7. Por una cuchara.
CAPÍTULO SIETE
POR UNA CUCHARA
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━
Lo que pasa con la libertad es que a veces viene con la premisa de la obediencia. Es una especie de acuerdo mutuo, una forma eficiente de trabajar en los límites de un término indescriptible que podría incendiar todo en llamas.
La libertad, si bien es algo precioso que debería ser un derecho para todos, es más una correa, un collar que te mantiene en tu lugar para que nunca puedas alejarte de él. Es una buena forma de decir "sí, eres libre, sí, puedes hacer lo que quieras, siempre que me obedezcas". La mayoría de las veces es un recordatorio y un hematoma, y te hace sentir atrapado en un pequeño y lamentable recordatorio de que el horizonte tiene límites y la correa alrededor de tu cuello te estrangularía si te atreves a cruzarlo.
No es simple, no es fácil y ciertamente no es justo. Duele y duele y sigue doliendo al ver el límite de sus pensamientos, el límite de sus caminos. Duele ver muros y jaulas y solo la pequeña oportunidad de un sacrificio siendo parte de esa libertad es lo que parece prometedor en un mundo donde la crueldad es igual de hermosa.
Hay motivos por los que sacrifican el corazón, por los que traspasan los límites hacia ese estrecho horizonte en busca de una falsa esperanza que ilumine toda su existencia y les dé sentido.
Pero la correa tira hacia atrás y los enjaula en esa falsa libertad, y la única forma de ser verdaderamente libre es estar muerto.
━━━
A veces, estar vivo dolía.
Era un dolor algo profundo, incrustado con fuerza en su pecho como si un trozo de cristal se hubiera enterrado ahí, con la voluntad de hierro de la Legión de Reconocimiento manteniéndolo en sitio.
Había días y noches en dónde Eren simplemente permanecería acostado sobre su cama un segundo más largo contemplando todo en lo que su vida se había convertido, el metafórico hoyo que se había cavado bajo sus pies y que había procedido a hundirlo hasta donde el sol no tocara y ninguna flor fuera capaz de sobrevivir.
Eren amaba las flores. Amaba cómo hacían brillar los ojos de su madre cuando su padre le traía alguna de las ciudades en el interior. Ese parche de flores en aquel árbol en dónde Mikasa lo había despertado un día, de un color que parecía no querer decidirse entre el azul y el lila, meciéndose por el viento y desprendiendo ese rico aroma que a veces se envolvía alrededor suyo durante sus sueños, brindándole una sensación de confort y pertenencia que raramente conseguía sentir estos días.
Era difícil, y a veces, él mismo debía tirar de su exhausto cuerpo fuera de la cama porque su motivación estaba ahí, a punto de ser sostenida entre sus dedos. Una habilidad como la suya no debía ser desperdiciada no importara cuán extraña, nauseabunda y francamente aterradora ésta fuera. Traía muchas preguntas al frente de su mente, le susurraba cosas al oído con una voz que sonaba extrañamente como la de la señorita Hange, y le helaba los huesos de una manera que le hacía recordar ése día.
Respirar, se dió cuenta él una vez que la belladonna se filtró fuera de su sistema aquella vez en dónde la probó en el primer día de experimentos, era algo de lo que nunca se cansaría. O de sentarse sobre el césped y sentirlo acariciar las yemas de sus dedos mientras sus ojos trataban de ajustarse a la escena de frente a ellos, en dónde había estado un chico con los ojos verdes más bonitos que él había visto nunca.
Oluo lo había salvado, o eso había escuchado de parte de Félix cuando el azabache se negó de izquierda a derecha a continuar con los absurdos experimentos con veneno cuando vio el efecto que tenían en él; aparentemente, Eren había colapsado unos segundos después de ingerir la baya y su cabeza se había golpeado duramente contra el suelo y no había comenzado a sanar.
Él había tragado saliva duramente al comienzo y al final de la explicación, el agujero que había estado abriéndose en su estómago volviéndose un cráter del tamaño que había en la puerta de Trost. Tener al chico mayor ahí con él había servido para que Eren pudiera mantenerse en calma, lo suficiente como para escuchar las no muy susurradas amenazas del azabache que planeaba llevar a cabo una vez Hange comprendiera que lo que había hecho estaba mal.
Especialmente porque la mujer había tenido las agallas de preguntarle "¿Qué fue lo que sentiste? ¿Dolió? ¿Los efectos golpearon de inmediato o te tomaron un segundo? ¿Estás listo para hacerlo de nuevo?"
Eren comprendía la utilidad de dichos experimentos, pero dolía.
Se clavaba en sus pulmones y le impedía respirar a veces, pensar en esas habilidades que tenía y en lo inútil que era al utilizarlas. Pensar que no sería suficiente, que el Comandante Erwin había colocado muchas esperanzas sobre un par de hombros que no estaban muy seguros de poder soportar la carga.
Dolía saber que él era importante pero no era capaz de alcanzar las expectativas que sus superiores esperaban de él.
—¡Na, Eren! ¡¿Todo bien por allá?!
Frustrado, Eren volvió a morder sobre el dorso de su mano, hundiendo sus dientes en el viciosamente y ocasionando que más sangre se derramara por entre sus dedos, manchando el poco césped que había a sus pies.
El burbujeo de la ira e impotencia apoderándose de él comenzó a expandirse lentamente por sobre su pecho, comiéndose su corazón de una lenta manera que lo volvía loco.
¡Vamos vamos! Funciona, maldición, funciona.
La letanía falló otra vez, una tercera y después una quinta, y con cada error y fallo la impaciencia comenzaba a crecer con mucha más urgencia en su interior, el ardor de su mano siendo levemente entumecido con los sentimientos que crecían por momento en sí.
Era tan frustrante, tan estúpido.
Eren no era ni podría ser de utilidad para nadie si su incompetencia lo seguía desde Shiganshina, hasta la academia solo para continuar arruinándolo en la Legión de Reconocimiento.
Cuando la voz de la señorita Hange lo llamó desde arriba, seguida únicamente por la más tranquila y aburrida del Capitán Levi, solo entonces Eren sintió el ardor en su mano intensificarse.
La sangre aún goteaba entre sus dedos cuando sus sentidos explotaron adoloridos.
━━━
—Deberías ser más cuidadoso, Eren.
Dicho joven siseó entre dientes cuando una de las vendas siendo aplicadas alrededor de sus múltiples heridas fue demasiado apretada, la tela de ellas tornándose roja en algunos sitios donde la sangre continuaba emanando.
El castaño se encogió levemente de hombros y ocultó su rostro en el hueco de su cuello, avergonzado. Sus ojos seguían los movimientos de las manos de Félix mientras envolvía las vendas alrededor de sus manos, de la misma manera en la que lo había hecho cuando él también limpió la sangre de sus heridas.
—Solo quería… quería lograr transformarme —respondió él en un susurro apenas audible.
Frente suyo, Félix suspiró terminando de aplicar la última de las vendas y con cuidado colocó su mano de vuelta en su regazo, tratando ambas como si se trataran de algo preciado. Se dijo a sí mismo que era únicamente porque un poco de agresividad sería suficiente para provocar aunque fuera el más mínimo de los dolores.
—Mhm, lo entiendo. Pero debiste haberte detenido el momento en el que te diste cuenta que no ibas a lograrlo —el azabache lo miró con las cejas ligeramente fruncidas, su boca tirando hacia abajo en una mueca de desaprobación—. Sé que para todos es importante que llevemos esto a cabo y obtengamos resultados, pero no a costa de ti y tu salud.
Esta vez fue Eren quien suspiró, su postura encorvándose un poco cuando el mayor le palmeó suavemente el hombro mientras se ponía en pie. La expresión en el rostro de Félix era gentil, una que él había comenzado a relacionar únicamente con el veterano.
—No utilices tus manos por ahora. Aún no entendemos porqué no están sanando de la manera en la que lo hizo tu diente, así que preferiría que no obtuvieras más heridas por un descuido.
—Entiendo.
—No te desanimes —le dijo Félix, deslizando su mano hacia su cabeza y volviendo a enterrar sus dedos entre los mechones marrones como aquella primera vez en la que se habían reencontrado tras el juicio—. Aún tenemos tiempo.
Eren ladeó un poco su rostro, observando la espalda de Félix mientras éste se alejaba hacia donde se encontraba su caballo. Suspirando, colocó sus manos sobre la mesa y comenzó a acariciar con suavidad las vendas en ellas, tratando de no aplicar mucha presión en caso de que las heridas se abrieran y comenzaran a sangrar otra vez.
—Entonces, ¿ambas manos no están sanando para nada?
Sus hombros se alzaron un poquito más tratando de ocultarse entre ellos, no importara cuán infantil eso se vería frente al Capitán Levi y su escuadrón. Su mirada se movió de la mesa a la del capitán, vacilante.
—Ah… no. Félix dijo que sería mejor que evitara utilizarlas para que no se abrieran las heridas.
—Mhm —Eren le vio mirar de reojo al otro azabache, esa expresión de poker en el rostro contrario haciéndole dudar de inmediato sobre sus palabras y las acciones del propio Félix—. Si esto sigue así, comprendes que no hay mucha utilidad para ti en la Legión, ¿cierto?
—Sí, señor.
Impasible, el capitán bebió de su taza de té y giró levemente su cuerpo, como si quisiera darle la espalda a Eren pero no sin antes echarle otra de esas miradas llenas de duda que Levi solía darle.
—Haz algo acerca de eso, mocoso. No podemos perder el tiempo ni ahora ni nunca.
—Hai.
Cuando el hombre se dió la vuelta resuelto en ignorarlo por el resto del día, Eren dejó que sus hombros cayeran con mucha más fuerza que antes. La frustración que sentía consigo mismo y su incapacidad de llevar a cabo lo que se suponía que estaba aquí para hacer le caía horriblemente sobre el cuerpo. Era como estar de nuevo en la academia bajo el instructor Shadis mientras su frente colisionaba duramente contra el suelo cuando se hizo la prueba para utilizar el equipo tridimensional.
—Félix tiene razón, Eren —murmuró Eld, colocando una taza de té frente a él y una bolsita con un polvo blanco junto a una cuchara pequeña que él suponía era azúcar. Alzando la cabeza, vio que el hombre rubio le sonreía con gentileza—. No te desanimes, aún tenemos un par de días para poder obtener algún resultado.
—Sí chico, no te preocupes —le dijo Oluo, quien estaba inclinado hacia el frente con uno de sus brazos apoyados sobre la mesa, su mentón descansando sobre la palma de su mano—. Fé por allá es inusual en qué decide creer pero supongo que sí cree en ti, entonces está bien.
—Oluo, eso fue bastante grosero.
Gunther tomó una de las rocas pequeñas con las que estaba jugando y que había tomado de entre el césped, y se la lanzó a la cabeza al otro hombre. La piedra golpeó directo en la frente de Oluo, dejando una pequeña marca rojiza en ella.
Eren sonrió levemente y llevó su mirada hacia sus alrededores, decidiendo que algún otro día vería la conclusión de los duelos entre Oluo y Gunther cuando el capitán no los observaba. Había más scouts que en días anteriores, entrando y saliendo de la vieja casa en la que se habían detenido para llevar a cabo los experimentos de ese día.
Hange estaba junto con Moblit, ambos demasiado inmersos en un cuaderno entre las manos del asistente como para notar la intranquilidad en el aire. Algunos otros le miraban de reojo, sus manos descansando cerca de donde pudieran tomar sus equipos por si algo ocurría o se salía de control, y aunque Eren se decía mentalmente que todo estaría bien, lo cierto era que no estaba del todo seguro.
Él podía ver que nadie allí, a excepción quizás del escuadrón de Levi, el capitán, la señorita Hange y Félix, confiaba plenamente en él.
Concedido, Eren tampoco lo haría. Si la situación fuera al revés, si fuese él quien tuviera que andar pisando los alrededores de un cadete recién graduado que había presentado la más extraña de las habilidades sacada directamente de sus peores pesadillas, Eren también desconfiaría de la persona en cuestión.
Y aún así, no podía detenerse a sí mismo de desear que, por lo menos, fingieran que las cosas estaban bien y que él era uno más de los suyos. Se enojaba al pensar que quizás, frente a los ojos del mismo Comandante, Eren solo era una herramiento que podría ser descartada en caso de que no funcionara, no importaba si el hombre hubiera sido genuino durante su primer encuentro luego del juicio.
Distraído, tomó la cuchara entre sus dedos para poder agregar un poco de azúcar a su té cuando un dolor repentino estalló desde la punta de sus dedos hasta la muñeca, y el agarre que tenía en la cuchara se aflojó y provocó que el utensilio cayera sobre el lecho de hierba a los pies de la mesa.
Mentalmente se regañó a sí mismo, recordando las palabras de Félix y lo cuidadoso que debería ser si quería estar en las mejores condiciones para sumergirse en otro de los experimentos de Hange-san. Eren se alzó un poco de su asiento y se inclinó hacia abajo, tratando de alcanzar la cuchara con la punta de sus dedos aunque estos le dolieran.
Sus dedos la rozaron cuando de repente se puso rígido y su visión se llenó de un rayo dorado y una extraña calidez envolvió su mano. El vapor que se mezcló con la repentina corriente de aire le cegó y le imposibilitó ver lo que había más allá de su posición, apenas consciente de que su mano estaba envuelta en músculo.
Su mente se aceleró en el momento en que se dio cuenta de que algo andaba profundamente mal.
¿Porqué ahora? Por lo que podía recordar, no había estado haciendo nada extraño, no se había mordido todavía, ni había hecho un solo movimiento para intentar transformarse en un titán, así que ¿por qué ahora?
Había un miedo frío que se apoderaba de su corazón y un agarre tan fuerte exprimió el aire de sus pulmones que resultó aterrador, rozando la línea de lo sádico. Por un momento, estupefacto, Eren se quedó quieto y simplemente admiró lo que había debajo suyo con los ojos ligeramente abiertos, su boca formando una 'O' perfecta al encontrarse incapaz de articular su sorpresa.
¿Por qué…?
—Mantengan la calma —escuchó que decía una voz entre el vapor. Eren tuvo que entrecerrar un poco sus ojos para poder ver la figura entre todo el vapor alrededor suyo—. Dije que mantengan la calma.
—¡Ah, Capitán-! —el cambiante entonces giró de vuelta al frente, tirando de su mano para romper el contacto entre ella y lo que sea que aquello otro fuera, ocasionalmente mirando sobre su hombro—. ¡Capitán, yo-!
Entonces el vapor se disipó lo suficiente para permitirle dar un vistazo al hombre, y sus ojos se agrandaron. Levi estaba ahí, sí, dándole la espalda y resguardándolo del resto de su escuadrón, quienes estaban rodeándolo con sus cuchillas al frente, completamente alerta. Y asustados.
Asustados de él, se dió cuenta un segundo más tarde.
Por un momento, el más pequeño de ellos, Eren se congeló. Sus miradas estaban tintadas por el miedo, las manos les temblaban ocasionando que las cuchillas tintinearan lo más mínimo, y aunque el agarre en ellas era fuerte, incluso él podía ver que el más mínimo paso en falso sería suficiente para tirarlas abajo.
Cuando el hechizo se rompió, Eren giró tan deprisa que se mareó por solo un segundo, y enseguida comenzó a tirar de su mano para liberarla.
—¡Eren! ¡Eren! ¡Eren!
Hange corría hacia él con una expresión de pura diversión en su rostro, aunque una parte de su mente le susurró con miedo que aquello no era diversión, que lo que manchaba el rostro de la mujer era excitación pura, el aprendizaje del que tanto añoraba a solo unos metros suyos. Eren la vio estirar su mano, su boca curveada en éxtasis y sus pupilas dilatadas.
—¡E-espera, Hange-san!
Cuando los dedos de Hange tocaron el brazo semi formado, Eren lo sintió.
El más pequeño de los toques, el más leve de los roces.
Eren lo sintió.
—¡Ah, maldición! ¡Quema quema quema!
Con el rostro vuelto hacia ellos, pudo ver que el resto del escuadrón Levi había bajado la guardia, sus miradas yendo de Hange al Capitán y de vuelta a él, aún cautos y asustados. Eren tragó saliva con fuerza y comenzó a tirar una vez más de su mano, tratando de sacarla de allí.
—¡Espera, espera, Eren!
—¡Félix!
Giró una vez más hacia donde el resto, encontrándose cara a cara con Félix a solo un par de centímetros del miembro semi formado, orbitando cerca, obviamente temeroso de quemarse como Hange lo había hecho.
Por un momento, Eren se preguntó cómo era posible que el otro pudiera acercarse con facilidad cuando el resto, a excepción de Hange, parecía no querer hacerlo.
—Intenta no lastimarte otra vez —le dijo en voz baja, mirándole fijamente a los ojos. Inconscientemente, Eren se enderezó en su sitio, asintiendo—. Sé menos agresivo. Ten cuidado.
Tragando saliva, volvió a intentarlo una vez más, esta vez con menos pánico y urgencia. A su alrededor aún podía sentir a Félix, demasiado cerca para ser cómodo. Eren aún no comprendía muchas cosas sobre lo que le ocurría, sobre cómo poder transformarse en un titán era posible.
Había otras preguntas dando vueltas en su cabeza, unas en las que no quería pensar con tanta profundidad. Tenía miedo de obtener una respuesta.
Cuando su brazo se liberó con mucha más fuerza de la anticipada, Eren se sintió caer hacia atrás e impactar contra otra persona, ambos soltando un suave 'oof' cuando aterrizaron en el suelo.
Él, y quién sea que lo hubiera atrapado, permanecieron en el suelo por un momento simplemente respirando profundamente. Eren, con el brazo libre y las piernas un poco flaqueantes, rodó de encima de la persona y se sentó sobre el césped, admirando su mano sin los vendajes y notando que las mordidas de antes se habían desvanecido.
—¿Te encuentras bien? —murmuró una segunda voz, muy cerca de su oído que ocasionó que el chico se girara a prisa hacia su derecha. Félix estaba ahí, con las cejas fruncidas y sus ojos fijos sobre su anteriormente herida mano—. Uh, por fin sanaste.
—Ah, s-sí.
Eren trazó las líneas en el rostro contrario, las que se hallaban cerca de la boca que indicaban que Félix sonreía con regularidad. Las de sus ojos, las ojeras debajo de estos que le decían que el hombre no tenía un buen horario de sueño. Las que definían sus pómulos y los alzaban de esa elegante manera que solía verse en rostros de personas atractivas. Sus ojos eran verdes y brillosos, como los rayos del sol lo eran durante verano y se reflejaba sobre una superficie con agua, ricos en color y luminosidad.
Cuando Félix alzó la mirada, Eren se vio reflejado en ella.
Algo, profundo en su mente, le susurró que él conocía a este hombre.
Que ese rostro ya lo había visto.
Que esa boca ya le había sonreído.
Que esos brazos, que segundos antes lo habían envuelto para evitar que se lastimara con la caída, ya lo habían sostenido antes.
Que, quien quiera que Félix fuera, Eren ya lo había sentido.
—¿Eren?
El de ojos color jade parpadeó, su cerebro registrando tardíamente la manera tan fácil en la que Félix movía su mano hacia su frente y corría sus mechones hacia arriba, sintiendo la temperatura de su piel. La manera tan familiar en la que pronunciaba su nombre y le hacía sentir en paz, comprendido.
Félix era… él era…
—¿Te encuentras bien? ¿Te lastimaste?
Se imaginó esas callosas manos sosteniendo su rostro entre ellas, ojos esmeralda brillando pero por lágrimas y la boca con líneas provocadas por sonreír mucho, fruncida hacia abajo mientras susurraba una y otra vez 'por favor despierta, por favor no te vayas, por favor respira.'
Por favor Eren, le decía con angustia, con dolor, con terror, por favor no lo hagas.
Eren, honestamente, no supo en qué momento comenzó a llorar.
.
—¿Se encuentra bien?
Félix miró a Hange de soslayo antes de volver su mirada hacia el suelo, apenas y encogiéndose de hombros para responderle.
La castaña suspiró, empujando sus gafas hacia arriba y volviendo a recostarse contra el respaldo de la silla sobre la que se hallaba, sus hombros permaneciendo alzados a pesar de la incómoda posición.
—Petra dijo que vería cómo está, pero se veía muy… abrumado.
—Bueno, comenzó a llorar —recalcó la mujer en voz tenue—. Probablemente el manifestar una enorme mano de la nada lo ocasionó.
—No lo culparía —fue esta vez Levi, recargado contra la pared contraria a ambos, quien respondió. No los miraba a ninguno, pero a la mesa que se hallaba frente a Hange—. Trató de transformarse durante todo un rato y falló. Y lo logró una vez no estaba requerido alrededor de personas con trauma calificadas para eliminar cosas como él.
—Eren no es una "cosa", Levi —la voz de Félix resonó dentro de la habitación con dureza, muy distinta a la que normalmente usaba para comunicarse con el resto—. Harías bien en recordar eso de vez en cuando.
Levi le sostuvo la mirada todo el rato, notando que, sobre los normalmente tranquilos ojos verdes, ahora había una pequeña sábana oscureciendo esa mirada, volviéndola amenazadora de una manera tan distinta a la que se le veía durante algún enfrentamiento fuera de los Muros.
—Estás extrañamente apegado a Eren, Félix —recalcó de vuelta el Capitán, entrecerrando sus ojos pero manteniendo esa neutral, tranquila, casi indiferente expresión—. Harías bien en recordar tu lugar, y el suyo.
—¿Cuál? ¿El de Eren, siendo una especie de arma o ventaja que vamos a utilizar para qué, precisamente? ¿Solo para que los de la Policía Militar no lo tengan con ellos y puedan deshacerse de él en silencio? ¿Cuál es la posición de Eren dentro de la Legión?
—Erwin cree en él.
—Erwin cree en su utilidad —y sonaba mal. Sonaba mal que, fuera de la apreciación que le tenía al Comandante, fuera él precisamente quien les recordara eso—. Habilidades de titán o no, Eren es tan humano como el resto de nosotros. Y no debería ser utilizado de esta manera.
Quizás había sido la ilusión, la idea de que había alguien allá afuera capaz de transformarse en un titán. No era un concepto nuevo, no precisamente cuando Hange comenzó a teorizar sobre el Titán Acorazado y el Colosal. Cuando la mente de la mujer comenzó a ir a lugares inexplorados y Erwin tuvo que ordenarle que, por mucho que sus experimentos ayudaran y su presencia fuera apreciada, lo mejor sería que se olvidara de todo eso o se arriesgaría a atraer atención no deseada.
Quizás había sido eso, precisamente, que el resto de ellos simplemente habían olvidado que Eren, además de ser un joven de quince años que había vivido la Caída de Shiganshina en carne y hueso, era también humano.
¿No era aquello una maravilla? Tan metidos estaban en sus cabezas, tan hundidos en el pozo se encontraban, que estaban dispuestos a utilizar a un traumatizado chico de quince años para lograr lo que no se había hecho en más de tres décadas. Que estuvieran dispuestos a mirar hacia otro lado mientras sus peores miedos se manifestaban en carne y hueso frente a ellos, ocultos en un menudo cuerpo de un chico apenas en camino a la adultez.
Era enfermo. Era asqueroso, que sus expectativas cayeran sobre hombros tan frágiles.
Y que todavía tuvieran la audacia de olvidar que, fuera lo que Eren fuera, titán o no, chico o no, la gran esperanza de la humanidad o no, al final del día era tan humano como ellos mismos lo eran.
—Tenía esto en la mano. Bueno, estaba sosteniéndola cuando se semi transformó.
Félix miró con ojos entrecerrados a la cuchara sobre la mesa, su mente aún revuelta y sus pensamientos yendo de aquí allá.
El nauseabundo sentir en su estómago creció un poquito más.
—Estuve pensando que tal vez Eren necesita un motivo para transformarse.
—Un objetivo, uh.
—Hah. Uno real, lo suficiente como para lograr una transformación completa —continuó Hange, el cristal de sus gafas reflejando la luz de afuera—. Los informes de ese día en Trost no dicen mucho sobre cómo pudo hacerlo, pero hay menciones de la estructura de un cuerpo humano que hizo para proteger a sus amigos de una bala de cañón. O cuando selló la puerta en Trost, así que sería suficiente con decir que se necesita un objetivo en concreto para que se transforme totalmente.
Félix tragó saliva, repentinamente sintiendo su boca muy seca.
Ese algo en la parte trasera de su cabeza comenzó a aparecer de nuevo, insistente y pareciendo que no planeaba ir a ninguna parte.
El azabache suspiró, una de sus manos enterrándose entre sus mechones mientras la otra se cerraba en un puño.
—¿Y ahora qué, entonces?
Hange alzó la mirada y, aunque miró por brevedad al Capitán, el peso de las orbes marrones recayó sobre él en especial.
—Lo dejaremos descansar por hoy, quizás que vea a sus amigos y hable con ellos un poco —Hange se puso en pie y rodeó la mesa para acercarse a Félix, colocando una mano sobre su hombro y dándole un firme apretón—. Mañana le informaremos de esto, y haremos un intento más.
Félix muy apenas y asintió, agradecido con Hange y la peculiaridad que tenía la mujer para comprenderlo. Ella en cambio, le sonrió levemente y procedió a retirarse de la habitación con Levi tras ella, quien no se molestó ni en mirarle una última vez.
Eso estaba bien. Félix estaba seguro que, de haberlo hecho, él habría llevado a cabo algo infantil y tonto como sacarle la lengua. O el dedo medio.
O ambos.
Al final, prefirió simplemente imitarlos. Se acercó a la mesa, tomó la cuchara, y se retiró de la habitación.
La idea de Eren siendo una mera herramienta no dejó su cabeza por el resto del día.
(El tirón que sintió en su pecho y el repentino alivio que lo inundó el día siguiente al ver mejor al chico se extendió hasta la punta de sus dedos, y algo dentro suyo, muy, muy oculto en él, se quebró.
Se desenvolvió de la misma manera en la que un hilo enredado lo hacía.
Y se asentó ahí, entre sus costillas y enterrado probablemente en su mente, aguardando a ser encontrado.
A ser despertado.)
!!!
Estoy tan orgullosa de este cap por lograr haberlo hecho desde otro punto de vista kdkakdkaks espero que les guste, idk <3
Btw, vamos entrando a heavy stuff, ya saben, esto es attack on titan so oH espero que hayan disfrutado del estreno de la cuarta temporada y para aquellos que aún no hayan leído el manga y hayan esperado al inicio de la temporada, well, buena suerte <3!!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top