69. De pianos y bailes

CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE
DE PIANOS Y BAILES 
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Era solo un susurro.

Podía escucharlo incluso desde donde se encontraba de pie, entre las sombras del dobladillo de un mundo perdido entre mundos, oculto entre los espacios donde a veces la luz del sol no alcanzaba a tocar.

Las teclas del piano, presionadas con gesto airoso, no eran nada más que un tenue susurro.

Era un sueño lejano, algo tonto y desgarrador, pero desde donde estaba en pie podía ver los dedos suaves y ágiles moviéndose a lo largo de la extensión de las teclas, presionando una y luego la otra, y cada vez que lo hacía el piano destilaba cada nota con tanto entusiasmo que lo dejaba casi mareado, casi sin aliento. Quería acercarse, quería salir de entre las sombras, abandonar su pequeña esquina en el (su) mundo, y extender su mano para tratar de tocar una, escuchar el sonido que haría, cantar una canción si podía.

Quería hacerlo. Estaba ahí en sus dedos el hormigueo que tendía a aparecer cada vez que quería, porque por supuesto querer era un rasgo común en aquellos que no eran saciados durante tanto tiempo; querían más de lo que su cruel mundo les daba.

La música se interrumpió de golpe y él dejó de respirar, siguió un silencio y luego comenzó de nuevo, y la melodía que salió del instrumento era triste, una dolorosa sensación de anhelo que impregnaba sus sentidos. Se llevó las manos a los oídos y los cubrió con ellas, luchando contra el sonido y apretando los dientes cuando las notas sobrepasaron la frágil barrera que trató de interponer entre ellas, más allá de su deseo de ser sordo para no escuchar el suave vaivén de las teclas y la presión de cada una de ellas causando que la sombría canción fuera tocada.

Eso también dolía, se dio cuenta un segundo más tarde. Porque la verdad es que era un cobarde, y lo había demostrado ya una y otra vez, y de alguna manera, por algún motivo, no le molestaba en absoluto.

Así que no mira. No puede mirar.

La canción pica crescendo, el silencio se detiene, las teclas vuelven a ser presionadas una vez más y el murmullo termina.

Ahí, tras la cortina en su mundo perdido entre mundos, se clava las uñas en la palma de la mano y trata de presionar sus ojos, trata de cerrarlos.

No quería ver, porque él estaba familiarizado con este tipo de sueños; esos que le rompían el corazón cada vez que se veía obligado a sumergirse en ellos, a ahogarse y perderse en ellos y buscar la salida, encontrarse a sí mismo. Esos sueños le rompen el corazón.

No quiere mirar, pero lo hace de todos modos, porque así es como se supone que debe ser. Cuando alza la mirada y se atreve a mirar, hay un par de ojos mirándole desde el banquillo del piano, un mechón de cabello oscuro acariciando el costado de un rostro pálido.

Sus ojos brillan. Ella sonríe.

Félix despierta.

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Cuando lo hizo, se encontró con que su mejilla estaba presionada contra la puerta del carruaje en el que iba, y que a un lado suyo, la hermana de Willy Tybur le sacudía del hombro con suavidad para hacerlo despertar.

Félix descendió por los pequeños escaloncillos del carruaje con una mano cubriendo su rostro, evitando que los rayos del sol le dieran de lleno en el adormilado rostro. La residencia frente a la que se hallaba de pie era común para él, porque la había visto veces anteriores en sueños, ciclos pasados y en la vida real, la que se encontraba viviendo en esos momentos.

—…Es grande.

Lara Tybur inclinó levemente su rostro hacia un costado y le regaló algo que podría o no ser una sonrisa.

—Nuestra familia es numerosa.

—Dios, ¿hay más de ustedes?

Del mismo modo en el que su respuesta había sido un susurro, la tenue risa de la mujer lo fue por igual.

Félix la miró por el rabillo del ojo mientras ascendían por los escalones que llevaban hacia la puerta principal de la residencia; a cada lado de ellos se alzaban barandas de piedra lisa color blanca que a su vez estaban rodeadas por setos y arbustos y un par de enredaderas. La plataforma a la que te llevaban era un poco ancha, y el pórtico estaba alzado con un par de columnas a cada costado de la puerta principal, elevando un ligero techo bajo justo encima de ella.

—¿Dónde está Willy?

—Dentro, probablemente.

Lara Tybur es una mujer de pocas palabras, si las escasas respuestas que le había dicho hasta ahora eran de alguna indicación. No es como que se queje, no realmente. Después de haber pasado dos días con Zeke, de soñar con el tribunal de Wright y los aristócratas y de sentirse abrumado cada vez que alguien le hablaba ya fuera un guardia o incluso Magath, el silencio que ella proveía era bienvenido.

Los dos guardias de pie junto a la puerta principal empujaron la pesada madera para abrirla y les cedieron el paso un segundo después. El recibidor de la casa era pequeño, un espacio abierto que sin embargo se extendía hacia atrás para darle paso a un largo pasillo alfombrado. Había un perchero junto a la puerta y un espejo que cubría el lado contrario del muro, y al continuar por el pasillo, las paredes tenían pinturas en ellas.

El interior era un suave tono beige con el piso de duela de madera oscura.

—Uh… ¿Vas a llevarme con él?

—¿Quieres que lo haga?

—Uh… ¿Sí? ¿No se supone que él es, no sé, tu, uh… Cabeza de familia?

—Cabeza de familia —murmuró ella por lo bajo, desviando su mirada momentáneamente hacia el suelo—. Supongo que sí lo es.

—¿Supones?

—”Cabeza de familia” no es un término usado comúnmente —dijo. Lara lo guió a través del pasillo pasando por un par de puertas y luego hacia la izquierda por otro pasillo, dejando tras de sí otra habitación que se abría para mostrar unas escaleras—. Se utiliza más el “señor de la casa” en la actualidad.

—Ah… Lo siento.

Ella negó con simpleza, mirándole brevemente por encima de su hombro.

Ese pasillo, a cambio del principal, estaba vacío a excepción por el enorme retrato que colgaba de un punto estratégico porque estaba puesto frente a una puerta ancha y de madera de caoba. Lara dio dos toques a ella y luego la empujó con suavidad.

—Willy —la escuchó murmurar—. Volvimos.

La mujer le hizo una ligera seña para cederle el paso y Félix ingresó a la habitación tras ella, sus ojos estudiando la propiedad del lugar, la sofisticación. Había un enorme ventanal en la pared contraria y un escritorio grande frente a este, con sofás y una mesa a un costado de la habitación. Parte del muro estaba tapizado por estanterías.

Willy lo miraba con fijeza a medida que se acercaba hacia el centro de la habitación, un fino mechón rubio cayéndole frente al rostro. Félix lo saludó con un vago gesto de su mano y con largas zancadas se acercó hasta la silla frente al escritorio y la corrió hacia atrás, tallando las patas en el suelo y produciendo un chirriante sonido.

—Así que… —dijo una vez se hubo dejado caer en la silla, desgarbado contra el respaldo con sus brazos cruzados flojamente frente a su pecho—. Esta es tu casa, ¿uh? Es linda.

—Félix.

—¿Sí?

—… ¿Lara?

Por el rabillo, vio a Lara encogerse de hombros con gentileza, apenas si alzándolos. La mirada de la mujer estaba puesta sobre su hermano, delicadamente curveando sus labios hacia arriba en algo que podría haber sido una sonrisilla burlona, y él se volvió a Willy para imitarla.

—Oh vamos, ¿en verdad te molestó lo que hice?

—No fue precisamente una buena idea.

Félix negó con diversión, sonriendo ampliamente.

—Por favor, estuve a punto de cruzar la puerta del tribunal sin ninguno de tus guardias cerca mío, ni siquiera el idiota de Zeke —chasqueó la lengua con fuerza—. De no haber sido por ese oficial recién ingresando, estoy seguro de que podría haber llegado al parque frente al tribunal sin problemas.

—Y habrías desatado una búsqueda completa de ti en toda la ciudad, estoy bastante seguro de ello.

—¿Y qué? Estuve cerca de escapar —señaló él, presumido—. Eso solo demuestra cuán inútiles son tus estúpidos guardias, y cuán inservibles son los oficiales de Marley. Me parece más un problema suyo que mío, honestamente.

Willy se pinchó el puente de la nariz y de tres largas zancadas retomó su asiento tras el largo escritorio, siendo mucho más elegante que Félix al hacerlo y no causando un chirrido que hacía los oídos sangrar.

—Olvídalo, Félix. Me tomé la libertad de poner tu papeleo en orden —prosiguió el rubio sin prestar atención a su intento de sacarlo de quicio—. Tuvimos que registrarte como ciudadano marleyano en lugar de ‘eldiano’ o ‘marleyano honorario’, como los guerreros y sus familias lo son.

A esto, Félix frunció levemente el ceño y se inclinó aún más hacia atrás, tirando una mirada hacia donde Lara se encontraba.

—Uh… ¿Y eso por qué?

—Fue una de las condiciones del señor Wright —informó el rubio—. Tu apellido es… Motivo de preocupación, por decirlo de alguna manera. Si bien la familia Ackerman es conocida por varias personas, especialmente esas pertenecientes a la política, cree que asociar el apellido Ackerman con eldiano podría resultar desastroso para nosotros.

—¿Cómo así?

—Nuestros aliados en las otras naciones podrían ponerse nerviosos. Los Ackerman son cuentos de terror en ocasiones, así que es mejor mantenerte apartado de toda relación que pudieras tener con Eldia en caso de ser posible.

—…No tiene sentido —debatió el otro, removiéndose en su asiento—. Si nunca antes se ha registrado la existencia de un Ackerman en Marley previo a la invasión de Paradis, entonces van a darse cuenta casi de inmediato que no pertenezco exactamente aquí.

—Pero ahora lo haces —señaló Willy.

Félix abrió la boca buscando debatirlo en ello, pero cuando se dio cuenta de que el hombre estaba técnicamente en lo correcto, la cerró con dureza y produjo un leve ‘clic’ con sus dientes al hacerlo. Willy, triunfante, sonrió satisfactoriamente y volvió su atención a los papeles frente a sus ojos.

—Félix Ackerman, varón, 1.77-

—1.79, gracias.

—Mhm, ¿tu fecha de cumpleaños?

—…16 de mayo.

—¿Edad?

—23 años.

—¿Estás casado?

A eso, se llevó un dedo a la boca y simuló vomitar.

—No, que asco —negó enseguida—. El matrimonio está sobrevalorado, y la verdad prefiero no meterme en esos problemas.

—El matrimonio no es tan malo, no entiendo tu aversión hacia el.

—Nunca he tenido un buen ejemplo de el, quizás sea eso.

—Mhm, probablemente. ¿No te gustaría encontrar a alguien ideal y contraer matrimonio, entonces?

Félix hizo una seña restándole importancia al asunto y una sonrisa se asomó en el rostro de Willy. Pronto, el rubio terminó de llenar los papeles faltantes y se levantó de su asiento, dando unos pocos pasos hasta rodear el escritorio y detenerse junto a donde se hallaba sentado. Félix tildó la cabeza ligeramente hacia atrás y lo miró con una ceja alzada, expectante. Willy se inclinó y colocó las hojas frente a él y le tendió la pluma con la que había estado escribiendo.

—Tu firma, por favor.

Con cuidado, tomó la pluma de entre los dedos de Willy y cerró los suyos alrededor de ella, inspeccionándola en silencio por unos pocos segundos. Tenía el ceño fruncido, obviamente desconfiado de lo que sea que estuviera escrito en ese papel, pero la cosa… La cosa es que no podía leer lo que decía.

Félix alejó ligeramente la hoja y entrecerró ligeramente los ojos, tragando saliva con pesadez cuando ninguna de las letras en el blanco papel tomó sentido. Estaba el otro problema de su ojo derecho, porque si bien podía ver con el, en estos momentos… No. Se miraba borroso, muy distinto a como se vería normalmente, y un nudo de ansiedad se le hizo en el estómago cuando se dio cuenta de ello.

—Uh…

—¿Hay algún problema?

Félix bajó la pluma hacia el escritorio.

—No puedo, uhm, no puedo leer esto.

Una de las cejas de Willy se arqueó pero no volvió a tomar el papel de su mano, simplemente mirándolo como si le dijera silenciosamente ese no es mi problema. Félix bufó y aventó la hoja de vuelta a la mesa.

—No hay necesidad de leerla-

—No voy a firmar algo que no puedo leer, ¿me crees estúpido?

—Bueno-

—Oi —dijo—. Lo digo enserio. No voy a firmar algo que soy incapaz de leer, no soy tan estúpido como para hacer eso. Además, creí que nuestro acuerdo era por palabra, ¿está eso que discutimos aquí? ¿Qué hay de lo que me dijo el señor Wright? ¿Eso también está aquí?

Willy se enderezó mientras se pasaba una mano por el largo cabello rubio, sus cejas aún fruncidas y claramente molesto con su duda. El azabache se encogió de hombros.

—¿Tu firmarías un papel sin saber qué es lo que dice?

—Por supuesto que-

—Entonces yo tampoco lo haré.

Era probablemente una mala idea tentar a la suerte y negarse a hacer algo que estaba siendo, digamos, demandado de él. El señor Wright le había dicho que debía obedecer a sus nuevos ‘dueños’ pero incluso Félix podía ver cuán ridícula era la petición de firmar algo sin previo conocimiento de lo que sea que dicho papel tuviera escrito.

Willy tenía esta expresión en su rostro que le hacía sentirse ligeramente intimidado, con los ojos ligeramente entrecerrados y la boca en una firme línea. Félix, a pesar de ello, se encontró sonriendo con ligereza.

—Si estás tratando de intimidarme, pues no va a funcionar —dijo—. No voy a firmar, y si quieres que lo haga, enséñame a leer lo que dice ahí.

Willy frunció el ceño como si Félix estuviera hablando otro idioma, así que el azabache se sintió con la libertad suficiente de alargar el brazo y poner su dedo índice en medio de ambas cejas, dándole un ligero toquecito antes de bajarlo nuevamente.

El sonido de alguien riendo los distrajo a ambos y los llevó a mirar hacia donde Lara se mantenía en pie, con su puño cubriendo su boca con cortesía.

—Suena justo, Willy —murmuró ella tras unos segundos, alisando la falda de su vestido antes de acercarse hacia donde ambos se hallaban para tomar la hoja de papel de encima del escritorio—. Yo podría enseñarle, si gustas.

El ceño fruncido de Willy se profundizó ligeramente y su boca se dobló hacia abajo, claramente descontento. Félix, conscientemente de que este no era su momento de llamar atención hacia él, se recargó hacia atrás en el respaldo de la silla y resopló, dividido entre si la situación era divertida o debía comenzar a preocuparse.

—Lara…

—Tiene razón —musitó la mujer con voz suave. Félix la miró de reojo e inmediatamente miró hacia otro lado—. No podrá adaptarse a Marley correctamente si nos rehusamos a educarlo en nuestras costumbres. Si queremos hacerlo pertenecer, la lectura es un gran método para lograrlo.

Félix sabía que Willy era un imbécil más veces de las que no. Antes, había convivido el tiempo suficiente con el hombre como para entender que si bien era un aristócrata de alto renombre, que era respetado por muchas personas con poder, también podía llegar a ser el bastardo más insufrible de todo el mundo, así que lo que dijo después de ello no lo sorprendió con exactitud, simplemente lo ofendió.

—… ¿Por lo menos sabe leer?

—¡Hey! —exclamó el azabache, girando en su asiento y fulminando al rubio con la mirada—… No seas grosero, eso no fue lindo.

Lara, con suavidad, le colocó una mano en el hombro y le dio un ligero apretón y fue como si Félix se deshiciera bajo su toque, prácticamente rindiéndose de vuelta al respaldo de su asiento con un gruñido deslizándose de entre sus dientes.

—¿Hay algún género de libro que prefieras, Félix? —preguntó haciendo un gesto hacia las estanterías llenas de libros dentro de la habitación—. Mi hermano tiene una extensa variedad, tan solo toma el que gustes, y comenzaremos las clases.

Félix titubeó un segundo antes de ponerse en pie y andar con largas zancadas hacia ellas, buscando entre los distintos tomos el más delgado de todos ellos. Se preguntó si sería buena idea decirles que leer libros era de sus actividades menos favoritas y que si lo había hecho antes había sido para ayudar a Erwin, o para complacerlo, aunque últimamente tomó por costumbre el escabullirse en casa de los Reiss para buscar entre los de Frieda, aún así preferiría no leer.

No era una excusa que pudiera usar en esos momentos, o si realmente quería aprender de estas personas. Aprender y recolectar información.

Con un suspiro, dejó caer la mano que anteriormente trazaba los tomos con fineza y se volvió hacia ellos, luciendo derrotado.

—Poesía.

Willy sonrió con gentileza y se acercó hacia la estantería igualmente, excepto que se quedó a unos pasos de donde se hallaba el otro en pie y hojeó con su mirada los tomos que forraban el muro. Félix lo miró entre curioso y hastiado, constantemente ladeando el rostro cuando veía a Willy tirarle miradas por el rabillo del ojo.

Lara continuaba de pie frente al escritorio, junto a la silla que había estado ocupando.

Félix le miró de reojo, estudiando la formalidad en su figura, cuan erguida estaba y lo quieta que se encontraba ahí de pie como si no estuviera usando un tacón ligero en los zapatos. El cabello oscuro lo llevaba recogido en un moño, y portaba un vestido que le molestaba, por alguna razón que no sabía con exactitud.

La mujer era linda, se atrevía a decir, con ojos oscuros color grises y piel clara, pómulos afilados y nariz pequeña. Le intrigaba el saber cómo es que los dos hermanos eran tan distintos físicamente del mismo modo en el que parecían serlo en personalidad.

—Este es uno de mis favoritos —una vez escuchó la voz de Willy volvió a dirigir su atención hacia él, descubriendo que el hombre había acortado la distancia entre ellos y sostenía hacia él un libro pequeño de cubierta gruesa color verde y algo escrito en marleyano encima.

Félix lo tomó con dedos cautos, como si fuera a contraer una enfermedad al tocarlo.

—Uh… Gracias. Creo.

—Un placer.

Willy le sonrió con rapidez, su expresión inmediatamente disolviéndose en seriedad. El rubio giró sobre sus talones y volvió en dirección a su escritorio.

—Supongo que esto tendrá que aguardar —dijo más para sí mismo mientras tomaba la hoja de papel que se rehusó a firmar y comenzaba a guardarla en un cajón, que parecía estar al tope de otros papeles y archivos—. Entonces, con eso fuera del camino por el momento, me temo que tengo otro favor que pedir de ti.

—Huh, ¿todo lo que me has pedido han sido “favores”? Vaya pedazo de mie-

—Lara te acompañará a tus habitaciones —interrumpió—. Tus clases de lectura comenzarán mañana al mediodía, por el momento, por favor sigue a mi hermana. Te daré un par de horas para acomodarte, pero debes comenzar a alistarte antes de que comience a atardecer.

—… ¿Alistarme? ¿Alistarme para qué?

Willy, carraspeando, se pasó una mano entre los cabellos y fingió no escuchar la tenue risa de Lara a un lado de ellos. Con cuidado, quitó de su rostro todo rastro de expresión que pudiera haber en el hasta entonces y Félix tomó un quedo respiro, sus dedos apretándose alrededor del pequeño libro de poesía que sostenía como si fuera lo único manteniéndolo quieto en esos instantes.

—…¿Por qué tengo que alistarme?

—Asistiremos a un evento social al anochecer —le informó el Tybur con tranquilidad, una tensa sonrisa en sus labios—. Me tomé la libertad de dejar un atuendo apropiado para ti en tu armario, por favor si necesitas asistencia para ponértelo, con gusto la proveeré.

—¿Evento social? Cómo… ¿Quieres decir que iremos a una fiesta?

—Una reunión —clarificó, dando énfasis a la última palabra—. Así que por favor, retírate.

Félix, estupefacto por poco menos que un segundo, dio un paso hacia él con el libro alzado.

—¡Yo no voy a-!

El peso de una mano en su muñeca lo detuvo y él se volvió para mirar a Lara, que le miraba de vuelta con ojos oscuros bañados en indiferencia. Aún tenía una pequeña sonrisa en su rostro, pero sus ojos eran como dos pozos sin fondo que no reflejaban ni siquiera la luz que entraba a raudales por los ventanales.

El tacto de ella sobre su piel se deslizó hasta el libro y lo tomó de entre sus dedos, y solo entonces él bajó el brazo y se enderezó. Sin mediar palabra, la mujer dio media vuelta y siguió andando con pasos cortos, espalda erguida y mentón alzado.

Félix dirigió una rápida mirada hacia Willy antes de comenzar a seguir a la mujer, titubeante.

Tenía tantas preguntas que quería hacerles, pero a pesar de ello, una parte suya comprendía que no tenía permiso de cuestionar cualquier orden que le dieran. Así es como funcionaba ahora, y si bien le daban la libertad suficiente de abrir su bocota y cagarla, exigir respuestas y consideraciones de ellos no era algo que debía pensar en hacer.

En silencio, siguió a Lara fuera de la oficina y por el pasillo de vuelta al vestíbulo, atravesando una puerta que había notado antes y deteniéndose un momento para contemplar las escaleras que llevaban al segundo piso. Había una alfombra en los peldaños color azul con bordes plateados y rosas doradas bordadas en la orilla y un candelabro de cobre colgaba en el centro de la habitación. Al mismo tiempo, había más puertas que parecían llevar hacia la parte trasera del interior de la casa, probablemente donde la servidumbre habitaba o transitaba a menudo.

Félix creyó que lo llevarían por ese sitio, excepto que la mujer Tybur comenzó a ascender los peldaños, sosteniéndose delicadamente del barandal que las rodeaba. Se quedó un momento al pie de ellas y luego ascendió por igual, más dudoso que antes.

—¿Por qué todo está tan callado? Creí, uh, creí que dijiste que tenían una familia numerosa.

—La señora Tybur llevó a sus hijos fuera de casa por unas horas, volverán en un rato.

—¿Tienen más de uno?

Ella asintió de una sola cabezada, indicándole con un gesto de su mano que la siguiera a través de otro pasillo que continuaba por la izquierda, dejando atrás las escaleras. Había un par de puertas más en ese también, todas ellas del mismo acabado, la misma madera y el mismo color. No había ni una sola ventana por la que pudiera saltar en caso de que todo se fuera al carajo.

Al final lo llevó al fondo del pasillo y sacó de uno de sus bolsillos una llave, que insertó en la cerradura y procedió a abrir la puerta. Félix se abstuvo de rodar los ojos e ingresó tras ella con lentitud, escaneando la habitación de esquina a esquina.

Era grande. Mucho más grande que cualquier otra habitación en la que hubiera estado como huésped antes.

Derrochaba lo mismo que el resto de la casa hacía; las paredes eran de color suave y claro y el piso estaba alfombrado, aunque alcanzaba a ver la misma duela de madera oscura que el resto de la casa favorecía. Había una cómoda junto a la puerta y un perchero, y del lado contrario estaba una gran, masiva cama con un dosel pegada al muro con las cortinas de la cama corridas y dos pequeños muebles colocados a cada costado. Pegado a la pared de la derecha, de frente a la puerta, había una chimenea y dos pequeños silloncitos con una mesita en el centro, un florero encima de ella.

También, a cada lado de la cama caían dos largas cortinas de tela oscura que pintaban el interior de la habitación de un sombrío sentimiento. Detrás de ellas había dos grandes ventanales, y una vez espió tras ellas, se encontró con que daban hacia el extenso patio exterior de la propiedad de los Tybur.

—El baño está por allá —señaló ella hacia una puerta en la pared contraria. A un lado de ella había un armario ancho de madera clara barnizada y un espejo de cuerpo completo junto a el—. Hay un par de prendas en el armario, ese de ahí, incluido el atuendo para el evento de esta noche. Por favor, toma una breve siesta antes de partir, alguien subirá a hacerte el baño y despertarte a una hora adecuada.

—… ¿Eso es todo?

—¿Cómo dices?

Félix, aún de pie y dándole la espalda, con la poca luz que se filtraba por la ventana que daba al patio trasero, dejó ir la cortina que anteriormente sostenía entre sus dedos y permitió que una suave oscuridad envolviera la habitación.

Un sentimiento de incomodidad comenzaba a cerrársele en el pecho, reptando lentamente desde donde le latía el corazón hacia fuera de sus costillas, abriéndose paso hacia el exterior con tanta lentitud que respirar le costó un segundo y después otro.

—…Olvídalo —murmuró por lo bajo, sintiendo que lo que realmente quería decir era revelado por la tensión en sus hombros—. Gracias por traerme hasta aquí.

De Lara no hubo nada más que silencio por unos pocos momentos antes de que sus zapatos de tacón volvieran a escucharse, dando suaves pasos hacia el interior de la habitación y deteniéndose a unos pocos por detrás de él. Félix aguardó hasta que la escuchó abandonar la habitación y entonces, una vez la puerta se cerró con un clic, fue que se dio media vuelta y anduvo hasta la cama, deteniéndose a un lado de ella para observar la cubierta del libro de poesía que Willy le había entregado minutos antes.

Lo empujó con gentileza hacia un costado, haciendo espacio para sí mismo en la cama, y el libro cayó con un thud seco al suelo.

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Una mujer lo había ido a despertar.

Félix la observó en silencio mientras salía de la habitación, sus pequeños zapatos de tacón bajo haciendo tap tap tap contra el suelo al girar alrededor entre la puerta del baño y la cómoda. Ni siquiera la alfombra debajo de ella conseguía amortiguar el sonido.

Era un poco raro estar sentado sobre su cama, observando a otra persona hacer algo que él estaba acostumbrado a llevar a cabo. La mujer no le miró en ningún momento, no alzó el rostro ni trató de hacer contacto visual. Era como si estuviera limpiando el cuarto para un fantasma, excepto que él estaba ahí, mudo e incómodo e intimidado.

Sentía hasta miedo de entrar al baño, por lo que terminó empujando la puerta con su pie para abrirla, dejando que la tibia temperatura del cuarto se filtrara levemente hacia fuera. Con cuidado, asomó su cabeza por un extremo y escaneó el interior, sintiendo que otra roca le caía en la boca del estómago al encontrar que el baño, del mismo modo que la habitación, era grande y espacioso, y lindo.

Del lado izquierdo de la habitación y pegado al muro junto a la puerta había un lavabo ancho con un espejo largo que reflejaba el resto de la habitación hacia la derecha. Había un par de gabinetes sobre el lavabo y las encimeras en el que estaba sostenido tenían un par de botellitas encima. El retrete estaba retirado unos pocos pasos con el rollo de papel sostenido de la pared por un trozo de metal gris. Más al fondo de la habitación y al lado contrario estaba la ducha pegada al muro, distinta a como la había visto en la casa que él y Zeke ocuparon por un par de días.

Esta ducha era más espaciosa también, con un banquito en el interior de ella que parecía tener lo esencial para lavarse. Estaba cubierta alrededor por una cortina y bajos muros de cemento cubierto en losa para que el agua no cayera fuera de ella, y un tapete reposaba en el suelo.

Lo que le llamó la atención estaba al final de la habitación, junto a un mueble donde obviamente se guardaban toallas y ropa de baño para cuando terminaras y salieras de la ducha.

Era una bañera, lo suficiente ancha como para poder tener a tres personas en el interior y larga, cubriendo casi por completo el muro contrario a excepción de los pequeños espacios que quedaban a cada lado, en donde había dos macetas con una planta que desconocía. Tras ella, y dejando entrar raudales de luz de atardecer, había otro ventanal tan largo y grande como los que había a cada lado de su cama en su habitación.

—Ah, mierda…

Todo era tan grande, y moderno de una manera que le hacía sentir incómodo y emocionado. Si bien los nobles de Paradis tenían acceso a lujos que el pueblo común no, esto era distinto. Esta enormidad, y la elegancia, lo mucho que derrochaban su estatus con algo que podría no ser tan fabuloso para otros pero para él sí.

No podía evitar hacer ese tipo de comparaciones con la vida de Paradis con la de Marley, porque él sabía lo distintas que eran, y aún así…

El vapor que se alzaba del agua tibia que llenaba la bañera causaba que los cristales del ventanal se empañaran un poco. Félix metió su mano para comprobar la temperatura, temblando con ligereza una vez se dio cuenta de que estaba perfecta, y esa vena de incomodidad que había tenido en el pecho poco a poco comenzó a deshacerse cuando se metió en ella.

Un prolongado, ronco gemido se le escapó de los labios. Su espalda tocó el interior de la bañera y él se deslizó hacia abajo, dejando que toda el agua le cubriera el resto del cuerpo y ahogando los sonidos que hacía, solo unas pocas burbujitas flotando hasta la superficie.

Se sentía tan bien; el agua caliente que deshacía los nudos de tensión en su espalda combinado con la frialdad de la bañera donde su piel la tocaba, el hecho de que podía estirarse a cualquier lado y aún así tener espacio suficiente. El enorme ventanal era un bonus, porque a pesar de que comenzaba a atardecer, el color anaranjado del cielo vertía color en la blanca habitación y la pintaba de distintas tonalidades otoñales.

La propiedad de los Tybur estaba rodeada por un par de árboles, aunque alcanzaba a ver más edificaciones a lo lejos de lo que él creía que serían más aristócratas como ellos viviendo de lujo en sus grandes casas. Todo lo que le seguía a eso se veía vasto, casi infinito, sin vistazos de montañas en la lejanía o de muros.

Félix cerró los ojos por lo que él juraba que fue un segundo antes de volver a abrirlos de golpe cuando escuchó suaves toquidos al otro lado de la puerta.

—Uh… ¿S-Sí?

—…¿Sigues bañándote?

Era Lara.

Félix se irguió un poco y echó un vistazo hacia un costado, sintiendo que la tensión le volvía a los hombros cuando vio el sol a punto de ocultarse. Con prisa, estiró su mano hacia el mueble cercano a la bañera y tomó la botella menos sospechosa con mejor olor y vertió un poco del líquido en sus manos.

—¿Félix?

—¡Oh, sí sí sí! ¡Dame un segundo, ya salgo!

Olía a flores.

Una sarta de maldiciones le salieron como agua de la boca y luego de tallarse el cabello con el líquido, hundió la cabeza en el agua y se lo enjuagó. Hizo lo mismo con su cuerpo, simplemente tallando el nauseabundo olor a flores encima de él hasta que se determinó a sí mismo completamente limpio y sin rastros de mugre y saltó fuera de la bañera.

Las toallas estaban frías al igual que el agua. ¿Cuánto tiempo había estado ahí dormido como idiota? No le cabía duda alguna que su cansada mente y la calidez del agua lo habían hecho cerrar los ojos apenas ingresó a la bañera, haciéndole perder valioso tiempo. Dios, ¿qué acaso no había aprendido de esa ocasión en la que casi se ahogó de niño?

Apenas se enredó la toalla a las caderas destrancó la puerta de golpe y salió hacia la habitación, arrepintiéndose al instante cuando una corriente de aire frío le azotó el húmedo cuerpo. Lara aguardaba de pie junto a su cama, pero en cuanto lo escuchó salir, dirigió su mirada hacia él y frunció el ceño.

—¿No había batas de baño limpias?

—Uh… ¿No lo sé?

La mujer suspiró con suavidad y negó del mismo modo, mirándole como si fuera un niño pequeño al que educar. Cerró la distancia entre ellos e ingresó al baño ella misma, emergiendo de el con otra toalla en sus manos.

—Te cubren mejor del frío —dijo en un susurro, deteniéndose junto a él y desdoblando la toalla para ponerla en su cabeza, sobre sus oscuros cabellos que aún escurrían agua—. ¿Te quedaste dormido?

—Uhm… No, claro que no.

—Mhm.

Ella retrocedió unos pasos, pero se le quedó mirando con una ceja gentilmente alzada y le indicó con un gesto de la cabeza la cómoda junto a la puerta. Félix, gruñendo por lo bajo, dio largas zancadas hasta llegar a ella y abrió los cajones con algo de fuerza.

—Tenemos menos de una hora para alistarte.

—¿Tu no vendrás?

—Lo haré si Willy quiere.

Félix la miró por encima de su hombro, curioso.

Una parte suya quería preguntar qué diablos significaba eso pero a la otra no podía importarle menos. Resoplando, y una vez se puso los bóxer, giró sobre sus talones y se quedó de pie en el centro de la habitación, dudoso sobre qué hacer a continuación. Lara estaba sacando del armario lo que probablemente era su atuendo de esa noche, no dejándole mucha opción en qué hacer, así que se dirigió hacia la cama y se sentó sobre ella, en silencio y como un pequeño niño regañado.

—Entonces…

—¿Estás decente?

La pregunta alzó un leve sonrojo en sus mejillas y murmuró su respuesta entre dientes. Lara se volvió hacia él y extendió el traje sobre la cama, dando unos pasos hacia atrás para observarlo por unos momentos.

Félix se enderezó y tomó el saco hasta alzarlo y estirarlo. Había una camisa blanca debajo de el.

—¿Te gusta?

—¿Uh? Ah… Supongo. Es negro, ¿qué podría gustarme de esto?

Lara negó con la cabeza y le quitó la toalla del cabello para pasarla por su espalda. Félix se irguió de golpe y saltó lejos de ella, sus piernas chocaron contra la cama y cayó encima de ella, con el saco protegiendo su pecho.

—¡Q-qué haces!

—Date prisa —presionó ella con un suave chasquido de su lengua, mirándole con esos mismos ojos grises que no reflejaban ni la luz del atardecer—. Esta reunión es importante, Félix, y como los anfitriones, no podemos llegar tarde.

Había algo que no estaba diciéndole. Ahora que la veía bien, podía notar un poco de tensión haciéndole un marco alrededor de los hombros y la forma en la que presionaba sus labios en una fina, muy delgada línea le hizo sentir ese nudo en el estómago que tanto odiaba. En silencio, se enderezó en la cama y dejó que la mujer le pasara la toalla por los mechones húmedos mientras él jugueteaba con la manga del saco.

—¿Por qué es tan importante?

—…La misión en Paradis fracasó —murmuró.

Félix se tensó un poco.

—¿Y eso qué importa?

—Marley hizo promesas —ella tiró de su brazo y dejó la toalla caer al suelo. Había una loción en sus manos que no había notado antes, y le ofreció un poco para que la untara en su abdomen y sus brazos—. Dijo que haría caer a Paradis una vez sus guerreros estuvieran listos.

—Sus guerreros fallaron.

—Exactamente.

La camisa era de su talla. Entró con facilidad por las mangas y se le deslizó gentilmente por los músculos de la espalda. Después fue el saco, negro como el carbón y delgado, con unas mancuernillas bañadas en plata puestas en las mangas.

—¿Entonces es eso? —preguntó con algo de burla—. ¿Tienen que ir a jugar a los buenos anfitriones y convencerlos de que aún pueden lograrlo?

Los movimientos de ella se detuvieron por un segundo, uno de sus dedos dudando alrededor del botón que cerraba en esos instantes. Lara alzó la mirada hacia él y la garganta de Félix se cerró cuando vio el vistazo de miedo en los ojos de ella, el primer genuino sentimiento que le veía.

—Las promesas no deben romperse, Félix —su voz era baja, un poco sombría—. Sé que existe ese dicho sobre que están hechas para ser rotas, pero no en esta ocasión. No debían fallar.

Había una pizca de miedo en sus palabras también.

Cuando terminó de abotonarle la camisa y de acomodarle el cuello, fue hasta la cómoda y tomó un peine de las pocas cosas que reposaban encima de ella. Félix se sentó obedientemente en la cama y dejó que ella le cepillara el cabello, sin ninguna protesta de por medio.

El nudo en su estómago seguía ahí, al igual que un par de palabras que amenazaban con ahogarlo si las decía. Eso que ella había dicho sobre las promesas no le daba nada de alivio, especialmente cuando pensaba en Erwin y esa caminata mientras se dirigían a Shiganshina.

Él había prometido intentar. Erwin había estado dispuesto a quedarse atrás si Félix prometía volver sano y salvo, y el pozo de miedo en sus entrañas se había abierto de golpe cuando lo escuchó decir eso la noche antes de su partida. Estaba esto acerca de él que odiaba, porque aunque Félix fuera bueno para escupir la primer estupidez que se le viniera a la mente, hacer promesas era en lo que apestaba porque no las cumplía la mayor parte del tiempo.

Había algunas que sí, como prometerle a su madre tener cuidado durante las expediciones, o prometerle a Nico que ya no haría ninguna otra tontería que pudiera meterlo en problemas mientras estaba en la academia, porque esas eran fáciles de cumplir.

Una queda, suave voz susurró un recuerdo en su oído; me basta con que me digas que lo intentarás. Creo que es lo menos que podríamos prometernos el uno al otro.

Si Erwin había sobrevivido, si estaba de vuelta tras lo muros, si Historia le había dicho ya la verdad… ¿Qué estaría pensando de él?

¿Se estaría tomando la molestia de hacerlo siquiera? Lo que Félix había hecho a espaldas de todos, de sus amigos y los comandantes, de Erwin en especial sería suficiente para arrebatar toda confianza que hubieran tenido en él, especialmente si no se encontraba físicamente junto a su prima para explicar lo que quería lograr.

No lo culpaba si dejaba de pensar en él por ello.

Un chasquido de lengua fue su única respuesta para esos momentos.

—…Deberían dejar de prometer cosas que saben que no podrán cumplir.

Lara detuvo sus movimientos por pocos instantes y sus ojos buscaron los de él. Félix, reacio, alzó un poco el mentón y le dedicó una filosa mirada, con el verde de sus ojos destellando entre sus oscuras pestañas.

Eventualmente ella suspiró.

—Deberíamos, sí.

.

—Tu corbata está mal puesta.

—¿A quién le importa?

Willy, con lo que probablemente era el más pesado suspiro de esos treinta minutos desde que abandonaron su casa, lo detuvo en el vestíbulo del salón y se acercó hacia él para acomodarla.

Félix ladeó ligeramente el rostro, evitando quedar demasiado cerca del otro para que la cercanía no se volviera incómoda. Lara estaba de pie tras de ellos, completamente en silencio y más como una presencia de compañía que una de las anfitriones, embutida en un vestido del mismo negro que su traje y con zapatos que tenían un poco más de tacón. Su cabello estaba igual, y su expresión también, y sus ojos vacíos.

Willy le palmeó el hombro cuando terminó de acomodar la corbata y dio vuelta para continuar su camino. Más adelante alcanzaba a ver unas grandes puertas dobles de las cuales se filtraba un poco de sonido, voces y canciones y lo que probablemente era una fiesta en curso.

—¿Hay algo que deba saber antes de que me lances a los lobos?

El rubio río con gentileza y le dio una breve mirada por encima de su hombro.

—Intenta no abrir mucho la boca o te meterás en problemas.

Trató de que eso no le ofendiera, porque era cierto.

Lara rio a espaldas suyas y él la miró de reojo, traicionado.

—¿Algo más?

Willy se detuvo de frente a la puerta doble. El sonido que se derramaba de detrás de ella daba a entender que la mayoría, o si no todos los invitados estaban ya presentes. Alcanzaba a escuchar música, probablemente una guitarra o un chelo, tal vez incluso un violín y las notas se mezclaban con las carcajadas y las voces, los halagos que salían con facilidad de bocas que probablemente estaban acostumbradas a mentir.

El Tybur colocó ambas manos encima de la madera e inclinó la cabeza con ligereza, un pesado resoplido saliendo de entre sus labios. Los dos guardias postrados a cada costado de la puerta estaban tan quietos que por un momento los confundió con estatuas.

—Ahora eres un marleyano, Félix —dijo el hombre con mucha más gentileza que con la que tendía a reír—. Por favor, por favor, actúa como uno aunque sea una noche.

El azabache sintió una sonrisilla tirando de su boca.

—Ah, ¿qué tan distinto es un marleyano de un eldiano si ambos son igual de mentirosos?

Sin darle tiempo a que le respondiera, Félix estiró su brazo y empujó las dos puertas con fuerza, ocasionando que éstas se abrieran.

Los sonidos cesaron de pronto.

Willy se irguió en cuestión de segundos y toda su actitud dio un cambio completo. La tensión en sus hombros se disipó en una sonrisa amistosa y su porte se volvió mucho más digno de lo que había sido solo segundos atrás.

El rubio entró con completa confianza, como si el mundo entero fuera suyo, y se detuvo a unos pasos de la puerta, con sus dos brazos estirados a los costados e hizo una ligera reverencia.

—¡Mis amigos! Perdonen la tardanza, tuvimos algunos contratiempos antes de partir.

En cuestión de segundos, la música volvió y las carcajadas se hicieron escuchar nuevamente. Varios de los invitados se acercaron hacia Willy y lo rodearon con saludos y abrazos efusivos y besos en las mejillas. Félix los observó a todos ellos, ligeramente atónito con la vasta diferencia que existía entre casi todos los atuendos.

Había telas finísimas de color rojo y azul, vestidos dorados y joyería de diamantes. Algunos hombres llevaban pañuelos en la cabeza y piedras preciosas en los dedos, las mujeres llevaban sedas colgando de los hombros que echaban de ver piel oscura o muy morena con largas melenas marrones, y había otras personas tan pálidas que lucían como nieve recién caída. Esas estaban embutidas en trajes anchos, con hombreras y medallas en el pecho mientras que las mujeres lucían perlas y vestidos ceñidos al cuerpo, largos que se arrastraban en el piso de mármol.

Lara lo tomó del brazo y tiró de él hacia el otro extremo de la habitación, pasando fácilmente desapercibidos con toda la atención estando sobre Willy. Aún así, Félix miró por encima de su hombro a la multitud que el hombre parecía atraer con tanta facilidad.

Está lleno de carisma, pensó con algo de confusión.

—¿Eso es normal?

—Mi hermano tiene muchos amigos —respondió ella con facilidad—. Y como ya te dije, ésta reunión está pensada para ellos. Lo mejor es dejarlo a solas hasta que él crea prudente venir a nosotros.

A su alrededor había parejas danzando en el medio del salón, justo debajo de donde colgaba un enorme candil de pequeños cristales que reflejaban luz a todos los rincones de la habitación. Ninguna persona junto a la que pasaban parecía percatarse de la presencia de una Tybur a su lado.

—¿No saludarás tu a nadie?

Lara negó con suavidad y se detuvo un poco para sonreírle a un chico que cargaba con una charola llena de aperitivos, declinando el ofrecimiento.

—No.

Una de las cejas de Félix se alzó.

—¿Ellos no son tus amigos, entonces?

La mujer, casi sonriendo, le miró de costado.

—¿Crees genuinamente que alguien aquí es amigo nuestro?

Félix, que había pasado el tiempo suficiente entre un nido de ratas en las que las serpientes eran habituales, no pudo evitar la pequeña risa que el comentario le causó.

—Creo que todos aquí tienen razones suficientes para arrancarse los ojos —murmuró—. Me gustaría verlos intentarlo a decir verdad.

Lara entrelazó sus brazos nuevamente y tiró de él en una dirección distinta, alrededor de las parejas que se encontraban bailando.

—¿Te gustaría bailar?

—Nope. Nunca en mi vida, gracias.

La mujer sonrió ligeramente, ladeando el rostro para mirarle con un poco más de detalle. Félix se resistió a mirarla únicamente porque no sabía qué era lo que debía hacer en esos momentos, y si la invitación había sido genuina o no.

Félix no bailaba, punto final, pero podía hacer excepciones si quería. O si era obligado a hacerlo.

En cambio, Lara alzó la mano y retiró un par de mechones que le habían caído en el rostro, acomodándolos en un costado y dejando al descubierto su frente. Félix se tensó con ligereza y escaneó el salón con rapidez.

—Déjalo así —murmuró con incomodidad y la mano de Lara se detuvo.

—Te peiné de una manera distinta.

—Me peinaste como a un idiota.

—Lo hice para que tus ojos resaltaran. Son muy lindos.

Su mandíbula se apretó con ligereza.

—Ya, pero… Se nota mucho.

Automáticamente, los ojos de Lara cayeron sobre su cicatriz y Félix se arrancó del agarre de ella, sintiendo que la cercanía entre ambos lo asfixiaba. Se arregló el cabello ansiosamente, con la mirada en el suelo y los hombros aún tensos.

La cicatriz no era nada más que eso, pero el contraste entre su piel más pálida y lo roja que era se notaba mucho, y no quería atraer miradas innecesarias hacia ella ni mucho menos tener que explicar cómo la había obtenido.

Lara asintió, titubeante, y alzó su mano para colocarla en el antebrazo de él. Félix no perdió la rigidez de su postura, pero le permitió caminar a su lado mientras se dirigían hacia lo que parecía ser el otro lado del salón.

—Lara.

Tanto él como ella pausaron y se voltearon un poco para observar a quien fuera que le hubiera llamado. Era una mujer de piel oscura y cabello marrón, con un fino y recatado vestido color azul turquesa que llegaba hasta los talones. Los mechones le caían por cada lado del rostro y se lo enmarcaban, atrayendo atención a sus oscuros ojos color chocolate. Era de la misma estatura que Lara Tybur, por lo que Félix se sentía como un gigante ahí entre ellas dos.

—Nambia —el tono de ella se había suavizado significativamente, y una pequeña sonrisa le curveó los labios—. Creí que me tomaría más tiempo encontrarte.

La tal Nambia rio con delicadeza, haciendo ese gesto que las mujeres de la alta sociedad hacían al reírse. Lo había visto en la señorita Diane y otras pocas nobles, especialmente si tenían abanicos con ellas.

—Con Willy llamando la atención con su gran entrada, me imagino por qué.

Los oscuros ojos de ella se deslizaron hacia él entonces, y Félix enderezó su postura y ofreció una ligera inclinación de su cabeza como saludo.

—Uh, hola.

—¿Es un amigo tuyo? —preguntó a Lara, mirándole con una sonrisa pero el ceño fruncido—. Nunca antes lo había visto con ustedes.

—Oh, este es Félix —los dedos de ella se envolvieron alrededor de su brazo, entrelazando ambos al final—. Willy lo tomó bajo su tutelaje hace unos días.

—¿Oh? —la mujer, Nambia, lo miró de arriba abajo con curiosidad—. Eso es… Inusual, pero viniendo de Willy, no me sorprende mucho. Es un placer, soy Nambia Zivai.

—Félix Ackerman —murmuró, aceptando el apretón de manos que ella ofrecía. Su mano se puso rígida entre las suyas cuando escuchó su apellido—. Un placer.

Las cejas de Nambia se habían alzado, furtivamente mirando de él hacia donde Willy se encontraba.

—Ackerman, uh…

Félix ladeó el rostro un poco, sonriendo ligeramente.

—Cada vez que me presento ante alguien obtengo ese tipo de reacción. Se me dificulta saber si es bueno o no.

Nambia volvió la mirada a él y río, negando con su cabeza.

—Bueno, los Ackerman eran los guerreros del antiguo rey Fritz, y dada la situación con Paradis… Comprenderás nuestra sorpresa.

El azabache fingió demencia por un segundo.

—Así que, ¿es bien sabido quiénes eran ellos para la monarquía?

La señorita Nambia parpadeó por unos pocos segundos y luego empezó a sonreír con lentitud, tirando una que otra mirada hacia donde Willy continuaba endulzando a los presentes con sus palabras.

—Es algo que te enseñan en la escuela. Feroces guerreros con grandiosa lealtad hacia los reyes de la familia Fritz… A veces son un buen incentivo para los hombres jóvenes que buscan volverse un pilar para su nación por igual.

Sus palabras desataron una amarga sonrisa en su rostro. Félix se llevó un puño a la boca y tosió contra el, cubriendo el gesto de inmediato.

—No sé cómo sentirme al respecto con ese último detalle. Los Ackerman son… Un misterio incluso para mi, por lo que me resulta un poco extraño que varias personas se inspiren en ellos para ganar valentía. Es… Inusual, supongo.

Nambia se encogió de hombros con gesto airado.

—Ciertamente son fuente de inspiración. El imperio de los Fritz trajo miseria a todos lados, pero si puede aportar algo con uno de sus históricos clanes… —Nambia adoptó una extraña expresión en su rostro—. ¿Qué hay de ti, Félix? ¿A ti también te inspira la historia de tu clan?

Era probablemente un vago intento a continuar la conversación, pero considerando que Nambia se veía costosa, le tomó un poco más de pensamiento el poder tener una respuesta correcta.

—¿En qué sentido?

—¿También te inspira a ser leal?

¿Lo hacía? Probablemente.

Félix era leal, sí. Leal a sí mismo y a las personas a las que amaba, pero no por algo tan estúpido como la historia de la familia Ackerman. Ser leal, si bien era un rasgo notorio en ellos, no era precisamente porque perteneciera a cierto clan, era más… Algo que él decidía por cuenta propia, no porque ningún gen predispuesto se lo dictara.

Era un poco irónico porque él siempre se mofó de los Ackerman y siempre los repudió por eso precisamente, por ese defecto que parecían tener en donde eran esclavos a algo, a alguien. La idea de ser de alguien nunca le gustó, nunca terminó por sentarse cómodamente en su persona, así que no lo pensaba, y simplemente no se lo tragaba, pero… Era irónico, sí, y era estúpido, y si pudiera volver el tiempo atrás y conocer a su pequeño yo, le diría que ser un Ackerman no era tan malo siempre y cuando encontraras a la persona correcta a la cual dedicarte.

—Mi madre solía decir algo curioso sobre los Ackerman. Ella es… Está orgullosa de pertenecer a la familia —se encogió de hombros con tosquedad—. Yo soy leal a las personas a las que quiero serlo, sin necesidad de tener inspiración o no. Es así de simple.

Ella sonrió, lento como un gato que atrapaba al canario lo haría. Félix también lo hizo, más para parecer menos intimidante que nada. Los ojos de Nambia, sin embargo, se movieron de él hacia Willy y se detuvieron en el rubio por un tiempo, un ligero sonido siendo producido por su garganta como si estuviera contemplando algo.

—Ya veo. Willy debió haber hecho algo magnífico para tenerte aquí con él esta noche.

Su ceño se frunció un poco y buscó la mirada de Lara para entender, pero los ojos grises e indiferentes de su acompañante estaban puestos encima de Nambia, examinándola de arriba abajo.

—¿A qué te refieres con eso?

—Oh, querido, ¿aún no adivinas qué es lo que hacemos todos nosotros aquí?

Nambia sonaba dulce, y casi maternal en un raro sentido de la palabra.

Pero aquello lo puso un poco más alerta, despertó sus sentidos en un abrir y cerrar de ojos. A su alrededor todo seguía igual; la fiesta y los invitados, las carcajadas y las bebidas pasando de servidumbre a manos que portaban valiosa joyería. Los largos vestidos de las mujeres pálidas que susurraban al arrastrarse por el mármol, las telas finas y de colores extravagantes, las conversaciones, todo seguía igual.

Pero si veías tras todo ello, si pasabas por alto el lujo y el derroche, entonces verías los ojos cautos y sonrisas sabiondas, miradas compartidas entre personas que no parecían tener relación alguna la una con la otra. Posturas tensas, resguardadas, los guardias postrados en las puertas y las esquinas, quietos y rígidos y con sus manos cerca de lo que probablemente era el estuche de algún arma.

—Ah… —un vistazo hacia Lara bastó para confirmarlo, y no pudo evitar la pequeña carcajada que dio en esos instantes—. Ya. Ya entiendo, lo siento.

Era tan obvio, ¿cómo no pudo darse cuenta de ello antes? Había muchas personas ahí, tantas y todas ellas distintas la una de la otra. Ni Willy ni Lara se habían tomado la molestia de explicar concretamente lo que esto se suponía que era, pero comprendió entonces de quién estaba rodeado.

Políticos, embajadores. Representantes de las otras naciones.

Un hilillo de miedo comenzó a reptarle por la espalda, pero se forzó a no reaccionar a el.

Estos no eran lobos, no como había pensado inicialmente. Estas personas eran las que él había querido alcanzar, a las que buscaba tener acceso y a las que sabía que podría llegar si Willy se creía ganador y lo presentaba ante ellas.

Estas personas eran sus blancos, y eran mucho más intimidantes vestidos con sedas y tuxedos que usando uniformes del ejército.

—Willy es un imán de personas —asintió ella, su sonrisa tornándose gentil—. Me alegra que tenga a un Ackerman con él en estos tiempos.

Félix parpadeó y la miró en silencio por unos pocos segundos antes de encogerse ligeramente de hombros.

—Supongo que debería sentirme honrado, ¿no es así? —murmuró echando un vistazo hacia donde el rubio se encontraba—. Aprender de alguien así debe ser… Toda una experiencia.

Los hombros de ella se relajaron notablemente y una risilla le salió de la boca. Félix la miró de reojo, aún sonriente.

—Ah, Willy es ciertamente interesante —y como si fueran amigos de toda la vida, Nambia se cubrió la boca con su mano y se inclinó hacia el frente. Félix la imitó, simulando que compartían un secreto—. Cuando éramos niños, era todo un llorón.

—¿Oh? ¿En verdad?

—¡Oh, por supuesto! —exclamó—. Lloraba ante el más pequeño de los empujones. Es sorprendente el tipo de hombre en el que terminó convirtiéndose.

Félix río ligeramente, enderezándose un segundo para echar otra rápida mirada hacia el rubio.

—¿Le molestaría contarme más sobre ese bebé llorón, señorita Nambia?

Ella sonrió.

La facilidad con la que hablaban era familiar. Hace un par de años, en alguna ocasión que aún era un recuerdo difuso en sus memorias, Frieda lo había arrastrado a una de esas fiestas que los nobles celebraban en ocasiones ya fuera para un cumpleaños, un compromiso, una boda o solo porque sentían la necesidad de socializar y derrochar.

Los dos se habían mantenido pegados a los muros, deslizándose en ellos cada vez que Tomm los veía por entre la multitud que bailaba en ese entonces en el medio del salón, y riendo cuando el rubio se daba cuenta de que habían escapado otra vez. Ellos también habían tenido música y mucha comida, muchos invitados. Todos los nobles habían estado presentes.

Félix había terminado por hablar con un par de ellos, solo un par de palabras compartidas y cortas conversaciones, cortesías y halagos y carcajadas siendo parte primordial de todas ellas porque así es como los nobles jugaban también. Así era como todas estas importantes personas del mundo exterior, del gran vasto cruel mundo en el que vivían parecían querer ser.

Nambia no era distinta a ellos; su acento era marcado, y un poco ronco, pero le daba ese toque a su voz que le hacía querer escucharla hablar por horas porque era fascinante. Sus historias eran entretenidas y su risa era bonita, su porte era el de una mujer que comprendía su lugar en el mundo, aunque era gentil, y cuando le sonreía, había solo una pizca de incomodidad en la orilla de su boca que apenas si la notaba.

Cuando comenzaron a atraer atención por su cuenta, Nambia recibía a los recién llegados con cortesía y Félix lo hacía por igual, presentándose con voz suave y tono ligeramente avergonzado, ligeramente confiado. Sus apretones de manos eran firmes y su rostro se suavizaba al igual que lo hacían sus ojos, como si no tuviera nada que ocultar.

Su brazo se había quedado entrelazado al de Lara, ambos siendo un ancla para el otro, un recordatorio de en dónde y con quién se encontraban.

Había una mujer que hablaba rápido y con un acento muchísimo más grueso que Nambia, con su pálido cabello rubio sujeto en un elaborado peinado de trenzas y un solo mechón que le caía en un cairel sobre la frente, embutida en un vestido rojo que marcaba sus curvas y dejaba ver el espacio entre sus senos con el escote de la prenda.

Un hombre de piel morena reía junto a Nambia, aunque eran distintos entre sí; la piel de ella era más oscura que la de él, y sus vestimentas eran completamente opuestas. El usaba un traje gris sin corbata ni nada especial, y su único accesorio de esa noche, como bien le había dicho una vez hubo confianza entre ellos, era su sonrisa.

Félix se aseguro de permanecer gentil, un libro abierto entre documentos sellados, una sonrisa fácil en su boca y su completa atención en quien fuera que estuviera hablando en esos momentos.

Era tan sencillo actuar así, y en más de una ocasión se preguntó si quizás los otros con él podían ver lo mucho que fingía y lo ignoraban por el bien de la cordialidad.

—Ahora, Félix cariño —dijo la mujer del vestido rojo, alzando su copa hacia él—. ¿Qué dices acerca de un baile, uh?

—Er, no. No gracias —negó él—. No bailo muy bien, además, uh, no me gusta.

—Oh, solo uno, cariño —cada vez que la mujer hablaba pronunciaba las erres de más, con su marcado acento—. Y si no sabes, yo con gusto te enseño.

La insinuación de esa oración le puso el cuello ligeramente rojo, sobre todo cuando el sujeto del traje gris se echó a reír al ver la expresión en su rostro. Con ellos, Nambia sonrió con un poco de burla en la curva de su boca y él tan solo negó, nervioso.

—N-no, gracias, pero… No me gusta, en verdad, es… No. El baile no es para mí, gracias.

La mujer del vestido rojo hizo un puchero y estiró su otra mano, en donde no llevaba su bebida, y le acarició el costado del rostro con tanta delicadeza que uno pensaría que Félix estaba hecho de cristal.

La caricia se detuvo junto a su ojo derecho y el pulgar de la mujer se movió de arriba abajo, trazando la cicatriz.

—Solo una vez, Félix cariño —murmuró con ese tono de voz que disparó cada alarma en su cabeza—. Prometo ser gentil contigo.

Le recordaba un poco a esa mujer en el bar de Mitras que trató de convencerlo de dormir con ella solo porque el idiota de Duran quería un poco de atención femenina esa noche.

Una sensación de hormigueo le recorrió el cuerpo apenas el pulgar de esa mujer tocó su cicatriz y no pudo evitar dar un paso hacia atrás, alejándose del tacto no bienvenido. Félix rio aún más nervioso, mirando hacia un costado para no tener que ver la expresión en el rostro de ella por miedo a haberla ofendido, pero no. No podía simplemente dejar que alguien lo tocara así, no le gustaba y le hacía sentir extraño, incómodo.

—Lo siento —la voz le tembló un poco y su mano subió hasta cubrirse el ojo, excepto que cuando se dio cuenta de ello la bajó inmediatamente—. No me gusta-

—Es cortesía, Serena —dijo alguien tras él, la voz, y la persona muy probablemente, amistosa y llena de decoro—. No tocas a las personas sin haber obtenido permiso primero.

Él se giró nada más la nueva adición terminó de hablar y de repente se quedó quieto, mirando casi con la boca abierta a la mujer tras ellos.

La mujer del vestido rojo, Serena, bufó petulante y movió su mano restándole importancia al asunto.

—Claro, lo siento Félix cariño. Fue un error mío.

—O-oh… Sí, claro.

Lara se asomó por un costado suyo y le sonrió a la recién llegada.

—Señora Kiyomi —era la primera vez que hablaba desde hacía casi una hora, pero su voz sonaba igual de tranquila que antes—. Me alegra ver que haya podido venir.

La mujer del provocativo vestido rojo lanzó una carcajada y exclamó algo en su lengua natal antes de beberse el contenido de la copa de un solo trago, cualquier incidente que hubiera podido ocurrir momentos antes a la pequeña interrupción completamente olvidado.

—¡Señorita Kiyomi! —exclamó la rubia con fuerza—. ¡Qué placer verla! No estaba enterada de que asistiría esta noche.

—Ah, fue algo inesperado, sí —asintió la mujer del cabello oscuro con una sonrisa—. Pero aquí estoy al fin y al cabo, Serena. Es un placer verte esta noche.

—¡Ja, apuesto a que sí!

Kiyomi volvió a reír y luego deslizó sus ojos hacia él nuevamente, obviando lo que sea que Serena estuviera diciendo tras él.

Félix estaba tieso en su lugar, tenso de punta a punta, con el aliento atorado en los pulmones.

Sus agudos y astutos ojos lo escanearon de arriba abajo en un parpadeo, curiosos y abiertamente invitantes, y una plácida sonrisa le emergió en la cara antes de ofrecer una corta inclinación hacia él.

—Disculpa mis modales, joven —su voz era como la recordaba, cálida pero con ese toque de frivolidad que le helaba los huesos—. Mi nombre es Azumabito Kiyomi, es un placer.

A él le tembló la voz cuando se presentó.

—Félix Ackerman, es… Un placer.

Fue casi inmediato el cambio, sus ojos volviéndose mucho más agudos, su mirada más centrada, más potente. Era tal y como la recordaba de sus pesadillas y sus absurdos recuerdos que le causaban dolor de cabeza; calculadora y fría, frívola y manipuladora y codiciosa.

—Lamento haber interrumpido su charla.

—¡Ah, señorita Kiyomi! No hay nada de lo que preocuparse —la mirada de Serena se deslizó hacia él por un par de segundos.

—En ese caso, aún hay un par de amigos a los que debo saludar. Los veré más tarde.

—Disfrute de la ocasión, señora Kiyomi.

La mujer ofreció una brillante, pequeña sonrisa, otra breve inclinación, y con un par de palabras como despedida, siguió su camino.

Hubo otro susurro entonces, una voz que no era suya pero que le decía a Historia igualmente del peligro que estaría cerca de visitarla; en un futuro, va a venir una mujer.

Kiyomi se movía elegantemente entre las personas, fácilmente mezclándose entre ellas y entablando conversación con sencillez. Le pareció que lo hacía como una víbora se movía entre la hierba alta al transitar de un lugar a otro, o cuando buscaba cazar a un pequeño roedor.

Codiciosa pero inteligente, y ella va a pedir algo de ti, Historia.

Si había sentido miedo al estar rodeado de todos esos aristócratas, de esos embajadores de naciones que podrían volverse sus aliados, era Kiyomi de todos ellos quien lo ponía nervioso. Era su inteligencia, y su voluntad de hierro y su deseo y su codicia. Era el saber que ella iría a Paradis, que iría ante las sugerencias de Zeke y trataría de involucrar a Historia en un plan que a veces tenía éxito, o que en ocasiones solo servía para volver a su pequeña prima en una miserable mujer que vivía solo porque debía y no porque quería.

En algún futuro, no creo que yo esté aquí para detenerla.

Félix deslizó su brazo fuera del agarre del de Lara y se excusó de su pequeño círculo, dando vuelta sobre sus talones y perdiéndose él también entre la multitud, murmurando cortas disculpas cuando tropezaba con alguien o se metía en el camino de alguien que trataba de bailar.

La corbata estaba asfixiándolo, y el traje lo sentía apretado. El exceso de ruido en el salón le distorsionaba los sentidos y las voces creaban este eco a su alrededor que le dejaba aún más aturdido.

Debió haber sabido que Kiyomi Azumabito estaría aquí, ¿dónde si no? Ella era la embajadora de Hizuru, actual líder de la familia Azumabito, ¿en dónde más estaría si no aquí, en Marley, en una reunión organizada exclusivamente para ellos, los embajadores?

Cuando llegó hacia el fondo del salón, recargó su frente contra el frío muro y rio entre dientes, dándose un ligero golpe en la mejilla.

—Dios, soy tan estúpido…

Entre todo el ruido que lo rodeaba, distinguió un par de pasos que comenzaban a acercarse a él. Ni siquiera sintió la necesidad de pretender que todo estaba bien cuando por el rabillo del ojo vio a Lara tomando lugar a su lado, el vestido negro suavemente rozando sus pantalones. La mujer, erguida y con la vista puesta en las personas disfrutando de la fiesta, se recargó con gentileza contra el muro y ocultó sus manos tras su espalda.

—¿Te encuentras bien?

—…No me gustan este tipo de eventos —murmuró, cerrando los ojos por unos cortos momentos—. Me abruman un poco. Y las personas aquí presentes…

—…Entiendo —asintió ella—. ¿Has asistido a eventos así antes?

Una de sus cejas se arqueó levemente. Se preguntó si decirle que había crecido entre nobles sería una buena idea, y si ganaría algo de ella. Willy probablemente esperaría que asistiera con él a más eventos como esos si es que su presencia fuera requerida como esa noche parecía serlo.

No decirles tendría el beneficio de permanecer con un bajo perfil en cuanto a su vida en Paradis se refería. Si Zeke no le había dicho a nadie aún acerca de que su padre era un noble, entonces probablemente él tampoco debería decir nada. No tenía sentido hacerlo, no cuando técnicamente, Félix Kaiser no existía más, ni ahí en Marley ni allá en Paradis.

Suspirando, despegó su frente del muro y se giró hasta poder recargarse contra el y cruzó los brazos frente a su pecho.

—Algo así —respondió con un resoplido—. Tenía una amiga que era de la nobleza.

—Oh… ¿Amiga o pareja?

—Amiga —aunque la respuesta correcta no era la una ni la otra, Félix se encontró a sí mismo sonriendo ante la pregunta—. ¿Por qué tan curiosa?

Lara se encogió de hombros, un gesto pequeño y algo indiferente.

—Eres un poco… Extraño —admitió con una pausa, ladeando su rostro al hablar—. Te mezclas muy bien aquí, actúas como si pertenecieras aquí. No a Marley, si no a esta fiesta… Pero la manera en la que hablas, y la manera en la que miras a tu alrededor…

—¿Es extraña?

—Contradictoria, diría yo. Si quisieras, podrías fingir que formas parte de este círculo de personas con extrema facilidad, es solo que aún no comprendo por qué lo haces y a qué se debe eso.

—Oh, ¿eso es lo que estoy haciendo?

Lara volteó su rostro hacia él un poco y le observó por el rabillo del ojo. Así de esa manera era complicado ver qué tipo de expresión estaría haciendo la mujer en esos momentos, por lo que Félix llevó su mirada hacia otro lado, hacia su alrededor para verificar que nadie más estuviera cerca de ellos para escucharlos hablar.

Le gustaba su privacidad, incluso si era en el medio de un importante evento social con varias de las personas con mayor influencia en todo su mundo.

—Eres igual de carismático que mi hermano, excepto que tu lo usas de un modo contrario —una de las comisuras de ella se curveó—. En donde Willy comanda respeto, tu intimidas. Eres un joven bastante atractivo, a pesar de que la mayoría de los invitados evitan mirar tu rostro por bastante tiempo debido a tu cicatriz. Serena ha estado coqueteando contigo toda la noche.

Félix rechazó sus palabras con un leve movimiento de su mano.

—No estoy interesado.

—Lo sé.

Y fue dicho con completa seguridad, con absoluta creencia, que por un momento se quedó tieso y luego se pellizcó con ligereza para entender que había escuchado bien.

Lara lo miraba de una manera en la que le decía que ella sabía, o que estaba, parcialmente al menos, al tanto de que Félix no podía mirar a ninguna otra persona de ninguna manera en especial.

—Y eso es lo que no entiendo, tampoco. ¿No es eso lo que los jóvenes de tu edad buscan?

—Uh, los que son promiscuos probablemente.

—Eso lo dudo —dijo ella en un suspiro—. La manera en la que te tocó fue muy inapropiada. ¿Te encuentras bien de ello?

Félix trató de restarle importancia, pero aún podía sentir el toque encima de su rostro, la suave piel recorriendo la cicatriz de arriba abajo.

—… Es tan grotesca —murmuró mientras se llevaba una mano al rostro, tocando el borde de su cicatriz con la punta de sus dedos—. ¿Qué podría haber ganado ella de tocar esto?

Lara lo tomó del brazo y lo bajó con algo de brusquedad.

—Es solo una cicatriz.

Félix no le debatió en eso, no le veía el sentido a hacerlo. En cambio, hizo un gesto hacia el resto de la fiesta y torció su boca en una semi sonrisa.

—Al menos está divirtiéndose ahora.

En el centro del salón, donde las parejas bailaban, Serena y el hombre del traje gris se movían de lado a lado, meciéndose con suavidad ante el son de la música.

—Probablemente ahora te deje en paz.

—Eso espero —dijo por lo bajo, rascándose la nuca—. Soy, eh, muy malo bailando. En verdad, malísimo.

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, no es mi primera vez asistiendo a esto, ¿recuerdas?

—Ah, claro. Tu amiga de la nobleza, sí.

Lara rio con suavidad.

—¿Es por ello que eres así, entonces?

—¿Así cómo?

—Carismático —respondió enseguida—. Nambia tenía razón en eso, ¿sabes? Eres carismático, y guapo, tienes un buen entendimiento de cómo funcionan las cosas, y aún así terminaste aquí con nosotros.

—¿Qué quieres decir con eso?

Lara tildó su rostro y lo observó.

—Deberías dejar ir eso que te no permite avanzar —le dijo con un tono bajo, casi lastimero—. Paradis está bastante lejos de aquí, y tu hiciste un trato. Cuando mencionaste a las personas a las que amas, ¿incluiste a la que te vuelve desinteresado en una mujer como Serena?

Tenía una pequeña sonrisa en el rostro, a pesar de que sus ojos grises continuaban siendo igual de opacos e indiferentes, y a pesar de ello, pudo ver en ella una genuina curiosidad que le hizo sentir intrigado.

Pero aún así, Lara era una Tybur. Era quien portaba con ella el último titán por conseguir, era parte de la familia que buscaba ponerle final a una pequeña isla y a miles de vidas inocentes. Él no sabía si la amargura que Willy guardaba para con su sangre se transmitía a ella, o si se sentía igual, si esa rabia tan profunda que el rubio cargaba consigo como un crucifijo lo llevaba ella también.

—No —admitió él en un susurro. Lara tuvo que acercarse más para poder escucharlo propiamente—. Estuvo en Shiganshina conmigo, y cuando desperté yo estaba en el suelo a un lado de mi capitán de escuadrón. No sé qué le ocurrió.

—¿Y por qué estás tan aferrado a esa persona?

Félix titubeó un segundo antes de hablar, riendo nerviosamente.

—Pues… Porque lo amo.

Se quedó un silencio entre ellos durante unos minutos, con el ruido de la fiesta a su alrededor desvaneciéndose lentamente. Ella le dio unos momentos para recomponerse y ahogar sus lágrimas no deseadas y deshacerse de sus sofocantes palabras, incluso si tragárselas de vuelta no desaparecía el dolor, solo lo haría dormir hasta que volviera a ser llamado de vuelta.

—¿Quién era él?

La voz de ella, del mismo modo que la suya, también era un susurro.

—Mi comandante, de la Legión de Reconocimiento —algo en sus hombros se relajó un poco, y su voz adoptó una ligereza en ella que resultaba peculiar—. Uh, pasé extra tiempo con él cuando una amiga suya me envió a su oficina tarde en la noche para “arrastrarlo hasta su habitación para que ese idiota con cabeza de imbécil consiga algo de sueño”, hah.

—¿Y estuvo en Shiganshina contigo, entonces?

—Mhm —asintió—. Él… Estaba planeando liderar a los jinetes que tratarían de eliminar a Zeke, pero uh, lo convencí de que su ayuda sería mejor recibida en otro lugar donde morir no fuera una garantía.

—Ah, lo alejaste del peligro, entonces.

Félix se encogió de hombros con tosquedad.

—¿No es eso lo que haces por las personas a las que amas? —hizo un gesto hacia donde Willy estaba, apenas distinguible entre la multitud que lo rodeaba. El rubio continuaba endulzando con sus palabras a los invitados, atrayéndolos más y más en su red—. ¿No harías lo mismo por tu hermano?

—…Sí, sin dudar.

—Mm, pues yo también.

—Pero es distinto.

—¿Cómo?

—Willy es mi hermano —respondió ella.

—¿Ah, sí? Tu querido hermano te trata más como si fueras su sirvienta.

Lara se irguió y se tensó, pero no se movió de su lado un solo centímetro.

—Existen razones para ello —insistió ella—. Y eso no cambia que Willy es mi hermano, compartimos sangre y un padre y una madre, somos familia.

Félix tildó un poco su cabeza.

—Y los amas.

—Y los amo.

—Yo también lo hago —señaló él fácilmente—. Y amor es amor, sin importar quién lo de o quién lo reciba, y cuando amas a alguien normalmente quieres lo mejor para ellos, ¿no? Pues yo quería que él sobreviviera, incluso aunque yo no lo hiciera. Habría dolido menos que ser yo quien volviera a casa sin él a mi lado.

La boca de Lara se cerró con lentitud, pero la tensión no dejó sus hombros hasta que las personas se movieron y les dejaron ver un poco de Willy; la cabellera rubia le caía por la espalda con elegancia mientras reía, una copa de vino sostenida a centímetros de su boca.

Una lenta tonada comenzó a ser tocada entonces y Félix llevó su atención hacia el pequeño escenario en donde los músicos tocaban. Su ceño se frunció con ligereza cuando vio un piano y a una mujer sentada en el banquillo, el oscuro cabello negro recogido en un elegante moño al tope de su cabeza.

—¿Quieres bailar?

Cuando se giró a mirar a Lara, la encontró de pie a unos pasos de él con su mano extendida. Félix miró de ella hacia el centro del salón que comenzaba a despejarse para dar paso a las parejas interesadas en la música más lenta, que probablemente estaba pensada para ellos.

Una pequeña parte suya se sacudió de nervios ante la idea de bailar frente a tantas personas. Frieda lo había arrastrado a hacerlo una vez durante ese festival al que habían asistido con coronas hechas de flores, y a pesar de que la experiencia había sido agradable, en esos momentos no se sentía con la suficiente energía como para hacerlo.

—No, gracias. Suficiente con Serena insistiendo hoy.

—Solo una pieza —murmuró ella, su mano aún en espera de una respuesta—. Después, conseguiré algo de beber, y de comer si te place.

Su estómago protestó ante la idea de comida, haciendo un molesto gruñido.

—No bailo. Lo siento.

—Solo una, Félix.

El azabache gimoteó y tiró la cabeza hacia atrás hasta golpearla contra el muro. La mano de Lara continuaba frente a él y una sensación de obligación la hizo tomarla con pesadez.

—Si no fueras quien eres, probablemente te habría rechazado del mismo modo que a Serena.

Lara rio y lo guió hacia la pista de baile, evadiendo a las pocas personas en su camino. Serena le tiró una mirada desde donde se hallaba entre la multitud y la sonrisa llena de dientes blancos que le regaló era más que una advertencia.

De entre las personas, se encontró con Willy y su círculo de amigos, con Nambia justo a un lado de él. Una parte suya quiso sentirse traicionado por ello, pero la mujer era amiga del rubio, no suya, por lo que solo trató de sacarse la sensación de encima lo mejor que pudo e ignorarla.

El Tybur encontró su mirada de frente y le ofreció una pequeña sonrisa que tenía más filo que carisma en ella.

Félix se puso de frente a su pareja y colocó una de sus manos en la cintura de ella mientras la otra sostenía su mano. Lara era pequeña, menuda y delgada, y por un momento, creyó que si colocaba ambas manos en su cintura, sus dedos alcanzarían a rozarse entre sí si lo intentaba.

Los cientos de ojos que sintió encima suyo le hicieron apretar su agarre un poco. Ese tipo de situaciones en donde parecía ser el centro de atención le hacían querer ocultarse bajo tierra y no salir de debajo de ella nunca más. La ciudad subterránea en Paradis sonaba más y más atractiva con el pasar de las manecillas del reloj.

—Hueles a flores —murmuró Lara de pronto.

Félix sintió un ligero sonrojo subirle a las mejillas.

—Ah, es el… El jabón que usé para bañarme.

Las cejas de ella se alzaron y luego sonrió con tanta burla que por un momento creyó estar en presencia de otra mujer.

—Oh… Ese jabón es para damas —dijo ella con un movimiento de su cabeza—. Te diré al volver cuál es para caballeros.

—…Pudiste haberlo mencionado antes.

Lara volvió a reír.

Entonces, la pianista presionó una de las teclas del piano frente al que estaba sentada, desatando una dulce melodía que vibró en las paredes del salón por unos momentos antes de desvanecerse, y entonces volvió a tocar otra.

Sus ojos se movieron hacia abajo, en donde Lara aguardaba. Ella también miraba hacia él y luego lo hizo hacia un costado, a donde el escenario estaba.

Al piano se le unió un violín y al violín se le unió el chelo. Lara dio un paso hacia atrás y Félix dio uno al frente, y cuando el violinista volvió a rasgar las cuerdas de su instrumento, Félix tiró de ella con suavidad hacia él y alzó sus manos unidas en el aire, dando una gentil vuelta para moverlos hacia un costado y luego hacia el frente.

Los dedos de la pianista presionaron las teclas de nuevo.

Por alguna razón, se preguntó si quizás, si trataba de ir a dormir esa noche con el recuerdo de Frieda sentada en el banquillo durante sus lecciones de piano y comparaba a la pianista de esa noche con ella, sería capaz de escuchar esa canción que nunca logró presentarle.

Las partituras habían estado olvidadas en el salón donde se hallaba el piano en casa de los Reiss, llenas de polvo y con la tinta un poco desvanecida, como si en lugar de un par de años hubieran estado ahí olvidadas por toda una vida.

Lara tiró de él hacia el frente y Félix despertó de golpe, enfocando su vista en ella. El salón y la multitud se desvanecía de a poco, y la luz del candil que colgaba por encima de ellos parecía ponerles un reflector encima. Reafirmando su agarre en ella, sujetó su cintura y volvió a dar un giro y el vestido se alzó en un revuelo.

—Félix.

—¿Sí?

Lara le dio otro apretón a su mano y volvió a dar un paso al frente y él uno atrás, y la pianista presionó otras teclas, el violinista rasgó las cuerdas y ambos volvieron a girar.

—Espero que el hombre al que amas haya sobrevivido.

La canción continuó tras aquellas palabras, el baile lo hizo también.

Un headcanon mio cabrón y en el que estoy dispuesta a pelear es que Lara es /muy/ distinta a Willy. I mean, una lástima que no vimos mucho de ella porque idk la familia Tybur me causa alta curiosidad, pero mi idea de ella es que es una mujer muy indiferente ante ciertas cosas pero que definitivamente presta atención a todo lo que ocurre a su alrededor, y es sensible. En el sentido de que /comprende/ los sentimientos de otros con facilidad y siento que Willy /no/ puede hacer eso con tanta facilidad. 

La veo como una persona sensible, pero por circunstancias en su vida (heredar el titán) eso la volvió un poco indiferente también por los 13 años y que realmente no tiene mucho sentido preocuparse por ello fuera de su familia, idk.

FUN FACT: Está explícitamente dicho aquí en el cap pero Félix intentó escapar. Literal, él solo echó a correr esperando por lo mejor y al final Willy resolvió todo el pedo con facilidad, don't worry be happy lel



!!!! LAMENTO MUCHO HABERME TARDADO CON EL CAP pero mis semanas son algo pesadas lol así que no tuve mucho tiempo para poder escribir y hoy recién edite, pero aún así lo saqué y espero que les haya gustado <3

Btw esta vez es un cap de 13k oof wtf is wrong with me 

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