56. Cadenas y anomalías
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS
CADENAS Y ANOMALÍAS
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—¿En serio vas a hacerlo?
Félix suspiró por enésima vez, rodando sus ojos al hacerlo.
La brisa se sentía cálida, y el día estaba caliente. Desde el interior de la casa podía escuchar las carcajadas de su madre y la suave voz de la señorita Diane; Jocelyn había ido a casa de los Nimm para pasar tiempo con Astoria, la menor de todas ellas y Tomm probablemente se hallaba de camino a la Capital, listo para enfrentarse a otro día de reuniones oficiales y verle la cara al resto de los nobles que compartían miseria con él.
Félix, por una vez, agradecía tener algo más importante qué hacer.
—Ya te dije que sí. ¿Acaso no me escuchaste las primeras mil veces que lo repetí?
Kenny chasqueó la lengua y le dio un zape, pero Félix se inclinó y la mano del mayor apenas y le rozó los cabellos, pasando hacia el frente sin contratiempos. Él giró sobre sus pies y se echó hacia atrás, lejos del alcance del otro.
—Deberías estar con Historia.
—Historia concordó conmigo que esto era más importante.
Kenny le miró con perspicacia. Era una nueva mirada en el hombre que le hacía sentir extraño, porque Félix, en todas sus vidas, tendía a conocer raras facetas del hombre y esta era una de ellas, pero era… Confuso, conocerlas y reencontrarse con ellas nuevamente.
Cada vida vivida por él era desconcertante, ciertamente.
—Si Zackly no nos ve ahí-
—Al diablo lo que Zackly crea, esto es más importante —dijo, sacándose las botas y tirándolas a un costado, cerca del árbol a su izquierda—. Soy el puto rey, si él tiene algún problema, puede venir y decírmelo de frente.
Kenny silbó por lo bajo mientras él se quitaba los pantalones, y el azabache, avergonzado, se detuvo un segundo para tomar aire y proseguir con lo suyo.
—Cuando Ymir dijo que te estabas volviendo salvaje no le creí, pero… Chico, ¿qué estás comiendo, uh? Eras una cosita patética hace unos días y ahora-
—Kenny —dijo él y se enderezó, girando un poco para observar al mayor, quien le devolvió la mirada con una ceje alzada—. Si vas a ser una molestia, mejor vete. No quiero perder el tiempo.
—Perder el tiempo, uh. ¿Perder qué tiempo, Félix? Nadie te está apresurando a hacer nada. Historia está enfrentándose a estas reuniones ella sola con Ymir allá con ella y nosotros estamos aquí haciendo qué, precisamente, ¿uh?
—No te pedí que vinieras conmigo ¿sabes?
Kenny rodó los ojos.
—Eres el rey, Félix —dijo, remarcando la palabra 'rey'—. No importa que no lo seas públicamente como Historia, lo eres. Yo solo hago mi trabajo, y mi trabajo involucra cuidar de ustedes dos.
—No somos niños para que-
Suspirando, Kenny se acercó a él y ésta vez sí le dio un zape.
—Calla con eso y mejor explícame qué diablos hacemos aquí, y qué diablos buscas de hacer esto.
Félix suspiró y se pasó las manos por el cabello, despeinando los mechones y tirando de ellos con algo de frustración en las venas, y en los nervios, y en cada una de esas fibras en su cuerpo que le dificultaban la vida. Era estúpido, e innecesario, y sentirse así…
Estaba cansado de sentirse así.
—Tengo que saber qué es eso —murmuró volviéndose al frente. El lago en la propiedad de los Jovan brillaba del mismo modo que el lago de Uri lo hacía la última vez que estuvo en el, y la superficie, perlada y luminosa, reflejando la luz del sol, se veía como un gran, enorme espejo en el que él iba a zambullirse—. Ese… Ese mundo, ese árbol y sus arenas, tengo qué saber quién está allí.
De Kenny no escuchó más que un quedo suspiro.
El día estaba hermoso, y sin embargo, Félix no podía dejar de sentir que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar con más facilidad en el tablero, que las que estaban perdidas podrían ser halladas si conseguía ir a ese sitio. Era una sensación enterrada bajo su piel que simplemente le pedía a gritos que fuera, que lo encontrara, y entonces entendería.
—¿Y por qué aquí? —preguntó el otro, ligeramente irritado—. ¿Por qué un puto lago, uh?
—Porque parece un espejo.
—… ¿Qué?
Félix suspiró, otra vez.
—Los espejos suelen ser vistos como "portales a otro mundo", el reflejo de tu propia alma o para predecir el futuro —sus dedos se sostuvieron del borde de la camiseta y luego tiraron hacia arriba hasta sacársela por encima de la cabeza—. También se cree que son reveladores de la verdad.
—¿De dónde sacaste eso?
—Encontré un libro entre las cosas de Frieda que hablaba de eso —dijo.
Kenny también suspiró. El Ackerman se llevó las manos al rostro y lo talló con las palmas, un irritado resoplido deslizándose entre las grietas de sus dedos.
—Eso no responde mi pregunta.
—Solo piénsalo. Todos estos sueños que he estado teniendo son recuerdos, hechos que ocurrieron en otras vidas, vidas mías. Y ese lugar con el árbol y la arena… Están relacionados, lo sé. Y si lo que se cree de los espejos tiene algo de verdad, ¿por qué no puedo usar la metáfora del lago en esto?
—Félix —repitió Kenny con extrema paciencia—. Vas a hundirte ahí dentro, chico, y tu madre está en esa casa de allá atrás bebiendo café muy tranquila. ¿Qué le voy a decir si de repente te ahogas y lo único que alcanzo a sacar del agua es tu cadáver, uh?
—No voy a morir.
—¿Cómo estás tan seguro de eso?
—Esta… Cosa, ésta cosa, lo que sea que es, no va a dejarme morir así de fácil.
—¿A qué te refieres?
Había un tono de cautela en la voz de Kenny y Félix maldijo por lo bajo, sus puños cerrándose levemente. El azabache resopló y agitó su mano como si quisiera sacarle importancia al asunto y avanzó los pocos metros que lo separaban de la orilla del lago, sus pies hundiéndose en el barro del linde donde el agua lamía el césped y la tierra.
Había piedrecillas que se le clavaban en la planta del pie mientras avanzaba hacia aguas más profundas, en donde la totalidad del sol pudiera golpear la superficie del lago. El agua estaba fría incluso si el día te hacía sudar como un cerdo, y la brisa que creaba pequeñas olitas era un mero soplo comparado a otros momentos.
Mientras más se acercaba al fondo más comenzaba a sentirse ligeramente inseguro, pero no iba a parar. No lo haría ni porque fuera su madre quien se lo pidiera.
Él necesitaba entender, saber, comprender.
El fondo de tierra desapareció bajo sus pies y a partir de allí, Félix echó a nadar. Su cuerpo se había desacostumbrado a moverse bajo el agua como si este fuera el aire, pero estar en la Legión lo había mantenido en forma suficiente como para permitirle seguir avanzando sin mucho problema.
Antes, cuando la vida era más sencilla, solía pasarse los días ahí metido con Frieda mientras ella gritaba y le echaba agua en la cara. Félix la perseguía y a veces la hundía, a veces la cargaba en su espalda mientras nadaban en círculos entre el agua y los pecesitos.
Había sido ahí en donde encontraron la lágrima de jade, enterrada en el fondo del lago y brillando como una perlita perdida.
Por encima de su cabeza, el sol golpeaba con fiereza y Félix se detuvo un segundo para checar la orilla del lago y buscar a Kenny. El mayor terminó por tomar residencia en el árbol con toda la ropa de Félix tirada entre las ramas alzadas fuera del suelo, recargado contra el tronco y luciendo descontento de estar ahí.
Kenny alzó uno de sus brazos y le hizo una seña y Félix se la devolvió.
Bien, pensó. Aquí voy. La verdad no sabía qué hacer, pero el libro de Frieda mencionaba a los espejos como un portal a otro mundo, como los que reflejaban la verdad, y lo más cercano que Félix tenía a un gran, enorme espejo que le permitiera hacer eso era el lago de los Jovan, así que aquí iba todo, suponía él.
Pero hacer aquello, hacerlo y tener éxito, podría mantener a Eren lejos de esto, lejos de ese desastre en el que Félix parecía haberse metido por sí solo.
Así que ahí iban sus pobres intentos, pero si esto mantenía a Eren a salvo, bueno…
Tomando una profunda bocanada de aire, apreció el cielo por encima de él junto con el sol, y después se hundió bajo las aguas deslumbrantes.
Félix cerró los ojos con fuerza y pensó en el árbol y la niña, la manzana que colgaba de las ramas largas y pálidas, el brillo que emitía y el oscuro cielo manchado de puntitos que asemejaban estrellas vagando por una eternidad en un vacío infinito. Pensó en Frieda también, en los ojos cristalizados que asemejaban diamantes y se forzó a escuchar el crujir de sus huesos, el olor metálico de su sangre chorreando por un cuerpo cortado a la mitad, el otro siendo consumido por un titán gigante.
Pensó en Eren; con sus ojos color jade hermoso y su cabello suave, chocolatoso, metido en este enredo por su propio padre de la misma manera en la que todos los padres de todos los involucrados en este enredo parecían haberlo hecho. Pensó en Eren, en lo que aguardaba dormitando dentro de él, en esa chispa de poder que refulgía solo con la sangre correcta.
(Había un cántico en su cabeza, gritos que se disolvían en canciones.)
El oxígeno comenzó a faltarle e incluso cuando la oscuridad de sus párpados invadió su invasión, los puntos descoloridos que aparecieron frente a él le advirtieron de que se le acababa el tiempo.
Vamos, vamos, vamos. Solo un poco más, solo llévame ahí, solo-
Tosiendo, tiró la cabeza hacia atrás y abrió los ojos de golpe, sus pulmones rogando por un poco de oxígeno cuando se encontró con un cielo estrellado, con la palidez de un árbol que extendía sus brazos hacia algo inalcanzable.
Félix se enderezó de golpe y sus pies se hundieron en arena.
(Había voces en su cabeza, voces que vibraban a su alrededor como tenues susurros.)
Sus pies lo arrastraron lejos de donde apareció y lo llevaron hacia el árbol, hacia la majestuosidad que irradiaba de el y el llamado, las voces.
El cántico.
El desolado lugar daba esa vibra de miedo que Félix sintió antes, cuando era nada más un niño escondido en los brazos de su madre durante alguna tormenta. A donde quiera que mirase había soledad, y arena, y estrellas y un cielo oscuro. Ni siquiera sabría decirte cuál era el norte y cuál era el oeste, cuál podría ser adelante o atrás, o donde comenzaba el lugar y si había un sitio donde terminara.
Aún caminando, se detuvo a contemplar el páramo y aspiró profundamente. Había un tenue dolor en sus costillas, aguardando a manifestarse en el peor de los momentos, y Félix lo sabía porque eso era asquerosamente común, incluso en esos tontos libros que Frieda leía; las cosas empeoraban cuando, o iban muy bien, o iban horrendo.
El azabache alzó uno de sus pies y lo dejó caer, dando un paso, y después dio otro; iba allá a donde se veía el árbol, a donde el brillo lo cegaba, pero sentía que se quedaba sin aire y los pulmones, extrañamente, le pesaban.
—¿A dónde vas?
Félix se detuvo.
Se detuvo tan de golpe que sus pies se anclaron entre la arena y le costó un poco darse vuelta para poder mirar a sus espaldas, a quien sea que estuviera allí. La sombra o la niña, el encadenado o la que deambulaba.
Lo primero que vio fueron ojos verdes, y por un momento, por un segundo, por una eternidad también, creyó estar viendo a Eren.
El cabello oscuro le caía gentilmente por los costados del rostro y se asentaba sobre su cabeza como una suave corona de rizos y mechones, cortos y largos, de un negro tan oscuro que si miraba hacia arriba los confundiría con la oscuridad del cielo. Había unos de ellos que se le curveaban por encima de la frente, viéndose como pincelazos puestos sobre un lienzo sin técnica alguna.
Era Eren, ante sus ojos, pero entonces la imagen se disolvió, la arena lo consumió, los granitos de la que estaba hecha se derritieron y cayeron en cascada hacia el suelo y… De repente, se estaba mirando a sí mismo.
Félix sintió que el aire lo abandonada de golpe.
—Oh, mierda, ¿qué caraj-?
—Ah, viniste antes de tiempo —dijo el otro, el Félix con el cabello negro como el carbón y los ojos verdes que brillaban—. ¿En qué momento estás? ¿En Marley, cuando estás por tomar control del Fundador?
—¿Qué-?
—Tal vez antes de eso —murmuró, y fue ahí que se dio cuenta que no estaba hablando propiamente con él—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que recuperaron el Muro María?
Su boca se abrió y cerró inútilmente, pocas palabras saliendo de ella pero el otro asintió, como si entendiera lo que quería decir sin la necesidad alguna de decirlo explícitamente.
—Ya veo… Sí viniste antes de tiempo. Viniste muchísimo antes que en distintas ocasiones, Félix.
Félix, estupefacto, tragó saliva con pesadez e inspeccionó al otro; le era imposible quitarle los ojos de encima. Llevaba una camiseta gris de manga larga y pantalones oscuros, y andaba descalzo. La camiseta dejaba ver la clavícula, la fina cicatriz que empezaba desde el hombro y descendía hasta perderse bajo la prenda.
Se sentía sin aire, sin… Sin…
(Las voces aumentaron.)
—¿Quién… Quién eres?
El otro Félix le sonrió; había una gentileza en ese gesto que, a pesar de tener el mismo rostro, Félix nunca había visto antes. Algo se quebró dentro de él entonces, y todas las memorias que se habían mantenido a raya vinieron a él en un torrente parecido a una cascada, a un diluvio, y se llevaron consigo la poca lucidez que ese momento podría darle.
El árbol desapareció, y la arena comenzó a cerrarse a su alrededor.
—Antes me llamaba Félix —murmuró el otro, andando sobre la arena como si caminara sobre hielo—. ¿Qué ves, en estos momentos?
—Todo —dijo antes de si quiera procesarlo bien, pero… Pero era cierto—. Puedo… Puedo verlo todo, ¿por qué?
—Podría ser el Fundador —murmuró—. Nadie lo ha usado a su capacidad total desde hace años, y las habilidades que posee son… Únicas. ¿Qué pasa si el Titán también evoluciona, si cambia? Todo está destinado a cambiar, supongo, y el Fundador podría no ser una excepción.
Félix parpadeó y otro mundo se destrozó tras sus ojos, otra vida se quebró y otro hilo se quemó.
La edificación de arena que recorrían se vino abajo, y se diluyó en el suelo y de el volvió a crearse otra cosa; una niña pequeña sosteniendo una manzana, con las cuencas de los ojos vacías y la boca abierta, sin dientes y sin lengua.
Las yemas de los dedos de su guía acariciaron la cabeza arenosa y después se movieron hacia la manzana, tomándola con facilidad de las manos de la estatua.
—Fuimos un poco ingenuos, ¿sabes? —dijo sin despegar su mirada del fruto—. A veces desearía haber sido egoísta de por vida, y a veces deseo no haberlo sido por tanto tiempo. A veces los caminos fluyen y las semillas se rompen, y en ocasiones… En ocasiones, ocurren milagros.
La manzana se deshizo y los granos de arena cayeron de entre sus manos como agua; y después se reformaron, y muros conocidos se alzaron a su alrededor como si fuese un laberinto. Tenía estatuas flanqueando los costados del camino por el que andaban, y el brillo del árbol podía verse por encima de las murallas, como una linterna indicándoles el camino fuera del acertijo.
—¿Qué clase de milagros?
El otro ladeó su rostro y su mirada subió hacia el cielo.
—No son los milagros que conoces, supongo. Esas otras vidas que vives llegan en oleadas, suaves y tranquilas y después te destrozan. Lo sé, lo he visto.
—¿Por qué? ¿Por qué…? —su voz se perdió por un segundo—. ¿Por qué está ocurriendo esto?
—Todo empezó por una anomalía —de la arena surgió otra estatua, un gusano que creció en un ave y después un humano—. Y toda anomalía busca adaptarse. Toda anomalía busca sobrevivir, seguir y no detenerse. Toda anomalía es ambiciosa, y egoísta, y carnívora. Toda anomalía es extraña así.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo, qué tiene-?
—Toda anomalía empezó por un error —dijo, y entonces su rostro lo encaró de vuelta. Félix alejó la mirada deprisa, sintiendo que el estómago le daba vueltas—. Y todo error empezó por un deseo.
—¿Eso soy yo? —preguntó con burla—. ¿Un deseo nada más?
La sombra antes encadenada le miró con el rostro inexpresivo, con los ojos verdes faltos de brillo.
—Yo soy el error —dijo, y los muros crecieron un poquito más. El dedo con el que lo señaló era firme—. Tu eres el deseo.
Félix parpadeó y otro hilo se quemó, otra vida terminó.
(Los gritos se volvieron cánticos.)
—Y tu y yo, y los otros, los que mueren en cada ciclo, todos nosotros somos la anomalía —susurraba como si tuviera miedo de hablar más alto, como si en aquel desolado mundo hubiera algo a lo que temer—. ¿No lo entiendes? Félix Kaiser no debió haber existido desde el momento en el que la Coordenada fue robada, pero las anomalías funcionan así. Son codiciosas, y egoístas, y evolucionan, se protegen, todas ellas.
Félix se hundió en la arena bajo sus pies. Los muros se alzaron un poquito más.
—Dices… ¿Que yo no debí haber existido?
—No, no realmente. Pero aquí estás, existes, así que eso no es lo que debes temer. Existir y vivir no es lo mismo, concuerdo con eso, pero existir es ser tangible y vivir es sobrevivir, morir, y para ti, repetir el ciclo. Eso eres tu, y cada vez que despiertas, cuando vuelves a abrir los ojos con débiles memorias de un mundo distinto, deberías saber eso.
Que esto es así.
—¿Por qué? ¿Por qué debo-? ¿Qué-?
Se le dificultaba hablar, sobre todo porque la lengua la sentía pesada y las palabras, extraviadas.
Los muros crecieron un poquito más y Félix dejó escapar una quebradiza risa, una de locura. Se llevó las manos a la cabeza y enterró sus dedos entre los mechones oscuros, tirando suavemente de estos mientras susurraba bajo el aliento que por favor, por lo que más quisiera, despertara.
—¿Qué hice? —murmuró.
Los ojos verdes en el rostro desconocido parpadearon, y las cadenas que lo apresaban de las muñecas la primera vez que lo vio tintinearon desde algún lejano sitio en ese decrépito mundo.
—Nacer.
El desconocido alzó su mano y sus dedos acariciaron la superficie del muro suavemente, que se deshizo en cuestión de segundos y después se reconstruyó en instantes; el perfil y la nariz, también la forma de la sonrisa y la suavidad con la que se sostenía el cabello cuando debía fregar los pisos.
—Conservo estas estatuas para no olvidar sus rostros —confesó el otro, moviéndose en círculos a su alrededor mientras más estatuas aparecían—. El tiempo aquí fluye distinto, a veces es como haber pasado toda una infinidad aquí, y en otras… Se sienten como solo segundos.
Félix se preguntó qué haría él si quedaba atrapado dentro de un oscuro lugar sin posibilidad de ver a nadie de los que amaba, se preguntó si también tallaría los rostros de ellos en tierra o piedra, arena o incluso nieve.
La estatua de pie junto a su madre se talló por sí sola en Frieda, y junto a esa apareció la de Levi, después la de Historia, la de Zeke, la de Erwin.
El corazón comenzó a hacérsele pequeño en el pecho.
—Las anomalías son así, Félix —murmuró—. Aparecen para crear desorden y después ordenarlo de nuevo como ellos lo creen mejor. Aparecen para ser demonios y ángeles en ocasiones, para ser mejores o peores, para mejorar a unos pero no a los otros, son vida sí, y también pueden no serlo. No es bueno fiarse de la vida misma, tampoco.
Los muros cayeron, las estatuas también, y frente a ellos solo quedó el árbol de ramas pálidas.
—Y… ¿Y eso también es una anomalía? ¿El árbol también está maldito?
—Del mismo modo en el que nosotros lo estamos, sí.
Algo tintineó.
Félix, comprendiendo al fin que no estaba viendo espejismos y que no estaba del todo loco, miró las muñecas del hombre con aprehensión.
—Dónde… ¿Dónde están tus cadenas?
Los ojos verdes se movieron hacia él con lentitud.
—Las traes puestas tu.
Horrorizado, bajó a prisa su mirada hacia donde sus brazos se hallaban y los alzó de golpe, y entonces las cadenas se materializaron del aire mismo y lo apresaron. El tintineo que emitieron cuando Félix tiró de ellas con brusquedad se unió al coro de cánticos y de voces, susurros que subían de volumen en cuestión de segundos.
Se sacudió de pies a cabeza, esperando que las esporas de arena y los granos se le fueran de encima, pero las cadenas se tensaron, brillaron por un breve segundo de ese agudo color que a veces veía en la mirada de su capitán, y se quedaron quietas.
—H-Hey… —murmuró con voz temblorosa—. Hey, ¿qué-? ¿Qué haces?
El desconocido volvió a ladear el rostro como si fuera un cachorro confundido. Y el miedo se desató en él.
—¡Oi! ¡Qué haces ahí, ven y-!
—¿Es una orden? ¿Me estás ordenando?
—¡N-no! ¡Tal vez, yo solo quiero-! ¡Solo quiero que me las quites!
La cabeza del desconocido se tildó hacia el costado contrario, el rostro contraído, serio y carente de brillo. Fue como volver a ver la sombra que tomaba la manzana de la mano de una niña harapienta.
La insistencia con la que tiraba de las cadenas era en vano; y tarde se dio cuenta de que se estaba asfixiando con ellas.
Mientras más tiraba, el hierro se le marcaba sobre la piel hasta dejar allí una huella rojiza y encarnada. Félix se tragó el nudo en la garganta y volvió a tirar, y a tirar, y a tirar, un grito de frustración atorándose en sus dientes porque por más que insistiera, las cadenas solo parecían reforzarse más.
—Quítamelas —murmuró.
Ding ding ding.
—Quítamelas…
Y los cánticos las acompañaron.
—¡Quítamelas! ¡Quítamelas ya!
El pánico que le creció en el pecho le presionaba los pulmones y el tintineo se volvió más insistente, más cansino, más fuerte.
Las voces también subieron en volumen, los gritos y los cánticos, los susurros. El aire en ese mundo se volvió pesado y comenzó a presionar contra su caja torácica como si tuviera manos propias y buscara hundirlo bajo toda esa presión.
Pero el otro solo se dio vuelta y echó a andar en dirección al árbol.
—¡Hey! ¡No te vayas, tienes que-!
Tiró de las cadenas con más insistencia mientras él se volvía una sombra.
—¡Hey! ¡Sácame estas malditas cosas!
Pero el árbol y su brillo se intensificaron y de las ramas comenzaron a caer manzanas. La silueta de una niña comenzó a verse entre el resplandor.
—¡Quítamelas! —exclamó—. ¡Quítamelas! ¡QUÍTAMELAS!
Cuando abrió los ojos de nuevos pudo ver la claridad de los rayos del sol traspasando la superficie del lago como estacas doradas parecidas a la corona de Historia. Los peces que nadaban a su alrededor brillaban cuando uno de los rayos de luz los tocaban y las escamas, resbalosas y algunas un poco mohosas, se volvían diamantes.
La presión sobre su pecho se liberó de golpe y Félix gritó; el aire se le escapó en burbujas que flotaron hacia la superficie y con sus brazos, con la fuerza que quedaba en ellos y las ansias que sentía tras librarse de las cadenas, se impulsó hacia arriba y rompió a través de la superficie del agua con una profunda bocanada de aire.
El cielo continuaba brillando, tenues manchas grisáceas en el horizonte marcando el paseo de las aves que sobrevolaban por encima de todos ellos con la libertad que otros anhelaban.
El agua a su alrededor le acariciaba el cuerpo y Félix, aún respirando con dificultad, echó a nadar en la dirección donde estaba la orilla. Las piedrecillas que se le clavaron bajo los pies no se comparaban al terror vivido en ese mundo de arena y estrellas, y cuando tocó tierra firme, se arrastró por encima del césped aliviado de saber que al menos esa tierra no se convertiría en la estatua de alguien que él amaba.
Kenny lo miró con las cejas alzadas cuando llegó hacia donde se hallaba sentado.
—Oi, ¿qué demonios? —exclamó—. Vuelve ahí maldita sea, ¿qué no tenías que-?
Félix terminó arrodillado sobre la hierba, tosiendo lo que parecía ser casi un pulmón entero y escupiendo sobre el césped pequeñas gotitas de agua que simulaban rocío de la mañana. Kenny se quedó callado, observándolo con el ceño fruncido.
—Oi, chico, ¿qué te pasa?
Félix tomó una profunda bocanada de aire, tirándose de espaldas sobre el césped, y se talló los ojos con el dorso de las manos, sintiendo las tibias lágrimas que le caían por las mejillas con gentileza. Alrededor de sus muñecas se marcaban las cadenas que antes lo habían apresado, el rojo encarnado de la piel echando de ver el terror que sintió estando en aquel sitio.
—Ya sé —empezó a decir, pero se detuvo a la mitad. Se detuvo a tomar aire, y a maldecir y a llorar, sollozar, tuvo que hacerlo porque de no, terminaría ahogándose—. Ya sé qué debemos hacer.
—¿Y qué es?
Félix se llevó las manos al rostro, tratando de limpiarse las lágrimas y de borrar esas imágenes de su mente, sacarse de encima esa sensación de estar ahí atrapado.
De la arena en sus pies y el extraño ambiente de soledad que parecía permear sobre él como una cálida manta.
—Los muros —dijo tenuemente—. Están llenos de titanes colosales para aplastar la tierra.
—¿Aplastar la qué?
—¡La tierra! ¡El mundo! —Félix se enderezó de golpe y estiró los brazos como si buscara engullir aquel escenario con ellos—. Si la roca encima de ellos cae, van a despertar… Para eso fueron hechos, para protegernos a nosotros aquí dentro y para hacer que el resto del mundo muera ante ellos. ¿No lo ves?
Kenny le miró, por primera vez, como si él fuera el loco.
Las manos de su capitán se alzaron y le tomaron de las mejillas, los callosos pulgares presionando sus pómulos hasta que la piel enrojeció.
Kenny lo hizo voltearse para que pudiera mirarlo de frente, y Félix, reacio, apretó los dientes y lo hizo de mal manera, con el ceño fruncido. El Ackerman chasqueó la lengua.
—¿Qué hiciste, idiota? —le recriminó el otro con tono entre preocupado y amargo, una descontenta mueca tirando de su boca—. A ese lugar al que fuiste, ¿qué diablos hiciste, uh?
—¿Por qué? ¿Qué tengo?
Había una mirada en Kenny, ahí justo frente a él. Félix parpadeó y sorbió por la nariz, tratando de calmar el errático sonido de su corazón golpeando contra su pecho.
—Tienes los mismos ojos que Uri, chico, ¿qué mierda hiciste?
Félix retrocedió, sacándose las manos de Kenny del rostro con brusquedad. El Ackerman se puso en pie tras él y lo sostuvo cuando pareció tropezar con la rama, y otra vez se soltó de él. Se acercó a sus prendas y comenzó a colocárselas a prisa, su mente yendo a mil por hora.
(Y las voces y los cánticos.)
—No lo sé. No lo entiendo, no comprendo muy bien pero esto es… Mierda, esto, tengo que decírselo a Historia. Tenemos que tomar el Fundador, tengo que ver a Eren, tengo que-
—Oi, oi, oi, oi, oi. Félix, ¿de qué hablas?
(Le sonaban conocidos.)
—¡A Historia! —siseó, poniéndose las botas a prisa. Se anudó el cinturón una vez hizo lo otro y se pasó la camisa por encima de la cabeza, los rusos oscuros pegándosele a la frente por el agua aún escurriendo por ellos—. ¡Tengo que ver a Historia! ¡Tengo que ver a Historia y decirle la verdad, maldición!
La pesadez del suspiro a sus espaldas no lo disuadió; Félix, apenas se acomodó la bota, echó a correr hasta poder llegar a los establos. Los pies se le hundían un poco en barro y tropezó más de una vez con alguna roca o una vieja rama de un árbol talado anteriormente.
La tenue voz de su madre le llegó desde el interior de la casa, seguida de una corta carcajada que parecía ser de la señorita Diane.
Zoro alzó la cabeza y relinchó en su dirección cuando lo vio venir; su montura estaba colocada a un lado de el y Félix la tomó y la colocó, le ajustó las correas con dedos demasiado nerviosos como para entorpecer una tarea tan simple y una vez terminó, se subió de una y tomó las riendas.
Kenny lo observaba en silencio desde un costado.
—¿Por qué tienes tanta prisa?
—Porque lo voy a olvidar —dijo. Zoro se encabritó cuando tiró de las riendas con agresividad y el, en cambio, tironeó de su cabeza y las riendas hacia adelante—. Dices que mis ojos están raros, ¿no? Bueno, ahora imagina cómo está mi cerebro. Me duele la maldita cabeza, estoy recordando cientos de cosas que no sabía que existían y no sé… No sé qué es cierto y qué no, qué podría ocurrir en esta, esta, esta… ¡Vida! Ugh, ¡Zoro, quédate-!
Kenny se acercó y tomó a Zoro de las riendas para tirar de ellas. El animal, si acaso un poco reacio, coceó un poco y relinchó con enojo y le enseñó los dientes al mayor, pero éste simplemente le palmeó el hocico con tranquilidad.
—Historia estará ocupada.
(La palidez de las ramas del árbol contrastaban bellamente con el oscuro cielo. Los puntos blancos por encima de ellos se volvieron un borrón, y después se movieron hacia los costados, como una lluvia de estrellas.
Y en cada una de ellas, otro fragmento volvía.)
—No importa —jadeó mientras se llevaba una mano a la frente, sus dientes presionados entre sí cuando una ola de dolor le golpeó las sienes—. Vámonos… Ya. Vámonos ya.
El resoplido del Ackerman se perdió a espaldas suyas cuando echó a andar.
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Kenny lo detuvo antes de que pudiera cometer un error, lo que él agradecería de por vida.
El Ackerman le dio una mirada que él no supo interpretar y procedió a dar dos toques contra la puerta antes de abrirla. Los que se hallaban en el interior pausaron en su conversación, y fue por un breve momento que su cerebro reconectó correctamente cuando se encontró frente a frente con el rostro de Tomm, que le miraba de la misma manera desde el otro lado de la habitación.
Tomm, en cambio, se enderezó con lentitud y bajó la mirada, su boca moviéndose en un susurro que fue ahogado contra la palma de su mano. Félix lo miró con el ceño fruncido.
—Kenny, Félix —dijo Historia, atrayendo atención hacia ella. La rubia los miró con el ceño levemente fruncido—. Creí, uh… Creí que ustedes estaban ocupados en otras cosas.
Él no dejó pasar la manera en la que la mirada de su prima lo estudió de más; Félix ladeó el rostro y le sonrió tan inocente como podía hacerlo.
—Uh… Lo siento —murmuró un poco cabizbajo. Debía esforzarse para no reconocer la manera en la que las personas dentro de la habitación lo miraban.
Pixis se había recargado contra su asiento, sus brazos cruzados frente al pecho mientras se acariciaba el bigote. Zackly parecía estar leyendo algo de unas hojas de papel, gracias a Dios ignorándolos, y Nile murmuraba para sí mismo. Eran los nobles quienes lo ponían nervioso, mirándolo como si fuera un pedazo de carne qué devorar.
También Erwin; Erwin y su silencio, la mirada que le daba y que él sabía lo juzgaba.
—Hey, Tomm —murmuró Anya Nimm sin ninguna pizca de sutileza—. Ahí está tu novio.
Tomm siseó como una víbora y le dio un codazo a la chica que la sofocó, porque la estrangulada risilla que se le escapó fue cortada abruptamente cuando un ataque de tos se le vino encima.
—Cierra la boca —le dijo en un áspero susurro, tirándole miradas de reojo.
Félix rodó los ojos y gruñó, girando un poco para sacarle el dedo medio a Anya Nimm. La chica le sonrió.
—Perra —dijo.
Ymir se ahogó en una carcajada y Historia, ya resignada al circo que se estaba por montar, se encorvó un poco y resopló pesadamente. Pixis abrió uno de sus ojos y echó un rápido vistazo a su alrededor antes de volver a cerrarlo con una plácida sonrisa en la boca.
—Qué modales, Félix.
—Qué modales, Félix —imitó él en una vocecita aguda, rodando los ojos una vez terminó. Anya alzó ambas cejas en su dirección—. Cállate, ¿recuerdas esa vez que fuiste a casa de los Jovan con tus hermanas? ¿Sí? Yo también, hipócrita.
Anya sonrió levemente y se reclinó contra su asiento, un leve tinte rosado en sus mejillas. A su lado, Tomm suspiró y le lanzó una de esas miradas que el rubio creía podían intimidarlo cuando no era así.
Historia carraspeó la garganta y atrajo su atención una vez más, pero Félix hizo un leve gesto con su mano y retrocedió para poder salir.
—Lo siento, esperaré un poco.
—Íbamos a tomarnos un receso, descuida —dijo su prima y le indicó con su dedo la habitación frente a esa—. Espera por allá, y uhm… Consigue algo de ropa, supongo. Tu camiseta está húmeda.
—Y se transparenta —agregó Anya, codeando suavemente a Tomm—. ¿No es así, Tomm?
Tomm se derritió en su asiento mientras gimoteaba como si estuviera adolorido, y la punta de sus orejas se pusieron rosadas. Félix suspiró, dio media vuelta, y salió de la habitación para dejar a Kenny ahí con las formalidades que probablemente no adaptaría hacia el resto de los comandantes.
El interior de la otra sala era más pequeño, claramente destinado para una oficina individual para alguien de importancia. Las persianas estaban corridas ligeramente hacia los costados y dejaban entrar la luz del sol, a punto de comenzar su recorrido hacia abajo.
No era tan tarde, gracias a Dios, pero tampoco era tan temprano y Félix comenzaba a sentirse cansado.
Le pesaban los huesos, y las muñecas le ardían un poco.
—Te comportaste mejor de lo que creí —dijo Kenny tras entrar, cerrando la puerta tras de sí—. De camino acá pensé que te le irías encima al primero que te dirigiera la palabra.
Su frente hizo un thud seco cuando se recargó contra el muro entre las dos ventanas, y Kenny se silenció de inmediato.
—Oi, ¿qué te pasa?
—Me duele la cabeza —murmuró él.
Su capitán chasqueó la lengua y se dejó caer en uno de los sofás individuales reunidos alrededor de una pequeña mesa para café.
—Por lo menos eso en tus ojos se te desapareció. De no haberlo hecho, tendríamos que haber respondido preguntas muy, muy incómodas.
—Al diablo las preguntas incómodas —dijo en voz baja, cerrando sus ojos por un momento—. Cuando estos meses se acaben, lo diré todo.
—¿Qué?
El pasillo fuera de esa habitación se llenó de bullicio y unos pocos segundos después se abrió la puerta. Félix entreabrió sus ojos y ladeó el rostro para ver a Historia ingresar tras Ymir. A espaldas de ellas dos, antes de que la puerta se cerrara, vio a Tomm salir acompañado de Nile y por detrás de ellos lo hizo Erwin.
Historia se detuvo en el medio de la habitación y los miró a ambos con las cejas alzadas, primero a Kenny y después a él. Ymir tomó asiento en la silla tras el escritorio, se recargó contra el respaldo y subió los pies al mueble.
Las dos los miraban a ambos en completo silencio.
—Ahora sí, ¿qué es tan importante que casi te pusiste en ridículo frente al resto?
—Creo que ya sé qué hacer.
Historia asintió lentamente.
—Bien… ¿Y qué es eso?
Félix, suspirando, dio media vuelta y se recargó contra el muro. Se cruzó de brazos y miró a Historia en silencio por unos pocos segundos para después deslizar su mirada hacia Ymir. La castaña le miraba de vuelta con una ceja arqueada, silenciosamente preguntando qué ocurría.
—Desde hace tiempo he tenido sueños, sueños que… En realidad, son recuerdos —Ymir asintió, echando vistazos a su alrededor y comprobando lo que probablemente ya sospechaba—. Ellos ya lo saben, y si no te lo dije a ti es porque no sabía qué eran exactamente, no hasta hoy.
—Okay… ¿Y qué averiguaste? ¿Te estás volviendo loco o es una rara etapa tuya?
—Creo… Es el Titán Fundador. De alguna manera consiguió… No lo sé, no entiendo cómo pudo ocurrir esto, pero existen estas cosas, estos "ciclos" que son creados a partir de una semilla y… Estos Ciclos son distintas vidas que yo viví, y en los que morí, pero…
—¿Tu? —interrumpió Ymir, mirando a los otros dos—. ¿Nada más tu o el resto también?
—Nada más yo.
—¿Y eso por qué?
—Porque soy una anomalía —dijo con el ceño fruncido—. Porque yo no debí haber existido.
Se hizo un leve silencio dentro de la sala, uno que pareció extenderse por el resto del complejo. Félix carraspeó levemente y se ajustó la camiseta, repentinamente sintiendo la incomodidad que tener la ropa húmeda significaba.
Historia ni siquiera lo miraba, tenía los ojos pegados al suelo y los puños apretados a cada costado de su cuerpo. Ymir lo miraba, sí, pero se veía lejana, en algún otro sitio al que él no tendría acceso jamás.
Parecía compartir eso con Historia, extrañamente.
—No… No me voy a poner a llorar por eso, si es lo que creen. Ni siquiera me ofende, o me importa, supongo. La única importancia dentro del gran esquema de las cosas es… Que me permite saber lo que va a ocurrir en un futuro, creo.
—¿En verdad? ¿En verdad no te importa para nada? —preguntó Historia en un susurro.
Félix lo consideró por unos pocos momentos antes de negar. No importara lo que dijera, o lo que alguien más le dijera, la verdad es que… La verdad es que no le importaba, no realmente.
Había otras cosas por las que preocuparse además de su aparente 'no debió haber existido jamás' que colgaba por encima de su cabeza como un mal presagio. Si tuviera que ser completamente honesto, Félix casi lo agradecía, lo que sea que esa anomalía hubiera hecho para obligarlo a existir, entonces que bueno que lo hizo.
—No —dijo encogiéndose de hombros. Historia asintió con lentitud—. ¿Podemos, uhm, seguir entonces?
Ella volvió a asentir.
Félix respiró profundamente y dejó que la tensión en sus hombros se disolviera un poco.
—¿Qué debemos hacer, entonces?
—Reforzar la isla, avanzar tecnológicamente —dijo—. Todo lo que encontramos en la biblioteca de los Reiss, no importa que sean bocetos o especulaciones, hay que dárselo a Hange. Ella sabrá qué hacer con eso.
—¿Por qué? Avanzar tecnológicamente es necesario, concuerdo, pero creí que habíamos estado de acuerdo en mejorar la cría de ganado y la siembra. Nuestras reservas están muy bajas, Félix.
—Pues que se divida el trabajo —tiró de una de las cortinas hasta arrastrarla a un costado, dejando ver el exterior del edificio—. ¿Ves el muro? Yo sí, aunque esté de espaldas y aunque esté lejos de el, puedo verlo incluso con los ojos cerrados.
Historia le miró confundida, con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
—Los titanes que se encuentran en el interior de los muros fueron creados por el rey Fritz que vino a Paradis hace tanto tiempo con la intención de mantener a su pueblo a salvo por unos años, pero no para la eternidad. Si te deshaces del endurecimiento que los cubre, se convierten en armas.
Ymir se removió en su asiento.
—¿Te refieres a… Que los titanes pueden ser liberados hacia el resto del mundo y… Terminarlo todo?
Félix asintió en su dirección. La castaña se dejó caer de vuelta contra el respaldo, maldiciendo por lo bajo. Historia miró a Kenny pero este se encogió de hombros con simpleza, sus ojos fijos en alguna otra parte.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Si existe la posibilidad de que el resto del mundo lo sepa también, o lo intuya, entonces estos muros son al mismo tiempo nuestra mejor arma y nuestro mejor escudo. Si queremos estar a la par de Marley, sin la necesidad de sacar lo que nos protege en esta isla, nuestra mejor opción es el avance tecnológico.
—Los titanes serían nuestra última opción —asintió Historia, dando una pequeña vuelta alrededor de la oficina—. Si la diplomacia no funciona con las naciones-
—Marley, querrás decir.
Historia se detuvo y lo miró.
—¿Negociaremos con ellos?
Esta vez fue el turno de Félix de fruncir el ceño.
—Tu… ¿No pensabas hacerlo?
—Honestamente, no —dijo—. Marley es quien nos ha mantenido de esta manera desde hace años, no me importa qué haya hecho Eldia o la familia Fritz o quién sea. ¿Por qué voy a darles una oportunidad a mis opresores de seguir existiendo como si ellos no hubieran hecho nada malo?
—Historia…
—Oi, deténganse.
Kenny se puso en pie y físicamente apartó a Félix hacia atrás, de vuelta a donde había estado recargado contra el muro. El azabache, ligeramente confundido, relajó sus hombros y ladeó el rostro para no tener que ver la expresión en el rostro de su prima.
—Si discutimos esto ahora no llegaremos a nada. La reunión está por reanudarse, Félix acaba de cometer una estupidez pero tiene información vital, así que dila, volvamos a ese circo de allá y acabemos con esto.
Ymir silbó por lo bajo.
—Es la primera vez que te escucho así de cordial y, me atrevo a decir, maduro, capitán.
Kenny chasqueó la lengua y volvió a tomar asiento en el sofá individual. Historia y Félix suspiraron al unísono y alzaron las miradas, reacios.
—Lo lamento. Kenny tiene razón, ¿qué más, Félix?
—Uhm… En la mayoría de estos ciclos, estas vidas, supongo, tenemos un espacio de cinco o seis meses hasta que la expedición de la recuperación del Muro María sea llevada a cabo, y después de eso no logramos llegar al océano pasado un año entero.
—Y la recuperación del Muro María, ¿pudiste ver…?
—Lo obtenemos de vuelta.
Historia soltó un largo suspiro al escuchar eso e incluso Ymir pareció relajar su postura, una pequeña sonrisa curveando su boca con alivio. Félix, sin embargo, miró de reojo a Kenny y después se enfrentó a su prima de vuelta.
Se preguntó si ahora mismo sería ideal contarle lo ocurrido durante esa expedición, las personas que volverían y las que no.
En su anterior vida, Erwin no lo había hecho. Tampoco Jean ni Sasha, y aquello había destrozado el corazón de los pocos sobrevivientes de la Legión de Reconocimiento, las pocas ganas que tenían de seguir luchando.
Floch. Floch no pudo mantenerlo a salvo.
Se aclaró la garganta otra vez y suspiró, diciéndose (otra vez) que más tarde. Más tarde se lo diría.
—Quiero que Eren lo sepa.
—¿Eren? —cuestionó Historia—. ¿Por qué?
—Él tiene el Fundador, es bastante obvio por qué.
Kenny se encogió de hombros cuando ella se giró para mirarlo en busca de explicaciones, y el mayor, en lugar de aclararlas, se reclinó en su asiento y cerró los ojos, pasando sus brazos tras su nuca como si buscara descansar.
—Eren tiene entrenamientos con Hange —dijo la rubia—. Ya está dando todo de sí para lograr controlar el endurecimiento, ¿para qué-?
—Él tiene el Fundador —dijo lentamente, tan lento que la lengua le pesó en la boca. Historia alzó una de sus cejas—. No quiero hacer esto, mucho menos a Eren porque en verdad lo aprecio, pero él es la llave para esos titanes en los muros, y si en algún momento llegamos a necesitarlo… Es mejor mantenerlo de nuestro lado.
Ymir se rio en voz baja y se enderezó, recargándose sobre el escritorio con sus brazos cruzados sobre éste. La castaña le miraba con una divertida mueca en su rostro pecoso.
—¿Vas a hacerle lo mismo que Rod Reiss intentó?
Se le tensó la mandíbula. Historia se giró a prisa hacia Ymir y le dijo algo que quedó perdido en ruido blanco en sus oídos cuando le llegaron recuerdos de Eren; un Eren mayor con ojos sin brillo y manos chorreando sangre, cuerpo corrupto, mente deshecha.
Un Eren que lo daba todo por su familia y sus amigos, por las personas que amaba. Un Eren que le sostenía en brazos mientras le pedía que por favor, por favor, sálvalos a todos.
—El Fundador impide que alguien de la familia real haga uso completo de las habilidades del titán por un voto que renuncia a la guerra hecho por el rey Fritz que llegó aquí todos esos años atrás —aquello acalló a Ymir, pero intranquilizó a Historia—. Si Historia o yo llegáramos a heredarlo, estaríamos perdidos del mismo modo en el que Frieda y mi padre lo estaban. Nuestra mejor opción es mantener a Eren leal a nosotros, y solo a nosotros, o arriesgarnos a perderlo.
—Perderlo significaría perder esa fuente de poder —prosiguió Kenny, asintiendo en dirección de él—. Mantenerlo cerca de este círculo, especialmente informado sobre esto, sería mucho mejor que esperar confianza ciega de él.
Historia los contempló en silencio, su cabello rubio brillando con los rayos de sol que entraban suavemente por la ventana. Ahí de pie en el medio de ellos, era claro quién era la reina, quién tenía ahí voz y voto y podría ser un perfecto verdugo si así lo quisiese.
—Bien —determinó al final—. Entonces volvamos. Le diré al resto de los nobles la fecha de ejecución determinada y les pediré que se retiren, y entonces les contaré de nuestros planes a los comandantes.
—Si alguno de ellos llega a preguntar por nosotros —dijo Kenny, señalándose a sí mismo y luego al azabache—. Diles que fuimos a deshacernos de un par de idiotas dando problemas.
—Kenny, ¿qué diablos?
—¿Qué? Ellos imaginarán de inmediato que se trata sobre un asesinato y no harán más preguntas. Simple.
—Simple pero efectivo —dijo Ymir, poniéndose en pie y abriéndole la puerta a Historia. La de enfrente ya estaba abierta, los comandantes tomando sus asientos alrededor de la mesa—. ¿Por eso Uri te mantenía alrededor?
—¡Oi!
Ymir salió de la habitación hundida en carcajadas, con Kenny pisándole los talones. Félix observó a los dos irse en dirección a la sala de enfrente, el ruido que provocaban perdiéndose tras las paredes que los separaban.
Él, con mucha más tranquilidad, anduvo con Historia en silencio hasta poder entrar nuevamente, pero la detuvo antes de ingresar por completo.
—¿Qué pasa?
—Necesitamos hablar más tarde —dijo, soltándola cuando atravesaron el umbral—. A solas.
La menor asintió. Cuestionarlo en esos momentos no serviría de nada, ambos sabían, así que Historia se dirigió a su asiento y Félix permaneció de pie frente a la puerta, recargado contra ella para poder tener una vista total de la habitación.
Y de las ventanas. La vista desde aquella altura era linda, y le distraía lo suficiente para que no se pusiera a pensar en otras cosas.
Sus ojos se encontraron con los de Tomm y él le sonrió. El otro rubio rodó la mirada y le sacó la lengua y Félix le devolvió la ofensa con un dedo medio, provocando que el primogénito de los Jovan sonriera por lo menos un poco.
—Bien, solo para cerrar lo que anteriormente discutíamos con ustedes, he decidido que la fecha de ejecución de sus padres y los involucrados en el encubrimiento del reinado de mi padre, Rod Reiss, será en una semana a partir de hoy. Y será pública.
La sonrisa que Félix había logrado poner en el rostro de Tomm se borró con lentitud. El resto de los nobles parecían sentirse igual, y por un segundo Félix temió que se opusieran, que rompieran el acuerdo y protestaran porque quizás eso haría él.
Aunque su padre no hubiera estado presente, aunque hubiera sido un completo hijo de puta como Damián Jovan, Félix habría, por lo menos, intentado salvarle el cuello.
Anya Nimm se recargó contra el respaldo de su asiento y resopló, una mueca tirando de sus labios hacia abajo en algo de infelicidad.
—Mi madre estaba esperando por una ejecución privada, pero creo que una pública es mejor.
—Dará un ejemplo para el resto de los que atiendan —asintió Tomm—. A mi hermana no le gustará, pero yo estoy de acuerdo.
Los otros dos que quedaban asintieron también, a pesar de que el hijo de los Novak se veía realmente incómodo con ello. Historia les agradeció su cooperación y les pidió que se retiraran, y uno en uno se pusieron en pie y salieron de la habitación.
Patrick Tahr le enseñó los dientes cuando Félix les abrió la puerta para cederles el paso y Dan Novak le sonrió con timidez. Anya le guiñó un ojo y se deslizó a través de la puerta, inmediatamente girándose para hacerle una seña con el dedo medio.
Félix se la devolvió con gusto, y el único que quedó fue Tomm.
El rubio se detuvo bajo el umbral de la puerta y se cruzó de brazos, mirándole con una ceja arqueada y la boca levemente crispada.
—¿Irás de vuelta a casa cuando acabes aquí?
El azabache parpadeó.
—Uhm, eso creo… ¿Mi mamá te dijo qué cocinaría para la cena?
—Panceta de puerco con puré de papas y ensalada.
—¿Mencionó algún postre?
Tomm rodó los ojos.
—Mi mamá hará un pay, y creo que Jocelyn dijo que haría galletas de arándanos solo si tu ibas, así que tendrás que ir porque yo quiero galletas de arándanos, idiota.
Félix rio levemente y se giró para mirar a Historia.
—Hey, Tori, ¿quieres venir a cenar esta noche conmigo a casa?
Historia se giró con lentitud hacia él, parpadeando, con el rostro inexpresivo. Su boca estaba ligeramente entreabierta, y había un resplandor en sus ojos que se le hizo desconocido por un segundo.
—Uhm… Cl-claro, sí, me encantaría.
Sonriendo, se volvió para mirar a Tomm y asintió. El rubio le quedó mirando por otro par de segundos más antes de simplemente resoplar y seguir avanzando hacia el pasillo.
—Bien, no llegues tarde.
—No lo haré.
—¡Y trae un vino! ¡Mi favorito!
Félix resopló y cerró la puerta una vez más, dejándose caer contra esta. La habitación estaba menos llena pero no por eso menos opresiva. Los comandantes hablaban entre sí y con Historia, y Kenny, de pie tras ella, le miró con diversión cuando hicieron contacto visual.
El azabache rodó los ojos y se enfocó en lo que los hombres decían, lo que parecían discutir entre sí.
—…En Trost. Hange tiene fe en que será de gran utilidad, y una vez que Eren logre dominar el endurecimiento, será posible colocarlo en donde la puerta iba.
—Confía en Hange para tener las ideas más alocadas de este pequeño mundo —murmuró Pixis—. Siempre y cuando elimine a los titanes sin la necesidad de poner vidas humanas en riesgo, es un sí de mi parte.
—Estaba pensando en darle a Hange los bocetos y el resto de los documentos que encontramos en casa de los Reiss —la reina asintió en dirección de Erwin y este ladeó el rostro, intrigado—. Quiero que ella los vea y nos diga su opinión, si es posible reconstruir algunos de estos "proyectos" sin la necesidad de planos concretos.
Erwin rio por lo bajo, la sonrisa apenas ahí en su rostro, y asintió.
—Creo que ella estará satisfecha con esto, Historia.
Historia brillaba cada vez que Erwin decía algo bueno, y eso era algo que él notó de todas las veces que tuvo que quedarse en el costado durante las reuniones, siendo nada más que un espectador y un confidente.
Una burbuja de ansiedad le nació en el estómago cuando recordó que su asunto con el Comandante aún no quedaba zanjado. Tarde o temprano Félix iba a tener que enfrentarse a sus pobres decisiones y los problemas en los que su bocota lo metía, y él definitivamente no estaba preparado para hacerle frente a eso.
Erwin, percibiendo su mirada, se giró hacia donde se encontraba é y le sonrió; se le apretó el estómago y la sensación de algo revoloteando en el le causó náuseas, pero la sonrisa vino fácilmente esta vez.
Fingir se estaba volviendo sencillo.
—Ah, y Comandante Erwin, necesito… Necesito hablar con Eren. Cuando vuelva a verlo, o si podría mandar a alguien por él…
—Enviaré a alguien por él si no vuelvo a Trost dentro de los próximos dos días.
Historia asintió en agradecimiento y le tiró una mirada a él, pero Félix solo se encogió de hombros. No había nada más que discutir según él, pero ella… Ella no había terminado aún.
Había un bolso a pies del asiento que ella usaba,.
Un bolso marrón, desgastado, con manchitas rojas en una cara del objeto.
Félix sintió que la sangre se le helaba cuando Historia se inclinó para poder tomar algo del interior, y entonces sus instintos se pusieron en alerta cuando una pequeña caja fue depositada sobre la mesa.
Era pequeña, sin gracia, café y sin ningún adorno que pareciera importante, pero Félix sintió que el mundo se le venía encima de solo verla.
¿Qué acaso no era…?
—También quería discutir esto —empezó a decir, haciendo tap tap tap sobre la tapa de la caja—. Cuando mi padre me llevó a la iglesia de los Reiss, y después, cuando intentó que me volviera titán, Kenny alcanzó a recuperar esto de él.
Ella abrió la caja y reveló la jeringa en el interior.
Una cascada de recuerdos se le vinieron encima, pero Félix se centró en el que había vivido en esa vida; en donde le pedía a Kenny que sacara ese bolso de allí porque él sabía, incluso inconscientemente, que en algún futuro esa jeringa se volvería un instrumento de vida o muerte.
Un paso más hacia la perdición.
Su mirada se movió hacia el Ackerman pero él estaba imperturbable, mascando algo entre dientes con apariencia apática, sus ojos pegados en la ventana junto a él.
¿Qué diablos, Kenny? Te pedí que la sacaras de la cueva, ¿por qué diablos jamás me lo recordaste?
El Ackerman ni siquiera lo miró. Historia continuó hablando.
—Es una jeringa con un suero dentro que le permite a un humano convertirse en titán, y planeo usarla en alguien para que herede uno de los nueve titanes de los que Ymir nos habló.
—Pero… ¿Quién? —murmuró Nile sin sacarle la mirada de encima a la jeringa—. S-su Majestad, sin ánimos de ofender, pero no habrá voluntario alguno que arriesgue su vida de tal manera, mucho menos si cuentan con solo trece años posterior a eso para poder continuar viviendo.
—Eso —agregó Pixis—. Y que no hay titán para heredar.
—Sí lo hay —se apresuró a decir Historia—. Hay alguien dispuesto, y también hay un titán.
Por el rabillo de su ojo vio a Erwin moverse.
—¿Quién?
—Annie Leonhart sigue en el sótano, ¿no es así?
—Encerrada en una cápsula de cristal —agregó Erwin, pero su interés había sido picado, y aquello era devastador—. No hay manera de sacarla de ahí, ya lo intentamos.
—Ymir podría —la rubia hizo un gesto hacia su novia, y esta dio un paso con orgullo al frente—. Cuando la caverna se derrumbó, fue ella quien sacó a Kenny a salvo de debajo del cristal caído. Las mandíbulas de su titán pueden cortar a través de el, y sus garras podrían hacerlo también. Sería cuestión de que entrenara un poco, como Eren lo hizo.
Había una anticipación en la sala que pocas veces logró construirse, pero esto era… Esto era genialidad, pensó él, mirando fijamente a Historia.
—Tendríamos cuatro de los nueves titanes —murmuró él, pero su prima se volvió a mirarlo de todos modos—. Si ellos tienen el resto, entonces estaríamos equilibrando la balanza un poco más.
—¿Y quién sería el voluntario?
Historia no le miró cuando reveló el nombre.
Y Félix… Félix no supo si sentirse traicionado, dolido, como si alguien le hubiera arrancado el corazón de golpe del pecho con esas palabras.
—Yo lo soy.
Su boca se abrió y el paso que dio al frente le costó un suspiro.
—No.
Historia se giró hacia él y fue esa expresión en su rostro la que le dijo que ella había estado esperando su negativa.
—No voy a cambiar de opinión. Tenemos los medios para recuperar otro titán y aventajar un poco a Marley y al resto del mundo, y si existe esa oportunidad debemos tomarla.
—¿A costa de tu vida? —preguntó él con voz filosa. Historia se enderezó un poquito más en su asiento—. No, ni hablar. No te dejaré hacerlo.
Historia tragó saliva y alzó el mentón, desafiante. El resto de la habitación, en unísono, contuvo el aliento.
—No te estoy pidiendo permiso —dijo con tal convicción que lo siguiente que dijo no fue sorpresa alguna—. Soy la reina, no debo pedir permiso a nadie para hacer lo que yo quiera.
Félix apretó los puños y se tragó el enojo que tenía atorado en la garganta, las repentinas ganas que sentía de golpear algo.
¿Por qué no le había dicho nada ella? ¿Por qué demonios se guardó ese pedazo de información?
La burbuja de furia que le creció en el pecho estaba cerca de reventar; no ayudaba en nada que también hubiera miedo entremezclado ahí, con esa pizca de inseguridad, de terror, horror a que Historia también lo dejara del mismo modo en el que Frieda lo habría hecho eventualmente.
—Al diablo que seas la reina, Historia —siseó, dando un paso cerca de ella. Ymir lo imitó, y después lo hizo Kenny. Pero él sabía—. ¿Vas a cometer el mismo estúpido error que Frieda? ¿Eso quieres? ¿Reducir tu vida a trece inservibles años y después qué? ¿Qué vamos a hacer cuando mueras, uh? Eres la puta reina, no hay nadie más, no hay-
Félix sabía que Ymir lo hacía por Historia. Ymir la protegía a ella, a la reina.
Kenny se acercó a él y lo empujó hacia atrás por el hombro, parte de su cuerpo cubriéndolo de la vista de los otros. El Ackerman se inclinó hacia él hasta poder hablarle al oído.
—Cálmate, Félix —murmuró entre dientes—. Estás cruzando un límite aquí, chico. Así que cálmate.
Pero Kenny lo hacía por él. Kenny lo protegía a él, al rey.
La metálica mirada de su capitán ardía en metal fundido; en plata que nadaba gentilmente con rastros de pólvora ahí esparcidos, el resplandor de las cuchillas que la Legión usaba reflejando lo mortal que esa simple mirada era, porque eran comparables y eran igual de peligrosas, igual de mortíferas.
Félix tragó saliva pesadamente y dio un paso atrás, abriendo el espacio entre ellos y haciéndole sentir menos estrangulado, menos ofuscado y perdido, y quizás, también un poco asfixiado.
Un leve punzón se originó tras su nuca y un temblor le recorrió el cuerpo. Félix suspiró, aspiró por la nariz y chasqueó la lengua con fuerza. El dolor de cabeza estaba de vuelta, se dio cuenta un segundo más tarde, y aquello solo empeoró su humor.
Kenny se retiró con lentitud de enfrente suyo, volviendo tras sus pasos con cuidado sin sacarle la mirada de encima. El ambiente dentro de la habitación estaba tenso, en silencio, como si esperaran a que algo se rompiera ahí entre ellos.
Historia aún aguardaba, aún estaba mirándolo en espera de algo, de aceptación, o de negación o lo que fuera.
Félix volvió a recargarse contra la puerta y un pesado suspiro se le escapó de entre los labios, sus hombros cayendo en derrota.
(Y en miedo, en terror, en horror.
En lo que él sabía que podría perderse si perdía a Historia también.)
—Félix…
—Haz lo que quieras —murmuró, desviando la mirada al suelo. La tenue voz con la que Historia lo había llamado se perdió un poquito en el eco que creó tras sus costillas—. No necesitas pedirle permiso a nadie para arruinar tu vida, Alteza.
—Oi —advirtió Ymir, mirándole con sus ojos ligeramente entrecerrados. Félix le echó un rápido vistazo de reojo—. Cuida tu tono, imbécil.
Kenny se llevó una mano al rostro y murmuró tras ella una letanía de groserías que se perdieron en susurros. El mundo frente a sus ojos se alargó un poco y un pulso, algo, palpitó dentro suyo.
Zackly se aclaró la garganta entonces, sus gafas resbalándose por encima del puente de su nariz cuando inclinó el rostro y alzó únicamente su mirada para enfocarla en Historia.
—Lo lamento, pero creo que esta vez tengo que estar de acuerdo con Félix —el hombre miró en su dirección por un segundo—. Concuerdo con que la recuperación de otro titán es primordial, pero perderte a ti no es una opción, Historia.
—El pueblo no aceptará a nadie más tan deprisa —dijo esta vez Erwin, y el miedo en Félix se disolvió un poco—. Además, no hay nadie más de la familia Reiss que pueda ocupar tu puesto.
Los tres se lanzaron miradas entre sí; Félix se sentía demasiado cansado como para hacerse cómplice del resto, únicamente mirando al suelo con ojos ausentes y mente perdida, recuerdos deshechos.
—Si decides hacerlo, sin embargo… Te verías obligada a tener descendencia antes de lo esperado.
Historia se tensó de golpe y Ymir reaccionó de la misma manera en la que una víbora lo hacía cuando alguien la provocaba; le enseñó sus dientes a Erwin, pero la mirada del hombre estaba puesta únicamente sobre la reina, que temblaba en su asiento y se sacudía como una hoja en el viento a punto de ser arrancada de una estable rama de árbol.
Félix abrió sus ojos con lentitud, dilatados, oscurecidos, el verde del iris deslumbrando en realización.
Ellos dos eran los últimos.
Los únicos que quedaban, y lo que Erwin decía era muy cierto; tarde o temprano alguno de los dos iba a tener que continuar la línea de sangre. Tarde o temprano, o los dos se casaban, o uno de ellos lo hacía primero y consumaba el matrimonio y…
En un futuro va a venir una mujer, susurró su traicionera mente, trayendo el recuerdo al frente de su mente como si Félix requiriera de ayuda para recordar, codiciosa pero inteligente, y ella va a pedir algo de ti, Historia.
En algún futuro, no creo que yo esté aquí para detenerla.
En algún futuro, pero no ahora. No aún.
—¿Qué sugieren, entonces? —la voz de Kenny resonó fuerte y clara dentro de la acalorada habitación. El Ackerman se hallaba de pie a escasos metros de él—. Nile acertó en eso de que nadie querría sacrificar su vida por un poder que te la quitaría después de trece años. Si no es ella, ¿entonces quién?
—Pensaremos en algo —prometió Zackly. Los papeles en su mano daban el indicio de que la reunión estaba llegando a su fin—. Aún hay cosas por llevar a cabo, por ver, Historia. No te apresures a ellas o podrías arrepentirte después.
Historia se mordió el labio inferior y asintió, y Zackly le palmeó suavemente el hombro en una rara muestra de afecto que desconcertó a Félix.
El azabache tomó la perilla de la puerta y la giró, abriéndola posteriormente a ello para que los comandantes pudieran salir uno a uno. Pixis se despidió con un gesto y Nile con una tensa sonrisa que le marcaba las líneas alrededor de la boca.
Zackly salió después, y se detuvo para recrear el gesto que llevó a cabo con Historia anteriormente.
—Cuida bien de ella, Félix.
—Hai, Comandante.
El hombre mayor le sonrió con inusual humor y salió de la habitación despidiendo pequeñas risillas bajo el aliento. Félix resopló pesadamente y recostó su cabeza contra el muro a un lado de la puerta, cerrando momentáneamente sus ojos y presionando sus párpados para apagar los recuerdos y extinguir el leve dolor ahí oculto.
Una suave, cálida mano se depositó sobre su hombro y sus ojos se abrieron de golpe, encontrándose de frente con orbes azules color del cielo que lo miraban con preocupación.
—¿Te encuentras bien? Luces algo pálido.
El olor de Erwin lo embriagaba; era como estar de vuelta en casa tras un largo viaje a caballo, tras largas horas bajo el sol y en la intemperie. Era una mezcla de césped lleno de rocío y agua salada, sol y nubes y tormenta, lluvia.
Era distinto y bienvenido y Félix se alejó de él como si quemara.
—Estoy bien —murmuró mirando hacia otro lado—. Solo me duele un poco la cabeza.
—¿Algo en lo que pueda ayudar?
—No lo creo.
Cuando se dio cuenta de lo que dijo, de cómo lo dijo, sus ojos se abrieron un poco y le dio algo de miedo girarse a ver la reacción del otro.
Erwin carraspeó su garganta y la calidez de su mano abandonó su hombro.
—¿Crees que ahora podamos hablar?
Félix tragó saliva en seco y negó, su mirada yendo de lado a lado en el interior de la habitación. Kenny estaba fingiendo que no los escuchaba mientras Ymir y Historia hablaban en voz baja al otro lado de la sala, en una esquina pegada a un librero.
—No. Tengo que ir a comprar un vino para la cena de esta noche.
Erwin asintió con lentitud, y Félix, como un cobarde, alzó la mirada para poder mirarlo.
El rostro del hombre no tenía ni una pizca de lo que Erwin había sido para él todas esas semanas atrás; antes de que Rod Reiss interviniera en su vida y la arruinara.
Tenía las cejas pinchadas y la boca en una línea delgada.
—Entiendo —murmuró él también, alzando la vista para no tener que mirarlo a él—. ¿Otro día entonces?
Más tarde, susurró una vocecilla. Más tarde otra vez, ¿cierto Félix?
—Más tarde, sí —susurró en respuesta. A la voz en su interior o a Erwin, eso no lo sabía—. Más tarde. Lo prometo.
Erwin lo miró de refilón antes de salir.
FUN FACT DEL DÍA: No tengo uno lo siento mucho lmao pero!! El capítulo de hoy tiene 11k de palabras y realmente espero que lo disfruten <3
Y bueno, ahí está la explicación. Idk si alguno de ustedes tenía teorías, y si es así dejenlas aquí en los comentarios que estaría encantada de leerlas<3333 pero yep, sí, la explicación podrá no ser lo que esperaban pero así es, y bueno si algunos de ustedes tiene dudas pueden mandar mensaje o dejar sus preguntas aquí en el libro supongo
Perdón si el texto se escucha monótono y aburrido, pero estoy en el trabajo y en el receso y quiero dormir sigh
En fin, disfruten!! AH ES CIERTO, agregué una pequeña sección de gráficos y cositas hechas por mi u otros para FotD, este edit de aquí abajo lo hizo mi hermosa rae (su apodo porque no quiero decir su nombre real kskfkqkfk) aka -raessito so dejenle mucho amor<333333
Gracias, los quiero bye kwkglalcla
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