65. Visitante

CAPÍTULO SESENTA Y CINCO
VISITANTE 
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Zeke volvía a estar allí a la mañana siguiente, sentado en la misma silla del día anterior, en el mismo sitio junto a la cama.

Félix ladeó ligeramente su rostro y lo observó entre las rendijas que hacía con sus ojos para evitar que el brillo de la habitación le molestara. El azabache, una vez lo vio, suspiró y se hundió en el colchón cuando los cristales de sus anteojos brillaron por el sol que entraba a través de las ventanas. Zeke inclinó levemente su rostro y le sonrió, aunque sospechaba que la verdadera expresión del rubio estaba oculta en sus ojos.

—¿Dormiste bien?

El azabache gruñó y le miró de mala manera, su mano moviéndose para rascarse la orilla de la cicatriz que le cruzaba por encima del ojo. Desde anoche que le había empezado a picar, y Félix, a pesar de que sabía que una cicatriz no debía ser tratada con tal descuido como lo hacía él en esos momentos, se ensañó en el extremo que comenzaba en su mejilla y lo rascó con más urgencia.

Unos momentos más tarde Zeke le dio un ligero empujón a su mano, alejándola de la cicatriz, y le miró de una manera que le recordó a todas las veces que su madre lo regañaba por hacer estupideces.

—Vas a lastimarte si haces eso.

—¿Y qué tiene?

—Bueno, ¿quieres lastimarte?

Félix gruñó, pero no respondió nada más.

—Llevo dos días de conocerte, tres si contamos ese día en el muro, y ya empiezo a darme cuenta de que eres como un bebé.

—¿Y qué tiene?

Su acompañante suspiró.

—Deja de rascarte la cicatriz, vas a hacerte daño.

—¿Y?

—Bueno, no creo que sea buena idea que te lastimes a ti mismo. A menos que seas suicida y sea tu plan hacerlo apropósito, claro.

—No le veo ningún sentido a mantenerme entero o con vida. Quiero decir, ¿qué hago en esta maldita cama? Y bueno, asumo que estoy en alguna clase de hospital ¿no?

—Uh, sí.

—¿Por qué? —preguntó con genuina curiosidad—. Soy de la isla de los demonios, ¿no tendría más sentido... Que se deshagan de mí?

La expresión en el rostro de Zeke hizo algo raro, pero Félix se limitó a ver el gesto por lo que era; nada más que una distracción, aunque era posible que no. Zeke era el Chico Maravilla de Marley, el que parecía hacer milagros con su sangre de eldiano. Era posible que él supiera otras cosas, las que lo involucraban a él y su aparente supervivencia.

En ciclos anteriores, así era como ocurría en ocasiones; cuando era accidentalmente capturado o llevado a rastras como rehén, o cuando se conocía que era un Reiss y entonces Marley lo tomaba para tratarlo como criadero, siempre se tenía una segunda intención para mantenerlo con vida. Esta vez no era distinto, porque jamás lo era, porque si existía algo que jamás cambiaba con Marley, era que iban a querer aprovecharse de todo en lo que pudieran poner sus asquerosas, viciosas manos.

—Supongo —le respondió el otro, encogiéndose levemente de hombros—. ¿Por qué crees que yo sabría algo?

Félix le miró como si fuera un idiota, aunque lo más seguro es que estuviera jugando un papel impuesto por el gobierno de Marley.

—¿No sabes nada entonces?

—Noup.

—¿Lo juras?

El rubio alzó su mano izquierda, levantando el dedo meñique.

—Lo juro. Por la garrita.

Félix rio un poco y a pesar de que era algo estúpido, se encontró a sí mismo ocultando una sonrisa tras su mano para que el idiota con él no la viera. Zeke era un imbécil al que siempre le gustaba burlarse de él, y honestamente lo menos que quería era darle material para usar. El rubio carraspeó y se reclinó contra el respaldo de la silla, golpeteando sus uñas con suavidad en el reposabrazos.

Su risa cesó un segundo después y la sonrisa igualmente desapareció de sus labios, reemplazada por un poco de inseguridad a las orillas de su boca y un sentimiento de vergüenza haciéndose cabida en su pecho.

—Uhm... Acerca de... Lo que pasó ayer...

Zeke apenas si alzó la mirada, aunque le vio tildar ligeramente su cabeza hacia la derecha en una clara indicación de que estaba escuchándolo. Félix tenía un nudo en la garganta, pero se lo tragó junto con su orgullo y murmuró una disculpa, una que el otro aceptó con un leve, casi indiferente asentimiento.

Después de eso hubo un breve silencio entre ellos, ligeramente pesado con las cosas que Félix sabía y las que Zeke se negaba a compartir con él.

Le recordó a esa vez que fue a visitar a Erwin a Trost luego de que perdiera el brazo, la incomodidad en cada extremidad de su cuerpo porque no había sabido cómo actuar luego de casi echarse a llorar frente a Kenny para que le diera permiso de ir a verlo, o qué hacer cuando tuvo de frente al hombre con todos esos secretos que quería decirle, que estuvieron a punto de derramarse de su boca.

Cuando tragó saliva, se sintió como si lo hiciera con una garganta llena de espinas.

—Podrías... ¿Podrías decirme qué quieren de mí?

Mil y un posibilidades le pasaron por la cabeza en ese momento, todas las que había vivido en esos ciclos, en todas esas vidas que continuaba dejando atrás cuando volvía a despertar después de caer dormido para siempre.

Miró a Zeke cuando el silencio perduró, sus nudillos blancos de tan fuerte que apretaba las cobijas en puños. Los cabellos rubios del otro caían en un leve desorden sobre su frente, carentes del usual peinado que solía usar. Su madre decía que esa forma de peinarse era "de librito", lo que le causaba gracia al mismo tiempo que algo de nostalgia.

La expresión en su rostro era tenue, y muy relajada, sin ningún atisbo de la tensión que Félix podía ver en los hombros del cambiante, que se hallaban ligeramente encorvados.

—¿Qué quieren de ti? —preguntó el otro con un poco de burla, quizás también de escepticismo—. ¿Por qué crees que quieren algo de ti?

—No creo que me hayan mantenido con vida si no quisieran algo conmigo —dijo en respuesta, frunciendo el ceño—. Soy de Paradis. No veo muchas opciones para un "demonio" como yo si no es para servir de algún... Ejemplo, o algo por el estilo. No lo sé.

Zeke se encogió de hombros.

—No lo sé, tal vez te vayan a enjuiciar y después te lancen al mar.

Suspirando, se recargó contra el respaldo de la cama y tildó su cabeza hacia atrás, hasta poder ver con claridad los rayos de sol que se reflejaban en el muro de frente a la cama y resaltaban el color de la puerta.

Había algo ahí entre ellos dos, algo que comenzaba a cansarle a pesar de haberlo visto el día anterior y ese por igual.

—¿Por qué me trajiste entonces?

—Iba a matarte —la respuesta fue casi inmediata, dicha sin ninguna pizca de culpabilidad—. Cuando te vimos despertar supimos casi enseguida que lo mejor sería deshacernos de ti y tu compañero, pero estábamos más cerca de...

Félix parpadeó.

—Kenny.

—Ah, sí, estábamos más cerca de Kenny —corrigió—. Así que fuimos por él antes que por ti, tu estabas herido, sangrabas, eras presa fácil.

—Oh... Creo que eso me ofende.

—Mhm, como sea. Creímos que serías un blanco fácil pero oh sorpresa, te levantaste tan rápido que Pieck se sobresaltó, y por eso conseguiste herirla. Cuando ella recobró un poco de sentido, te golpeó en la cabeza para evitar que le hicieras más daño y te metió a su boca para evitar que despertaras. Luego el otro, uh, ¿Kenny? Bueno, él también se levantó muy rápido, y... Lo mejor era retirarnos entonces.

Félix rio levemente, satisfecho con el hecho de que Kenny, herido y cascarrabias y claramente en desacuerdo con Félix y su existencia y por ende, sus planes, al menos había tratado de hacer algo por él cuando más importaba.

Zeke estiró su mano y le dio un débil golpe en el hombro.

—Entonces... Haber terminado aquí contigo fue solo una coincidencia.

—Supongo que podrías decir que sí.

—Ah... Eso no me ofende.

—No veo por qué debería de hacerlo.

—Bueno, no tendría qué, eso es cierto, pero... —había algo de duda ahí en él, a pesar de que Félix sabía cómo iba a terminar esto. Se removió con incomodidad en su lugar y suspiró—. Dijiste que volveríamos a vernos.

La respiración de Zeke se aligeró por un segundo y sus hombros se encorvaron ligeramente cuando se reclinó hacia el frente, con sus antebrazos apoyados sobre sus piernas. Tenía las manos cruzadas frente a su rostro, ocultando parcialmente su boca y por la forma en la que inclinaba su cabeza, cubriendo su mirada en el brillo de sus gafas.

—Ymir te pasó mi mensaje.

—Mhm —asintió—. Lo hizo.

—Bien —entonces alzó la mirada, y el gris en sus ojos se confundió por un segundo con el acero de las cuchillas de la Legión de Reconocimiento, aunque carecía del usual peligro que emanaba de ellas, de la de Levi y Kenny por igual—. No más mentiras, entonces, Félix, ¿o acaso me mentiste en eso también?

Eso también era una apuesta.

Félix se había sumergido profundamente en los recuerdos de sus otras vidas, explorando esos otros ciclos cada vez que podía solo para saber con certeza en qué se estaba metiendo, para entender si intentar valía la pena, si funcionaba, si les brindaba la seguridad que anhelaba obtener para su familia. Había algo entre sus costillas que dolía, que ardía un poco.

Marley era solo una llave del mismo modo en el que la sangre real lo era. Era una escalera, un peldaño, uno al que podía llegar porque, a pesar de que era alguien importante, a pesar de que su sangre lo volvía un jugador clave en este juego, Félix no era Historia, no era Eren.

Félix podía ser descartado, dejado a un lado, olvidado. Félix era para Paradis lo que Zeke era para Marley; algo que utilizar hasta obtener lo que se quería.

Su cabeza se tildó en la dirección de Zeke y una pequeña sonrisa cruzó sus labios.

—¿Qué quieres saber?

El rubio carraspeó un poco.

—Primero que nada, quiero saber tu nombre.

Félix, vanidoso, juguetón, alzó una de sus manos y se la tendió.

—Félix Ackerman —murmuró, disolviendo su sonrisa en algo más pequeño, algo mucho más íntimo—. Es un gusto.

Estaba de vuelta en la cima del muro, observando lo que bien podría haber sido su muerte. Estaba de vuelta en Utgard, en los prados de María al pie de Rose, viendo por primera vez cómo la luz de la luna delineaba la figura de un hombre rubio, vapor que salía de la nuca de una bestia horrible.

Estaba de vuelta en el hombro del Titán Bestia, mil y un dudas en su cabeza, mil y un recuerdos que no tenían cabida alguna en esa vida que vivía; estaba de vuelta en donde todo había comenzado, cubriendo rápidamente al titán del muro con el corazón en la garganta, temeroso de cometer un error, o de que el error ya hubiera sido cometido.

Estaba de vuelta con Zeke, se dio cuenta, porque de alguna u otra forma, el encuentro entre ellos dos siempre sería inevitable.

El firme apretón del rubio a su mano lo hizo ocultar tras su sonrisa un quejido, uno tan leve que fue confundido con un mero sonido del exterior en el pasillo, y Félix se enderezó un poquito más en la cama cuando sintió que el abismo se abría solo una grieta más.

—Zeke Jaeger —la mirada gris de Zeke buscó en su rostro los indicios de sorpresa en los que Félix había estado trabajando, con sus cejas ligeramente alzadas y después fruncidas, su boca cayendo en una línea, y en el color claro de ellos fue capaz de ver la tenue satisfacción—. Un placer, supongo.

—¿Supones? ¿A qué te refieres con eso?

Sus dedos se curvearon un poco cuando sus manos se soltaron y una vez se dio cuenta del hormigueo que le recorría la piel, los cerró en puño que ocultó bajo las cobijas, fingiendo hundirse en ellas luego de las dichosas presentaciones. Vio la mirada de Zeke entrecerrarse, aunque la leve tensión en sus hombros había desaparecido, Félix sabía que el rubio estaba al tanto, que el motivo por el que se hallaba allí era únicamente porque, claro, Félix era el prisionero de Zeke.

—No lo sé, no eres la gran cosa a decir verdad, Félix.

El azabache chasqueó la lengua.

—Me da igual.

—Aunque tus cambios de humor son sorprendentes, debo de admitir —dijo—. Primero me insultas, luego me sonríes, después te indignas, ¿qué sigue? ¿Vas a besarme?

—Preferiría comer mierda, gracias.

—Mhm, estoy seguro de que eso puede arreglarse.

—Y yo estoy seguro de que puedo patearte el trasero antes de que te pongas en pie.

—Mi trasero está sentado en la silla.

—Pues entonces pateo la silla también.

Antes de que ninguno pudiera seguir la discusión, hubo tres toquidos en la puerta, y la boca de Zeke se cerró de golpe y su cuerpo casi saltó de la silla un segundo antes de que alguien más ingresara a la habitación.

Félix se enderezó también, cauto, observando con ojos entrecerrados al hombre de pie en el umbral de la puerta.

Era alto, de piel un poco morena y ojos oscuros, con el cabello recortado en un estilo militar que había visto muy rara vez en sus visitas a Mitras. Llevaba una camisa color blanco con pantalones beige y zapatos marrones. El hombre miró a Zeke de pasada y el rubio dio un paso atrás, cediéndole el paso al hombre con facilidad.

Su superior, pensó él de inmediato. ¿El general?

—Veo que ya despertaste —recalcó el hombre desconocido, mirándole de la misma forma en la que Félix lo miraba a él—. ¿Cómo te sientes?

¿Era una trampa? Sus ojos se movieron hacia Zeke, pero éste tenía su mirada desviada, un cigarrillo bailándole en la comisura de los labios. El desconocido carraspeó un poco y Félix, reacio, se volvió hacia él y forzó a su rostro a mantenerse neutral.

No lo arruines, se dijo a sí mismo. Estás aquí por una razón, con un objetivo. Necesitas seguirles la corriente, necesitas involucrarte en esta guerra y en esta unidad, con Zeke y los otros guerreros.

Se tragó la inseguridad que sentía y asintió con lentitud.

—...Bien —murmuró—. Aunque me duele un poco el ojo.

El otro hombre asintió, examinándole el ojo y su cicatriz por un breve segundo.

—Podríamos darte medicamento si necesitas aliviar el dolor, pero tendrás que cooperar con nosotros. ¿Te parece bien?

Félix se encontró a sí mismo riendo, un sonido amargo y lleno de reproche, con una mirada indiferente mientras sus brazos se alzaban enfatizando la habitación y el estado en el que se hallaba.

—¿Tengo otra opción? —negó con su cabeza y se dejó caer contra el respaldo de la cama, haciendo un gesto con su mano lleno de indiferencia—. Pregunta lo que quieras, pero no te diré nada sobre Paradis.

—Bien —el hombre asintió y tomó la silla que anteriormente ocupaba Zeke para sentarse él—. En ese caso, no preguntaré sobre Paradis, pero sí tengo la obligación de por lo menos sacarte un par de respuestas, si eso te parece bien.

Félix resopló, pero asintió, y observó por el rabillo de ojo a Zeke moverse un poco para poder mirarle. El azabache arrugó un poco el ceño y desvió la mirada, ligeramente irritado.

—Mi nombre es Theo Magath, comandante de la unidad de Zeke aquí presente, es un placer.

—Félix Ackerman —murmuró, tirando una rápida mirada en dirección de Zeke y obviando la clara sorpresa pintada en el rostro del hombre ante la mención de su apellido—. Es un... Placer, supongo.

Por el rabillo del ojo vio que las comisuras de Zeke se alzaban un poco.

—Ackerman... —escuchó que murmuraba Theo Magath—. Eso es una sorpresa...

Félix se tragó la respuesta llena de repugnancia que le había quedado en la punta de la lengua al morderse el interior de la mejilla, diciéndose repetidamente que no necesitaba cavar su tumba tan profundo, solo lo suficiente para hacerles pensar que estaba hundido sin ninguna manera de salir.

—¿Sorpresa? —murmuró—. ¿En qué sentido es eso una sorpresa?

Magath le miró de una manera en la que le hizo sentir extrañamente expuesto, con ese calculador brillo en sus ojos que a veces le veía a Kenny, o en Erwin, cuando se hallaba en el medio de la planeación de una nueva expedición.

La punzada de dolor que apareció al pensar en el rubio comandante fue instantánea y de inmediato, Félix desechó todo pensamiento sobre el hombre.

—Los Ackerman son algo así como un mito aquí, especialmente entre nosotros los oficiales y los soldados. Nadie estaba cien por ciento seguro de su existencia, pero... —estaba ahí otra vez esa mirada, la que le recordaba a Erwin. Félix pasó saliva con dificultad y desvió su mirada hacia otro lado, lejos de la inquisitiva expresión en el rostro de este comandante—. Supongo que fuimos afortunados.

Zeke atrapó su mirada en ese instante, y con claridad vio el leve pinchazo en sus cejas y la manera en la que sus hombros se curveaban ligeramente al frente, buscando protegerse de eso. Del nombre y lo que implicaba, lo que ser "un mito" significaba ahí entre ellos.

Félix alejó la mirada al instante y la enfocó en sus cobijas, sintiendo que algo presionaba con fuerza contra su pecho.

Entonces parpadeó, y se llevó una mano hacia el pecho, tanteando por encima de la camisa que llevaba puesta (y aquello era algo en lo que no quería pensar, no en una desconocida enfermera sacándole la ropa y vistiéndolo y quizás limpiando sus heridas. No, definitivamente no pensaría en eso. Jamás.) y presionando en la piel con la yema de sus dedos, ganando un par de curiosas miradas de Zeke y la clara impaciencia del hombre.

—¿Hay algún problema? —preguntó Magath.

—Uhm... Mis costillas...

El ceño del hombre se frunció levemente, y echó un breve, rápido vistazo por encima de su hombro hacia donde se hallaba Zeke.

—¿Te... Duelen? —en la voz del hombre había duda, un poco de incertidumbre también—. Podemos llamar a la enfermera-

—¡No! No, uh... —carraspeó—. No, uh, solo... S-solo haga sus preguntas, quiero, uhm... Por favor.

Pasaron unos pocos momentos en silencio, el hombre tomando en cuenta sus palabras, estudiándolo. Félix apretó los dientes e hizo sus manos un puño por debajo de las cobijas, sintiendo que algo reptaba por su espalda hacia abajo, abajo, un pozo interminable de algo que se mezclaba con ira y miedo, y que le dejaba inmóvil en su sitio.

No puedes hacer nada, decía esa voz que había llegado a odiar. No puedes moverte, no puedes irte. Tu quisiste venir aquí, tu conoces a esta gente.

No son la misma de tus vidas anteriores, solo tienen los rostros y los nombres, esas vidas por detrás, pero no son tuyos. No te pertenecen, nadie aquí lo hace por más que estén destinados a encontrarse.

Magath se aclaró la garganta, volviendo a llamar su atención, y el hombre que en algún momento se volvería el general del ejército marleyano asintió con lentitud.

—Dices que no puedo hacer preguntas sobre Paradis, pero en su regreso hacia nosotros, Zeke compartió conmigo que la Titán de Leonhart lucía distinta —la mirada que le dio entonces era un poquito más similar a la de Kenny cuando se volvía el monstruo—. Leonhart es una de mis guerreros, de los mejores que hay.

Félix suspiró lentamente hasta poder alzar la mirada y encontrar la del comandante de frente.

—"Era". El término correcto es "era", Comandante Magath.

Se sintió enfermo en el momento en que el gusano de la satisfacción trepó por su pecho y lo envolvió con una fuerza mordaz. No pudo contener la pequeña sonrisa, la retribución que trajo aunque solo fuera por un momento porque la cara de Magath se había vuelto pétrea, un poco roja alrededor de las orejas, y estaba tan seguro de que el hombre estaba rechinando los dientes que se sentía bien.

Hacerles saber lo que habían perdido. Lo que habían causado. Se sentía bien.

Y Félix era algo mezquino, y también podía ser un imbécil. Era egoísta y, al mismo tiempo, estaba aprendiendo a ser un poquito más altruista por el bien de su familia, por su prima y su madre, y por todos a los que había dejado atrás en Paradis. Tenía que serlo, él sabía, porque eso es lo que se suponía que hacía un rey, ¿cierto?

Pero, la cosa es, siempre habría una parte de él que estaba un poco jodida, un poco del lado equivocado, ese que Kenny parecía favorecer tanto.

—...Probablemente quieran decírselo a su padre —murmuró, manteniendo contacto con visual con Magath—. Ella gritó mucho por él.

Hubo un tenso momento en el que se preguntó si el hombre lo golpearía, si lo abofetearía con esa mano que flexionaba tanto, pero lo único que Magath hizo fue empujar la silla hacia atrás y ocasionar que esta rechinara sus patas contra el suelo. Así en pie era más obvia la tensión en sus hombros, lo rígido que anduvo hasta la puerta sin mediar palabra, para luego abrirla y salir por ella.

Zeke permaneció un momento más ahí con él, mirando el suelo con los cristales de sus gafas cubriendo parcialmente el gris en sus ojos.

—Eres hombre muerto —dijo el rubio tras lo que le pareció una eternidad—. Después de esto, cualquier interés que tengan en ti desapareció por completo.

Félix se llevó una mano al pecho, sus dedos danzando encima de donde se hallaban sus costillas y sintiéndolas enteras, sin ninguna fisura ni grieta.

A su mente vino un oscuro lugar, un balde lleno de arena y una niña que no hablaba porque alguien le había arrancado la lengua.

—No creo que puedan deshacerse de mí tan fácilmente —dijo él, girando un poco su rostro hasta poder mirar a Zeke y sonreír—. Demonios como yo son muy difíciles de matar, ¿no lo crees?

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Iban a llevarlo a cabo en la desolada ciudad subterránea.

Los ciudadanos de Stohess aún los miraban con unos pocos ojos fríos que se entibiaban al ver que Historia cabalgaba a la cabecilla, con la frente bien en alto y su cabello rubio recogido en un moño, una corona de hierro bañada en plata sentándose encima del recogido.

Los pantalones blancos desentonaban un poco con esa imagen regia que cargaba encima, aunque se compensaba un poco con la ligera capa de color rojo que le colgaba de los hombros. Historia no miraba a ninguno de ellos, no miraba a ningún lado excepto al frente, o a veces, cuando un niño se asomaba desde las ventanas superiores de alguna casa, tildaba un poco su cabeza para dedicarles una sonrisita.

Había susurros también, unos un poco demasiado altos como para haber sido un simple error, leves palaras de 'reina', o 'diosa' o 'guerrera'.

Félix tiró un poco de sus riendas y se acercó hacia ella, colocándose casi hombro a hombro con la rubia, y alargó su brazo hasta darle un leve golpecito.

—¿Qué se siente ser una diosa, uh?

Historia le tiró una mala mirada.

—Kenny ya me preguntó eso, tonto.

—Hey —dijo, empujando su caballo contra el suyo, y ocasionando que ambos animales cocearan un poco—. Solo estoy jugando, a pesar de que aparentemente sí luces como una.

La rubia alargó un poco el brazo y también le dio un leve golpe en el hombro, girando un poco su rostro para sacarle la lengua y que las personas a su alrededor no los vieran. Félix, riendo, tiró de un mechón de cabello rubio y se apresuró un poco al frente para alejarse de ella. Nile de inmediato tomó su lugar mientras que él se acomodaba junto a Kenny, tirando suavemente de las riendas de su animal para ralentizarlo.

—¿Por qué tan callado, capitán? —preguntó, alzando ambas cejas—. Es inusual que estemos a punto de cometer un homicidio otra vez y tu estés así de silencioso.

—Mhm, invitaste al enano.

Su ceño se frunció entonces y Félix echó una mirada hacia atrás, donde Levi iba junto a Eren y Petra en el carromato en el que transportaban el cristal. Unos pocos oficiales de la Policía Militar se movían alrededor del grupo y alejaban a los que se detenían a mirar su paso por las calles, diciéndoles mentiras sobre una supervisión que la reina estaba llevando a cabo en las partes dañadas de Stohess.

Historia jugaba su papel a la perfección, a pesar de que varias de las personas de mayor edad que se atrevían a mirarla a los ojos la evitaban en su mayoría, rehuyendo de su mirada como si la rubia fuera algo pecaminoso a lo que mirar. Los niños eran más curiosos, llamando su nombre o sacudiendo sus brazos en el aire.

Levi encontró su mirada casi un segundo después y alzó una de sus delgadas cejas en pregunta; Félix simplemente meneó la cabeza en negación y volvió la vista al frente, aunque sí codeó a Kenny con suavidad.

—Si logramos sacarla del cristal, preferiría tener a Levi a mi lado honestamente.

—La chica podría no ser nada más que un cadáver.

—¿Y si no lo es?

—Entonces tenemos a Eren —dijo mirándole de reojo—. ¿Por qué necesitamos aquí a ese?

—Porque Levi es rápido, literalmente apodado como el más fuerte de la humanidad, y me siento más seguro con él alrededor cuando un titán está involucrado, especialmente uno inteligente.

Kenny chasqueó la lengua, obviamente en desacuerdo.

—Y "ese" es tu sobrino, así que sé menos grosero con él por favor.

—La chica ha estado en ese cristal por cuánto tiempo ya, ¿uh? —continuó su capitán, deteniendo su caballo una vez llegaron a los escaloncillos por los que habían andado anteriormente y lentamente comenzaron a descender por ellos—. Ese periodo de inactividad causa que el cuerpo se debilite, y es probable que no sea capaz ni de poder moverse como alguno de nosotros.

Félix se encogió ligeramente de hombros mientras echaba un vistazo a su alrededor. Esa específica calle de Stohess seguía intacta, como si el tiempo en ese lugar no hubiera pasado, conservando las grietas de pisadas en el suelo, las baldosas rotas, las manchas de sangre oscurecidas en los peldaños por los que descendía el resto de la comitiva.

Los caballos relincharon y unos cocearon, reacios a moverse. Era como si pudieran presentir todo lo que había ocurrido en ese lugar, todas las personas a las que Annie Leonhart había asesinado. Félix sintió un pinchazo de simpatía y otro de rabia. La cantidad de cadáveres que la Policía Militar tuvo que recoger aquel día alcanzaban la cifra de una expedición de la Legión de Reconocimiento en uno de sus mejores días, y él los había visto ser apilados en el patio del cuartel de la Policía allí mismo en Stohess mientras entrenaba con Duran; había visto familias a las que les faltaban uno o dos integrantes, una mujer que lloraba a mares porque había perdido a su bebé y más tarde lo habían encontrado en un cochecito aplastado bajo una roca.

Una niña con un vestido ensangrentado aferrada a un peluche mientras aguardaba a que un familiar con vida la fuera a buscar, o el hombre que se había derrumbado en lágrimas cuando encontró los cuerpos de su esposa y su hijo. Félix no recordaba los rostros, pero sí los llantos, los rotos sonidos que hacían al darse cuenta de que habían perdido a sus otras mitades ese día, a sus hijos, a sus padres.

La entrada al túnel estaba igual, intacto con los agujeros que las pisotadas de la Titán Hembra habían abierto. No había una sola mota de luz, y la poca que tenían era con la que Nile iluminaba el camino de Historia a espaldas suyas. Los ecos de sus pasos eran reminiscentes de aquel día en el que Kenny lo había llevado a hablar ahí en su inútil intento de hacerlo un poquito más como su padre, o de sacarle la verdad a golpes.

Félix se apresuró en llegar al otro lado del túnel, suspirando de alivio al notar que había luz ahí debajo. Un par de antorchas estaban aún encendidas, y el barandal en el que se habían detenido a hablar estaba igual de intacto que los recuerdos de ese día; se giró un poco para ver a Kenny, y descubrió que este ya lo miraba de vuelta con una sonrisilla burlona en los labios.

—Vete al diablo.

—¿Recuerdas que fue aquí donde casi te saco el diente a golpes? —su capitán carcajeó, su voz trazando un camino en la desolada ciudad subterránea—. Anda, por aquí. Ymir ya sabe donde, ella los guiará.

Félix se detuvo para mirar hacia atrás, deteniéndose un segundo en la manera en la que la mirada de Historia recorría los edificios derrumbados de la ciudad en su totalidad. La expresión en el rostro de su prima estaba llena de conflicto, escrito plenamente en los matices azules de sus ojos.

Se preguntó qué estaría sintiendo, qué estaría pensando. ¿Ella también tendría esa pizca de culpabilidad encima? ¿Ella también estaría evitando ahogarse en ella al ignorar la situación?

¿O estaría siendo distinta a Félix? ¿Estaría sintiendo la culpabilidad por más fuerte que ésta fuera, estaría dejándose ser arrastrada hasta poder conseguir una manera segura de salir de ella?

—Historia no es como tu.

La voz de Kenny, queda como había sido, lo despertó un poco. Giró el rostro hacia donde se encontraba su capitán y arrugó sus cejas cuando lo vio de pie en los peldaños que llevaban hacia la ciudad, mirándole directamente a los ojos por encima de su hombro.

—¿Uh?

—La preocupación de ella es real —su capitán se giró y continuó bajando, haciendo un simple gesto con su mano en indicación de que lo siguiera—. La tuya no tanto. Sigue preocupándote más lo que va a ocurrir mañana que lo que puede ocurrir hoy.

—Uh, n-no. Eso no-

—No tienes que negármelo a mi, chico. Tus decisiones son tuyas y de nadie más, yo solo estoy aquí para cuidar a la reina.

—¿Y entonces porqué te apegas tanto a mí?

Kenny le miró de reojo.

—Da la casualidad que tu eres el rey —respondió con simpleza—. Y la última vez que vi a Talisa lucía lista para arrancarme la cabeza a machetazos si tenía qué.

—Mi madre es un rayo de luz imperturbable que solo se molesta contigo porque eres un entrometido. Déjala en paz.

—Eso dijo Uri también.

Félix casi se tropezó en el último escalón, su atontada mirada observando la manera en la que otra burlona sonrisa tiraba de la boca de su capitán.

—¿Qué fue lo que dijo?

—Que si me atrevía a entrometerme con ella luego de que me dijo de tu existencia, las cosas no saldrían bien para mi.

Fue su turno sonreír, porque no podía evitar imaginarse a su madre, ciertamente más joven pero igual de apasionada, sacando a Kenny casi a patadas de la casa de los Jovan con tal de mantenerlo lejos de ellos.

Si Uri no le hubiera advertido en contra de ello, probablemente Félix habría sido capaz de presenciar tal acto.

Uh, al menos mi padre era decente.

—Como sea, la empatía de Historia es real —continuó diciendo con una sacudida de su mano—. No digo que la tuya no lo sea, pero tu eres más... Meh.

—¿Hah? ¿Más qué?

—Como que sí te importa pero al mismo tiempo no.

Félix rodó los ojos y le dio un pequeño empujón a su capitán ocasionando que el hombre riera. La voz de Kenny hizo un poco de eco hasta distorsionarse en lejanos lamentos que probablemente jamás existieron allí abajo.

Los edificios tenían un aura de abandono alrededor de ellos, y de las ventanas sin cristal era como si miles de rostros sin ojos te vieran pasar por las calles, atentos a cada movimiento que realizaras.

Se sentía expuesto, rodeado. Perdido.

Más adelante el sitio comenzaba a ampliarse, como si se tratara de una plaza pensada para grandes reuniones o festivales, como la que existía en Mitras. Las casas formaban un círculo que perdía forma con uno de los edificios derrumbado encima del otro, y con pequeños escombros dejados atrás en varios otros sitios. En el centro del círculo quedaba una fuente vacía, semi derruida y blanca con manchas oscuras y verdosas.

El adoquín estaba intacto, y limpio, con solo una fina capa de polvo encima de todos los años sin usar con solo huellas dejadas atrás por las personas que habían buscado refugio allí abajo cuando Zeke vino a hacer sus idioteces al Muro Rose.

Kenny se detuvo junto a la fuente y la inspeccionó en silencio, con su nariz fruncida de una manera que daba a entender que algo apestaba.

—Este lugar podría ser rehabilitado —Félix se volvió al escuchar a Historia, finalmente acercándose a ellos con Eren por detrás. El carromato venía más atrás, custodiado por Nile—. Si llega a haber otra invasión nos serviría de refugio una vez más, pero sus condiciones son muy pobres. ¿Crees que sería buena idea?

—También serviría como un almacén —asintió él, mirando a su alrededor—. La temperatura es perfecta para que alimentos que no requieran de estar expuestos sean mantenidos, y si es cierto que en invierno tiende a ponerse un poco frío, entonces sería una buena opción también. Podría ser rehabilitada para ambos propósitos.

—Estaba pensando que podríamos usar la otra ciudad subterránea de la misma manera —su prima hizo una discreta seña hacia atrás—. Una vez recuperemos el Muro María, los distritos...

—Estarían muy vacíos.

Tanto Historia como Félix se volvieron hacia Eren, los ojos color jade tallando agujeros en el suelo de adoquín.

—La operación de todos esos años atrás terminó con la mayoría de los refugiado que no eran mujeres ni niños, y si recuperamos el muro y enviamos a todos a casa...

Félix asintió con lentitud mientras compartía una rápida mirada con Historia.

—Es una buena opción también —murmuró, acercándose hacia Eren y deslizando su brazo alrededor de los hombros del castaño—. Pero dejando eso de lado, ¿cómo te sientes? ¿Estás... Bien?

La mirada de Eren se mantuvo quieta en el suelo, pero sus manos se cerraron en puños y el ceño se le frunció. Félix miró un milisegundo a su prima y luego tiró con suavidad de Eren, alejándolo del bullicio que comenzaba a acercarse a ellos. Kenny les miró con curiosidad indiscreta cuando se acercaron ligeramente a él.

—¿Eren?

—...Estoy bien —murmuró el menor, apenas si mirándole por entre los castaños mechones—. Es solo... No sé si...

Félix, suspirando, lo apretó un poquito más contra sí y se inclinó para poder hablarle por lo bajo sin que nadie más escuchara.

—Puedo llevarte de vuelta a la superficie si quieres. Historia está aquí, y Kenny también, si no te sientes cómodo entonces iremos arriba, ¿sí?

El chico negó casi enseguida, pero no se apartó de él.

Era algo así como una victoria personal para Félix cada vez que Eren aceptaba esas muestras de cariño sin poner un frente fuerte de adolescente independiente como había hecho él con sus amigos cuando era más joven.

Eren no era tan sensible, aunque había escuchado de Historia que era un niño llorón, le parecía más de esos chicos que tenían sus momentos para mostrar debilidad, y que escogían a las personas con las cuales serlo.

Eren era solo un niño, como Historia y como Mikasa, como sus amigos. Todos ellos tenían quince años tan solo, tan jóvenes y tan listos para darlo todo en el campo de batalla.

Era por ellos por los que Félix estaba tomando el camino largo; era porque eran niños y eso le importaba un poquito más que tener que alargar el sufrimiento colectivo de sus memorias y sus sueños por unos cuantos años más hasta que dejaran de respirarles encima de sus cuellos, hasta que los de fuera comprendieran que era con ellos, o en contra de ellos, y las consecuencias que eso les traería.

—Oi. Es hora, Eren.

Levi se acercó a ellos, aunque mantuvo su distancia cuando vio que cerca suyo estaba Kenny. Su capitán le dedicó esa rara, escalofriante sonrisa que amaba usar cada vez que quería meter terror en los corazones de otros, pero Levi se mantuvo impasible, solo alzando una de sus cejas con extrema delicadeza.

Félix suspiró y tiró suavemente de Eren.

—¿Hange te dio indicaciones?

Levi, imperceptiblemente, se tensó.

—Me dio una larga lectura acerca de los pros y contras, y me explicó porqué esto funcionaría y lo otro podría fallar —la mirada cobalto del hombre mayor se agudizó un poco, acusativa—. La próxima vez sería más conveniente que ella venga en persona.

Félix alzó sus manos en rendición.

—Yo le dije, pero ella prefirió quedarse a examinar los planos de los Reiss y a seguir probando con la dinamita. No es mi culpa que te haya escogido como mensajero, Shorty.

—Sí, Shorty —dijo alguien más, Kenny obviamente, mirando a Levi con burla. El azabache resopló pesadamente—. Hange te escogió a ti, Shorty, no seas tan aguafiestas enano.

Estos dos podrían terminar por tirar abajo los pocos edificios intactos en esta ciudad, pensó al ver a Levi enderezarse un poco, con su mano bajando hacia las empuñaduras del equipo. Kenny también captó el gesto y de ser posible, su sonrisa creció un poquito más.

Antes de que alguno pudiera moverse, sin embargo, Historia se aclaró la garganta y los apartó gentilmente a un costado distinto, dedicándoles una sonrisa.

—Acordamos que no pelearíamos, Kenny.

—¿Hah? Yo no hice ese acuerdo.

—Sí, sí lo hiciste.

Zanjó ella y luego se dio media vuelta, en dirección a donde Petra descendía del carromato donde se había transportado a Annie Leonhart. De pie junto a ella estaba Erwin, hablando con la mujer de cabellos cobrizos en rápidas sucesiones. Félix tragó saliva con dureza y desvió la mirada hacia Levi mientras se encogía de hombros, sonriendo a manera de disculpas.

—Creo que está en esos días del mes.

—¿Hablas de Historia o de Kenny?

—Sí.

Una de las comisuras de Levi se alzó un poco.

Otro logro personal, pensó él, y ladeó un poco el rostro para observar a Eren.

—¿Hange habló contigo antes de partir?

El chico asintió.

—Dijo que debíamos probar antes si era un asunto de fuerza o dureza, y si podría ser capaz de rasgar el cristal.

—¿Rasgar? —preguntó—. Con... ¿Garras, o cómo exactamente?

—Ajá, con el endurecimiento.

—Hange nos dijo que era probable que algo del mismo material del cristal pudiera ocasionarle daño, así que intentaremos con Eren primero —dijo Levi, colocándose junto a ellos para observar al resto mientras bajaban el cristal del carruaje—. En caso de no funcionar, entonces Ymir se encargará de ello.

—Mhm, pero no es posible romper un cristal al rasgarlo, ahí solo estaríamos reduciendo la capa de endurecimiento alrededor de ella pero no exactamente abriendo una grieta, digamos —el azabache hizo una seña hacia Annie Leonhart y su crisálida—. La superficie del cristal es realmente dura, lo que lo vuelve resistente, así que creo que la verdadera pregunta aquí sería cuánta presión puede soportar.

Levi arrugó levemente su ceño.

—¿Crees que si lo dejamos caer desde la cima del muro podamos sacarla de ahí?

Incluso Eren se giró hacia el capitán al escucharlo. Félix lo miraba con diversión, una entrañable sonrisa en sus labios. Dejó ir a Eren y en su lugar, agarró a Levi del mismo modo que al chico y lo atrajo hacia sí.

—Oh, nos estamos poniendo creativos, uh.

A su lado, Eren murmuró bajo el aliento.

—Yo diría violentos.

Levi gruñó con levedad y tiró una mirada de advertencia en dirección al menor que le hizo ponerse a sudar en miedo. Félix rio un poco más y le dio un leve golpecito a Eren en la espalda. Cuando se volvió a Levi, el otro miraba al frente.

—Es una buena pregunta, especialmente si se trata sobre la resistencia del cristal. Supongo que a una altura como esa sí sería capaz que el cristal se partiera, pero nuevamente surge la pregunta de si ella sobreviviría o no, o si sí sería capaz de hacer algún daño o no.

O podríamos aguardar a que Hange termine con una de sus nuevas armas para poder probarlas —Levi alzó un poco la mirada hacia él, sus pestañas oscuras rozando con suavidad la pálida piel de su mejilla—. La dinamita en ellas podría o partirlo a la mitad, o romperlo por completo. No puede ser tan resistente, ¿o sí?

—Si hay algo que mis clases de cuarto grado me enseñaron, es que un mineral puede ser rayado con algo igual o de mayor dureza —interrumpió alguien, callándolos a ambos de golpe. Tanto Levi como Félix miraron a Erwin, ambos con el ceño fruncido—. El endurecimiento del titán de Eren puede que no sea lo suficientemente fuerte como para ocasionarle daño, pero por eso tenemos a Ymir con nosotros. Un arma como las de Hange, de pólvora y dinamita, sería incapaz de causar un daño a gran escala.

—Entonces sí sería una cuestión de resistencia y la presión puesta en el cristal.

Erwin asintió, sonriéndole con gentileza.

Era esa sonrisa que le derretía el pecho y que hacía que esas maripositas salieran de sus escondites para revolotearle en el estómago. Félix se la devolvió con un poco más de duda y se alejó de Levi, desviando la mirada hacia donde Kenny y Ymir se encontraban.

—Digamos que Ymir es capaz de hacerlo —continuó diciendo, mirando de soslayo al hombre rubio—. ¿Sería más efectivo sacarla intacta del cristal, o bastaría con alguna parte de su cuerpo para que sea consumido?

Erwin, tomado con la guardia baja, parpadeó con lentitud.

—...La verdad no tengo idea. Pero para eso estamos aquí hoy, ¿no es así?

Félix y Levi se miraron entre sí, escépticos.

—¿Sabes? Kenny se quejó mucho de que te haya traído con nosotros pero si las cosas salen mal, gracias a Dios que estás aquí.

Levi resopló.

—¿Dejándome todo el trabajo a mí, uh, Félix?

Félix, valiente y socarrón, alzó una de sus manos y le pinchó la mejilla.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que valoro tu amistad, Levi?

El azabache batió su mano lejos y le tiró dagas con la mirada. Félix danzó alrededor de él y se ocultó tras Erwin, aunque tuvo que ponerse de puntitas para poder mirar a Levi por encima del hombro del rubio y sacarle la lengua, como todo chico maduro haría.

El comandante rio con ligereza

—Oi, tu —Kenny, como siempre, se acercó a él y lo tomó del cuello de la camisa para tirar de él hacia donde se encontraba Historia junto con Ymir—. Ven conmigo.

—Uh, seguro.

Miró brevemente por encima de su hombro y alzó ambos pulgares, a pesar de que evitó la mirada de Erwin cuanto el rubio buscó la suya.

Kenny le miró de reojo, inspeccionando su rostro con lentitud.

—¿Crees que Ymir podrá hacerlo?

—No creo que sea una cuestión de poder o no —murmuró acomodándose el cuello de la camisa y mirando a la castaña—. Tiene qué, ya estamos aquí y ya tenemos a Leonhart con nosotros, no hay manera de que desperdiciemos esta oportunidad.

—¿Y si no puede?

—...Entonces la dejamos caer desde la cima del muro —dijo—. Tal y como Levi dijo.

Kenny rio por lo bajo, moviendo su cabeza de lado a lado en negación.

El cristal estaba colocado junto a la fuente blanca con manchas que Kenny había estado viendo hace rato, la luz de la ciudad subterránea reflejándose de la superficie del mineral con una terrorífica semejanza a la caverna bajo las tierras de los Reiss.

Ymir le miró con tensión en sus ojos cuando por fin se acercó a ellas y Félix le colocó una mano en el hombro, silenciosamente dándole apoyo del modo en el que sabía que ella prefería que fuera. La castaña apenas y asintió, pero casi de inmediato se retiró de su lado cuando vio a Eren hablando con Petra, y se fue tras él, los puños cerrándose y abriéndose con cada paso que daba.

Historia, en cambio, se plantó a su lado con firmeza.

—Está dudando —le murmuró—. No me lo dijo tan directamente, pero la conozco. Tiene miedo de fallar.

—Está bien que lo tenga —le respondió él, inclinándose de ladito para poder hablarle en voz baja—. Tener cien por ciento confianza en esto no servirá cuando no sabemos absolutamente nada sobre ese cristal y sus propiedades.

—Hange dice que es el mismo del que están hechos los muros.

Aquello sonaba aún más desalentador.

—Entonces solo hay que intentar hasta poder hacerlo. Si no, podríamos recurrir a Eren y sus otras habilidades.

Historia le miró de refilón y ahí, en el poco espacio que quedaba entre ambos, sintió la mano de su prima tantear el vacío en busca de la suya. Félix la encontró a medio camino y enredó sus dedos con los de la rubia, dándole un apretón con gentileza que buscaba transmitirle seguridad.

—Creo que es justo decir que todos estamos un poco escépticos —asintió en dirección a Nile, que observaba el cristal del mismo modo en el que Hange miraba un problema con el que se encontraba por primera vez—. Ni siquiera Erwin te sabría dar una respuesta concreta.

—¿Hablaste con él?

—Uh... S-solo le pregunté algo, nada en especial.

Historia le miró por el rabillo del ojo, la sonrisa de lobo en su cara presente ahí cada vez que hablaban sobre el Comandante, o cuando surgía en la conversación.

Le recordaba un poco a Frieda, ahora que lo pensaba bien.

—Creí que tenías miedo de que te mordiera.

Félix rodó los ojos y le dio un empujoncito con su hombro, sacando de ella un risita.

—Oh créeme, yo dejaría que ese hombre me mordiera si me lo pide en otras circunstancias, pero no, gracias, hay muchas personas alrededor.

Historia se recargó contra él cuando se echó a reír, atrayendo un poco de atención hacia donde se hallaban de pie. Félix, ligeramente avergonzado, giró el rostro y se cubrió la boca con su puño, tosiendo en el para no echarse a reír como la menor lo estaba haciendo.

A su lado, Kenny les miraba en silencio.

—...Das asco, Félix.

—¡Oi, era solo una broma!

—Tu madre estaría decepcionada de ti.

—¡H-hey, Kenny, solo era-!

Su capitán rodó los ojos y se colocó detrás de ambos para arrastrarlos a una zona alejada de la pequeña plaza, ahogando sus palabras cuando tiró de más del cuello de su camisa. Félix musitó una palabrota y le dio un empujón cuando finalmente los soltó, a pesar de que Historia estaba aferrada a su brazo, recuperándose de su repentino ataque de risa.

Historia, casi sin aliento, se enderezó un poco e inspeccionó la zona alrededor de ellos; estaban entre las ruinas de un edificio junto a la plaza, con rocas y trozos de muro aún alzados rodeándolos. La menor se aferró con más fuerza a su mano cuando notó a Ymir aún en la plaza al frente junto con Eren, los dos de pie a un costado del cristal donde Annie Leonhart descansaba.

—¿De qué crees que estén hablando?

Félix echó un vistazo hacia donde ambos cambiantes se encontraban, y luego se encogió de hombros.

—Algo para quitarse los nervios —respondió—. Ymir te insulta cuando está nerviosa, así que...

—Uh, a mí jamás me ha insultado.

—Probablemente lo haya hecho pero con palabras tiernas.

—No, creo que no.

—Oh... Creo que es porque te ama.

Historia le dio un pequeño codazo.

Félix, sonriente, le guiñó un ojo y la rubia bufó.

Una leve ráfaga de viento los interrumpió seguido del resplandor amarillento que indicaba la transformación de uno de los chicos. En la plaza, vio la figura del titán de Eren irguiéndose, con el desordenado cabello marrón cayéndole por encima de sus hombros, dejando a la vista las puntiagudas orejas de elfo que poseía.

La figura de Eren era masiva, y desde donde ambos se hallaban alcanzaban a ver la poca tensión sobre sus hombros, lo jorobado que estaba al tener que inclinarse para poder alcanzar el cristal de Annie Leonhart. Los puños del titán se endurecieron y cuando lo golpeó, el chico rugió.

La menor a su lado se sobresaltó un poco al ver que los puñetazos de Eren contra el cristal continuaban, cada uno de ellos siendo seguido por un rugido y otro y otro y otro, hasta que vieron que hilillos de vapor surgían alrededor de él y solo entonces se detuvo. La ciudad se sumió en silencio.

—¿Qué ocurrió?

—No tengo idea.

—¡Oi, Eren! ¡Qué haces! ¡No te detengas!

Ymir salió corriendo de donde sea que hubiera estado ocultándose y Eren, aún en su forma de titán, se volteó hacia ella y miró hacia abajo, en donde Ymir estaba. El enorme titán de quince metros de altura se encogió adorablemente de hombros y luego los buscó a él y a Historia entre los edificios aledaños. Cuando los vio, tildó su cabeza hacia un costado y sus orejas hicieron un extraño movimiento, como si...

—...Oh.

—¿Viste eso? —le preguntó Historia con una sonrisa mientras saludaba a Eren con un movimiento de su mano—. Fue...

—Inútil —interrumpió Kenny, gentilmente empujando a Historia hacia atrás para quitarla del camino y dirigirse a la plaza—. ¡Oi, Eren! ¡Hazte a un lado para que Ymir lo intente ahora!

Eren volvió a mirar en su dirección, queriendo confirmar la orden de Kenny.

Al final Félix se encogió de hombros y alzó su mano para hacerle un gesto de que volviera con ellos. Casi de inmediato se alzó una columna de vapor y Félix se acercó hacia la plaza, esquivando un par de escombros y tirando de la mano de Historia junto a él.

—¿Le hizo algún daño al cristal?

Por entre el vapor escuchó el resoplido de quien probablemente era Kenny junto con los pasos de más personas, el resto de los presentes acercándose a comprobar los resultados del primer intento.

La crisálida de Annie Leonhart destellaba un tenue brillo mientras el vapor del titán de Eren se desvanecía, sentado ahí en el medio de la plaza junto a la fuente, como si fuese nada más que un monumento qué apreciar. Su labio se curveó un poco cuando notó el más pequeños de los rasguños en la brillosa superficie del cristal, con la chica en el interior intacta.

—No funcionó.

Fue dicho en un jadeo, la voz de Historia apenas audible. Félix la miró de reojo y atrapó el momentáneo alivio que apareció en sus ojos, la forma en la que un músculo se le relajaba en la mandíbula.

No supo qué sentir al verlo, aunque supuso que realmente no tenía gran derecho a juzgar los sentimientos de su prima cuando él solo sentía ira desde un lugar en donde el enojo, la rabia y amargura tenían cabida.

Dejó ir su mano con lentitud y se acercó hacia el cristal, viendo a Eren surgir desde su costado derecho y acercarse a la chica por igual. Sus ojos color jade estaban fijos en la crisálida, un brillo sinigual en ellos que asemejaba mucho lo que él sentía en esos momentos.

—Si el endurecimiento de Eren no pudo dañarlo, entonces es mucho más resistente de lo que pensábamos —la voz de Erwin surgió desde el frente. Félix apenas si lo miró.

El azabache alzó su mano y la colocó con suavidad en la superficie del cristal, las yemas de sus dedos acariciando los leves rasguños dejados por los puños del menor.

—...Apenas y le hizo daño. ¿Qué se supone...?

—Ymir lo intentará —le cortó Erwin casi de inmediato. Félix, parpadeando, alzó la mirada hacia él y se encontró con el azul celeste del comandante de frente—. Es posible que las habilidades de su titán sean las requeridas para esta tarea, además tu planteaste una idea muy buena.

—¿Uh? ¿Lo hice?

Erwin, sonriéndole, asintió.

—Tal vez no necesitamos el cuerpo entero para poder hacerlo.

Nile, mayor parte del tiempo escéptico de Erwin y su conocimiento al igual que de sus intenciones, suspiró con pesadez y se pinchó el puente de la nariz.

—Entonces siempre y cuando esté... Digamos, el torso y la cabeza, la transferencia de titán podrá ser posible.

—Si el punto importante está alojado en la nuca, sí —asintió Erwin, rodeando el cristal para ponerse de pie junto a Félix y examinar los leves rasguños en la firme superficie del cristal—. Mientras que esa parte del cuerpo quedé intacto, sin ningún daño para ser consumida... Podremos seguir adelante con esto.

Entre la multitud buscó a Petra, un nudo de ansiedad alojado en su estómago cuando la vio, de pie y con la vista fija en Annie Leonhart, al otro lado de donde se encontraba él. Los mechones cobrizos de cabello le caían por los costados del rostro como una cortina, y los pocos cabellos que le manchaban el pálido rostro se lo acariciaban con suavidad.

—¿Petra?

La mujer alzó su cabeza de golpe, los mechones rojos meciéndose con un viento inexistente y entonces Félix vio el leve terror en sus ojos amielados, y de repente se le ocurrió que tal vez Petra también estaba aterrada, que estaba dudando o ya no quería hacerlo o...

—¿Te encuentras bien?

Petra titubeó un segundo, y Félix lo supo por la manera en la que miró deprisa a la chica rubia junto a él.

—...Sí, descuida, es solo... —un tembloroso suspiro fue expulsado de su pecho—. Estoy bien, Félix, gracias por preguntar.

—¿Aún quieres hacerlo?

Ella parpadeó.

—¿C-cómo?

Félix se encogió levemente de hombros.

—No te ves muy... Cómoda —murmuró—. Si no te sientes segura de hacer esto, entonces no lo hacemos y ya.

Petra era... Distinta. Quizás fuera cuan consciente estaba ella de los errores cometidos por Félix, de su egoísmo al intervenir en un ciclo que parecía ya estar marcado de por vida en piedra y salvarle el cuello cuando todo apuntaba a que ella debía haber muerto aquel día en el bosque de árboles gigantes.

Por lo menos, así se sentía él.

Era el tipo de recordatorio que siempre tenía presente, aunque estuviera metido ahí en un rincón de su mente para que no le hiciera daño. Una parte suya gustaba de decirle cosas que lo herían, y la otra simplemente lo ignoraba porque ignorar era mejor a sucumbir a esos horribles pensamientos y terminar hundido en un lugar aún peor.

Esa parte suya a la que no le importaba quería decirle que mandara todo a la mierda y que volverse titán no valía la pena, no si el costo iba a terminar siendo toda la vida que tenías aún por delante.

Cuando Petra alzó la mirada para confrontarlo, esperó que sus ojos transmitieran todo lo que no podía decir en ese lugar.

—No, lo haré. Voy a... Voy a hacerlo, así que no se preocupen, estoy bien.

Petra miró a su alrededor, no solo a él, si no que se lo estaba diciendo a todos a manera de confirmar y asentar su postura en ese tema.

Entre los presentes faltaba Eld. Félix creyó que era injusto que el otro rubio no estuviera con ellos ese día, especialmente cuando era él quien parecía ser un gran pilar en la vida de Petra desde que perdieron a sus otros dos compañeros.

—Bien. Entonces, vamos Ymir, te toca.

Kenny le dio un empujoncito a la chica y ésta le respondió con un gruñido, aunque había un indicio de sonrisa en sus labios que relajó algo en sus hombros que no sabía había estado tenso hasta esos momentos. Félix tomó la mano de Historia con un poco más de fuerza y tiró de ella de vuelta hacia su zona segura, con Eren caminando junto a ellos dos.

—Va a estar bien ¿cierto?

—...Eso creo —susurró, girando un poco para mirar a Historia y sonreírle—. Descuida, si algo ocurre Levi y Kenny están aquí.

—¿Qué hay de Petra? —Eren se colocó a su altura y le miró casi con desesperación—. Ella... También va a estar bien, ¿cierto?

—Tu mismo la oíste —le dijo, tomando su mano también y una vez se detuvieron a una distancia considerable, los atrajo a ambos hasta poder abrazarlos—. Si ella dijo que estaría bien, entonces hay que confiar en sus palabras.

—...Pero, ¿y si Ymir no puede?

El azabache lo miró de reojo, notando la preocupación que brillaba en sus ojos y se reflejaba en cada facción de su rostro.

Eren también era distinto, y de eso Félix estaba cien por ciento seguro. Su mano se movió de donde la había dejado alrededor de sus hombros y subió hasta su cabeza para poder enterrar sus dedos entre los mechones marrones. En su otro costado, Historia se aferró a él con fuerza cuando el mundo subterráneo volvió a iluminarse dorado.

—Intentaremos lo que Levi dijo y la lanzaremos desde la cima del muro —dijo con una sonrisa, una a la que Eren frunció su ceño nada más verla—. Si intentamos algo más... Me temo que sería muy riesgoso.

El menor tragó saliva notablemente nervioso y se enderezó un poco, mirando hacia allá en donde Ymir se encontraba pero rápidamente volviéndose hacia él unos pocos segundos después.

—En verdad... En verdad estás comprometido con la idea de no dejarnos involucrarnos mucho, ¿cierto?

Félix bajó la mirada hacia él y frunció ligeramente su ceño sin saber cómo tomarse la pregunta. Se sentía como una acusación, aunque también había en ella un poco de alivio, tan oculto bajo capas de ira templada que no serías capaz de reconocerlo si no sabías qué buscar.

Su mano descendió nuevamente hacia los hombros de Eren y envolvió al chico con el hasta pegarlo por completo a su lado del mismo modo en el que Historia lo estaba.

—No quiero que ocurra algo peor.

—¿Algo peor? ¿Qué podría ocurrir que sea peor que esto?

El vago gesto que Eren hizo con su mano encapsuló a la perfección toda la mierda que habían vivido esos últimos meses y Félix se encontró a sí mismo riendo, con un rugido proveniente de Ymir retumbando en la ciudad subterránea.

Se volvieron, alarmados, y la vieron estampar el cristal contra el suelo con tal fuerza que un leve temblor se extendió en la plaza y sus alrededores. Desde donde se hallaban no podían ver bien, y cuando Historia trató de moverse para encontrar una mejor ubicación, fue Kenny quien la detuvo.

La reina lo miró con el ceño fruncido.

—Lo siento, pero si te acercas de más podrías lastimarte.

—Pero-

—Ah, ah, nada de quejas niña.

El titán de Ymir alzó su mano y dejó caer sus garras contra el cristal, y después volvió a hacerlo una y otra vez, cuantas fueran necesarias para causar al menos un poco de daño a la superficie. Eren estaba tenso bajo su toque, aguardando en completo silencio.

Ymir volvió a alzar la crisálida de Annie Leonhart y cuando la luz de la ciudad golpeó la superficie del cristal, en el pudieron ver pequeñas grietas apenas ahí presentes que reflejaban el tenue resplandor y lo disparaban en distintas direcciones. La boca del titán se abrió y sus mandíbulas se cerraron alrededor de la parte inferior, penetrando el cristal.

Félix prácticamente saltó en su lugar.

—¡Lo perforó!

—¡Sigue así, Ymir! —exclamó Erwin desde alguna parte de los edificios aledaños a la plaza donde se hallaba la chica—. ¡Si conseguimos fracturar la estructura y abrir por lo menos un agujero-!

Hubo un crack.

La voz de Erwin se silenció de inmediato cuando por las mandíbulas de Ymir comenzó a caer sangre.

Félix sintió que algo frío lo agarraba del pecho y se lo estrujaba.

—¡Ymir! —gritó Historia de repente, soltándose del agarre de Kenny y acercándose hacia el centro de la plaza a largas zancadas. Kenny suspiró con pesadez—. ¡No te atrevas a rendirte ahora mismo, Ymir!

La titán se giró hacia su prima y sus pequeños ojillos la miraron entre lo que le pareció la nublazón que algo así podría causar. ¿Los cambiantes sentían dolor? Félix jamás se había preguntado eso hasta esos momentos.

—¡Es una orden, Ymir! —volvió a decir Historia, uno de sus dedos apuntando acusatorio a la chica—.¡No te rin-!

Ymir balbuceó algo con el cristal metido en su boca antes de cerrarla por completo. Un ruidoso crack volvió a escucharse y entonces un río de sangre se le derramó por el pequeño y deforme cuerpo, proveniente de la boca.

Ymir se enderezó y escupió al suelo, manchas de sangre cayendo al adoquín mientras que nubes de vapor le rodeaban el cuerpo.

La crisálida de cristal que sostenía en sus manos cayó por igual y ocasionó un gran estruendo en el silencio del lugar. Sonaba similar a cuando una casa caía, o cuando su madre tiraba accidentalmente una de las cazuelas en la cocina y el traqueteo del metal reverberaba por la sala y el comedor.

Había un poco de sangre en la superficie brillosa, y solo cuando miró con más atención vio por fin la grieta y el hilillo rojizo que corría fuera de ella.

—¡Lo abrió!

Levi fue el primero en acercarse, a prisa y con su cuchilla en mano. La clavó en la grieta y empujó con fuerza, y un trozo de cristal cayó manchado de rojo.

—Oi, Ymir —llamó el hombre—. ¿Crees que puedas terminar de abrirlo por completo?

Era probablemente el pedido más gentil de Levi que le hubiera escuchado jamás. Ymir se enderezó y alargó su brazo hasta tomar de vuelta el cristal, y una vez Levi retrocedió, sostuvo la crisálida de ambos lados con sus garras reposando en la grieta y aplicó presión en su agarre.

La mandíbula de su titán continuaba curándose cuando más vapor le surgió de las garras. Ymir gruñó algo, se imaginó que quizás fuera una palabrota, y luego rugió.

La chica se detuvo, físicamente jadeando, y más vapor se desprendió del titán cuando la vieron surgir desde detrás de la nuca.

—¡Es muy resistente! —gritó con un gruñido de molestia—. ¡Me dañó los dientes apenas intenté morderlo!

Levi chasqueó la lengua.

—Erwin, ¿algún consejo?

El Comandante aguardaba hasta el otro lado de la plaza, pero su voz fue perfectamente clara cuando volvió a hablar, dirigiéndose a Eren principalmente.

—Puede ser que si combinan fuerzas entonces exista una oportunidad de abrirlo.

—Pero Eren ya lo intentó y no pudo, ¿qué sería diferente ahora?

—El cristal ya está abierto —señaló el hombre—. Lo que falta es romperlo, y si el endurecimiento es capaz de dañarlo, o sea desgastarlo, entonces probemos a hacer eso con su superficie hasta debilitarlo.

—...Puede ser que sirva —incluyó Ymir, asintiendo lentamente—. Mis mandíbulas pueden perforarlo, pero también son vulnerables y se rompen. Si Eren pudiera desgastar la superficie lo suficiente como para poder romperla con mis garras y mis dientes... Quién sabe, puede ser posible.

Eren titubeó.

Félix lo sintió; la pausa en sus movimientos, la lenta respiración que tomó antes de que esa tensión que podía sentir bajo su toque se extendiera encima de sus hombros. Félix se giró un poco y lo observó por el rabillo del ojo, atento a los sutiles cambios en el rostro del menor.

Algo que había notado en Eren durante esos últimos meses es que había aprendido a enmascarar bien sus sentimientos, cuidadosamente guardados tras un rostro que a veces simulaba sorpresa o que la carecía, o que simplemente demostraba en ocasiones confusión, pero eran sus ojos los que tendían a delatarlo. No sabía si Mikasa estaba al tanto o de ello o tal vez Armin, probablemente sí, pero para Félix era fácil leer lo que el jade en esa mirada transmitía, y en esos momentos todo lo que podía ver en ellos era la clara duda que parecía estar sintiendo a carne viva.

En la punta de su lengua se encontraba una salida, palabras que podrían salvar al chico de tener que contribuir (más) al asesinato de quien en algún momento había sido su amiga.

—Anda —fue lo que dijo, dándole un suave empujón con su brazo. Eren se giró para mirarlo, sus ojos ligeramente ensanchados—. Mientras más rápido abramos ese cristal, más rápido nos iremos de aquí.

Eren permaneció de pie ahí unos segundos, los suficientes como para que Félix notara, también, que el jade en los ojos del menor brillaba con una pizca de traición en ellos. Era el tipo de mirada que le dabas a alguien que te había lastimado, y su pecho se estrujó ante esa realización.

Lo vio alejarse de él con zancadas titubeantes, pasos torpes y hombros ligeramente encorvados.

—Hiciste bien —Kenny reapareció a su lado, aunque miraba el andar de Eren como alguien que observa algo extraño pero divertido—. Tratarlo como un bebé y querer protegerlo de todo no le hará ningún bien.

—Ya lo sé.

—Ocurre lo mismo con Historia —su capitán le tiró una rápida mirada de costado. Félix, que estaba super consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, lo sintió como si alguien le pusiera una lente a su lado y lo observara como a un raro espécimen.

Así es como deben sentirse los titanes cada vez que Hange jugaba con ellos, pensó.

—¿A qué te refieres con que ocurre lo mismo con Historia?

—No la dejas tomar riesgos —respondió Kenny de inmediato—. La mimas demasiado. Pones una pared entre ella y toda la mierda que ocurre a nuestro alrededor y eso eventualmente entorpecerá su juicio como reina. Tienes que dejar que esos dos tomen decisiones por sí solos y vean lo que el mundo es en realidad.

—Ellos ya saben cómo es el mundo exactamente, no hay necesidad de que vean más.

—Historia es la reina y Eren, te guste o no, es nuestra mejor arma y nuestro pasaje a esos titanes en los muros. No puedes jugar este jueguito donde los cuidas como si estuvieran hechos de cristal que se romperán con un solo toque.

—¿Qué se supone que haga, entonces?

El rugido de Eren los distrajo un segundo y los dos miraron en la dirección donde el menor se hallaba, viéndolo estrellar sus puños contra el cristal. Había un silencio que permeaba la ciudad, roto únicamente por los sonidos que el titán causaba, una y otra y otra vez, con leves gruñidos debajo de cada crack crack crack.

Eren retrocedió unos segundos más tarde y fue ahí que Ymir volvió a intervenir.

—Nada —murmuró Kenny con un leve encogimiento de hombros—. Ya hiciste suficiente, Félix.

Allá en la plaza, el cristal se quebró y Annie Leonhart se deslizó fuera de su crisálida del mismo modo que la arena lo hacía de entre sus dedos.

━━━

La tenue luz que iluminaba el interior de la habitación provenía de los ventanales que cubrían la mayor parte del muro lateral, dejando entrar una cascada de luz que manchaba los sofás y la mesita en el costado de la habitación.

Era quizás un poco ostentoso, en tamaño y en decoración, pensaba él mientas alzaba la mirada en dirección a la puerta antes de que ésta se abriera.

Los Tybur siempre habían sido orgullosos, más de lo que tenían derecho a serlo, pero se imaginaba que aquello, en algún punto de la historia de su familia, no les había importado tanto como a él (en ocasiones) lo hacía.

—Señor —el hombre que ingresó a su oficina alzó su mano en saludo y dio cautos pasos al interior, pasando de lleno los sofás con su mesita hasta alcanzar el escritorio tras el que se hallaba sentado—. Lamento la interrupción, pero ha llegado una misiva desde la ciudad de Liberio.

Willy sintió que su ceño se fruncía y un músculo en su mandíbula se tensaba, y ese disgusto que sentía en la boca del estómago se intensificaba un poquito más al pensar en muros y rostros que él jamás había visto y jamás querría ver.

El guardia le extendió la carta y él, si acaso un poco dudoso, la tomó con un leve temblor en sus dedos.

—¿Te dieron más información?

El hombre de pie frente a su escritorio también dudó un segundo, uno demasiado corto indicado cuando su mirada se desvió a un costado, lejos de donde él se hallaba sentado.

—...Es acerca de la misión de los guerreros en Paradis, señor —dijo—. Trajeron con ellos un sobreviviente.

Willy se sintió a sí mismo parpadear en estupor.

—Un... ¿Sobreviviente? ¿Uno de los titanes del rey Fritz?

—No, señor.

La carta en sus manos quemaba, y estaba pesada.

El sobre era tan poca cosa que palidecía junto a los otros en su escritorio, sellados con cera y el escudo de la casa Tybur marcado al frente, los martillos entrecruzados en la insignia con la T en cursiva por debajo de ellos. La inscripción que rodeaba ambos elementos había perdido su significado muchísimos años atrás, tantos que ni siquiera su padre se había tomado la molestia de recordar qué era lo que decía.

Pensar en Paradis le daba dolor de cabeza, pensar en Liberio y en Marley, el futuro que les esperaba tras la fallida operación, todo comenzaba a apilarse en un montoncito que le agobiaba, y le hacía querer buscar refugio en esa habitación a la que había prometido no volver nunca más.

Cuando el otro por fin lo miró a los ojos, sintió que probablemente no estaba listo para lidiar con las consecuencias de sus decisiones. No aún.

—Un hombre, de hecho —respondió el otro—. Dicen que es un Ackerman, señor.

Oh, fue todo lo que pudo pensar entonces. Un Ackerman.

Un mito, un cuento de terror.

Algo peor que un demonio. Algo peor que un eldiano mismo.

Ni siquiera sintió el asentimiento que dio con su cabeza, o a su guardia despedirse y salir de la habitación.

De repente el mundo no estaba... Bien. Y la sensación que le corría por las venas le daba miedo, sentirse así de frío y atrapado, así de confundido, como si volviera a ser el joven de dieciocho años al que le habían dicho por primera vez que heredaría el liderazgo de la familia, y que el honor de ellos pasaría a ser suyo directamente.

Willy no era un hombre de temores, no exactamente. Había muchas cosas a las que temía, otras que no le permitían dormir por las noches, pero... Estaba en ese tipo de situación en la que no sabes realmente qué hacer, o cómo seguir.

La carta en sus manos, pesada y ardiendo, fue fácil de abrir; fue fácil quitar el sencillo sello, desgarrar el papel y sacar la hoja en el interior. Fue fácil leerla también.

Pero no fue fácil asimilarla, no del todo.

Un Ackerman, pensó para sí mismo mientras su mirada se desviaba hacia el librero dentro de la habitación, hacia un específico libro que él había leído con tanta avidez que casi te lo sabría recitar al derecho y al revés.

Un Ackerman de Paradis es peor que un eldiano, peor que un marleyano.

Muchísimo peor que un titán, cambiante o no.

Me creerían si les digo que este es once again un capítulo de 11k? Sigh......

EN FIN!!! Venía aquí a decirles algo genial pero como siempre se me olvidó lol me caga ser así pero bueno, espero que les haya gustado el cap, nos leemos después <3

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