66. Juicio a un demonio

CAPÍTULO SESENTA Y SEIS 
JUICIO A UN DEMONIO 
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Cuando Magath volvió, Félix lo estaba esperando.

Zeke no lo había hecho aún, no después de abandonar su habitación casi a prisa luego de que le sugiriera no tan sutilmente que tal vez, lo mejor sería seguir a su comandante como el patito perdido en el que se había convertido.

Magath no se veía feliz de verlo, pero que él recordara, el comandante rara vez le había sonreído en todas esas vidas pasadas que comenzaban a volverse realidad con lentitud. Iba ataviado en el uniforme de Marley, blanco y de corbata negra con una camisa por debajo y botas de combate.

El comandante lo miraba con fijeza, y Félix, de igual manera y sin mover ni un músculo, lo imitaba.

—...¿Buenos días?

Magath lo miró por un segundo un poco más largo y luego echó un vistazo hacia atrás, hacia las ventanas, hacia la puerta del baño y luego lo miró de vuelta a él. Félix se enderezó con sutileza, fingiendo que no veía el permanente ceño fruncido y la boca ligeramente apretada.

—¿Esperabas a alguien?

—Considerando que admití haber contribuido en el asesinato de una de sus juguetes favoritos, sí —asintió él con un leve encogimiento de hombros—. Lo estaba esperando, Magath.

Era extraño, pensó para sí mismo. Extraña la forma en la que su boca se movía y las palabras simplemente salían de ella como agua en una cascada. Era la falta de filtro, y eso lo sabía bien porque no era la primera vez que Félix abría la boca para meterse en aún más problemas, pero suponía que esta vez era distinto; esta vez no estaba en casa faltándole el respeto a un comandante, o a Rod Reiss derechito en su cara cuando Frieda le dijo todos esos años atrás que se suponía que debía casarse con Tomm Jovan.

Aquí, no tenía el privilegio de ser conocido por la que había sido la reina, ni la suerte de aparentemente ser visto como un buen chico con la boca sucia y mal temperamento para sacarlo de problemas.

Aquí no tenía nada. Nada más que recuerdos y ciclos demasiado lejos de él para ser de ayuda.

Se tenía a sí mismo, ajá, pero eso también resultaba difícil porque aunque Félix se conocía mejor a sí mismo esta vez, no podía confiar plenamente en su boca, o en su cerebro o sus recuerdos. No podía confiar, ni siquiera en sí, no de la manera en la que le habría gustado hacerlo.

Comenzaba a arrepentirse de haber ido a Marley.

(Kenny iba a burlarse tanto de él cuando volvieran (si volvían) a verse.)

—Andando, somos requeridos en otro sitio.

Su burbuja se reventó repentinamente y en un segundo estaba de vuelta en Marley, en su habitación de hospital junto al comandante Magath, que continuaba mirándole como si fuera Félix la rareza y no el hombre frente a él.

—¿Otro sitio? ¿Dónde?

—Ya verás —respondió el otro, señalándole la silla al costado de su cama—. Ponte eso.

No era un uniforme, gracias a Dios, solo una camiseta blanca y una gabardina. Las botas descansaban junto a la silla, y cuando Félix terminó de ponérselas, no pudo evitar mirar al comandante con extrañeza.

El otro hombre le devolvió la extrañada mirada.

—¿Hay algún problema?

—...Supongo que no —murmuró al enderezarse, moviéndose de lado a lado para probar los zapatos—. Es solo... No sé, ¿no le parece a usted que ésta situación es muy bizarra?

Magath suspiró y el gesto le recordó a Kenny cada vez que él e Ymir lograban arruinar y hacer algo tonto a la vez. Su capitán había sido muy paciente con los dos, extrañamente, y eso hizo sentirle ambas partes divertido y nostálgico.

...Lo extrañaba un poco, ahora que lo pensaba bien.

—Me parece innecesaria.

—Ah, sí a mi también. Honestamente solo estoy esperando a que me digan que me mandarán a la horca o lo que sea.

El comandante le miró por el rabillo del ojo cuando le cedió el paso para dejarlo salir de la habitación primero.

—¿Eso crees que harán contigo?

—Tendría sentido. Si enviaron a un par de niños a asesinar en masa a una isla donde habitan personas que ningún problema les causan, no veo por qué serían justos en esta ocasión.

El pasillo afuera estaba desierto. Félix lo inspeccionó con la mirada y con cuidado, tratando de grabarse los detalles a fondo; el piso era de baldosa blanca con la que sus botas rechinaban al caminar, recién limpiado. Los muros eran firmes, con madera oscura que causaba un acogedor contraste con el suelo y de las puertas de madera junto a las que pasaban se alcanzaban a escuchar tenues sonidos.

Durante esos pocos días que pasó dentro de su habitación no se había puesto a pensar en la posibilidad de tener vecinos, pero ahora que los escuchaba, se preguntaba si quizás alguno de ellos lo había visto llegar, y qué había pensado de ello. Dudaba mucho que les hubieran informado de quién era, de dónde venía.

El lejano murmullo de voces atrapó su atención, y con curiosidad, se reclinó ligeramente cuando alcanzaron una intersección y asomó la cabeza por el pasillo contrario, husmeando a una señorita en lo que parecía ser uniforme de enfermera caminando con una niña de la mano, guiándola hacia otra habitación.

Al término del pasillo había una sala amplia con más puertas algo anchas, asientos cómodos distribuidos alrededor de la habitación y plantas en macetas, pequeños dibujos en las paredes o en hojas de papel que colgaban de una pizarra de madera justo a un lado de una de esas anchas puertas. La soledad en aquel lugar le daba escalofríos, sobre todo por esos susurros de voces y risas que hacían eco traspasando los gruesos muros.

Magath lo guió escaleras abajo y lo hizo pasar entre dos guardias que las custodiaban, quienes le miraron por el rabillo del ojo al pasar. Félix lo siguió en silencio, mirando todo a su alrededor con un leve toque de curiosidad brillando en sus ojos.

Abajo, en el piso inferior, allí sí había más personas. Los ruidos no eran tantos, y aún se alcanzaban a escuchar algo lejanos, lo que le hizo pensar que el lugar hospital lo que fuera tenía algún patio al que no se le había permitido bajar antes. El lugar estaba dividido, con las escaleras partiendo los espacios con la derecha siendo ocupada por más puertas que se perdían en la longitud del pasillo por el que continuaban y la izquierda siendo una especie de sala común.

Había mesitas repartidas aquí y allá, dos o tres o a veces cuatro personas sentadas en un solo sitio, compartiendo lo que sospechosamente olía a café y postres, galletitas o fruta picada. La recepción parecía estar más al frente, con solo una mujer sentada tras el escritorio. Los pacientes se giraban a mirarlo a pesar de estar cada quien en alguna u otra conversación con sus acompañantes.

Instintivamente, Félix alzó su mano y se cubrió el ojo derecho con ella, dolorosamente consciente de la cicatriz que cortaba a través de su piel, rojiza y cicatrizada y con solo un leve pinchazo de ardor que parecía ser más una caricia fantasmal a un verdadero dolor físico.

Trataba de no mirar a nadie cuando pasaba a su lado, aunque era difícil hacer mientras más trataba de ignorar la curiosidad que cada par de ojos en su figura transmitían. Un niño le saludó desde una banca junto al escritorio de la enfermera y cuando Félix le sonrió de vuelta, el pequeño lo hizo por igual revelando la falta de un diente.

Magath empujó las puertas hacia el exterior y el azabache tuvo que entrecerrar sus ojos cuando la luz del sol le dio de lleno en el rostro. Había aire fresco ahí fuera, y la leve tentación de sacarse la gabardina para apreciar la frescura de la brisa le hormigueó en los dedos.

—Vamos, no quiero perder mucho tiempo.

—¿Me dirá al fin a dónde vamos?

—Date prisa, Félix.

Félix resopló rendido y siguió al hombre hacia el exterior del hospital. No hubo nada liberador en el primer paso que dio hacia afuera, ni un solo hueso de su cuerpo relajándose cuando escuchó finalmente más ruidos que solo su propia respiración.

Echó una breve mirada hacia atrás al edificio y vio la elegante, sofisticada estructura de lo que era cien por ciento un hospital. Era grande, mucho más grande de lo que se habría imaginado. Tenía un pequeño jardín delantero con una fuente y banquitas, y había un árbol también desde donde un par de pajarillos se ponían a molestar todas las mañanas. Se escuchaban risas, y más voces, incluso podía oler cigarrillos y perfumes y el olor estéril de un lugar cómodo donde las personas rotas terminaban.

Pero nada en su persona se relajó al ver una común calle de ciudad, ni porque habían más coches o personas o simples animales, un gatito maullando en alguno de los callejones aledaños. Era como volver a ir a Mitras por primera vez cuando era niño y ver las casas grandes y las anchas calles siendo transitadas por carruajes tirados por caballos.

No era como aquella vez, sentado frente a una de las ventanas en el segundo piso de una casa mientras veía pasar a las personas a prisa porque había comenzado a llover. No se comparaba al sentimiento de curiosidad que sintió la primera vez en la que salió de su pedacito de mundo y cabalgó tras Keith Shadis en el escuadrón de Mike en la que se volvió su primera de muchas expediciones.

No había sentido el tipo de miedo que sintió en esos instantes. Sus pies se quedaron pegados al suelo con un nudo en su garganta que le impedía respirar propiamente.

Magath ya tenía un pie cerca del carruaje cuando por fin notó su ausencia, y el comandante se volvió un poco para poder mirarlo.

—¿Esperas por algo?

—U-uhm…

Quizás. Quizás sí estoy esperando a que algo ocurra. A despertar y darme cuenta de que todo fue una pesadilla, otra de esas vidas que vivo cada vez que me voy a dormir.

Las palabras se le atoraron en el nudo que tenía en la garganta, y lentamente, muy lentamente, dio un paso al frente. Cuando dio el otro, Magath asintió en aprobación e ingresó al carruaje. Félix se sentía atrapado entre sí echarse a correr o pincharse el brazo para lograr despertar de una vez por todas, a pesar de que estaba cien por ciento consciente.

— ¿Es usual que seas así de nervioso?

—¿Quiere decir que no tengo derecho a sentirme como un conejito en el medio de lobos hambrientos? —resopló—. No sé si había estado al tanto, Magath, pero he vivido toda mi vida en un mundo donde los muros eran la norma y aventurarte fuera de ellos era como firmar tu sentencia de muerte. Disculpe si ver un lugar tan parecido pero tan distinto a mi hogar resulta ser abrumador para mí.

El ceño de Magath, que hasta ese momento había estado fruncido, se relajó un poco y las arrugas alrededor de su frente se suavizaron. Félix lo miró de reojo mientras se inclinaba hacia la ventanilla junto a la que iba sentado, observando el pasar de los edificios y las personas que transitaban las calles.

Había mujeres usando largos, hermosos vestidos con arreglos en el cabello que no le había visto ni siquiera a las de Mitras. También había niños, y señores, familias que se reunían frente a lo que parecía ser una capilla y gatos.

Había gatos en los tejados y las bardas que rodeaban el pequeño parque junto al que pasaron, y los felinos, como si percibieran su mirada, enfocaron sus amarillos ojos en él con singular atención.

—Esta es la ciudad de Lagos —Magath se reacomodó en su asiento y se cruzó de brazos, su mirada yendo de él hacia la ciudad fuera de la ventana—. Fue renombrada así en honor a otra ciudad que cayó cuando Eldia atacó por primera vez.

—¿Lagos? Como... ¿Los, cuerpos de agua que...? Ya sabe. Lagos.

Si Magath lo creía estúpido por todo el balbuceo, Félix no lo culpaba.

—Mhm, así es. Somos una nación grande con territorio excepcional, pero a final de cuentas, nuestro pedazo de tierra, aunque grande, también está rodeado de agua.

—Es... Es muy lindo —susurró. Tras la ventana podía ver más edificios, más altos que los de Mitras y con tejados ligeramente más triangulares. Había una torre junto a una tarima llena de escalinatas, y pequeños árboles rodeaban la propiedad. Alrededor de ese lugar se extendía una plaza, y desde allí pudo observar a más personas, jóvenes y viejas por igual, y todos ellos se veían en paz—. Y grande. ¿Eso es... Qué es eso, en la torre de allá?

Magath se inclinó ligeramente y asomó la cabeza por entre las cortinillas.

—Ah, eso es un reloj. ¿Nunca habías visto uno?

—S-sí, es solo... No uno así de grande. ¿Es fácil ponerlos hasta allá arriba?

—Requiere tiempo, como todo en esta vida —el hombre se encogió de hombros—. Debes ajustar y calibrar la hora, eso creo. ¿No tienen torres de reloj en Paradis?

—...Usualmente no contamos el tiempo —respondió en voz baja, corriendo un poco la cortina mientras se recargaba contra el respaldo de su asiento—. Quiero decir, sí lo hacemos, especialmente cuando formas parte de la Legión, supongo, pero... Nos guiamos más por el sol y sus posiciones. Es más fácil que cargar contigo un reloj de bolsillo.

—¿"Usualmente no contamos el tiempo"? ¿A qué te refieres con eso?

Félix lo miró con leve irritación.

—Quizás a que estamos demasiado ocupados como para preocuparnos por algo como el tiempo, o no lo sé, a que realmente no tiene sentido llevar un conteo porque al final del día el tiempo es una invención humana y no afecta realmente tu día a día a excepción de volverte un par de horas más viejo. No sé.

Los ojos de Magath eran un poco como los de Kenny; nos mostraban nada, ni siquiera un pequeño indicio de algún sentimiento que el hombre pudiera estar sintiendo, o tal vez era solo que Félix no estaba acostumbrado a leerlos de la misma manera que había aprendido a leer a Kenny.

Un poco de vergüenza subió por su cuerpo y él se encorvó ligeramente abatido.

—Ah, no me haga mucho caso. Hay veces en las que digo estupideces solo por decirlas. Es... Un mal hábito mío, supongo.

—Tienes muchos malos hábitos. ¿Eso también es normal para ti?

Una sonrisilla le nació en la boca.

—Supongo que sí.

Magath rio.

Cuando el silencio se alargó un poco entre ambos, se aclaró la garganta y talló sus manos en los pantalones que llevaba, secando el sudor de ellas y evitando enredar sus dedos entre sí con ansiedad.

—Entonces... ¿Me dirás a dónde vamos?

—¿Te parece si hacemos un trato, Félix?

—¿Uh? —una de sus cejas se arqueó—. ¿Un trato? ¿Qué clase de trato?

Magath se encogió ligeramente de hombros y echó un vistazo fuera de la ventanilla, sus oscuros ojos moviéndose de aquí allá, pero algo le decía que al mismo tiempo, independientemente de si mirara o no el paisaje fuera del carruaje, estaba atento a sus movimientos, a cada respiración que tomaba.

—Si tu accedes a ser sincero conmigo, entonces yo en cambio responderé todas las preguntas que tengas, ¿qué dices?

Así pensándolo bien, tenía sentido. Y era justo.

Aquí estaba él, relativamente un intruso y un enemigo, sentado frente al Comandante en Jefe de quienes eran las personas enviadas a terminar con sus vidas. Una parte suya quería estrangular al hombre por darle luz verde a dichos chicos y la otra, la más sincera consigo mismo y a veces la que más detestaba, quería ceder ante las peticiones y simplemente decirles lo que querían escuchar.

Se preguntó si quizás decirles que Paradis era relativamente pobre en milicia y obsoleta en cuanto a términos de tecnología se refería sería suficiente para hacerlos callar. Si aquello los mandaba a las costas de la isla y los hacía atrancar ahí sus botes o lo que fuesen solo para encontrarse de frente con un psicótico como Kenny o a Eren, completo en su forma titán listo para hacerlos tragar polvo.

Probablemente se encontrarían con Levi también. Levi y Hange, tal vez Floch, si el universo era injusto y se llevaba a los que realmente le importaban.

—Si acepto... ¿Podría incluir en las condiciones algo de comer que no sea esa cosa rara verde que parece agua inflada y tal vez un poco de agua fresca?

Al igual que él lo había hecho, Magath le miró con una de sus cejas alzadas.

—¿Qué te apetecería de comer en tal caso?

—No sé, ¿tal vez un filete? ¿O una taza de café?

—¿Café? —preguntó, sorprendido—. Ustedes... ¿Saben lo que es el café?

Félix le miró extrañado.

—Uh, ¿sí? Los granos pequeños, marrones y con olor delicioso que saben realmente amargos. ¿Sí se refiere a ese café, cierto? Porque si ustedes tienen otra clase de esa bebida, bueno... Mejor denme un té.

Magath sonrió con ligereza, una sonrisa apenas ahí presente, apenas visible, y algo se le relajó en los hombros al mismo tiempo que Félix sentía el nudo en su estómago deshacerse con extrema lentitud, pero con gran gratitud.

—Supongo que podríamos cambiar esa "rara cosa verde que parece agua inflada" llamada gelatina por un trozo de pastel y una taza de café, y después veremos una cena de filete. ¿Te parece?

Era la mejor oferta que alguien le había hecho desde aquella vez en la que su madre lo usó como degustador cuando recién comenzaba a cocinar para los Jovan.

—Me parece muy bien, gracias.

Magath asintió.

—En ese caso, me veo obligado a decirte que vamos camino a una reunión en donde el resto de los comandantes y capitanes del ejército de Marley estarán presentes. Se decidirá qué se hará contigo, y cómo procederemos en caso de que seas absuelto de tus cargos.

—¿Cargos? —masculló genuinamente sorprendido—. ¿Q-qué cargos? Yo... Mierda, soy nuevo aquí.

La pequeña sonrisa en el rostro de Magath se borró y fue reemplazada con la misma seriedad de un día atrás cuando le dijo de la muerte de Annie Leonhart. Sus ojos volvían a ser oscuros, y el rostro y la expresión escuetas no permitía encontrar algo en el hombre que le dijera que eso era una broma.

—Eres un eldiano de Paradis —fue todo lo que dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Creíste que estarías a salvo en Marley solo porque fuiste traído por uno de nuestros guerreros?

No, fue lo primero que le vino a la mente. Por supuesto que jamás me pretendí a salvo en este lugar.

En ningún otro, de hecho.

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No era nada comparado con el tribunal de Mitras; nada sobre ese edificio frente al que se detuvo el carruaje daba esa vibra con la que Félix lo relacionaba.

Él sabía que Marley era distinto, que era más grande y quizás más sofisticado, que era una potencia mundial de la que el resto de las naciones estaban ambas partes temerosas y expectantes. La parte suya que había viajado hasta el otro lado del continente recordaba muy pocas cosas sobre el, a pesar de saber que los edificios eran más amplios y las unidades habitacionales se trataban de departamentos, que las plazas estaban pensadas para celebrar festivales, que los jardines de las casas señoriales en las ciudades del interior fácilmente podrían ser la mitad de una granja completa en Paradis.

El tribunal en Marley era alto y ostentoso, con una amplia plaza frente a los pocos escalones que llevaban a las puertas doble de madera blanca. A cada lado de los escalones había estatuas de un hombre con una lanza, aunque estaba inseguro sobre si realmente era una lanza o un martillo, porque el largo del arma estaba roto en la punta y no había cómo discernir lo qué era. En el otro costado había una mujer con una venda sobre los ojos, sosteniendo una balanza sobre la que se hallaba un mundo en la izquierda, y una manzana en la derecha.

El techo era de cúpula, con cristales en la parte superior y relieves en la inferior, mientras que un techo plano de cemento con figuras encima era sostenido por pilares que flanqueaban la puerta doble. La fachada era simple pero bien estructurada, elegante, con inscripciones en algunas partes en color dorado que no podía leer muy bien, no alcanzaba a ver desde aquella altura.

Magath le hizo un gesto para que lo siguiera al verlo detenerse, y sus pies, inconformes mientras que el resto de su cuerpo se hallaba tenso, tuvo que hacerlo con el aliento atrapado entre los dientes. Había oficiales que les miraban al pasar a su lado, furtivas miradas que le ponían los nervios de punta.

Detrás de ambos caminaban dos oficiales embutidos en gabardinas ligeramente beige y camisas blancas, sus botas rechinando en el reluciente piso prístino por el que andaban. Los muros del pasillo eran de mármol, decorado por pinturas y floreros descansando sobre mesitas.

Cada vez que alguien lo volteaba a ver, cada vez que se encontraba de frente con los ojos pertenecientes a otra persona, perdía un poquito más de su sanidad mental.

—¿Todo bien, Félix?

El leve tono en la voz de Magath consiguió sobresaltarlo un poco y su cabeza giró de prisa hacia donde el hombre caminaba, ligeramente frente a él.

—Uhm... No, no realmente —murmuró con la voz temblorosa, sus pasos titubeantes—. No se... ¿No se supone que deba ir con, no sé, esposado?

—¿Esposado? ¿Por qué? ¿Acaso eres un peligro para mí y estas personas?

Las personas a su alrededor seguían mirando, sus ojos haciéndole agujeros en la piel y en esa coraza que pretendía llevar encima con cada paso que tomaba.

Era más que obvio que la pregunta era sarcástica, también ligeramente burlona.

Félix echó una mala mirada en dirección del hombre y bufando, se enderezó un poquito y mantuvo la vista al frente a pesar de todas esas dagas que eran lanzadas con todas esas indiscretas miradas.

Había puertas a lo largo del pasillo, u otros pasillos que partían hacia más habitaciones o hacia un segundo piso. Parecía un palacio, como el de Mitras, pero dudaba que entre esos muros se encontrara presente el rey o el líder de la nación de Marley.

Tenía la sensación de que no conocería a tal persona hasta que estuviera definitivamente jodido, o hasta que alguien más lo jodiera.

—Es ahí, al frente —le dijo el comandante, señalando la puerta al final del pasillo. Esa también era doble y ancha, grande y de la misma madera blanca que la de fuera. Había dos estatuas a cada lado de ella sostenidas sobre pilares de mármol, con dos guardias apostados a cada costado de ellas.

Magath se detuvo y les hizo un gesto a los hombres que los acompañaban y estos, con un leve asentimiento, se adelantaron a ellos y abrieron ambas puertas de un simple empujón.

—Una vez allí dentro, asegúrate de ser lo más respetuoso que puedas —le aconsejó—. A estos hombres no les gusta ser hablados con tanta familiaridad.

Era probablemente uno de los consejos más estúpidos de toda la vida, pero en el momento en el que puso un pie dentro de esa habitación, de repente no le dieron ganas de abrir la boca para nada.

Era grande, tan grande que conseguía hacer ver el edificio entero como una simple ilusión.

La cúpula de cristal se asentaba firmemente encima de la sala, engrandeciendo el lugar y haciéndole sentir como el significante punto de polvo que era en realidad.

Le recordaba a esa vez, todos esos meses atrás cuando arribó a Mitras y se encontró en una sala familiar, con un jurado y un hombre pretendiendo jugar verdugo, a Eren Jaeger encadenado al centro de la habitación como si fuera algo menos que un rabioso animal.

El tribunal de Marley, de Lagos precisamente, era exactamente como el de Mitras excepto que éste era muchísimo más grande. A cada lado de la habitación se encontraban rostros desconocidos que fruncieron sus labios y desviaron las miradas nada más ingresó al lugar, y la tensión en el interior se agrandó de ser posible, se profundizó.

Cada nervio en su cuerpo se disparó enseguida y Félix casi se atoró en la puerta, casi se dio vuelta y echó a correr en dirección contraria camino a la puerta principal.

Oh Dios, pensó con el pulso disparado. Esto no es lo que esperaba, esto no es lo que quiero. Por Dios, ¿qué hago yo aquí? ¿Por qué insistí en seguir este estúpido plan? ¿Por qué no volví a casa, por qué no simplemente le corté la cabeza a Zeke y tomé el titán de Reiner, por qué compliqué tanto las cosas como para que yo terminara aquí?

(En Paradis, Kenny se encontró riendo a pesar de que no había nada divertido de lo que reír en esos momentos.)

El nudo en su garganta amenazaba con deshacerse y casi podía sentir el ardor de lágrimas en las orillas de sus ojos. La habitación era muy grande, las miradas infinitas y sus pasos creaban un eco fantasmal en la sala que volvía a sus oídos con voces leves y susurros indiscretos, y era más o menos como ser un chico nuevamente, el bastardo de un noble del que siempre hablaban y del que gustaban burlarse.

Magath lo detuvo en el centro de la sala, en un podio desde el que podía ver a todos los ocupantes de la sala, y desde donde los ocupantes de la sala podían verlo a él.

Era como ser exhibido como un animal, como una de esas cosas preciosas de las que las familias nobles gustaban presumir cuando había invitados en sus casas, cuando se permitían derrochar ese lujo y esa distinta vida a la que pertenecían.

Excepto que Félix no era una cosa preciosa, no era un lujo.

Estaba siendo exhibido de la misma manera en la que Eren lo había sido antes, en Mitras, durante su propio juicio en el que Erwin logró salvarle la vida luego de que Levi le pateara el trasero.

¿Así es cómo se sintió el chico entonces? ¿Así de pequeño, inseguro... Inestable? ¿Así de insignificante, y al mismo tiempo, como si el peso de todo un mundo reposara sobre sus hombros?

—¿Éste es el hombre, Magath?

—Mhm, así es —Magath se acercó a él un poco y le dio un leve empujón a su hombro, una específica mirada en sus ojos—. Preséntate, Félix.

El hombre al que Magath se había dirigido no era el líder de la nación, no era un rey o alguien elegido por voto popular. Era un poco bajo, ligeramente encorvado y con bigote y barba marrones con un par de canas entre los cabellos más oscuros. Tenía una calva que le recordaba a la de Pixis, aunque este sujeto era más regordete.

Llevaba una vestimenta verde oscura con una mascada alrededor del cuello, varios botones a lo largo de la prenda. Estaba sentado junto a más personas, oficiales con o sin el uniforme blanco, todos ellos de un estatus social que él ya había visto anteriormente.

Félix tragó saliva con pesadez antes de hablar.

—Félix K- Fe-Félix Ackerman —murmuró atropelladamente, su lengua hecha piedra en su boca y sus entrañas en un nudo. Las cejas del hombre se alzaron pertinentemente y Magath, aún cerca del podio, lo miró de igual manera—. Félix Ackerman, señor.

Un leve murmullo se alzó en la sala, los presentes hablando entre sí, más miradas y ruido y ecos y susurros, muchos, muchos susurros.

Félix se encogió un poco buscando un inexistente refugio entre sus hombros, alzados levemente hasta la altura de sus oídos para ahogar las voces y lo que decían.

—¿Un Ackerman, dices?

—Creí que los Ackerman habían muerto.

—¿Qué acaso no estaban extintos?

—Escuché que eran un mito.

Peor que un animal en exhibición.

Hablaban de él, de humanos, de una familia como si fueran animales y nada más que eso.

El comandante de los guerreros se volvió para mirarlo, una indiferente expresión en su rostro mientras que el de Félix se volvía más y más inexpresivo conforme los murmullos cobraban volumen.

Estaba acostumbrado a ellos; a las palabras y las burlas y la sensación de ser demasiado pequeño y demasiado grande y notorio, de no poder desaparecer en el viento cada vez que las voces ganaban intensidad.

No le gustaban, porque honestamente, ¿a quién sí? Especialmente cuando hablaban de ti, ¿ a quién le gustaba que hablaran de sí mismo como si no estuviera presente? ¿A quién le gustaba que lo señalaran con dedos acusatorios y lo mencionaran las voces de desconocidos? ¿A quién le gustaba ser el centro de atención de cosas que no eran culpa suya?

Era como transitar las calles de la capital nuevamente y por primera vez, eran los susurros y las miradas de las que nunca parecía ser capaz de librarse.

A su alrededor, sintió que las paredes comenzaban a cerrarse; todo era demasiado grande o demasiado pequeño, o sin suficiente espacio para respirar. El nudo en su garganta se le cerraba en segundos y después se deshacía y volvía a repetir un proceso de tira y afloja que lo sofocaba. No aquí, se dijo a sí mismo, no puedo derrumbarme aquí, no puedo. No podía perder el aliento, la cabeza, la mente, se negaba a hacerlo.

Había un mundo dentro de su pecho, su mente, su alma, un mundo en el que no vivía por mucho que la niña allí dentro tirara de sus invisibles cadenas para arrastrarlo de vuelta a su encierro.

Félix pertenecía al mundo real, al tangible, al que podía tocar y en el que respiraba, en donde podía ser libre. Si quería, si se atrevía.

Se obligó a pensar y tuvo que detenerse un momento para recuperar el aliento y su sentido de orientación. Sus uñas estaban clavadas en la piel de sus palmas, dibujando medias lunas crecientes con pequeñas líneas de sangre a su alrededor, todo para poder anclarse en ese instante.

Necesito que te quedes conmigo, Félix. Aquí, en este momento. ¿Recuerdas en dónde estamos?

Marley, suspiró con el aliento saliendo en un temblor de entre sus labios. En Marley, en el tribunal, con Magath y personas que no conozco, personas que no me conocen a mi. Estoy en Marley, Caven.

—Cre-creí que estaba aquí para un juicio —a pesar de que la voz le seguía temblando, y de que sentía que el pecho podría explotarle en cualquier segundo, su voz se alzó a medida que hablaba, acallando los susurros y atrayendo más miradas—. No para que se discutiera la aparente supervivencia de mi familia. O su existencia.

Magath, de pie cerca del podio, se giró un poco y le dedicó una leve mirada por encima de su hombro. En sus oscuros ojos se reflejaba una advertencia silenciosa.

El hombre que había hablado al principio se aclaró la garganta y se reacomodó en su asiento, y de repente sus ojos lo estaban mirando también, y en ellos, distinto a los de Magath, había una pizca de vergüenza que Félix no supo interpretar.

—Ah, sí... Supongo que has venido a ser juzgado —dijo—. Todo demonio debe serlo por lo menos una vez en su vida, ¿no es así?

Varios de los presentes murmuraron su aprobación, un par de ellos yendo incluso a sugerir castigos en caso de ser encontrado culpable, otros dijeron más castigos si se negaba a cooperar con ellos.

Félix, frunciendo su ceño con vicio, abrió la boca y después la cerró abruptamente cuando miró de reojo al comandante Magath.

Dijo que tuviera cuidado incluso si esas no fueron exactamente sus palabras. A estas personas no les gusta que les hablen con tanta familiaridad.

Y él, que tenía el mal hábito de hablar antes de pensar, se tragó la sarta de estupideces que se le habían avecinado en la punta de la lengua y gruñó por lo bajo, su mirada desviándose hacia el hombre más cercano a él.

—Pues... Entonces háganlo, carajo.

Magath suspiró con algo que le pareció pesadez, y el comandante se giró hacia él por cortos momentos antes de volverse nuevamente hacia el frente. Carraspeando, le hizo una seña al hombre al que se había dirigido en un principio y asintió en su dirección.

—No quiero ser grosero, pero estamos perdiendo tiempo, señor.

—Sí, sí, claro —asintió el regordete tipo, uno de sus manos acariciándose el bigote—. Félix Ackerman... Estás acusado de ser cómplice en la aparente captura y el subsecuente asesinato de uno de los guerreros de Marley, ¿cierto? Annie Leonhart, si no me equivoco.

—Uh, sí.

—Bien, ¿cómo te declaras ante estos cargos?

Era quizás la pregunta más estúpida que alguien le hubiera hecho hasta ese momento.

Casi que tuvo ganas de sonreír, aunque se dijo a sí mismo que sonreír no le traería nada bueno, no con estas personas. Con Kenny probablemente sí, porque Kenny estaba un poquito demente y disfrutaba de hacer a otros sufrir incluso si eso significaba hundirse un poquito más en esa zanja que el hombre parecía cavar para sí mismo cada vez que hacía o decía algo inmoral. Aún recordaba todos esos meses atrás cuando básicamente aprobó de sus sentimientos por Frieda, y eso era algo que Félix jamás había olvidado.

¿Qué haría Kenny si estuviera aquí? ¿Qué diría? Probablemente se burlaría de ellos, se burlaría de Marley y después conseguiría hacerse con un arma para traer el caos a esa habitación. Los métodos de Kenny no siempre eran los mejores, en eso concordaba, pero... Pero Kenny, suponía él, estaba tan ido y con nada que perder que podría hacerlo, llevarse a un par de oficiales y civiles con él al infierno, y al final reiría como el maníaco que era, sin ningún sentimiento de culpa llenándole el pecho.

(¿Podía Kenny sentir culpa después de todo lo que había hecho, o estaba tan entumecido a cualquier sentimiento que lo sentiría como un mero soplo en la cara y nada más?)

—...¿Culpable?

Su respuesta ganó varias cejas alzadas, escépticos. Magath no lo miraba, pero Félix podía intuir entonces lo que el hombre pensaba.

—¿Acaso me lo estás preguntando?

—¿Acaso importa? —escupió antes de si quiera poder pensar correctamente. Maldita sea su boca y su falta de filtro, la poca importancia que a veces le daba a las cosas que realmente debían importarle—. Soy un Ackerman, soy de Paradis y ayudé a asesinar a Annie Leonhart. Ni siquiera sé por qué me trajeron aquí si no van a molestarse en escuchar lo que sea que diga. Quiero decir, es obvio que no podría importarles menos, pero ajá, yo asesiné a Annie.

—...¿Por qué?

—¿Por qué? ¡Já! —y ahí iba él otra vez. Su voz rebotó en las esquinas de la habitación, acallando cualquier murmullo de los presentes—. Porque era una perra hija de puta, porque asesinó a mis amigos y causó tantas muertes innecesarias ¡y todo porque ustedes son también unos hijos de puta! ¿Y todavía se atreven a preguntar por qué lo hice?

Hubo un breve silencio en la sala, uno sofocante y que le presionaba las costillas intactas resguardándose tras la piel de su pecho.

Magath estaba tieso en su sitio, mirándole en silencio.

—¡Por ustedes! —dijo también, alzando sus brazos y gesticulando a la habitación entera—. ¡Por que ustedes la enviaron a matarnos, porque ustedes no supieron guardarse sus estúpidos deseos egoístas y permanecer en su estúpido pedazo de tierra, ¿cierto?! ¡No, tenían que ir a mi hogar y tirar abajo nuestros muros! ¡Tenían que enviar a esos tres niños estúpidos a hacer el trabajo que ustedes cobardes hijos de puta no se atreven a hacer porque aparentemente todo eldiano es un maldito monstruo y al diablo eso! ¡Así que si preguntan por qué ayudé a deshacerme de esa maldita basura marleyana en piel de eldiana, fue culpa de todos ustedes, imbéciles!

Mentalmente se dijo que estaba jodido y que no había manera de salir de esa. ¿Qué hacer en caso de que genuinamente lo mandaran morir? O peor, ¿qué si decidían enviarlo a prisión?

¿Por qué no podía simplemente cerrar la boca y actuar como un buen chico cuando se lo pedían? Habría sido tan sencillo mentirles sobre Paradis, o decirles la verdad, como fuera. Félix lo habría hecho sin pensar porque mentir era fácil, había sido así desde que ingresó al escuadrón de Kenny, y decir la verdad, aunque no era común para él, habría sido muchísimo más fácil.

La frustración que sentía se desbordó un poco y Félix gimoteó como animal herido, doblándose ahí mismo en su sitio hasta que su frente tocó la superficie del podio con un ruidoso thud.

—Mierda, ¿por qué simplemente no puedo cerrar la puta boca?

Si su madre lo escuchara hablar...

El calvo regordete carraspeó la garganta, tratando de atraer su atención una vez más. Félix simplemente asintió, aún inclinado.

—Los guerreros de Marley son una parte importante de nuestro ejército —la voz del sujeto tranquilizó y acalló por igual a las otras, que se habían alborotado un poco con su arrebato. Félix los vio removerse con incomodidad en sus asientos, cada uno de ellos luciendo más aterrado que el anterior—. Eldia dependía de ellos, y desafortunadamente, Marley lo hace también por igual, así que la pérdida de tres de ellos es al mismo tiempo una vergüenza y una oportunidad.

Aquello lo hizo detenerse. ¿Tres? ¿Perdieron a tres de ellos? ¿Acaso habían perdido a Reiner también, o al otro chico, el alto?

—Sin duda, estaremos obligados a enfrentar repercusiones por las pérdidas de nuestros titanes, pero Marley es fuerte, Marley siempre ha sido fuerte —había un deje de fascinación en la voz del hombre, y cuando Félix finalmente alzó la mirada, se encontró con que la del otro estaba inundada por un peculiar brillo, uno que él ya había visto muchas veces antes—. Eldia cayó ante nosotros una vez cuando solo teníamos uno de ellos a nuestro lado. Confiamos en nuestra patria y nuestra fuerza, y Eldia volverá a caer por segunda vez cueste lo que cueste.

Ambición.

Era la mirada en los ojos de ese marleyano. La misma que había visto cientos de veces en las de los nobles, en la de Damián Jovan cuando la posibilidad del mayor de sus hijos desposando a la entonces reina se volvió realidad. Félix la había visto lo suficiente como para reconocerla en un vistazo, y cada vez que lo hacía algo se pulverizaba dentro suyo; él la conocía bien, porque en algún punto de su vida, cuando era más joven y sus aspiraciones eran solo aspiraciones, él también había estado lleno de ambición.

El que jugaba a ser juez se reclinó en su asiento con su mano cruzada por encima de su regordeta barriga, una expresión de satisfacción completa cruzando su rostro.

—Si accedes a cooperar con nosotros y ayudar en la derrota de la isla de los demonios, serás absuelto de tus cargos entonces.

Uh, así de simple.

Miró a Magath de reojo y éste lo miró de vuelta. Una cena de filete sin nada de esa cosa rara agua inflada, eso le había prometido el comandante.

Una buena cena a cambio de sinceridad. Félix había hecho tratos por menos, usualmente aceptando cualquier estupidez que Catia lo retara a hacer solo para poder matar el aburrimiento. Aunque había ocasiones en las que en verdad no lo hacía, como aquella vez en la que adoptaron un gato del que tuvieron que deshacerse porque Alex le temía a Levi, o cuando él y Catia hicieron una apuesta sobre quien eliminaba más titanes en una expedición y casi terminaron siendo comidos ambos.

Félix tenía su buena variedad de estupideces que cometió, pero ninguna de ellas nunca había incluido traicionar a sus amigos y su familia y venderlos por un buen pedazo de carne.

... Eso cambiaba hoy, aparentemente.

—...El comandante Magath dijo que podría conseguirme una buena cena si era sincero con ustedes.

—Oh, ¿eso hizo?

La obvia mirada dirigida a Magath hizo que el comandante se enderezara en atención.

—Si consigo esa cena… Bueno, dijo que sería cena y postre, así que si consigo eso… Mhm, tendríamos un trato.

Esa sonrisa que le dieron a cambio estaba llena de malicia, y Félix se encontró sonriendo de vuelta.

—Entonces… Dices que ayudaste a asesinar a Annie Leonhart, pero ¿cómo? ¿Cómo lo hicieron sin causar una transformación?

—Sí se transformó, pero luego de que fallara en recuperar a Eren Jaeger, supongo que se dio por vencida y buscó refugio entre un par de árboles —lo que técnicamente no era una mentira, si lo pensaban bien—. La seguí aunque mis órdenes fueran retirarme, no podía simplemente dejarla ir.

Las cejas del hombre se alzaron.

—¿Qué hay de Eren Jaeger? ¿Qué sabes sobre él?

—Es un chico leal —se recargó contra el podio y bajó la mirada al suelo—. Un poco sentimental, pero sabe lo que debe hacerse. Es fuerte también, y atrevido, no le teme a muchas cosas.

—¿Crees que sería fácil que nuestros guerreros lo aniquilen?

—Sí el mono y la cosa fea a cuatro patas lo atacan juntos, entonces sí —No, no hay manera de que ganen ante Eren. No si hace exactamente lo que le dije—. Eren es un chico, solo tiene quince años.

Quince años, al igual que Historia, que Mikasa y Armin y Jean y Connie y Sasha. ¿Se encontrarán bien todos ellos?

—Reiner Braun informó de un... Suceso, cuando trataron de capturarlo en uno de sus distritos —la desconocida voz le pertenecía a una mujer de cabellos blancos y ceño fruncido, boca delgada y rostro escueto. Lo miraba fríamente—. ¿Qué sabes tu sobre eso?

¿Eres culpable también?

Félix se encogió de hombros.

—No, ni idea. Sé que hizo algo cuando estuvimos en Shiganshina, pero no sé qué fue —luego miró hacia arriba, hacia esa misma mujer, y sonrió con inocencia—. Aunque supongo que le temen a lo que ese titán que tiene pueda hacer, ¿no es así?

El rostro de la mujer se deformó en algo que aparentaba ser rabia y asco mezclado en una sola expresión, aunque pasó muy a prisa como para verlo apropiadamente.

—¿Te refieres al Titán Fundador?

Asintiendo, se enderezó y tiró una discreta mirada en la dirección de Magath. Los hombros del comandante estaban tensos, y él estaba muy quieto.

Félix se cuestionó si quizás él no había querido que mencionaran al Fundador tan pronto, si quizás había querido preguntar por su cuenta. Marley sabía mucho sobre los titanes si la presencia de los guerreros era alguna indicación, y eso significaba entonces que ellos podrían, al mismo tiempo, estar al tanto de lo que se ocultaba en los muros y de lo que ese secreto sería capaz de desencadenar.

Pero no Paradis, no los civiles.

Quizás crean que no sé, pensó. Están al tanto de mi conocimiento del Fundador pero están siendo cautelosos con sus preguntas y sus indagaciones porque no quieren decirme de más, no quieren revelarlo todo. Entonces... No están al tanto de que sabemos sobre ellos, sobre los cientos de titanes ocultos en los muros.

Era ambas partes una bendición.

No hables sobre el Fundador, nada sobre él.

Félix parpadeó con inocencia y ladeó el rostro, genuinamente confundido.

—Reiner... ¿Sobrevivió?

Su propia pregunta los confundió por un segundo. Magath se aclaró la garganta y lo miró brevemente, asintiendo un segundo después.

El alto, pensó de inmediato, el tal Bertolt Hoover fue quien no regresó.

Tres titanes, entonces. El Colosal, la Titán Hembra y el de Ymir.

Si lo ocurrido en Shiganshina era otra indicación, entonces... El Colosal, aunque lento y masivo, sería lo suficiente peligroso como para ocasionar un daño considerable en cualquier área en la que fuera usado. Y de ser así, ¿por qué nunca vimos un gran desastre a las afueras de Trost en nuestro regreso? ¿Dónde estaban las marcas, el tremendo agujero que una transformación habría causado? A menos que Bertolt lo hubiera hecho desde el aire del mismo modo que lo hizo en Shiganshina... Tendría sentido si jamás encontraron alguna indicación de que algo grande y pesado hubiera aterrizado fuera de Trost.

Había ruinas alrededor de Trost, pero atribuimos eso a los titanes a pesar de que Hange siempre lo negó, siempre peleó que no tenía sentido.

¿Cómo es que no vimos esas indicaciones mucho más a prisa? ¿Cómo es que jamás tomamos en consideración el daño a gran escala que un titán de tal manera podría ser capaz de ocasionar?

Hicieron más preguntas después de eso, muchas más que a veces no tenían sentido (¿es cierto que no tienen retretes allá? ¿A qué se refiere? ¿Cree que cagamos en la intemperie?) y otras que consiguieron helarle la sangre (¿Los muros tienen algún punto débil? ¿Cómo pasarías hacia el interior sin ser percibido como una amenaza? ¿Si usáramos nuestro armamento de un modo en el que los ataques vengan desde el cielo, cuales son las zonas en las que el impacto sería peor recibido?).

Seguían mirándole como a un animal, como a una exhibición.

Fue entonces que preguntaron por su mayor temor.

—¿Qué hay de la familia real? ¿Deberíamos preocuparnos por ellos también?

Félix se detuvo para poder considerar la pregunta, tratando de encontrar una respuesta satisfactoria que no revelara absolutamente nada primordial sobre él y Historia.

—No, la familia real está al tanto de la situación, pero dudo mucho que se encuentren tomando medidas ahora mismo —Historia debería estar descansando ahora mismo, debería estar en casa, a salvo con su madre y Kenny y con Ymir. Yo estoy aquí, así que no, porque Historia no hará nada hasta que el mundo esté de su lado, y yo tampoco hasta que me aseguré de que o Paradis vencerá, o mi familia esté a salvo—. La reina está más enfocada en darles un hogar a los niños que perdieron a sus familias cuando sus perros derribaron las puertas, y el rey, bueno... Es un poco vicioso con las personas que amenazan a su reino.

—¿Vicioso? ¿En qué sentido exactamente?

Había un recuerdo allí, un poco débil en los bordes, afilado y cortante y, a veces, cuando no vivía durante las noches, cuando soñaba como lo haría una persona normal, veía una cara; destrozada, cortada, con riachuelos de sangre cayendo de los ojos hundidos y una boca que se movía demasiado rápido para que él pudiera leer correctamente los labios porque aunque estaba bien, no podía oír. El pitido en sus oídos se lo impedía.

Félix se reclinó ligeramente hacia atrás y miró hacia arriba en dirección a la cúpula, apreciando la manera en la que el brillo del sol se reflejaba en los cristales.

—Una vez, se enojó con uno de sus oficiales y usó la culata de un rifle para golpearlo en el rostro repetidas veces, hasta que el hombre dejó de pedir clemencia y se quedó callado.

Hubo silencio entonces, asfixiante y cortante, del mismo modo en el que sus recuerdos lo eran a veces.

Los rostros frente a él estaban asqueados y deformes, y en varios de ellos podía ver lo que sus bocas no decían, lo que esos fríos imperdonables ojos echaban de ver; las acusaciones de demonio y sus deseos de simplemente colgarlo, de deshacerse de todo lo que Félix podría representar.

El lento caminar de unos pasos lo distrajo momentáneamente de sus cavilaciones, y el eco que estos formaban venía desde atrás, abriéndose a medida que se acercaban e inundando la sala de ese particular sonido.

Curioso, se enderezó en su lugar y se volvió hacia atrás, con el ceño fruncido y la boca ligeramente entreabierta.

Había un hombre ahí.

—¿Qué le ocurrió?

—¿Uh?

—Al oficial —cuestionó con gentileza el recién llegado—. ¿Qué le ocurrió al oficial que el rey golpeó?

Iba vestido con un traje negro y una corbata del mismo color, la camisa bajo el saco era blanca, y el largo cabello rubio le caía por la espalda con solo un mechón descansando junto a la mejilla izquierda.

Félix se relamió los labios, sintiendo que algo se le hundía en el pecho y que en su mente, una oleada de recuerdos estallaban y le presentaban al regio sujeto que le miraba como si fuese su perdición.

—Murió.

HIIIII LMAO

Casi y no actualizaba hoy porque sigh estoy cansada y no había editado aún el capítulo pero dije nel aquí vamos lol además!!!! Estoy planeando otra fic lol pero no es de snk, es de bnha por si alguien gusta de esa serie pues, ya saben kakfkakfka

Anyways!! Espero que hayan disfrutado del cap, ya dentro de poco la acción va a llegar i promise u guys <3

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