71. Arrepentimientos

CAPÍTULO SETENTA Y UNO
ARREPENTIMIENTOS
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Las nubes en el cielo se movían con lentitud.

Sus costillas crujían cada vez que se movía, por lo que trataba de no hacerlo mucho. Aún así, la vista del cielo encima suyo era agradable, y el día estaba fresco. Había sol, a pesar de que Félix no podía verlo muy bien.

Había algo en su rostro, ahora que lo pensaba bien.

—Esa tiene forma de conejo.

La voz que habló desde su costado le resultaba conocida, aunque no podía reconocerla muy bien dado el repentino pitido en sus oídos. Movió una de sus manos hacia arriba y se cubrió la oreja con la palma, presionando con fuerza para tratar de desaparecer lo que sea que ese sonido fuera.

—¡Oh! Allí hay una con forma de carita sonriente. ¿La ves?

Una suave risa resonó en su mente, como el pasar gentil de una brisa junto a él. Félix volvió un poco la cabeza y, a través de la bruma de confusión que nublaba su mente, vio un destello de mechones negros que se movían lentamente sobre la hierba verde.

Su primer pensamiento fue Frieda, el segundo fue un ardiente dolor de cabeza que pareció partirlo en dos y luego el pitido volvió con mucha más fuerza, ahogando sus propios pensamientos en nada pero incoherentes sonidos que parecían apilarse más y más contra el irritante pitido en sus oídos.

Félix se cubrió los oídos con las manos y cerró los ojos, apretando sus párpados con la fuerza suficiente como para ocasionarse el ver puntos negros al abrirlos. Excepto que al hacerlo, no pudo.

—¡...lix! ¡Félix!

Y de repente, todo se quedó en silencio.

Fue como volver a ese día, se dio cuenta un momento demasiado tarde.

Allí estaba una vez más, sentado frente al lago en la propiedad de los Jovan, diciéndole a Frieda que podía regresar con ella a Mitras, transferirse a la Policía Militar y quedarse a su lado.

También fue como ver los campos de girasoles por primera vez, con el débil eco del viento contra su rostro, ondeando suavemente en su cabello. Era como correr a través de ellos, escuchar el crujir de la hierba bajo sus pies, el sol en su cara.

Era él tirado en la tierra, parpadeando con lágrimas de sangre fuera de sus ojos y mirando hacia el cielo solo para encontrarlo sin nubes, sin nadie a su lado. El eco lejano no era de risas sino de gritos, no había brisa pero sí humo.

También olía a muerte.

Fue como volver a ese día, se dio cuenta demasiado tarde cuando sintió un agudo dolor en su ojo y el sueño se desvaneció.

━━━

Félix despertó sobresaltado y lo primero que hizo fue cubrirse el ojo derecho con la palma de su mano, presionándola contra el a pesar de que la cicatriz le ardía.

Debajo de su tacto, sintió una humedad que estaba seguro no había estado ahí antes de ir a dormir, y el pecho se le apretó.

Respira, se dijo a sí mismo. Su pecho subía y bajaba a prisa cada vez que trataba de tomar una bocanada de aire solo para terminar expulsándolo todo en un tembloroso suspiro. Por Dios, respira. Inhala, exhala, inhala, exhala. Así es, hazlo así.

La mano en su rostro también temblaba, y su brazo. Y el otro por igual.

Una capa de sudor le bañaba el cuerpo entero para cuando se sacó las cobijas de encima con brusquedad y trastabilló fuera de la cama con pies entorpecidos, la habitación oscura y sus ojos inútiles. Aún le costaba respirar.

¿Qué había sido eso? Probablemente el sueño más largo de su vida.

Tras sus ojos aún estaba impresa la nítida imagen de un campo de girasoles y los tallos verdes que sostenían las flores y en sus oídos, aparte del molesto pitido, estaba el eco de una carcajada.

No había nada de luz en el interior de su habitación, excepto por el tenue refulgir de las brasas en la chimenea, los destellos anaranjados lamiendo la duela de madera en el suelo y creando sombras que se alargaban por la alfombra y acariciaban los postes de su cama.

Con lentitud, alzó su otra mano y la colocó sobre su pecho con el más suave de los tactos, apenas y presionando la yema de sus dedos contra la desnuda, sudorosa piel; el corazón le latía a prisa, ba-dump ba-dump ba-dump, y mientras más respiraba para poder controlarse a sí mismo, más se daba cuenta de que el ritmo de sus latidos no descendía.

Estaba asustado, se dio cuenta un segundo más tarde, y con ello Félix se puso en pie a prisa y se movió hacia su baño, abriendo la puerta de golpe hasta que ésta se golpeó contra el muro. Sus rodillas hicieron un seco sonido al impactar con el suelo y las viscerales arcadas lo hicieron vaciar su cena de esa noche en el retrete.

Solo fue otro sueño, se dijo a sí mismo mientras se ponía en pie y se dirigía a lavarse la boca. Otro absurdo sueño.

—No es nada —murmuró en el silencio de su habitación—. No pasa nada. No pasó nada, estoy bien, ¿cierto? Estoy bien.

Su voz sonaba un poco estrangulada incluso para sus propios oídos, muy aguda y ahogada. El sudor que estaba en su frente resbalaba con lentitud por sus sienes y por encima de la cicatriz. Félix la observó en el espejo, trazándola lentamente con su mirada y luego con su dedo, apenas si viendo el deslavado color que el verde en el iris poseía ahora.

Curioso, alzó su mano y se cubrió el ojo derecho y parpadeó al no notar ningún cambio y luego lo hizo al contrario, cubriendo el izquierdo también. Así, ver era difícil.

Era como ver nada más que sombras oscurecidas por un fino velo que obstruía su visión, que deslavaba los colores del mismo modo en el que el verde en su ojo lo estaba, y lo hacía todo muy... Borroso. Sí podía ver, solo... No muy bien. No como solía hacerlo, por lo menos, y eso le molestaba.

El saber que estaba así de jodido, físicamente hablando... Ah, no le gustaba para nada.

Si Frieda lo viera en esos momentos, ¿qué le diría? Si lo hiciera Erwin, ¿qué pensaría de él?

¿Qué diría su madre si supiera que estaba parcialmente ciego? ¿Qué le diría Historia, qué le diría Eren?

Pensar en ellos le hacía sentirse abrumado, y Félix odiaba sentirse abrumado. Odiaba sentirse listo para estallar en lágrimas porque no quería llorar, y la opresiva sensación en su pecho solo lo empujaba a hacerlo, pero no quería.

Quería que estas horribles y estúpidas pesadillas se detuvieran, que éstas otras vidas se extinguieran y fueran olvidadas. Quería que estos malditos ciclos se detuvieran, que se llevaran consigo sus recuerdos. Quería que todo el mundo se detuviera por lo menos un momento y le diera tiempo para respirar, para volver a ponerse de pie y seguir con lo que fuera que estuviera haciendo.

También quería un abrazo de su madre. O de Erwin.

(Quería volver a casa.)

Permaneció ahí durante un minuto completo, mirando en silencio cómo se consumían las últimas brasas del fuego en la chimenea hasta volverse nada pero cenizas y carboncillo, y luego sus pies se movieron por sí solos y su mano tomó la perilla de la puerta hasta tirar de ella y abrirla, dejando entrar un aire frío a la habitación.

Félix no se detuvo a considerar que quizás salir semi desnudo al frío no era una buena idea, porque de repente echó a caminar rápidamente por el pasillo, sus pisadas apenas haciendo ruido contra las duelas de madera, y el eco de la risa de Frieda perdiéndose a su espalda a medida que se alejaba de la puerta de su habitación.

Necesitaba un minuto. Necesitaba respirar, y allí en esa habitación... Se estaba asfixiando ahí dentro.

Consideró ir a la habitación con el piano y sentarse en el banquillo y presionar las teclas a lo tonto hasta que amaneciera, quizás tratar de recordar la manera en la que Frieda lo tocaba para imitarla y enseñárselo a Fine, pero pensar en ella dolía en esos momentos. De hecho, muchas cosas dolían en esos momentos.

El débil ardor con la que su cicatriz parecía vibrar era un constante recordatorio de su pesadilla de esa noche, y mientras más pensaba en ello, más sentía que la garganta se le cerraba.

Estaba cansado de ellas, de la pérdida de sueño y los constantes recordatorios de que en muchas otras vidas, en muchos otros momentos, había fallado.

El pasillo principal del primer piso estaba desierto y oscuro, con solo el tenue susurro del viento golpeando la puerta de entrada siendo escuchado. Se preguntó qué hacer ahora, a dónde ir, si sería buena idea salir por la puerta principal y echarse a correr hasta conseguir una manera de volver a Paradis sin que nadie lo detuviera, lo que era prácticamente irreal porque Paradis estaba al otro lado del océano y Félix técnicamente pertenecía a la nación enemiga, así que salir del país no sería tan fácil como había sido entrar.

Quizás si me pongo en contacto con Zeke... ¿Y hacer qué? ¿Pedirle que por favor lo devolviera a Paradis? ¿Qué lo ayudara a llegar a la isla? Zeke probablemente lo miraría en silencio mientras lo juzgaba por su estupidez, o tal vez solo le dijera a Magath, y Magath le diría a sus superiores, sus superiores le informarían al tribunal, y el tribunal le informaría a Willy de inmediato.

Zeke me delataría sin pensarlo ni un segundo, el muy imbécil. Podremos haber sido amigos antes, pero no ahora. No aún. Es muy probable que Paradis ni siquiera sea su mayor preocupación en estos momentos, no hasta que él y Kiyomi...

Félix parpadeó con lentitud. Kiyomi. Una breve imagen de una gentil sonrisa y ojos astutos pasó a prisa por su mente, haciéndole enderezarse de golpe. Kiyomi estaba en la fiesta con el resto de los embajadores. Su mirada viajó hacia el pasillo contrario que llevaba a la oficina de Willy e involuntariamente comenzó a andar en aquella dirección.

Si consigo ponerme en contacto con ella...

Era la idea más estúpida que se le había ocurrido en un buen tiempo desde que decidió que venir a Marley valía la pena, pero a ese punto estaba tras todo ello y solo quería volver a casa, al lugar en el que había crecido, el que conocía como la palma de su mano. Solo quería algo de familiaridad en un mundo donde todo parecía muy grande y para nada suficiente.

El retrato que colgaba en el muro contrario frente a la puerta del estudio de Willy le miró mientras avanzaba por el pasillo hasta detenerse y sostener la perilla. La leve capa de sudor que cubría su cuerpo había comenzado a secarse, haciéndole sentir con un poco más de notoriedad que la casa estaba fría y que él estaba sin camiseta.

Debí haber hecho caso a Lara y usar uno de los sets de pijama de mi guardarropa.

No me hará falta, contradijo su voz, no cuando vuelva a casa. Cuando contacte a Kiyomi y me ayude a volver a casa, esos sets de pijama no harán falta. Nada de esto hará falta.

No su presencia en Marley, ni la tentativa amistad que había formado con la menor de los Tybur. Si volvía a casa, a Paradis, nada de eso haría falta ya.

¿Y después qué? murmuró otra voz, ¿después qué harás? ¿Después qué harán? Las naciones no van a escuchar, no van a confiar. Es probable que se pongan del lado de Marley solo porque la situación es muy incierta, y el poder militar de ellos es masivo, mucho más grande de lo que Paradis podría ser.

Incluso con los titanes colosales, ¿en verdad crees que todo se resolverá contigo yendo de vuelta a casa como un perro asustado?

Sus dedos se cerraron alrededor de la perilla y la apretaron cuando sintió una oleada de incertidumbre recorrerle el cuerpo. Kiyomi no me conoce, no sabe quién soy, no sabe de dónde vengo. Aunque lo sospeche, aunque sea tan astuta y avariciosa como un zorro, no sabe nada.

No aún.

Podría entrar al estudio de Willy en esos momentos sin que nadie se diera cuenta y buscar la información que quería, tal vez podría ponerse en contacto con la mujer de alguna manera por igual. ¿Pero de qué serviría arriesgarse así sin saber exactamente cómo proseguir? Había ido allí con un motivo, con la determinación de encontrar alguna otra solución a su inminente guerra que no involucrara sacrificar a dos chicos inocentes de tan solo quince años, sin importar qué otros deseos egoístas pudiera tener él.

Historia y Eren, ellos son mi prioridad. Es por ellos que estoy aquí, es por ellos que decidí venir.

Si abría la puerta y entraba, y si conseguía lo que quería, ¿cómo lo haría llegar a ellos de cualquier manera?

Kiyomi. Solo podría con Kiyomi, una vez que Zeke hablara con ella y una vez que ella fuera a Paradis y hablara con Historia.

No vale la pena arriesgarse ahora, tan solo desperdiciaría otra oportunidad, probablemente la quitaría del camino y ya. No le haría ningún bien a nadie que actuara así de irracional, así de impulsivo.

Lento, muy lentamente, dejó ir la perilla y retrocedió un paso.

Su respiración se había acelerado un poco entonces, dividido entre irse o quedarse y seguir adelante con su idea. Pero, por mucho que quisiera buscar una forma de volver a casa, seguir adelante con su ridícula idea y entrar al estudio de Willy significaría entonces perder la guerra, y Félix realmente no podía permitirse el lujo de hacer eso.

Así que se dio media vuelta y volvió tras sus pasos.

La tranquilidad de la casa lo hizo diez veces peor, porque todas esas voces en su cabeza, los susurros contra su oído, la alegre pero fantasmal risa de Frieda siguiéndolo desde sus pesadillas se intensificó, y de repente había una cacofonía circulando alrededor suyo.

Fue como todos esos meses atrás, con migrañas comenzando a palpitar tras sus párpados, los susurros y las voces, los cánticos, la interminable letanía de llantos y gritos que venían con torbellinos de imágenes que en su vida habría querido ver. Fue como estar de vuelta bajo la superficie del lago en la propiedad de los Jovan, sujeto a un par de cadenas hechas de arena pero siendo incapaz de romperlas, viéndose sometido a tener que lidiar con ello y ya.

Estaba cansado de eso. Cansado de todo y nada y lo único que quería era volver a casa.

—¿Félix?

El azabache se detuvo abruptamente y parpadeó en confusión, frunciendo el ceño al encontrarse en el interior de la cocina. La poca luz que iluminaba una sección de ella delineaba la silueta de un hombre sentado frente a la barra en el centro de la habitación, de espaldas a la estufa y a unos gabinetes que se encontraban en el muro.

La bruma que había comenzado a nublar sus pensamientos se alzó con lentitud, dejándole pensar con más claridad, dejándole respirar. Félix echó un incierto vistazo por encima de su hombro hacia donde se hallaba el pasillo y lo descubrió oscuro, en silencio, permeado en un sentimiento de soledad y abandono que le ofuscaba horrible.

La poca luz en el interior servía para iluminar solo una pequeña porción de la puerta de entrada, que se había cerrado tras él, así que tras examinar el camino que no recordaba haber andado, se volvió al frente y suspiró.

—...Lo siento.

Willy se enderezó un poco en su lugar e igualmente frunció su ceño.

—¿Qué haces despierto a estas horas?

El azabache se encogió de hombros y dio pasos tentativos para acercarse a la barra.

—No sé. ¿Qué hora es?

—Cerca de las cuatro de la mañana —murmuró el otro, viéndolo en silencio—. ¿Te encuentras bien?

Era probablemente la pregunta más estúpida que alguien podría haberle hecho en ese momento, y tal vez debería estarse preocupando un poco más de ello porque hacía solo momentos atrás, segundos que había estado contemplando entrar sin autorización al estudio de Willy para hacerse con un par de cosas y huir de la casa de los Tybur, lo que probablemente era un delito, es solo que... No podía.

No podía preocuparse de ello con exactitud. No ahora por lo menos.

Félix se dejó caer en la silla frente a la barra y se talló los ojos con el dorso de sus manos, sofocando un gruñido tras sus dientes.

—...Solo tuve un mal sueño.

Willy escaneó su rostro con avidez, notando de inmediato las marcas bajo sus ojos, moretones negros y morados marcando la pálida piel y desvaneciéndose con lentitud. El ceño del rubio se frunció aún más.

—Creí que habías encontrado una solución para eso ya.

Él solo sacudió su mano con desdén y dejó ir el tema, dejando que su cabeza cayera sobre la superficie de la barra y permaneciera ahí por un buen rato mientras su corazón se tranquilizaba y conseguía recuperar el aliento.

Los susurros seguían ahí, del mismo modo que la risa de Frieda lo estaba.

—¿Quieres un poco de té?

—No me gusta el té.

—No es té negro.

—No me gusta el té.

El rubio suspiró.

—¿Qué quieres entonces?

—...Quiero dormir.

—Dormir, uh —murmuró el Tybur en voz baja—. ¿Qué te ayuda a dormir después de una pesadilla?

Félix sintió que un leve sonrojo le subía por el cuello e inmediatamente negó con su cabeza, reacio a abrir la boca.

—¿Por qué no me dices qué haces tú despierto tan tarde, uh? —debatió el azabache, alzando un poco su cabeza y mirando al otro con suspicacia—. ¿Un señorito como tu no debería estar medio muerto para estas horas?

Félix aguardó unos segundos, porque sinceramente él esperaba esa suave risa con la expresión abierta que comenzaba a ser común en Willy cada vez que Félix abría la boca para decir alguna estupidez, o tal vez esa otra extraña expresión que el rubio hacía con la boca cuando Félix se comportaba como un idiota a propósito, lo que fuera que esperaba, no sucedió.

Una parte suya de inmediato supo que esa no era la ruta a seguir, que lo que fuera a decir bien podría llevarlo por ella o sacarlo de una sola patada.

El rostro de Willy permaneció sereno, con su boca ligeramente sonriendo, el rubio cabello suelto, sin peinar, un poco desordenado de la nuca que indicaba que había pasado un rato dando vueltas inútilmente en su cama, probablemente mirando el techo como un idiota no sabiendo qué hacer. Félix sabía de ello porque él había pasado por eso ya, y apestaba.

Sus ojos, sin embargo, lo delataron de inmediato.

Tragando saliva con pesadez, desvió la mirada y la dejó caer en la esquina de la barra, hundiendo su mentón en el espacio entre sus brazos recargados en la superficie.

—¿Tan malo es?

Willy río un poco, aunque no era su usual risa. Félix hizo oídos sordos al destartalado, semi ahogado sonido.

—Un poco, sí —asintió—. Mi esposa... Ella no está muy feliz con mi decisión de traerte aquí.

—Mhm —eso se lo veía venir, del mismo modo en el que entendía la oposición de su padre por igual—. Bueno, al menos son sinceros con su desaprobación hacia mí.

—¿No te molesta?

—¿Tendría qué? —preguntó en un susurro, negando—. Es su hogar y yo lo estoy invadiendo, no veo porqué debería ser yo el que se sienta ofendido.

Ahí estaba esa mirada otra vez, entre simpatía y cariño que Willy usaba en ocasiones con él. A Félix no le gustaba, le hacía sentir mal; de sí mismo y sus circunstancias, de las personas que lo rodeaban, de las que no.

Había personas en Paradis que la habían usado con él cada vez que su padre era mencionado, como si sentirse mal de parte suya fuera algo que él necesitara. Era pura mierda, él sabía, y cada vez que alguien le dirigía ese tipo de miradas una pequeña sombra de resentimiento crecía y crecía encima suyo.

—No me mires así —dijo con la voz ligeramente ronca, destilando enojo con cada palabra—. Odio cuando las personas me miran así.

Willy abrió la boca por unos pocos segundos y luego la cerró, guardándose lo que sea que hubiera querido decir. Félix le miró furtivamente de reojo, buscando rastros en el rostro del otro que le dijeran qué estaba pasando por esa rubia cabeza del hombre.

—...Lo siento —terminó murmurando, dejando que sus hombros, que se habían alzado con el ligero cambio en su voz, cayeran con alivio.

Ambos se quedaron en silencio por unos pocos segundos, cada uno demasiado absorto en sus propios pensamientos como para tomar noticia del paso del tiempo, o de si éste continuaba su camino como siempre.

—Tu esposa —dijo el azabache de repente, dirigiendo su mirada hacia el otro—. Puedo... ¿Puedo hacerte una pregunta sobre ella?

Las cejas de Willy se alzaron un poco, confundido, y tras pensarlo unos pocos segundos asintió con lentitud.

—¿Por qué es tan... Sumisa?

Félix obtuvo pase directo, asiento al frente y con vista perfecta del inmaculado rostro de Willy Tybur yendo de una expresión confundida a un sonrojo que lo hacía ver como una manzana, cubriendo sus mejillas y parte de su frente, irradiando esa vibra de vergüenza que rara vez se le veía.

Enderezándose, tiró la cabeza hacia atrás y largó una carcajada que estaba muy seguro podría haber sido escuchada por los demás residentes de la casa.

—¡No me refería-! ¡No puedes ser tan-!

Willy siseó, rojo del rostro desde la punta de las orejas hasta por debajo de su camisa de dormir.

—¡Félix! ¡Cierra la boca, Félix!

—¡Oh, vete al carajo Willy!

—¿Dis-disculpa? —tartamudeó el otro, indignado—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

Félix, el muy bastardo, se limpió un par de lágrimas y se reclino al frente, apoyando sus antebrazos en la superficie de la barra para mirar directamente al otro. El sonrojo seguía ahí, mezclado con la clara indignación en el rostro del otro que solo conseguía hacerlo sonreír.

—Dios, Willy, que mente tan sucia tienes-

—Félix.

—Oh, por favor, fuiste tu quien-

Félix.

—Ya, ya —dijo, rodando los ojos con diversión—. Me callo, pues. Yo solo estaba curioso por su reacción tan... Extraña.

—Es que no le caes bien.

Otra pequeña carcajada fue golpeada fuera de él y esta vez le tomó menos el dejar de reír. Willy no se veía ni un poco entretenido, devolviéndole una mirada poco impresionada con sus idioteces.

—Ya, perdón —resoplando, se pasó una mano por el cabello y tironeó de los mechones hasta desordenarlo más—. Entonces, ¿qué con ella?

—¿Qué con ella de qué?

El azabache, sabiendo que el momento de bromear había pasado y que ahora podía conseguir un par de respuestas, se encogió de hombros con simplicidad.

—No sé, la encuentro extraña —dijo—. Extraña en el sentido de que... No parece sentirse cómoda aquí, o tal vez... Bueno, tal vez puede ser por mi presencia, pero no sé.

—¿Podrías ser más específico, por favor?

Félix parpadeó un segundo y se enderezó un poco, mirándole de frente. El rostro del otro se había convertido en una máscara fría y sin ningún tipo de expresión en ella, calma sí pero cuidadosamente a secas.

—Me da la impresión de que es miserable.

Willy dejó salir la más miserable de las risas que le había escuchado a alguien jamás.

—Mhm, todo matrimonio tiene sus altibajos, ¿no?

Félix se encogió de hombros.

—Lo más seguro —asintió él—. Eso no quita el hecho de que tu esposa es... No lo sé, uno diría que con la cantidad de hijos que tienen se vería un poquito más... Feliz.

Willy no dijo nada por unos pocos segundos, aunque era obvio que lo que le decía comenzaba a doler.

Por un momento pensó que tal vez volvería a enojarse como esa vez en su oficina, cuando ocurrió lo de Fine en la sala del piano. No le cabía duda alguna de que al hombre sí le preocupaba su familia, pero había una pared entre ellos que evitaba que se volvieran cercanos. Willy les miraba con profundo amor, el tipo de sentimiento que Félix solo había recibido de parte de su madre por la mayor parte de su vida, y eso debía contar para algo.

Pero cuando se trataba de cruzar los obvios espacios entre ellos, alcanzar al otro y profesar dicho sentimiento, el rubio no parecía demasiado interesado en ello.

Una parte suya creía que Willy estaba asustado. Y con justa razón.

—Nuestro matrimonio fue... —el Tybur titubeó.

—...Arreglado.

El hombre trató de ocultar el ligero encogimiento en su figura cuando habló, excepto que Félix estaba cansado, le pesaban los ojos y las ojeras cuando saliera el sol serían mucho más prominentes que en días anteriores. Pudo verlo con claridad; la mueca de incomodidad, el tic nervioso en sus dedos, flexionándose como si quisiera sostener algo con fuerza, o golpear algo.

Willy movió sus ojos hacia un costado, incapaz de mirarlo.

—...Sí —su voz sonaba estrangulada, por lo que carraspeó un par de veces para aclararla—. Sus padres eran figuras muy presentes en la sociedad marleyana, y los míos creyeron que sería una buena idea para solidificar nuestro lugar en Marley.

—Wow, tus padres son unos idiotas.

Willy le miró mal.

—Son mis padres, Félix.

—Y eso no borra el hecho de que son unos idiotas —había un poquito de enojo en su voz al hablar—. Bien por ti por haber conseguido una novia sin poner trabajo en ello, pero... Ah, no importa.

El Tybur se reclinó hacia atrás, haciendo un breve gesto con su mano.

—No, por favor. Continua.

¿Era... una especie de trampa?

Félix pausó por unos cortos segundos, mirando al hombre frente suyo y estudiando su rostro en caso de que revelara su sucio truco de que estaba dándole la oportunidad de cagarla aún más. Cuando vio que estaba siendo honesto, algo raro en el Tybur estirado, soltó un ligero suspiro y desvió la mirada hacia alguna otra parte, una de sus manos subiendo para rascarse la nuca.

—Es solo, no sé, ¿por qué los dejaste? Es... Es tu vida, no la de ellos. Al diablo la posición social, ¿en verdad solo... Solo lo aceptaste y ya?

—¿Qué podría haber hecho yo?

Félix, que había sido acosado por años para que aceptara meterse en un matrimonio arreglado con una chica que era más hermana suya que amiga, le miró ambas partes sorprendido y confundido.

—¿Qué podrías-? Hah, ¿qué podrías haber hecho tu? Pues para empezar, los hubieras mandado a la mierda.

—Son mis padres —insistió el otro, como si esa fuera razón suficiente para dejarlos hacer lo que se les diera la gana.

——Si fueran tus padres no te obligarían a atarte de por vida a alguien que no amas.

—Ellos solo querían lo mejor para mí.

—¿Para ti? —murmuró, entrecerrando los ojos e inclinándose hacia el frente—. ¿O para ellos?

Willy abrió la boca para protestar pero el azabache continuó como si no lo hubiera visto.

—Tu mismo dijiste que fue un matrimonio que solidificaría la posición de la familia Tybur en la sociedad marleyana. Ellos no lo hicieron por ti, per sé, si no por ellos. Un padre, Willy, siempre va a querer lo mejor para sus hijos termine hiriéndolos a ellos o no.

Tuvo que parpadear para deshacerse de los puntos negros que de repente invadieron su visión, pero no había manera de cerrar el agujero que continuaba abriéndose en su pecho mientras el silencio se prolongaba.

Willy lucía confundido, y quizás sorprendido de escucharlo hablar así, o no, tal vez lo estaba por un motivo bastante diferente.

—Es... Es lo que se supone que deben hacer. Cuidar de ti —murmuró, no entiendo muy bien por qué sentía la garganta seca y por qué parpadeaba constantemente—. ¿Qué clase de padre eres si condenas a tu hijo a pasar toda una vida en miseria porque eso es lo que tú querías?

No era justo, y Félix lo sabía bien porque él se había pasado la buena parte de unos meses odiando al hombre que era su padre por la decisión de no haberlo escogido a él y a Frieda sí. Uri no había querido esa vida para él, no había querido que Félix terminara envuelto en los problemas que ser un Reiss conllevaba, ni lo había querido atrapar con las cadenas que un mundo de arena de cielo oscuro ataba a sus muñecas cuando se volvía rey.

Félix sería un mentiroso si decía que eso era lo que él quería.

Quizás, pensó él, le debo una disculpa a Uri para cuando vuelva a verlo.

—Ah... Parece que estamos en las mismas.

Su mirada subió a prisa hacia Willy, viéndolo más relajado, su sonrisa un poco menos fingida, menos falsa. La mirada del rubio se había aclarado un poco.

—Mi padre era estricto. Aún lo es, en cierta forma, y me cuesta un poco... Lidiar con ello, pero tienes razón —el otro asintió, inclinando la cabeza hacia atrás y dejando que la larga melena rubia cayera por el respaldo de la silla—.No me veo capaz de hacer lo mismo con Fine o con alguno de los pequeños.

—Que bien por ellos —murmuró con un asentimiento—. Tu esposa y tu ya son caso perdido pero los niños no. Fine haría lo que tu le dijeras solo porque eres tú, lo que no entiendo pero bueno, bien por ti y su salud mental al no imponerles idioteces como esas.

Willy rio por lo bajo, el sonido apenas presente en el silencio de la cocina.

—Sientes mucho por éste tipo de temas, ¿no? ¿Alguna historia ahí que sea interesante?

Félix pensó, a la mierda, y asintió.

—Había un hombre que me consideraba una "buena elección" para su hija, aunque yo no quería. Crecí con ella, ¿sabes? Y no éramos cercanos, pero yo definitivamente no la veía de esa manera, y nunca, uh, sucumbí digamos, a la presión que ponía en mi para aceptarla.

—Bien por ti.

Félix, en broma, tomó un pequeño salero de encima de la barra y lo alzó en el aire.

—Brindemos por eso.

El Tybur negó divertido.

—Tu podrías haber hecho lo mismo, pero eres débil.

—No, solo soy respetuoso con mis padres.

—Ajá sí, vete al diablo. Ese respeto tuyo te ganó una vida llena de miseria, y honestamente... Creo que eso es buen karma.

El rostro de Willy se suavizó en una pequeña sonrisa con tintes de desprecio que atenuó un poco el ánimo dentro de la habitación, provocando una sensación de ira nostálgica que obstruyó sus oídos e hizo que los susurros junto a ellos fueran más bajos, pero no desaparecieron.

—A veces eres realmente hiriente con lo que dices, ¿sabes?

Félix se enderezó ligeramente en su asiento y se estiró hasta poder darle un ligero empujón al hombro del Tybur, desatando en él una pequeña carcajada que pareció hacer eco en la silenciosa, oscura cocina.

—Me iré a dormir ya —murmuró él, corriendo la silla hacia atrás y provocando un molesto chirrido con las patas de madera—. Tu vuelve con tu pobre esposa y trata de sonreírle un poquito. Tal vez bésala, a ver si así consigues que te ame al menos un poco.

Willy, muy maduro él, se giró un poco y tomó una servilleta que reposaba en las encimeras tras él junto a la estufa y se la lanzó. La servilleta hecha bola le rebotó en el pecho y cayó al suelo para comenzar a deshacerse ahí.

El Tybur se le quedó mirando como si lo retara. Félix río y le sacó la lengua antes de abandonar la cocina, un quedo buenas noches siguiéndole como susurros y murmullos una vez la dejó atrás.

━━━

Lara no lo despertó cuando entró a su habitación por la mañana. No abrió las cortinas ni hizo ningún otro sonido excepto probablemente una ligera exhalación a un lado suyo cuando se acercó para arroparlo con las cobijas.

Era mediodía para cuando finalmente lo hizo.

Lara estaba sentada en el sofá frente a la chimenea, leyendo un libro y bebiendo de una taza de porcelana de aspecto delicado con lo que él asumió que era café o esa cosa de manzanilla que a veces le gustaba beber durante sus lecciones.

Félix se quedó en la cama un par de minutos más, simplemente respirando en calma y observando el techo, saboreando las secuelas del silencio en su cabeza y la falta de imágenes de pesadilla del sueño de la noche anterior que lo habían mantenido despierto al menos por una hora más después de dejar a Willy en la cocina.

Todo estaba tan tranquilo, y él en verdad que lo disfrutaba.

—Buenos días —la voz de Lara era poco menos que un susurro, excepto que fue suficiente para fracturar esa poca paz que había mantenido hasta entonces.

Félix tomó un profundo respiro antes de dignarse a responder.

—¿Qué tienen de buenos?

—Que lograste despertar, supongo.

El azabache, gruñendo, rodó un poco hacia un costado para poder encarar el lado donde ella se encontraba y le tiró una mala mirada.

—Oh sí, un gran milagro.

—¿Por qué es que hay días en los que despiertas tan gruñón?

—Mhm, Lara —gimoteó, volviendo a recostarse de espaldas—. Me haces preguntas muy inútiles nada más despierto. ¿Se supone que deba estar saltando de felicidad?

—No, no creo.

—¿Entonces?

Con un resoplido, tiró un poco de sus cobijas y se metió debajo de ellas con un poco más de saña, murmurando un par de maldiciones bajo el aliento mientras lo hacía. Lara reía de vez en cuando, aunque en ocasiones le daba sorbos a su té y se mantenía en silencio, mirándolo tirar berrinche.

—Bueno, al menos lograste dormir un poco más, ¿no? —Félix ladeó el rostro y le miró ligeramente confundido, pinchando su entrecejo cuando ella volteó la cara lo mínimo y le dio una rápida mirada por encima de su hombro—. Willy me contó.

—Ah —el azabache parpadeó unos minutos, perplejo—. Estúpido Willy.

La mujer río y el delicado clink de la taza de té contra el plato de cerámica donde probablemente había sido puesto reverberó en la distancia como una campana lo hacía a veces en la lejanía de la ciudad de Lagos.

Aún estaba todo muy callado, por cierto. Afuera podía escuchar el tenue soplo del viento y las ahogadas carcajadas de quienes debían ser los niños Tybur, el suave timbre de la voz de Fine pidiéndoles casi a gritos que se comportaran.

No eran más ruidosos de lo que los susurros lo habían sido durante la noche, eso sí, y Félix estaba agradecido por ello. Si se veía forzado a andar a través del día con la risa de Frieda como un lamento contra sus oídos, iba a terminar haciendo una estupidez.

—Lara —murmuró él—. ¿La señora Tybur es infeliz aquí?

Pudo sentir el atropello que su pregunta causó en la formalidad de la mujer, ese pequeño encogimiento de hombros tan parecido al de Willy la noche anterior, como si hubieran sido heridos con algo. Félix no se atrevió a mirarla de más excepto por un breve, muy a prisa vistazo por el rabillo de su ojo.

Los hombros de la mujer de oscuros cabellos estaban ligeramente tensos.

—¿...Por qué preguntas eso?

—Es solo... Entiendo que haya sido un matrimonio arreglado, ¿vale? —titubeó un segundo—. Pero... Uno creería que con esta casa, en esta familia, con todo este... Interminable esplendor, uno pensaría que encontrarías algo aquí que te haga feliz.

Lara se volvió con lentitud en el sofá hasta poder mirarlo. Su brazo reposaba en el respaldo del mueble y sus dedos se sujetaban de el como si su entera vida dependiera de ello. Félix desvió la mirada a prisa, con el corazón casi en la garganta, y la fijó en las cortinas de finas telas que se hallaban sujetas a los postes de la cama.

—Creo que no-

—Los bienes materiales no son siempre la absoluta felicidad-

—Eso ya lo sé.

—No comprendo tu pregunta entonces, Félix.

—Bueno es que yo también voy a estar aquí atrapado de por vida, ¿no? Y a mi no me gustan las fiestas, no me gusta vestirme y pretender ser alguien que no soy, no me gusta fingir. Quizás eso sea lo que Willy prefiera, pero yo no.

Lara abrió la boca y si Félix hubiera sido un poco menos caballero, habría tomado una de las almohadas y se la habría lanzado solo para evitar que hablara en esos momentos.

—No quiero terminar como la señora Tybur, aburrido e infeliz y atrapado.

La mujer se tensó un poquito más y un agujero de arrepentimiento comenzó a abrírsele en las entrañas cuando concordó con que sus palabras habían sido duras, y muy reales, y a pesar de que no le gustaba para nada el mostrarse débil enfrente de los Tybur, una parte suya debía saber.

Si Paradis perdía y Félix permanecía de por vida en Marley, no quería terminar como Natalie Tybur.

No quería ser como Lara tampoco, que parecía ser más una sirvienta para el señor Tybur que su hermana. ¿Estaría ella al tanto de esa dinámica entre ambos? ¿Se sentiría igual de conflictuada como Félix, o habían pasado tantos años con ella siendo la sombra de Willy que prefería eso?

Lara se enderezó en el sofá y se puso en pie, olvidando su taza de té en la mesa de centro para moverse hacia su armario. Félix la observó moverse en silencio, con el aliento ligeramente atrapado, un estrangulado suspiro atrapado entre sus dientes.

—Willy me ha encargado que te asista esta mañana para vestirte acorde a lo que haremos hoy.

—Lara.

Las manos de ella se congelaron en las solapas del oscuro saco de vestir que acababa de colgar con un pequeño gancho en el perchero y sus dedos se volvieron blancos del agarre en ellas.

—Por favor, Félix.

Él quería discutirlo. Por supuesto que quería hacerlo.

Se moría de ansias por abrirse el pecho y sacar cada trozo de alma fracturada llena de miedo que pudiera haber ahí dentro. Quería sacar esos filosos cristales que le herían con tanta saña que se le clavaban incluso al respirar, arrancarse las raíces del temor que podía sentir ahí tras sus costillas y deshacerse de ellas, tirarlas en un sitio donde él no pudiera verlas, donde ellas no pudieran verlo a él.

En lugar de ello, se puso en pie en silencio y anduvo hasta meterse al baño y abrir la regadera para darse una ducha de agua caliente. Podía escuchar a Lara moviéndose alrededor de su habitación, centrándose en el armario, probablemente arreglando el saco y quitando de el pelusa y polvo que no existía.

Lara era un poco perfeccionista en ocasiones.

Para cuando salió, la chimenea crepitaba con suavidad y el cálido ambiente dentro de su habitación le adormeció un poco. Lara aguardaba por él en su cama, sentada con las piernas cruzadas y un libro en su regazo, el que Félix usaba normalmente para sus lecciones.

—¿Qué vamos a hacer hoy?

La mujer alzó la cabeza y cerró el libro, dejándolo descansando a un lado suyo en el colchón.

—Cosas aburridas —dijo en voz baja, viéndolo andar hasta su cómoda para sacar su ropa anterior, y luego desviando la mirada cuando dejó caer la toalla al suelo—. Willy tiene un itinerario.

—¿Cosas aburridas? Creí que esas las hacíamos todos los días.

—Las lecciones son para que no te tilden de estúpido aquí en Marley, Félix —reiteró ella, haciéndole parpadear por unos segundos en estupefacción—. Como mi hermano intentó.

—...Uh, sí sabes decir malas palabras.

Lara rodó los ojos con fingida molestia, pero al final le ofreció una pequeña sonrisa.

Félix sintió que con ello se disipaba la extraña, ofuscada atmósfera de momentos atrás, y el nudo en sus entrañas se deshizo con lentitud. A prisa, se aplicó la loción para el cuerpo y se acercó a ella, con otra toalla en mano que usaba para sacarse el exceso de agua de su oscuro cabello.

—No te prohibimos tener amigos, ¿sabes?

—¿Uh?

La menor de los Tybur se volvió hacia él con un pequeño encogimiento de hombros.

—Amigos —repitió—. No hay nada en papel que te abstenga de mantener relaciones amistosas con otras personas.

—...Oh, sí, bueno... No conozco a nadie aquí.

Lara tildó un poco el rostro.

—¿Qué hay de Zeke Jaeger?

Una sorprendida carcajada se deslizó de su boca antes de procesar del todo la pregunta y Félix se la volvió a tragar, con un pequeño sonrojo en las mejillas.

—¿Zeke? Oh, no, uhm... Nosotros no somos amigos.

—Pero podrían serlo.

—...Tal vez —admitió tras unos pocos segundos—. Pero él vive en Liberio, en la zona de internamiento. No creo, uhm... No creo que eso sea...

Lara asintió, entendiendo a dónde quería llegar.

—¿Qué hay de las personas con las que hablamos en la reunión diplomática?

—¿Nambia, quieres decir? Mhm, sí, seguro. Me agradó.

Ella se giró en redondo para examinar el traje una última vez.

—Yo me refería a Serena.

Félix, el muy idiota, casi se estampó contra el poste de su cama, consiguiendo detenerse a tiempo únicamente porque esa sugerencia de esa mujer le hizo sobresaltarse en su lugar.

Sus dedos volaron hacia arriba, a su cicatriz, y tantearon el borde de ella con delicadeza, recordando otro par de dígitos que lo habían acariciado por igual y que sin duda le causaron más repulsión que la lujuria que habían pretendido hacerle sentir.

—¡¿Serena?! Oh Dios no, ¿viste cómo me miraba ese día? No, muchas gracias.

—Es un poco... Sí, lo sé, pero-

—No —negó él casi enseguida—. Es... Agh, me desnuda con la mirada. No, ella no.

—No es tan mala —insistió ella—. En el fondo, sé que es una buena persona.

—En el fondo, uh —Félix chasqueó la lengua y procedió a examinar el traje—. Así es como ella me quiere a mí. Hasta el fondo.

Lara estalló en carcajadas.

Félix se encogió entre sus hombros y volteó el rostro cuando sintió calor subirle por el cuello, un tenue color rosado pintándole las mejillas al escucharla reírse de él y su estupidez.

—Oh, Félix, ¿qué cosas dices?

—Es verdad —siseó en defensa—. No dejaba de mirarme esa noche mientras bailábamos, y, y, y cuando, ella me... Me hace sentir incómodo.

Lara dejó de reír con lentitud y luego se volteó hacia él. Estaba un poco falta de aire, aún sonriendo.

—Entiendo —dijo con un pequeño asentimiento—. Pero, Serena es una persona importante en su país. Su padre era el embajador antes de que fuera electo presidente, y una vez dejó el puesto, ella lo tomó. Ha sido embajadora desde hace un par de años, y si quieres mantener una estabilidad en tu vida aquí en Marley... Amistarte con personas como ella, aunque no sean de tu completo agrado, es tu mejor opción.

Félix abrió la boca para protestar por un segundo, y luego la cerró tan abruptamente que sintió sus dientes chocar entre sí.

Ahí estaba también lo que él buscaba.

Serena era una embajadora, pero Félix no había sabido por completo la influencia que ella podía tener en su país natal. Si era la hija del presidente, y encima de ello era embajadora, la cantidad de contactos que podía tener debía ser mayor que la de los Tybur... Tal vez incluso mayor que los de Kiyomi Azumabito a quien, por cierto, Félix aún debía encontrar una manera de contactar.

No eran solo sus contactos, pero si la mujer buscaba seguir en los pasos de su padre, que era más o menos obvio al volverse embajadora justo después del hombre, entonces existía una buena razón para creer que, quizás, en el futuro también buscaría perseguir un puesto mucho más importante en el gobierno de su nación, quizás volverse presidenta, si es lo que quería.

Serena debe estar al tanto de los funcionamientos internos de su país entonces, y si su padre es el presidente, entonces debe haber sí o sí discutido con él sobre la reunión con los demás embajadores que los Tybur organizaron justo después de la expedición a Paradis, lo que significa que probablemente tiene alguna clase de información acerca de lo que su padre, el presidente, pensaba de la isla, el conflicto con ella y las absurdas promesas que Marley rompió.

¿Qué le tomaría el traerla a su lado? ¿Ganarse a la mujer, volverla contra los Tybur, contra Marley, y convencerla de permanecer como aliada suya a costa de las posibles consecuencias?

Pensó en los muros, lo que se ocultaba debajo de ellos, y un escalofrío le corrió por la espalda cuando el susurro de la tenue risa de Frieda surcó el crepitar de las llamas en la chimenea.

Tendrás que ser una reina tanto en papel como en persona, Historia, se escuchó a sí mismo decir, un viejo recuerdo de todos esos días atrás cuando le dijo a Historia lo que realmente haría. Se dio cuenta entonces que él también debía serlo, aunque no le gustara y aunque no lo quisiese, Félix estaba allí porque buscaba cumplir un objetivo.

Si Serena formaba parte de ese objetivo, si conseguía acercarlo un poco más y con mayor ventaja...

Con lentitud, movió su mirada hacia Lara y descubrió que la mujer aún le miraba, expectante de lo que fuera a decir.

Félix dejó que sus hombros se relajaran, y soltó el más pesado de los que suspiros que pudo, viéndose como la personificación de alguien que se rendía sabiendo que su vida como la conocía estaba por terminar.

—... Supongo que podríamos ser amigos —murmuró, mordiéndose el labio para darse un aire de duda que definitivamente no estaba sintiendo—. No me haría mal tener alguien más con quien quejarme, ¿no? Podría aprovechar para reconectar con Nambia y dejarle saber de todo lo malo que le ocurra a Willy de hoy en adelante.

La expresión de la menor de los Tybur se disolvió en una pequeña sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos del todo. Félix no lo vio, sin embargo, demasiado ocupado en su propia cabeza y sus propias ideas como para reconocer apropiadamente que no era el único jugando el juego.

Lara tendió el traje sobre su cama y giró sobre sus talones para cerrar el armario y luego se encaminó hacia él, suavemente colocando su mano en su desnudo, ligeramente húmedo hombro.

Él se sobresaltó y se irguió de golpe, sorprendido, y la miró con el ceño levemente fruncido.

—Te dejo para que te vistas —le dijo ella con gentileza, dándole un ligero apretón—. Y trata de bajar en menos de quince minutos por favor. Péinate-

—Ay, por favor comienzas a sonar como mi madre-

—...Y si necesitas ayuda con algo, estaré abajo.

Félix la observó irse en silencio, el suave tap tap tap de su tacón bajo contra la duela de madera acompasando el crepitar de las llamas, y luego volviéndose un eco en el pasillo cuando dejó la habitación.

.

Detrás de ella, la puerta se cerró con un clic que sonó casi ominoso, y la voz de Willy se cortó abruptamente. El hombre que estaba de pie frente a él se irguió y le tiró una breve mirada por encima de su hombro antes de inclinar su cabeza hacia su hermano y volver a su puesto junto a la puerta.

Lara aguardó unos segundos para hablar, aún recargada contra la puerta y con la mirada baja, no siendo completamente capaz de alzarla.

—¿Félix?

—Lo dejé arriba, está alistándose.

Willy hizo un pequeño sonido con su boca, pero no dijo nada más. Era como si de repente ninguno supiera cómo dirigirse al otro sin que hubiera alguna clase de tensión en sus posturas, o en las palabras que a veces usaban para comunicarse.

Había sido así desde que Lara escuchó a los señores de la casa discutiendo, Natalie en susurros y Willy con fuertes palabras, su desaprobación hacia la desaprobación de su esposa clara cada vez que abría la boca.

Los había escuchado yendo de un lado a otro con el mismo argumento, despegándose de los miedos a los que se aferraban, los molestos murmullos llenos de reproche de Natalie y el asco con el que pronunciaba el nombre de Félix. Willy había estado molesto, no furioso, pero sí había tenido en su tono un poco de amargura ante el cuestionamiento de su esposa que no sentaba bien en ella, o en cualquier otra persona que estuviera al tanto de la discusión.

Lara, con un suspiro, alzó la cabeza y miró a su hermano.

—Accedió a ponerse en contacto con Serena.

Willy, sentado tras su escritorio con un par de papeles en mano, alzó tan de golpe la cabeza que ella se preguntó si su cuello estaba bien, y parpadeó en su dirección con poca incredulidad.

—¿Lo hizo?

—Mhm.

—Oh —su hermano se veía confundido, sorprendido. Lara disfrutó del momentáneo cambio de expresión lo mejor que pudo—. No creí que aceptaría tan fácil.

—Es un chico inteligente. Sabe lo que es mejor para él.

Una pequeña, fantasmal sonrisa cruzó por la boca de Willy, apenas y alzando un poco sus comisuras, y esta vez fue Lara quien se encontró tomada con la guardia baja, sorprendida. Ello no le impidió recomponerse de inmediato, compensarlo.

—El instinto de supervivencia de Félix no es el mejor de todos, he de admitir. Va a ser difícil para él mantener la boca cerrada si lo involucramos mucho en las reuniones con el resto de líderes políticos.

—Serena sabrá quitarle ese defecto —irrumpió Willy—. Ella, si bien es atrevida, comprende cómo se manejan estas cosas, sabe lo que puede perderse si se muestra al menos un poco de mediocridad.

—Félix no es mediocre —señaló ella en cambio—. Tiene un sentido del habla muy honesto, y sabe lo que va a molestar a las personas con las que habla, es por eso que es así.

—Creo que más que honestidad, dice lo que sabe que va a doler —la mirada de Willy estaba probablemente en algún recuerdo, ligeramente nublada y perdida—. Es un experto en eso.

Quizás, pensó ella, silenciosamente concordando con él.

—¿Estás seguro de que Serena es una buena opción, entonces?

—La mejor —dijo con cierta finalidad—. La presencia de Serena servirá para cimentar en él cierta seguridad que le hace falta durante eventos sociales, y atraerá a él atención que lo forzará a ajustarse a nosotros, a ellos y a ella, en especial. Además, su padre es el presidente, no podemos olvidar eso.

Sí, claro, Serena era importante a cierto grado, pero Félix lo era por igual.

Era un Ackerman, del antiguo clan que protegían y se volvían las manos derechas de la monarquía tras cada generación, siempre de pie junto a ellos como una silenciosa sombra a la que no podías simplemente ignorar, porque ignorar a un Ackerman era imposible.

Ignorar a un Ackerman significaba la muerte, y Lara aún no sabía cómo sentirse al respecto con ello.

Si Félix era o no un peligro para su familia, para su hermano, sus sobrinos y sus padres. Si tenerlo aquí con ellos no terminaría volviéndose en su peor error o en su mejor decisión, y aquello le aterraba. La incertidumbre del hecho, de la presencia, de la última habitación del segundo piso siendo ocupada. Le preocupaba muchísimo.

—¿Cómo van sus lecciones?

La mujer parpadeó, volviendo al tiempo real en donde sus preocupaciones apenas y tenían cabida en su vida, y ladeó el rostro hacia la estantería repleta de libros que descansaba en la pared de la oficina de su hermano mayor.

—Muy bien, mejoró bastante. Le he estado permitiendo leer un par de párrafos del contrato que hiciste, y los ha entendido a la perfección.

—Bien —su hermano asintió, pensativo, su boca ligeramente fruncida en una suave mueca que no indicaba con exactitud lo que estuviera pensando. Willy tenía esos momentos de contemplación, en silencio y en ocasiones a solas, siempre metido en su oficina—. ¿Crees que esté listo para tomar un rol como emisario?

Lara pausó un segundo.

—...No —suspiró—. Por más elocuente que pueda ser, y por más astuto que en ocasiones se muestre, una tarea como el ser emisario es... Mucho para él.

—Pero-

Lara detuvo lo que sea que su hermano quisiera decir con un movimiento de su cabeza en negación.

—Quizás si eres tu quien le dé un par de lecciones, entonces sí, pero Félix es aún muy precipitado con sus palabras, y a pesar de que es muy cauteloso con sus acciones, ser un emisario requiere de hablar, comunicación. Félix, si bien es cortés cuando debe, tiende a dejarse llevar cuando sus emociones alcanzan cierto nivel de discordancia.

Willy le miraba con tanta fijeza que le tomó un segundo darse cuenta de que era porque, ésta vez, Lara mantenía el contacto visual como un reto, una afronta, y su hermano la estaba reconociendo como tal.

Pero es que el precipitarse en una decisión como esta podría costarles mucho a ambos. Por mucho que Félix fuera un Ackerman, por todo el peso que ese apellido cargaba consigo, por toda la historia que lo rodeaba, no podían darse el lujo de echar a perder una oportunidad así. El orgullo de la familia Tybur estaba en la línea al igual que su credibilidad, y la vida de Félix en Marley podría ser puesta en duda igualmente.

Lara tragó saliva con pesadez y desvió la mirada primero.

—...Es cierto —admitió Willy en voz baja, tenue—. Es riesgoso, muy descuidado. Le, mhm, le daré un par de lecciones yo, entonces. Política, poesía, arte, no importa, yo se las daré.

Ella tildó el rostro en reconocimiento.

—Continuaré con las clases de lectura y escritura entonces, y le pediré que le escriba a Serena cuanto antes.

Su hermano sonrió con levedad.

—Eso suena bien —Willy, con apenas una inclinación de su cabeza, se volvió hacia el guardia postrado junto a la puerta y le hizo una breve seña—. Ve a la habitación de Félix y dile que aguarde en la sala del piano, por favor. Si no está listo, me lo comunicas de inmediato.

—Enseguida, señor.

Lara se movió hacia un costado, permitiéndole al hombre pasar. Cuando la puerta volvió a cerrarse, se acercó hacia el escritorio de su hermano y colocó su mano encima, corriendo un par de papeles hacia al lado.

—También quería decirte que tal vez deberíamos hacerle un examen de la vista.

Willy le miró ligeramente desconcertado.

—¿Examen de la vista? ¿Por qué?

—Se le dificulta leer con su ojo derecho —Lara se abstuvo de hacer una seña hacia el suyo propio, recordando a Félix tocando la cicatriz que cruzaba por encima de este como si fuera a algo a lo que odiar—. Además, creo que... A veces, lo he visto dar vueltas por la habitación mientras leemos, y una vez se estrelló contra el sofá al girar porque no lo vio desde su lado derecho.

Las cejas de su hermano se alzaron, y continuaron alzándose hasta que terminó de hablar.

—Así que es ciego.

—Parcialmente ciego —corrigió—. Aún puede ver, pero no como lo hacía antes de obtener la herida, y si lo dejamos sin atender, es probable que sí pierda la vista en ese ojo.

—Okay... Llamaré a un oculista y le pediré que venga. Gracias por hacérmelo saber.

Lara inclinó su cabeza y procedió a regresar sobre sus pasos para dirigirse a la puerta. La silla de su hermano chirrió desde detrás de ella y a los segundos los pasos de Willy se acercaron por igual.

Afuera, el poco ruido que se alcanzaba a escuchar era por la servidumbre.

Natalie había llevado a los niños a visitar a alguien, y sus padres probablemente estaban fuera también, lejos de donde Félix se encontraba.

Las otras voces que no pertenecían a la servidumbre venían de la sala del piano, una más aguda que la otra, riendo tímidamente acerca de algo que Félix parecía decirle. Lara empujó la puerta con suavidad y vio a Fine en el interior, sentada en el pequeño banquillo frente al piano mientras Félix la observaba, ligeramente recargado contra el.

Los dos se voltearon al verlos entrar y luego se miraron entre sí y se rieron.

—Félix —suspiró ella nada más entrar—. Vas a arrugar el traje.

El azabache se enderezó y se echó un vistazo a sí mismo, con el ceño ligeramente fruncido. Fine también lo miraba por encima del piano, riendo para sí misma cuando Félix tironeaba del saco o murmuraba algo sobre cuán apretada lo sentía.

El pantalón negro de vestir le quedaba perfecto, ajustado en la cintura y el resto de las piernas, oscuro, ligeramente parecido al que había usado durante la reunión con los embajadores, excepto que el corte de éste era un poco más arriba, acentuado por igual. La camisa blanca estaba fajada, oculta debajo de un chaleco con los botones hechos hasta arriba, igual de oscuro que el saco pero de alguna manera más reluciente, con una abertura por debajo en forma de triángulo.

Los zapatos eran negros con un poco de plataforma para darle un poco más de altura, aunque Félix no la necesitaba en realidad.

El saco era oscuro también con bordados de plata alrededor de los botones y las mangas, delineando también las solapas y permitiendo que la luz del sol entrando por los espacios que las cortinas no alcanzaban a cubrir destilaran brillo de ellas. A diferencia del que había usado antes, éste tenía una cola de pingüino, una apertura que va del centro hacia abajo en la parte trasera.

Lara se acercó a él con paso firme y Félix en cambio irguió su espalda, pero se inclinó un poco cuando ella alzó sus brazos para acomodarle el cabello, dejando a la vista la cicatriz, sí, y permitiendo que un solo mechón oscuro oscilara en su frente.

La desastrosa melena que en ocasiones traía, especialmente por la mañana, estaba peinada hacia atrás dejando su frente y sus patillas al descubierto, solo unos pocos otros mechones alzándose por detrás. Lara tomó un paso atrás y aprecio el peinado por un segundo antes de asentir para sí misma.

—Muy bien.

—¡Genial! Fine ayudó con esto, yo no sabía cómo hacerlo.

La pequeña se hundió entre sus hombros con obvia timidez, pero sonrió en dirección de ella cuando se giró a mirarla, y luego miró a Félix con fingida molestia y le sacó la lengua.

—Luces muy bien —agregó Willy, su mirada yendo de su hija al otro hombre—. Fine hizo un buen trabajo, gracias cariño.

La sonrisa de su sobrina creció un poquito más, y el sonrojo en sus mejillas se volvió de un tono rosado que le resaltaba el claro color en sus ojos.

—No hay de qué, padre.

—¿Entonces? —interrumpió el chico, mirando a Willy expectante—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Por qué soy el único que luce de camino a una fiesta con personas estiradas?

Fine río por lo bajo, mirando a Félix con una amplia sonrisa. Lara tildó la cabeza hacia un costado, señalando el equipamiento en la esquina de la habitación.

—Ah, sí, ¿eso qué es?

—Una cámara —dijo su hermano, girándose hacia el guardia junto a la puerta—. Por favor, dile al señor Horans que puede entrar.

—¿Cámara? —Félix sonaba confundido, y se veía por igual—. A lo... ¿Para sacar fotografías?

—Ajá.

Félix parpadeó un segundo y luego la miró a ella como si fuera su única salvación de ese momento. Lara respondió con un breve encogimiento de hombros y una pequeña sonrisa que pretendía ser de disculpa al no haberle comunicado antes el motivo del por qué debía vestirse como si fuera a una fiesta con personas estiradas, como él muy bien había dicho.

—Descuida —le dijo Fine, poniéndose en pie cuando vio al fotógrafo entrar a la habitación y de inmediato yendo hacia su equipo—. Solo será por unos momentos, solo debes quedarte quieto, sonreír y lucir bien.

—Y luces muy bien, Félix.

Fine la miró de reojo y luego volvió a Félix, ampliando aún más su sonrisa y tomando la manga del saco para tirar de él hacia el frente, en donde supuso Lara que las fotografías serían tomadas.

—Sí, luces muy bien. Y una vez acabes de tomarte fotos, podemos tener una clase de piano.

El rostro de Félix pasó de la mortificación a la aceptación, y al final se transformó en una suave sonrisa acompañada por una dolorida mirada que la dejó ligeramente confundida.

Fine lo dejó ir una vez se colocó de frente al piano y se volteó hacia él. De inmediato, Félix borró esa mirada de sus ojos cuando Fine alzó su mano y le enseñó el meñique.

—Primer clase de piano, ¿sí?

El azabache la miró de reojo, rápidamente, y luego a Fine. Con lentitud, alzó su mano y enlazó su meñique con el de su sobrina, murmurando un demasiado gentil. El rostro de Fine se iluminó enseguida.

—¡Bien! ¡Suerte con tus fotos, y sonríe mucho!

La pequeña dio vuelta sobre sus talones y se alejó hacia donde se encontraba su padre hablando con el fotógrafo. Lara la observó irse con una pequeña sonrisa.

—No creo que pueda sonreír para esto, ¿cierto?

Ligeramente sorprendida, se volvió hacia Félix y lo miró con el ceño ligeramente fruncido.

—Uhm, no, inicialmente no. La fotografía está pensada como un retrato, y Willy los favorece un poco más... Profesionales. Pero no creo que se oponga a que algunas sean con una sonrisa.

Félix le miró como si estuviera loca. Sus cejas se alzaron un poco en diversión.

—Descuida, acabará en un segundo, lo prometo.

Terminó siendo una mentira.

Horans le dio un vistazo a Félix y cambió toda la habitación para capturar lo mejor que pudiera el "encanto" que parecía tener.

El resto se quedó detrás, de pie junto a la pared, observando al hombre mientras acomodaba al chico de una u otra forma, rehaciendo un poco el peinado, corriendo las cortinas para dejar más luz natural al interior, enfocando la cámara o desenfocándola en ocasiones, tirando de las solapas del saco de un lado a otro, para abajo o abriéndolas más.

Félix mantenía una expresión de absoluta pasividad que parecía estar dirigiéndose más y más hacia molestia. Entre una y otra toma, su cabello era acomodado, un poco de maquillaje era aplicado y después otra fotografía.

Lara sabía que la paciencia del chico estaba acabándose, y ni Willy ni el fotógrafo parecían satisfechos con las tomas finales.

Fine se acercaba de vez en cuando para hacerle plática, para hacerlo sonreír o simplemente para distraerlo y evitar algún tipo de desastre. No había ni un poco de nervios en ella, que presionaba teclas en el piano y le indicaba al chico cuál era cuál mientras aguardaban. Félix la escuchaba con divina atención.

—Félix.

El Ackerman alzó la cabeza y miró a Willy de reojo, girando el rostro poco después para encararlo. La cicatriz que le corría por el costado derecho del rostro sacaba atención del deslavado color verde en su iris.

—¿Qué?

—Éstas serán las últimas —dijo Willy, indicándole a Fine que volviera con ellos. La niña se escurrió fuera del banquillo y se acercó de vuelta a ella—. Después podremos comer algo, ¿de acuerdo?

—¿Crees que ofreciéndome comida vas a hacer que continúe con tu mierda de-?

—Félix.

Dicho hombre cerró la boca de golpe, tiró una rápida mirada en su dirección que se desvío hacia Fine, y tras pensarlo mejor, resopló.

—Más te vale que sea algo bueno, Tybur.

La complacida sonrisa de su hermano fue respuesta suficiente, y el menor volteó el rostro como si hubiera sido personalmente insultado por ella. Horans se aclaró la garganta y volvió a acercarse a Félix, tomándolo de los hombros y posicionándolo frente al piano, ligeramente a un costado, y de frente a donde ellos se encontraban.

—Pon tu mano aquí, exacto, y... Ajá, hombros, derecho, barbilla arriba, mirada al frente. Así, exactamente, se ve muy bien, joven Félix. Ahora... Ajá, el saco, oh ese cuello de esa camisa, Dios, se ve mucho mejor así... Mhm, perfecto.

Félix lucía majestuoso y no había mejor manera de describirlo en ese momento. Se sentía como ver el primer retrato de su hermano como el líder de la familia Tybur hace tantos años, con su mirada aguda y sus ojos oscuros, a veces cristalinos, perforando un agujero en tu alma si mirabas por mucho tiempo.

Los ojos de Félix eran verdes, como una esmeralda o, a veces, como el color más intenso que una manzana puede obtener una vez madurada. Como hierba por las mañanas, regada y con el sol brillando sobre ella, gotas de rocío aún deslizándose por las pequeñas hojas.

Y había algo en esos ojos; Lara sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda cuando toda la fuerza de ellos miró en su dirección. Era enloquecedor, porque aunque uno de esos ojos carecía del distintivo verde brillante del otro, esa mirada era puramente animal, de algo que parecía de un mundo completamente distinto.

Como si te conociera por dentro y por fuera, destrozado y despojado. Como si viera al monstruo que residía dentro de ella, dentro de todos ellos, y simplemente lo asimilara todo sin preguntas, sin miedo.

La cicatriz terminaba dando ese toque final, al peligro que acechaba en esos ojos, al asombro y, al mismo tiempo, al ser que Félix era que parecía tan fuera de alcance.

Con el último flash, Horans se enderezó y miró en dirección del chico con un breve asentimiento, y luego volvió a inclinarse hacia el lente de la cámara.

—Ahora, una sonrisa para terminar.

Félix parpadeó por un segundo, y al final sonrió.

La criatura que parecía residir dentro de él desapareció por igual.

.

—¿Cuándo voy a poder verlas entonces?

Willy, con un suspiro, dejó su tenedor en su plato y alzó la mirada hacia el chico sentado al otro lado de la mesa con Fine a su lado.

—Dentro de un par de días, descuida.

Fine se giró a Félix y le miró con el ceño fruncido.

—Y decías que no te interesaban esas fotografías.

El azabache resopló y le dio un ligero golpe en la frente, empujándola hacia atrás con gentileza.

—Calla, solo quiero comprobar que no me veo como un imbécil.

Lara le envió una mirada de advertencia al momento siguiente que él fingió no ver.

—Bueno —siguió Fine, dándole en cambio un suave empujón en su hombro que lo hizo reír—. Cuando terminemos de comer podemos ir a tocar el piano, ¿cierto?

Félix miró a Willy por unos pocos segundos, aguardando una reprimenda o una advertencia, y cuando ninguna llegó se giró a la menor y asintió con una sonrisilla.

—Mhm, estoy tratando de recordar las partituras de la canción para escribirla y dártelas.

—¡Oh! Mi instructor dijo que-

Fine se vio interrumpida por las puertas al comedor abriéndose de golpe y uno de los guardias de los Tybur entrando a prisa, con los hombros tensos y la mirada puesta en su jefe. Willy ya se había girado hacia el hombre y para cuando estuvo a menos de dos metros de él, ya tenía su mano estirada también para tomar el sobre que le tendía.

—Señor, una carta urgente del señor Wright.

Félix se enderezó, atento, y observó cuidadosamente la expresión de Willy yendo de curiosidad a frialdad en un instante, todo rastro de gentileza, del hombre que había comenzado a conocer en esas semanas evaporándose en un segundo.

Una oleada de ansiedad le nació en la boca del estómago.

—¿Qué es?

Preguntó si querer, maldiciéndose a sí mismo al instante cuando Willy pareció despertar de una especie de trance y lo miró.

La habitación se había silenciado, y ni siquiera Fine parecía estar respirando para ese momento. La atmósfera estaba tensa, llena de una indiscutible incertidumbre acerca de lo que Willy sostenía en ese sobre.

El rubio se aclaró la garganta y corrió su silla hacia atrás, el sobre apretado entre sus dedos, y se irguió.

—No es nada, no se preocupen. La leeré en mi estudio —le hizo una sutil seña a Lara y ésta se levantó de la mesa también—. Ustedes dos terminen y vayan a la sala del piano. Estoy seguro de que Fine logrará enseñarte un par de cosas para principiantes, Félix.

Fine sonrió, sí, pero el entusiasmo de antes estaba ausente, y la sonrisa que le regaló a su padre ya no brillaba tanto. Félix volteó un poco el rostro y la miró por unos segundos, luego asintió.

—Seguro... Uh, hasta más tarde, supongo.

Willy inclinó la cabeza y luego salió de la habitación, con Lara y el guardia pisándole los talones.

Félix y Fine, sin embargo, permanecieron sentados y en silencio. De repente ninguno tenía apetito ya.

pEDSONAR PWRO ES QUE NO MANEN LIFE HAPOENED LIKE IT SUCKS I MEAN ME CAGA A VECES TRABAJAR OIRQUE NO PUEDO ESCRIVIR TODO LO WUE HO QUUERO Y OOF ME QUITA UN CHINGO DE TIEMPO PERO !???????? DINERO???? SORRY DINERO????? LMFAOOLLL

Y YA DE QUE ES SUPER TSRDE PERL HSGAN DE CUENTA WUR SYER FUE EL ÑRIMER COMCIERTO DE BTS Y DUDE OOOF LS BJDQUEDA DE LINKS ESGAUVO CABRONA PERO ENCONTRÉ UNO H AHI ME QUEDD Y NO MANEN HOY TAMBIÉN LMSOOOLO NWKCKA SORRY PERO AQUÍ EDGA EL CAP

FUN FACT DEL DÍA: Hubo un ciclo en donde Félix permitió que Frieda muriera para liberar a Paradis, pero eso fue solo uno. 

En fin!!!! Espero que les haya gustado el cap, los quiero!!!!

Ah btw, hagan de cuenta que el peinado de Félix para la fotografía es como el de Guren Ichinose cuando se echa todo su cabello hacia atrás Wink wonk 

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