73. Rocas y sangre

CAPÍTULO SETENTA Y TRES
ROCAS Y SANGRE
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━

Era quizás una mala idea la manera en la que sus sentidos se sintonizaron casi inmediatamente a la presencia de Zeke, eso junto con la leve sensación de pavor que podía sentir acumulándose en el fondo de su estómago.

Era como un zumbido dentro de su cabeza, el leve y asustado movimiento de cientos de insectos resonando dentro de su cráneo mientras más miraba en dirección del otro. Zeke era un imbécil, sosteniéndole la mirada sin temor, con la barbilla ligeramente alzada y el gris en sus ojos como una fina capa de hielo. Era ese tipo de mirada que le hacía querer golpear su fea cara de mono con ansias.

Pensó que tal vez podría hacerlo una vez Magath inevitablemente los dejara solos.

—Lamento la tardanza, tenía un par de asuntos que atender en la capital —había una tensión en el interior de la habitación que pesaba un poco en sus hombros, y no ayudaba mucho en que todos los demás lo miraban a él como si fuera la cosa fuera de lugar—. Muy bien, por favor escuchen.

Magath se giró hacia él e hizo un leve gesto con su mano en dirección suya. Félix arqueó una de sus cejas y lo miró en silencio, colocando sus manos tras su espalda y dedicándole una inocente sonrisa al hombre.

—Éste de aquí es Félix Ackerman, se unirá a nosotros a partir de hoy —casi quiso decir que había sido muy en contra de su propia voluntad, pero eso no era algo que los otros necesitaran saber. No aún, por lo menos, así que se calló la boca y fingió demencia—. Los presentes aquí son Pieck Finger, Porco Galliard, Zeke Jaeger y Reiner Braun… La unidad de guerreros, bajo mi mando.

Lenta, deliberadamente, su mirada los recorrió a todos uno a uno; a la chica acostada en el sofá con cabello oscuro y sonrisa perezosa, al chico en la parte de atrás de la habitación, con los brazos cruzados frente al pecho y el ceño fruncido. Ni siquiera intentó volver a mirar a Zeke, a menos que decidiera que la cortesía estaba terminada y se fuera directo a darle una patada en las pelotas.

Tampoco trató de mirar a Reiner; Félix sabía que si lo hacía, probablemente haría algo estúpido. Muy, definitivamente muy estúpido.

—Hola.

Pieck, la titán rara que andaba a cuatro patas, se enderezó en el sofá y tildó la cabeza hacia un lado, dejándola descansar en el respaldo del mueble. La pereza que parecía transmitir su sonrisa estaba presente en sus ojos también, en la leve inclinación de su cabeza y el gesto que hizo con su mano para saludarlo.

—Hola. Yo fui la que te comió.

Las cejas de Félix se alzaron, una lenta sonrisa que le hacía par a la de Pieck extendiéndose por su boca, y el azabache alzó una de sus manos para señalarla con su dedo.

—Oh, hey. Gracias por no tragarme.

—No soy de esos titanes, no te preocupes.

—Uhu…

Él ya sabía eso, a pesar de que saberlo no le daba ni un poco de consuelo cuando se ponía a pensar en todas las cosas que estos guerreros habían hecho contra Paradis en nombre de Marley. La perezosa sonrisa de Pieck tampoco ocultaba la manera en la que lo miraba; con ojos oscuros que parecían querer ver dentro de su alma, como si buscara saber hasta su más oscuro secreto con un vistazo.

Le recordaba un poco a Lara, desde el cabello a los ojos y la pálida piel, junto a esa sonrisa.

—Presentaciones hechas, debo retirarme ahora mismo para reunirme con el general Calvi y el capitán del primer pelotón pero les aseguro que partiremos mañana por la mañana, así que descansen, visiten a quien deban ir a visitar, y no hagan idioteces.

Magath lo miró. Félix pretendió estar muy ocupado mirando las paredes de la habitación como para darse cuenta.

—Antes de irme, sin embargo, voy a hacer un cambio.

Aquello fue suficiente para capturar la completa atención de sus subordinados.

El chico que se encontraba hasta el fondo se removió en su lugar y tildó la cabeza, mirando curiosamente al comandante. Félix lo miró de reojo, tomando nota de la posición de sus brazos aún cruzados y ese eterno ceño fruncido que le marcaba el rostro. Había algo sobre él que le llamaba la atención y lo intranquilizaba un poco, aunque no sabía muy bien qué era con exactitud.

—La misión de Paradis fue un fracaso —dijo Magath, clavando el metafórico puñal en sus guerreros con saña. La postura del chico desconocido se tensó aún más—. Pudimos haberlo terminado todo en Shiganshina, y a pesar de que obtuvimos una oportunidad, esa tampoco fue suficiente. Perdimos a otro titán, y casi perdimos dos ese mismo día.

Fue deliberada también la manera en la que Magath los miró a cada uno, la pesadez en su mirada que le hacía competencia a la tensión dentro de la sala recayó sobre Reiner, y ahí se quedó. Félix se reclinó ligeramente hacia atrás y apoyó sus manos contra un mueble que se encontraba a espaldas suyas, y tildó la cabeza cuando miró en la misma dirección que el comandante.

Reiner estaba tieso en su sitio, erguido y mirando al frente, el corto cabello rubio hecho un desastre en su cabeza con el cansancio en sus ojos que le hacía ver tres veces mayor de lo que realmente era. Era bueno saber que sus noches de sueño eran igual de horribles que las suyas.

—Quedas relevado de tu cargo, Reiner —dijo Magath, una nota de finalidad en su voz—. Tu ineptitud para lograr una victoria en el nombre de Marley no ha podido ser ignorada, especialmente dado lo ocurrido en el distrito de Shiganshina, donde casi perdimos a Zeke.

Félix giró el rostro hacia Zeke y le guiñó el ojo cuando el otro encontró su mirada de frente. Zeke en cambio rodó los ojos y se acomodó las gafas sobre el puente de su nariz, luciendo cada parte exasperado y cansado, probablemente harto de su presencia.

—Tu lugar lo ocupará Félix.

El azabache perdió la sonrisa de golpe y su cuello hizo un extraño sonido cuando se volteó hacia el hombre.

—Espera ¿qué? ¿Yo qué?

—Que serás la mano derecha de Zeke a partir de ahora.

—Ah… ¿La qué? ¿Por qué carajos?

El rostro de Magath estaba lleno de seriedad cuando se volvió para mirarlo de frente. Tenía un extraño sentimiento que se reflejaba con extrema facilidad en los ojos, y que le hizo dar un paso hacia atrás al encontrarse al final de esa mirada.

—Porque eres capaz, y al contrario de lo que mis superiores piensan, tu aparente experiencia en el campo de batalla parece ser mucho más eficaz que la de uno de mis guerreros —de reojo, los dos miraron a Reiner, aunque Félix solo podía ver la desfigurada sombra que trazaba la luz en el interior de la habitación—. Además, necesito que alguien te vigile, y Zeke se ha vuelto experto en eso.

Antes de que pudiera abrir la boca para protestar esa tontería, Zeke se aclaró la garganta y alzó la mirada hacia donde se encontraba el comandante.

—¿Seré niñera otra vez, señor?

—Jamás dejaste de serlo, Jaeger.

Esas fueron las últimas palabras del comandante antes de que se diera media vuelta y abandonara la sala sin decir nada más. La puerta se cerró a espaldas del hombre con un tenue chirrido que hizo eco en el interior.

Era tan incómodo estar ahí. Tan, tan incómodo… Félix habría preferido estar de vuelta en casa de los Tybur, aunque su presencia fuera una mancha en la familia para la señora Tybur y el padre de Willy y Lara.

—Así que… ¿Cómo has estado?

Zeke soltó un largo suspiro y volvió a tomarse el puente de la nariz con exasperación. Félix rodó los ojos.

—Oi, no es como que yo esté feliz de estar aquí.

—No dije eso.

—Entonces deja de hacer eso —estiró una de sus manos y tomó un cojín en una de las sillas colocadas junto al muro y se lo lanzó a la cabeza—. Incluso estaba considerando mandarte una carta e invitarte a la capital para, ya sabes… ¿Vi-visitar los museos?

Zeke lo miró con incredulidad, todo su rostro escurriendo ese sentimiento y Félix sintió que las mejillas se le calentaban un poco. Ah, lo que obtenía por abrir la boca antes de pensar.

—… ¿Museos? ¿De qué hablas?

De que Lara dijo una estupidez y yo como idiota vine y la repetí. Bien pudo haber dicho eso y desligarse de la situación tan simple como pudiera, pero no estaba de humor como para simplemente decirle eso y ya, de hecho, no estaba de humor como para darse a entender cuando aún tenía sus reservaciones sobre estar presente ahí y formar parte de un escuadrón al que definitivamente no quería pertenecer.

Sacudió su mano con simpleza, como si con eso conseguiría deshacerse del problema, y se giró un poco para observar al resto de los guerreros, en silencio y aguardando. La chica rara del titán feo se había vuelto a recostar y el chico de ceño fruncido y brazos cruzados lo miraba silenciosamente, sus ojos siguiendo atentamente los movimientos que realizara. Félix tuvo la sensación que si se atrevía a actuar con familiaridad con él, el chico simplemente lo ignoraría, o trataría de matarlo mientras dormía, así que optó por deslizar sus ojos lejos de él de vuelta hacia Zeke.

—Y uhm… ¿A qué se refería Magath con... Lo que dijo? Eso de ser tu mano derecha.

—Significa que tendré que ser tu niñera otra vez.

Lo que no era tan malo porque Félix no tendía a portarse mal, especialmente no cuando se estaba en una nación distinta al otro lado del mar, metido a la fuerza en un escuadrón que estaba por ir a las líneas frontales de una maldita guerra. Félix podía ser un idiota descuidado, sí, pero jamás lo suficiente como para ponerse en tal peligro a propósito.

—Mhm… Así que, ¿qué tal está la situación? ¿Hay un conteo de muertes ya?

Hubo un silencio absoluto por un segundo, como si ninguno pudiera comprender correctamente la pregunta. Félix aún estaba de pie, de espaldas a la puerta, ojos fijos en la inquebrantable expresión de Zeke que también le miraba igualmente de fijo. Ninguno de los dos parpadeó.

—…Aún no —respondió al final, tildando un poco la cabeza a un costado—. Solo estimaciones, pero con el rumbo que todo está tomando, es probable que el número aumente en pocos meses.

—Meses, uh. Suena a una eternidad.

Sonaba a tiempo también. Tiempo usado en las líneas frontales, tiempo usado lejos de Marley.

Tiempo perdido en una guerra que posiblemente podría conducir a la fractura de la nación respecto a las otras naciones por igual, y también sonaba como una oportunidad, una que podría ser más beneficiosa para él si solo tuviera los medios para contactar a Azumabito Kiyomi y enviarla directamente a Paradis. O… Quizás no, porque eso podría ser imprudente con el estado en el que la isla debía estar ahora mismo, si el tiempo transcurrido entre Shiganshina y su llegada a Marley era de solo un mes, Paradis no tendría mucho que ofrecer como nación, pero aún así…

El tiempo perdido al frente en este conflicto, el tiempo gastado en una guerra que podría potencialmente dañar o no las relaciones de Marley con el resto del mundo… Era algo inesperado, especialmente su participación aquí mismo, pero tal vez, quizás también podría ser beneficioso.

Tiempo puede significar muchas cosas, y si Zeke ya estaba hablando de meses, bueno… No había nada que Félix podía hacer en contra de ello.

—Conflictos así no terminan en cuestión de meses —dijo, dando un par de pasos al frente y sentándose en uno de los brazos del sofá en donde Pieck estaba recostada. La chica alzó la cabeza y le miró por entre los oscuros cabellos que le caían en desorden por la frente—. No sé qué carajos pudo haber dicho su líder, pero si su falla en Paradis fue capaz de desencadenar una guerra, yo no tendría mucha fe en que la situación cambie en tan poco tiempo.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

La pregunta fue hecha con perspicacia y un poco de molestia, y Félix tuvo que hacer una pausa por un segundo y buscar al dueño de la voz, que resultó ser el chico malhumorado al fondo de la habitación.

—Bueno… Es obvio, ¿no? —Porco Galliard alzó una de sus cejas, finalmente deshaciendo el aparentemente no tan eterno ceño fruncido que había lucido desde el instante en que ingresó a la habitación—. Si Marley dijo algo en referencia a la misión en Paradis, si prometieron algo en relación a ello que terminó en desastre con ustedes no siendo capaces de lograr nada excepto perder titanes, entonces es obvio que el resto de naciones no van a darse por vencidos esta vez. Es sentido común que una vez que la cagas y terminas metido en un problema de esta magnitud, va a tomar mucho para ponerle fin.

—¿Y tu sabes eso cómo?

Félix se sintió a sí mismo sonriendo, un pequeño tirón en su comisura, y el intento de burla que cruzaba por las facciones del chico marleyano se deshizo en cuestión de segundos.

—¿Cómo no saberlo? Es evidente. Si hubiera otra solución a este conflicto, ¿no crees que tus líderes la hubieran tomado ya? Probablemente trataron de hacerlo, y aún así el resto de naciones a las que se enfrentan no estuvieron satisfechas, y decidieron que simplemente no importaba ya y la única solución de momento sería alzarse en armas. Si eres incapaz de darte cuenta de ello, es tu problema, no el mío.

Los ojos de Porco Galliard. Eso es lo que le molestaba de él, se dio cuenta en el momento en que el tipo se dio la vuelta para mirarlo de lleno y el luz del día delineó su figura unos pocos centímetros, lo suficiente como para que un par de rayos cayeron por un costado de su rostro.

Era la forma en que destellaban silenciosamente, la forma en que el sol los hacía brillar. Había furia en esa mirada, la misma que solía ver en Eren cada vez que se ponía demasiado nervioso por algo, la misma que a veces veía en Ymir antes cuando todavía debían estar divididos en lados y ella presionaba para que eligiera uno.

Furia, sí, ira también. Y tristeza, añoranza. Una desesperación con la que Félix tenía intimidad, y lo tomó desprevenido en el momento en que el sol lo hizo brillar en los ojos del otro chico. Todavía estaba tenso, todavía parecía estar al borde, y a veces su mirada se movía a través de la habitación hacia donde estaba Reiner, y la furia en ellos… Oh.

Comenzaba a entender por qué tanta hostilidad contra el rubio, por qué había un pequeño, casi imperceptible espacio entre el resto de los otros guerreros y el anterior soldado. En ese momento, las ojeras en el rostro del chico cobraron un poco más de sentido, su desaliñada apariencia, su cansada postura, lo rígido que se encontraba, pero si había pasado ya un mes y aún así parecía haber una brecha entre todos ellos y Reiner, eso significaba que el problema persistía.

Y Félix era lo suficiente mezquino como para presionar su dedo en esa yaga aún sangrante.

—¿Y? ¿Cómo te sientes, Reiner?

El rubio menor se sobresaltó, dando un paso atrás y alzando la mirada a prisa, ligeramente sorprendido.

—¿U-Uh?

—Ya sabes, con tus errores y tu ineptitud para hacer algo bien, ¿cómo te sientes al saber que el causante de esta guerra eres tú?

El chico se puso rígido, desde los dedos de sus pies hasta sus mejillas. El silencio que descendió en ese instante era doloroso de escuchar, como estar bajo el agua mientras las personas fuera de ella hablaban en la superficie, y tu siendo incapaz de comprender lo que era dicho.

El rostro de Reiner había perdido color, ocasionando que las bolsas debajo de sus ojos resaltaran más.

Probablemente no debería estar diciendo nada, pero la verdad es que Félix estaba molesto. Era un sentimiento familiar, uno que no le gustaba exactamente y, sin embargo, estaba empezando a volverse común de sentir. Entre ser descartado tan despreciativamente por Willy y reclutado en esta estúpida unidad y arrojado a una estúpida guerra, bueno.

Estaba molesto y el mundo era injusto. Estaba lejos de casa y todavía recordaba lo que le dijo a Zeke el primer día que despertó. Y era cierto, y doloroso, y Félix había hecho una promesa, le había dicho a Historia que haría pagar a las personas que los obligaron a ambos a entregarse a sí mismos por el bien de otros.

Reiner estaba al tope de esa lista. Annie estaba muerta, Bertolt también lo más probable, y el único idiota que quedaba de ese grupo era Reiner. Si debía desquitarse con él por todos esos sentimientos aún atrapados dentro de su pecho, que así fuera entonces.

No es como que le fuera a quitar sueño por las noches. Las cosas ya estaban demasiado jodidas como para que recalcar los errores de otro lo hiciera sentirse mal.

—¿Estás durmiendo bien? ¿Tal vez comiendo de manera apropiada? ¿O la culpa te mantiene despierto y con hambre? —mostró una pequeña sonrisa, aguda y no muy amistosa—. Escuché de Ymir que también causaste que uno de tus compañeros muriera… Un tal Marcel, ¿también lo ves en sueños, o solo es el rostro de Marco lo que te mantiene despierto?

Reiner se tambaleó hacia el frente y Porco se estremeció, y Félix trató de borrar la sonrisa de su rostro, trató de contener sus palabras y no decir nada. En verdad lo intentó.

—Debe ser duro el sentirse así, el estar tan solo con todos tus amigos muertos, u odiándote. No te culpo por ese problema tuyo que tienes. Eren lo mencionó, después de todo —el nombre de su amigo menor atrajo la atención de Zeke también—. Pretender ser alguien que no eres debe haberte jodido realmente mal, ¿uh? Tanto que ya no sabes quién eres en realidad.

—Félix.

No había perdido del todo la sonrisa cuando se volvió a mirar a Zeke, quien le miraba de vuelta con algo ilegible en esos ojos grises suyos.

—¿Mhm? ¿Qué pasa?

Zeke miró rápidamente de reojo hacia donde Reiner se encontraba antes de negar con la cabeza y avanzar hacia él, tomándolo ligeramente de su brazo para tirar de él hacia la salida.

—Ven conmigo, te explicaré tus deberes por el momento.

—¿Deberes? ¿Qué deberes?

—Tus deberes como vice-comandante.

—Oh, no puede ser —murmuró con un gemido lleno de resignación, tirando ligeramente su cabeza hacia atrás—. ¿No hay manera en la que pueda renunciar?

—No.

Félix río con ligereza, sacudiéndose de encima el agarre de Zeke pero no dejando de caminar a su lado. Cuando el otro abrió la puerta y dio un paso fuera de ella, la voz de Reiner, ligeramente ahogada, los detuvo en el umbral.

—¡Espera! ¿Cómo…? —era claro que tenía problemas para articular lo que quería, mirando hacia él y al suelo continuamente. Reiner aún estaba pálido, un poco más que antes—. ¿Cómo sabes sobre Marco?

Félix se giró y lo miró por encima de su hombro, entrecerrando sus ojos con cuidado.

Marco, ¿quién era Marco? Había un rostro ahí, difuso entre sus recuerdos, ligeramente perdido entre ciclos; con pecas en las mejillas y la nariz, con ojos amables que veían al mundo con gentileza que en ocasiones no existía, cabello oscuro, alma noble. También había un cadáver. Gritos que rebotaban de las casas de Trost mientras la figura de un titán empujaba algo, alguien, hacia su garganta.

Estos recuerdos, ¿de quién son?

—Ah, ¿quién sabe? —murmuró, finalmente dando ese paso final y saliendo de la habitación, siendo el descolorido rostro de Reiner lo último que vio antes de cerrar la puerta tras de sí.

No quería pensar en eso. No quería reconocerlo, pero en esa fracción de segundo antes de que la puerta se cerrara, en el rostro de Reiner se había reflejado el de Eren, y nunca antes había pensado en él como un niño del modo en el que lo hacía con Eren o Historia.

Niños. Todos ellos habían sido niños, y sin embargo... Sin embargo, no había un solo sentimiento de simpatía dentro de él. No para con ellos.

—Entonces, ¿ahora qué?

Con un suspiro, Zeke lo guió fuera de las instalaciones del cuartel, la luz del sol dándole de lleno en el rostro cuando cruzó el umbral de la puerta principal. La calle fuera del edificio era transitada, con un par de hombres en uniforme andando de aquí allá, la extraña estatua de lo que probablemente era un titán bajo un humana sosteniendo una lanza tomando espacio al frente y en el centro, un signo para Marley que a él no le interesaba conocer.

—Ahora, caminamos.

—¿Uh?

—Caminar —le dijo el otro, mirándole de reojo—. Ya sabes, ¿la cosa que haces con tus piernas?

El ceño de Félix se frunció levemente y alzó su pie para darle un ligero golpe a Zeke, que se giró para mirarlo por encima de su hombro.

—Puedo hacer muchas cosas con mis piernas y eso incluye patearte el trasero —amenazó, suspirando—. Como sea, no sabía que tu eras el comandante de tu unidad, creí que ese era Magath.

Las calles de la ciudad de Liberio tenían un poco más de vida que las de Lagos, por lo que poco que podía ver.

Eran de adoquín, como la mayoría de ciudades que conocía, y las casas y los edificio a orillas de la acera eran altas, con una estructura parecida a las de Mitras. Excepto que aquí las ventanas no eran simplemente ventanas, si no balcones rodeados de barras de metal que creaban una protección entre el interior de ellos y el exterior, espaciados entre sí con una distancia que en las casas de Mitras no se veía.

Liberio era más grande, ciudad amurallada o no, y en donde Mitras había decidido cerrar sus puertas y volverse exclusiva para solo un tipo específico de personas, Liberio no tenía ese privilegio. Los habitantes menos.

Liberio era una prisión, y fue fácil determinar aquello cuando veía a las personas andar junto a él con un trozo de tela en el brazo con una estrella, todos ellos usando la misma, todos ellos vistiendo la misma expresión de resignada felicidad que no solía ver ni siquiera en Paradis.

Había cierta diferencia entre las estructuras de Mitras y Liberio, y entre sus habitantes por igual. Mientras que las casas en Mitras eran obviamente de menor tamaño, con menor espacio, y las de Liberio eran amplias, espaciosas y no limitadas por un radio específico, los habitantes eran menos miserables en Mitras. Quizás en todo Paradis a comparación de esta ciudad aquí en Marley.

—Jefe de guerra.

—¿Mhm?

Zeke le tiró una mirada de reojo, haciendo un leve gesto hacia su gabardina y las pequeñas, insignificantes medallas en ella.

—Magath es el comandante de la unidad de guerreros, pero yo soy el jefe de guerra. Soy quien da las órdenes en caso de que ninguno de mis superiores se encuentre en el lugar, y tomo responsabilidad por ellas.

—Oh —murmuró él, frunciendo levemente el ceño—. ¿Eso significa que como tu “mano derecha” yo tendría autoridad para dar órdenes también?

—Exactamente, eres mi segundo al mando, y si Magath no se encuentra y yo tampoco, cae en ti la responsabilidad de guiar a la unidad.

—¿Entonces puedo ordenarle a Reiner que se vaya a la mierda?

Zeke negó con la cabeza, negándose a darle una respuesta verbal.

Félix se encogió de hombros y lo siguió en silencio, mirando a su alrededor a medida que se movían. Los edificios continuaban como si no hubiera un fin a ellos, y las calles, mucho más anchas que en Paradis, servían como aceras y caminos en donde carros transitaban.

Se sentía natural caminar a través de esas calles, ver estas vistas una vez más. Era como estar de vuelta en casa, excepto que este no era el caso. Este Liberio aún no era explorado por él, aún no había ido a visitar la biblioteca o recorrer el mercado, no había ido aún al bloque de apartamentos donde solía vivir durante todos esos ciclos atrás, ya olvidados.

Tenía que dejar de enredarse en sus propios pensamientos y olvidar esos días del pasado, de todos esos ciclos que nunca volverían. Él estaba aquí en el ahora y no en el ayer, y debía empezar a entender eso si quería seguir adelante.

Lo que era más fácil decir que hacer, ahora que lo pensaba bien.

Frustrado, se llevó la mano a la cabeza y enterró sus dedos en los mechones, tirando de ellos y desordenándolos. Si Lara lo viera haciéndolo, probablemente lo regañaría por arruinar su imagen, pero era una lástima que la mujer estuviera de vuelta en la capital y no ahí con él, comenzaba a extrañar su presencia aunque fuera un poco.

—¿Cómo fue vivir con los Tybur?

—¿Qué?

Zeke se encogió de hombros, ralentizando un poco sus pasos para caminar a la par suya. Félix dejó que su mano cayera de vuelta a su costado.

—El comandante Magath me lo dijo.

—Oh —musitó, confundido—. Fue extraño, supongo. Son… Estrictos en un par de aspectos, obviamente, y la señora Tybur no era particularmente fan mía, pero sus hijos son amigables, y la mayor de ellos me enseñó un par de cosas en el piano.

—¿Oh? ¿Sabes tocarlo, entonces?

—Estaba en el proceso de aprender cuando Magath convocó la reunión con Willy y el señor Wright.

—He escuchado sobre él —dijo el rubio—. Sobre ese señor Wright. Parte del magistrado del Tribunal de Lagos, es el hombre con mayor autoridad en el ¿sabías eso?

Parpadeando con lentitud, pensó en todos esos momentos desde que vio al barrigón hombre por primera vez y su primera, pobre impresión de él. El señor Wright era un chiste, ni más ni menos, y nunca se le había pasado por la cabeza que fuera un magistrado, mucho menos el hombre con mayor autoridad dentro del tribunal. Era un hombrecillo tan poca cosa, asustadizo, propenso a lamer los pies de Willy Tybur como si el otro hombre rubio fuese un dios.

Patético.

—No estaba al tanto.

La mirada de Zeke se detuvo en él por un segundo, un ceño fruncido tirando de sus cejas.

—¿No hiciste nada estúpido, cierto? En presencia del hombre, quiero decir.

—No, claro que no —dijo, como un mentiroso, y se llevó una mano al pecho en fingida ofensa—. ¿Por quién me tomas?

—…No te creo nada.

—Oh, vamos —exclamó, dándole una palmadita en el hombre y luego alzándola mientras se llevaba su otra mano al pecho—. Honor de scout.

Claramente Zeke no le creía, lo cual estaba bien. El señor Wright era un imbécil, un cobarde y un hombrecillo estúpido con demasiado poder y tan poco cerebro como para saber cómo usarlo, y si Félix pudiera, le habría dicho exactamente eso al hombre, excepto que a diferencia de ellos él tenía modales porque no era Félix el que iba por la vida haciendo las más estúpidas e innecesarias preguntas que nada tenían que ver con el tema a tratar.

No tenía ni una pulgada de respeto por ellos, e iba a hacérselo saber a Zeke.

—No los ofendí, per se, yo solo… ¿Cómo te lo explico? Son muy… Estúpidos —al instante, se llevó la mano a la boca y la cubrió para evitar reír—. Y actúan como unos imbéciles. Entiendo que probablemente sabiendo de dónde vengo no les haya causado una buena impresión, pero hay límites, ¿sabes? Incluso yo los tengo.

—¿En verdad?

—¡Hablo enserio! —exclamó, entre frustrado y divertido—. Hay momentos en los que actuar como un idiota está bien, pero si eres parte de un puto jurado se supone que debes ser justo e imparcial, profesional, y ellos no lo fueron. ¿Se supone que debo guardar respeto por personas que no se dignan a darme una oportunidad a mí primero?

Las personas seguían moviéndose a su alrededor, y mientras caminaban, Félix mantuvo la boca cerrada. Lo que sea que Zeke pensara sobre la autoridad de su país no tenía nada que ver con él, pero lo cierto es que no estaba dispuesto a inclinarse ante ellos solo porque tenían poder. ¿A quién le importa eso de todos modos cuando las personas con dicho poder eran unos payasos? Burlándose, se quitó algunos mechones de la cara y miró hacia un lado, frunciendo el ceño con curiosidad cuando vio a un niño pasar corriendo mientras sostenía algo en su mano.

—Hey, ¿qué es eso?

Zeke, levemente interesado, volvió un poco la cabeza y observó al niño alejarse en silencio.

—Es un helado.

—Helado, ¿qué es? ¿Una especie de caramelo?

—Mhm, sí, como un postre —el rubio le miró de reojo y luego escaneó el área—. ¿Quieres probar uno?

Él parpadeó momentáneamente antes de palmear los bolsillos de sus pantalones y suspirar.

—Uh, no… N-no tengo dinero.

Podía sentir su cuello calentándose, un tenue rubor subiendo lentamente a sus mejillas cuando Zeke lo miró de arriba abajo con un poco de risa bailándole en los ojos. Ugh, en verdad que quería golpear su horrible cara de mono.

—Ah, ya me lo pagarás después entonces. Ven conmigo.

Al otro lado de la acera había un hombre con un carrito pequeño y metálico y una sombrilla que lo cubría del sol, y sonrió cuando los dos se acercaron a él luego de que una mujer joven le agradeciera por el convite que llevaba en mano.

Aunque su expresión cambió un poco cuando le dio un vistazo al brazo de Zeke donde portaba la estrella, aun así les sonrió cuando les preguntó qué era lo que querían.

—Dos helados, por favor.

—Claro, ¿de qué van a quererlos, oficiales?

Félix arqueó sus cejas y se estiró un poco para mirar en el interior del carrito, encontrándose con una variedad de colores en el interior en forma circular que probablemente eran los dichosos helados y olores dulces flotando fuera de el.

—Uh… —desorientado, miró a Zeke con lo que esperaba que no fuera una mirada de tonto y se removió en su lugar—. Yo no… No sé-

—Uno de vainilla, y otro de fresa, por favor.

—Enseguida.

Echó a un vistazo a Zeke por el rabillo del ojo y lo vio sacar su billetera y de ella extraer un par de monedas de color cobre, ligeramente manchadas en las orillas. El señor les tendió sus helados y Félix tomó el suyo con precaución, dándole vuelta para admirar el cono sobre el que se sentaba la bola de color beige, aunque era como de un amarillo desvanecido con puntitos blancos alrededor. El conito era simple, marrón y tostado.

Zeke se corrió a un costado y tiró de él por igual, dándole espacio a la otra pareja que aguardaba tras ellos para que hicieran sus pedidos.

—Uh, ¿vainilla?

—Solo pruébalo —dijo el otro, inspeccionando el suyo antes de probarlo—. Es el sabor más básico de todos.

Encogiéndose internamente de hombros, acercó el helado a su boca y tomó un poco en su lengua antes de tragarlo.

Era dulce, no tanto, pero sí lo suficiente como para que el azúcar se hiciera notar en su paladar. También estaba frío como un bola de nieve cuando nevaba en Paradis, y casi con entusiasmo, volvió a comer de el a prisa. Su rostro hizo esta cosa donde se iluminaba un poco con emoción y una pequeña sonrisa le creció en la boca mientras más comía del helado.

—Me gusta, está bueno, aunque sí es un poco “básico”. ¿Cómo carajos se hace esto?

—En Paradis no hay helado, entonces.

—Uh, ¿no? Pero es genial. ¿Podemos comprar más?

Zeke negó y se giró para seguir caminando.

—El ejército te da una suma de dinero por tus servicios prestados durante la guerra, así que cuando te lo den, vendremos por más.

—Pero-

—No, sin peros —musitó, caminando como si no hubiera hablado—. Vamos, tengo que ir a visitar a alguien antes de partir.

Bien, pensó, compraré más después. Aún así no pudo evitar mirar a Zeke con curiosidad y a su helado, preguntándose por qué diablos era de ese color y de qué sabor sería en tal caso.

—¿Y el tuyo de qué es?

—Fresa, ¿conoces lo que es la fresa?

Félix le dio un ligero empujón.

—Suenas extrañamente ofensivo cuando haces ese tipo de preguntas —dijo, apuntándole acusatorio con su helado—. Mi mamá hace una fabulosa tarta de fresas con arándanos cuando es temporada, solo para que sepas, idiota.

—Ah, me disculpo entonces. ¿Quieres probar un poco?

El otro extendió su mano con el helado hacia él y Félix hizo un gesto de asco con la boca. Zeke solo rodó los ojos.

En silencio, los dos continuaron andando por las calles de Liberio mientras comían, Félix como un niño pequeño al que recién le obsequiaban un nuevo, bonito juguete y Zeke mirando cada tanto hacia atrás para asegurarse de que siguiera con él.

Tenía la sospecha de que el azabache o se perdería, o huiría, y la verdad es que él no sabía cuál era peor.

Todavía existía una serenidad alrededor de ellos cuando Zeke optó por volver a hablar.

—Al principio pensé que eras un idiota.

—Oi, ¿qué hice ahora-?

—Pero eso que dijiste sobre no respetar sin antes ser respetado… ¿Así es como te trataban en Paradis?

Félix parpadeó, perplejo.

—¿Qué?

—Tu padre era un noble, ¿cierto? Y tu madre trabaja como sirvienta —el rubio se giró un poco, su rostro una máscara que no echaba nada de ver excepto quizás curiosidad—. Eso suena a que las personas con las que te relacionabas antes te subestimaban mucho.

—…Un poco, eso creo.

Con suavidad, mordió el cono del helado y ladeó el rostro con los ojos fijos en el suelo, pensando en todas esas veces en las que Tomm se portaría como un idiota solo porque quería, o cuando un par de chicos en la academia le hacían burla cuando su falta de padre era mencionado.

—No es mucho como que me subestimaran, para ellos creo que yo no tenía exactamente un valor, excepto como el bastardo de un noble.

—Mhm —Zeke, asintiendo, tildó su cabeza hacia atrás y miró hacia arriba en dirección al cielo azul—. Entiendo. Crecer en un ambiente así debIÓ ser… Difícil.

—Ah, sí, un poco.

Lo había sido. También doloroso y silencioso. Pero las cosas cambiaron un poco cuando Frieda llegó a su vida, porque de repente una Reiss quería pasar tiempo con él y estar a su lado, jugar en el pasto y leer libros y nadar en el lago, recolectar flores, salir a pasear a caballo. Félix había visto la manera en la que las opiniones de otros acerca de él comenzaban a cambiar, como ciertos nobles pasaban de mirarlo con ojos fríos a preguntar sobre su día, sobre su madre, indagar sobre su educación, sobre la primogénita de los Reiss y la relación que mantenían.

Todos habían cambiado de alguna manera u otra y Félix lo había hecho también, y las opiniones que antes tanto le molestaban dejaron de hacerlo, y él simplemente… Siguió adelante, y no quiso mirar atrás.

Cuando la academia les daba permiso de visitar a sus familias, o incluso cuando podían tomar un par de días de descanso en la Legión para visitar sus hogares, Félix no había mirado dos veces a nadie más que no fueran las personas en las que estaba explícitamente interesado.

Si alguien quería ser respetado, entonces debía ganarse ese respeto, y ninguno de ellos se había ganado el suyo, así que simplemente no se había molestado en darlo, así de simple. Era igual aquí, era igual en todas partes.

—Aún así, trata de ser cauteloso aquí en Marley —dijo Zeke, deteniéndose frente a un edificio que lucía sospechosamente como un hospital—. Nosotros somos eldianos, ¿comprendes? Y el resto no. Si quieres sobrevivir aquí, lo mejor es… Que cierres la boca, o te atengas a las consecuencias.

—¿En verdad me crees lo suficiente estúpido como para arruinar más las cosas para mí mismo?

—…Eso que le dijiste a Reiner fue innecesario —señaló, tildando la cabeza—. Cruel también.

—¿Oh? —Félix lo imitó y ladeó el rostro también, sonriendo—. Me disculparé con él la próxima vez que lo vea entonces.

No hubo nada de gracioso en lo que dijo, pero hizo reír a Zeke con ligereza.

—¿Lo ves? A esto me refiero —suspiró, conservando la pequeña sonrisa, y le dio la espalda—. Aguarda aquí, volveré en unos minutos.

—¿No tienes miedo de que huya?

—No. Tu eres el que debería tenerlo de huir.

Zeke lo dejó afuera, recargado en el muro frente al lugar mientras él entraba a despedirse de alguien. Félix estaría un poco más sorprendido de que le tuviera suficiente confianza como para dejarlo sin supervisión sabiendo que había intentado huir luego de ese día en el tribunal, pero si lo que le había dicho era alguna indicación, entonces el rubio tenía plena confianza de que no se atrevería a hacer nada estúpido.

Suspirando, se deslizó por el muro de ladrillo hasta sentarse en el suelo y recargó la cabeza hacia atrás, su vista arriba en el cielo donde podía ver un par de nubes, el sol y unos pocos pájaros haciendo su camino.

Necesitaba hacer algo pronto acerca de la situación a mano o lo que fuera.

Aún debía ponerse en contacto con Serena, asegurarse a sí mismo aquí en Marley con el peso político de la mujer y encontrar maneras de hacerle ver cuan jodido estaba Marley y cuan jodido estaría el país de ella si su alianza permanecía. Félix, si bien impotente ahora mismo, aún era un rey, aún tenía autoridad en Paradis, aún hervía en él la sangre de los Fritz y la de los Ackerman, y aquello le atemorizaba más que cualquier cosa.

¿Qué ocurriría si decidía simplemente… Tirar abajo los muros? ¿Qué ocurriría si decidía no hacerlo? ¿Si permanecía en Marley, si seguía el plan original de infiltrarse, ganarse la confianza de ciertos diplomáticos y ponerlos de su lado? ¿Qué ocurriría si seguía con ello? ¿O si no?

¿Cuál era la mejor opción a ese punto?

No sabía. No tenía ni la más mínima idea, ni el más pequeño indicio acerca de cómo continuar, y aquello lo asustaba también.

Distraído y mordisqueando en lo poco que quedaba de su cono de helado, cerró los ojos y pensó en todo lo que había ocurrido el último mes, desde despertar aquí hasta la reunión rara de los Tybur, Lara y sus disculpas, los hijos de Willy y su pobre manera de socializar con ellos.

Pensó en ese momento en su bañera, el mundo de cielo oscuro e infinita arena, y el jade en los ojos de Eren.

Luego, repentinamente, vio tras sus párpados la misma cara redonda, los mismos ojos color del jade, la sonrisa acuosa de Eren Jaeger mirándose en el espejo, y de sí mismo mirándolo de vuelta.

Félix se irguió de golpe y se llevó la mano a su sien cuando un repentino dolor le atravesó de hito a hito, robándole el aliento en segundos.

Eren, pensó jadeando, Eren, ¿qué estás tratando de hacer?

Aguardó por unos segundos, casi rogando porque alguien, algo le diera alguna respuesta, pero lo que sea que eso hubiera sido, se mantuvo callado y el dolor en sus sienes disminuyó con lentitud.

━━━

Había mucho ruido y al mismo tiempo, existía el silencio suficiente como para poder escuchar la respiración entrecortada del hombre que se hallaba muriendo a un par de pasos de distancia suya.

Trató de no mirar, de mantener su mirada fija en la tierra bajo sus botas. A lo lejos, sin embargo, podía oír disparos y gritos, podía oír qué órdenes pasaban de boca a oídos, cuáles eran discutidas y aprobadas y cuáles eran inmediatamente abatidas. Podía escuchar la fusión de voces que se elevaba en el aire, reprimiendo el sonido de los cañones y los disparos y los gritos.

El mar de cuerpos que yacían en el terreno de frente a ellos era otra cosa, una completamente distinta que aún no estaba dispuesto a aceptar con prematuridad. Aún así, el olor a sangre era casi tangible en el aire del mismo modo en el que la densidad del humo provocado por los cañones disparados lo era.

Era demasiado diferente, demasiado malditamente diferente que era incapaz de reunir el coraje para enderezarse y mirar.

—No te traje aquí para que te la pasaras mirando el suelo.

La voz de Magath sonaba distinta a como lo hacía cuando estaban en el tren, dirigiéndose hacia lo que Porco Galliard había apodado el Infierno. Tenía en ella una tosquedad y virilidad de la que carecía en ocasiones, como cuando habló por primera vez con él, o cuando se dirigió hacia el señor Wright, porque entonces había sido más condescendiente al mismo tiempo que respetuosa.

Tampoco sonaba a como lo había hecho cuando habló directamente con Willy; burlona, suave, pensada para ser usada con alguien que tuviera cerebro y poder, y no solo uno o el otro.

—Me trajiste aquí porque creíste que solo porque soy Ackerman significa que sé luchar.

Magath, recargado a su derecha con un rifle sostenido en su mano izquierda, se llevó la derecha a la frente y empujó el casco redondo hacia arriba para secarse el sudor de la frente. Hacía un calor infernal, el sol brillando hacia abajo con tanta ferocidad que ni siquiera darle un trago a sus botellas de agua servía para tranquilizar su sed.

—Oh, por supuesto que sabes luchar —dijo el hombre de vuelta—. Pero tu sabes pelear contra titanes, no humanos.

—¿Cuál es la diferencia?

—No lo sé, tú dímela.

Las pocas personas a su alrededor evitaban mirarlo mucho; desde el momento en el que Magath lo introdujo como el “segundo al mando de Zeke”, los susurros se habían disparado a lo largo de la cabina del tren, y todos los pares de ojos puestos encima suyo se habían sentido nuevamente como estar de vuelta en el tribunal mientras las enormes puertas de madera blanca se abrían para darle paso al interior, en donde más pares de ojos le aguardaban.

Magath no había sido cuidadoso con sus palabras. Aparentemente todos sabían que los guerreros habían logrado capturar a uno de los demonios de Paradis, y cuando el comandante dijo su nombre y el Ackerman salió de su boca, fue bastante obvio para el resto quién era él y de dónde venía.

Así que del mismo modo en el que nadie se había molestado en mirarlo mucho después de eso, nadie le había hablado tampoco.

—…Hay muchos cadáveres —dijo él de pronto, echando un vistazo rápido hacia donde el hombre de la respiración pesada se encontraba—. ¿Cómo los llevan de vuelta?

Magath entreabrió los ojos y lo miró con el ceño levemente fruncido.

—¿Por qué tendríamos que llevarlos de vuelta?

No era precisamente lo que esperaba escuchar, porque Félix estaba acostumbrado a que la Legión de Reconocimiento volviera sobre sus pasos y recuperara los cuerpos de las personas que eran comidas, o si no había un cuerpo que recuperar, entonces tomarían partes de el y las llevarían consigo, y las usarían como un consuelo para sus familiares, para que tuvieran algo a lo que aferrarse por unos momentos y llorar.

Algo a lo que decirle adiós.

—Solo… ¿Solo los dejan ahí y ya?

Magath volvió la cabeza y estiró un poco el cuello para ver por encima del muro que los separaba del caos y paseó su mirada por encima del mar de cuerpos, la sangre que manchaba la tierra debajo de ellos, y luego se giró hacia él con una expresión de indiferencia en su rostro que le revolvió el estómago.

—Los cuervos se harán cargo de ellos.

Félix se llevó una mano a la boca y pretendió que la arcada que le dio en esos momentos era nada. Magath, sin embargo, suspiró con cansancio y volvió a enderezarse con unos binoculares en sus manos que apoyó en el borde del muro para poder ver qué carajos ocurría al otro lado del mar de cuerpos.

—No sé a qué tipo de batallas estás acostumbrado tu, pero aquí es esto y ya. Cuerpos, sangre y cañones, ni más ni menos.

Con un tembloroso respiro, Félix inclinó su cabeza hacia atrás y ésta hizo un thud contra el muro, el metal de su casco tallándose suavemente contra el. Los sonidos de disparos y gritos seguían en la distancia, tan alejados de ellos como les fuera posible, y aún así podía sentir las balas rozar sus brazos y las voces quebrar sus tímpanos.

Los pocos que aguardaban con ellos tras el muro se veían normal, nada como Félix parecía estar sintiéndose.

Caminaban a prisa con municiones para los rifles o cargando balas de cañón, algunos llevaban agua que cargaban en cubetas o en múltiples botellas, otros llevaban ropa en sus manos que agrupaban en un costado, y tiraban cascos en una zanja que habían cavado por la mañana al llegar, antes de que el caos comenzara de verdad.

Las manchas rojas en el suelo aumentaban mientras el sol se ponía, y la cantidad de fósforos esparcidos en el suelo comenzaba a formar una montañita sobre la tierra con la que las hormigas se confundían y se metía debajo de ella, pensando que era su colonia.

—¡Se avecina un proyectil, cúbranse!

Magath lo tomó de la camisa y tiró de él hacia abajo hasta que los dos quedaron de pecho al suelo, a un par de pasos de las manchas rojas. Sus manos automáticamente subieron a sus oídos para cubrirlos, tratando de ahogar los gritos a su alrededor y las exclamaciones de terror. Magath estaba a su lado, mirándolo por el rabillo del ojo y con sus manos igualmente en sus orejas, pero uno de sus dedos estaba alzado, y luego alzó otro, y luego un tercero, y al final un cuarto.

Jamás llegó al quinto cuando la tierra se sacudió y pequeños trozos de carne humana y rocas comenzaron a caer del cielo como si fuera lluvia.

Félix dejó escapar una palabrota y se enderezó de golpe, pegándose nuevamente al muro cuando un dedo mutilado aterrizó justo frente a él, con la uña partida y la sangre seca en la base, y apuntando hacia donde se encontraba.

—Cuatro segundos —irrumpió el hombre, empujando el dedo lejos de ellos con su bota—. El quinto es cuando la bomba aterriza, pero no lo contamos para evitar confusiones.

Félix alzó la mirada hacia él y parpadeó, momentáneamente confundido.

—Tienes que empezar a comprender que estas cosas tan simples, como contar los segundos antes de que esos proyectiles exploten, van a salvarte la vida en algún momento.

—¿Cómo… C-Cómo lo calculan?

—El momento cero es cuando el proyectil es avistado, y desde ahí empezamos. En el primero cruza el espacio entre nosotros, el segundo se inclina hacia abajo para empezar a caer, en el tercero pica hacia abajo y gana velocidad, y en el cuarto debes estar oculto para que en el quinto la explosión no te afecte tanto como normalmente lo haría.

—Y… ¿Y si no hay dónde ocultarte?

—Te tiras al suelo como lo hicimos antes, y te cubres la cabeza lo mejor que puedas —Magath movió su cabeza, indicándole algún lugar al otro lado de donde ellos estaban. Félix viró la cabeza y observó con ojos entrecerrados a un par de soldados con el uniforme manchado de ceniza que estaban aún en el suelo, excepto que uno de ellos tenía la pierna herida, con rocas encima de ella—. Y rezas para que eso no te ocurra.

—¿Rezar? —preguntó, confundido—. ¿Rezarle a quién?

Magath, con desfachatez, se encogió de hombros.

—A quien sea que te escuche.

—¡Comandante Magath!

El repentino grito de alguien que se acercaba a ellos los distrajo, y los hizo mirar en la dirección contraria a la que lo habían estado haciendo en un principio. Un sujeto embutido en el uniforme estándar de los soldados marleyanos andaba hacia ellos con su casco bajo el brazo y una expresión curtida en el rostro, ojos endurecidos que no le ofrecieron un solo vistazo a él.

—¿Qué ocurre?

—Hay un par de enemigos por allá —su dedo señalaba hacia el oeste, hacia un montículo de rocas que otro capitán de escuadrón había señalado anteriormente—. La unidad Panzer los vio antes de que cayera esa bomba.

Félix alzó la cabeza y observó que a espaldas del sujeto se erguía la figura del titán de Pieck con una máscara de hierro en el rostro con dos orificios rectangulares que debía ser en donde quedaban los ojos. La cosa que cargaba a espaldas era del mismo material que la máscara, hueca del interior donde se albergaban los encargados de disparar y administrar las torretas.

La montaña de escombros tras la que se ocultaba había sido parte del resto en el montículo, excepto que al parecer había sido volada en pedazos poco antes de que ellos llegaran ahí. Costumbre de la Alianza, le dijo Magath, destruir el terreno para no dejarnos más opción que adaptarnos a el.

—¿Pudo ver cuántos eran?

—Seis, u ocho. Mínimo cinco, señor.

Magath se llevó una mano a la boca para ahogar la maldición que por poco musitó y escaneó el terreno frente a ellos, a todos los que aún se encontraban andando de aquí allá con cosas en las manos y bajo los brazos, cargando agua o ayudando a los heridos, desnudando a los que ya habían muerto para quemar sus ropas.

Muy pocos se atrevían a encontrarse con la mirada del comandante también, solo esos que estaban o muy desorientados o a los que ya no les importaba. Otros pocos, había notado él, lo hacían solo para que el hombre viera la rabia en sus ojos y se la tragara cuando hicieran contacto visual. La mayoría de esos pocos valientes eran eldianos.

—¿Dónde está Zeke?

—Hacia el este, señor. Él y Braun fueron ahí cuando se nos informó de que habría una posibilidad de usar sus titanes en ese lugar.

—Mhm… ¿Qué hay de Galliard?

—Con los cadetes, él y Colt permanecieron aquí.

Los cadetes, los niños que podrían terminar heredando cualquiera de los titanes a los que fueran asignados.

Reiner tenía una prima menor entre ellos, demasiado entusiasta y con ojos encendidos en fuego que a veces le recordaban a los de Eren. Félix había tenido ganas de sostener a la chica de los brazos y sacudirla hasta hacerle entender que esta mierda no era un juego cuando la escuchó hablar sobre cuán emocionada estaba por venir aquí.

Félix no terminaba de entender cómo era posible que la niña pudiera sentirse emocionada al meterse en un campo de guerra, qué de divertido existía en ello y porque sus ojos se encendían en llamas que danzaban en el marrón del iris cuando hablaba sobre Marley y orgullo y los demonios a los que pronto aplastarían. No le veía el gusto a idolatrar soldados, fantasear sobre arruinar vidas y joderte a tan corta edad.

Si esa era la manera en la que Marley estaba dejando que los niños eldianos crecieran, sería mejor deshacerse de ellos antes que de los adultos.

—Ve por él —la voz de Magath lo trajo de vuelta, haciéndole alzar la mirada hacia donde el otro soldado miraba atentamente al comandante—. Deja a Colt cuidando de los cadetes, y dile a Galliard que venga armado.

—Sí, señor.

El hombre partió sin dedicarle una primera o segunda mirada, y Félix lo observó perderse entre el caos que ese lado del muro tenía; los moribundos, los gritos, los disparos y los que seguían con mundanas tareas para mantener a otros con vida.

—… ¿Vas a enviarme con él, cierto?

—Sí.

Con un suspiro, se dejó caer de vuelta hacia atrás y se dejó deslizar hacia abajo, sus manos sacándose el casco para tirar de los oscuros mechones mientras una bola de nervios aparecía en el fondo de su estómago.

—¿Y si termino muerto?

—¿Te dejarías matar así de fácil?

—No.

—Bien, entonces cállate y haz lo que se te ordena.

No tenía ganas de discutir ese día, o el próximo de ellos.

Esas horas que llevaba fuera en la intemperie con el sonido de disparos y los gritos de los que eran heridos habían sido suficientes para drenarlo de toda energía que pudiera haber estado acumulando para el resto de la semana, y si Magath estaba pensando en mandarlo con Porco Galliard a una aventura a ese montículo de piedras que se veía por allá, entonces lo mejor era no discutir.

Unos pocos minutos después, Porco Galliard apareció solo, con su gabardina puesta, su camisa abotonada y un rifle, su casco distinto al suyo puesto firmemente en su cabeza. Félix lo observó en silencio de la misma manera en la que el otro chico lo hizo, y ninguno de los dos trató de sonreírse cuando se miraron a la cara.

Recordaba vívidamente esos ojos que un día antes parecían ser de piedra, hombros tensos y cuerpo preparado para lanzarse encima de la primer persona que le mirara mal. ¿Qué edad tenía el chico, por cierto? ¿Era igual de joven que Eren, o tal vez un poco mayor, un par de años quizá? la manera en la que parecía mirar con rabia al resto del mundo no parecía la de un chico normal, uno joven, pero estaba Eren y existía Historia, y aunque ellos eran meros niños, también tendían a tener esa mirada en sus ojos.

Esa rabia oculta en ellos. O la tristeza también.

—¿Me mandó llamar, Comandante?

—Hay un par de enemigos por allá, en esas rocas. Pieck los vio avanzar hacia acá, así que tu y Félix irán a deshacerse de ellos.

Con la breve mirada que el otro le dio, el azabache se encogió levemente de hombros y se puso en pie, tirando un vistazo hacia Magath y luego uno rápido hacia atrás, en donde el mar de cuerpos se extendía. La tierra seguía roja, el cielo azul y comenzaba a oler mal.

—Quiere… ¿Quiere algún rehén?

—No.

Pieck debería haberles dado más detalles, quizás haberse quedado más tiempo para investigar exactamente qué demonios estaban haciendo esas personas ahí y cómo lograron rodear esas rocas sin que ninguno de ellos se diera cuenta. Porco, caminando al frente suyo, miraba constantemente hacia arriba y se detenía a examinar las huellas que se quedaban impresas en el suelo, como las del titán de Pieck, o las pocas que un par de soldados dejaron ahí cuando dieron un vistazo alrededor del área.

Había silencio por allá, con el sonido de fondo que era causado por el caos a espaldas de ellos. Félix se detuvo unos segundos y miró por encima de su hombro, viendo nada más que humo denso y la luz del sol resaltando el color rojo esparcido bajo los cientos de cuerpos que aguardaban por un cuervo.

El sonido de un par de rocas deslizándose hacia abajo lo hizo voltear a prisa, sosteniendo a Porco del brazo cuando el chico resbaló gracias a ellas, y tiró de él hacia arriba para estabilizarlo.

—Hey, ten cuidado.

El chico gruñó algo y se alejó del borde, mirando hacia atrás por unos cortos segundos antes de continuar su camino. Félix se echó el rifle al hombro y se sostuvo de una roca junto a él para impulsarse hacia arriba, inmediatamente sosteniéndose de la siguiente para seguir subiendo. La superficie era resbaladiza y el calor golpeándoles desde arriba no ayudaba en nada. El montículo de rocas comenzaba a ascender hacia una pequeña colina de ellas que conectaba a otra, y después a una malformación del terreno que seguía ascendiendo hasta formar una pequeña meseta más al frente, con rocas que lucían mucho más peligrosas que las pocas que comenzaban a escalar.

Deteniéndose, volvió a mirar hacia abajo y trató de no pensar en lo muy por encima que estaban del suelo, lo peligroso que iba a ser bajar una vez hubieran acabado con aquello. Si tan solo tuviera su equipo con él, las cosas serían más distintas, y estaba muy seguro de que sería capaz de deshacerse de quien fuera que estuviera allí arriba en cuestión de segundos.

Una vez que estuvieron a suficiente altura, tiró de la gabardina del chico y lo hizo detenerse.

—Si subimos más, la bajada será peor, así que sugiero que esperemos aquí a que alguien aparezca.

—¿Aquí? —preguntó el otro, frunciendo las cejas—. Está muy al descubierto.

—Tenemos esto —a su costado había una especie de muro hecho de roca pura, y era como si el montículo mismo se hubiera partido en tres partes distintas, dejando esos “muros” en el medio de cada una de ellas. Félix la golpeó con su bota para darle énfasis—. Si nos ocultamos detrás de esta cosa, no seremos vistos a menos que decidan venir por este lado.

Porco, ceño fruncido y todo, miró hacia un costado de ellos y apreció la caída que alguno de los dos podría sufrir en caso de ser descuidados. La altura era lo que pareció convencerlo, porque el chico casi de inmediato se dejó caer hacia el suelo y se acomodó sobre un par de rocas para recargarse contra el intento de muro. Félix lo imitó sin mediar palabra.

Probablemente iban a tener que esperar por un rato hasta que alguien se decidiera a hacer uso del complicado camino. Estaba seguro de que existía una forma de poder subir desde el lado contrario y evitar tener que atravesar por campo abierto, pero la subida era complicada, y no quería imaginarse cuán ardua sería desde el otro lado, donde comenzaba la colina y continuaba hacia la meseta.

Se atrevió a estirar el cuello para mirar hacia donde los cañones aún eran disparados y catalogó todo lo que podía ver desde aquella altura. La meseta comenzaba a un par de kilómetros más abajo, desde donde las líneas enemigas comenzaban y parecía funcionarles perfectamente como escondite con todas las rocas y las salientes. Después de ello era terreno plano con solo un par de colinas aquí y allá, nada especial, excepto que era territorio que los otros parecían conocer bien.

Era angustiante estar allí sin hacer nada, bajo el calor y encima de las rocas, muy muy por encima del suelo. No había ni un poco de viento tampoco, y el putrefacto olor que venía desde abajo y se quedaba estancado allá le revolvía más el estómago.

Con un resoplido, se reclinó hacia atrás y cerró los ojos, su mano subiendo hasta su cabello para enterrar sus dedos entre las hebras y tirar de ellas, nervioso.

Porco, a un lado suyo, estaba tieso y en silencio, su mirada puesta hacia donde el mundo continuaba.

Félix entreabrió los ojos y lo miró de costado, delineando la nariz pequeña y las mejillas aún ligeramente regordetas. ¿Por qué le daba la impresión que el chico no pasaba de los dieciséis?

—Hey, ¿eres de la misma edad que Reiner?

Galliard le miró de reojo, inmediatamente desviando la mirada cuando se dio cuenta de que la de Félix ya estaba encima suya.

—¿Por qué quieres saber?

—Curiosidad —respondió con un encogimiento de hombros—. No me gusta ver que hay niños involucrados en esto.

—¿Qué edad tienes tú? —cuestionó acusatorio.

—Veintitrés.

El chico parpadeó, tomado por sorpresa.

—…Oh —murmuró—. Creí… Creí que eras mayor.

Félix arqueó una de sus cejas, curioso.

—Es la cicatriz, ¿cierto? —preguntó en voz baja, señalando su ojo derecho y la mirada del chico se desvió hacia ella—. Nunca se imaginan que alguien tan joven podría estar marcado así.

Porco volvió a fruncir el ceño y volteó el rostro con violencia, mirada brillando por la luz del sol del mismo modo en el que lo había hecho el día de ayer. Volvía a estar la rabia ahí y la tristeza, la tensión en sus hombros que no parecía querer dejarlo incluso si el chico intentara.

Era dolorosamente como Eren había tomado por actuar durante los últimos meses antes de la toma del Muro María, cuando los recuerdos se volvían más pesados y exclusivamente una vez Félix le comunicó su plan de venir a Marley. El enojo que los había marcado ese día que fue a acompañarlo al cuartel tras el fallido intento de conectar con el Fundador seguía fresco en su mente, del mismo modo en el que el color jade del día anterior reflejándose en un espejo lo estaba.

—¿La hizo Reiner? ¿Tal vez Annie?

—No —negó él—. Zeke, de hecho, cuando intenté asesinarlo.

Su postura se puso rígida y le vio apretar su agarre alrededor del arma que llevaba consigo.

—¿Por qué creíste que sería culpa de Reiner?

—Porque todo es su culpa —escupió Galliard, ira cubriendo cada palabra dicha—. Fuiste tu mismo quien lo dijo. Si tan solo él no fuera tan inútil

Fue dicho tan naturalmente que Félix podría haber ignorado sus palabras y continuado como si nada hubiera ocurrido, pero el odio que las bañaba fue lo que lo tomó con la guardia baja. Parpadeando lentamente en un intento por procesarlas mejor, se giró para mirar al chico mejor y este de inmediato ladeó el rostro, a pesar de que sus manos lo delataban y lo tenso de su cuerpo por igual.

No iba a entrometerse, no iba a hacerlo. Esto no le correspondía arreglar, no le correspondía preocuparse de. Lo que sea que hubiera pasado entre ellos no era su problema y no lo sería jamás, y él estaba contento viviendo en la ignorancia, excepto… Excepto que no podía.

Porque aquí Porco Galliard estaba, hablando más de lo que lo había escuchado hacerlo desde que los presentaron ayer en Liberio, y una parte suya le pedía casi a gritos porque preguntara y saciara la poca curiosidad que sentía en la boca de su estómago.

—No te cae muy bien ¿cierto?

El agarre en su arma se apretó, los nudillos se le pusieron blancos. Félix consideró cerrar la boca y dejar el tema ir.

—Marcel era mi hermano.

Oh.

Oh, mierda.

La boca se le cerró con un audible sonido de sus dientes chocando entre sí al escucharlo decir eso. Una sensación nauseabunda comenzó a darle vuelta en las entrañas cuando recordó la forma en la que había hablado ayer, la burla que le había hecho a Reiner mientras mencionaba a Marco y a Marcel, y lo tenso que Porco había lucido entonces.

Tenía sentido, tenía mucho sentido que el rencor que guardaba para con Reiner viniera de ahí. Era similar con Félix excepto que difería un poco, porque si bien Reiner había llegado a invadir junto a sus amigos, las órdenes habían sido de otros y él solo las había llevado a cabo.

Y él sabía cómo se sentía eso, cómo era el saber que la persona responsable estuviera a solo pasos de ti y tu no pudieras hacer nada porque había reglas, y si las rompías, entonces podría ser tu cuello esta vez el que terminaría cortado.

Lentamente, un sentimiento de culpa comenzó a subirle por el cuerpo, a anidarse en su pecho. No debí haber dicho nada, sabía que no debí de haber dicho nada y aún así fui y abrí la bocota, y probablemente hice a este chico sentirse mal. Félix conocía ese sentimiento, el que se reflejaba plenamente en sus ojos; esa añoranza y ese deseo de querer volver el tiempo atrás, de volver a ver a la persona que ya no vivía más.

Marcel había muerto muy lejos de casa, y su familia, Galliard no había obtenido la oportunidad de haber sido presentado con un cuerpo al menos al que poder llorarle. ¿Cómo se sentía eso?

Él lo sabía. Lo sabía muy bien.

—…Ya. Entiendo, lo lamento.

—¿Por qué? —siseó el otro, molesto—. ¿Por qué lo sientes? Fue su estúpida decisión, suya y de Reiner. Pero si tan solo no fuera tan malditamente inútil-

Su voz se cortó abruptamente y Galliard se enderezó, tieso y con los nudillos blancos, los labios apretados.

Félix se enganchó a sus palabras de inmediato.

—No suenas muy contento con ello.

—¿Con qué?

—Con que Marcel fuera a Paradis.

Porco tragó saliva.

—A la mierda Paradis —escupió—. Y a la mierda esta estúpida, innecesaria guerra.

A la mierda Marley, fue lo que no se atrevió a decir pero lo que Félix entendió. A la mierda esta nación.

Lento, muy lento, dejó ir el aire que había retenido y se volvió a mirar al frente, en donde la desolación del terreno se extendía y la línea divisora entre países comenzaba. Había montañas a lo lejos, un par de bosques que alcanzaban a distinguirse desde esa altura, y poco a poco, el terreno comenzaba a secarse y los parches de césped se volvían escasos.

Magath había dicho que esto era como un limbo entre relieves, en donde la tierra descansaba para ser tan miserable como pudiera antes de volver a ser de utilidad, y él no entendía bien a qué se refería. En Paradis no existían relieves así, no dentro de los muros al menos. En el interior, todo era siempre verde, pastoso, con múltiples algos y ríos, arroyos y un par de cascadas, montañas y cerros y colinas y llanuras y campos de flores que se extendían hasta donde el mundo comenzaba.

—Mhm… No le diré nada a Magath —murmuró, golpeando su casco contra la roca tras de sí—. Puedes decirlo si quieres. Marley es un pedazo de mierda y si yo pudiera, tampoco querría estar aquí.

—Tu eres un demonio —siseó el chico, pero no negó lo que dijo—. Por supuesto que tu no quieres estar aquí.

—Pero los demonios son malos, ¿sabes? Destruyen cosas —dijo en voz baja, ladeando el rostro para mirarlo de frente—. Quizás haga eso y ya.

Los ojos de Porco crecieron un poco en tamaño y lo escuchó tomar un respingo de aire.

—¿Qué-?

Entonces hubo pasos, voces bajas. Félix levantó su mano para silenciar al chico y se estiró para echar un vistazo por encima del muro, dando cautelosos vistazos desde detrás de el para observar el extraño camino que continuaba al otro lado de donde los dos se encontraban. Porco apenas si respiraba junto a él cuando las voces ganaron volumen y luego aparecieron las figuras, cinco a lo mucho, junto al tintineo de botas y armamento.

Agachándose detrás de la pared, se apresuró en agarrar su rifle con dedos rígidos, su mirada pasando a Porco e indicándole con su dedo que guardara silencio.

—Deja que se acerquen —susurró, notando que la voz le temblaba—. Cuando lo hagan, tomaré mi casco y lo lanzaré hacia ellos, y en cuanto lo haga, nos pondremos de pie y dispararemos, ¿de acuerdo?

Galliard asintió, sus ojos hechos piedra, su mandíbula apretada al igual que sus dedos lo estaban alrededor de su propia arma.

No estaba muy seguro de que pudieran hacerlo, porque la verdad es que Félix no tenía un plan en concreto, no para esto. Si algo salía mal y uno de los otros sujetos terminaba disparándoles, ¿qué deberían hacer? ¿Huir? No había manera de hacerlo a menos que se lanzaran desde esa altura y rogaran porque ocurriera un milagro y su cuerpo no terminara aplastado contra el suelo.

Era mejor esto que nada, se dijo a sí mismo. Si moría era probable que despertara de nuevo y volviera a Paradis, sin recuerdos y sin manera de saber cuán jodidas se pondrían las cosas en un futuro. Sus sueños eran pacíficos hasta que algo los volvía pesadillas, y si eso no ocurría…

Con una sacudida de su cabeza, despejó esos innecesarios pensamientos y los desechó de inmediato, no queriendo hundirse en posibilidades y tonterías que no tenían cabida en ese momento. No podía preocuparse de eso ahora mismo, durante una situación de tal índole. Se concentró en el palpitar de su corazón, los pasos que se acercaban, las voces, los susurros, en todo menos en el miedo que se le arremolinaba en el pecho.

Pasó un segundo, luego otro, luego otro y entonces uno de los sujetos gruñó a solo un par de metros de donde él se encontraba y Félix se sacó el casco con lentitud, contando hasta tres antes de impulsar su mano hacia atrás para lanzarlo.

Hubo un ruidoso clank, una exclamación en un idioma desconocido y él y Porco saltaron de detrás del pequeño muro con sus armas alzadas. Los disparos hicieron eco a su alrededor y dos cuerpos se desplomaron hacia atrás sangrantes, y cayeron por el otro costado del montículo de rocas. Félix los observó caer por un milisegundo antes de redirigir el cañón del rifle justo cuando otro era disparado, y la bala pasó zumbando en el espacio entre él y Galliard.

Félix la vio, girando gentilmente mientras una pequeña corriente de aire se rompía alrededor de la punta, y se perdía al otro lado de su abismo.

—¡Agáchate!

Su mano encontró el hombro de Porco y el chico se deshizo bajo su toque, perdiéndose bajo el muro en el momento exacto en el que otra bala atravesaba el sitio en donde había estado de pie momentos antes.

Su dedo encontró el gatillo y lo presionó cuando otro de los sujetos rompía en fuertes, roncas exclamaciones, y el otro a su lado perdía equilibrio debido a una bala alojada en su pierna. Félix, con las manos temblorosas, bajó el rifle y lo sostuvo de la culata, empujándolo hacia el frente para golpear al primero en el rostro. El sitio era demasiado angosto, empinado y resbaladizo, y aún así se atrevió a saltar por encima del pequeño muro que los protegía para golpear al segundo sujeto con el cañón. Trastabillando, el arma se le deslizó de las manos y cayó al suelo, resbalando por las rocas y cayendo con el mismo impulso que los otros dos primeros sujetos lo habían hecho, perdiéndose al otro lado del vacío.

El tipo dueño del arma alzó la mirada, furioso, y se abalanzó sobre él. Félix alzó sus manos y lo detuvo, propinándole un golpe en el rostro con el arma y haciéndole retroceder y golpearse contra una roca salida que lo hizo gruñir. Había sangre en su boca y un moretón en su ojo, y el azabache no gastó tiempo en alzar el rifle de nuevo y disparar.

Tres, tres caídos, quedaban dos, y si se daba prisa-

El ensordecedor sonido de otra arma siendo disparada interrumpió sus pensamientos y levantó la vista rápidamente, y vio a un sexto hombre que no había notado mientras los demás se acercaban. Sus ojos se agrandaron y se corrió a prisa hacia un costado, evitando que le dispararan solo para encontrarse con el otro sujeto que aún seguía de pie. Félix alzó su brazo y esquivó un golpe, resbalando sobre las rocas cuando el tipo lo empujó hacia el costado donde la ladera se encontraba y el pánico que le subió por la garganta casi lo hizo vomitar.

Hubo otro disparo, y después otro, y el hombre que lo tenia sujeto del brazo retrocedió y tiró un puñetazo, acertándole de lleno en el ojo donde estaba su cicatriz. Félix aulló de dolor y trastabilló hacia atrás, llevándose la mano al rostro para cubrirse con ella y chocando contra el muro en el que se habían ocultado.

Antes de que el otro se le pudiera acercar, Porco volvió a disparar, y el cuerpo se quedó inmóvil antes de desplomarse al suelo, y quedarse quieto sobre las rocas.

—Mierda —carraspeó—. Mierda, mierda.

—¿Te hirió?

—No, no, es… —el ojo le ardía, ¿por qué carajos le ardía si había pasado más de un mes y la maldita cosa estaba finalmente curándose?—… No es nada. Gracias por eso.

Porco le miró en silencio, la manera en la que se cubría el rostro y evitaba voltear a verlo. El rifle colgaba de su hombro, y los tres cuerpos que permanecían ahí arriba con ellos comenzaban a manchar las rocas de sangre de la misma manera en la que el campo debajo de ellos lo estaba. Félix podía verlo mejor desde ahí arriba, a pesar del humo y el polvo que se alzaba, veía las desfiguradas formas acostadas inmóviles en el suelo y las manchas, y a pesar de que no veía la sangre, él sabía que estaba ahí.

—Volvamos abajo —murmuró, bajando lentamente su mano y desviando la mirada de los cuerpos, la sangre y Galliard—. Tengo la sensación de que va a ser más difícil el descenso que la subida.

—… ¿Qué hacemos si alguien vuelve a tratar venir por aquí?

—Pues… —dijo, titubeando—. Pues les disparamos y ya.

Hubo silencio, y solo cuando dejaron de temblar es que se atrevieron a comenzar su camino de vuelta al suelo.

Félix sentía las manos pesadas, sucias, manchadas.

No quería mirarlas porque sabía qué vería si lo hacía; era lo mismo que en Klorva, lo mismo que en Trost. Estaba de vuelta en los tejados del distrito viendo que un carruaje se alejaba, viendo que un hombre corría, volvía a escuchar la palabra puta y volvía a perder el control, y una vez lo ganaba de vuelta, bajaba las manos y veía un rostro desfigurado, lleno de sangre, un ojo hundido y una nariz encarnecida.

Él había matado antes, había disparado un arma. ¿Por qué entonces tenía ganas de vomitar? ¿Por qué las náuseas en su estómago las sentía en su pecho por igual? ¿Por qué el corazón le latía tan desesperado si todo esto ya lo había hecho antes?

La sangre en sus manos no dejaba de ser sangre solo porque los cuerpos dejados atrás pertenecían a un enemigo. Era lo mismo aquí, en Marley, y allá, en Paradis.

Sangre era sangre y sus manos estaban manchadas, ¿qué más daba?

Una vez abajo, Porco pasó a su lado sin mediar palabra y volvió hacia donde el comandante Magath se encontraba, diciéndole algo al hombre antes de desaparecer en el caos nuevamente sin dirigirle una sola mirada. Félix se acercó, lentamente y con el rifle siendo casi arrastrado, y se detuvo frente al comandante.

—¿Y bien?

Titubeó por un segundo, mirando hacia donde el montículo de rocas estaba y luego en la dirección donde Porco había desaparecido, un par de gotitas de sangre siendo lo único dejado atrás.

Se le apretó el pecho.

—Si tienes explosivos, haz volar esas rocas, o tendré que volver a subir.

Se dio cuenta también de la falta de quejidos de dolor, y cuando buscó al hombre moribundo de hace rato, ya no lo encontró.

OOOF CÓMO ESTÁN LMAOOOO

Lamento muchísimo haberme desaparecido estas últimas semanas, pero si son de México entonces entenderán que el mes de diciembre, a partir del 15 más o menos, está LLENO de festividades lol aka las posadas lol. Yo les juro que me iba a una a eso de las 6pm y llegaba a mi casa cerca de las 11pm, y como son hechas entre mi familia, no había manera de zafarme de ellas porque luego se OfEnDEn lmaoooo pero ta, que conseguí escribir este capítulo durante esta semana y pensé "damn, lo guardaré para el domingo" pERO WRONG, decidí publicarlo hoy para que sea mi disculpa y a su vez el último capítulo del 2021, phew.

NOW, muchísimas gracias por el increíble apoyo que le han dado a FotD durante todo este año. Cuando empecé a escribirlo jamás se me cruzó por la cabeza que ganaría esta cantidad de apoyo, y que les gustaría a tantas personas. Literal, yo estaba aquí en mi esquinita apreciando los pocos comentarios que recibía y de repente todo subió enormemente y más personas llegaron y comenzaron a amar la historia, así que muchas gracias por hacerlo, de verdad que me alegra muchísimo que les guste y que sigan aquí conmigo y hayan decidido darle una oportunidad. Friend of the Devil tiene 64.3k de visitas y 9.8k de estrellitas y, Dios mío, jamás me espere que mi historia fuera a ser recibida así de bien, en verdad que les debo mucho.

Prometo que este 2022 me esforzaré más con los capítulos para hacerlos más largos (phew!) y para profundizar la historia, y vendré con muchas más fanfictions. Les agradezco el inmenso apoyo y les deseo lo mejor en este año nuevo, los quiero a todos muchísimo<3

Especial shout-out a mis amigas, cyn, bad, magali, cathy y abba, que por estas dos últimas comencé a escribir y las tres otras me dieron la energía y el apoyo para continuarla, las amo con todo mi corazón <3333333

Btw, les dejaré un par de cositas aquí que Magali hizo para mí (la amo muchooooo!!!!!! Vayan a darle mucho amor pls es b-barnes ) PERO solo para que estén informadas, y si gustan claro, me hice un instagram en donde estaré subiendo cositas de mis historias, por si gustan ir a seguir el username es ohwallofroses (está en privado y no suelo usarlo mucho, pero prometo seguir de vuelta!!)

Gracias por todo, Feliz Navidad atrasada y Feliz Año Nuevo, los amo!!!!!💖💖💖💖💖💖💖💖💖💖


Estas hechas fueron por Magali junto con un HERKSLFOS VIDEO HERMOSO OLG ME VOY ACORDANDO RGANL GOD PORQJE ME LO JIZO Y ME LO RDHALO COMO DESDE HACE IDL DOS MESES???? PEEO OKALA SE PUEDA PONER HERE IR GOES PERO AL PARECER NO LMFAOOOO SO ESTE ES MI IG PARA QUE ME SIGAN PORQUE LOS GOY A SUBIR ALLA

LOS AMO GRAXIAS POR TODO

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top