67. Propuestas indecentes

CAPITULO SESENTA Y SIETE
PROPUESTAS INDECENTES
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━

—¡Willy!

El poco ruido que había existido dentro de la sala se extinguió en un segundo, y cuando Félix se giró para observar a las personas presentes durante su juicio, se encontró con que los rostros que en algún momento le habían mirado con miedo y apatía, ahora sonreían, o se destensaban, o perdían esa chispa de hostilidad para ser reemplazada con comodidad.

Una de sus cejas se arqueó levemente e internamente se cuestionó qué tenía este hombre que no tuviera él para ocasionar tales reacciones.

—Lamento interrumpir de esta manera, señor Wright, no era mi intención.

El hombre barrigón se rio con ganas y el sonido hizo eco en el interior de la sala, animando a otros pocos a reírse con él. La mujer que le había estado mirando con asco ahora sonreía también, y en sus ojos había aparecido una pizca de calidez que le revolvió el estómago.

—No te preocupes por eso, muchacho —exclamó el barrigón con calva de Pixis—. Estaba preguntándome cuándo decidías a aparecerte.

Félix se volvió a tiempo para ver al tal Willy sonriendo con simpatía, una curva ahí en sus labios apenas presente que le erizó los vellos de la nuca cuando el hombre rubio se giró hacia él.

Fue como si alguien perteneciente al círculo íntimo de los nobles lo mirara, excepto que los nobles de su pequeño enjaulado mundo jamás le habían parecido exactamente peligrosos. No eran más que señores asustados con poco poder, el suficiente para hacer daño, pero… Este hombre, Willy, era distinto.

Estaba ahí en su expresión, abierta como un libro pero con una máscara, tallada a piedra pero sensible, con una sonrisa simpática y mirada que daba a entender la gentileza que se ocultaba en el hombre. Félix no dudaba exactamente de sus ojos, no cuando estos parecían demostrar cuán genuino sentía por estas personas.

Pero había algo ahí en la orilla de su mente, orbitando a solo centímetros de que lo entendiera…

—¿Este es el chico de Paradis, señor?

Félix lo miró deprisa, entrecerrando ligeramente sus ojos a pesar de que apenas y podía ver algo con el herido.

Esa aprehensión que sentía en la boca del estómago lo tomó en un fuerte agarre, estrujando sus tripas con dureza. Félix se removió en su lugar para quedar de frente al tal Willy e intentó sonreír, aunque sentía los labios algo tiesos y el rostro de piedra.

—Ah, sí —el barrigón hizo un gesto hacia él con una de sus manos—. Félix Ackerman, Willy. Estaba respondiendo varias preguntas antes de tu llegada.

—Un Ackerman, ¿uh? —murmuró el rubio, mirándole con curiosidad—. Pensé que eran un mito.

—Tu y toda esta bola de payasos, Rapunzel —su boca por supuesto que se movió antes de que su cerebro lo pensara adecuadamente, aunque la sonrisa que le regaló tras el comentario era enteramente apropósito—. No te creas tan especial.

Willy pausó un segundo y su rostro se ladeó hacia un costado en confusión. Sus ojos, sin embargo, parecieron ver a través de Félix y el azabache se tensó, de inmediato adivinando qué era exactamente lo que le incomodaba de este sujeto.

Erwin. Un pinchazo de dolor se desató en sus sienes y en algún rincón en su pecho. Félix apenas si respiró, apenas si se movió. Tiene la misma mirada que Erwin.

—Ah, lo lamento —musitó el rubio, acercándose un par de pasos hacia él—. No era mi intención-

—Oi —le cortó el azabache de golpe, mirándole secamente—. ¿Interrumpiste mi ansiada plática con estas personas solo para decir estupideces, o estás aquí para agregar algo? No sé si lo notaste, pero estamos en el medio de algo importante, ricitos.

El señor Willy se detuvo abruptamente, con la mirada fija encima de él.

Félix se obligó a no mover un solo músculo, a pesar de que le doliera mirar a otros ojos que no eran iguales, pero que se sentían como tal. Su espalda estaba recta, tiesa contra el podio sobre el que estaba semi recargado y los mechones oscuros de cabello le caían alrededor del pálido, ligeramente herido rostro. Ocultaban la parte superior de la roja cicatriz y enmarcaban el verde esmeralda de sus ojos en un halo de extrañeza que dejó al rubio sin respiración.

Una vez hace muchos años hizo lo mismo con Erwin. En una de esas noches donde el Comandante se volvía peor que terco y se empecinaba en terminar de leer estúpidos reportes que de nada servían a pesar de que ya eran pasadas las doce de la noche.

Mike lo había sacado del comedor casi a rastras cuando Félix le dijo con extrema gentileza que si Erwin quería morir por terquedad, entonces estaba en todo su derecho de hacerlo. Su anterior capitán de escuadrón lo había prácticamente lanzado al interior de la oficina del Comandante y se había quedado afuera de ella hasta que los dos salieron dispuestos a irse a la cama. Félix lo recordaba bien porque, si bien Erwin era terco en cuanto al trabajo se refería, ese día se notaba mucho más cansado que otros.

Así que los dos se habían quedado así, él de pie frente al escritorio mientras Erwin le devolvía la mirada desde su lugar tras el mueble, en una silenciosa batalla de voluntades y miradas cargadas de ya fuese cansancio o, en caso de Félix, expectativa.

Era exactamente lo que estaba haciendo con el tal Willy, excepto que el lugar no era uno en donde se sintiera tranquilo, cómodo.

Este era territorio enemigo, estos eran sus enemigos a pesar de que en vidas, ciclos pasados se volvieran parte de su familia.

Pasados unos segundos, una lenta y pequeña sonrisa apareció en los labios del otro rubio y una suave risa se deslizó de entre ellos que resonó en el silencio de la sala.

—Eres muy divertido, Félix —varios de los presentes se rieron junto al rubio entrometido, excepto Magath. El comandante permanecía como una silenciosa, tranquila sombra a un lado suyo—. Lamento haber entrado así, pero cuando escuché los rumores sobre ti no me pude resistir.

—Mhm… ¿Y luego? ¿Qué quieres que yo haga con esa información?

Willy le miró con confusión.

—¿Perdona?

Félix gruñó con ligereza y se giró de vuelta hacia el barrigón con calva de Pixis mientras hacía un desinteresado gesto con su mano.

—Si te vas probablemente lo haga —dijo—. ¿En qué estábamos?

—Ah, Félix, no seas tan gruñón —le dijo el tal Wright con tal familiaridad que Magath, probablemente habiendo captado su repentina irritación, alzó una de sus manos para darle a entender que se calmara. Félix le tiró una mala mirada, gruñendo por lo bajo—. Estoy seguro de que Willy no quiere causar ningún daño, ¿no es así?

—Para nada.

El rubio sofisticado dio un par de pasos alrededor de la sala, tentándolo cuando lo captó desde su periferia con una gentil sonrisa y un lenguaje corporal que gritaba inocencia a los cuatro vientos.

—Mi curiosidad ganó, eso es cierto —asintió el intruso, mirándole de costado con esa sonrisa perfecta casi intacta—. De hecho… No quiero atreverme a tanto, pero me preguntaba si existía alguna posibilidad de que pudiera hablar a solas con el chico, señor Wright.

El ambiente dentro de la habitación no murió casi de inmediato, aunque sí hubo un notable cambio en la actitud de varios de los señores presentes. La mujer que hasta hace momentos parecía enamorada con la presencia del rubio entrometido se enderezó furtivamente en su asiento, su mirada aguda y clara encima de ellos dos.

Magath también se giró, si acaso porque era técnicamente él quien tenía la “custodia” de Félix, por decirlo de alguna manera. Sus guerreros lo habían traído a la nación de Marley, así que si había alguien a quien pudieran poner a cargo de semejante carga, ¿por qué no al hombre que estaba acostumbrado a lidiar con pestes como eldianos?

—A-ah, Willy, verás… No sé cómo decirte esto, pero-

—Lo entiendo —le interrumpió el otro, pausado y orgulloso y al mismo tiempo, con una máscara de arrepentimiento colgando en sus facciones—. Sé cómo debe verse, mis señores, pero no tengo ninguna intención con este hombre que no sea el interrogarlo en persona. Supongo.

—¿Uh? ¿Supones?

Entonces el rostro de Willy se ensombreció y otra chispa de autenticidad le cruzó a través de los ojos, borrando las sombras que parecían cernirse alrededor de su figura. Era una lastimera imagen la que ofrecía, la de alguien con profundos, interminables arrepentimientos.

—Sé que las atrocidades de mi pueblo son un pecado que jamás podremos pagarles, mi señor, pero aún así no puedo evitar sentir cierta… Curiosidad —murmuró—. Por ellos. Por Paradis.

Ahí estaba, entonces, otro recuerdo perdido en un océano lleno de ellos.

Willy le había dicho lo mismo varios ciclos atrás, una vida menos o cien más. Le había hablado de lo mismo, de pecados y retribuciones y miedos, pérdidas, enojos consigo mismo y el odio tan profundo que muchas veces le impedía amar correctamente como un hombre de su clase debía hacerlo.

Le recordaban a un Willy vencido, herido. Alguien que expiaba sus pecados en odio y profundos actos de cortesía que aliviaban la pesadez en su corazón.

Willy Tybur, susurró esa voz que tanto odiaba en ocasiones. ¿Lo recuerdas? ¿Al hombre que era, al chico asustado, al que le cediste ayuda porque estabas cansado de esa vida?

¿Recuerdas a Willy Tybur del ayer?

No está, se dijo a sí mismo con los dientes ligeramente apretados cuando los imbéciles a su alrededor cayeron rendidos ante la farsa del rubio sofisticado. No existe, no todavía. Este adefesio que está aquí en estos momentos no es ni el de ayer ni el de muchos ciclos atrás.

Willy se giró hacia él y le sonrió con gentileza. Tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia el frente, como si reverenciara a algo, y la cortina de cabello rubio le caía por el costado distinto del rostro.

—Si me permites, Félix, quisiera hablar contigo a solas.

Félix, resoplando, se encogió de hombros y bajó del podio en un pequeño saltito.

—No creo tener otra opción, ¿o sí?

La airada risa del hombre fue respuesta suficiente.

.

—¿Tuviste un viaje cómodo?

—Ni idea, el idiota que me trajo aquí creyó que estaba muerto.

El hombre se giró hacia él y le dedicó una extrañada sonrisa.

—Me refiero en tu camino hacia acá, a la corte.

—Ah —el azabache parpadeó cuando el rubio le hizo sentarse en una sillón frente a un largo, oscuro escritorio—. Uh, sí, supongo. Vi una plaza, muy grande, y esa torre con el reloj… Y gatos. Tienen muchos gatos, ¿eso es normal?

—Mjm, es uno de los atractivos de Lagos, me atrevo a decir.

—¿Los gatos? ¿Por qué?

Willy se encogió de hombros y colocó un vaso de cristal lleno de agua frente a él. Había uno similar en su mano, y hasta que no le vio tomar un sorbo, Félix no bebió del suyo.

—No lo sé, nunca se me ocurrió preguntar —el rubio se encogió de hombros y rodeó el gran escritorio hasta poder alcanzar la silla al otro lado y tomar asiento en ella. Colocó el vaso con agua encima y se enderezó para mirarle de frente—. Pero si lo pensamos de manera lógica, los gatos son muy inteligentes, y aseados. El único problema sería con su pelaje, pero eso se resuelve fácilmente.

—Mhm… ¿Sabías que los gatos pasan un tercio de su tiempo acicalándose?

—Oh, ¿en verdad? ¿Cómo lo sabes?

—Lo leí en un libro.

—¿Te gusta leer?

—Antes no, me desesperaba sentarme a hacerlo, pero… Últimamente sí.

—¿Qué tipo de libros te gustan más?

—…Poesía.

Las delgadas cejas del rubio se alzaron con escepticismo.

—¿Poesía? Vaya, eso no lo esperaba.

—¿Por qué? ¿Tan bruto me veo?

El hombre rio con ligereza.

—Debo admitir que un poco, sí. Lo lamento si eso te ofende.

—¿Que si me ofende que un marleyano me llame bruto? Pues sí, la verdad sí lo hace.

La sonrisa en el rostro de Willy descendió con lentitud y su mirada adoptó una chispa de nostalgia.

Félix arrugó el entrecejo y desvió su mirada, paseándola alrededor de la habitación en un intento de ignorar lo que sea que el otro hombre estuviera pensando.

Aquella oficina, se dio cuenta en ese instante, parecía no ser usada comúnmente, al menos no durante estos días.

El escritorio frente al que estaba sentado lucía nuevo al mismo tiempo que desgastado y los asientos, si acaso mullidos con el cojín sobre el que estaba, tenían ese ligero chirrido en ellos que indicaba que la madera ya estaba vieja y debía ser reemplazada. Había una alfombra recién limpiada y los pocos libreros en los costados de la habitación estaba vacíos, con solo un par de esculturas y vitrinas con objetos dentro que pretendían ser más para exhibición que como adorno.

Había un ventanal, por supuesto, y daba de frente a la escalinata del tribunal y te dejaba ver lo que había después; un parque. Félix se quedó mirándolo por largo, largo rato, absorto en lo verde de los árboles y del césped, el murmullo de risas que alcanzaba a escuchar incluso desde el interior del edificio. El sitio en el que el tribunal se encontraba era grande, claro, y a su vez estaba rodeado por otros edificios más pequeños que probablemente no eran la gran cosa, solo pequeños divisiones del mismo tribunal, u oficinas de menor rango.

Desde donde se hallaba sentado alcanzaba a ver que desde el parque algo parecía reflejar un poco de luz solar hasta la ventana de la oficina, y algo en su mente le dijo que un reflejo como ese solo lo podría ocasionar una superficie lisa de gran tamaño. Un lago, probablemente.

—Hey, Willy.

El rubio parpadeó con lentitud y alzó la mirada hacia él, el color de sus ojos oscurecido.

Félix hizo un gesto con su mentón hacia espaldas del hombre y peste se giró un poco para poder espiar por la ventana lo que le indicaba.

—¿Qué hay allá? Veo que se refleja la luz contra el cristal.

—Ah, es una pequeña laguna en el centro del parque. Varios historiadores dicen que es por ella que esta ciudad se llama Lagos.

—¿Uh? ¿Por qué? Una laguna no es lo mismo que un lago.

—Mhm, no lo sé. La estética del nombre y del lugar y la concordancia entre ambos no es realmente un factor para cuando se les nombra a las grandes ciudades, ¿o me equivoco?

—Ni idea, la única “gran ciudad” que conozco está rodeada de muros así que dudo mucho que mi opinión sea la mejor de todas.

Willy se giró hacia él en su asiento y le dedicó otra de esas tenues sonrisas que comenzaban a colmarle los nervios.

—Debe ser estresante salir de Paradis y venir al mundo real.

—Estresante, bizarro, desconcertante… —enumeró cada palabra con uno de sus dedos y luego suspiró con pesadez—. He perdido la cuenta del número de veces que me he sentido miserable estando aquí.

—¿Extrañas estar en Paradis?

—Extraño a las personas que viven en Paradis —corrigió—. La isla no es un mal lugar realmente, pero todo es muy… Gigante al mismo tiempo que no es suficiente.

Willy asintió y se reclinó contra el respaldo de su asiento. Por detrás de ambos se abrió la puerta, apenas el susurro de la madera deslizándose contra la baldosa del suelo y luego se cerró en el mismo tono lúgubre que parecía más de una figura fantasmal. Félix se giró un poquito y miró por encima de su hombro que una mujer, menuda y con el cabello oscuro agarrado en un moño, se detenía a solo pasos de la puerta y permanecía de pie ahí.

Félix se tensó un poco.

—¿Quién es ella?

—¿Paradis es un lugar agradable, entonces?

Su pregunta no había sido respondida, solo ignorada con cortesía. Willy volvía a mirarle con esa extraña mirada, esos ojos diluidos en lo que él no sabía si era nostalgia o empatía, quizás también un poco de miedo, o suspicacia, lo que fuese. Se reacomodó en su asiento, mirando por última vez a la mujer antes de girar completamente hacia Willy de nuevo.

—… ¿Por qué te interesa saber sobre Paradis si tanto detestas a los habitantes de ella?

La sonrisa en su boca se tensó un poquito.

—¿Por qué no? Es tu hogar, ¿no es así? ¿Por qué no querría saber más acerca de nuestra nación vecina?

—Y una mierda —murmuró entre dientes, sus ojos ligeramente entrecerrados—. Deja la falsa cortesía de lado. Me da asco mirar a las personas a la cara cuando sonríen con tanta hipocresía.

Por detrás, el brillo que la aparente laguna reflejaba contra el cristal ensombrecían las facciones del hombre y prendían fuego a los rubios cabellos. Willy echó un rápido vistazo hacia atrás, en donde la mujer estaba se imaginó él, y cuando volvió a mirarlo a él había algo distinto en sus ojos, algo que había estado ausente durante la sala de audiencia y que no se había echado de ver hasta entonces.

Félix sonrió con ligereza.

—Ah, esa de ahí —señaló la expresión que se deformaba en el rostro del hombre rubio con uno de sus dedos—. Esa expresión es mucho mejor que la de perro lastimado que usas con los payasos de allá abajo, o la de amabilidad con la que aparentas querer engañarme.

De repente, Willy ya no estaba sonriendo esa ligera sonrisa ni reía con esa airada risa. Félix se carcajeó entre dientes y él también se reclinó contra el asiento, mirando con fijeza al rubio.

—Anda, no seas tímido, sé que a ustedes marleyanos les gusta jugárselas de amigos y víctimas hasta que la máscara se les cae, pero te prometo que ya ha sido suficiente.

Willy Tybur pareció enderezarse, echando los hombros hacia atrás y alzando un poco el mentón.

—No soy un marleyano, Félix —informó el hombre como si a él le importara—. Tu y yo compartimos sangre, por más poca que ésta sea, ambos somos eldianos.

—Todo eldiano que vive en Marley no es nada más que un imbécil usando la piel equivocada —contrarrestó él—. Es lo que le dije a Annie Leonhart cuando dejé que la arrastraran hasta el lugar donde fue comida viva.

—Si crees que mencionar a Annie Leonhart causará que de repente me aflija, estás equivocado.

—Nah, no esperaba eso —dijo con un encogimiento de hombros—. ¿A quién le importan esos chicos, cierto?

—Tampoco me harás admitir que no me importan, Félix, lo siento.

—Mhm, no es como que importe ya. Dos de ellos están muertos, ¿no? —el azabache tildó su cabeza hacia atrás y observó el techo liso del que colgaba un candelabro—. ¿Les informaron ya a sus padres?

—…Sí. Ya lo hicieron.

Félix chasqueó la lengua y ladeó su cabeza, recargándola contra el respaldo de su asiento pero mirando a Willy a través de los mechones oscuros que le caían por el rostro.

—Qué pena. Me habría gustado hacerlo yo en persona, si acaso para ver si se ponían a llorar o no.

Entonces hubo una exhalación silenciosa, tan silenciosa que casi pasó desapercibida, pero los ojos de Willy se volvieron hacia la mujer en la parte de atrás y permanecieron allí durante lo que parecieron cien minutos, aunque a Félix realmente no le importaba.

Él aún estaba tratando de descifrar el reflejo en el cristal de la ventana y las sombras en el rostro de su acompañante.

—No pareces tener compasión por ellos —la voz de Willy estaba igual de tensa que su figura una vez Félix lo miró de nuevo—. ¿Qué acaso no te sientes mal por los padres que perdieron a sus hijos?

—¿Qué acaso ustedes se sienten mal por las personas, padres e hijos por igual, que se perdieron en Paradis cuando sus titanes llegaron a invadirnos?

Willy no tenía respuesta para eso. Nadie la tenía, de hecho. El hombre rubio se enderezó en su lugar y desvió la mirada hacia otro punto dentro de la habitación. Félix resopló.

—Uh, eso es lo que creí.

—¿Qué creíste?

—Tu tampoco la sientes. Compasión, quiero decir —aclaró mientras se enderezaba y se cruzaba flojamente de brazos—. Ni por los guerreros ni las vidas perdidas en Paradis. Yo tampoco lo sentía, a decir verdad. No siento nada por ese tal Bertolt ni por Annie, ellos se metieron en este problema y lo que les ocurrió fue culpa suya, así que no discuto mucho ahí. La pérdida de vidas en Paradis tampoco me molestaba mucho, no hasta que comprendí exactamente quién estaba causándolas y por qué.

—¿No te importó hasta que supiste que había alguien detrás de todas ellas?

—Mhm, quiero decir… Es mi hogar, ¿sabes? Pero mientras que las personas a las que yo amo estuvieran a salvo, entonces estaba bien.

Pero como rey, como alguien que se suponía que debía preocuparse por Paradis en conjunto, no tenía muchas opciones ahí. Historia había sido buena pretendiendo durante esas primeras semanas, poco a poco metiéndose de lleno en su rol de reina, adaptándose a su papel con una rapidez que Félix encontraba desconcertante.

Podía no ser solo una fachada, él sabía. En algún punto, Historia había cambiado a ser solo eso para convertirse en ello.

Félix lo había presenciado; el genuino cariño en sus ojos cuando miraba a los pequeños del orfanato, la rabia que sentía cuando se hablaba sobre el estimado de pérdidas durante la farsa de recuperación de la muralla María años atrás, la preocupación que se le pintó en el rostro cuando Félix le dijo que si todo fallaba y sus esfuerzos eran vano, entonces lo único que quedaba era huir. Dejar Paradis atrás y salvarse ella, su madre y por consecuencia, su capitán.

Su pequeña prima probablemente no aprobaría de sus palabras ni sus sentimientos, no aprobaría sus deseos egoístas ni hoy ni nunca, pero… Tampoco es como que eso le importara. No tanto.

El sofisticado rubio asintió con lentitud, su mirada perdida en algún punto sobre la superficie del escritorio y la oficina se sumó en silencio. Lo único que podía escucharse eran las respiraciones de los únicos ahí presentes, y los susurros de las habitaciones abajo, los pasillos transitados por oficiales marleyanos y las risas provenientes del parque frente al tribunal.

—¿Es por eso entonces que te resultó fácil vender a la isla?

Él se encogió de hombros, divertido.

—¿Me crees lo suficientemente estúpido como para darles lo que más quieren así nada más?

Willy correspondió igual, riendo él también.

—Escuché que lo hiciste por una cena. Filete y postre, si no me equivoco.

—Me cansé de esa cosa rara agua bailarina. Creo que se llama gelatina.

—Suena a que fue un buen trato.

—Quizás, quizás no.

—Aunque creí por la manera en la que actúas que tu serías más difícil de quebrar.

—¿Tú lo harías? —murmuró, inclinándose al frente y recargando su codo en el escritorio, y luego recargando su mentón encima de su mano—. ¿Traicionarías a tu nación, a las personas con las que has crecido y junto a las que luchaste, solo por… Algo tan insignificante como una buena cena?

Willy sostuvo su mirada con la misma cantidad de cautela y provocación que la suya acarreaba.

Había más en su pregunta que se veía a simple vista. Había ahí una amenaza tácita, un ¿eres tú un traidor también? demasiado literal dicho allí con tan poco cuidado que Félix se sorprendió de siquiera seguir vivo. Este hombre, Willy Tybur, tenía los mismos ojos que los de Erwin, pero su mente era distinta, su proceso de pensamiento también. Pensaba como un noble, actuaba como un noble, también sonreía como uno.

Era un peligro, la amenaza por la que debería estar preocupado, y cuanto más pensaba en ello, más ansioso se sentía.

—…No debería sorprenderme que mintieras —dijo el hombre finalmente—. Todo demonio es así de traicionero, ¿cierto?

Félix se encogió de hombros.

—Mírate al espejo y pregúntatelo a ti mismo —sonrió—. Tu y yo, por más poca que sea, aún así compartimos sangre, ¿no es verdad?

La máscara se fracturó. De lo que recordaba, Willy no era un hombre fácil de quebrar, no con esas actitudes tan estúpidas que varias de las personas importantes de Marley parecían adoptar. Willy era un noble, sí, un aristócrata que estaba acostumbrado a jugar papeles y regalar flojas, encantadoras sonrisas. Era mucho lo que Félix odiaba de esa fachada en cualquier persona que se atreviera a usarla, y mentiría si dijera que no prefería la rota, envenenada piel que se ocultaba bajo lo que era Willy, el demonio aguardando ahí escondido bajo ropas costosas y carcajadas simpáticas, el que estaba lleno de dolor y corrompido, igual de sucio y oscuro que el resto de ellos.

Willy era eso, exactamente. Era una imagen remanente que permanecía y se desvanecía, y aun así quedaba detrás lo que realmente era, de lo que estaba hecha.

—Tu eres un Ackerman —escupió el hombre en un tono frío y el rostro escueto—. No hay nada en común entre nosotros, ni siquiera sangre.

—Oh, pero yo creía que los demonios de la isla Paradis eran todos iguales.

—Tu y tu clan no son eldianos —repitió, tres veces con más veneno que antes—. Todos saben que los Ackerman fueron hechos, ustedes no nacieron siendo eldianos, solo se les otorgó el privilegio de ser distintos pero de pertenecer. No hay nada en común entre nosotros.

Ah, ya comenzaba a escupir la información que él quería escuchar.

—¿Y qué diferencia hay allí, uh? ¿Qué nos aparta de ustedes los eldianos si los que poseen el poder sin convertirse en monstruos somos nosotros?

Debió haber tocado un nervio en Willy porque el hombre alzó uno de sus puños y lo estampó contra el escritorio. El sonido reverberó en el silencio de la habitación, acallando de golpe las risas y la presencia de los demás en los pasillos y el resto del tribunal.

Félix, cauto, se reclinó hacia atrás.

—No sabes de lo que hablas.

—…¿Y tu sí? —murmuró el azabache en respuesta—. ¿Me estás diciendo esto desde una posición concordante y no una llena de amargura?

—Los Ackerman-

—Son esclavos —le cortó Félix de golpe, mirándole con los ojos ligeramente entrecerrados—. Todo mundo es esclavo a algo, y nosotros los Ackerman elegimos nuestra perdición como se nos plazca. No me gusta eso de nosotros, ese apego que desarrollamos hacia alguien cuando lo encontramos correcto, pero las cosas son así, nuestras elecciones son así. ¿Quién eres tu para decirme que no somos como ustedes los eldianos cuando aquí estás tu, voluntariamente ahogándote en rabia y amargura, en odio?

Willy no le respondió.

—Todos somos monstruos a nuestra propia manera —dijo alzando un hombro en desfachatez—. Yo odio ser un Ackerman del mismo modo en el que tu odias ser un eldiano, supongo. ¿Pero a quién le importa? No es como que vayamos a abrirnos las muñecas y desangrarnos solo para drenar los genes que no queremos en nosotros, ¿cierto? Así no funcionan las cosas.

Alguien rio. Félix se giró un poco y observó a la mujer de hace rato; tenía el atisbo de una sonrisa en su boca, aunque se notaba que estaba tratando de hacerla pasar como un producto de su imaginación.

Él alzó su mano y la movió de lado a lado en un saludo.

—¿Quién es ella? —le preguntó a Willy—. ¿Tu esposa?

Willy, con lentitud, se enderezó en su asiento y se pasó una mano por el largo cabello rubio.

—Es… Es mi hermana.

—Oh —musitó, girándose de nuevo para observarla—. ¿En serio? No se parecen en nada.

—No, ella… Luce un poco más como mi padre.

—Ah.

El Tybur se aclaró la garganta y en cuestión de segundos pareció recobrar la compostura porque se arregló el cuello de la camisa que usaba bajo el saco negro e hizo un gesto en dirección a la mujer. Cuando echó a andar, sus zapatos de tacón se escucharon en el silencio de la sala, cada uno más fuerte que el anterior hasta que Félix la vio detenerse junto al escritorio.

—Ella es Lara, mi hermana menor —dijo Willy, sonriendo con tanta gentileza en dirección a la mujer que Félix creyó estar viendo a otra persona—. Y él es Félix, el Ackerman que los guerreros capturaron en Paradis.

Lara Tybur se giró hacia él, una plácida, pequeña sonrisa en sus labios y Félix sintió entonces que todas las piezas caían al tablero.

El Titán Martillo de Guerra.

Alzó su mano a modo de saludo y le sonrió.

—Uh, un gusto, supongo.

—Un placer, Félix —asintió ella.

Su voz era dulce. Silenciosa, entonada, era como escuchar a Mikasa hablar en voz baja cada vez que se encontraba con Armin o con Eren. Había una delicadez en Lara Tybur que solo había visto en las esposas de los cabezas de las familias nobles en Paradis, el porte digno con el que se ponía en pie, y su manera de hablar.

Si con Willy era evidente que los Tybur eran distintos, con Lara, ciertamente, no.

Lara era distinta, y todos esos encuentros en sus ciclos pasados lo probaban una y otra vez.

—Entonces… —dijo tras unos momentos, mirando expectante a su anfitrión—. Si ya establecimos que soy culpable de asesinato y de perjurio, y si ya te dije que, eldiano o Ackerman ambos somos pedazos de mierda, ¿qué sigue? ¿Me darán de comer ya o todavía debo esperar?

—¿Tienes hambre?

—Un poco. Me dieron gelatina de desayuno.

El rostro del rubio se aligeró un poco con una pequeña risilla e incluso Félix se encontró a sí mismo destensando sus hombros.

—¿Qué te apetece de comer?

Se encogió de hombros nuevamente.

—No sé, sinceramente.

—¿Qué hay de ese filete del que hablamos?

—Uh, seguro. ¿Qué me pedirás a cambio?

—Lealtad.

Fue dicho tan inesperadamente, tan de la nada, que tuvo que hacer una pausa por un segundo y asimilar las palabras pronunciadas, la normalidad en ellas. El rostro de Willy seguía sonriendo, pero había un filo en él que había visto antes, del tipo en el que sabías que había algo esperándote al final.

—¿Lealtad?

—Los Ackerman eran los guerreros del rey, su mano derecha y los protectores de su pueblo. Eran experimentos fallidos que resultaron ser mucho mejor de lo que se buscaba crear —volvía a estar allí esa mirada que no le gustaba—. Fuertes, ágiles, con el poder de un titán sin necesidad ni posibilidad de volverse uno. Eres un candidato perfecto a convertirte en el nuevo juguete favorito de Marley, Félix.

—… ¿Y por qué querría yo eso?

—Dijiste que había personas en esa isla a las que amas ¿cierto? Y Marley… Marley no se detendrá, Marley no parara hasta ver a todos sus enemigos derrotados, hasta verlos a todos hundidos o de rodillas —le dijo—. Cuando atraque sus barcos en las costas de Paradis, ellos habrán perdido. Si haces un trato conmigo, te doy mi palabra de que no se les tocará un pelo a tus seres queridos si aceptas unirte a nosotros.

Hubo un latido, y luego se detuvo.

Jugaba directamente con sus miedos, con las pesadillas que lo atormentaban de un ciclo en el que sí sucedió, donde el demonio fue derrotado y otro se alimentó de ese fracaso. Marley había ganado en más de una ocasión, y considerarlo dolía, por supuesto, pero… Pero su madre le importaba más de lo que un pedazo de tierra en un mapa podría hacerlo jamás.

Su madre y su prima, la hermana pequeña de Frieda. Ambas eran la razón por la que estaba allí en parte, la razón por la que Félix estaba tan obsesionado con el hecho de intentarlo y seguir haciéndolo hasta que algo cambiara. Era su madre, por Dios, y no había manera en el mundo de que Félix no la escogería por encima de alguien más.

Historia era solo una niña, al igual que Eren y que Mikasa, que Armin, Sasha, Jean y Connie. Todos ellos eran niños y Félix no podía hacerles eso, no realmente, no tras todo el esfuerzo que habían puesto en sobrevivir.

(Había susurros y voces y cánticos. Y él las conocía.)

—Mi madre —murmuró con los puños apretados y sus uñas clavándosele en la piel—. Mi madre y mi prima.

Una de las cejas del rubio se arqueó.

—¿Tu padre?

Pensó en Uri, en una sonrisa que a veces veía difusa en recuerdos. En ese día en la cueva de los Reiss, el cariño que había existido en una fantasmal voz que lo llamaba hijo.

—Murió hace algunos años —desvió la mirada—. Jamás estuvo con nosotros, así que no.

—Ah, lo lamento entonces —asintió el otro—. ¿Le guardas rencor?

—¿Por qué? ¿Por jamás haber estado ahí? ¿Cómo podría si nunca lo conocí?

—El rencor es algo poderoso también, Félix —susurró—. Nadie te culparía si lo haces.

Félix arqueó una de sus cejas con suavidad. La otra le dolía si lo hacía, por la cicatriz que pasaba por encima. Hasta ese momento no se había dado cuenta de ello, pero Lana Tybur le miraba discretamente, y más veces de las que no, encontraba que sus ojos se desviaban hacia donde la cicatriz le marcaba el rostro de arriba hacia abajo.

Sus dedos hormigueaban por cubrirse el rostro.

—Mi madre lo amaba —murmuró por lo bajo, desviando la mirada hacia el suelo—. Siempre me decía que era un buen hombre, pero que no existía ninguna posibilidad de que hubiera estado con nosotros incluso si pudiera, así que rencor no le guardo. No puedo cuando no hay razón para hacerlo.

Debe ser extraño, pensó él. Sé que Historia sí guardaba un poco de rencor hacia su padre por haberla abandonado, y sé que Frieda en ocasiones sentía cierto recelo hacia su madre por ser tan frívola con ella poco después de convertirse en reina.

—Mi padre tampoco estuvo muy presente en nuestras vidas, hasta ahora que es de mayor edad —su mirada subió hasta el Tybur, viéndole con ligera confusión—. Sin embargo, sí se esmeró en cuidar y proveer para nosotros, así que le tengo gran aprecio por eso.

—Uh, creí que tu sí le guardabas algo de rencor.

—¿Por qué?

—Es probable que fuera de esos padres que solo te empujan hacia tus tutores o tu madre y se lavan las manos de ti. Me ha tocado ver un par que son así.

Willy rio con suavidad.

—Mi tutor era estricto, no le gustaba que tuviéramos mucha familiaridad el uno con el otro.

—Probablemente solo le caías mal.

—Probablemente —respondió el otro con gentileza—. ¿Tu llegaste a tener un tutor?

—Mhm, uno y solo por un par de años antes de entrar a la academia, no fue la gran cosa.

Félix aún tenía vagas memorias de un hombre que se sentaba con él frente al lago a enseñarle a leer, o a veces lo ponía a escribir su nombre en repetidas ocasiones hasta que las letras le salieran derechitas. En ocasiones estudiaba con los Jovan, con Tomm en especial, cuando la señorita Diane lo invitaba a las clases privadas del chico.

—Bien, entonces supongo que… Solo sería tu madre y tu prima, ¿cierto?

Había una voz en su cabeza, bien oculta en el recoveco al que no se atrevía a mirar por mucho rato. Era siseante, nasal, como de un niño que después se confundía con la de un adulto porque el tono alegre no se perdía incluso cuando se profundizaba y se volvía una cadente baja y siniestra.

¿Solo ellas dos? ¿Pondrás en prioridad la vida de dos mujeres por encima de una isla entera?

¿Qué mas podía él hacer, exactamente? Shiganshina y sus consecuencias siempre eran un mal presagio, siempre le dejaban demasiado exhausto y titubeante, con un agujero en el pecho que no conseguía llenar incluso aunque ganaran la guerra. Esa vez no era diferente porque Félix estaba en Marley y Shiganshina junto con sus errores y victorias se hallaba a todo un océano de distancia que él no sería capaz de cruzar ni porque le dieran la oportunidad.

Estaba aterrado de las consecuencias, temeroso de volver y descubrir que había fallado y lo había perdido, otra vez. Era mejor permanecer ignorante, quedarse el tiempo necesario en Marley y hacer lo que tuviera que hacer. No se veía capaz de soportar el saber que Erwin probablemente había muerto.

¿Solo ellas, entonces? Murmuró esa voz que odiaba. ¿Solo tu madre y tu prima? ¿Qué hay de Ymir? ¿De Kenny? ¿Crees que puedas pedir que perdonen a Eren? ¿A los chicos? ¿Qué hay de Petra y de Eld, Tomm y su familia? ¿Qué pasa con todas las personas a las que conoces y que tienen sus vidas en ese pedacito de tierra?

(Había un mundo en su alma, oculto ahí entre sus costillas del mismo modo en el que ese agujero en su pecho crecía con el pasar de los días hasta volverse un abismo.

Félix se negaba a volver a mirar en su interior.)

—Si puedes… Si puedes garantizarme su supervivencia… Si ustedes en verdad ganan, mi madre y mi prima…

En un abrir y cerrar de ojos, vio algo más. Vio a un demonio ofreciendo una manzana; la imagen mostraba a la joven vacilante pero sin acobardarse, con una mano extendida y sus dedos apenas rozando la piel de la fruta.

Estaba en una de las páginas de uno de los libros que Frieda tenía en su habitación, y estaba muy seguro de que en alguna ocasión escuchó a Historia hablar de algo similar. Estaba ahí al borde de sus recuerdos, difuso pero existente.

Es como volver a ser la sombra, así que no hay nada distinto en esto. No hay de lo que avergonzarte.

Solo acepta, murmuró. Es tu decisión, y además, nada es seguro. Marley podría perder, si Historia juega bien sus cartas y el resto de las naciones entran en razón, entonces no hay manera de que pierdas.

Solo sé cauteloso, esto es un plan de respaldo, así que solo acepta porque estará bien. Mientras que tu tengas lo que quieras, todo estará bien.

(Había otra voz que se sobreponía a esa, un susurro tenue con una voz fría pero calmante, de una mujer que en una ocasión lo había entendido mucho mejor que nadie más.

Incluso así, escuchó que decía ella, incluso si te acobardas o si decides seguir siendo un bastardo egoísta, y ella rio, seré tu aliada no importa qué, Félix.)

—Siempre y cuando ellas estén a salvo —asintió en dirección a Willy, apretando sus labios entre sí con algo de miedo aún presente en sus huesos—. Supongo que… Podré ser tu marioneta nueva por un rato.

No había ni una pizca de malicia detrás de su sonrisa. El rostro de Willy estaba lleno de una inusual bondad que encontraba ambas partes difícil de creer y digerir, la entrañable mirada en sus ojos siendo rápidamente movida hacia su hermana, porque Lara continuaba de pie junto al escritorio como un silencioso guardián.

Casi se sintió mal sabiendo lo que tenía que hacer. Sabiendo que le iba a dar el mismo trato; jugar con él y usarlo como nada más que un medio para un fin.

━━━

El día aún estaba claro para cuando finalmente salió del tribunal, escoltado por un soldado con el uniforme estándar de Marley y con el comandante Magath junto a él. El silencio que colgaba entre ellos era algo bienvenido después de la estresante charla con los Tybur.

Magath, silenciosamente, lo guió escalones abajo pasando nuevamente junto a las estatuas a las afueras del tribunal.

—Entonces, ¿qué fue lo que el señor Tybur quería contigo?

El comandante se detuvo al pie de la escalinata y se giró para mirarlo. El oficial que andaba con ellos se adelantó por su costado y siguió caminando hasta donde aguardaba su transporte, quedándose quieto junto al carruaje.

—Quiso preguntarme sobre Paradis.

—¿Y lo hizo?

—Mjm.

Estaba seguro de que algo debió verse en su rostro porque Magath, curioso, se dio la vuelta para mirarlo y arqueó una de sus cejas en una pregunta silenciosa. Félix se mordió los labios, repentinamente asustado de hablar.

—¿Qué? ¿Ocurrió algo más?

—…Me propuso un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Dijo que si accedía a ser usado por ustedes como su nuevo juguete, entonces, una vez que Paradis fuera conquistada, él se aseguraría de… Uh, de mantener a mi familia a salvo.

Las cejas del comandante se fruncieron.

—¿Y aceptaste?

Félix se encogió levemente de hombros y miró más allá del rostro del hombre, pasando los pocos edificios que rodeaban al tribunal hasta poder ver el parque frente a la plazuela. Desde ahí alcanzaba a ver los árboles, y entre los espacios que dejaban las copas, también una superficie blanquecina que reflejaba la luz del sol.

—¿No debí hacerlo?

—No lo sé, esa decisión es tuya.

—No confío en él —dijo de repente, causando que el otro hombre se detuviera nuevamente para escucharlo—. Tengo plena confianza en las fuerzas de Paradis y en lo que podrían lograr si se lo proponen, pero…

—¿Pero?

—También tengo dudas. Nuestra posición en este mundo es precaria, y el peso de la palabra y las acciones de un oficial de Marley cuenta más que cien vidas eldianas. No es justo, ya lo sé, el mundo rara vez lo es. Quiero… Quiero decir que sé que Paradis podrá ganar, porque sé que pueden pero no quiero arriesgarme, y Willy Tybur no es precisamente… Honesto.

—¿A qué te refieres con que no es precisamente honesto? —le cuestionó el hombre, confundido.

Félix estaba sorprendido de que lo estuviera escuchando, después de todo lo que había visto dentro de esa sala de juicio.

—No lo sé, no sé cómo explicarlo, pero si pasa por lo menos veinte minutos en su presencia y lo escucha hablar de la manera en la que lo hace, se dará cuenta de que hay algo sobre él que no concuerda.

No era mucho, pero pudo ver la pequeña duda plantándose en los ojos de Magath cuando el hombre tildó el rostro y observó hacia la ventana donde se hallaba la oficina a la que había sido llevado para charlar con el aristócrata. Entonces, con lentitud, el comandante lo volvió a mirar y le hizo una vaga seña de que siguieran andando hasta el carruaje que aguardaba por ellos.

—Entonces, aceptaste el trato, ¿y luego? ¿Qué ocurrirá ahora?

—Dijo que hablaría con ese tal Wright y el jurado para ver qué pensaban —resopló—. También mencionó a un tal Cavin, no sé.

—Calvi —interrumpió el comandante. Félix lo siguió al montarse en el carruaje, retomando su lugar de la mañana—. Es el general del ejército de Marley, mi superior.

—Oh… Bueno, dijo que hablaría con ellos y les presentaría la idea, y supongo que la decisión me la dirán después.

Cuando estuvieron listos para partir, volvieron por las calles que habían transitado por la mañana, excepto que en lugar de girar por la calle donde se encontraba el pequeño parque que los llevaría de vuelta al hospital, siguieron de frente y continuaron moviéndose derecho.

Félix se inclinó hacia el otro costado del carruaje para observar por la ventanilla al otro costado, viendo cómo a medida que avanzaban recto por esa calle, el tribunal con su cúpula de cristal se iba quedando atrás.

—¿A dónde vamos?

—Tus heridas sanaron —Magath señaló los pequeños cortes en su rostro y la cicatriz que le cruzaba el ojo—. Así que no hay necesidad de volver al hospital, por lo que serás trasladado a una unidad habitacional en lo que el jurado toma una decisión.

—¿Unidad habitacional? ¿Qué, como una prisión?

—No precisamente, pero se te mantendrá ahí, a salvo, hasta que se decida qué se hará contigo exactamente —el marleyano se reclinó contra el respaldo del pequeño sofá y cerró los ojos.

Félix tragó saliva con pesadez y lo imitó, suavemente recargando su sien en la pared del carruaje junto a la ventana. Los edificios junto a los que pasaban pasaron de ser claramente comerciales a viviendas. Varias de ellas tenían pequeños jardines fuera de las casas, o macetas o árboles en miniatura. Una panadería en la esquina de la cuadra le daba la bienvenida a una clienta que solo había cruzado la calle para llegar a ella mientras que unos niños corrían por la acera tirando de la correa de un perro.

La vida ahí era muy distinta a la de Paradis.

—Comandante Magath.

El hombre entreabrió los ojos.

—¿Sí?

—¿Usted cree que los Ackerman y los eldianos son la misma cosa?

—¿A qué viene esa pregunta?

—Willy Tybur me lo dijo —murmuró mientras veía pasar a una pareja. El hombre sujetaba a la mujer como si ella fuera algo precioso y la miraba de la misma manera, ella cargaba con un ramo de flores—. Dijo que los Ackerman eran ‘creaciones’ a las que se les había permitido pertenecer, y que eso era lo que nos diferenciaba de los eldianos comunes, supongo.

—Para mi, todos son iguales —respondió el otro—. Los Ackerman son solo una familia, no una raza distinta. Incluso nosotros los marleyanos, que alguna vez pertenecimos al gran imperio de Eldia… Todos nosotros somos lo mismo.

Volvió a mirar por la ventana con su pecho torciéndose incómodo; el silencio dentro del carruaje no ayudaba a las cosas, solo alimentaba la ya profunda inseguridad que se podía sentir dentro de sus huesos, haciéndole sentir extrañamente inquieto. Félix parpadeó un par de veces y luego se tapó el ojo izquierdo, gimiendo de inmediato por las extrañas formas que se podían ver con su ojo derecho dañado, el efecto borroso como si estuviera viendo a través de un vitral.

—¿Qué ocurre?

—No puedo ver bien con mi ojo derecho. Todo se ve… ¡Todo luce extraño! Borroso y feo, ugh.

—El doctor dijo que existía la posibilidad de que perdieras la vista, pero que estarías bien de cualquier manera. Creí que ya lo habías notado.

—…No —musitó, cabizbajo—. No… No quise hacerlo.

—Mhm… ¿Recuerdas cómo ocurrió?

El plan de Eld, recordó casi de inmediato. Acorralar a Zeke y volarle la nuca ahí mismo.

—Tratamos de deshacernos de Zeke con dinamita —de ninguna manera iba a decirle al hombre que esas lanzas contenían material suficiente como para hacer estallar una edificación entera, aunque si Reiner había sobrevivido, era probable que les hubiera dicho ya que las lanzas relámpago estaban hechas para atravesar la armadura de su titán—. Al momento de hacerla estallar, creo que una pieza de metal me golpeó el rostro. La verdad no lo sé, para cuando volví a despertar unos momentos después estaba cubierto de sangre.

—¿No te dolía?

—No, creo que tenía el rostro entumecido. Maldita sea.

—¿Y puedes ver bien, aparte de la vista borrosa?

Quería decir que sí, pero Félix no era estúpido, a pesar de que actuaba como uno bastante seguido. Era un golpe bajo a su orgullo, pero había muchos riesgos ahí en Marley como para andar mintiendo sobre su condición así nada más.

—No —rio rascándose el borde de la cicatriz—. Todo lo que veo son siluetas borrosas y con suerte reconozco la letra de ese cartel, el de allá.

Magath espió fuera de la ventana y luego suspiró.

—Ya veo.

—Yo no.

El comandante se llevó al puño al rostro y se cubrió la boca con el cuando empezó a reír. Félix sonrió un poco.

—Bien, estoy seguro de que habrá alguna manera de arreglar eso. ¿Qué hay de tu cicatriz, te duele?

—Me pica.

—Me doy cuenta —Magath, con rapidez, alargó su mano y tomó su muñeca hasta bajarla de vuelta a su regazo—. Pero no debes hacerlo o empeorarás su cicatrización. Aún se ve irritada en los bordes, así que lo mejor sería aplicar un ungüento encima y dejarla reposar, nada de rascarse, ¿entendido?

El azabache gruñó por lo bajo, pero le hizo caso al hombre y se quedó quieto hasta que el viaje hubo terminado. El oficial que los había acompañado les abrió la puerta y dejó que él bajara primero y luego lo hizo Magath.

La ‘unidad habitacional’ como la había llamado Magath estaba en una de las calles aledañas a la de negocios y se trataba de un simple edificio pequeño con solo tres pisos. El primero era una tienda de frutas y verduras, frescos aparentemente si le creías al cartel colocado en una de las ventanas. Había unas escaleras al costado de la construcción y luego una barda que delineaba el terreno y lo encerraba en una especie de cubo extraño. Detrás de el había otra cosa, más alta y grande, ocasionando que su hogar temporal se viera como una hormiguita.

—Es la casa de un oficial marleyano retirado, así que ten cuidado con lo que dices —Magath se dirigió hacia las escaleras, ni siquiera mirando ni una vez hacia la tienda debajo y comenzó a subir los peldaños. Félix se apresuró en seguirlo—. Fue lo suficiente amable como para prestarnos el departamento superior hasta que se tome una decisión.

—¿Él sabe quién soy yo?

—Todo oficial, retirado o no, sabe quién eres, Félix, así que ten cuidado, y lo digo enserio —lo miró por encima de su hombro. Las escaleras se detenían en una puerta lateral al edificio con unas pocas plantas en maceta que delineaban el balcón que se arrinconaba ahí—. El general Calvi informó de tu retención apenas Zeke nos lo hizo saber en caso de que te despertaras antes de lo pensado y huyeras.

—Wow… Me honra que me piensen tan capaz pero por favor, estoy herido, famélico y medio ciego, ¿qué tan lejos habría llegado así?

—Lo suficiente para causarnos problemas.

Magath giró la perilla de la puerta e ingresó al lugar.

Había una alfombra sucia en la entrada y nada más ingresar, hacia su izquierda había una puerta pequeña semi abierta que dejaba entrever un armario. A su derecha había otra, cerrada totalmente. Magath siguió caminando mientras Félix inspeccionaba el sitio.

El pequeño pasillo terminaba casi enseguida a esas dos habitaciones y se abría a una pequeña sala con un sillón largo y familiar y otro individual. La cocina estaba de frente a ella, con una barra y tres sillitas frente a ella. Era espaciosa, eso sí, y la ventana junto a la pequeña sala dejaba entrar enormes cantidades de luz natural como para no necesitar diez velas para iluminar el interior. En la cocina también había otra ventana, un poco más pequeña y parcialmente obstruida por un par de gabinetes.

Al fondo de la sala había dos puertas una junto a la otra, la primera más cercana abierta de par en par y dejando ver la cama en el interior, ordenada con las botas militares a un costado del marco.

—Uh… ¿Magath? Ya hay alguien viviendo aquí.

Magath se giró hacia él y miró hacia donde le apuntaba, su ceño fruncido desapareciendo en cuestión de segundos. Fue entonces que escuchó la perilla de otra puerta abriéndose y él se giró en redondo.

—Oh, ya están aquí —exclamó el imbécil de Zeke, definitivamente nada emocionado de verlos—. Creí que me llamarían para recoger un cadáver y no para presentarme a mi compañero de casa.

Félix, estupefacto, tiró una sucia mirada en dirección del comandante.

—Por favor dime que te vas a llevar a tu perro contigo.

—Zeke se quedará contigo —zanjó el comandante con un encogimiento de hombros—. Si intentas algo estúpido, él y el oficial de abajo plus el que se quedará para vigilarlos a ambos, tienen órdenes de someterte, Félix.

—¡Pero-!

—Se dará a conocer la decisión del tribunal en dos días, así que intenten sobrevivir hasta entonces. Vendré mañana para checar en ambos —Magath se detuvo en el umbral de la puerta y los miró a ambos. Fue instantáneo los escalofríos que le bajaron por la espalda ante la frialdad en sus ojos—. No hagan nada estúpido o tendremos que tomar medidas drásticas.

—Estoy dispuesto a cometer algo estúpido si eso me saca de aquí.

Magath, ignorando su comentario, dio media vuelta, cerró la puerta tras él, y se fue.

Félix se quedó de pie junto a la pequeña sala, observando la puerta por la que el hombre había desaparecido con una mezcla de horror y traición pintándole el rostro mientras el idiota de Zeke se balanceaba en sus talones junto a él.

—Entonces…

Zeke ni siquiera había terminado de hablar cuando Félix se giró y le estampó un puñetazo en el abdomen. El cambiante se dobló en dolor con un gruñido y a prisa estiró una de sus manos para sostenerlo de la gabardina cuando trató de huir hacia la puerta principal.

Félix se tironeó del agarre y trastabilló hacia atrás una vez Zeke lo soltó, cayendo de espaldas al suelo. El otro no desaprovechó esa oportunidad y se lanzó encima suyo, con sus manos sosteniendo sus muñecas en un intento por hacerlo parar.

—¡Quítate de encima mono estúpido hijo de-!

—¡Si continuas haciendo ruido el oficial va a subir a-!

Forcejeando, ambos rodaron por el suelo hasta que Félix quedó encima de Zeke y liberó una de sus manos, yendo a golpearlo otra vez en el rostro pero Zeke ladeó su cabeza y sus nudillos se estrellaron contra el suelo. Félix masculló una maldición y saltó hacia un costado, acurrucando su mano herida contra su pecho. El azabache se arrastró hacia atrás y siguió haciéndolo en dirección hacia la puerta principal.

Zeke, sin embargo, alargó su mano y lo sostuvo del pie y tiró de él hasta arrastrarlo de vuelta a su lado, uno de sus brazos pasó a rodearle el cuello y sus piernas se enredaron en su torso.

—¡Qué haces!

—El comandante Magath dijo que teníamos autorización para someterte —jadeó el otro, apretando un poquito más contra su cuello—. Así que o te quedas quieto o te desmayas.

—¡Suélta-me! ¡No quiero, oof, no quiero quedarme aquí conti-igo!

Con desesperación, echó su brazo hacia atrás y rozó la sien del rubio con el dorso de su mano mientras la otra le daba manotazos en el hombro para que lo soltara. La presión contra su cuello le dificultaba hablar y respirar era una ardua tarea que no le gustaba para nada en esos momentos. Zeke lo sacudió hacia un lado y solo cuando le dio dos golpecitos en el brazo indicando que se rendía fue que lo soltó.

Félix rodó hacia un costado y jadeó contra el suelo, escupiendo un poco de saliva en el cuando le dieron arcadas. Zeke se recostó en las losas y tomó una profunda respiración, aunque le vio llevarse una de sus manos al abdomen y dándole leves caricias.

—Casi me haces vomitar, ese golpe no me lo esperaba.

—Eres un idiota.

—Yo no soy el que quería escapar.

—No iba a escapar, solo iba a regresar caminando hacia el tribunal y pedirles que me pusieran en una celda. Sería mejor que estar aquí contigo.

—Por favor —río el otro—. Sabes lo que habría sucedido si salías de aquí por tu cuenta.

—Habría preferido eso a quedarme aquí contigo, imbécil.

—Creí que no eras suicida.

Félix, aún atontado, estiró su pie y le dio una patada en la espinilla.

—¡Ow!

—Cierra la puta boca.

—Dios, eres tan infantil —murmuró el barbón acomodándose los anteojos.

—Y tu un idiota.

—Has dicho eso como tres veces ya, si no tienes nuevos insultos-

—Voy a meter mi pie en tu bocota si no la cierras ya.

Zeke, sabiamente, cerró la boca y se quedó tumbado en el suelo, mirando hacia arriba. Félix le lanzó una mirada de reojo, admirando la forma en que la luz brillaba sobre su cabello rubio desde las ventanas en la pared.

Con cuidado, se dio la vuelta y se sentó en el lado opuesto del otro hombre y estudió sus nudillos magullados con un ego igualmente herido, y sus cejas se fruncieron un poco cuando vio la pequeña gota de sangre que se derramaba a través de un rasguño en la piel.

No se atrevió a alzar la mirada cuando escuchó a Zeke moverse desde su posición en el suelo pero casi enseguida lo hizo cuando una mano intervino en su campo de visión y lo sostuvo de la muñeca, gentilmente moviéndola hasta su regazo.

—¿Te lastimaste?

—Si no hubieras movido tu cabezota-

—Te lo mereces por ser un idiota.

—El único idiota aquí eres tu.

Zeke alzó una de sus manos y le dio un zape, efectivamente silenciándolo.

Félix lo miró indignado y jaló su mano, queriendo recuperarla pero el otro le dio un pellizco encima de la piel herida y lo detuvo. Pasaron unos pocos minutos así, en silencio y sentados en el suelo, hasta que el cambiante suspiró.

—Anda, vamos.

—¿Uh? —cuando el rubio se puso en pie, tiró de su brazo y lo obligó a enderezarse él también—. ¿A dónde?

—A desinfectar esto —dijo con un breve ademán a sus nudillos—. Si se infecta y mueres, no quiero que sea mientras estás bajo mi vigilancia.

—Ow, qué considerado de tu parte.

Zeke volvió a pellizcarlo y Félix maldijo entre dientes.

—Puedes morir siempre y cuando no sea conmigo a un lado, gracias —murmuró el otro, guiándolo hacia una de las puertas junto a la principal.

De frente a donde se encontraba el pequeño armario, la otra puerta ocultaba detrás un baño. Era pequeño, pero bien acomodado, con una bañera al fondo de la habitación y un pequeño mueble junto a ella con los elementos esenciales como jabón, papel higiénico y toallas para la ducha. El inodoro estaba a un costado en la pared, de frente al lavamanos.

Zeke jaló de él hasta meterlo de lleno al baño y corrió la cortina en la bañera para dejar ver una regadera sujeta a la pared y dos llaves debajo de esta. El rubio las giró y activó la ducha, y luego se giró hacia el azabache.

—Uh… ¿Q-qué haces?

—Dije que limpiaríamos la herida, ¿o que no escuchaste?

—Uhm…

Con un resoplido, el de anteojos volvió a girarse hacia él y se colocó ambas manos en la cintura.

—Ahora, quítate la ropa.

Félix lo abofeteó.

—Oi, ¿qué mierda te-?

Probablemente era de esperarse, aunque Félix no estaba completamente seguro porque a sus propios ojos, nunca había hecho nada para merecer el tipo de trato que Zeke le estaba dando.

El rubio prácticamente lo empujó dentro de la ducha y Félix cayó en ella, empapando su ropa con la poco agua que había logrado encharcarse en la bañera. Miró hacia arriba, sin palabras, y se encontró con una sonrisa satisfactoria que adornaba el rostro de Zeke.

—Te dije que te quitaras la ropa, ¿no?

Félix gruñó y le sacó el dedo medio.

MEPER IVA A ACTUALIZAR MAS TEMPRANO PERO ME QUEDÉ DORMIDA LMAO




Si ven algún error por ahí, perdonar, termine de escribir esta mañana y bueno ya saben lol en fin

!!! Lamento si el capítulo es algo largo h aburrido, pero debía ewcrivirlo si o si para mostrarles los pocos momentos de Félix cagandola en Marley, tendrán sentido más tarde lo prometo

Oh btw subí una historia de bnha nueva por si están interesados, son bienvenidos a leerla!! 

Y bueno, espero que hayan disfrutado del cap, nos leemos más tarde!!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top