51. Ser quién eres

CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
SER QUIÉN ERES 
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Erwin lo encontró fuera del cuartel, sentado en los escaloncillos que daban cara al patio trasero.

El comandante se detuvo junto a él, y por el color de las llamas lamiendo gentilmente las superficies de las cosas, el gesto en su rostro era ligeramente intimidante.

—Félix —incluso su voz sonaba un poquito dura, como si estuviera a punto de regañarlo pero conteniéndose de hacerlo.

Félix, con una ceja alzada, tildó la cabeza hacia un costado y le miró.

—¿Uhm?

Erwin miraba hacia abajo, hacia donde él se encontraba sentado en los escaloncillos del patio, observando los caballos y el titilar de las antorchas siendo movidas por la tenue brisa de la noche.

—No estabas en la reunión —señaló el hombre, descendiendo un par de peldaños—. ¿Por qué?

Se debatió entre sí decir la verdad o mentir, pero mientras más lo miraba, más se daba cuenta de que era necesario decir lo correcto.

Lo correcto y lo real, lo que él realmente sentía.

—Honestamente me da igual —confesó fácilmente y se encogió de hombros—. Por mí, puede llegar a la capital y tragarse a todos si eso quiere. Que se larguen al infierno, engreídos de mierda.

Erwin se quedó en silencio por unos segundos, su respiración lo único que le decía que al menos no lo había ahuyentado aún.

Había una presión en su pecho que parecía querer ahogarlo. Estrangularlo también.

Sus manos aún estaban manchadas de la sangre de Kenny, y el trazo que dejaron los dedos de Caven sobre su hombro seguía intacto.

Había más, claro. Siempre habría más en sus manos que en la de otros, porque Félix no sabía no ser egoísta. No vivía por aquella frase a la que Erwin le daba sentido, no conocía lo que era entregarse por una causa justa, una que se veía y sonaba y era buena, así que la sangre en sus manos comenzaba a perder sentido de la tanta que cargaba.

—¿Te encuentras bien?

Fue lo que el rubio dijo finalmente, y Félix volvió a mentirle.

—Sí, solo… Solo estoy cansado.

Erwin, suspirando, se inclinó hasta poder tomar asiento a un lado suyo. Félix le miró de reojo, una de sus cejas alzadas, y el comandante ladeó el rostro para escudriñarle lo poco que se veía del suyo.

—¿En verdad tenía amenazada a tu madre?

—¿Crees que trabajaría para un imbécil como Rod Reiss voluntariamente?

—Trabajabas para mí —dijo—. Y ahora lo haces para Kenny el Destripador.

—Kenny podrá ser un imbécil, sí —le concedió eso, y por el rabillo del ojo le vio sonreír—. Pero tu no, cejotas.

—Ja, llevaba tiempo sin escuchar ese apodo.

—¿Ah, sí?

—Mjm.

Una pequeña sonrisa le surgió en los labios y finalmente, el azabache se giró para mirarlo.

La suave sonrisa con la que Erwin lo miraba le derritió un poco el pecho, y él mentiría si dijera que el corazón no se le estrujó levemente que con la antorcha cercana a ellos se desataban brillos en los ojos azules y desprendía destellos dorados de la cabellera rubia.

Otra corona, pensó al verlo.

Los picos se retorcían cerca de la punta y la alargaban, y arrojaban un resplandor sobre la cabeza de Erwin casi como si la corona fuera fuego mismo.

Se vería bien vistiendo ropas de rey. Una capa, quizás. De seda bordada con hilo de oro, como en las historias que a Frieda la gustaban.

Mientras más lo miraba más atractivo lo encontraba, y Félix tuvo que luchar contra el calor que comenzaba a subirle por el cuello.

Cuando sintió el sonrojo alojarse en sus mejillas, volteó el rostro con dramatismo y se llevó una mano al pecho, arrugando la camisa entre sus dedos y fingiendo que le daba un paro cardíaco, todo para ocultar el hecho de que diablos, Erwin era realmente atractivo.

—Ugh. Brillas mucho, comandante.

El otro rio con gentileza.

—Félix —le dijo con suavidad y gracia, todo mezclado en uno—. Sé sincero conmigo, por favor.

—¿Uh?

—¿En verdad estás bien?

El azabache parpadeó con lentitud. Erwin seguía mirándole con suavidad, pero los tonos de preocupación que le brillaban en los ojos eran suficiente para hacerle sentir asfixiado otra vez.

—¿Por qué lo preguntas?

Había una tensa línea que le rodeaba los hombros. 

Hasta ese preciso instante, Félix no la había notado; cuan rígido se veía, cómo los músculos del rostro se contraían en una mueca que no llegaba a formarse por completo, pero era ese tirón en el labio lo que le delataba.

Erwin tragó saliva antes de volver a hablar.

—No estabas respirando —murmuró—. Cuando llegamos a donde tu y Levi se hallaban, tu no… No tenías pulso.

Una sensación de frío se apoderó de él y le subió de los pies a la cabeza, todo en cuestión de segundos.

Se le tensaron los hombros y el nudo antes obstruyendo en su pecho volvió a aparecer con mucha más fuerza, las cuerdas con las que estaba anudado cerrándose alrededor de su garganta mientras el temor le subía por el cuerpo y después caía de golpe al fondo de su estómago, a ese vacío que en ocasiones se abría cuando el mundo se le venía encima.

No estabas respirando.

No tenías pulso.

—Félix —volvió a decir Erwin, pero el zumbido en sus oídos ahogaba cualquier sonido que pudiera tratar de alcanzarlo.

El mundo se precipitaba hacia abajo en éxtasis y no había nada que él pudiera hacer para detenerlo.

Lo podía ver en esos recuerdos, en ese recuerdo; en el halo de la corona de rayos de sol, en los pétalos azules enredados entre los mechones negros y los ojos, la mirada, el sonrojo. Lo veía en la sonrisa destellante de Frieda y el dulce aroma a girasoles que cargaba consigo a donde quiera que ellos fueran.

No estabas respirando. No tenías pulso.

(Hubo una ocasión en la que tampoco lo tuvo. Pero fue distinto, porque Félix rara vez moría de la misma manera dos veces continuas.

En aquella, su pulso se había estampado duramente contra un árbol, y la sangre que corrió sobre la corteza del tronco sembró semillas y florecieron pétalos infernales.)

Le martilleaba el corazón contra el pecho cuando volvió en sí.

Murió. Si acaso por un segundo, tal vez por una eternidad, por toda una vida y por todas las siguientes, Félix había muerto.

Y lo que vio al morir fue a Frieda.

Nos volveremos a ver, y esta es mi promesa.

(Había un mundo oscuro encerrado en alguna parte de su alma, y el árbol que brillaba al final del camino encandilaba cada vez que echaba miradas hacia el.

De las ramas, mientras andaba en aquella dirección, vio que colgaba lo más parecido a una manzana que ese mundo podría ofrecer; redonda y de cristal, oscilando por encima del arenoso suelo. Había una niña allí.

Félix cortó el fruto y se la ofreció.)

—Félix.

Cuando parpadeó, volvía a estar en el mundo real; en el que nacía, vivía y moría.

El cálido tacto de la mano de Erwin se posaba con suavidad encima de su hombro, obligándolo a enterrar sus pies bien hondo en la tierra y permanecer atado en esos instantes y no en los siguientes, en los que vendrían en el mañana del día siguiente.

—Félix —repitió el hombre a su lado, su mano descendiendo con lentitud por su espalda—. Hey. Respira profundo. Cuenta conmigo, ¿sí? Uno, dos, tres…

Su boca se movía y repetía los números con él, pero lo que lo mantenía allí era otra cosa; no era Erwin por mucho que su presencia ahí fuera tranquilizante. Eran los rastros de sangre en su camisa, los que apenas alcanzaban a rozarle el hombro pero que sentía que ardían, que la sangre quemaba y se adhería a su piel como una sanguijuela sería capaz de.

Necesito que te quedes conmigo, Félix, susurraba la voz de Caven. Aquí, en este momento. ¿Recuerdas en dónde estamos?

Orvud, murmuró en respuesta mientras miraba a su alrededor con ojos borrosos, lágrimas a punto de derramársele. Orvud, en un patio, con los caballos cerca. Estoy en Orvud.

—¿Estás mejor?

A tientas, su mano se alzó y se movió hasta posar sus dedos por sobre la sangre seca, apenas sintiendo la rasposa costra que empezaba a formarse sobre la tela.

—No —admitió con voz suave y algo tenue, temeroso de que si hablaba un poco más fuerte, los horrores se volverían realidad—. Pero, uhm… Voy a estarlo, así que…

Erwin suspiró; era uno de esos suspiros pesados que parecían venir desde lo profundo de los pulmones por la carga que se llevaba en ellos, por cuán asfixiantes sonaban y al mismo tiempo, igual de liberadores.

La mano del hombre abandonó su hombro con lentitud, distinto a la manera en la que Félix lo había hecho la noche anterior en la celda donde el comandante se detuvo apresado, y se movieron hasta poder poner distancia entre ambos.

No era precisamente rechazo, pero incluso Félix pudo darse cuenta que lo dicho por él no parecía haberle gustado.

Sabe que estoy mintiendo. 

Erwin se giró para poder observar lo que se hallaba frente a ellos mientras ambos permanecían en silencio por unos pocos segundos, la noche pasando alrededor suyo con lentitud.

Al final tuvo que hablar nuevamente, quizás dejar un par de cosas claras.

—No tienes que preocuparte ya por mí —dijo con algo de duda, ladeando un poco su rostro para mirarlo de costado. Los ojos de Erwin estaban fijos en algún punto lejos de ellos dos, que pasaba a través de todo el patio y se perdía por detrás—. Y lo digo enserio, comandante.

Erwin suspiró otra vez, y algo en Félix le dijo que aquello era lo menos importante de aquella noche.

Pero era cierto y tenía que decirlo.

—Quisiera que dejaras de mentirme —repuso el rubio, apretando los labios en una fina línea que destacaba por la frustración en su rostro.

Félix frunció un poco el ceño, el corazón desbocado y continuas imágenes apareciendo y desapareciendo a prisa de su mente.

—¿En qué crees que miento?

—En todo —dijo Erwin abruptamente—. Con lo de Rod Reiss, con lo de Frieda Reiss. Con lo que te ocurre, con lo que ocurrió incluso, con-

—Si no te dije nada de lo que estaba ocurriendo es porque no quería poner a mi madre en peligro —refutó él, poniéndose en pie de golpe—. Enójate todo lo que quieras o reclámame o no sé, no me importa. Ya no…

Respiró hondo.

Necesito que te quedes conmigo, Félix.

Había agotamiento que se le colgaba en los huesos como si fuera su propia piel. Erwin se había puesto en pie también, aún en los peldaños y observándolo en espera de que terminara de hablar.

Félix ni siquiera se había dado cuenta de lo que avanzó en su necesidad de alejarse y de permanecer, de atarse a algo que no fueran realidades ya desperdiciadas y oportunidades gastadas.

Suspiró, esperando que fuera ese gesto lo que le quitara de encima esa asfixia.

—Ya no importa, ¿de acuerdo? Ya no importa.

No había rastro de nada en el rostro de Erwin, y él pensó, esto es.

El punto final. Donde un párrafo termina para poder empezar el otro.

Esto es.

(¿Era así como quería que terminaran las cosas?)

(No, no. No. Por favor no.)

Félix tomó otro par de pasos hacia atrás, tratando de encontrar una salida a su problema y deseando más que nada en el mundo que a Kenny se le ocurriera hacer algo estúpido, como saltar por una ventana o cortarle la garganta a alguien. 

Algo, lo que fuera, que lo librara de tener esa conversación.

Pero Erwin se veía tan determinado; a sacarle la verdad, a averiguar lo que ocultaba, lo que fuera. 

Incluso entonces él ya sabía que era caso perdido.

—Tu… Lo entiendes, ¿cierto? —preguntó en un susurro, alzando sus manos hasta la cara. Se frotó el rostro con las ellas, repentinamente abrumado con todo lo que ocurría y con todo lo que sentía—. Perdí a Frieda, ¿vale? Y… Y no hay muchas cosas que me queden que me hagan genuinamente feliz, y yo… Bueno, es mi madre, ¿cómo voy a simplemente ignorar eso? De haber sido por mí habría tomado un libro y habría golpeado a Rod Reiss hasta desfigurarle el rostro, pero…

Pero cuando lo conoció formalmente, no era la persona en la que se había convertido en esos momentos. No se habría atrevido a hacerlo, no realmente. Había líneas que el Félix de antes jamás se habría atrevido a cruzar, líneas autoimpuestas que él respetaría porque así es como era, como solía ser.

Pero los recuerdos, las memorias, las vidas que tenía por detrás y que estaban por delante; ninguna de ellas lo volvía más limpio, lo acercaba al estado de ignorancia en el que vivía antes.

Y por más que quisiera, por más que se le antojara, no podía simplemente dar media vuelta y tratar de partir de un punto al que ya no tenía retorno.

Era imposible. Y saberlo era más un castigo que la salvación que él esperaba.

—Ella es todo lo que me queda.

Se le quebró un poco la voz, lo suficiente como para que un profundo sentimiento de pérdida se alojara firmemente en su pecho.

Tenía ganas de ir a casa y acurrucarse contra su madre como solía hacerlo cuando era un niño; con las tormentas llorando fuera en el mundo mientras Talisa le contaba en susurros quiénes eran ellos.

Quería ver a su madre. Abrazarla y jamás dejarla ir. 

Volver a ser un niño para poder aferrarse a ella como el temeroso chiquillo que en ocasiones era, aspirar el olor a especias y flores salvajes, tomar té con ella sentados bajo el árbol de frente al lago. 

Quizás llorar. Estando con su madre llorar era mucho más fácil, contrario a como ocurría en esos momentos.

Félix se negaba a llorar.

No frente a Erwin, no por algo así.

Se talló tanto como pudo el rostro, se presionó el talón de las palmas contra los ojos en espera de que eso ahuyentara las lágrimas. Pasó saliva repetidamente solo para suprimir los sollozos atascados ahí.

No quería llorar porque llorar no servía de nada. No le ayudaría en nada.

—Lo siento. Debí haberte dicho algo, p-pero cuando es acerca de mi madre, nada toma prioridad por encima de ella, ¿sabes? —le tembló la voz, y la acuosa risilla que se obligó a expulsar se mezcló con una ruptura en su garganta que casi se volvió sollozo—. Es- siempre ha sido así y- nunca, nunca va a cambiar porque ella es mi madre y-

—No tienes que explicarme eso —murmuró Erwin demasiado cerca suyo, tanto que pudo sentir el calor que se desprendía de su cuerpo—. Lo entiendo, Félix, así que no tienes qué hacerlo.

Lo sintió dar un paso más cerca suyo y Félix retrocedió como si frente a él hubiera fuego y no un inofensivo hombre con un solo brazo.

—¿Qué haces? 

—Nada. ¿Por qué?

—Estás… Vas a hacer algo, ¿qué es?

—Félix.

—¿Qué ibas a hacer?

Erwin suspiró y ese calor, ese aroma le mareó por un segundo.

Félix.

—No me vayas a abrazar —dijo, echándose un poco hacia atrás en donde el aroma y el calor de Erwin Smith no lo embriagaran—. No me abraces, Erwin, lo digo enserio.

—¿Por qué no?

—Porque me vas a hacer llorar. Y no quiero llorar.

Erwin rio un poco. El descaro, pensó él que tenía el corazón en la boca.

—¿Por qué no quieres llorar?

—Porque me da vergüenza.

—No tendría que —le dijo el otro, dando un paso más cerca—. No tiene nada de malo que llores.

—¡Que sí lo tiene! Es vergonzoso y me duele en la poca dignidad que me queda —se quejó él con voz infantil justo cuando un brazo le pasaba por detrás del cuello y lo atraía hacia un firme pecho.

Calidez.

Aquello fue lo primero que notó cuando Erwin lo apresó con su brazo y su frente chocó suavemente contra el pecho del comandante, calidez y comodidad, seguridad y firmeza, y las lágrimas que soltó después de aquello se perdieron en la poca dignidad que le quedaba pero se le vació el corazón.

Fue fácil deshacerse después de aquello; allí en ese refugio, oculto en ese espacio, fue muy fácil tirar del cordón y dejar que los nudos se desenredaran por sí solos.

Se aferró a él con sus puños a pesar de la sangre en sus manos y la camisa blanca debajo se arrugó un poco. Se aferró a él como si Erwin fuera un ancla, como si fuera él su única línea de vida permitiéndole existir. Los sollozos que rompían a través de su garganta eran ahogados contra el firme pecho y si Félix se atreviera un poquito más, quizás se hundiría en el espacio entre cuello y mandíbula y aspiraría el tibio aroma a granos de café recién molidos, a sangre seca y sudor, sol y tierra, con gotas de alivio y otro poco de desamparo.

Allí estaba, el motivo por el que Félix creía que alejarse de Erwin Smith sería lo mejor; a su alrededor era débil.

A su alrededor se derrumbaban sus paredes y los muros no se rehacían. Esa fortaleza edificada a su alrededor caía como piezas de dominó y costaba trabajo ponerlas en su lugar nuevamente.

Era tal y como ocurrió con Frieda; cuando llegó de la nada a iluminar su vida y tenderle una mano, darle una amiga.

La mano de Erwin se enterró entre sus mechones oscuros, gentilmente acariciándolos hasta poder ayudarlo a tranquilizarse. Sobre su coronilla estaba una delatora presión que casi le robaba el aliento.

Pero Félix estaba un poco ido, demasiado de hecho como preocuparse por lo que estaba ocurriendo y quizás tratar de averiguar si era realidad o solo su imaginación jugándole trucos en una ya dañada mente.

—Tómate tu tiempo —murmuró el otro contra la corona de cabellos oscuros—. No hay nadie aquí para verte. Tu dignidad está a salvo.

—Estás tu —refutó él con voz temblorosa.

—Considerando el hecho de que me has visto en peores situaciones, voy a fingir que no escuché eso.

Erwin rio un poco y Félix también a pesar de que le dolía un poco la garganta. Hablar le costaba si acaso lo mínimo, pero era el peso presionando contra su caja torácica lo que realmente le jodía. Félix, ya demasiado hundido en vergüenza como para dar marcha atrás, se deshizo un poco más contra Erwin y recargó su cuerpo contra el del otro.

Estaba tan cálido, y cómodo, y si alguien lo dejaba, definitivamente se dormiría encima de él sin dudarlo.

—Gracias —murmuró contra el pecho del hombre, sorbiendo un poco la nariz—. No tenías que, pero… Gracias.

El brazo de Erwin lo atrajo mucho más cerca de él y por un segundo temió que si volvía a hacerlo, Félix no querría irse nunca más.

—Descuida —le respondió en voz queda—. Te presioné mucho hace unos momentos, y no era mi intención. Lo siento.

—Está bien, solo querías saber-

—No, no lo está —interrumpió el rubio, colocando el mentón sobre su cabeza—. Tu… No estabas respirando, Félix, y tu compañera te sacó de debajo de los escombros a rastras…

Caven. Caven que lo sacó a rastras.

—¿Tu la viste? —murmuró con la voz ahogada. 

—No —le respondió con voz tan tenue que podría confundirse con la brisa de aquella noche—. Llegué cuando Levi te practicaba primeros auxilios.

Tuvo que tomar una bocanada de aire para responder.

—¿Tendría que agradecerle, verdad? 

—¿Por qué me lo estás preguntando, uh?

Por un momento, tuvo que detenerse a pensar. Y a aceptarlo.

A entender, también. Y a tratar de que él lo entendiera por igual.

—Quizás… Quizás yo no quería que lo hiciera.

(Podía verlo. A Caven, gritando mientras veía los escombros caer alrededor de ellos como lluvia mientras él yacía tendido en el suelo a unos metros de donde Rod se transformaba. No iba a lograrlo, no lo lograría con todo el estorbo a su alrededor.

Pero lo hizo. Y aunque le pesaba el cuerpo, aunque le fallaban los pulmones y se le llenaban de sangre, Caven quitó piedra tras piedra y lo llevó a la superficie.

Había palabras siendo susurradas, un mantra que se repetía como una canción.

—Necesito que te quedes conmigo, Félix.

Y después se desplomaba a su lado, y murió.)

—¿Qué?

—No lo sé —murmuró tratando de salir de ese lugar al que iba cuando el mundo era cruel y él, estúpido—. Estoy diciendo tonterías, no me hagas caso. 

Erwin permaneció en silencio por unos pocos segundos, su pulgar trazando círculos en su nuca que lo adormecían con la gentileza de los toques.

—¿Era cercana a ti? —fue lo que preguntó al final.

Félix asintió sin pensarlo dos veces.

Erwin apretó el agarre que tenía sobre él.

—No puedo imaginar cómo debió ser eso para ti, lo lamento.

Se quedaron allí un rato, abrazados y en absoluto silencio.

El llanto ya había bajado un poco, el nudo en su garganta también. El frío y las ganas de gritar, las que tenía de dar vuelta al tiempo, esas cosas se habían quedado en un estado de pausa por tiempo indefinido hasta que algo más colisionara contra ellos y los pusiera en marcha nuevamente.

—¿No deberías ir adentro a prepararte? —preguntó eventualmente, el sonido de su voz ahogado.

Erwin se encogió levemente de hombros.

—No realmente. Levi y su escuadrón se encargarán del resto.

Félix rio un poco.

—Pobres chicos —dijo con diversión—. No saben en lo que se metieron.

—Yo los asigné.

—Sí —suspiró él—. Me lo imaginé. Uhm… Yo, uhm… Si quieres que vaya con ellos a ayudar…

—No tienes que hacerlo —murmuró el otro—. Puedes ir allí arriba conmigo si quieres, pero no tienes que necesariamente ayudar. Basta con Levi y los chicos.

Se le aflojó el cuerpo, como a un títere al que le cortaban los hilos.

Erwin siguió sujetándolo.

—Gracias.

—Mhm… Debías ir de cualquier manera —le dijo el comandante, rastros de gracia en su voz—. Venía a decírtelo cuando nos desviamos un poco del tema.

—¿El qué?

—Tu y Kenny, tal vez Ymir incluso —le dijo con algo que en definitiva era burla—. Siendo parte de la Policía Militar Interna, técnicamente están bajo arresto.

Félix parpadeó incrédulo por un minuto entero antes de disolverse en carcajadas.

El azabache colocó sus manos encima del otro, una en el antebrazo y la otra en el hombro, y se empujó suavemente hacia atrás. La calidez de ese agarre entre ambos comenzaba a disminuir cuando Félix fue atraído de vuelta al abrazo, su rostro estampándose suavemente contra Erwin.

—¿Qué-? Oi, oi. Erwin, ¿qué rayos-?

—Shh, creo que escuché algo —murmuró el otro con lo que claramente era burla en su voz—. ¿Lo escuchas?

La curiosidad iba a matarlo porque Félix simplemente guardó silencio y escuchó, y solo entonces comprendió que no había nada para escuchar.

—No escucho ni una mierda-

—Félix —reprochó el otro, sujetándolo con mucha más fuerza, y bueno Erwin era técnicamente más fuerte que él sí claro, pero le faltaba un brazo y la tortura del día anterior podría haberlo debilitado un poco y…—. ¿Qué haces? ¿A dónde quieres ir?

—¿A dónde quiero ir? Lejos de ti, quizá —le dijo intentándolo otra vez porque ese bagre no se rendía—. Oi Erwin, lo digo enserio, quiero mi espacio personal-

Una pequeña presión contra su sien lo silenció de golpe y el cuerpo se le puso un poco rígido.

Sentía una sonrisa ahí en donde piel tocaba piel y el hormigueo que se desataba en esa zona era insoportable.

Las mariposas dándole vueltas en el estómago también eran cansinas.

—¿Erwin?

—Solo otro poco —respondió el otro y sus dedos en su cabello, la suavidad del agarre y la sensación enardecida de su piel… Era demasiado incluso para él—. Fueron días muy largos, Félix.

—¿Lo fueron?

—Mhm —asintió. Félix espió entre sus mechones lo poco que podía ver del rostro de su acompañante. Erwin tenía los ojos cerrados, largas pestañas acariciando gentilmente los pómulos y la nariz enterrada ahí cerca de donde sus labios reposaban—. Extrañaba tu aroma.

Esta vez, la presión contra su sien fue definitivamente un beso. 

Félix rodó los ojos a pesar de que el corazón se le estaba encogiendo en el pecho.

—Ew. Cursi.

Y aún así volvió a enterrar el rostro ahí en ese espacio donde se había hecho lugar casi a golpes, y se hundió en más calidez y comodidad.

━━━

Al final le dieron otro equipo de maniobras.

Estaba bajo arresto, eso sí. Sentado en la cima del muro como un niño al que su madre había regañado, con los rayos del sol apenas saliendo tras las montañas en la lejanía y la gigantesca criatura en la que su tío Rod terminó por convertirse destrozando el terreno frente a ellos, con el vapor que emanaba de su cuerpo creando nubes falsas en el cielo.

A su alrededor el mundo seguía moviéndose; los del Garrison yendo de aquí allá acarreando suministros, varios de ellos yendo hacia el pie del muro para alistar los cañones posicionados en aquella zona. No podía ver a Erwin por ningún lado, y tampoco es como si quisiera, no realmente.

No después de ese raro momento entre ambos. Casi que quería arrancarse los cabellos de la frustración que sentía al no poder comprender qué carajos ocurrió y por qué, y cómo era posible que Félix lo hubiera dejado llegar tan lejos.

No era solo el haberse puesto a llorar en sus brazos como un bebé recién nacido. Era todo lo demás que le causaba gran conflicto y le presionaba el pecho como si fuera él el culpable de que su corazón estuviera tan confundido.

Aún sentía el beso en su sien, los dedos enterrados en su cabello y el pulgar trazando círculos, la firmeza del cuerpo bajo su toque y el calor que emanaba de él. Era ese solo otro poco tiernamente susurrado en su cabello y lo que aquel extrañaba tu aroma terminó por hacerle pensar.

Dios no, por favor no ahora.

No después de absolutamente todo lo que había ocurrido esos últimos días; se sentía con ganas de lanzarse desde la cima de la muralla y no sujetarse de ella con el equipo. Si se estrellaba y moría, probablemente volvía a despertar y hasta ahí.

Si el mundo se reiniciaba entonces se aseguraría de nunca volver a cometer los mismos errores de esos meses.

(¿Podría Erwin ser considerado un error?)

—Háblame de ella.

Félix se sobresaltó, un escalofrío corriéndole por el cuerpo al escuchar tan de repente a Historia.

Se volvió hacia ella con el ceño levemente fruncido y alzó un poco la cabeza. El cabello de Historia se alzaba un poco por el aire de la mañana y los rayos de sol desataban destellos de los rubios mechones. Su prima ni siquiera le miraba, tan solo mantenía la mirada fija en donde el titán monstruoso se arrastraba hacia el distrito.

—¿Qué?

—De… De Frieda —le aclaró ella, carraspeando un segundo después—. Háblame de ella… Por favor.

Estaba tensa. Los puños los tenía apretados a cada lado de su cuerpo, con la espalda bien erguida y se veía de una manera en la que ninguna jovencita de quince años debía verse. ¿Era así como Frieda había lucido cuando tomó la responsabilidad de volverse reina?

Todo pensamiento sobre Erwin voló de su mente y en cambio, las memorias y los recuerdos de Frieda lo inundaron. Era como volver al lago tras la propiedad de los Jovan mientras jugaba con ella en el agua.

Al final no fue difícil hablar, porque si se trataba de Frieda, Félix sería incluso capaz de escribir un libro con todo lo que tenía que decir de ella.

—No era mentira lo que dije sobre ella siendo asombrosa, en verdad lo era —empezó a decir con voz tenue—. Risueña también. Llena de energía, siempre queriendo estar en movimiento, siempre buscando qué hacer. Las únicas veces en las que la vi quieta fue mientras leía un libro, o al escribir poemas.

Historia se removió ahí en donde estaba de pie. Félix tosió un poco contra su puño y se echó levemente hacia atrás, con sus manos estiradas tras su espalda para poder ver hacia arriba.

El cielo estaba limpio aquel día, con un par de nubes moviéndose flojas a través de la enorme expansión de azul, rompiendo contra los rayos dorados del sol.

Era una linda vista.

—Tenía un raro sentido del humor y estaba extrañamente obsesionada con ser una "apropiada señorita". Siempre terminaba haciendo todo lo contrario a esa imagen de lady, así que se podría decir que también era un poco tonta —el azabache rio un poco, y en la posición en la que estaba, pudo ver la pequeña sonrisa también en Historia—. Y, uhm… Hay un lago en la propiedad de los Jovan, y cada vez que ella visitaba, salíamos a nadar en el. Especialmente en verano, amábamos ir ahí en verano.

Historia suspiró con lentitud, y lo que fuera que tuviera en los hombros se desapareció y estos le cayeron flojamente.

Félix la observó en silencio, apenas mirándola a través del rabillo del ojo.

Era linda. Con las facciones parecidas a las de Frieda, pero el rostro un poquito más redondo, las mejillas más llenitas. En los ojos diferían como dos estrellas, porque a pesar de que ambos iris brillaban como dos luceros, el color en los de Frieda era un poco más apagado, con toques de gris que oscurecían el azul.

Los de Historia eran claros como el agua y luminosos como el cielo, un poquito como otros que él bien conocía.

Si Frieda se parecía a su padre, entonces quizás Historia lo hacía a su madre.

—¿Qué ocurre?

Historia titubeó un segundo, pero al final se acercó más hacia donde él se hallaba y tomó asiento a su lado, abrazándose de sus rodillas.

—En sus recuerdos… Se veía muy feliz. En casi todos ellos estabas tu —admitió en un susurro con la mirada gacha—. Y yo… Pude sentir lo que ella sentía, de alguna forma y ella… Ella te amaba mucho.

Félix tragó saliva al enderezarse, imitando la posición de la chica junto a él y abrazando sus rodillas. De ser posible Historia se encogió un poquito más.

—Continúa —le pidió en un susurro.

—Cada vez que te miraba sonreía, y ésta sensación tan… Tan llena de vida le llenaba el cuerpo y… —Historia tomó un profundo respiro—. Pero ustedes dos son familia, ¿cómo… Cómo?

—Ninguno de los dos lo sabía —murmuró inclinándose un poco hacia ella, entrechocando su hombro contra el suyo—. Y de haberlo sabido, habría sido lo mismo. Yo la habría querido igual y ella a mi también.

Historia ladeó el rostro y le observó con curiosidad.

—Familia o no, viva o no, ella siempre va a significar mucho para mí —dijo—. Que esté muerta no significa que mis sentimientos mueran con ella. Eso solo… Solo cambian y duelen, pero no se van.

—¿Y cómo lidias con esto? —le preguntó la menor—. ¿Cómo lidias sabiendo que ella murió y que aún la amas? ¿Sin haberte despedido? Sin… Sin…

—¿Sin haber tenido una oportunidad?

Ella asintió.

Félix guardó silencio por unos pocos segundos, su mirada yendo hacia el frente en donde Rod Reiss se arrastraba y el vapor de su cuerpo inundaba los cielos. Alrededor de ellos aún había movimiento, y a pesar de que el mundo seguía un curso, la realidad era que tanto el de Historia como el de Félix se hallaba detenido por unos pocos segundos.

—No lo hago, no he tenido tiempo de hacerlo —admitió en un susurro, pero sonriendo. Historia rio un poco—. Pero si necesitas ayuda con eso, yo podría, uh…

—¿Ayudar?

Félix rio y alzó su brazo para pasarlo por encima de sus hombros y atraerla a él. El azabache le revolvió los cabellos con una mano y le besó le coronilla, sacándole una risilla algo ahogada.

—Sí. Podría ayudarte, si quieres, no es necesario que sea yo.

—¿En verdad lo harías?

—Historia —le dijo, separándose un poco de ella para poder mirarla. La rubia parpadeó en su dirección con fingida inocencia—. Hey, somos familia. Te conocí hace unas noches atrás, pero ¿qué importa? Personas como nosotros, especialmente tu y yo, deberían permanecer juntos sin importar qué. Además…

Él suspiró, y volvió la vista al frente. Rod se acercaba mucho más y el sol estaba ya muy arriba. A su derecha pudo ver a Eren y a Mikasa junto a Armin, y lo que sea que estuviera ocurriendo por allá, la verdad es que no lo quería saber.

—Siento que se lo debo a ella —admitió—. Frieda hablaba mucho de ti, a cada oportunidad que tuviera. Los recuerdos son un poco vagos, algo incoherentes, pero… Hay cartas que lo comprueban.

Historia se quedó quieta junto a él, recargada en su brazo y con la cabeza descansando sobre su hombro. Estaba tensa también, y si Félix no supiera algo sobre ella, pensaría que estaría llorando para esos momentos.

Pero Historia era distinta, ciertamente. Era un poco extraña y también fría, algo desinteresada hasta cierto nivel. Era distinta a Frieda, eso seguro.

Frieda había sido lindas sonrisas y carcajadas que sonaban a canciones; era sol y flores, girasoles en primavera, calidez y cristalinas aguas en verano.

Historia era lo contrario; era distanciamiento y desconfianza, risas que a veces parecían ser forzadas y sonrisas escuetas; era sol, sí, uno que ardía e incendiaba las flores. Nenúfares pálidos a principios de otoño, brisas que acarreaban frío pero no te congelaban y cielos despejados en invierno.

Eran las dos caras de una misma moneda, e internamente, se preguntó si quizás, si trataba, si ella quisiera, Félix podría derretir el metal un poquito y moldearlo mejor.

No. No, no lo intentes. Frieda trató contigo, ¿recuerdas? Y tu te negaste de izquierda a derecha, y esta chica… Esta chica todavía tiene toda una vida por delante.

—¿Hay algo más de lo que quisieras hablar?

Historia asintió lentamente, sus hombros enderezándose un poco. La vio tomar una profunda bocanada de aire antes de volver a hablar.

—Sé rey conmigo.

Félix casi se fue de espaldas por la sorpresa.

—¿Disculpa?

La rubia se enderezó y se sentó bien. Le miraba con ojos duros, la misma mirada que tenía antes cuando Levi le dijo que el plan de Erwin conllevaba volverla a ella reina.

Era esa mirada que él conocía en Erwin. La que siempre lo volvía un campeón.

—Lo vi en sus recuerdos —le dijo ella con total seriedad—. Y tienes razón, se lo debes a ella. Porque debiste haber sido tu.

Ella le clavó el dedo índice en el pecho y Félix sintió como si le hubieran disparado.

—¿No es así? Y si lo vemos de esa manera, entonces es tu deber ayudarme —murmuró inclinándose hacia él—. No le dijiste al comandante Erwin que tu también eres un Reiss, que eres tu quien debió haber sido el rey en lugar de Frieda.

—Historia…

—No sé porqué no lo hiciste. Si porque eres un cobarde o porque eres egoísta.

—¡Hey!

—Pero gobernarás conmigo porque yo no quiero hacerlo tampoco, y si yo me veo obligada a ser algo que no quiero, entonces tu lo serás también.

—No puedes-

Historia se enderezó de golpe y desde esa altura le miró, y había algo en sus ojos que prometía malicia si Félix no le hacía caso.

—O si no, le diré al Comandante Erwin. Ahora mismo.

Félix se levantó con brusquedad y trastabilló un poco hacia atrás, apenas alcanzándose a sostenerse de la nada misma porque de no haberlo logrado, probablemente habría hecho el ridículo frente a todos.

—No te atreverías —jadeó.

—¿Eso crees? —le respondió ella, ceja arqueada y todo, y le sostuvo la mirada tanto como pudo—. Bueno, si eso quieres…

Ella pasó junto a él, en dirección a donde Erwin hablaba con el hombre encargado de los soldados del Garrison en Orvud.

El corazón le subió de golpe a la garganta y como un venado recién nacido se apresuró en ir tras ella, dando largas y torpes zancadas con la respiración alborotada porque santa mierda, ¿quién era esa chica y porqué era tan distinta a como Frieda se la había descrito?

—Historia —siseó entre dientes—. Historia, vuelve acá.

Historia le lanzó una rápida mirada por encima de su hombro y fue el brillo en sus ojos, la furia en ellos, el dolor, lo que lo hizo dudar por un cortísimo segundo.

—Comandante Erwin-

Cuando el hombre rubio se giró hacia ellos, Félix se precipitó sobre ella y le rodeó la boca con su mano, presionando la palma contra ella para que solo los murmullos indignados de la rubia pudieran ser escuchados.

Una de las cejas de Erwin se arqueó.

—¿Félix?

El azabache negó rápidamente, un leve sonrojo cubriendo sus mejillas. Incluso en esa situación era difícil mirarlo propiamente a los ojos.

—No es nada. Lo siento, sigue charlando con tu amigo.

—Félix-

—¡No es nada! ¡No te preocupes! —exclamó alejándose de él, arrastrando a su problemática prima junto con él.

Armin les lanzó una mirada de soslayo desde donde él y Mikasa hablaban con Eren, y Félix, siendo el cobarde que al parecer era, arrastró a Historia aún más lejos que antes. La rubia se sacó su mano de encima con un gesto violento y se giró deprisa hacia él, con el ceño fruncido.

—¿Estás loca?

—¿Lo ves? Tienes miedo —le dijo en cambio—. Por eso no le dijiste al comandante sobre tu padre ni tu derecho a la corona. Porque tienes miedo.

—¿Y qué? —siseó, inclinándose un poco hacia ella—. No me importa la corona ni el título ni nada. No quiero ser un Reiss, o un… Un rey. Solo-solo quiero ser Félix y ya.

Historia le lanzó una mordaz mirada, y algo le dijo que había dado en el clavo con aquella admisión.

—Yo también quiero ser Historia y ya —dijo. De pie ahí frente a él, Historia se veía muy pequeña. No vulnerable ni tímida ni ansiosa, simplemente lucía pequeña, como la niña de quince años que era—. Y no puedo. Y si yo no puedo ser solo Historia y ya, entonces tu tampoco podrás ser Félix y ya.

—Eso es egoísta.

Decir aquello le supo amargo. Y al pasar saliva, fue como si bebiera fuego, porque fue ahí cuando se dio cuenta de que Historia y él parecían ser más similares de lo que jamás lo sería con Frieda; ella era todo sacrificios, era reina y lady de risas risueñas y deseos demasiado nobles para el cruel mundo en el que vivían.

Frieda había sido querida por todo el que cruzara su camino, y Félix… Ni siquiera Historia, supuso él. Ellos no eran los queridos, los hijos legítimos que podían darse el lujo de sonreír y asentir y parecer tan nobles como su sangre de reyes se los permitiera.

¿Historia también se avergonzaría de llevar un apellido como aquel? Tal vez más tarde podría juntar el valor para preguntarle, pero en esos instantes, las palabras se le atoraban en la garganta y la boca se le cerraba con firmeza.

Ah, esto es ser débil, entonces. Débil ante el amor que sientes por tu familia.

—No… No quiero que lo sepan —murmuró desviando la mirada. Sus manos se volvieron puños—. He sido un Kaiser toda mi vida, y ser un Reiss… No creo que eso… No quiero que lo sepan, Historia.

Porque ser un Reiss no era algo de lo que enorgullecerse. No era algo que Félix quería.

Él era un Kaiser, hijo de Talisa y bastardo de un noble. No era el hijo de un rey ni sería jamás uno, no importara cuánto otros le quisieran dar el título ni lo muy extraordinario que su padre fuera.

Y si el resto lo sabía… ¿Qué pensarían de él? ¿Qué podrían querer de él? ¿Qué querría Félix del resto de ellos?

Él no era un Reiss. Jamás había sido uno y jamás lo sería.

Pero… Pero Historia tampoco lo había sido. No hasta que personas que no entenderían lo que era no ser alguien que jamás fuiste se entrometieron en ello.

Historia era como él, y al igual que Félix, solo quería ser quien ella era sin la necesidad de otros dictando su vida.

¿No era aquello lo que le dijo a Kenny horas antes?

—No lo sabrán —dijo su pequeña prima con seguridad, y una pizca de quién había sido Frieda se coló en ella por una brevedad de segundo—. No se los diré. Yo solo… Solo quiero alguien que entienda.

Las palabras de Ymir volvieron a él, casi como un susurro inquietante; creí que tu lo entenderías.

Y Félix lo hacía, en verdad que lo entendía. Ese querer de vivir por uno, de vivir bajo las reglas de un individuo que no fuera otro pero él. Kenny le llamaba egoísmo y en ocasiones se burlaba de él, pero… Kenny quizás no lo entendería.

Tal vez tampoco Levi, ni Mikasa.

Tal vez nadie excepto aquellos con el mundo sobre sus hombros, como Historia y como Félix.

En el rostro de ella había una quietud increíble, una que profesaba práctica y familiaridad. Félix prometió en ese mismo instante que Historia, al igual que su madre, que Frieda en su debido momento, también sería una prioridad.

Suspiró, un poco agotado un poco rendido, y asintió.

(Sí, claro que por ella lo harías.)

—Tu llevarás la corona —le dijo a ella.

Historia se enderezó un poco, asintiendo de una sola cabezada.

—Y tu —dijo ella, alzando su dedo y presionándolo contra su pecho—. Me ayudarás a llevar la carga. O le diré absolutamente todo al Comandante Erwin, ¿lo entiendes?

—Lo entiendo.

(Porque por ella, por Historia, Félix le daría el mundo entero si se lo pidiera.)

Y justo en ese momento, los cañones fueron disparados.

Los dos se volvieron de un sobresalto hacia donde los cañones caían como estrellas fugaces y se perdían en el firmamento en el que Rod se había convertido. Los que se hallaban al pie del muro también fueron disparados, y el sonido reverberó contra la pared e hizo eco en el interior del distrito.

Historia se alejó de él un segundo después para dirigirse hacia donde Erwin y el escuadrón de Levi se hallaban. Él le siguió con un poco más de lentitud, dudoso, temeroso.

Se sentía como si hubiera hecho un trato con el mismo Diablo.

¿Qué le iba a decir a Kenny cuando lo viera de vuelta? ¿Que había hecho exactamente lo que dijo que haría, que terminó cavando su propia tumba porque Félix era algo débil cuando se trataba de las personas a las que amaba?

Casi podía escuchar las carcajadas condescendientes de su capitán, la sonrisa burlona llena de sadismo que se le curvearía en la boca porque Kenny era un imbécil más veces de las que no, y esto le daría gracia.

Patético, le había dicho en una ocasión cuando una sola palabra le cortó el aliento y lo envió en una espiral de rabia. Eres tan patético que a veces me da asco mirarte.

—Bueno, se logró lo que querías —murmuró para sí mismo, su mirada viajando hacia donde Erwin parecía darles órdenes a los chicos. Hange estaba ya allí, con su brazo vendado y sujeto desde su cuello—. No tendré ni la corona ni el poder, pero al menos el título parece ser mío.

Los cañones se tragaron sus palabras.

Rod Reiss se volvía una realidad conforme se acercaba, y las columnas de vapor que se alzaban de su cuerpo parecían volverse nubes en el cielo despejado.

Después de esto, se iría directo a ver a su madre.

Y si era cierto que el resto de los nobles habían sido arrestados, eso significaría entonces que Damián Jovan y su familia se encontraban entre ellos, probablemente. Si habían ido a las casas… Suspiró, dejando que sus hombros cayeran hacia abajo con el peso que dejaba de sentir con lentitud pero que comenzaba a acumularse igual de lento.

Al menos Nicolás estaba con ella.

—¡Eren!

Félix se giró un poco hacia donde Mikasa se hallaba, y su ceño se frunció al ver a Eren darse de puñetazos en el rostro. ¿Era aquello una manera de castigarse a sí mismo? Porque entonces quizás él pudiera hacer lo mismo por ser tan idiota y patético y egoísta.

—¡Eren, para ya! —exclamó Mikasa mientras se lanzaba sobre él para detenerlo, sus manos aprisionando los brazos del castaño en lo alto—. ¿Qué crees que haces?

—¿Te heriste? —preguntó Armin, quien inmediatamente hizo una mueca al ver la sangre gotear por la nariz del chico—. Es algo pronto para eso, Eren.

—No, solo golpeaba a un mocoso inútil —murmuró el chico con amargura, su mirada puesta en el suelo como si tuviera vergüenza de mirar a sus amigos—. Aunque la verdad, preferiría que estuviera muerto.

—Oi —le dijo él, acercándose lo suficiente para darle un ligero golpe en la cabeza—. No digas esas cosas, Eren.

Porque quizás él no vio la manera en la que Mikasa se encogía ante sus hirientes palabras, o cómo Armin palidecía un poco al oírlo. Pero Félix sí, y comenzaba a cansarse de darse cuenta de lo mucho que estos chicos hacían por personas malagradecidas, cuánto arriesgaban y cuánto perdían y cuán poco ganaban.

Eren lo miró entre parpadeos, sus brillantes ojos color jade destellando con la luz bronce del sol dándoles de lleno al tener que alzar la mirada.

Armin lo miró con una temblorosa sonrisa, algo que él supuso era un agradecimiento. Mikasa lo dejó ir con lentitud, como si tuviera miedo de hacerlo y que después el menor siguiera con los golpes contra sí mismo.

Eren suspiró.

—Lo siento, pero-

—Pero nada —le interrumpió él, dándole otro pequeño zape. Mikasa retrocedió y miró hacia otro lado, fingiendo no haber visto nada e internamente, Félix suspiró de alivio—. No vuelvas a decir eso nunca más, ¿entiendes?

El chico asintió con lentitud.

—Lo lamento —murmuró.

Otra ronda de disparos se escuchó, y esta vez los gritos de pánico casi se hicieron oír por encima del clamor de las balas. Félix miró en aquella dirección con el ceño fruncido y el corazón se le cayó al suelo al ver una enorme mano surgir del vapor justo cuando más cañonazos eran escuchados.

Retrocedió, conmocionado, y sus manos se movieron en automático hacia las empuñaduras del equipo de maniobras. Las apretó con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos porque de no hacerlo, terminaría cayéndose de sentón sobre su trasero.

Y entonces Rod se alzó y el estómago se le revolvió.

—¿Qué demonios…?

Era una vista espantosa; con los huesos de las costillas arqueándose sobre el agujero en donde debían ir los órganos y aquella masa rojiza cayéndole desde ese espacio. No tenía rostro, y quizás aquello fuera lo más espeluznante del resto de esa figura.

El vapor era insoportable. Félix trastabilló sin poder sacarle de encima la mirada, a la falta de ojos y la lengua colgando de una boca falta de labios y de dientes, todo el rostro partido a la mitad tanto que dejaba expuestas las partes más asquerosas de aquellas bestias.

Los dedos del titán se cerraron sobre la superficie del muro y la sangre de aquel órgano mitad pulmón mitad estómago mitad desperdicio resbaló por un costado de la pared.

Qué asco.

Buscó a Hange con la mirada, tratando de encontrarla entre el vapor y los hombres de la rosa que huían despavoridos del camino del titán. Félix chasqueó la lengua y pasó junto a Eren, dándole una suave palmada en el hombro en el proceso.

—¡Ten cuidado, Eren!

La respuesta del chico se perdió en el ruido del viento cantando en sus oídos cuando otra oleada de vapor se le vino encima, y entonces el relámpago amarillento se estrelló contra el lugar donde había estado antes de pie. Félix sintió que se ahogaba con la cantidad extrema de humo y tosió varias veces contra su antebrazo.

Frente a él, Erwin alzó su brazo con una pistola de bengalas sujeta en la mano.

—¡Ahora! —exclamó el hombre, y Armin soltó la invención de Hange hasta que se estrelló contra la mano del titán y explotó.

Una bengala roja ascendió hacia el cielo por entre todo el vapor.

Rod se tambaleó y su enorme figura se desplomó encima de ellos, el rostro sin rostro volviéndose una pesadilla vuelta realidad cuando golpeó la superficie del muro con un estruendo y más sangre les salpicó encima.

—¡Eren!

Los estridentes pasos se escucharon a sus espaldas. Félix se encogió un poco, mirando cómo la sombra del titán de Eren le pasaba por encima y después a Erwin.

El estómago le dio un vuelco.

Las pisadas de Eren eran truenos a su propia manera, y como si pudiera sentirlo venir, Rod volteó su asqueroso rostro hacia él, con la boca bien abierta.

Los barriles colgando del hombro de Eren, ¿qué contendrían? En esos momentos deseaba haberse interesado más en el plan de Erwin, aunque no lo suficiente como para saberlo y participar en el.

Eren rugió y le estampó los barriles en la boca del titán, que había abierto la poca mandíbula que tenía como si quisiera tragárselo. Félix aguardó, un poco impaciente y desesperado, hasta que vio y escuchó la primer explosión, y después de esa siguieron muchas más hasta que parecieron volverse una gran maldita explosión que se movía a lo largo del gigante cuerpo.

Trozos de carne salieron expulsados de todas esas explosiones y volaron por el cielo como si fueran cañones, como si fueran estrellas fugaces.

Erwin hizo una seña con su brazo y el resto se puso en marcha.

—¡Acaben con él usando el equipo de maniobras ahora!

Levi, Mikasa, Jean y el resto saltaron desde el muro y se elevaron por lo alto, sus cuchillas rebanando cada pedazo de piel en el que pusieran sus ojos.

—Ah, así que solo era volarlo en pedazos y acabar con él —dijo, acercándose hasta quedar junto a Erwin, con la mirada en lo alto—. Es una buena idea, pero la rosa de aquí es incompetente y Levi y su escuadrón son pocos. Esos trozos causarán desastre en la ciudad quieras o no.

—Si se deshacen del punto de regeneración, no lo harán —refutó el otro, mirándole de soslayo—. ¿De qué hablaban tu y Historia antes?

—Uh… de Frieda —respondió, tragando saliva con pesadez.

Erwin se volvió hacia él, y el azul en sus ojos le hizo cosas a su estómago también porque sentía que algo revoloteaba allí.

Malditas mariposas inútiles.

—¿Sobre Frieda? ¿Por qué?

—Está en desacuerdo con ser reina —siguió diciéndole a pesar de que eso no era realmente su asunto, pero Erwin lo escuchó de todas maneras—. Pero va a hacerlo de todas maneras, y yo solo quise darle ánimos al hablarle un poco de ella.

—Creí que no sabías sobre Frieda Reiss siendo la auténtica gobernante.

—Bueno, no. No conocí a Frieda como reina —admitió y se encogió de hombros, ladeando el rostro para mirarlo—. Pero conocí a la Frieda que gustaba de los girasoles y los poemas, y si eso le da un poco de consuelo a Historia, entonces voy a hablarle de ella tanto como quiera.

Delante de ellos, Historia se desplazó por el aire como si perteneciera en el. El resplandor de sus cuchillas desató oleadas en el cielo, como si fuera el sol brillando y no metal, y su cabello rubio le ondeó cuando flotó y flotó y flotó, y entonces pasó las cuchillas a través de un objeto extraño, lo que probablemente era el punto de encuentro en la biología del titán.

Hubo una explosión y los trozos de carne se dispersaron aún más por el aire cuando Historia asesinó a Rod, varios de ellos cayendo envueltos en vapor sobre las casas más cercanas a las colisiones.

—No creo que debas preocuparte mucho por ella —le dijo el otro, despegando su mirada de él hacia donde la figura de Historia caía por el aire. Félix apretó las empuñaduras de su equipo—. Es una chica muy competente, Félix. Lo que decida hacer de hoy en adelante, estoy seguro de que tendrá mucho apoyo tanto por parte del pueblo como nuestro.

Así erguido, orgulloso, con la frente en alto y el azul en sus ojos brillando gracias a que el cielo se reflejaba en ellos, Erwin lucía como la figura más divina en la que sus ojos se hubiesen posado nunca.

Félix tragó saliva a pesar de que tenía la garganta seca.

—Dios, tengo tantas ganas de besarte —murmuró como un hombre privado del néctar de los dioses.

Erwin se giró en redondo hacia él, sus ojos abiertos de par en par.

—¿Qué?

—¿Qué?

Erwin parpadeó lentamente.

—¿Qué... Dijiste? 

El cuerpo se le puso rígido y una estrangulada risa fue golpeada directamente de su pecho.

—¡Nada! Una tontería probablemente, no dije-

—Creí haberte escuchado decir que querías-

—¡Nada! ¡No escuchaste nada, olvídalo! Oh, ¡mira eso! ¡Historia está cayendo! ¡Adiós!

Como un vil hombre huyendo de una escena del crimen, Félix se precipitó hacia el frente, el rostro rojo y sonrojado, y se dejó ir en caída libre hacia el suelo.

Dios, que se estrellara y el mundo reiniciara.

Kenny en definitiva iba a hacerle la vida imposible si llegaba a escuchar de esto.


KSKFKAKFKAKDKA MI FAV CAP DE LEJOS LMAO FÉLIX ES UN DESASTRE LO AMO 

FUN FACT DEL DÍA: a Félix le gustan mucho las aves, y su favorito es el colibrí. Idk porque quise decirles eso pero bueno, ahí está jsjdkakdka

Btw abajo les voy a dejar una parte de algo que escribí sobre ese au del que les hablé lmao me decidí por hacer a Erwin un profesor de Historia en idk colegio, prepa, universidad???? No sé, aquí está espero que les guste y!!! Si quieren verlo completo idk puedo ponerlo en mi twt si gustan la verdad no sé, por si si mi user es @_seaki disfruten!!

Erwin vio el post la aburrida mañana de un monótono miércoles.

No era la gran cosa, ciertamente. Era solo un perfil recomendado que saltó en su timeline de pura casualidad; una simple foto de alguna parte en el mundo que dejaba entrever un campo de girasoles que parecía extenderse hasta donde el horizonte terminaba.

Las nubes e la fotografía parecían manchas de pinturas salpicadas sobre un lienzo azulado, con puntos verdes por debajo de estas que asimilaban árboles mientras el cielo azulada creaba el escenario con una simplicidad entrañable.

No había modelo en la foto, ni siquiera un indicio de vida humana que hubiera pasado por aquellos lares; solo girasoles y nubes y árboles y belleza. Simple belleza.

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