque él no estaba decepcionado, no había razón para estarlo. (Excepto que Félix era un idiota más veces de las que no, y Marley aún era extraño, desconocido en un sentido que sus ciclos permitían hacerle sentir porque si bien él había estado allí antes, toda una vida atrás, era aún insuficiente para hacerle sentir bienvenido, y eso comenzaba a volverse una realidad con mucha más frecuencia de la que le gustaría.)

Magath pareció escucharla, dándole una larga mirada en completo silencio que le puso los vellos de la nuca en punta porque se sentía como si el hombre supiera algo que él no, o algo que él ya sabía pero se negaba a admitir.

—En fin, ¿qué tal te estás ajustando? Zeke me dijo hace unos momentos que te ha visto un poco… Errático.

—¿Viste a Zeke?

—Mhm, estaba con Colt por allá.

Félix se reclinó ligeramente hacia atrás, tirando una mirada hacia el costado por el rabillo de su ojo, e inmediatamente desviándola a otro lado. No necesitaba saber en dónde estaba Zeke, le bastaba con saber que el mono idiota aún andaba alrededor, vivo y sin molestarlo, probablemente fumando una cajetilla entera de cigarros.

Aún así, le irritaba un poco que el imbécil se atreviera a decirle a Magath que estaba comportándose “errático” cuando todo lo que Félix había hecho no era nada excepto quizás gruñirle a un par de soldados marleyanos, y meterse en discusiones con un par de eldianos que siempre le miraban mal. Se sentía justificado en ello cuando pensaba que si bien Paradis y Marley estaban igual de jodidos, Marley era definitivamente el que terminaba llevándose la guirnalda aquí.

Félix no estaba acostumbrado a ese tipo de situación, porque a pesar de que Paradis no era exactamente un paraíso como su nombre lo implicaba, al menos las personas allá tenían morales, no carecían de simpatía. Pertenecer al Escuadrón Anti-Personas por un corto período de tiempo le había enseñado que no todos eran como los de la Legión, y él ya había estado al tanto de ello, pero tener prueba de la humanidad de otros parecía ser indispensable cuando se vivía en un lugar como tal, así que no, Félix no estaba acostumbrado a las armas y los múltiples cuerpos sin vida abandonados en un campo muy desolado, con el olor a muerte que parecía impregnar a ese lado del mundo.

Él estaba acostumbrado a extremidades desmembradas y al muy probable olor a mierda cada vez que algún novato participaba en una expedición por primera vez, los extraños hedores de los titanes al morir, cadáveres que necesitaban ser recuperados y personas que se sacrificaban por un bien mayor. Esto no era eso, precisamente.

Aquí en Marley no estaba matando titanes. No había grandes monstruos que comían humanos con la justificación de que eso era lo que se suponía que debían hacer. Aquí en Marley estaba matando a otras personas porque los líderes de sus respectivas naciones eran idiotas que abrían la boca, decían cosas bonitas y terminaban maldiciéndose a sí mismos en fracaso cuando eran incapaces de lograr las cosas bonitas que prometían. Había perdido la cuenta de los cuerpos que había dejado atrás desde que lo enviaron ahí hace un mes, y estaba harto de ello. Estaba cansado de tener que mirar el océano de cuerpos, ahogarse en ellos por unas horas y después tener que seguir como si no los estuvieran abandonando. (Ellos venían con él, de cierta forma, en sueños y recuerdos.

Y el olor. Parecía que jamás sería capaz de deshacerse de el.)

Magath carraspeó.

—¿Has tratado de hablar con él?

—¿Con Zeke? No —murmuró, petulante—. Silenciosamente llegamos al mutuo acuerdo de que sería mucho mejor pasar el menor tiempo posible el uno con el otro.

—Ah, ya veo. Significa que están haciéndose amigos, entonces.

El azabache le miró de reojo, sus cejas ligeramente fruncidas, ni una sola palabra yendo tras sus labios. El silencio se estrechó entre ellos con suavidad, casi gentil, excepto que mientras más seguía se tensaba, y se volvía estático, y presionaba sobre ellos dos con urgencia.

Magath alzó su puño y tosió contra él, y solo entonces fue que Félix desvió la mirada por unos pocos segundos.

—¿Cómo era? —siguió diciendo el comandante cuando no le dio respuesta. Félix le miró de reojo otra vez—. Allá en Paradis, ¿cómo hacían ustedes las cosas?

Una delicada ceja se arqueó, escéptica, y Félix volvió el rostro hacia el hombre.

—¿Cómo dices?

Magath hizo un gesto con su mano, a su alrededor y luego al frente, donde había más personas sentadas.

—Te sorprendió lo que dije sobre dejar los cuerpos atrás, y cada vez que disparas tu rifle y tu bala acierta en otra persona, te encoges y frunces el ceño y maldices. No eres muy sutil con tu desaprobación y tu disgusto hacia lo que hacemos, así que me estuve preguntando cómo es que hacían ustedes las cosas allá en Paradis.

Félix parpadeó con lentitud, no habiendo esperado la pregunta, o el deseo de querer saber cómo era que en Paradis conseguían mantenerse tan cuerdos como estaban si debían lidiar con titanes y con la pérdida de amigos y seres queridos cada vez que se aventuraban fuera de los muros. Magath no sabía eso obviamente, o tal vez sí, dependiendo de lo que sea que consiguieran sacar de Reiner cuando volvió con ellos si es que se molestaron siquiera en preguntarle.

No importaba, la pregunta consiguió tomarlo con la guardia baja.

—Bueno, ya sabes, los titanes son…

—Caníbales.

—Ajá… Y cuando alguien moría usualmente tratábamos de recuperar sus cuerpos, no importara que fuera solo un brazo o quizás la mitad del cadáver, en ocasión una cabeza incluso, nosotros… Hacíamos lo posible por recuperarlos y no dejárselos a los… Cuervos.

—¿Y eso por qué?

Él se encogió de hombros, tratando de sonreír.

—¿Culpa, tal vez? No lo sé, nunca pregunté, pero… Es lo correcto, ¿no? Para darles un cierre a las familias que perdían a alguien.

Félix se arriesgó a mirar a su alrededor, su boca ligeramente fruncida cuando miró al frente.

Al otro lado de donde ellos se encontraban comiendo, estaba Reiner.

Muy pocos se atrevían a acercarse al rubio luego de que volviera de Paradis, ya fueran eldianos o marleyanos. En ocasiones, cuando no estaba pegado a él y Zeke al dar órdenes, usualmente estaría con su prima mientras la niña hablaba una milla por hora, su mirada perdida en algún punto del suelo. Reiner se veía peor que el día en el que los presentaron en Marley, y sus ojeras seguían profundizándose con el pasar de las noches, del mismo modo en el que las de Félix lo hacían.

En eso comprendía al chico, y a pesar de que lo hacía, saber que se encontraba en un constante estado de sufrimiento por lo que sea que estuviera viendo por las noches le traía un poco de confort. El sentimiento de retribución no era bueno, pero… Reiner mismo se lo había buscado.

Después de Shiganshina y del Muro Maria, lo que sea que le ocurriera a Reiner ya no era precisamente de su incumbencia. Los gestos que el chico constantemente hacía delataban un poco de su incomodidad, y a veces miedo, a veces también frustración, si consigo mismo o con el resto, eso no lo sabía.

Félix frunció levemente el ceño, inclinando su cabeza a un costado mientras más examinaba al chico. Si él y el otro chico del titán Colosal se encontraron con Zeke en Shiganshina luego de huir, ¿habrían sido sometidos a alguna clase de interrogatorio de parte suya? Zeke parecía tener cierta experiencia en esto de dar órdenes e imponer autoridad, y Reiner y Pieck obedecían con facilidad. No dudaba mucho de que si Zeke les hubiera preguntado, probablemente los dos chicos le habrían dado detalles sobre Paradis y su fuerza militar.

¿Qué les habría dicho entonces? Más allá de un sentido militar, ¿quizás el funcionamiento del equipo de maniobras, los distritos, el entrenamiento de la academia? ¿Qué tanta información había sido capaz de recopilar para darles una vez volvieran?

Tal vez, susurró una pequeña voz en su mente, no sintieron necesidad de recopilar información del modo en el que tu lo haces. Mira a tu alrededor, siguió diciendo, y Félix dejó que su mirada se deslizara lejos de Reiner hacia los otros soldados que andaban alrededor, en grupitos o en parejas, riendo y comiendo y fingiendo que todo estaba bien. Si Marley está en guerra porque prometió cosas que no pudieron cumplir, entonces no esperaban encontrar resistencia en Paradis, no esperaban que hubieran personas dentro de los muros dispuestos a pelear.

Pero las había, ¿y no era eso una pérdida para ellos? Félix sacudió su cabeza y bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior para deshacerse de ese tipo de pensamientos si no quería irse por una tangente a la que no podría prestarle atención, y de cualquier manera no importaba ya. Paradis estaba a salvo por el momento, y aquello era lo que realmente importaba.

—¿Quieres?

El azabache se sobresaltó un poco y viró su cabeza hacia el comandante, viéndolo tenderle un cigarrillo que desprendía humo de uno de sus costados. Félix arrugó la nariz cuando el espantoso olor le llegó al rostro y declinó con un movimiento de su mano.

—No, gracias. No fumo.

—¿Oh? ¿Y eso por qué?

—Nunca me ha gustado. Además, huele asqueroso.

Magath hizo un gesto de afirmación con su cabeza.

—Mhm, eso y te mancha los dientes.

—Sí, eso también —dijo con una pequeña sonrisa—. Además, mi madre me mataría si sabe que empecé a fumar como un hábito.

Magath se inclinó hacia el frente y apoyó sus antebrazos sobre sus piernas mientras el cigarrillo le colgaba de entre los labios, un poquito de ceniza cayendo del cilindro hacia el suelo. El bullicio que los rodeaba aquel día comenzaba a volverse una comodidad en la que Félix podía ahogar sus pensamientos, todas las imágenes no queridas de las pesadillas por las que sufría en la noche, y le gustaba ver que el sitio estaba activo.

—Bueno, tu madre no deberá preocuparse por eso entonces —dijo el hombre, poniéndose en pie mientras le daba un ligero golpecito al cigarro para que más ceniza cayera del lado ya consumido—. Yo y mi cigarro nos iremos ahora, así que no hagas nada estúpido.

Félix tildó la cabeza y sonrió, juguetón.

—Define estúpido.

Magath le tiró una última, pesada mirada llena de reproche antes de alejarse, el humo de su cigarro perdiéndose entre la poca multitud en el campamento. Félix río entre dientes con ligereza y bajó la mirada a la comida intacta que sostenía entre sus manos, decidiendo en ese mismo instante que su estómago no sería capaz de sostener nada en el y lo mejor sería dárselo a alguien más.

Se puso en pie y abandonó su plato en el regazo de alguien, de quien recibió una leve queja. La botella de agua la sostuvo con más fuerza mientras daba largas zancadas y cruzaba el espacio entre él y Reiner, sentado a solas con la cabeza hundida en su propio plato.

—Oi.

Félix dejó caer su botella a un lado del chico y se sentó de frente a él, sobresaltándolo.

La comida en el plato se tambaleó, amenazando con derramarse de un costado. Reiner la estabilizó con manos que le temblaban un poco y tomó una profunda respiración, mirando rápidamente en su dirección para verlo arquear una de sus cejas.

—¿Está ocupado este lugar?

—No —respondió, tenso—. Puedes sentarte si gustas.

—Mhm —Félix se reclinó hacia atrás y tildó su cabeza al observarlo—. ¿Te encuentras bien? Escuché a tu prima decir ayer que te veía cansado.

Reiner presionó sus labios entre sí.

—Gabi no sabe de lo que habla.

—Oh, ¿se llama Gabi? Es un lindo nombre. Pero, la niña parece preocupada, y me duele decirlo pero como segundo al mando de Zeke, me veo en la obligación de preguntar por tu salud. Así que, ¿cómo te sientes? ¿Necesitas ver a un doctor o algo?

La mandíbula de Reiner se apretó un poco. Félix lo vio porque había tomado gusto en ver las distintas expresiones que le cruzaban por el rostro cada vez que hablaba con él, y ese gesto en el chico comenzaba a ser común a cada momento que él y Félix interactuaban.

Félix no podía culparlo de ello. Reiner se había ganado su disgusto apropiadamente, al derrumbar las puertas de Shiganshina y luego de Trost, y provocar todo lo que vino después de ello. El chico probablemente odiaba interactuar con él del mismo modo en el que Félix lo hacía, y si el sentimiento era mutuo, entonces no había gran problema. Excepto que Félix era su superior, y Zeke era un idiota y Félix también, claro, así que. Aquí estaba.

Aún así, culpa o no, desastre o no, Reiner no podía culparlo por sentirse hacia él de cierta forma, y la verdad es que a veces Félix dudaba que Reiner lo encontrara injusto. Estaba eso acerca del menor, esa mirada en sus ojos. Muy vacía, demasiado perdida.

—…Estoy bien —dijo finalmente, su voz estaba igual de tensa, cauta, y cuando lo miró sus ojos estaban entrecerrados—. No necesito que tú te preocupes por mí.

—Oi —murmuró Félix, inclinándose hacia el frente. Mechones de cabello negro le cayeron por la frente y sus ojos brillaron por la luz del sol del mediodía. Reiner tragó saliva al ver esa expresión, al notar el deslavado color en el ojo derecho y la cicatriz que cruzaba por encima de el—. Yo solo estoy haciendo mi trabajo. A mí me da igual si mueres porque uno de esos trenes te acierta en la nuca, es más, yo en persona te abriría la garganta sin parpadear y te observaría desangrarte en silencio, pero mi trabajo aquí requiere que pregunte por ti y tu bienestar, así que respóndeme, ¿Cómo. Te. Sientes?

Los puños del chico se apretaron y los nudillos se le pusieron blancos, las venas marcándosele por el exceso de fuerza que aplicaba en ellos. Un par de gotitas de sudor le cayeron por un costado del cuello mientras más le miraba.

Reiner era incapaz de hacerlo, y Félix había comprobado eso con el largo mes que había pasado siendo prácticamente niñera del chico. No es que el rubio fuera malo, porque era extremadamente capaz en lo que hacía por Marley, pero había algo en lo que fallaba, que era cuidar de sí mismo a veces, y eso preocupaba a su prima, y cuando la niña, Gabi, se atrevía a decir algo acerca de ello, Zeke lo redirigía hacia él como si fuera su problema con el que lidiar.

Félix sabía que el mono idiota lo hacía por sus comentarios de ese primer día en Liberio, lo que apestaba, porque si él se atrevía a hacerlo pagar por toda la mierda que sus guerreros habían hecho en Marley, lo mandaría a limpiar las caballerizas de la Legión, que levantara toda la mierda y la metiera junto con la suya a una bolsa.

—Bien —murmuró tras una larga pausa—. Todo está bien.

—… ¿Qué hay de tus noches en vela, mhm?

—No son nada.

—¿Oh? Tus ojeras dicen algo distinto.

Reiner alzó la mirada, y brevemente la fijó en las manchas oscuras bajo sus párpados. Félix frunció el ceño.

—Podría decirse lo mismo de ti.

—Supongo sí, pero la preocupación aquí eres tu, no yo —el azabache se encogió de hombros—. Como sea, termina esa cosa en tu plato y dirígete a dormir un poco, por favor. Si no puedes, noquéate a ti mismo para hacerlo, o Zeke volverá a joderme con que cheque en ti.

El rubio asintió, pero no hizo amago de moverse de su sitio. Siguió sosteniendo el plato entre sus manos, mirando con gesto perdido sus contenidos mientras las gotas de sudor en su cuello continuaban resbalando, una a una.

Félix lo observó con curiosidad.

—¿Qué pasa?

Reiner relamió sus labios, repentinamente nervioso. Sus ojos se movieron de lado a lado, sin detenerse en ningún punto en específico.

—Ymir… —comenzó con voz titubeante—. ¿Cómo está ella?

—Está bien. Con Historia, ya sabes.

—Ah, sí. Heh. Y ella, Ymir… ¿Te dijo algo sobre…? ¿S-Sobre sus recuerdos?

—…No mucho.

—¿Pero los obtuvo de vuelta? ¿Sobre… Sobre Marcel? ¿Sobre-?

Félix le interrumpió de inmediato, no gustándole el repentino torrente de preguntas.

—No lo sé, Ymir decía casi nada sobre su vida aquí, y sinceramente no veo por qué debería contarte a ti algo sobre ella. ¿Por qué no le preguntas en persona?

—Porque no puedo.

—Entonces, lamento decirte que ese no es problema mío, Reiner.

El chico parecía casi decepcionado, el ceño fruncido que portaba con descaro haciéndolo dolorosamente obvio, con los labios entreabiertos como si quisiera decirle algo pero se contuviera de hacerlo. Lo observó en silencio por unos pocos segundos más, preguntándose qué demonios pasaba por la cabeza de Reiner, qué pensaba, en qué creía.

¿Seguía siendo igual que como Ymir y Eren dijeron? ¿Seguía teniendo esos… Problemas de identidad?

Félix tomó aire y luego lo dejó ir con lentitud.

—¿Qué les dijiste?

El menor parpadeó en su dirección, confundido.

—¿Uh?

—Cuando volviste aquí con ellos —una inclinación hacia el frente bastó para acortar la distancia entre ellos—. ¿Qué fue lo que les dijiste?

Reiner tartamudeó, falto de aire.

—N-Nada.

Félix se habría puesto a sisear como víbora de no haber sabido que hacerlo llamaría la atención de prácticamente todos los que se hallaban cerca. Si bien nadie se atrevía a mirarlo a la cara, cuando se daba la vuelta era capaz de sentir los cientos de ojos que se le pegaban a la espalda, y cada uno de ellos traía recuerdos indeseados y nauseabundos, y Félix odiaba eso.

Pasó saliva con dificultad, tragándose la rabia atorada en su paladar, y entrecerró sus ojos.

—Y una mierda —dijo con dificultad, porque sentía la boca pastosa y el pecho pesado de enojo—. Después de todo lo que hiciste, ¿quieres que me crea que simplemente te dejaron volver sin haberte sometido antes a alguna clase de interrogatorio? Porque eso intentaron conmigo.

—¿Contigo?

—Mhm, solo que yo les dije que se fueran a la mierda, pero tu eres un tanto más idiota, y débil. Así que no me mientas, ¿quieres? Podré sentirme bien cuando yo miento, pero no cuando me mienten a mí.

Reiner intentó una media sonrisa, aunque Félix pudo ver que nada sobre su comentario le causó gracia.

—Eso es un poco injusto, ¿no?

—Oh por favor, mira a tu alrededor, ¿por qué crees que estamos aquí?

La cabeza de Reiner se alzó, y pudo ver la mortificación en sus ojos, el pliegue entre sus cejas marcado de la misma manera en la que el de Galliard permanecía.

Pero, ahí estaba otra vez. Esa mirada, ese vacío en ojos hazel, el aparente pozo sin fondo en el que se volvían cuando Reiner miraba a su alrededor, y veía. Una parte suya le decía que el chico probablemente aún trataba de asimilar el estar de vuelta en su patria luego de pasar cerca de cinco años en Paradis, haciendo amigos y jugando a ser un soldado, diciéndose a sí mismo que era alguien que en realidad no existía. Félix estaría igual de afectado si fuera su situación, y por un tiempo lo fue, durante esos meses atrás cuando Caven fue a Trost y lo llevó de vuelta a Stohess, arrebatándole todo rastro de confort que pudiera haber encontrado en su nueva realidad lejos de los muros internos en solo una semana.

Era probablemente similar, probablemente, pero Félix no quería tratar de simpatizar con el menor.

—Oi —dijo el azabache, reclinándose hacia atrás con un suspiro entremedio, y peinando los pocos mechones en su frente hacia atrás—. Ya nos desviamos del tema. Dime lo que quiero escuchar, o-

—¿O me matarás? —el murmuro del chico fue acompañado de una desanimada risa que le hizo quedarse callado.

Probablemente fuera la culpa que había comenzado a acumularse durante el último mes, pero Félix vio rostros frente a él; con ojos vacíos y caras pálidas, la piel marchitándose hasta convertirse en nada más que polvo y dejando detrás los huesos expuestos. Los cuervos eran fáciles de silenciar porque los cuervos eran en sí silenciosos, ellos solo venían, comían y después se iban, todo en menos de dos horas, o de cuatro, o a veces todo un día entero.

Estaba también el mar de cuerpos que siempre parecía estar frente a ellos, tiñendo el mundo de rojos y y grises, verdes y negros.

Félix nunca había matado a un niño. Nunca había matado por deseo propio.

La primera vez fue un error, un desliz cometido por él mismo por haberse quedado atrapado en su mente, y lo que el tipo de la Policía Militar le dijo lo había molestado, había jugado bien con él, lo había lastimado. También estaba el cuerpo de Alex ahí con ese agujero en la frente y la boca todavía abierta con media oración fuera, la otra jamás dicha.

Pero Félix nunca había asesinado a alguien por deseo propio, y no quería que eso cambiara. Y ahí estaba su otro error quizás, porque estaba destinado a ser cambiado. Todo debía cambiar si quería seguir adelante, si buscaba ganar esta atroz guerra, tanto contra las Fuerzas Aliadas del Medio Oriente, como contra Marley mismo, y él lo sabía.

—¿Me crees capaz de hacerlo?

Reiner se encogió levemente de hombros.

—Todos parecían dispuestos a hacerlo en Shiganshina —murmuró.

—Me parece gracioso que digas eso —murmuró en lugar de dar una respuesta directa, consiguiendo que Reiner lo mirara a la cara—. Tu también estuviste dispuesto todos esos años atrás cuando entraron al distrito, y después estuvo Trost, y luego Leonhart en el bosque de los árboles gigantes. Ustedes también parecían dispuestos a hacerlo.

—No teníamos opción.

Fue dicho con una convicción y una veracidad en las palabras del menor que Félix no le había escuchado antes en su poco tiempo co-dirigiendo esa desastrosa unida de guerreros. Lo hizo detenerse si acaso por un segundo para poder ver el rostro de Reiner, para tratar de encontrar y ver lo que era real para el chico y lo que no.

En silenció, volvió a inclinarse al frente hacia él, echando un vistazo a su alrededor por unos segundos para asegurarse de que no había nadie cerca antes de volver a hablar.

—Yo solía tener una amiga, ¿sabes? —susurró—. Crecimos juntos, e hicimos miles de cosas juntos. Prometimos que haríamos más en un futuro, pero entonces llegaron ustedes, rompieron la puerta de Shiganshina, la del Muro María, y ella murió.

La figura de Reiner se congeló en su sitio y los ojos se le ensancharon. Con lentitud, tan lento que no parecía del todo real, su mirada se movió hacia la suya.

Félix trató de mostrarlo todo en la suya; todos esos sentimientos enconados dentro de su pecho que a veces no lo dejaban respirar.

—Yo la amaba. Del mismo modo en el que tu amas a tus amigos, supongo, o incluso en el que amas a tu pareja, no importa, yo la amaba. Y yo en verdad quería hacer todas las cosas que nos prometimos el uno al otro.

Reiner parecía que estaba paralizado, con su mirada puesta en él, en su cara, en su cicatriz y en el color deslavado que su iris poseía. Pálido como un fantasma, y quieto, callado, viéndose demasiado joven, más joven de lo que había sido Félix cuando dejó su casa para ir a la academia. Más joven de lo que lo fue Frieda cuando asumió el legado de los Reiss.

—Perderla fue como perderme a mí mismo, y aún lo es. Aún puedo sentir un vacío aquí en mi pecho cuando pienso en lo que mucho que la extraño, y en lo mucho que me gustaría volver a verla —suspiró—. ¿Crees que después de eso, de que ustedes la mataran, yo simplemente voy a… Dejarlo ir?

—… Yo no… N-Nosotros no…

—Ustedes fueron a Paradis, ustedes tiraron abajo la puerta, ustedes invadieron —puntualizó, rabia en su pecho e ira en sus palabras y Félix quería tomarlo de los hombros, azotarlo en el suelo y golpearlo hasta dejarle el rostro parecido al del hombre en Klorva—. Marley cree que solo porque en el pasado fuimos nosotros los monstruos seguimos siéndolo hoy en día, y tu apoyas eso, todas estas personas apoyan eso. Y estoy cansado de escucharlo, de ver a tu idiota prima emocionarse ante la idea de participar en esta estúpida guerra, o de heredar tu maldito titán. Estoy cansado de ello.

Reiner tragó saliva con pesadez. Félix se relamió los labios y apretó los puños, suprimiendo ese hormigueo debajo de su piel con el que comenzaba a volverse íntimo, esa ira que a veces se lo comía por dentro.

—Dicen que nosotros somos los demonios cuando son ustedes los que usan otros seres humanos para beneficio propio. Paradis solo quería sobrevivir, nosotros solo queríamos sobrevivir, y ustedes llegaron con sus excusas y sus ideologías y su estúpida sed de poder y lo arruinaron todo, y la mataron a ella, ¿y crees aún así que de alguna u otra manera, vamos a permitir que eso quede como está?

No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que estaba temblando, lo acuosa que sonaba su voz incluso para sus propios oídos. Reiner parecía estar en un estado parecido, desconectado del mundo como si lo único manteniéndolo ahí sentado fuera Félix y lo que estaba diciéndole.

Trató de aquietar sus pensamientos, guardarlos en el fondo de su mente y concentrarse en ellos hasta que fuera seguro hacerlo, cuando estuviera en algún lugar a salvo y no en el medio del campamento donde todos pudieran ver sus emociones escritas plenamente en su rostro. Excepto que la sensación de ardor de esos pensamientos y esos sentimientos que se arremolinaban en su alma no estaban ayudando, y solo lograban que cediera a su ira.

En última instancia se rindió ante ella, solo un poco, solo lo suficiente.

—No vas a llegar a heredarle ese titán a nadie, Reiner —murmuró entre dientes, despertando al menor de su trance y haciéndole alzar la mirada de golpe hacia él. Por un corto segundo, uno muy efímero que se cuestionó su realidad o no, el brillo en sus ojos verdes se volvió como el de una estrella misma—. Abre la boca con Magath o con quien sea, diles algo más que no les hayas dicho ya, y te prometo que tu prima no llegará a bañarse en gloria heredando tu estúpido, inútil titán.

Mencionar a la niña pareció hacer el truco, porque Reiner abrió y cerró la boca, balbuceando palabras entrecortadas y sonidos ahogados, apresurándose en decir algo, lo que fuera.

—Yo solo… Yo solo quería… Solo quería salvar al mundo.

Había un par de lágrimas en el rostro del chico, y la voz le temblaba, y estaba igual de pálido que la multitud de cadáveres que los dos habían ido dejando detrás. Félix pasó saliva con la misma dificultad con la que estaba conteniéndose y se puso en pie, olvidándose de su botella y de sus alrededores, viendo únicamente al deshecho chico que trataba de contener sus sollozos sentado frente a él.

—Tu solo querías salvar lo que es mundo sin importar que nos arrebatase al resto el nuestro. Parece apropiado para alguien como tu, al estilo de Marley. Preocupándose por lo que ustedes quieren y no lo que otros necesitan, o merecen. Es… Ah, como sea. A la mierda esto.

Había más que quería decirle, promesas que quería hacerle, pero Félix sabía que lo mejor para ambos sería alejarse, o terminaría haciendo algo muy, muy estúpido, y Magath ya le había prohibido eso.

—Ve a dormir —dijo, girando sobre sus talones para retirarse—. Sé útil en algo al desaparecer por al menos un par de horas hasta que consigamos algún uso para ti.

━━━

Tiempo después se hizo de noche, lo que Félix odiaba con toda su alma, más que el calor y el sol y las ridículas temperaturas que soportaba ahí con ellos. También odiaba estar ahí, de hecho, metido en esa absurda situación, ese estúpido lugar lleno de idiotas. Si le dieran a elegir, probablemente elegiría la casa de los Tybur, el crepitar de la chimenea en su habitación designada y la tibia agua de su bañera con la vista hacia el patio trasero.

Comenzaba a odiar Marley y su incesante necesidad de mantenerlo ahí, en donde las cosas estuvieran peor mientras Félix mismo estaba en tal estado. Sin dormir, sin comer, solo atento al sonido de balas, los cañones, las explosiones, los relámpagos cada vez que algún guerrero se transformaba, el constante bam bam bam que lo perseguía en sueños (cuando dormir era posible y no solo una posibilidad.)

Porque estar en el ejército no le había ayudado en nada con su insomnio, si acaso, lo había empeorado aún más. Eran constantes las noches en las que se las pasaba en vela, con los ojos abiertos de par en par y la mirada puesta en cualquier sitio que no fuera la inminente oscuridad que lo rodeaba. Pieck, si bien hablaba muy poco con ella, le había mencionado ya varias veces cuán negras eran las manchas bajo sus ojos, y si bien a Félix no le molestó el comentario, pareció desencadenar en él la urgencia de dejar de estar acostado perdiendo el tiempo y hacer… Algo.

Se volvió costumbre el quedarse despierto e ir fuera de su lugar designado para dormir y simplemente dar vueltas alrededor del campamento, o sentarse junto a los otros pocos aún despiertos y hacerse compañía a pesar de que nadie le hablara, o de que nadie quisiese estar cerca suyo, Félix estaba bien con ello siempre y cuando pudiera permanecer fuera de su saco de dormir, viendo a la nada y esperando a que la noche se lo tragara.

Él no era un extraño a la soledad tampoco, y el silencio le caía bien, las estrellas aún titilaban en el cielo y le recordaban a las que veía en el lago en la propiedad de los Jovan, cuando él y Frieda decidían dormir bajo el árbol que se encontraba a orillas del manto de agua. Había algo nostálgico acerca de ello, y aunque comprendía que no era bueno para él sumergirse en esos sentimientos cuando estabas constantemente a una bala de morir, no podía evitarlo.

Esa noche era muy similar, tras un largo día lleno de disparos y explosiones y sangre y cuerpos, el insomnio era casi una bendición, el no tener que cerrar los ojos para revivir esos momentos al borde de la vida.

—Así que aquí estás —dijo alguien acercándose hacia él, la gravilla en el suelo tronando bajo los pasos del intruso. Félix se enderezó en su lugar y entreabrió los ojos, arrugando el ceño.

—Ugh, ¿qué quieres?

Zeke río por lo bajo y se dejó caer a un lado suyo, recargándose contra la misma roca en la que se encontraba él. Félix se acomodó en su lugar, girando un poco y sentándose derecho para poder ladear su rostro y mirarlo.

—Nada, estaba por allá limpiándome el culo cuando escuché a un par de hombres hablando sobre el “demonio que no duerme”, así que vine a ver si hablaban de ti o si por algún motivo atrapamos algún coyote.

—Bien, ya comprobaste que soy yo así que anda, shu, vete.

—¿Mhm? No sé, creo que me quedaré haciéndote compañía un rato.

—¿Y eso cómo por qué o qué?

Zeke se encogió de hombros, mirándole con fingida seriedad.

—Solo para asegurarme que no intentes huir, o peor, robar algo.

—Voy a robarte pero esa sonrisa de la boca con el puño si no te callas, mono estúpido —dijo él, sin gracia alguna.

—Mm, sabes qué, eres muy agresivo.

—Y tu un idiota.

—Tal vez —el rubio, obviamente queriendo molestarlo un poco más, alzó su mano y le dio un toquecito en la mejilla con su dedo índice—. Pero al menos me veo bien siéndolo, y tu ni en miseria puedes verte decente.

Félix se quitó su mano de encima y le dio un empujón por el hombro, haciéndolo reír otra vez mientras se ladeaba a un costado.

—Idiota.

—Sí, ya establecimos eso —murmuró, enderezándose y girándose hacia el frente—. Entonces, ¿aún no puedes dormir?

—No.

—Vaya, creí que yéndote a dormir a una casa bonita con una cama cómoda sería suficiente —murmuró, llevándose una mano a la barbilla y rascándose—. Pero, supongo que me equivoqué.

Félix lo miró de reojo, a los dedos con los que se rascaba la barba en el mentón y la mirada perdida en algún punto del campamento a lo lejos. La poca luz que iluminaba ese punto del mundo provenía de la linterna que Zeke llevaba consigo, y que había colocado en el medio de ambos cuando tomó asiento.

También estaba la luna, y las estrellas, pero su brillo era débil, y las estrellas si bien parecían ser todo un océano distinto sobre sus cabezas, no eran suficientes tampoco.

Años atrás, en una vida completamente distinta, Zeke había hecho apuestas que terminaron matándolo. Había perdido cosas, tanto una guerra como la vida, como a sus amigos y su posición en Marley, aunque eso no importaba mucho porque solo un par de semanas después, Eren terminó por tirar los muros abajo y el océano se tintó rojo. Ah, ¿por qué estaba pensando en eso de cualquier manera?

Félix, con un suspiro, dejó que su cabeza cayera hacia atrás, recargándola contra la roca tras de él.

—No sería la primera vez —dijo en voz baja, cerrando los ojos y aflojando el agarre en su arma.

Zeke resopló, aunque terminó riendo por unos pocos segundos antes de caer en silencio.

Los dos permanecieron callados por un rato, escuchando la respiración del otro mientras las estrellas se movían en torno a ellos, los minutos pasando lentos y agonizantes del mismo modo en el que los astros parecían hacerlo. Si quisiera, Félix podría hacer un mapa de la posición de las estrellas, las constelaciones que veía desde su lugar en el mundo. A Hange le gustaría al menos, de eso estaba seguro.

—Magath me dijo que estabas teniendo dificultades para adaptarte a ésta atmósfera.

—Magath debería cerrar la boca.

—Magath es nuestro comandante.

—Magath es comandante. Para mí, en cambio, es algo así como mi carcelero que de vez en cuando es amigable conmigo.

—Como los Tybur, entonces.

Félix abrió sus ojos nuevamente y lo miró, con su mejor cara de seriedad que le decía que sería imposible que sirviera en alguien como Zeke. El rubio le imitó, con una de sus cejas arqueadas y su boca tildada a un costado, a medias de convertirse en una sonrisa. Le dieron ganas de golpearlo entonces, solo un roce con su puño para dejarlo satisfecho por al menos un par de días antes de que la indudable ansia de hacerlo nuevamente volviera.

—¿Qué quieres que responda a eso?

El rubio se encogió de hombros.

—No sé, ¿qué te gustaría responder?

Me gustaría decirte que cerraras la boca, o que te metieras tu puño en ella para que no vuelvas a hablar por otro rato. O que te largues a dormir y me dejes en paz.

Zeke estaba actuando un tanto como Reiner lo hacía; esa incertidumbre alrededor de ellos que los echaba de cabeza y le decía inmediatamente que algo querían, o que algo necesitaban, o que estaba por suceder algo. Félix no podía leer bien a las personas del mismo modo en el que quizás Hange lo hacía, o tal vez incluso Levi, o Petra. Él no había heredado esa pieza clave en la persona de su madre que la volvía alguien de tan buen corazón, alguien fácil de confiar y de amar.

Félix no entendía muy bien a las personas, punto. No a las que eran buenas, sin embargo. En ocasiones sí, en ocasiones sabía comprenderlas y sabía cómo manejarlas, pero más que ello, no entendía la existencia de ellas cuando el mundo era tan injusto, cuando su mundo había estado lleno de personas que usaban máscaras alrededor de todos para pretender algo que no eran, para herir pero no ser heridos, y él había aprendido eso.

Había aprendido a usarlas, a hacerlas; tomar rostros y expresiones y volverlos suyos, blandir palabras como si fueran espadas, y herir con ellas. Él había aprendido el arte de pretender, adaptarse, moldearse como cerámica y hacer un hueco para sí mismo en un mundo en donde no parecía tener cabida.

Le resultó fácil ver que, si bien Reiner estaba aterrado de la vida misma de un modo similar en el que Félix temía a sus sueños, Zeke no.

Zeke no usaba sus palabras como espadas, si no su mente, lo que sabía, lo que era.

Había honestidad en sus preguntas, en la poca preocupación que veía titilar en sus ojos grises, como las estrellas lo hacían por encima suyo, y algo le dijo que quizás no sería tan mala idea hacerse un espacio aquí en Marley también. En caso de que las cosas fallaran, si su fe en Paradis terminaba volviéndose cenizas, aún le quedaba ese trato con Willy; porque mientras que su madre y su prima estuvieran a salvo, entonces las cosas estarían bien.

Además, aún estaban todos esos ciclos por detrás de ése que vivía en esos momentos, todas esas vidas donde había conseguido amistarse con el hombre junto a él, ¿qué eran si no una muestra de que podía cambiar las cosas para él allí en Marley? Aunque no le entusiasmara, aunque sintiera que estaba traicionando a Paradis de alguna manera, si no se aferraba a algo, Félix iba a volverse loco.

Iba a hundirse en ese abismo al que le echaba vistazos de vez en cuando, que continuaba abriéndose en su pecho y que lo llevaba a los oscuros cielos de un mundo al que estaba encadenado. Mezclarse entre personas con ‘poder’, aprender de sus manierismos, moldearse una máscara para sí mismo y pretender que encajaba, adaptarse a todo ello, ya lo había hecho antes.

No sería difícil hacerlo ahora, no dolería más de lo que dolió antes cuando aún era un niño aprendiendo a navegar esas difíciles aguas. Zeke quería algo de él, podía verlo, y Reiner estaba hundiéndose en el mismo pozo al que Félix trataba de no entrar. Tenía a los Tybur de vuelta en Marley, tenía a Serena en su posición de niña rica con conexiones, tenía a Azumabito Kiyomi y sus grandiosos ingenieros y su codicia, y si tenía todo eso y lo tomaba como si fuera suyo, entonces ganaría el juego.

Y ganar significaba mantener la paz en el mundo, deshacerse del obstáculo que Marley representaba, significaba salvar a Paradis y mantener a Historia y a Eren a salvo, cada uno de ellos viviendo una vida digna de vivir.

Y si tenía que dar a cambio un poco de sí, o todo, ¿qué más daba? (Lo recuperaría más tarde, quizás, cuando tuviera un pie en la tumba y otro cerca del sol.)

—Tenía una bañera enorme en el baño de mi habitación —dijo en un susurro, volviendo a cerrar sus ojos—. Y una chimenea, pero por alguna razón mi cuarto siempre estaba frío. Además, la cama era grandísima, fácilmente pueden dormir ahí tres personas plus un perro.

—¿Un perro? ¿Por qué un perro?

—Mhm, no lo sé. Había un perro en la casa donde vivía, así que…

—Ha, por alguna razón creí que te gustaban los gatos.

—Sí me gustan los gatos, pero ya sé cómo cuidar de un perro, así que tener uno sería más sencillo para mí.

—¿Qué hay de las almohadas? ¿Eran cómodas?

—Absolutamente —riendo, entreabrió sus ojos y volteó su rostro para mirarlo—. Se tomaron muchas molestias para ponerme cómodo.

—¿Y no te parece raro? Digo… Los Tybur nunca han sido exactamente queridos por el “pueblo común” eldiano. Los ven más como…

—Traidores —intervino, asintiendo—. ¿Cierto? Las zonas de internamiento son resguardadas como prisiones y los eldianos son tratados como la misma mierda, pero los Tybur viven en su grande mansión, en la capital de Marley, lejos de todo lo que el “pueblo común” sufre.

Zeke se rio en voz baja, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo mientras su pecho retumbaba. Era una extraña imagen, él sentado allí bajo las estrellas, su figura apenas visible gracias a la oscuridad que los rodeaba, pero el gris en sus ojos era de alguna manera lo que veías de él gracias a la pálida luz de la linterna que reposaba entre ambos.

Si Zeke realmente quería algo de él, entendía entonces por qué se comportaba como si pudieran ser amigos. Por qué venía de él, y no de Félix, por qué era Zeke quien trataba cuando no existía un motivo verdadero para hacerlo.

Félix estaba técnicamente haciendo lo mismo, excepto que el método era un poco distinto. Y que él no lo aplicaba con el mono.

—Es lo mismo con nosotros —reiteró, volteando el rostro al frente, a donde el mundo oscuro se extendía en infinidad. Sintió la curiosa mirada del rubio recaer en él—. Paradis es nuestra zona de internamiento, y ustedes en Liberio y en las otras prisiones son los Tybur. Quizás no sea lo mismo, pero la perspectiva no cambia. Alguien debe ser culpado, alguien debe recibir el odio y el disgusto del mundo, o de una parte de el por lo menos, para poder sobrevivir, y ya que Paradis no tiene una voz que estén dispuesta a escuchar, entonces solo apuntan dedos, descargan ira, culpan… Y siguen adelante.

Félix también quería algo de Zeke. No era el único que tenía planes, no era el único con ese brillo en sus ojos que hablaba de demasiados pensamientos y muy poco poder. El mayor de los Jaeger había conseguido llevar a Kiyomi hacia Paradis en numerosas ocasiones tantos ciclos atrás, y estaba seguro de que cualquier cosa que el hombre buscara lograr esta vez lo llevaría a buscarla una vez más, presentarle una oferta que su codicia no sería capaz de ignorar, y ponerla camino a Paradis en cuestión de semanas.

Eran tan fáciles de entender cuando buscabas algo similar a ellos, se dio cuenta un segundo después, sonriendo para sí mismo en derrota.

—¿Aún estás molesto conmigo?

—¿Uh? ¿Por qué debería?

Zeke hizo un gesto con su mano en el aire, como si quisiera decirlo todo y a la vez nada.

—Bueno, ya sabes… Por ser Jefe de Guerra y todo eso.

Todo eso era una buena manera de decir toda la mierda que los había hecho pasar en Shiganshina, concluyó con una risotada.

—Eres un molesto hijo de puta, ¿sabías eso?

—Me lo habías dicho antes, sí.

—¿Por eso estás aquí, entonces? ¿Para preguntarme si encuentro tu presencia una inconveniencia en mi vida?

Zeke se encogió de hombros. El rubio estiró su mano y acercó la linterna más hacia ellos para que la luz los envolviera por completo, alejando las pocas sombras que aún podía ver cernirse alrededor de ambos.

—Pues… Sí —respondió en un susurro, llevándose una mano al mentón fingiendo pensar—. Quiero decir, si tu y tus guerreros no se hubieran presentado en Paradis, nos habrían evitado muchos, uh, problemas.

—Oh, ¿eso crees?

—No lo creo, lo sé —dijo, girando el rostro para mirarlo y clavando su mirada en él—. ¿Qué crees tu que hubiera ocurrido si ese chico Bertolt no tiraba abajo la puerta del distrito Shiganshina?

—Creo que las cosas habrían sido iguales, excepto quizás con un par de años de diferencia —murmuró—. Que Paradis fuera ignorante del mundo fuera de sus muros no significa que las personas fuera de ellos ignoraran tan fácilmente su existencia. Tarde o temprano alguien los habría invadido, y si no acababan con ustedes los titanes, entonces definitivamente una nación contraria lo habría hecho.

—Pero-

—Y con la existencia de mi padre dentro de esos muros, probablemente aún así habría terminado heredando el Titán de Ataque a Eren, desencadenando la misma serie de eventos que tu y yo vivimos. Probablemente yo habría muerto sin haber conocido a mi hermano, o tal vez no, y es probable que tu permanecieras en Paradis, o tal vez no.

—Te estás contradiciendo.

—No —Zeke ladeó el rostro y lo miró—. Estoy tratando de decirte que, si bien nada habría sido igual, aquello no quita el hecho de que tarde o temprano la relativa paz de Paradis habría terminado.

—Pero no tenía por qué terminar así.

Una sonrisa apareció en el rostro del rubio, una que Félix habría gustado de golpear, y si el mono idiota perdía un par de dientes por ello bueno a quién le importaba, le habrían vuelto a crecer de cualquier manera.

—¿Entonces cómo? ¿Cuál sería un final perfecto en tu opinión?

Félix sabía la respuesta. Era más o menos como en sus pesadillas lo veía, con el océano rojo y el cielo gris, las largas figuras de los titanes colosales avanzando en la distancia. Trató de tragarse esas palabras y de cerrar el cofre de recuerdos y guardar esas imágenes tras un candado, pero le resultaba difícil mientras más miraba a Zeke, mientras pensaba en Reiner y lo que le había dicho anteriormente, la expresión que el chico llevaba encima desde entonces.

Sus puños se apretaron.

—Todos ustedes muertos —dijo en voz baja, sonriendo con la misma burla con la que Zeke lo había hecho segundos atrás—. Este país desolado, el mar tintado rojo, el cielo lleno de humo. Al diablo los Tybur y al diablo ustedes los guerreros, al diablo el mundo fuera de los muros.

Porque mientras que yo tenga lo que quiera, todo estará bien.

—Ehe, comienzas a hablar como un verdadero demonio, ¿sabes?

El azabache se encogió de hombros y se enderezó un poco con sus brazos al aire y estirándolos, escuchando los huesos de su espalda tronar. Se rascó el borde de la cicatriz en su mejilla y bostezó, sintiendo ganas de volver a su grande cama con su chimenea en la casa de los Tybur, y arroparse hasta los dientes esperando a que Lara lo viniera a despertar a la mañana siguiente.

—¿Sabes algo, Zeke?

—¿Qué?

—Me da igual cómo tu y el resto de Marley me vean, demonio o no —dijo, bajando su mano y pasándola por entre sus oscuros mechones—. Al final del día me reconforta saber que no soy como los Tybur, ignorando el sufrimiento de otros cuando podría hacer algo por ello, o como ustedes los guerreros, alimentados de mentiras y usados como sucias prostitutas, con el único propósito de ser máquinas de matar. Podré venir de Paradis y podré ser un Ackerman, y aún así siempre voy a ser mejor que cualquiera de ustedes aquí en Marley.

La luz de la linterna se atenuó un poco, y el espacio se volvió sofocante.

Incluso aunque Zeke no lo mirara, Félix tomó placer en saber que sus palabras terminaron afectándolo. Vivir en Marley y aceptar su rol en la nación no significaba darse por vencido, ni dejar de lado lo que él era, quién era para Paradis y para sus habitantes.

Rey o no, Ackerman o no. No importase en dónde estuviera o a quién creyeran que perteneciera, Félix era mejor. Félix no iba a rendirse, no iba a dar un paso atrás y dejar que el resto del mundo siguiera un curso, permanecer ahí en Marley no significaba que estaba derrotado.

Solo era una situación más a la que le buscaría provecho, y de la que trataría de aprender para cuando el tiempo de usar ese conocimiento ganado llegara. Él estaba ya muy comprometido con la situación como para dejarlo ir, y ver que este grandioso imperio que había sido creado sobre los cuerpos y la sangre de otros se derrumbaba pedazo a pedazo sería algo más que apreciaría presenciar, sin culpas de por medio.

Quizás Zeke también lo sabía, y es por eso que no se atrevía a negarlo. Félix, contrario a lo que parecieron pensar de él en un principio, no iba a doblegarse ante ellos, ni ahora ni nunca.

—¿En verdad crees eso? —el rubio sacó un cigarrillo de alguno de sus bolsillos y lo alzó a sus labios, colocándolo entre ellos y encendiéndolo con un fósforo. Félix arqueó una de sus cejas—. Ya sabes, ¿que es culpa nuestra? ¿Qué es mí culpa?

Sus ojos se entrecerraron, su ceño frunciéndose.

—¿No fuiste tu el que llegó a Paradis y se deshizo de todo un pueblo y sus habitantes con titanes? De hecho, ahora que recuerdo, fuiste tu quien asesinó a mis compañeros en el castillo de Utgard esa noche.

—Tu estabas ahí —señaló el rubio, inhalando de su cigarro—. Tu estabas ahí y aún así me volviste una prioridad.

—No te volví una prioridad, ya la eras —dijo—. Lo fuiste desde que Ragako desapareció, desde que Reiner y Bertolt y Leonhart entraron a los muros. Lo fuiste cuando Mike jamás apareció, y cuando no pudimos recuperar su cadáver. Yo no te volví una prioridad, fuiste tú quien se volvió una porque fuiste tu quien decidió entrar al Muro Rose, fuiste tu quien arrasó con Ragako, quien asesinó a mis amigos y asesinó a mi antiguo capitán. Fueron tus decisiones, Zeke, las que te volvieron una prioridad, no yo.

El humo del cigarro se deslizó de entre sus labios, creando una nube grisácea en frente de ellos que era iluminaba por la tenue luz de la linterna. Félix trató de no arrugar su nariz ante el hedor.

—¿Quieres que me disculpe por ello?

—Quiero que te vayas a la mierda.

—Já, eso es muy tuyo, Félix —volvió a darle otra calada al cigarro y a soltar el humo—. Lo siento.

—No quiero tus disculpas —siseó—. Decir lo siento no me devolverá a todas las personas a las que amo y a las que perdí por culpa tuya y de tus estúpidos guerreros.

Zeke, lentamente, tomó el cigarro entre sus dedos y volteó la cara para mirarlo, sus ojos ligeramente entrecerrados y su boca entreabierta. Tras el cristal en sus gafas el iris gris le recordaba a los de Kenny, fríos y tersos, como una bala lo sería.

—¿Oh? ¿Perdiste a alguien importante, entonces?

Quería gritar y darle un puñetazo. Quería darse la vuelta y fingir que esa charla a mitad de la oscuridad no había ocurrido. Sus dedos se cerraron con vigor alrededor del arma que sostenía durante su guardia y la mirada de Zeke bajó momentáneamente hacia ella, temiendo que la usara en él. Félix lo estaba considerando.

Vio ojos azules, claros como un cristal e igual de profundos que un océano, cabello largo y oscuro moviéndose en el viento y acariciando una piel de porcelana. Una sonrisa tan grande que le traía consuelo en los peores momentos y que extrañaba más que a nada en este mundo.

Eso era lo que Félix había perdido, y se lo dijo con sinceridad absoluta.

Zeke suspiró.

—¿También me culpas de eso entonces?

Félix sonrió. No era el tipo de sonrisa que uno solía ver en él; esa pequeña, a veces tímida, o la que le obsequiaba al comandante cuando quería freírle los nervios, tampoco era esa decaída, somnolienta, soñadora o burlona.

Era distinta porque era única, porque destilaba anhelo y pérdida en un solo suspiro, y te dejaba ver con ese simple gesto que la amargura creciendo en el interior lo hería por igual.

—A ti más que a nadie.

━━━

El silencio dentro del interior de la casa nunca le había parecido más desconcertante de lo que parecía serlo para ella en esos momentos.

Incluso mientras andaba en dirección al estudio de su hermano, el eco de sus pasos sobre la duela de madera amortiguaba el silencio en el interior del lugar, y se llevaba consigo también el alboroto que sus sobrinos aparentemente causaban en alguna de las habitaciones contiguas. Lara se detuvo en la esquina por la que debía girar para llegar a donde su hermano aguardaba por ella y espió silenciosamente hacia la puerta en su lado contrario, frunciendo el ceño al escuchar la voz de Fine y la de un hombre mayor, y luego las teclas del piano siendo presionadas coordinadamente.

Claro, pensó, está en sus lecciones.

Con un suspiro, giró con gentileza sobre sus talones y continuó su camino, observando un par de retratos y pinturas que habían sido recientemente colgadas en los muros del pasillo. Había una de un viejo ancestro suyo sosteniendo un cetro, una sonrisa torcida en una cara joven, con corto cabello rubio que le llegaba por encima de los hombros.

Lara dio dos toques a la amplia puerta y una vez recibió respuesta del interior, empujó una de ellas y se abrió paso hacia dentro, mirando de reojo al guardia con el uniforme rojo postrado justo a un lado de ella, quieto y con el rostro inexpresivo.

—Ah, Lara —murmuró Willy sin alzar la mirada de los documento que leía—. Lo lamento, ¿estabas ocupada?

—No —respondió ella en voz baja, sacudiendo su cabeza—. Estaba leyendo un libro, ¿ocurrió algo?

Willy alzó momentáneamente la mirada y escaneó la superficie de su escritorio antes de alargar el brazo y empujar una carta a través de ella hacia el otro lado. Su rostro se mantuvo pasivo mientras cerraba la distancia entre ellos y tomaba el sobre con dedos dudosos, preguntándose si quizás sí había ocurrido algo.

El sobre blanco tenía un solo nombre escrito con delicada, suave letra en la prístina superficie. Con cuidado, sacó la carta en el interior y desdobló el papel, sintiendo que la mano le temblaba cuando leyó las dos primeras palabras al principio del documento.

Querida Serena.

—¿Vas a escribirle a Serena?

—No —su hermano apuntó su pluma a la altura en la que se encontraba la carta—. Mira hasta el final.

Lara lo hizo, aunque no debería haberlo hecho. No sabía por qué tenía ese sentimiento de ansiedad atrapado en su pecho desde que el joven de Paradis partió con su hermano al Tribunal, pero ahí estaba, y Lara había tratado de deshacerse de el con las mismas ansias con las que lo sentía, diciéndose una y otra vez que no era sano el preocuparse de sobremanera por alguien con quien no tenía relación alguna fuera de una mera formalidad.

Eso sería otra mentira. Pero Lara estaba acostumbrada a ellas, también.

Ver el nombre de Félix firmando el mensaje solo sirvió para hacerle sentir temblores, y para que un molesto suspiro se le escapara de entre los labios con alivio. Lara había estado al tanto de la supervivencia del otro chico, de su aparente ascenso nada más unirse a la unidad de los guerreros. Eso era sorprendente, pero si lo que su hermano le decía era cierto, tenía absolutamente todo que ver con Theo Magath, el comandante de dicha unidad.

—Oh.

—Parece ser que lo que le dijiste antes de partir realmente lo hizo tomar acción acerca de ello.

—Quizás.

Su hermano río entre dientes.

—No tiene nada de malo reconocer que hiciste algo bien, Lara.

La estaba mirando, probablemente a la espera de una reacción que nunca llegó. Con pesadez, se tragó el nudo en su garganta y leyó la carta con lentitud, procesando las palabras escritas y tratando de encontrar algún mensaje por debajo que su hermano no se hubiera molestado en localizar.

¿Por qué ahora? Félix no era un idiota, comparado a como su hermano tendía a pensar de él en ocasiones, existía esa chispa en él que Lara había visto en incontables situaciones, la que había aprendido a leer en él cuando la mirada verde del chico se hallaba puesta en estrofas y rimas.

Serena era una mujer preciosa, claro, y sus intenciones habían sido más que claras durante la reunión a la que habían asistido con el chico durante esa primera semana con ellos, pero Félix había sido muy claro en su deseo de mantener una distancia, poner entre ellos límites que no lo hicieran incómodo para ninguno de los dos, pero en especial para él.

¿Quizás se había dado cuenta de lo que trataban de hacer? ¿O solo había decidido seguir su consejo y hacerse de amigos?

La suave risa de su hermano la trajo de entre sus pensamientos, haciéndole alzar la mirada a él.

—Le das mucho crédito al chico.

—No quiero subestimarlo.

—No lo harás—dijo—. Félix podrá herir con sus palabras pero más allá de eso no tienen ningún peso.

Lara se mordió el labio inferior, mirando hacia las estanterías que contenían los libros de su hermano, y los pocos cuadernos que se atrevía a esconder ahí entre el resto sabiendo que jamás serían encontrados.

—…No debiste haberlo dejado ir.

Willy parpadeó con lentitud, tildando su cabeza a un costado para mirarle con atención. Lara se dijo a sí misma que si desviaba la mirada, todo sería por nada.

—¿Por qué crees eso?

Su primer instinto fue decirle que era una estupidez, y que debería remediarla de inmediato a pesar de que ambos sabían que no existía manera alguna de traerlo de vuelta. Pero Willy no iba a creerse eso solamente, Willy no iba a creerle a ella, por lo menos.

El nudo en su garganta volvió, y la ansiedad que había estado sintiendo por un mes entero redobló en fuerza.

—¿No has considerado cómo va a sentirse él? ¿Cómo se siente Félix?

—Lara-

—No pretendo dudar de tu inteligencia, hermano, ni poner en duda tus decisiones, pero…

Willy le miraba en espera.

Fuera de la habitación, la suave risa de la señora Tybur se filtró a través de la puerta sellada y le puso los pelos de la nuca en punta. Natalie no había querido a Félix en la casa, ni ella ni los padres de ambos, y el imaginario velo que cayó encima de ellos con la presencia del chico había sido alzado menos de un día después de que partiera de camino a Liberio para encontrarse con el resto de la unidad de guerreros.

Escuchar a su cuñada reír le daba escalofríos.

—Tu viste tan bien como yo que Félix no se encontraba… Bien —empezó en un murmullo—. Lo que sea que estuviera ocurriendo realmente estaba hiriéndolo, y no me refiero únicamente a sus ojeras, o el cansancio que tenía debido a no poder dormir.

—Lara-

—Willy —interrumpió, casi desesperada—. Estamos hablando de una guerra, y de que Félix… Félix no estaba-

Estará bien.

—¿Cómo sabes tú eso?

Su hermano se tensó en su asiento y los papeles en su mano cayeron como una pluma lo haría hacia la superficie. Lara respiró profundamente, sintiendo que algo ahí entre sus costillas se oprimía.

No le gustaba esto, no le gustaba cuestionar a Willy. Odiaba poner en duda las acciones de su hermano, especialmente cuando ella sabía lo mucho que ambos habían sacrificado por el bien de su familia, y él era su hermano después de todo, de su misma sangre, y ella sabía que dudar de Willy era dudar de sí misma.

Uno de los más pequeños lloraba, sus berridos fácilmente haciendo eco en la silenciosa casa.

—Félix es un Ackerman —dijo Willy finalmente, como si estuviera dando por terminada la discusión—. Fueron creados para esto, para pelear por sus reyes y sus reinas y servirles de algo. ¿Por qué crees que se les permitió vivir?

—Willy-

—Es su deber —afirmó con voz cálida, dulce, muy dulce al mismo tiempo que autoritaria—. No hay nada que podamos hacer por ello.

Pensó en Félix, en lo que el chico le diría a su hermano si lo escuchara hablar así. La sonrisa llena de dientes que le obsequiaría solo para que los dos vieran que el azabache era capaz de morder si así lo quería.

Aquel día en el que se sentó al borde de la bañera para hablar mientras él tomaba un baño estaba de por vida en su mente, repitiéndose en una clase de ciclo que no parecía tener fin.

Quiero volver a casa, decía. Y luego estaba el gotear de una llave de agua en el interior de la habitación, el reflejo de los rayos de sol sobre el agua en la que Félix había estado sumergido junto con la absoluta amargura en su voz cuando se dirigía a ella.

No sabes cuán difícil es siquiera respirar en ocasiones.

Lara volvió a respirar con profundidad, a plantarse en el suelo y a mirar a su hermano a los ojos, tan distintos de los suyos.

—Su estado de salud mental no le permitirá cumplir con su deber. Está herido, Willy, y no es una herida a la que le pones un poco de ungüento encima y una bandita y desaparece, estas cicatrices mentales que tiene van a…Van a romperlo —susurró, pasando saliva y obligando a que sus miedos desaparecieran también—. Si los reportes de Reiner Braun no mienten, entonces Paradis sabe cómo defenderse, pero ellos han peleado toda esta vida contra titanes, monstruos por más humanos que hayan sido antes, y eso… Eso no se compara a cruzar todo el continente, rifle en mano y comenzar a dispararle a otros humanos como él.

Lara trató de mantener la boca cerrada, de tragarse eso que ansiaba decir desde el fondo de su estómago. Los gritos que en ocasiones escuchaba, cómo lo veía moverse en la cama con el sudor bañando su frente, que a veces Félix murmuraba entre sueños cuando ella estaba ahí para despertarlo para sus lecciones y Lara escucharía nombres, susurros, llantos.

Lo que sea que Félix viera al dormir debía ser incomparable a lo que se encontraba viviendo en esos momentos. Y aquello no mejoraba nada.

—Ackerman o no —prosiguió, con la voz temblándole un poco—. ¿Crees… Crees que pueda soportar algo como tal? Félix es fuerte, pero… Todos tienen un límite.

La mirada de Willy se movió hacia un costado de la habitación, al otro lado de donde los libros flanqueaban un lado de ella, y aterrizó en la pared donde una larga fotografía se encontraba recargada contra el muro, un pedazo de sábana cubriéndola parcialmente y que solo dejaba ver la parte superior.

Si pudiera, Lara le habría puesto color.

Acentuaría el verde que el iris debía tener en esa fotografía, y usaría rojos para que la cicatriz en el ojo derecho se echara de ver, porque aunque Félix la odiaba, complementaba su rostro de una extraña, intimidante manera.

La mirada de Félix era eso, esencialmente; te desnudaba de tus más imperdonables errores y los tendía en el suelo para que el mundo entero los viera, y te hacía sentir pequeño, como un pez en un océano de tiburones, viendo a través de tu misma alma.

Los puños de Willy se apretaron sobre el escritorio.

—No hay nada que podamos hacer ya.

Y eso era todo.

LAMENTO MUCHO HABERME TARDADO EN LA ACTUALIZACIÓN PERO FUCK ME PASO DE TODO LMAOOOOO

Espero que hayan tenido un buen primer mes de este jodido nuevo año, y que el segundo esté yendo igual de bien de este jodido nuevo año, lMaO yo estoy ahí a medias KSLFLSLFLS

En fin, me gustaría decirles muchas cosas pero mi tiempo con la laptop está limitado lastimosamente y debo irme, pero ojalá hayan disfrutado el cap, ya vendré luego con más!! <3

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