59. Tentar a la suerte
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE
TENTAR A LA SUERTE
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━
Sueña de nuevo.
Su cabeza toca la almohada y Félix sueña, otra vez.
Es rutina a este punto, desde hace mucho y desde hace poco. Es rutina irse a dormir y temer cerrar los ojos, temer lo que verá una vez lo haga.
Esta vez no está en Marley, ni en Hizuru, y tal vez tampoco esté en Paradis, tal vez no esté en ningún lugar en concreto cuando todo lo que puede ver es una extensión amarilla con largos tallos verdes que lo rodean, porque los girasoles miran hacia arriba cuando el sol está en lo alto, y lo único que se haya bajo de ellos es un tallo.
Un pilar.
Félix ve a través de los ojos de otra persona, a pesar de que sabe que es él mismo quien se encuentra ahí de pie, entre los girasoles, sosteniéndose de los brazos de alguien mientras ese alguien lo envuelve en un abrazo.
Y lo único que hay es calidez absoluta que no proviene del sol, si no de la persona junto a él, de la persona que lo sostiene como si fuera algo preciado a lo que proteger.
Es reconfortante, y le da escalofríos saber que hay alguien en el mundo quien pueda sostenerlo de tal modo y hacerle sentir así de bien con un simple gesto como lo es un abrazo.
Félix mira hacia arriba, hacia donde esa persona le mira con absoluta adoración y el corazón se le derrite en el pecho.
Y él se hunde en pozos azulados que asemejan el cielo al amanecer.
━━━
—Uh… Creo que aquí está bien.
Las ruinas de Utgard se alzaban tras de ellos en un polvoriento desastre con el que más desastre se creaba cada vez que una ventisca alzaba más polvo de entre los escombros apilados unos encima de los otros, la colina sobre la que el castillo solía estar erguido viéndose como un montículo donde una tumba debía ir.
Félix y Eren la estaban mirando en silencio, la forma en la que el polvo se agitaba en el viento como si fuera humo saliendo de las cenizas.
Ymir estaba de pie frente a ellos, pero ella miraba hacia un costado en donde las marcas de manos y hundimiento se echaban de ver. No estaban muy lejos de donde Reiner y Bertolt los tomaron cautivos y se mostraba en esas marcas, en ese recordatorio que parecería quedarse ahí de por vida.
—Oi —la áspera voz de Kenny los sacó de sus ensoñaciones y los tres se volvieron hacia él—. No hay ningún titán, así que hagamos esto deprisa.
—El Ejecutor de Hange debió limpiar gran parte de esta zona —murmuró acercándose hacia el borde en donde Kenny se hallaba, del lado de María—. Estamos cerca de Trost, después de todo.
—Hah, es lo más probable.
Hacia el sur, el territorio de titanes se veía como la tierra que alcanzabas a visualizar por encima del Muro María, los pocos árboles que rodeaban y flanqueaban la puerta del distrito Shiganshina siendo hormiguitas que Félix deseaba volver a ver.
—Po-por favor… —aquel lamento pareció hacer eco en los alrededor, y Félix, erguido de pie junto a Kenny, miró por el rabillo del ojo al hombre atado que se sentaba al borde del muro—. Por favor déjenme ir, yo no… No diré-no diré nada, p-por favor… P-porfavor.
Gruesas lágrimas le caían por las mejillas tan brillosas que asimilaban ser diamantes en bruto. El ceño se le frunció un poco y él le hizo un gesto a Kenny.
Su capitán, suspirando con pesadez, se encaminó hacia el hombre y este de inmediato se echó a llorar con muchas más fuerza, a gritar a todo pulmón que sería bueno y respetaría a la reina y le serviría, como si no hubieran tenido la oportunidad de haberlo hecho desde un principio.
Kenny le enredó un brazo alrededor del torso y se lanzó al precipicio sin mirarle de vuelta, los gritos del sujeto volviéndose un eco a medida que descendían.
—Eren —le llamó—. ¿Estás listo?
En el rostro de Eren se pintaba la duda que Félix no quería ver.
Llevaba el ceño ligeramente fruncido, sus labios en una delgada línea que asemejaba la tensión que se le cernía en los hombros. Ymir y él compartieron una breve mirada, los dos dudosos sobre cómo proceder entonces.
—Oi, Eren —exclamó ella, llamando la atención del menor casi enseguida—. ¿Vas a hacer esto o no?
Eren abrió la boca, la cerró y después volvió a abrirla.
—… ¿Qué debo hacer?
—Ah, eso yo no lo sé.
La obvia mirada que Ymir le dio a él entonces lo hizo suspirar. Félix se asomó por el borde del muro y descubrió a Kenny abajo, sosteniendo al hombre de rodillas en el suelo; parecía estar diciéndole algo por que su capitán se estaba riendo, la sádica sonrisa visible a toda esa distancia.
—Ugh —murmuró Ymir dando pasitos hacia atrás—. Siento que el Kenny de antes va a volver, ¿tu no?
—¿Qué acaso se fue?
Los dos resoplaron en unísono.
Los pasos de Eren sobre la piedra del muro atrajeron la atención de los dos. El chico se veía curiosamente determinado, la línea de tensión en los hombros siendo marcados también por decisión, coraje, y en el rostro también se le veía que estaba listo.
A Félix se le revolvió el estómago.
—Si vemos que esto es nulo y que hay una posibilidad de que el Fundador te tome prisionero, nos detendremos.
Parpadeando, miró al chico como si lo viera por primera vez y Eren le devolvió una desafiante mirada que lo retaba a llevarle la contraria. Ymir se echó a reír por detrás de los dos, sus carcajadas también haciendo ecos entre ambos territorios.
—O…kay. Okay, uhm… Sí, entonces, uhm…
Eren suspiró.
—¿Tenemos… que bajar?
Félix volvió a inspeccionar el descenso hacia el muro con el ceño fruncido. Sería una gran caída si alguno de los dos se atrevía a caer por aquel precipicio, y probablemente Eren sobreviviera pero demasiado herido.
—No… Es mejor si lo intentamos desde aquí —se giró hacia Ymir y le indicó que se hiciera a un lado—. Ve allá abajo con Kenny, pero quédate enganchada al muro. Que ninguno de ustedes dos se acerque al suelo si quiera.
Ella asintió, sonriéndole y tirando un saludo con su mano antes de tirarse por el borde.
Delante suyo se extendían los colores azulados y blanquecinos del cielo, extrañamente mezclado con un tenue rosado como si estuviera a punto de ponerse el sol.
Tildando su cabeza hacia atrás, vio que en efecto el sol se movía aun por encima de sus cabezas, las nubes viajando acorde con sus movimientos. Cuando miró hacia abajo de nuevo, se encontró con que Eren fijaba su atención en el horizonte que se perdía más allá de donde podían ver, en donde los pincelazos de nubes blancas parecían algodón.
—¿Eren?
—Si lo logramos… ¿Crees que ellos puedan sentirlo también?
Aquella era una buena pregunta, una que en la que no había pensado.
Se mordió el labio repentinamente dudoso y también miró hacia allá, queriendo ver el Muro María y Shiganshina y, quizás, averiguar si Zeke también se encontraba por allá.
Si estaba al alcance.
—Puede ser que sí —murmuró, acercándose al chico—. Pero ya estamos aquí, no podemos hacer gran cosa. Si nos detenemos podríamos dejar pasar una oportunidad, y si no… Creo que vale la pena arriesgarse.
Eren bajó la mirada.
Félix la mantuvo sobre el menor por unos pocos segundos antes de suspirar y encaminarse hacia donde se hallaba el otro, colocando su mano sobre su hombro una vez estuvo cerca. Le dio un apretón suave.
—¿Estás nervioso?
—…Un poco.
—Yo también, descuida.
Y era cierto, porque la forma en que latía su sangre, cómo se le disparó el pulso en un segundo cuando pensó en el torrente de poder que fluía por las ramas pálidas de un árbol fantasmagórico… Tuvo que clavar sus uñas en la palma de su mano para detenerse a sí mismo de continuar ahondando en ese pozo sin fin.
—¿Cómo hacemos esto?
—Uhm… No lo sé, tu dijiste que lo habías hecho antes, ¿no? —cuestionó, mirando al menor—. ¿Cómo lo hiciste?
La vista de Eren se nubló un poco y entonces supo que estaba recordando.
De aquel día Félix no sabía bastante; excepto lo poco que le había sido dicho por Eren mismo, lo que Historia y Ymir recontaron, pero los tres se habían negado a ahondar más en los sucesos de la recuperación de los dos cambiantes.
Solo sabía que Reiner y Bertolt habían tratado de llevárselo con ellos, que Ymir trató de hacer lo mismo con Historia y que Erwin perdió un brazo al salvar a Eren. No había muchos detalles que supiera a ciencia cierta, el resto eran solo especulaciones y vagas imaginaciones que le llegaban en momentos de contemplación.
—Golpeé a un titán —dijo el chico, sus cejas frunciéndose—. Con el puño. Estuvo a punto de atraparme a mi y a Mikasa cuando le di un puñetazo en la palma de la mano y entonces… El resto de titanes se abalanzaron sobre el. Después grité, cuando Reiner intentó acercarse, y los titanes se fueron contra él también.
—Uhm… Tal vez requiera activación por voz —murmuró él, llevándose una mano al mentón—. Historia dice que a veces recuerda a Frieda tocando su frente con la suya y hablando…
—¿Qué hay de ti? —le preguntó el chico—. ¿Cómo te borró la memoria Frieda?
—Uh, eso no lo sé. Aún hay cosas que no recuerdo sobre ella. Pero si requiere que alguien hable, bueno…
—Pero ya intentamos eso, ¿recuerdas? Con Rod Reiss.
Ah, cierto. Cuando Eren insultó accidentalmente a Levi al referirse a Rod Reiss "viejo y enano". El recuerdo le hizo sonreír, si acaso un poco, y el menor le tiró una mala mirada al ver la sonrisilla.
—¿Contacto físico? —dijo Eren de nuevo, mirándose las manos—. Con alguien de sangre real.
Félix lo imitó. Las palmas de sus manos tenían callos y estaban enrojecidas, ligeramente hinchadas y con creces de medialuna sobre la piel donde tendía a presionar sus uñas cuando debía mantenerse ahí, en ese momento.
—Dame tu mano —murmuró y estiró la suya hacia el menor—. Intenta todo lo que quieras; grita o solo habla, y piensa en que ese hombre de allá abajo debe volverse titán.
El cabello marrón del chico se le alborotó cuando una cálida brisa pasó entre ellos. Su mano estaba fría, en cambio, y le temblaba un poco con el mismo nerviosismo que Félix sentía.
No hubo chispas, ni hubo algo electrizante en el momento en que se tocaron, pero sí hubo un quedo murmuro en los oídos de Félix que bien podría haber sido el viento acarreando las voces al pie del muro.
Y entonces parpadeó, y la imagen frente a él se volvió un árbol de ramas pálidas y cuando parpadeó de nuevo estaba de vuelta en el muro.
—…¿Viste eso?
Eren estaba tenso cuando se dio cuenta de que habían ido allí.
—Ajá. ¿Lo intentamos de nuevo?
Tomando aire, volvieron a sujetarse de las manos, esta vez con un poco más de fuerza.
El mundo cambió un poco.
Y la dureza bajo sus pies se volvió suave, arenosa. La luz provino de un árbol que brillaba y no del sol y los dos se hundieron en el mundo extraño donde la sombra y la niña residían.
El cielo oscuro sobre ellos era suavemente iluminado por estrellas que dejaban estelas blancas tras de sí, el fulgor un humo como de cenizas y el velo que tenían sobre los ojos desapareció.
Vio a Eren por el rabillo del ojo dando vueltas sobre su eje, echando vistazos aquí y allá sobre aquel mundo inhóspito al que Félix solía ir en sueños, en pesadillas, en momentos cuando sus barreras estaban muy bajas y los miedos se filtraban en él con facilidad.
Escuchó el tintinear de unas cadenas y se tensó de inmediato, soltando la mano de Eren para llevarla hacia su muñeca y verificar que no había cadenas que lo apresaran ahí esta vez. El mundo de arena y el árbol titilaron como una llama a punto de apagarse.
—Da una orden —jadeó en dirección del menor—. La que sea, da una orden.
Eren murmuró algo que no alcanzó a escuchar.
Es como si estuviera bajo el agua de nuevo, escuchando el mundo bajo la superficie del lago mientras los sonidos a su alrededor proseguían en una canción que él no entendía. Lo que sí escuchó, sin embargo, fue otro tintineo, fue pasos andando sobre la arena y a lo lejos vio una menuda figura andando hacia ellos.
Oh Dios.
—Ah, mierda.
La niña apareció con lentitud, andando con tranquilidad hacia ellos y cargando en una mano una cubeta, de todas las cosas que podrían existir en aquel mundo, llevaba una cubeta en una mano y de ella caían gotitas que bien podrían ser agua o arena o luz misma hecha líquido.
No podía sacarle la mirada de encima; se sentía como si fuera ella un ejecutor parecido al que Hange diseñó para poder deshacerse de los titanes excepto que este espejismo era una simple niña que él no conocía.
Otra cadena tintineó. Félix sintió un peso en su brazo derecho.
Y, lentamente, el mundo del árbol y el cielo oscuro se desvanecieron y lo que se sintió como un rayo cayéndole encima le recorrió el cuerpo de hito a hito.
Los dos fueron expulsados del lugar con violencia y Félix trastabilló hacia atrás, cayendo hacia el suelo de la cima del muro con un fuerte dolor palpitando en su cabeza. No su nuca, pero rodeándole el cráneo como si se tratase de una víbora cerrándosele alrededor del torso.
—¡Oi! ¡Qué rayos ocurre allá con ustedes!
El sonido rebotó en la pared y se extendió por el campo.
Eren se asomó por el borde y espió hacia abajo a Kenny y a Ymir sujetos de la muralla con los ganchos del equipo de maniobras, el hombre a pies del muro suplicando por que lo subieron con ellos.
—Uh, ¿Félix? Creo que no funcionó… ¿Lo intentamos de nuevo?
Pasaron unos segundos en silencio, el único sonido siendo el de una parvada de aves que sobrevolaron por encima de ellos y se alejaron hacia arriba, hacia donde residía el sol y las nubes y la luna por las noches.
—¿Félix?
Se giró hacia atrás, con el ceño fruncido, y el cuerpo entero se le congeló cuando notó a Félix arrodillado, su frente contra el suelo del muro y sus manos cubriéndose los oídos.
—Félix…
Estaba murmurando algo, así tan suave y tenue como lo decía no alcanzaba a escuchar exactamente qué era lo que hablaba, pero su boca se movía y el movimiento de sus hombros bien podría ser porque, o se estaba riendo o estaba llorando.
Eren se acercó ligeramente temeroso hacia él y se acuclilló a un lado suyo, suavemente colocando su mano sobre la espalda del mayor.
—¿Félix? Oi… Félix, ¡Félix!
Lo tomó de los hombros y lo irguió de golpe, y el estómago se le cerró con fuerza al notar en él el mismo tipo de mirada que vio en Frieda Reiss cuando la recordó aquel día en la caverna; con las pupilas dilatadas y el iris iluminado como la más bella de las joyas jamás vistas.
Pánico le inundó el cuerpo en cuestión de segundos.
A ese punto estaba moviéndose en instinto puro, llamando el nombre del mayor y gritando por Kenny, por Ymir, por quien fuera que le escuchara. Las manos le sudaban ahí en donde sostenían a Félix por los hombros y el calambre que sentía en los dedos le urgía a hacer algo, así que eso hizo.
Alzó su mano y le dio una bofetada al mayor, siendo testigo de cómo el rostro se le ladeaba y la marca enrojecida de la mano se le quedaba impresa en la mejilla izquierda.
—¿Félix?
Por un momento creyó que sus intentos habían sido en vano hasta que muy lentamente, la mirada de Félix se enfocó en las ruinas de Utgard por detrás de ellos que alcanzaba a ver por el rabillo del ojo y ese color brilloso en sus ojos disminuyó, suavemente disolviéndose en un verde mucho más tranquilo, menos atemorizador.
Parpadeando, volteó el rostro con lentitud hasta donde se hallaba Eren y le observó unos segundos en completo silencio, permitiéndose la pausa para procesar correctamente lo ocurrido.
—Gracias —murmuró quedo, enfocando su mirada en el menor de frente a él. La mirada de Eren pasó de estar alarmada a un alivio total que incluso él pudo sentir—. Uh… Supongo que no funcionó.
—No —el susurro del chico tenía atrapado en las palabras un miedo tan visceral que Félix sintió la culpa bañarlo de inmediato—. Estabas, tus ojos, uhm… ¿Qué ocurrió?
Félix parpadeó otra vez, como si tras sus párpados más memorias se estuvieran originando.
Lo cierto es que le dolía el cerebro. Punzaba un poco tras su nuca en donde siempre solía hacerlo cuando cosas de este estilo ocurrían; comenzaba tenue y el ritmo aumentaba, como los latidos de su corazón tendían a hacerlo en el campo de batalla al hallarse en alguna expedición y los titanes se alcanzaban a ver en el horizonte, sus pisadas tronando el suelo bajo de ellos como dinamita.
—No lo sé, estaba… Ahí, en el árbol y la arena pero… No estaba solo.
Había una niña, claro. Estaba Ymir ahí aguardando a que otra víctima apareciera.
A que alguien más, otro idiota con sangre real en las venas se le apareciera en frente para ponerle las cadenas, para atarlo a ese dichoso juramento de paz frágil y quebrantable, para romperle los espíritus.
Félix se tiró hacia atrás hasta recostarse y se pasó las manos por el rostro, frustrado y con el corazón alborotado.
—¿Estás bien?
Eren estaba obviamente aterrado de preguntar, y no lo culpaba, no realmente.
—Hah, no pasa nada, no te preocupes —le respondió tirando una mirada de reojo en su dirección—. ¿Tu lo estás?
—Solo… Me asustó un poco, supongo. No me esperaba… Esa reacción.
Una de sus manos se movió en su propio acorde hasta detenerse sobre la cabeza del chico, y enterró los dedos entre los mechones marrones. Eren entrecerró un poco los ojos y le miró, una mueca en sus labios tirando de estos hacia abajo.
—Sí, lo siento, esta cosa… Intentó hacerse conmigo, supongo —suspiró—. Dame tu mano.
—¿Uh?
—Tu mano —repitió y dejó caer la suya de la cabeza del menor hasta abajo, deteniéndose a centímetros de la de Eren—. Intentémoslo de nuevo.
—Pero… ¿Y si esta vez si terminas bajo esa influencia?
—Dame otra bofetada, o un golpe, lo que sea, pero hay que intentarlo otra vez.
Eren suspiró y alzó su mano, aunque no se la dio.
Se quedó ahí a nada de tocarlo, pero el color jade en la mirada del chico se encontraba sobre él y le puso más nervioso ver ahí el miedo latente y la expectativa de quizás, volverse a ahogar en ese pozo de control y presión al que había estado por entrar.
—Si no lo logras en esta, entonces es todo, ¿sí? Es… Por tu propio bien, Félix.
Eren era… Algo más, se dio cuenta en ese momento. Ya no era el niño que conoció todos esos meses atrás a la sombra de un árbol donde hablaron sobre sus motivaciones, qué los animaba a arriesgar sus vidas en una locura como la Legión lo era. Ya no era el adolescente de ojos brillantes al que Levi le había tirado un diente en una sala del tribunal llena de personas que querían diseccionarlo como parte de un retorcido experimento.
Ya no era un niño, se dio cuenta, no propiamente al menos. Félix había sido inflexible en no verlo de otra manera porque dolía, y en cierto modo le recordaba a sí mismo en el pasado, cuando los susurros eran ruidosos y las miradas se sentían como fuego quemando contra su piel.
Extendió una de sus manos con lentitud, y acarició la mejilla ligeramente bronceada del chico, las yemas de sus dedos pasando un par de manchitas que probablemente eran pecas que aparecieron allí por la continua exposición al sol.
Las orejas de Eren se tintaron de un leve tono rosado.
—Lo prometo —respondió finamente, alzando su otra mano para demostrarlo—. Una última y ya.
Cuando entrelazaron sus dedos otra vez, no hubo chispas. Tampoco se les nublaron los ojos. No iban al mundo de arena y ramas pálidas cuando parpadeaban, ni la electrizante sensación que les recorrió el cuerpo como un relámpago en el primer intento los invadió.
Inútil, pensó en silencio mientras dejaba ir la mano de Eren. Esto ha sido inútil.
Eren permaneció sentado a su lado unos pocos segundos más.
—¿Qué haremos ahora?
—Te acompañaré de vuelta a Trost —le dijo, ladeando el rostro para mirarlo—. La expedición será dentro de dos días, ¿no?
El chico se encogió levemente de hombros, pero él tomó eso como un sí.
—Tendré que volver a casa para despedirme de mi madre y hablar un poco más con Historia, pero te llevaré allá, no te preocupes.
No hubo ni un solo sonido en ese momento, excepto por la respiración silenciosa, apenas aguda, que Eren tomó después de que hablara. Abajo, en la base del muro, podía escuchar a Kenny y Ymir peleando, sus voces mezclándose con los lloriqueos del hombre al que habían llevado con ellos, volviéndose más fuertes.
—¿En verdad irás a Marley?
—No tengo otra opción.
—La tienes —debatió el chico enseguida, y algo le dijo, una pequeña suposición, que Eren se había estado preparando para darle pelea en esto—. No tienes que ir, podemos… Podemos hacerlo aquí, todos juntos, no tienes que-
—No tengo que, quizás —se enderezó con cuidado y la espalda le crujió un poco, incluso sintió que los hombros se le entumecían—. Pero quiero, Eren, quiero… Quiero conocer a estas personas en mis sueños, saber qué han hecho para aparecer en mis otras vidas y ser partes de ellas lo suficiente como para traspasar esos recuerdos a la que estoy viviendo en estos momentos.
El labio de Eren tembló levemente y el brillo incoloro que se apoderó de sus ojos le hizo sentir un poco de pánico.
—¿Te vas por curiosidad?
—Sí, y porque realmente creo que voy a serles de más utilidad allá que aquí.
—Pero eres el rey —le insistió el chico de ojos color jade, y esa palabra hizo eco en la cima del muro y se extendió hasta los valles en María y los bosques a sus espaldas—. Te necesitamos aquí, Historia te necesita aquí… Todas las personas a las que amas, y las que te amamos de vuelta te necesitamos aquí.
Era una confesión, y al mismo tiempo fue un testimonio.
—Yo también te amo, Eren.
Los puños del menor se apretaron un poco y los nudillos se le pusieron blancos. Por un segundo creyó que se echaría a llorar.
—Entonces quédate.
Era tan atrevido. Tan desafiante, y Félix se encontró a sí mismo riendo a carcajadas y gentilmente tirando del otro en un abrazo cálido. Sus hombros se sacudían levemente con la fuerza de su risa, pero Eren estaba quieto como una roca, demasiado callado también, demasiado dócil.
—Sabes que no puedo.
—Claro que sí puedes —siguió debatiendo el otro, y en un par de segundos volvió a enderezarse. Los brazos de Félix cayeron inertes a sus costados—. Solo quédate, vayamos a la expedición y volvamos, matemos a Reiner y a Bertolt y a Zeke… Y volvamos todos a casa.
Casa era un vago término al que Félix le había dado varios significados con el pasar del tiempo; en alguna ocasión, casa era el lago de la propiedad de los Jovan en donde solía pasar sus tardes con Frieda. Casa era su pequeña habitación, la que tuvo de niño y la que tuvo en la academia, la que tenía en la Legión.
Casa era una oficina con olor a granos de café, cálida y silenciosa, con la presencia de alguien a quien él admiraba, alguien a quien él quería.
Casa eran los abrazos de su madre y sus sonrisas, sus risas cuando encontraba algo encantador, o cuando él y Tomm se metían en peleas absurdas que le daban gracia. Casa era la Legión de Reconocimiento, eran sus amigos.
Casa, últimamente, era Kenny y Historia y Ymir y Eren.
Pero hogar… Su hogar solía estar en Marley, con Zeke y los helados que le obligaba que le comprara porque Félix era codicioso de tal manera. Hogar era sentarse con Lara Tybur frente a la chimenea en completo silencio, contemplando las llamas y las cenizas.
Su hogar también solía estar en Paradis, con su madre, con Historia y con Frieda.
En ocasiones era Levi, en otras lo era Erwin.
Eren respiró profundamente por la boca y se pasó la manga de la camiseta por el rostro, frente a los ojos y luego por la nariz.
—¿Cómo puedo convencerte para que te quedes?
No puedes, quiso decirle, pero Félix sonrió.
—La verdad no lo sé.
Pero Eren era un joven inteligente, que sentía tan profundamente que sería capaz (y lo había sido) de llenarse con el odio de todo el mundo para llevar a cuestas si eso significaba darle una oportunidad más a esta isla para sobrevivir.
Eren era noble, un poco inconsciente, precipitado, joven, y aún así…
—¿Qué hay del Comandante Erwin? —hizo la pregunta en un susurro, como si temiera que su voz se volviera un eco y llegara a oídos de alguien más—. Si te lo pidiera, ¿no te quedarías por él?
Había muchas maneras en la que esa inocente pregunta se quebró en distintos trozos dentro de sí; inclusive en Eren, pudo ver que cuestionarlo de tal modo le hería a un punto que no terminaba de comprender, pero en Félix… esas simples palabras eran más pesadas que cualquier otra, dejándolo sin aliento y mareado, con puntos blancos apareciendo en su visión. Su mente daba vueltas con demasiados pensamientos y demasiados recuerdos, demasiados deseos, necesidades, y de repente.
De repente, dolía por verlo.
La última vez que lo hizo fue después de que el hombre les contara de sus planes para la reconquista del Muro María; serio, enfocado, su ser entero puesto en esa estrategia, ese plan. Le había bastado una mirada para comprender el significado de esta expedición en la vida de Erwin, y desde entonces no había dejado de temer que ese recuerdo en particular se volviera realidad.
Así que se preguntaba, cada noche antes de ir a dormir, si irse a Marley era su manera de escapar las consecuencias en Shiganshina, las personas a las que perderían en ese distrito. Si perdían a Erwin otra vez, tal vez… Tal vez estar en Marley sería más soportable que quedarse aquí a vivir con ello.
Pero Eren hacía una buena pregunta; ¿lo haría? Si Erwin fuera quien me hiciera esta pregunta, ¿me quedaría por él?
El siseo de un tanque de gas reverberó por el costado del muro desde María y un segundo después apareció Ymir, con Kenny aterrizando tras ella con el noble echado al hombro.
—Oi, ¿qué diablos pasó?
—¿Pudieron hacerlo?
Félix suspiró y desvió la mirada, decepcionado en sí mismo. Eren también lo hizo, pero al menos él tuvo la decencia de darles una concreta, final respuesta a los dos.
—No, no pudimos.
Ymir chasqueó la lengua y se encaminó hacia el otro lado del borde, pisoteando el suelo con enfado y mascullando maldiciones por lo bajo.
—Entonces vámonos —exclamó—. Tengo hambre, y quiero ver a Historia.
Eren asintió y se puso en pie tras ella, sus puños aún apretados a cada lado de su cuerpo y tenso, tan tenso que se le notaba al caminar tan erguido. Kenny le miró irse con una ceja alzada y se volvió hacia él.
—¿Qué ocurrió?
Félix hizo un gesto con su mano mientras se ponía en pie y los dos echaron a caminar un segundo después, los lloriqueos del noble sobre el hombro de Kenny acallados por una mordaza.
—Te diré después —resopló—. Vuelvan a Mitras, llevaré a Eren a Trost para asegurarme de que llegue a salvo.
—¿Por qué?
Sus pasos vacilaron a un costado del precipicio y de repente era él quien se hallaba muy tenso. Le dolió la garganta al abrirla para responderle a su capitán, pero la cosa era… Que quizás Félix lo intentara.
Que quizás, quizás… Quizás lo considerara.
—No lo sé —respondió con un encogimiento de hombros—. Iré a tentar a la suerte, supongo.
━━━
El pasillo estaba lleno.
No del modo en el que uno se imaginaría dado el lugar en donde se encontraban, si no lleno en el sentido de que tras la puerta en la que se supone que Erwin y el resto de capitanes de la Legión estaban reunidos, apilados unos encima de otros, cuatro de los cadetes más jóvenes y experimentados de dicho grupo estaban espiando lo que fuera que estuviera ocurriendo en el interior de esa habitación.
Félix y Eren se miraron entre sí con las cejas fruncidas, aunque la expresión en el rostro del menor era un poquito más cerca de la incredulidad y el escándalo.
—Chicos —siseó separándose de su lado y recorriendo el último tramo con apuro—. ¿Qué están-?
Connie se giró hacia él de inmediato con un dedo puesto sobre sus labios, una divertida pero extrañamente concentrada expresión en su rostro.
—Shh, cierra la boca, tratamos de escuchar.
—¿Escuchar qué?
Sasha estuvo por responderle cuando la puerta se abrió abruptamente y Levi se detuvo en el umbral, su boca crispándose de inmediato cuando la pila de cuerpos humanos cayó a sus pies sin gracia alguna.
—Tch, mocosos. ¿Qué creen que hacen, uh?
Jean fue el primero en saltar a sus pies, una gotita de sudor resbalando por el costado de su rostro. Por detrás de ellos, al otro lado del pasillo, Armin pareció suspirar con resignación y Mikasa le dedicó un pequeño encogimiento de hombros cuando Félix atrapó su mirada por casualidad.
—Na-nada capitán, lo lamento.
Connie y Sasha se escurrieron lejos en cuestión de segundos, disculpas saliendo de sus bocas mezcladas con risitas mientras que los rostros se les ponían rojizos. Estaban tratando de no reírse, se dio cuenta, y Félix les miró a los dos con la misma incredulidad que Eren debía estar sintiendo.
Esos dos sin duda alguna debían ser de lo más descarados, y él no supo si sentir diversión por el sufrimiento de Levi o apiadarse de ellos una vez partieran con el capitán.
Aún así lo observó todo a una distancia considerable, pero de inmediato alzó sus brazos cuando alzó nuevamente la mirada y se topó de frente con la de Levi; su ceño estaba fruncido y marcado, una línea de insatisfacción marcándosele en la boca con la manera tan presionada en la que tenía los labios.
—No me mires a mí, yo voy llegando.
Levi volvió a chasquear la lengua y miró a sus chicos por encima de su hombro, haciendo una seña poco después para que lo siguieran sin siquiera molestarse en cerrar la puerta por la que había salido.
—Vámonos, tenemos cosas que hacer aún, y ustedes cuatro… Deprisa —la mirada que les dirigió a sus polluelos le puso los vellos en punta incluso a él, especialmente cuando Levi pasó por su lado y su ceño se profundizó—. Ve ahí y métele algo de sensatez en su cabezota, a ver si te escucha a ti.
Félix los observó en silencio mientras se iban, despidiéndose de Eren con un movimiento de su mano cuando éste se volvió hacia atrás. Las comisuras del chico se alzaron un poco y no se perdió la manera en la que le dirigió una última mirada a la puerta junto a Félix antes de volverse y seguir su camino.
La puerta por la que Levi había salido estaba entreabierta, un refilón de rayos dorados viéndose acariciar la madera en el suelo del pasillo. Sabía qué se iba a encontrar al entrar, sabía quién estaba ahí en esa habitación, probablemente sin hacer nada intuyendo por la manera en la que Lev i lucía tras retirarse.
Dudó en si entrar sería adecuado, si tenía el derecho a presentarse ante Erwin con tanta sencillez luego de las últimas semanas. Félix no era precisamente un cobarde, pero era cauto, sí, un idiota también.
Tomó un profundo respiro y se enderezó, tratando de verse como si no le afectara el estar ahí a solo metros de Erwin. El oxígeno entró a sus pulmones y después salió despedido en un suspiro. Dar ese primer paso al frente fue mucho más difícil que los que le siguieron.
Erwin alzó la mirada de inmediato, la cascada de luz dorada que le caía encima resaltando los pequeños destellos que su cabello rubio desprendía y ensombreciendo su perfilado rostro, creando hendiduras en las mejillas y perfilando los pómulos.
La mirada azul que lo observaba de vuelta estaba clara, lúcida, sin una pizca de barreras en ella que lo detuvieran de dar otro paso al interior y de cerrar la puerta a sus espaldas.
—¿Qué hiciste como para que Levi saliera así de aquí, uh?
Erwin parpadeó con lentitud.
—Me opuse a que me rompiera las piernas, supongo.
Félix se rio entre dientes, acortando el espacio entre el sofá más cercano y dejándose caer en el extremo más alejado de donde se encontraba Erwin. Su mano se movió de inmediato al cuello de su camisa para acomodarlo, sintiéndose asfixiado.
Ay Dios, debí haber dado media vuelta y ya.
—Y yo supongo que la amenaza de romperte las piernas vino naturalmente de tu terquedad de no quedarte atrás, ¿cierto?
Una sonrisilla tiró de los labios de Erwin, como si provocar a Levi fuera una travesura de niño inmaduro.
—Ah, ya sabes cómo soy, Félix. ¿Vas a tratar de decirme que me quede también?
El azabache negó de inmediato y se reclinó contra el respaldo, apoyando su brazo derecho sobre el soporte del sofá. Pasó su mirada alrededor de la habitación en un intento por escapar de ojos azules que le miraban con atención.
—Nah, sería una pérdida de tiempo —dijo—. No me gusta la idea de tener que llevarte con nosotros, pero acepto que entre todos los que iremos eres tu quien tiene la inteligencia necesaria como para conducirnos hasta ese distrito y traernos de allí con vida.
—Eso suena bien.
—Ajá, pero también debes tomar en cuenta que las preocupaciones de Levi son legítimas —hizo una obvia seña a su costado en el que le faltaba un brazo—. No eres quien solías ser, y lo sabes. Levi solo quiere que estés a salvo, y honestamente, varios scouts coincidirían con él.
—¿Tu lo harías?
—Sin pensarlo, por algo te lo estoy diciendo —asintió, inclinándose ligeramente al frente—. Pero no es una decisión que yo deba o tenga participación alguna en tomar. Si tu quieres ir, dudo mucho que haya algo que nosotros podamos hacer para detenerte, y yo ciertamente no tengo la misma motivación de Levi para hacerlo.
Erwin le miró en silencio por unos pocos segundos, la sonrisa desaparecida de su rostro para ese entonces y Félix se sintió a sí mismo ingresar en territorio peligroso.
—¿Misma motivación?
—Un Ackerman siempre va a querer proteger a su persona elegida por encima de todas las cosas, como Mikasa lo hace con Eren, así que su preocupación, válida, también viene de ahí —se encogió levemente de hombros—. No me hagas mucho caso, probablemente estoy mal de cualquier manera.
La perspicacia con la que le miraba no pasó desapercibida.
—Pareces saber mucho sobre esa familia.
La mirada de Erwin cambió un poco, los tonos en sus ojos oscureciéndose ligeramente. Félix volvió a encogerse de hombros y desvió la mirada hacia un lado.
—Nada en especial, solo lo más común, supongo. Los Ackerman son guerreros, protectores, no hay mucho que discernir sobre ellos si no conoces a uno en persona. Kenny, por ejemplo, sigue aferrado al recuerdo de Uri Reiss y a una promesa que le hizo antes de morir. Mikasa sigue a Eren como si quisiese evitar que cualquier pizca de mal le respire cerca, y Levi… —suspiró—. Bueno, ya sabes.
Erwin se removió en su asiento y el halo de luz encima se torció un poco.
—No sabía que yo fuera "esa" persona de Levi.
Félix se relamió los labios y tragó saliva.
—Es bastante obvio, creo yo. ¿Quién más si no el Comandante?
—Suena a que fue predestinado.
Una risilla se le escapó de los labios y miró al hombre, divertido.
—Suena a que es muy conveniente. Pero en fin, ¿quién soy yo para juzgar el desafortunado compás que el tiempo pone encima de nuestras efímeras vidas, uh?
Erwin rio también, con la misma claridad con la que a veces daba órdenes en el calor del momento en territorio no humano.
—Me da la sensación de que te estás burlando de algo, pero eso sonó casi poético, Félix.
Un poco de color le bañó las mejillas y él se encogió entre sus hombros, avergonzado.
—Ah, bueno, he estado leyendo varios libros de poesía últimamente, y supongo que a veces se me pega un poco la manera en la que están narrados.
Erwin asintió, probablemente recordando todas esas veces en las que le vio un libro en la mano y cómo había renegado cuando era él quien le sugería que leyera uno de los tantos libros que al Comandante le gustaban.
—Supongo que sí es conveniente nuestra situación, de Levi y mía, y a decir verdad me siento… Honrado, eso creo —murmuró tras unos segundos en silencio—. El origen de la familia Ackerman me causa curiosidad, y he querido aprender un poco más de ellos pero ni Levi ni Mikasa saben mucho, y dudo que Kenny Ackerman esté dispuesto a hablar conmigo. Tengo la sensación de que no le agrado.
—Hah, no te preocupes —le dijo, sonriendo levemente—. A Kenny no le agradan muchas personas. Yo tampoco le agradé en principio.
—Y sin embargo, ahora lucen muy unidos.
La manera en la que dijo tenía algo por debajo de ello que le dio pausa si acaso por un momento. ¿Era una especie de reclamo, una observación? Félix se enderezó con lentitud y clavó su mirada sobre el hombre.
—Un poco… No es tan mal tipo, y aunque a veces quiero estrangularlo por ser y decir estupideces, generalmente nos llevamos bien. ¿Por qué lo dices con ese tono acusativo, uh?
La cabeza de Erwin se tildó hacia un costado, ojos azules puestos encima de él como si tratara de discernir qué estaba pensando.
—Kenny es un Ackerman.
Lo comprendió entonces, y una sobresaltada risa fue golpeada fuera de su pecho ante la mera posibilidad de que Kenny estuviera encadenado a él de la misma manera en la que Mikasa lo estaba a Eren, como Levi estaba con Erwin.
Como Félix lo había estado a Frieda.
—Dios no. No te atrevas a sugerir eso de nuevo —dijo sin aliento tras parar de reír. Una de las cejas de Erwin se arqueó—. Kenny está literalmente atado al recuerdo de Uri Reiss, tanto que a veces me pregunto si no había algo más ahí… Pero no, no no no, él no está, no conmigo al menos.
—Suenas muy seguro de ello.
—Lo estoy —zanjó, inclinándose al frente, incrédulo y ligeramente ofendido—. Las habilidades de los Ackerman y el origen de ellas son ciertamente un misterio, pero no creo que funcione de tal manera en donde ellos puedan escoger a "su" persona. Y de ser así estoy muy seguro de que no me escogería a mí, probablemente a la reina o a Levi, dado que son familia.
—…Lo siento —le dijo Erwin finalmente, físicamente enderezándose y aclarando su garganta—. Te ofendí al sugerir eso y no sé por que, pero… Lo lamento.
Félix abrió la boca y después la cerró, sin palabras.
—N-no… No me ofendiste, descuida, es solo, yo no… Kenny es… —su amigo. Kenny era su amigo, y su capitán, pero él pertenecía a su padre de una profunda manera y nunca nadie iba a poder romper el lazo entre ellos hasta que Kenny muriera, e incluso así serían incapaz de deshacerse de la profunda admiración, el respeto, el cariño que el hombre sentía por Uri Reiss.
¿Cómo sería vivir así? Leal a un recuerdo, aferrado a ello con garras y dientes y todo lo que uno tenía en su ser, ¿cómo sería?
Se le atoró un nudo en la garganta, tan grande y opresivo que su falta de palabras se extendió por lo que le pareció una hora entera, una semana, una eternidad.
—Solía pensar que actuaban como esclavos —murmuró finalmente, carraspeando—. Tal vez por eso siento un poco de resentimiento contra ellos, contra el apellido y lo que representa.
Las cejas de Erwin se hundieron en su ceño y se fruncieron, duda escrita plenamente en el perfilado rostro del hombre.
—¿Solías?
—¿Has escuchado eso sobre estar loco de amor? Bueno, puede que aplique para los Ackerman —dijo—. No hay cosa más terrorífica en este mundo que un Ackerman que ama.
Quizás fue la manera en la que lo dijo, quizás también fue concretamente lo que dijo.
Erwin se acomodó en su asiento para poder verle de frente, la expresión en su rostro diciéndole todo lo que necesitaba saber de lo que estaba por decirle.
—Hablas por experiencia.
Su cuerpo entero se congeló abruptamente y una sensación de miedo le subió la espalda.
Qué estúpido, se dijo a sí mismo con una pizca de humor en su tono. Qué estúpido fuiste al si quiera mencionar a los Ackerman frente a este hombre.
Se removió en su asiento, incómodo, pero bastó una mirada hacia Erwin para hacerle saber que no había manera en este mundo que pudiera salir de esa situación diciendo la misma mierda que le contó a los comandantes antes, cuando se indagó sobre su involucramiento en todo este fiasco, en su conocimiento sobre temas que muchos otros no tenían.
—Fui muy estúpido al decir eso frente a ti, ¿cierto?
—Un poco, sí —admitió el otro con una pequeña sonrisa—. ¿Tu padre?
—Mi madre, de hecho —asintió, suspirando con pesadez—. Mi padre era un noble, pero murió hace unos años.
—Entonces… Tu y Levi…
—Ajá, somos algo así como familia. Cuán cercanas estén nuestras ramas familiares eso no lo sé, pero…
Félix se dejó caer contra el respaldo del sofá como si alguien le hubiera sacado el aire de un solo golpe, sus hombros perdiendo la tensión en ellos y cayendo como a un títere al que le cortaban los hilos. Erwin se reclinó contra el respaldo de su silla y lo observó, sus labios fruncidos en una mueca que aparentaba ser una sonrisa a medias.
—A mi madre no le gustaba hablar mucho de ellos, excepto cuando estaba segura de que nadie iba a escucharnos —murmuró—. La primera vez que el señor Jovan nos advirtió sobre la existencia de personas como los Ackerman, la manera en la que habló de ellos… Yo era un niño apenas, pero para entonces ya estaba al tanto de quién éramos en realidad.
—Pero aún así les advirtió, y tu lo escuchaste.
—Ajá —resopló—. Imagínate cómo se sintió que me dijeran que mi sola existencia como Ackerman era un peligro para nuestra vida diaria, para el mundo en el que vivíamos.
—Debió haber sido difícil —dijo Erwin—. Si tu eras un niño apenas… Debió haber dejado una gran impresión en ti.
Félix asintió con lentitud.
—A mi madre nunca le molestó, no realmente. Ella era… Estaba en paz, con ser una Ackerman. Solía decirme que era un honor serlo, y que le encantaría llevar el apellido —sonrió—. Ella siempre encontró gracia en las pequeñas cosas, le encantan.
—Y tu no querías, corrección, no quieres —lo decía con tanta seguridad que incluso le causó un poco de gracia—. ¿Por qué?
—No me gustaba la idea de servir, de… Atarme a alguien de la manera en la que un Ackerman lo hace —dijo tildando su cabeza hacia atrás—. Me parecía tan absurdo, tan… Innecesario, y lo detestaba. Aún lo hago, supongo, pero he aprendido a… Vivir con ello.
Entonces, el rostro de Erwin se convirtió en un enigma. Ligeramente ensombrecido por las ondas de luz que entraban por las ventanas detrás de su figura, sentado con dignidad en una única silla de aspecto incómodo. Pudo ver la forma en que su ceño se fruncía, concentrando en un punto de la pared ligeramente dirigido hacia el piso alfombrado.
No sabía qué decir. No sabía cómo decirlo exactamente, cómo poner en palabras lo que buscaba transmitir. Y a todo esto, ¿por qué estaban hablando de eso? ¿Por qué le explicaba cosas que había jurado llevarse consigo a la tumba?
Se pasó una mano por el rostro y resopló, preparando una excusa que ya estaba en la punta de su lengua cuando la voz del hombre rubio le interrumpió.
—Dices… Que los Ackerman aman a quien eligen proteger, pero 'amar' es un término un tanto vago —la mirada de Erwin se movió por el suelo, la alfombra, lentamente haciendo su camino hacia la mesa frente a ambos—. 'Amar' podría ser querer, podría ser admirar, podría ser respetar, ¿cierto?
—Bueno… Sí, supongo.
Y con lentitud, la mirada azul como el amanecer se alzó hacia él.
—… ¿Cómo era Frieda Reiss?
Cientos de palabras le vinieron a la mente en cuestión de segundos; hermosa, amable, risueña, divertida, encantadora. Y cada una de ellas se le quedó atorada en la garganta, con sus labios tirando suavemente hacia arriba en una media sonrisa.
—Encantadora.
—La amabas —la manera en la que lo dijo fue tan suave, fino, dulce. Félix asintió con lentitud—. Por eso sabes de lo que hablas, porque-
—Se cayó de un árbol —interrumpió de golpe, ladeando el rostro para mirarlo—. Creo que quería alcanzar una manzana, y la rama sobre la que estaba se partió. Puedo recordar… Verlo todo lentamente, cómo se partía la rama, el sonido que hizo, los pies de Frieda flotando ahí arriba por un segundo antes de empezar a caer.
—¿Te asustó?
—Demasiado, pero yo sabía qué hacer, ¿entiendes? Sabía exactamente qué hacer, y mis instintos… Simplemente lo hicieron.
Los dos permanecieron en silencio por unos segundos, sosteniéndose las miradas con una especie de expectativa naciendo entre ellos. La leve tensión en el aire era ominosa, aunque no aplastante.
—Y cuando ella murió… ¿Tu lo supiste de algún modo? —preguntó curioso, con su cabeza ladeada y todo—. ¿Tus instintos se dieron cuenta de que ella ya no estaba viva?
—No. No creo… No creo que funcione así, pero por un tiempo me sentí… Ansioso, confinado. Como si estuviera adormecido pero al mismo tiempo no.
—Y entonces Rod Reiss te dijo quién era ella.
—Ese día que fui llamado a Stohess fui esperando llegar a encontrarme con Damián Jovan y tener que rechazarlo otra vez porque simplemente no quiero casarme con su hija —suspiró—. Frieda era… Importante para mí, más de lo que ninguna otra persona lo ha sido excepto por mi madre. Fue mi primer amiga, sin prejuicios de por medio, y aunque ahora sé que entre nosotros las cosas simplemente no habrían funcionado, saber que le fallé de esta manera…
—No creo que le hayas fallado, independientemente de si sabías o no quién era ella realmente, independientemente de si tu la amabas como amiga o no, de si era tu deber protegerla… No le fallaste, Félix —la mirada de Erwin se suavizó un poco—. Ahora mismo estás cuidando de Historia, estás… Protegiendo este mundo que ella reinaba, ¿no es eso suficiente?
No lo era, no realmente porque Frieda habría dejado que este mundo se hundiera en miseria solo porque estaba atada a un juramento que ultimadamente los afectaría solo a ellos, y le daría al resto del mundo lo que habían querido por años.
Era una dura verdad, una que descubrió en el medio de la noche, envuelto en sábanas que no eran suyas con sudor corriéndole por el pecho y la espalda. Tomm tuvo que abofetearlo para poder despertarlo y después se sentó con él por casi tres horas mientras Félix le explicaba en susurros que Kenny era un mentiroso de mierda y que ser un Reiss era una porquería.
Dormir había sido un problema antes, pero ahora… Ahora debía tener a alguien a su lado que lo despertara a bofetadas porque Frieda lo había jodido demasiado con esa habilidad suya.
… No iba a decirle eso, sin embargo. No iba a decirle a nadie eso porque Frieda, si bien una farsa sometida a otra voluntad, aún era su amiga, aún era parte fundamental de su vida y de su crecimiento y de quién sería en un futuro, cómo había comenzado en el pasado. Y Félix no iba a traicionarla al manchar la imagen que las personas tenían de ella.
La que Historia tenía de ella.
—Perderla fue… Es duro, es difícil, y no creo que vaya a superarlo nunca —dijo en un quedo susurro. Alzó la mirada hacia Erwin otra vez—. Por eso sé cómo es que Levi se siente contigo siendo tan… Obstinado. No tengo derecho a decirte qué hacer, ni cómo vivir tu vida o elegir tu muerte, pero… Solo quiero que tomes en cuenta que si bien también somos humanos, nosotros los Ackerman sentimos las pérdidas de esas personas como si nos arrancaran nuestro propio corazón.
Se le oscureció la mirada y a Félix se le hizo un nudo en el estómago; sintió ganas de vomitar, de ponerse en pie, acercarse a él y sacudirlo de los hombros hasta hacerle entender que perderlo no valía la pena.
El silencio del Comandante era revelador en un sentido macabro, también algo triste, porque era obvio que nadie iba a poder convencerlo de quedarse, por más que él o Levi o tal vez incluso Hange lo intentaran… Era en vano.
Tal vez si Historia, o el mismo Félix se lo ordenaran, tal vez solo entonces Erwin daría un paso atrás y dejaría a Hange liderar la expedición, pero no había motivos suficientes como para hacer tal demanda a menos que fuera Félix quien confesara frente al resto de los involucrados que dejarlo atrás era solo egoísta de su parte, porque perderlo a el también sería algo que Félix nunca superaría.
No era válido, solo porque Félix lo quisiera vivo y sano… No sería válido frente al resto de los involucrados.
… Probablemente se reirían de él.
—Tu madre… ¿Ella y tu padre…?
—¿Uh? —el cambio de tema le dio un poco de vértigo—. Ah, uh, no. Ella… Ella jamás tuvo ese despertar, es muy normal. No necesita de las habilidades de un Ackerman para sembrar terror en mi y en Kenny.
Los hombros de Erwin se sacudieron un poco cuando se rio de su comentario, y con eso el ambiente se aligeró un poco.
Fue mucho más fácil respirar.
—Quiero decir, mi mamá lo amaba, si es lo que querías decir, pero no por esta cosa Ackerman. Ella solo estaba enamorada de él y yo nunca lo entendí, supongo —alzó los hombros e hizo un desinteresado gesto con su mano—. Tuvo varios pretendientes, pero ella los rechazó siempre.
—¿Por qué? —preguntó el otro con genuina curiosidad.
—Mhm, ni idea, por mi padre —dijo, echando vistazos tras Erwin hacia los colores del atardecer filtrándose por el cristal—. Ella solía decir que no necesitaban estar juntos para estar juntos.
El rostro de Erwin hizo esta rara expresión, sus cejas frunciéndose pero su boca curveándose en una muy confundida sonrisa que le causó gracia. Félix alzó su mano y lo señaló con su dedo.
—Sí, exacto, yo también puse esa cara.
El comandante rio suavemente y se acomodó en su asiento, cruzando una pierna encima de la otra.
—¿Te importaría elaborar?
Tildó la cabeza hacia atrás, pensativo.
—Se refiere a que no importaba que no estuvieran juntos, no físicamente no uno al lado del otro, con un anillo en su dedo o unidos por un sacerdote —Félix se encogió de hombros y se enderezó un poco, apoyando su brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá—. Ella decía que no necesitaban nada de eso para saber que de alguna u otra manera iban a pertenecerse el uno al otro de por vida.
El rostro de Erwin se suavizó un poco, todo rastro de confusión y duda yéndosele de la expresión en cuestión de segundos.
—Suena agradable.
Hizo un simple gesto con sus hombros que le restaba importancia a lo previamente dicho.
—Suena cursi, pero sí agradable también, supongo.
Y después hubo más silencio.
Félix… No sabía muy bien qué decir, o más concretamente, cómo decirlo.
La multitud de cosas que simplemente quería escupir y sacarse del pecho eran muchas, tantas que no le alcanzaría una vida entera para poder hacerlo. De tener el valor de hacerlo, probablemente le diría sobre su padre, sobre él siendo el rey, sobre Historia y Frieda y los recuerdos, las vidas, el Titán Fundador y el mundo de arena y cielos oscuros.
Le diría cientos de cosas que le causaban pesar.
Fue entonces que recordó lo que Eren le había dicho en la cima del Muro Rose.
Si fuera Erwin quien le pidiera quedarse, ¿lo haría?
—¿Te quedarías? —dijo pasados unos segundos—. Si te lo pido amablemente, ¿te quedarías?
—Define amable.
—No te romperé las piernas, si eso es lo que te preguntas —rio—. Pero probablemente te ataría, te metería a una habitación y te dejaría ahí a tu suerte hasta que volvamos.
Erwin también rio y tomó uno de los cojines del sofá para poder lanzarlo hacia él. Félix subió sus brazos para protegerse y el cojín rebotó en ellos, cayó sobre el sofá y después se ladeó hasta caer al suelo. Estiró su mano para recogerlo y poder lanzarlo de vuelta, y Erwin, casi sin esfuerzo, lo atrapó con su mano y lo colocó sobre su regazo.
—Tentador, pero tendré que negarme —dijo con una sonrisilla—. Aunque gracias por la oferta, por cierto.
—Bueno, al menos Levi ahora no podrá hacerme nada. Lo intenté y te tengo de testigo.
—Buena suerte con eso.
—Alentador, Comandante.
Erwin se veía tan bien cuando se reía, todo despreocupado, bonito y joven, con la puesta de sol arrojando rayos dorados sobre su rostro y resaltando el hermoso azul cerúleo en sus ojos. Oh Dios, Félix estaba tan mal y él lo sabía y era un poco vergonzoso estar tan perdido en un solo hombre.
Un ligero rubor le cubrió las mejillas y Félix se encorvó un poco, su mano yendo hacia su rostro de inmediato para cubrirse tras de ella.
—¿Significa entonces que ya estamos bien? —preguntó el rubio con suavidad—. Sé que me has estado ignorando estos últimos dos meses, y debo admitir que fue… Extraño. Nunca me habías evitado de esta manera.
Muy lentamente tomó aire por la nariz, luchando contra el impulso de ocultarse bajo una roca y permanecer ahí hasta que esto diera por terminado.
Pero estaba ahí la vocecita de la duda, la que le decía '¿y qué tal sí…?'. Era la de Eren también, la duda en su voz, el miedo, la súplica.
Junto a él se hallaba Frieda y la promesa que hubo arrancado de Félix aquella última vez que se vieron antes de que partiera hacia la academia.
Se reclinó hacia atrás en el respaldo y miró hacia arriba, trazando las manchas en el techo y los puntos que a veces se conectaban. El candelabro con las velas que colgaba por encima estaba apagado, pequeñas motas de tierra y polvo flotando en el aire alrededor del objeto colgante.
—Creo… —empezó a decir en un susurro, inseguro, temeroso—. Creo que estoy enamorado de ti.
La boca se le volvió arena y el peso de su lengua se triplicó tanto que la sintió entumecida. Tenía los ojos fijos en el techo, en el candelabro de hierro revestido con toques de plata aquí y allá, bordes dorados que también brillaban con la luz de sol que les rozaba encima.
El silencio era asfixiante, y le daba temor bajar su mirada hacia Erwin porque no quería ver lo que él ya sabía que encontraría.
Aún así lo hizo, descendiendo con calma por las paredes, las cortinas y el cabello rubio hasta posar su mirada encima de un rostro contorsionado por lo que él no sabía si era shock, conciencia abrupta o simple realización.
El miedo le hundió las garras en el pecho y Félix luchó por mantener su respiración tranquila, por mantenerse lo más quieto posible para no levantarse y salir corriendo. Este no era el momento de ser evasivo, de ser un cobarde. Tenía que hacer esto, porque de lo contrario la sensación seguiría trepando y trepando y trepando, ocuparía demasiado espacio en su pecho y, en última instancia, lo ahogaría en él.
Luego, el '¿qué pasaría si…?' se quebró por completo cuando la mirada de Erwin finalmente, finalmente se alzó para encontrarse con la suya porque en ese momento supo exactamente qué era lo que el Comandante le diría. Sí, en ese momento supo que ese '¿qué pasaría si…?' no sería suficiente.
—Félix… No, no sé —Erwin tartamudeó—. Ahora mismo, no creo-
Una tranquila risa se deslizó fuera de sus labios con suavidad y la boca de Erwin se cerró de golpe. Había algo muy gracioso en esta situación, algo que al mismo tiempo le rompía el corazón pero que le hizo sentir en paz con ello.
Félix ladeó un poco el rostro y lo observó, una ligera sonrisa posada sobre sus labios con lo que él esperaba que fuera nada pero entendimiento brillando en sus ojos.
—No tienes que decir nada, ¿sabes?
Vio a Erwin tragar saliva visiblemente, su manzana de Adán marcándose contra la blanca piel del cuello. La tensión que destilaba su figura ahí sentada era tanta que comenzaba a permear la habitación entera, y Félix no quería que eso ocurriera.
—…Sería injusto si yo no, si solo… Si me quedo callado-
—No, de verdad —interrumpió casi enseguida, tanto por su propio bien como por el de Erwin—. No te lo dije por la expectativa de lo que tu me dirías, la verdad… Creo que no esperaba nada, excepto solo… Decírtelo.
—¿Por qué? —la pregunta fue un susurro, tan quedo como el suave palpitar de su corazón en su pecho.
—No sabemos qué es lo que va a ocurrir en esta expedición, no sabemos si vamos a volver. Si tu lo harás o yo lo haré —suspiró—. Y sé cómo es perder a alguien y no decirle cómo te sientes, quedarte con todo ese… Todas esas cosas guardadas en el pecho, te ahogas en ellas. No quería que fuera así contigo.
Esta vez el silencio que impregnó el lugar era delgado, aterciopelado, expectante de tal manera que se sentía un poco más seguro al saber que esto era todo, que aquí mismo terminaría y que el punto que pondría aquí sería punto y aparte.
Era exhilarante en el peor de los sentidos.
Félix tomó un profundo respiro y echó un vistazo tras la ventana, notando la puesta de sol apenas por un refilón que le dejaba entrever la cortina semi corrida. Se arregló la camisa, nervioso, y se enderezó.
Erwin lo miraba atentamente, pozos azules y cielos cerúleos oscurecidos, la marea en ellos turbia, desesperada.
—En fin, ya dije lo que tenía que decir. Ahora me iré.
—No tienes que irte.
—Nah, descuida —hizo un gesto con su mano y rodeó el sofá para acercarse hacia él—. Debo ir a casa de cualquier modo, cenaré con mi madre y los Jovan hoy.
Erwin alzó la mirada hacia él cuando la mano de Félix se colocó suavemente sobre su hombro, dándole un apretón que sirvió para decirle esto es real, así que sigue adelante.
—No te preocupes, ¿sí? No me rompiste el corazón o algo —no tanto, murmuró una voz desde algún rincón en su mente. Félix trató de transmitirle con su mirada todo lo que no podría decirle con la voz—. Volveré a casa sintiéndome mejor a como me he sentido estos últimos meses, y eso es… Bueno. Así que no te formes ideas estúpidas y te culpes por cosas que no son, Erwin.
—Tengo un talento para eso ¿cierto?
—Lamentablemente —rio entre dientes, y su mano se deslizó por la camisa hacia el cuello, traspasando la tela hasta sostener el cordón negro oculto bajo de ella. El collar con la lágrima de jade se reveló un segundo después—. Conserva esto, ¿de acuerdo? Te dará más suerte que a mi.
La mano de Erwin, grande y cálida, subió hasta poder encasillar la suya y los dedos del otro se colocaron con quietud sobre los suyos, apenas y rozando el cordón.
—Pero esto es tuyo —murmuró.
Félix sonrió, y quitó su mano de debajo de la Erwin unos momentos después.
—Considéralo un regalo, Comandante.
La mirada de Erwin encima de él era pesada, cargada de un sentimiento de culpabilidad que le sabía amargo, le sabía a granos de café y tranquilas noches, sonidos de papel siendo arrugado y de una pluma rasgando encima de el.
—Te veré después, entonces —dio media vuelta y volvió a rodear el sofá para continuar hasta la puerta, pero se detuvo frente a ella, con su mano sobre la madera—. Y por favor, considera lo que te dije sobre Levi. No es lindo ser dejado atrás, lo sé, pero si eso te mantiene a salvo… Los dos estaríamos muy agradecidos por ello.
No quiso escuchar la respuesta de Erwin.
Al salir, cerró la puerta a sus espaldas y se recargó contra ella para tomar un profundo respiro, dejar que el aire le llenara los pulmones solo para dejarlo escapar con lentitud unos pocos momentos después.
Se sentía entumecido, ahogado.
Se sentía más ligero también.
Aquello no le quitaba la pizca de decepción que sentía picarle la garganta, bajando lentamente por su laringe hasta alojarse en alguna parte de su pecho. Le quitaba el aliento, y el dolor que se ocultaba ahí debajo le decía una variedad de cosas a las que hubiera preferido mantenerse sordo.
Se despegó de la puerta con lentitud y miró hacia un costado, sonriendo con suavidad al encontrarse con Eren mirándole de vuelta.
El chico tragó saliva con pesadez.
—¿Ya te vas?
—Mhm. Iré a cenar con mi mamá.
Eren asintió, mirando un punto tras su hombro con tanta intensidad que Félix temió la pared tras él se fundiera. Avanzó los pocos pasos que los separaban y le echó un brazo a los hombros, tirando del chico con suavidad para llevarlo lejos de esa habitación.
Los pasillos estaban tenuemente iluminados, desolados. El poco ruido que se escuchaba provenía de las plantas inferiores y era muy probable que se tratara de Hange, porque Hange era Hange y nunca nada iba a cambiarla.
Además, incluso descendiendo las escaleras alcanzaba a escuchar su voz traspasar los muros de roca revestidos con madera, así que…
—¿Estabas esperándome?
—El capitán Levi se ocupó en algo —el castaño se encogió levemente de hombros, mirándole de reojo—. ¿Hablaste con el Comandante Erwin?
Félix sintió ahí el pinchazo de dolor, quedo y tranquilo y controlado.
Suspirando, los guió hacia el exterior del complejo y deshizo el agarre sobre los hombros del menor cuando fuera se encontró con Mikasa y Armin, quienes se giraron a mirarlos a ambos con rostro dubitativos.
Les regaló una sonrisa a ambos.
—Hey, chicos, ¿cómo están?
—Bien —respondió la chica, asintiendo—. Gracias por preguntar.
Mikasa era intimidante, pero técnicamente ellos dos eran familia así que Félix se sintió con el derecho de estirar su mano para darle unas palmaditas en el hombro. Armin le miró, estupefacto, y a su lado Eren se tensó un poquito. Mikasa se mantuvo quieta, mirándole con lo que le parecía algo de confusión.
—Creí que estarían con Levi.
La mirada de la chica se oscureció un poco y sombras le cayeron sobre el rostro. Armin tuvo la prudencia de alejar un paso de su amiga de la infancia, sonriéndole nerviosamente.
—Hange dijo que necesitaba enseñarle algo y se lo llevó. Los demás se fueron a ver si había algo para cenar.
Félix asintió.
—¿Y qué hacen ustedes aquí, entonces?
Mikasa se aclaró la garganta y no muy sutilmente miró al chico de pie a su lado.
Félix, comprendiendo, volvió a asentir y le dio un empujoncito a Eren para que fuera con sus amigos. El chico le tiró una mirada de costado pero avanzó los pocos pasos que lo separaban de los otros dos, hombros encorvados con lo que parecía ser decepción.
La chica se detuvo, sin embargo, y le miró con algo que era cercano a la curiosidad.
—¿Ocurre algo, Mikasa?
Mikasa apretó los labios y ladeó el rostro, parcialmente enterrando la parte inferior de su cara entre la bufanda roja que siempre llevaba con ella. Félix le echó un vistazo rápido y uego miró a Eren, pero éste se rehusaba a si quiera reconocer su presencia en esos momentos.
—Kenny Ackerman —dijo finalmente—. ¿Irá con nosotros a la expedición?
Félix, carraspeando, tiró del cuello de su camisa mientras asentía.
—Uh, sí, sí irá. Nosotros tres, de hecho.
Ella asintió con lentitud.
—Ya veo…
Mikasa se giró, dándole la espalda, y comenzó a caminar por detrás de Armin para seguir hacia donde se encontraban los otros. Félix le entendió de cualquier modo, y sonrió con ligereza.
—¿Sabes? Tal vez tu y Kenny se llevarían bien —aquello la detuvo y la hizo girarse de nuevo hacia él.
La chica parpadeó, desconcertada.
—¿Por qué crees eso?
—Bueno, además de que son básicamente familia y que es un hombre… Peculiar, y… Tal vez puedas aprender algo de él, así que… —se encogió levemente de hombros y les ofreció a los tres una sonrisa de disculpa—. En fin, nos veremos después. Díganle a Hange hola de mi parte.
—Ah, uhm- Hasta mañana, Félix.
Armin era cordial, y casi se despidió de él con un saludo con el que Félix sin duda se sentiría ligeramente incómodo, aunque también le podría haber causado gracia.
Estaba ya alejándose de ellos cuando alguien carraspeó.
—Félix.
La voz de Eren estaba tensa, sus ojos fijos en él y el jade en ellos seco.
Era la expresión en su rostro, lo que implicaba, lo que decía sin la exclusiva necesidad de usar palabras.
Félix sonrió, pero no se atrevió a ofrecer una explicación. A ofrecer algo más. Había dado suficiente ese día, y honestamente solo quería tomarse un descanso.
Así que sonrió, se dio la vuelta y se fue.
Otra vez otro cap de 11k sigh…. No les digo??? JWKFKQKFKQKF
FUN FACT DEL DÍA: Si se fijan cómo Erwin jamás dijo no corresponder los sentimientos de Félix si no que dice "ahora mismo no creo"??? Like, tssssss KWKFKQKFLLQ
en fin, que iba a decirles otra cosa pero ya es trend mía que se me olvide SO me voy porque debo empezar el otro cap, espero que les guste este!!<3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top