50. Pérdidas
CAPÍTULO CINCUENTA
PÉRDIDAS
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—Nos volveremos a ver, y esta es mi promesa.
(Surgió de entre el escombro con un cuerpo tras ella.
Ymir tuvo que tomarse dos segundos para comprender que era Caven, cubierta en polvo y un poco de sangre, de sus comisuras deslizándose gotas rojizas que caían por la blanca piel como lágrimas.
Murmuraba algo; una plegaria, una súplica.
Necesito que te quedes conmigo, Félix. Quédate conmigo. Quédate. Quédate. Quédate.)
El sol centelleaba allí por encima de donde golpeaba la piedra de jade.
Félix tenía un sonrojo que le bañaba las mejillas con delicadeza y se le extendía hacia arriba a la punta de las orejas y hacia abajo, en donde su cuello se ocultaba bajo la camisa abotonada.
Sin embargo, Frieda no lo estaba.
Las lágrimas que antes había estado llorando recorrían sus pálidas mejillas como las gotas de agua lo hacían en la superficie de un vaso de cristal. Estaban rojas pero no era un sonrojo propio, era el rosado que permeaba la piel de alguien cuando la impotencia y la dulzura se mezclaba, y a Frieda la sentaba bien.
(La garganta se le cerró.
—Caven...
—Su cabeza —murmuraba la mujer de cabellos rubios, tropezando en su camino hacia el parche verde lejos del desastre—. Se... Se golpeó la...
—Caven.
Había rastros de sorpresa en su voz que no debieron estar ahí. Ymir, aún con el cadáver de su titán volvienfose vapor a sus espaldas, trastabilló hacia ellos.
Costaba trabajo respirar.
—Es... Caven, estás... Sa-sangrando...
—Su cabeza —le repitió ella en cambio y entonces el agarre que tenía sobre el cuerpo de Félix se soltó y él cayó al césped con un ruido sordo.
Caven se tambaleó, maldijo, volvió a tambalearse y después cayó junto a dónde Félix reposaba.
—S-su cabeza... Ymir, él se- Se golpeó la cabeza.)
Incluso a esa edad, Félix comprendía el peso que esas palabras sostenían. Era un niño apenas; un niño que había tenido que crecer con susurros a sus espaldas y miradas despreciables en su cara, que veía la burla que los otros niños le hacían cuando en realidad nada de culpa recaía en él y toda en el padre que no conocía.
Sus dedos juguetearon nerviosamente con el collar de jade, delineando los bordes erosionados y tocando el frente ligeramente abultado, como si tras la roca verdosa se ocultara algo en el interior.
—No… No sé qué decir.
—No digas nada —le respondió ella, pasando el dorso de su mano por encima de sus ojos y con ello limpiando las lágrimas—. No tienes que decir nada, está bien.
—¡Pero yo no tengo nada para ti!
(—Oi... Caven, abre... Caven, abre los ojos.
Era inútil, se dio cuenta un segundo más tarde porque Caven ni siquiera estaba mirándola.
La mirada de la rubia se abrió lentamente, pero no era a Ymir a quien parecía buscar porque en cuanto dio con Félix, tendido a su lado con el pecho inmóvil, Caven estiró uno de sus brazos con lentitud y con toda la fuerza que aún le quedaba en el cuerpo.
—Félix —murmuraba ella con la voz rasposa—. Félix.
Los dedos manchados de sangre empaparon la tela de la camisa cuando los presionó suavemente sobre el hombro del chico a un costado suyo.
—Necesito... —suspiró—. Que te quedes conmigo, Félix.)
Frieda se encogió de hombros, sorbiendo ruidosamente la nariz y Félix arrugó la suya, mirándole con el ceño levemente fruncido.
—No necesito que me des nada.
—¡Pero yo quiero darte algo!
(—... ¿Caven?)
—¡Pues a ver si lo acepto!
—¡Tienes qué! —le insistió él, tomando el collar de jade en su puño mientras daba un paso hacia ella—. ¡Es solo justo que yo te de algo a cambio porque tu me diste algo en principio!
—¡Entonces solo acepta! —su voz se quebró, y Félix, así pequeño como era, se preguntó por qué sonaba tan angustiada—. Deja de ser tan testarudo y acepta, tonto.
(La sangre que le caía de la boca brillaba de la misma manera en la que sus ojos deberían hacerlo.)
Tal vez fueron las lágrimas, o el sol, o el lugar y el momento y el hecho de que Félix tuvo que crecer un poco más rápido que muchos otros niños, pero… Lo que Frieda le decía sonaba a una súplica.
Las gotitas saladas cayendo de sus ojos eran reales, se dio cuenta, y la mueca en su boca era preocupante, y el miedo destellando en ojos azules como el más claro de los cielos, estaba oscurecido por el color de las nubes cuando se avecinaba una tormenta.
(Fue tortuoso tener que apartar la mirada de ella. Pero Ymir tenía que.
Tenía que.
—Oi, Félix —dijo a pesar de que la voz le temblaba. No se atrevió a mover el brazo de Caven—. ¡Félix!
—¡Ymir!
Ymir se giró bruscamente hacia atrás y vio a Historia junto a Eren, y el resto de su antigua clase acercarse por detrás de ellos dos.
El capitán Levi estaba con ellos.
El miedo le subió de golpe a la garganta, su mirada buscando a su alrededor. Kenny estaba a unos metros de ellos presionando las palmas de sus manos contra su costado herido, y la sangre que manchaba la camisa comenzaba a caer al césped gota a gota.
Cerca de Caven, estaba el cuchillo de Kenny con la funda ensangrentada.)
—Frieda… —se atrevió a decir él—. ¿Por qué me estás pidiendo eso? Solo voy a ir a la academia, no me va a ocurrir nada.
—Y después te unirás a la Legión —pero aquello no era. No podía serlo, porque Frieda siempre había sabido lo que él deseaba más que nada en ese mundo—. Y tu… Ellos son imprudentes, como tu lo eres.
(—¡No se acerquen! —exclamó sosteniendo el cuchillo en lo alto, el filo de la hoja restallando contra el brillo de la luna y debió ser aquello lo que detuvo a Levi tan de golpe—. ¡No se acerquen!
Historia pasó a su lado como un borrón, sus rodillas crujiendo un poco al caer junto a dónde Félix se hallaba.
La escuchó jadear.)
Félix sacudió su cabeza de lado, negándose a creer que solo era eso porque no podía serlo, no. No cuando Frieda sabía que Félix detestaba los muros, que él quería ver el mundo tras ellos y conocer el océano, oler el agua salada que rompía contra las rocas y arrastraba la arena de las orillas de la tierra.
—Dime la verdad.
—Esa es.
—No es cierto.
—¡Que sí!
—¡No es cierto!
(—Ymir... Ymir, ¿qué-?
—Se golpeó la cabeza —interrumpió no queriendo mirar lejos de Levi.
Levi era el peligro. Levi era el problema.
El capitán le miraba atentamente con el resto del escuadrón quieto en su lugar.
Por el rabillo del ojo vio a Historia inclinarse por encima de Félix, su oreja descansando a escasos centímetros por sobre el pecho del chico y después ella jadeó.
—No...No está respirando —susurró con algo que le pareció miedo en la voz—. ¡No está respirando! ¡Ymir, no está respirando!
Le temblaron las manos. El cuchillo se tambaleó, y después se le resbaló y se clavó en el césped.
Ymir se dio vuelta a prisa y sacudió a Félix de los hombros.
—¡Oi, despierta! ¡Félix abre los malditos ojos!)
Frieda rompió a llorar otra vez y Félix la observó en frustración, sus puños cerrados a cada costado de su cuerpo. Había algo que ella no estaba diciéndole y eso le molestaba, porque él le decía todo a ella. Todo.
Una suave brisa pasó por entre ellos y con ella se acarreó el aroma a sol de los girasoles, los pajarillos en lo alto de la copa del árbol junto al que se hallaban yendo en crescendo con facilidad y dulzura.
—Bien, okay —bufó finalmente como el petulante niño que en ocasiones era—. Es una promesa.
Frieda sollozó y después se lanzó sobre él y lo tacleó en un abrazo, y los dos cayeron al suelo y rodaron por encima del césped, la verde hierba siendo aplastada por sus dos figuras dando vueltas y vueltas y vueltas.
(—Oi. Apártense.
Fue Levi quien quitó la mano de Caven al final.
—Tengo que hacerle RCP.)
Hubo silencio por un momento; incluso las aves se habían silenciado y el aire ya no soplaba.
El sol brillaba, sin embargo.
Y desataba rupturas por encima del lago cerca del que se hallaban, un halo dorado cerrándose alrededor de Frieda como si ella fuera inmaculada, el resplandor creando picos que ceñían su cabeza y resaltaban el color negro como la medianoche, los ojos azules como el cielo al amanecer.
Una corona. Es como si tuviera puesta una corona.
Las lágrimas también le brillaban pero la sonrisa en su rostro lo hacía aún más.
Félix sintió que el sonrojo le subía de golpe al rostro y lo ladeó, uno de sus brazos alzados para cubrírselo con el porque se suponía que eso no debía pasar. Era vergonzoso. Los chicos no debían sonrojarse por cosas absurdas como las chicas.
—Envíame cartas —le dijo ella, mirándole absolutamente seria—. Muchas. Quiero saber todo lo que hagas, ¿sí? Y si alguien te golpea, tu… Uhm, ¡golpéalos con más fuerza!
—¿Hah? Si golpeo a alguien sin justificación podrían expulsarme.
—Oh... ¡Pero así volverías más pronto! ¡Sí, hazlo!
—¡¿Qué?! ¡No! ¡Estás loca Frieda, quítate de encima!
(Era una pesadillas. Ymir estaba segura de que esa era la pesadilla real.
Pero mientras Levi más presionaba, más parecía inútil.
—Oi... Ya basta.
—Tch. Vamos, Félix.
Kenny comenzaba a acercarse a ellos a rastras, y la sangre goteaba.
Ymir tragó saliva con dureza y a regañadientes volvió la mirada hacia el azabache.
—Lo estás lastimando… —murmuró Kenny una vez estuvo lo suficientemente cerca de ellos y por un instante las manos de Levi cedieron antes de continuar presionando—. Oi, ¡lo estás lastimando, déjalo ya!
—Cállate, Kenny.
Un borrón rojizo pasó junto a ellos y cayó de rodillas a su lado, entre ellos y Caven.
Era Petra.
—¡Félix!)
Frieda tiró la cabeza hacia atrás y largó una carcajada.
—¡Félix, vamos! —dijo, bajando la mirada hacia él con un puchero—. No tienes que irte, ¿sabes?
—Oi, ya hablamos de eso —refutó él, empujándola del hombro para tirarla de encima suyo. Frieda cayó sobre un parche de florecillas azules, los pétalos rompiéndose y varios de ellos entrelazándose en los mechones negros—. Estaré bien, te lo prometo.
—… Y nos veremos de vuelta, ¿cierto?
(—¡Félix!)
—Sí. Lo haremos.
—¿Lo prometes? —preguntó ella, tomando el collar de jade descansando en su pecho—. ¿Por esto? ¿Lo prometes?
(—Por favor, por favor, despierta.)
Él rodó los ojos y suspiró. Al enderezarse, echó un vistazo a su alrededor antes de volver la vista a ella; estaba sonriendo y el halo había desaparecido, la corona que antes le brillaba sobre la cabeza fundiéndose con el resto del escenario y dejando detrás los pétalos azules enlazados en el oscuro cabello.
Una de sus manos se estiró para tomar un pétalo y poder verlo de más cerca. Frieda aguardaba.
(—Por favor.)
—Lo prometo.
━━━
Lo primero que vio al abrir los ojos, fue a Caven.
Sus diamantes estaban opacos. Su cabello no brillaba. La mancha roja a un lado de su boca descendía en gotitas que caían en el césped sobre el que se encontraban recostados.
Su rostro estaba ladeado, también. Recostado sobre la mejilla derecha.
No respiraba. Y lentamente comprendió que tampoco estaba viva.
Pero tenía el brazo alzado, estirado. Y el peso sobre su hombro, los dedos apenas descansando por encima de la tela, las yemas dejando rastros de sangre sobre la camisa…
Se le fue el aire.
Estaba muerta.
—¡Oh Dios, Félix!
—¡Está despierto! ¡Súbanlo a la carreta enseguida!
—¡Félix!
No podía apartar los ojos de ella. Y la cacofonía a su alrededor, las manos que le sacudían los hombros y que apartaban la mano de Caven de él. No quería tener que lidiar con eso ahora.
Nunca, quizás. No mientras fuera Caven quien le mirara con ojos que se suponía debían brillar como diamantes y en cambio estaban opacos, grises, sin vida.
Tenía un agujero en el pecho. Un agujero que no podía rellenar, destinado a quedarse tallado en su pecho desde el principio, cuando dejó morir a Nanaba la muerte horrible que ella murió solo porque priorizó sus necesidades egoístas por encima de la vida de las personas a las que consideraba camaradas y amigos.
—¡Félix!
Lento, muy muy lento, apartó su mirada de la mujer tendida a su lado y la llevó hacia arriba, al rostro de Ymir en el que se le marcaban las cicatrices características de los titanes cambiantes. Ojos marrones le miraban con un profundo alivio que le entibió el pecho, y ni siquiera entonces se había dado cuenta de lo frío que todo estaba hasta esos momentos.
—¿Ymir? —murmuró con voz rasposa.
La chica hizo un extraño sonido, como si un sollozo se le atorara en la garganta al mismo tiempo que intentaba reír.
—Eres un… ¡Eres un idiota! ¡¿Qué rayos-?! —la vio sorber por la nariz y alejar su mirada de él por unos cortos segundos antes de voltearse de nuevo—. Qué mierda te ocurre, ¿uh? Idiota.
—¿Qué…? ¿De qué hablas?
—¡De que eres un maldito demente, ¿cómo se te ocurre-?!
—Oi, Ymir —dijo la conocida voz de su capitán, viéndolo aparecer por un costado de ella mientras la empujaba hacia atrás—. Déjalo respirar, hazte a un lado. ¿Cómo te sientes, chico?
Había sangre en la sien de Kenny, solo gotitas que le manchaban esa parte superior de la cabeza y que parecían mezclarse con los cabellos marrones. La pólvora en sus ojos, por una vez, parecía no arder.
Genuina preocupación, se dio cuenta. Kenny estaba preocupado.
—….Duele —admitió en un susurro, echando vistazos a su alrededor.
A las personas que alcanzaba a escuchar detrás suyo, la voz de Historia y la de Eren quienes parecían estar discutiendo con alguien más. También podía escuchar a Erwin, y el corazón se le alivió un poco con eso.
No lo suficiente, sin embargo. Nunca lo suficiente porque en esa situación, tras todo lo ocurrido, dudaba mucho de encontrar consuelo en algo que no fuera frialdad absoluta y vacío infinito.
—¿Qué? ¿Tu cabeza? —le cuestionó el mayor y su mano se movió hacia abajo, hacia su nuca, y una persona al otro lado lo ayudó a enderezarse—. Te la golpeaste al caer. Caven dijo-
—No lo sé —murmuró cortando de golpe a Kenny, y el mayor de ellos cayó en silencio cuando Félix se inclinó al frente y ocultó el rostro entre sus manos—. No lo sé, lo siento, no…
Seré tu aliada no importa qué, Félix.
Se enterró las manos en el cabello y ahogó un grito contra sus rodillas, que había arrastrado hasta su pecho para tener algo en lo que ocultarse, con lo que poder expulsar al resto del mundo fuera de su burbuja por al menos un segundo.
Uno solo para recuperar el aliento. La voluntad, para deshacerse del miedo y darle paso a la furia. A la ira, al enojo, la decepción.
Seré tu aliada no importa qué, Félix.
Pero no había nada allí. Nada que lo obligara a ponerse en pie, que le dijera "arriba que tu puedes". El cadáver de Caven seguía tendido a un lado suyo y Dios, ¿por qué?
¿Por qué ella de entre todos los demás?
—Debí haberlo matado —dijo de golpe, porque ahora sabía cómo era que Rod moría, qué mierda era la gigantesca bestia moviéndose a sus espaldas creando aquel retumbar—. Debí haberle disparado cuando tuve la oportunidad, cuando se distrajo y empezó a hablar de Frieda y a meterle esas estúpidas ideas a la cabeza a Historia y-
—Oi.
Le corría un sudor frío por la espalda cuando se giró solo para encontrarse con Levi y los chicos de su escuadrón. Historia estaba de pie junto a Ymir, quien la sostenía del brazo de la misma manera en la que él lo había hecho allá abajo en la caverna que brillaba. Los ojos azules de su prima le miraban con preocupación.
Pero era Levi quien se robó su atención. Levi y Petra, de pie a su lado, que le ponía una mano en el hombro y le daba lo que ella creía que era un apretón que pretendía ser confort.
—¿Estás bien?
Félix lo miró arrodillarse en el césped, sus ojos color cobalto fijos en él. Por detrás del otro Ackerman se extendía una columna de personas que se movían de aquí allá, que buscaban la manera de acercarse al titán enorme para poder eliminarlo. Notó a Eren sentado sobre la carreta en la que viajaban, su mirada oculta bajo los mechones marrones. Mikasa estaba tras él, con una de sus manos estirada como si quisiera tocarlo pero dudara a último momento.
Todos los chicos del escuadrón, los amigos de Eren y los de Historia estaban allí para salvarlos a ellos dos, se dio cuenta, y aquello alivió un poco el tenso nudo en su estómago. Tenían buenos amigos, de los mejores si estaban listos para arriesgarse de tal manera solo para poder ponerlos a salvo.
Por entre ellos, también vio una cabellera rubia y una capa con las Alas de la Libertad, unos ojos azules que le observaban con fijeza y…
Félix apartó su mirada de golpe, sintiendo que la garganta se le secaba y las ganas que tenía de gritar crecían.
—Estoy bien —murmuró.
—¿Estás seguro? —preguntó Petra a su lado con suavidad—. Caven dijo-
—Estoy bien —interrumpió con brusquedad, y quizás Petra comprendió porque ella miró a la rubia mujer que se ocultaba tras su cuerpo y después lo miró a él y por supuesto. Por supuesto que ella entendería—. Estoy bien. Estoy… Me duele un poco… estaré bien.
—Entonces vámonos —la voz de Erwin los llevó a todos a girarse al comandante, quien les miraba sentado desde encima de su corcel blanco—. No hay tiempo que perder.
Irse. ¿Irse? ¿Irse a dónde? Estaban en un desolado páramo con una bestia asquerosa arrastrándose en dirección contraria a ellos, los árboles a su paso siendo incendiados y vueltos cenizas, la tierra siendo destruida.
Félix no… Él no…
No. No, no se iba a ir sin ella. No la iba a dejar aquí, no se atrevería a dejarla atrás. No lo haría. No podía.
¿Cómo podría?
¿Cómo podría hacerlo cuando Caven lo había escuchado, cuando ella había guardado sus secretos como si fueran suyos? Cuando ella había muerto a su lado con una mano extendida hacia él, cuando su sangre estaba en su camisa y en sus manos, ¿cómo se atrevía a dejarla atrás como si ella no importara?
Porque lo hacía, porque importaba. ¡Ella importaba! Caven también era familia. Estaba a solo pasos de él y si quisiera podría volver a sentarse junto a su cadáver y hacerle compañía, esperar hasta que el sol saliera para ponerse en pie y llevarla de vuelta a casa. A donde fuera. A donde quisiera. A donde pudiera. Porque ella importaba, ella siempre iba a importar.
Entonces, ¿cómo se atrevía a levantarse con las piernas temblorosas y el corazón palpitante, cómo se atrevía a empezar a caminar solo mientras Kenny sangraba y Petra lo seguía, y Ymir, por qué lo miraba de esa manera?
¿Por qué lo miraba con lástima y actuaba como si ella tuviera la culpa de algo cuando todo era culpa de él?
Su mirada se movió hacia Erwin. El rubio cabello estaba disparejo, mal peinado en un costado y varios mechones le caían suavemente sobre la frente, y la capa que descansaba sobre sus hombros parecía ser una especie de armadura a la que se aferraba con ambas manos, a pesar de solo tener una.
El comandante seguía sobre su caballo, dándole órdenes a los hombres de la Legión que habían ido ahí con él. Todos ellos parecían estarle compartiendo información sobre el avance de Rod en su forma titán, y mientras más se movían ellos, más se impacientaba el resto del escuadrón.
Cuando el rubio giró un poco su rostro, atrapó a Félix mirándolo. El cuerpo se le tensó, y el de Erwin también, y Félix sintió ganas de salir corriendo a pesar de lo mucho que le temblaban los pies. Pero el comandante sonrió en su dirección, una mueca que apenas se notaba allí en su boca y Félix trató de devolvérsela, pero…
Cómo se atreven, pensó, irrumpiendo allí y luchando contra ellos ¿Cómo se atrevían?
Hange le sonrió cuando trepó a la carreta.
—Hey, Fé —murmuró ella, alzando la mano que tenía cubierta de sangre—. ¿Cómo te sientes?
—He estado mejor —admitió con voz queda.
Hange rio un poco, aunque pronto se quedó callada, una mueca de dolor torciéndole el gesto.
—Hah. En eso estamos de acuerdo.
Su mirada se movió hacia un costado, hacia donde Kenny se recargaba contra la parte trasera de la carreta, una de sus manos sujetándose el costado por el que Levi lo había herido.
Sus ojos bajaron con lentitud hacia allí y se quedaron quietos encima de la herida.
—Tu venda —murmuró, señalando la mancha roja en ella—. Es… Es mucha sangre, Kenny, ¿no deberíamos-?
—Déjalo —murmuró el otro, empujando su dedo lejos de él. Félix ni cuenta se había dado de haberlos acercado siquiera—. Estaré bien ¿no? Es lo que tu dijiste.
Se sintió como una bofetada, tener sus propias mentiras siendo lanzadas hacia él con tanto descaro. El Ackerman le tiró una mirada por el rabillo del ojo.
—Kenny, eso… Eso es mucha sangre —murmuró sintiendo que el corazón le subía a la garganta. Era mucho rojo, demasiado—. S-solo levántate la camisa, cortaré un trozo de tela de la mía y reemplazaré esa, anda.
—Estaré bien chico, descuida —le volvió a decir con una de esas risillas que no le causaban gracia. El Ackerman miró hacia abajo y las sombras en el rostro le crecieron—. Deja de preocuparte.
¿Cómo mierda hacía eso? ¿Cómo dejaba de preocuparse por las personas que le importaban más que nada en el mundo? Egoísta podría ser, sí, apático en ocasiones y con una lengua que a veces le metía en problemas más veces de las que no, pero Félix, ¿cómo no podía preocuparse por el hombre que lo veía crecer en todas sus vidas, por quien se quedaba junto a él cuando su padre se volvía un recuerdo, o cuando ni siquiera llegaba a eso?
Sintió que algo explotaba en su pecho, y por un segundo consideró que fuera su corazón por fin estallando en nada pero dolor, culpa y sensibilidad.
—Kenny-
—Que lo dejes en paz, chico. No es nada-
—¡Caven está muerta! —exclamó, y su voz cortó a través del contingente con una veracidad que le dolió en las entrañas. Kenny alzó la cabeza con brusquedad y Ymir, que iba a caballo en el lugar de Hange, se encogió—. ¡Y su cuerpo sigue allá atrás y voy a necesitar que alguien me ayude a cargar con ella cuando vuelva porque-!
Porque tal vez no iba a poder hacerlo solo.
Las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. O tal vez fuera un sollozo, tal vez fuera bilis o vómito o pura rabia.
El agujero en su pecho creció un poquito más.
—¿Sabes qué? Olvídalo —murmuró, removiéndose un poco en su lugar e imitándolo, tirando la cabeza hacia atrás para recargarla contra la carreta—. Muérete ya y vete al infierno.
El Ackerman se carcajeó, pequeñas gotitas de sangre siendo escupidas cuando su escandalosa, sádica, extraña risa alcanzó a alzarse por encima del ruido de los caballos y la carreta que traqueteaba. Varias de las personas que iban por delante de ellos echaron vistazos hacia atrás con tan escandalosa risa, sus rostros extrañados.
—Cierra la boca —le dijo, clavándole un dedo en donde residía la herida, y el mayor siseó cual víbora—. Tu risa de animal abortando da miedo.
—Oi. Mi risa no es-
—Lo es —dijo Ymir, y Kenny se volteó a mirarla con indignación—. Nos estás avergonzando, capitán.
—¡Oi-! Agh, mocosos insolentes.
Ymir y Félix se miraron entre sí y rieron, el peso en los hombros de la chica deshaciéndose un poco y la roca atorada en el estómago de él desapareciendo. Aún había muchas cosas por hacer, y mientras miraba de lado a lado por el páramo, se dio cuenta de que Zoro no se hallaba alrededor.
Zoro, pensó, no puedes haberte ido tu también.
Volvería, se dijo, más tarde y cuando se hubieran deshecho de Rod de una vez por todas, volvería a buscar a su caballo y a por Caven, porque no había manera en el mundo de que la dejara allí olvidada como si ella no hubiera sido de importancia para él.
—Félix, Historia… —dijo Eren de repente, llamando la atención de ambos Reiss. Eren miraba hacia abajo, al espacio entre sus piernas donde lo único que podía ser visto era el piso de madera de la carreta—. L-lo siento.
Historia lo miró a prisa, y el azul en sus ojos quizá no fuera como el de Frieda, pero el parecido entre ellas era inigualable.
Se parecía incluso más que los hermanos legítimos de la mayor de ellas, y a pesar de que Frieda lucía más como Rod que ninguno de los otros, aquello no le había quitado ni un poco de la gracia que sus facciones tenían, la belleza que parecía exudar con tan solo existir.
Historia volvió a mirarle antes de desviar la mirada a prisa.
—Eren… —dijo Historia, claramente debatiéndose entre qué decir y que no—. No… No tienes que disculparte.
—Pero sí tengo qué. Yo… —el chico se interrumpió a sí mismo—. Lo que mi padre hizo… Lo siento.
Silencio cayó sobre ellos y los engulló. El rostro del chico estaba oculto tras una cortina de cabello marrón, los mechones tapando cualquier expresión que pudiera darle una pista sobre qué decirle como consuelo.
Tuvo la sensación de que no importara lo que terminara diciendo, Eren no le creería.
—Ella era asombrosa, ¿sabes? —dijo Félix de golpe.
Eren alzó la cabeza con lentitud, con el ceño fruncido y la boca presionada en una fina línea. Historia lo miró por el rabillo de su ojos antes de voltearse hacia él por completo.
—¿Uh?
—Frieda, quiero decir —aclaró mientras estiraba un poco su pie para chocarlo contra el de Eren—. Era una chica asombrosa, y si te escuchara disculparte por algo sobre lo que no tuviste control ni culpa, te habría golpeado enseguida.
—¿Q-qué?
—Le gustaba mucho leer, y los poemas. Le gustaban mucho los poemas, creo que llegó a escribir unos pocos —siguió diciendo, recargando su cabeza hacia atrás para poder ver el cielo, la falta de estrellas en el manto oscuro—. También le gustaba la jardinería y andar a caballo. Contar chistes también, pero no sabía decirlos muy bien y casi nunca daban gracia, aunque yo tenía que reírme todo el tiempo porque si no lo hacía me golpeaba. Ja.
Bajo ese árbol, recordó. El halo que le había rodeado la cabeza como si fuera una corona corpórea, con los mechones negros llenos de flores azules.
Kenny le dio un pequeño codazo en la costilla y Félix lo miró de reojo, una sucia mirada siendo tirada en dirección del mayor.
—Tu la conocías —dijo Hange, tendida en el suelo.
Félix se aclaró la garganta y asintió mientras se enderezaba un poco.
—Éramos amigos de la infancia, así que se podría decir que crecimos juntos —dijo, perfectamente consciente de la manera en la que Historia lo miraba.
De la mentira resbalando fácilmente de sus labios.
—¿Sabías que ella era la reina, entonces?
—No —negó—. No hablábamos mucho de nuestras posiciones en este mundo. Ella era la hija de un noble y yo un bastardo, y la verdad es que no importaba nada más allá de eso.
Porque, tu sabes, Frieda era Frieda y Félix era Félix, y nada más que eso les había importado al ser niños.
No cuando tenían campos de girasoles para recorrer o lagos en los que nadar. Cuando la sombra de los árboles era más apreciada que la de sus títulos.
—No sabía nada sobre eso hasta que me llamaron a Stohess y Rod me entregó una carta mía que encontró entre sus cosas —dijo dando un profundo respiro—. Él creyó que yo sabía la verdad, pero… Frieda solo era Frieda para mi, ¿sabes? Y… reina o no, ella… Ella solo era Frieda y ya.
Hange hizo un sonido con su garganta que él tomó como aceptación, como si hubiera pasado un tipo de prueba que ella imponía por razones desconocidas.
Para confiar en él, creyó. Del mismo modo en el que el resto de la Legión debía aprender a hacer de nuevo.
Sus ojos revolotearon hacia Historia y esta le devolvió la mirada, y una especie de entendimiento se originó entre ambos cuando la chica asintió casi imperceptiblemente.
Qué fácil que era mentir ahora, uh.
Al otro lado de la carreta, Ymir también le miraba. Incluso Kenny, incluso Petra.
Todos ellos sabían la verdad, y si Petra no había conectado las piezas para ese momento, entonces pronto lo haría. Y si ninguno de ellos decía nada… Félix suspiró. Si ninguno decía nada, entonces las cosas estarían bien.
—Pudiste habernos dicho —le dijo Moblit con algo de timidez, mirándole por encima del hombro—. Haberlo sabido habría ayudado, y…
—Quizás, quizás no —le respondió y se encogió de hombros—. Rod, uhm… Rod sabe quien es mi madre, y bueno… Era quedarme callado o él le haría daño a ella, así que…
—Tch.
Su mirada se fue hasta Levi, cabalgando quieto a un costado de la carreta, con la mirada puesta bien al frente. Félix rebuscó algo en el suelo hasta hallar un pedacito de madera y poder lanzárselo. El azabache le miró de reojo, con el ceño fruncido.
—Lamento haberte disparado —buscó sonreírle, porque la imagen de él besando a Levi aún seguía algo fresca y honestamente, era lo único que podría sacarle una sonrisa en esos momentos—. Pero si ibas tras nosotros el resto del escuadrón no habría dudado en sacarte del camino.
—Hah. Me lo imaginé.
El Ackerman a su lado le dio otro codazo y él solo volvió a encogerse de hombros. Kenny le miró mal, realmente mal, y chasqueó la lengua con tanta fuerza que incluso Erwin, quien cabalgaba frente a la carreta, les echó una mirada.
—No puedes hacer nada bien, chico.
—Oh, cierra la boca —le dijo a su capitán, devolviéndole el codazo.
—Félix.
—¿Uh?
Eren, encorvado, se enderezó lentamente y le miró de frente. El chico había movido su pie un poco y él aprovechó aquello para darle otro pequeño golpecito con el suyo propio.
El menor le devolvió el gesto.
—Aquella vez… Aquella vez que nos conocimos, cuando hablamos sobre nuestros motivos para unirnos a la Legión… —Eren se mordió el labio inferior, nervioso.
El azabache le miró con una curiosa expresión en su rostro, sus cejas ligeramente fruncidas. La frustración que el chico sentía era evidente en las líneas alrededor de su boca, tirando a los costados con una facilidad que ni siquiera debería ser parte de Eren Jaeger en primer lugar.
—Uh… Sí —respondió con algo de aprensión—. Sí recuerdo. ¿Por qué?
—Tu… Me mentiste aquella vez, ¿cierto?
Félix parpadeó. Alrededor de ellos se sentía como si el mismo aire estuviera quieto, como si el mundo entero contuviera el aliento. Paralizado con esas palabras que habían sido dichas con tanta convicción como pudiera tenerla. Félix se encogió un poco al sentir la mirada de Levi quemando en un lado de su rostro, y el azabache no necesitaba mirar en dirección del resto para saber que quizás estaban viéndose igual de confundidos.
—¿Qué?
—En tus… En los recuerdos de ella, de Frieda Reiss —la voz le tembló, y oh por Dios. Oh por Dios, Eren sabía—. Tu le dijiste que te unirías a la Legión porque… Porque querías salir de estos muros.
Oh. Oh, ¿Eren había visto aquello? ¿Lo recordó al mismo tiempo que él?
¿Lo presenció?
Se preguntó si quizás el chico habría visto más de esos recuerdos, y qué pensaba de ellos.
—Ah, sí —respondió en voz tenue, inseguro sobre sí era buena idea si quiera responder—. Eso, bueno, es cierto.
Eren asintió.
—¿Por qué me mentiste, entonces?
Había algo en la voz del otro, algo que le atravesó el pecho limpiamente.
—Honestamente no tengo idea. Quizás era una estrategia para cambiar mi forma de ver las cosas, y tu te veías tan… Fascinado por toda la tontería que decía, no quería quitarte esa emoción, supongo —Félix suspiró—. Pero aja. Lamento haberte mentido. No me gusta… Uhm, no me gusta mentir. En especial a ti, no me gusta mentirte a ti.
A todo el mundo sí. Porque no todos entenderían lo que era crecer como bastardo, sin un padre y con resentimiento, no todos comprenderían porqué alguien como él pasaría la oportunidad de convertirse en algo que no quería, en ser algo que no era.
Así que mentirle a todo el mundo estaba bien. Pero no a Eren.
Jamás a Eren, realizó, porque mentirle a Eren era como mentirse a sí mismo.
Kenny lo codeó discretamente, el mayor enviándole una mirada de advertencia porque si decía algo de más, si su boca terminaba por escupir la verdad, entonces sería no solo su cabeza si no la del resto; la de Ymir y la de Eren, quizás también la de Historia.
—Ella, Frieda… Te ofreció un lugar en la Policía Militar para que estuvieran juntos, ¿por qué no…?
Varios de ellos se tensaron. Hange se removió en donde estaba recostada y Levi, dios Levi, se irguió en su caballo con lentitud.
—¿Acepté? —resopló—. Porque la Policía Militar es una mierda. Protegiendo los traseros de esos bastardos imbéciles, nobles idiotas e inservibles. No quería pasar mi vida protegiendo a personas que odio, eso es todo.
—Pero habrías estado con Frieda —le insistió—. Habrías… Tu… Quizás habrías podido salvarla de mi padre.
Eren se veía tan pequeño en esos momentos. Como el niño de quince años que se suponía todos ellos debían ser. Los puños del chico estaban blancos de los nudillos, y si se atrevía a moverse un poco al frente, quizás también se daría cuenta de las suaves lágrimas surgiendo del rabillo del ojo.
—Tal vez —dijo al final, encogiéndose de hombros mientras echaba un vistazo por encima de las cabezas que le estorbaban. Rod Reiss continuaba arrastrándose por aquel lado como la vil porquería que era—. Pero soy una persona muy egoísta, Eren, y ver lo que había tras estos muros, quizás algún día llegar a ver el océano y lo que hay tras él, bueno… Aquello era más importante que Frieda en esos momentos.
Y eso era todo ¿no es así? Félix había sido un niño que creció en la Capital, en el muro más cercano a lo que se consideraba salvación. Siempre rodeado de espacio, casas grandes con campos aún más enormes, bellos jardines y flores silvestres, disfrutando de cuán lujosa era la vida en el interior, en donde nada parecía encadenarte pero cada pequeña cosa te volvía sumiso y te obligaba a permanecer atado al lugar.
Su madre no había querido esa vida para él. A ella le habría gustado que eligiera el Garrison, vigilando las otras ciudades y recorriendo los muros que bordeaban los distritos, porque una madre sabía reconocer en sus ojos el brillo que pudieran llegar a poseer en sus ojos, y Félix brillaba cuando pensaba en las posibilidades de obtener un vistazo, por más pequeño que este fuera, de lo que sea que hubieras tras los muros que los apresaban, lejos de la capital y las casas y bellos jardines.
Talisa sabía bien que él jamás habría estado satisfecho en la Policía Militar, y ni siquiera por Frieda, ni siquiera porque se lo hubiera pedido, habría sido capaz de abandonar ese deseo.
Su madre y Frieda eran parecidas en ese aspecto; lo entendían, pero no muchas veces le daban la libertad de ser quien en realidad era.
Eren estaba muy callado, con sus puños aún presionados contra sus piernas sobre las que los recargaba. Los mechones marrones le ensombrecían el rostro y por un instante, Félix temió que la mirada del chico cambiara al mirarlo. Que después de esto, la brecha que había crecido entre él y el resto de sus compañeros se volviera de ellos también.
Que el puente tuviera baches, como los tenía el de Erwin, y cruzarlo fuera difícil.
Félix tragó saliva con dureza y se reacomodó en su lugar, su brazo rozando contra el de Kenny y ambos se miraron con ojos entrecerrados, conscientes el uno del otro y del resto, los que sabían y los que no, y que el secreto que colgaba entre ellos era un puente también, una unión.
Kenny inclinó un poco su cabeza y Félix asintió con lentitud. La familiaridad entre ellos ardía.
—Eren —murmuró él, estirando su brazo para colocar su mano por encima de los puños del chico. Eren se estremeció y su mirada se alzó deprisa, una indescriptible expresión cubriendo momentáneamente su rostro—. A veces, realmente no importa por qué haces las cosas que haces. A veces solo tienes deseos, y eso es suficiente motivación para salir y hacer las cosas. Es… egoísta, sí lo sé, y la verdad es que no podría importarme menos, pero…
Pero es difícil, no dijo. Es difícil cuando eres de tal manera, porque se supone que debe importarte, se supone que no debes serlo. Que luchar por otros es una causa noble y entregar sus vidas por ellas debía ser respetado, premiado, alabado. Como persona, como ser humano, deberías preocuparte por el destino de la humanidad y sentirte asqueado cuando te dabas cuenta de que realmente no te importaba tanto como el poder cumplir tu sueño.
Porque eso era Félix, en eso se basaba él. En deseos egoístas y propios, en lo que él quería y no lo que era dejado atrás, lo que se perdía y lo poco que se ganaba.
Las palabras se le atoraron en la garganta.
—Me arrepiento de no haberlo hecho —confesó—. Debí haber escogido a Frieda, lo sé, debí haberla escogido a ella antes que a mí mismo, pero…
Félix no desvió la mirada de la de Eren, y el jade chocó y se mezcló y se hundió en el esmeralda. Decidió que lo mejor sería comunicar con sus ojos lo que su boca se negaba a decir.
Eren entendería, porque Eren era como Petra en ese aspecto; de alguna manera siempre lograban entenderlo incluso cuando Félix mismo era incapaz de hacerlo.
—Tus deseos, tus convicciones. Esa libertad que anhelas puede parecer fuera de tu alcance en este momento, puede que haya personas que se opongan a lo que quieres o puede que existan otras que se te unan, que te ofrezcan alternativas —Félix le sonrió y le dio un suave apretón a sus manos, obligando a que los puños se deshicieran—. Al final del día eres tu contra el mundo. Y eso debería ser suficiente, también.
Porque jamás en su vida sería capaz de borrar de su mente la imagen de un Eren sujeto a cadenas, amordazado de la boca y con lágrimas corriendo por sus mejillas, privado de todo lo que Eren buscaba en su pequeño mundo.
Jamás podría olvidar a Frieda durante aquel día, con el halo y las flores, la sonrisa que emanaba mucha más luz de lo que el sol lo hacía. Jamás podría olvidarlos, a ninguno de ellos, al antes y al después, a la obligación y la esperanza.
Kenny le rodeó el cuello con uno de sus brazos y tiró de él hacia atrás, ocasionando que dejara ir la mano de Eren con algo de brusquedad. El azabache le observó con algo de fastidio mientras el Ackerman le sonreía.
—Cuando nos deshagamos de ese imbécil hombrecillo cara rechoncha y alma de idiota, vayamos a la casa de los Reiss y destrocémosla, ¿qué dices uh? —él alzó una de sus cejas y Kenny simplemente rio—. ¿Qué hay de ti, Historia? ¿Te unes?
—Oh, uhm… —murmuró ella, sobresaltada al haber sido llamada tan de repente—. Supongo…
—¡Será divertido! —exclamó Ymir de golpe, y los ojos de Historia brillaron—. Podemos sacar todo lo de valor y quedárnoslo y después incendiar el lugar.
—Podríamos buscar información —apuntó Hange, enderezándose para ofrecerles una psicótica sonrisa—. Ver si tienen algo de valor allí que se hubieran negado a compartir incluso con los otros nobles.
—Podría haber información sobre el poder de los Reiss —mencionó Moblit, una ligera sonrisa al ver a Hange en buen estado—. Incluso sobre el secreto de los muros. Quién sabe.
—Lo haremos —dijo una voz desde el frente de ellos, y en unísono se giraron para mirar a Erwin. El comandante se había retrasado un poco para cabalgar más cerca de la carreta, una mirada mucho más suave en sus ojos sin ningún atisbo de algún moretón manchando la piel—. Pero lo que él dijo es cierto, debemos deshacernos de Rod Reiss antes.
Kenny, como el hijo de puta que era, ladeó el rostro hasta pegarse contra Félix y le lanzó una mordaz sonrisa a Erwin.
—¿Eso significa que ya tienes un plan, niño bonito?
Ymir rio, y después tosió de inmediato para ocultarla. Félix gruñó.
—Kenny —advirtió él.
—¿Qué? —le dijo el Ackerman con obvia gracia—. Solo estaba haciendo una pregunta.
—No, estás… Tu… Ugh, te odio.
La risilla del Ackerman se apagó poco a poco, y con ello su cuerpo se empezó a recargar contra el de Félix con mucha más obviedad. El azabache giró un poco el rostro y le observó con una ceja alzada.
—Oi. Quita, estás pesado.
—Tch. Cierra la boca —murmuró, y solo entonces se dio cuenta de que comenzaba a arrastrar las palabras.
Félix se enderezó un poco y Kenny se ladeó aún más.
La camisa blanca del mayor estaba más manchada, y la sangre se traspasaba a través de las vendas y la tela, y el rojo…
El rojo comenzaba a cubrirlo todo.
—Kenny… —murmuró poniendo su mano con suavidad en el hombro de su capitán. La otra descendió hacia abajo, para hacer presión y evitar que más sangre escurriera de la herida—. Hey, Kenny. No cierres los ojos.
Pero los párpados del Ackerman revolotearon. Frente a ellos, Eren y Hange comenzaron a hablar, a formar teorías. Félix los miró de reojo y después hacia los costados; ningún caballo libre, todos ocupados, y Zoro había desaparecido.
Levi dijo algo sobre el primer rey y Eren siendo devorado, y la repuesta que Historia le dio se perdió en el zumbido que crecía lentamente en sus oídos mientras más sangre le permeaba la mano.
—H-hey, Kenny —murmuró, sacudiéndolo por el hombro—. Kenny. No te duermas, maldición.
Kenny comenzó a murmurar algo por lo bajo, palabras que apenas alcanzaban a ser escuchadas y en su mayoría solo eran una discrepancia entre sí. Pero entonces el Ackerman se soltó de su agarre, se empujó al frente y se alzó sobre sus rodillas para poder alcanzar a Eren.
—Intenta darle una orden.
Sobresaltado, Eren parpadeó con confusión.
—¿U-uh?
—Una orden, chico —le repitió con impaciencia—. Intenta darle una orden, y solo así podremos averiguar si la sangre Reiss es necesaria o no.
Eren asintió y Kenny, siendo el imbécil que era incluso cuando estaba a un paso de morir, le dio una fuerte palmada en la espalda que casi tiró al menor de su asiento. Cuando volvió a recargarse, su propia mano estaba presionando la herida en su costado.
Levi le miró por un breve segundo, su mirada descendiendo hacia donde la sangre se acumulaba, y después la volvió hacia Eren. El chico se había puesto en pie, una clara vacilación en su rostro al alzar la mirada y ver al titán frente a ellos, a todos los metros posibles del contingente para no ser incinerados por el vapor que desprendía su cuerpo.
—Uhm… ¿Cómo lo hago?
—Inténtalo de la misma forma en la que lo hiciste contra el titán sonriente, Eren.
El castaño miró a Mikasa de refilón y esta le devolvió la mirada. Cuando asintió, tomó un profundo respiro y enderezó los hombros.
—¡Hey, titán, detente! —gritó el chico, dando un puñetazo al aire. Tendido contra Félix, Kenny rio—. ¡Te estoy hablando! ¡¿Qué acaso no puedes oírme, uh?!
—Se ve ridículo —comentó Ymir, con el rostro sonriente viendo a Eren darle puñetazos al aire—. Oi, Mikasa. ¿En serio te gusta ese chico?
—Ymir —siseó Connie, acercando la antorcha tan cerca de ella y su caballo que el animal se encabritó un poco—. ¡Ja! ¡Te lo mereces por ser tan fea!
—¡Hey!
—¡Tu, Rod Reiss! ¡Te estoy hablando, pequeño hombre viejo-!
La voz de Eren se cortó de golpe y toda su figura se quedó quieta en ese sitio donde se hallaba de pie. Tanto Félix como el resto de los chicos le miraron curiosos, y entonces, Eren giró su cabeza con lentitud hacia atrás, en donde Levi cabalgaba en silencio y con sus ojos fijos sobre el chico.
—Ca-capitán…
Kenny rompió en carcajadas.
━━━
Cuando Kenny bajó de la carreta, las piernas le fallaron y el Ackerman casi se desplomó en el suelo.
—Hey, hey —Félix sentía el nudo en el estómago, su brazo firme alrededor del torso de su capitán—. Ten cuidado. Has perdido una cantidad considerable de sangre y…
—Oi, chico. Estoy bien, ya te dije.
—Sigues sangrando —murmuró, y quizás hubo algo en su voz que alertó a Kenny de cómo estaba sintiéndose realmente, porque la sangre… la sangre le manchaba las manos.
—Félix-
—Yo me ocupo —interrumpió alguien que se acercaba por un lado de ellos, donde los caballos descansaban. Tanto Félix como Kenny se volvieron para mirar a Petra, la pelirroja sonriéndoles cauta—. De verdad. Déjame hacerlo. Tengo… tengo que ir a ver a Eld, de cualquier modo.
Sus ojos se abrieron. Eld. Eld. No lo había visto dentro de la caverna, y los hombres con los que Erwin iba… Su mirada buscó entre los rostros en el patio, el escuadrón de Levi donde se suponía que debía estar el hombre de la rubia coleta o los otros, el de Erwin.
—Está bien —Petra le puso una mano en el brazo, suavemente deslizándola hasta poder llegar a la de Kenny y sostenerlo por el hombro, sacándole a Félix el peso extra de encima—. Solo fue a descansar. Así que descuida, yo lo llevo.
—No… No tienes qué…
—Insisto, Fé —le dijo, tirando una mirada de costado hacia donde Levi se encontraba—. Mejor ve a ver aquello. Anda.
Se giró un poco dudoso y vio a Historia, a Ymir casi queriendo lanzársele encima a Connie mientras el chico calvo era sostenido por Sasha y Jean parecía rezar una letanía tras ellos. Cuando miró hacia Petra de vuelta, fue Kenny quien resopló y echó a andar con la ayuda de la pelirroja.
—Ah, ve con ellos, chico —le dijo el otro con un gesto de la mano—. Ella te irá a decir la hora de muerte.
—Kenny —reprochó.
El Ackerman simplemente chasqueó la lengua y siguió caminando como si nada ocurriera, a pesar de que detrás suyo iba dejando un rastro de pequeñas gotitas de sangre. Félix las miró caer en silencio y después alzó la cabeza, echando un vistazo a su alrededor.
Estar de vuelta en Orvud se supone que le traería un poco de paz, pero se dio cuenta entonces de que no, no precisamente.
Porque ahí, incluso aunque estaban con personas que en definitiva no eran la Policía Militar, no estaban a salvo. Quizás Félix sí, quizás también Ymir, pero Kenny…
Kenny era un asesino serial, y si ya sabían lo que era la familia Reiss, entonces quizás también sabrían otras cosas; lo que habían hecho y de quién se habían deshecho.
Félix giró sobre sus talones y anduvo a prisa hasta donde Ymir parecía estar a punto de asestarle tremendo golpe a Connie.
—Ymir.
La chica se giró hacia él, su labio curveado en una mueca.
—¿Qué?
El azabache miró a los chicos, a Connie que parecía aún tratar de llamar la atención de la castaña mientras Sasha y Jean discutían por detrás de él. La tomó del brazo y tiró un poco hacia atrás, y solo Historia pareció verlos.
La rubia les siguió atentamente con la mirada.
—Oi, ¿qué haces?
—Ve con Kenny. Se fue con Petra, solo debes… Solo debes seguir el rastro de sangre.
La mirada de ella se movió hacia el suelo, al pie de la carreta de la que habían bajado. Hange no había dejado tanta como Kenny, así que los dos caminillos rojizos eran distinguibles entre sí.
—¿Hah? ¿Y por qué tendría que?
—Mira a tu alrededor —murmuró, y la chica lo hizo—. No estamos en Stohess ni en Mitras. Estas personas… Estas personas no son precisamente nuestros aliados, no de Kenny por lo menos. Si algo ocurre…
Ymir maldijo por lo bajo y los hombros se le tensaron un poco.
—Mhm. O lo matan o lo arrestan —asintió ella. Ymir echó un vistazo hacia atrás en donde Historia los miraba con atención—. Si yo voy allá tu te quedas aquí.
—Lo haré, descuida.
Ymir vaciló un segundo, su mirada conectada a la de Historia. Él se apartó de aquel espacio por unos pocos centímetros y las observó a ambas en silencio, a la manera en la que parecían comunicarse sin la necesidad de usar palabras.
Había una conexión ahí entre esas dos, que quizás no fuera tan fuerte como otras ni estable, pero existía.
Él conocía bien esas conexiones, cómo se sentía el estar rodeado de personas pero aún así estar y existir en un mismo plano que la persona con la que mantenías ese lazo.
Ymir dio media vuelta y se alejó con otra maldición siendo susurrada bajo el aliento. Él la observó alejarse en silencio, viéndola seguir el caminito de sangre que Kenny fue dejando como migas de pan.
Lentamente, su mirada descendió hacia sus manos. Las manchas rojas en ellas definitivamente serían parte de sus pesadillas más tarde, tal vez para siempre, porque ahora podía ver a Nanaba otra vez y a Catia, a Alex con el agujero en la frente y la mirada desorbitada.
Podía verlos a todos, se dio cuenta. Podía verlo todo y cada uno de esos fragmentos era otro rompecabezas que resolver, era otra pieza que debía ser encajada a fuerzas en el tablero.
Ahí está Zeke, en su uniforme beige y su corbata deshecha. Los lentes redondos dejaban caer destellos sobre una cabellera rubia de pie junto al otro hombre, y cuando aquella imagen se disolvió, lo vio sonreír.
No. Aquel ya no era Zeke; el cabello era más oscuro, castaño, y peinado hacia atrás, corto en los lados y rasurado por detrás. La estatura estaba incorrecta y la mirada era más agresiva, menos contemplativa como la que el otro Jaeger tendía a poner cuando Félix le decía tontería y media.
Aquel ya no era Zeke.
—¿Historia será… reina?
Se apartó de golpe de aquellos recuerdos y se dio la vuelta, sus ojos de inmediato enfocados en Historia y la expresión que tenía en el rostro.
—El golpe de estado fue un éxito, pero el pueblo no obedecerá a ningún regimiento —dijo Levi—. Así que será necesario contar la historia de cómo la verdadera heredera recuperó el trono.
—Pero, capitán… —comenzó Sasha algo dudosa.
—Historia dijo que al despedirse de su padre se… Se deshacía de la carga de su familia.
—Sí, capitán, ella… Uh —Jean dijo, dando un paso al frente—. Ella podría librarse de la sombra de su familia, y forzarla a aceptar ese cargo es… Uhm…
—Es injusto —terminó Mikasa con sequedad.
Es cruel. Es cruel, y aquello le hizo eco en el agujero en su pecho.
Félix anduvo hacia ellos bajo un trance, sintiendo que algo se le arremolinaba ahí en ese mismo agujero.
—Es cruel —fue lo que dijo Félix al llegar a ellos, y Levi se dio vuelta para mirarlo. Los chicos dieron un paso atrás porque oh Dios—. Historia es una niña. Solo tiene quince años, no pueden forzarla a convertirse en reina, no a esta edad.
No pueden. No deben. No es correcto.
—Son las órdenes de Erwin —le dijo el otro, como si aquella fuera un justificación suficiente para hacerlo.
Claro que sí. Claro que serían órdenes de Erwin, otra vez.
Félix tragó saliva, no sabiendo si sentía rabia o alivio o ganas de golpear a alguien.
—Pues entonces dile a Erwin que se meta sus ordenes por el culo.
Levi se tensó. Los chicos jadearon y retrocedieron un paso.
Debería decir algo más. Debería decir la verdad. Decirles a todos quién era, qué sangre corría por sus venas. Debería, por Historia y ese cruel destino que los superiores a ella ya habían planeado.
Debería, e iba a hacerlo. Porque no había forma en el mundo, no en ese mundo, en esa vida, en ese momento, que dejaría a su pequeña prima, la hermana pequeña de Frieda, lo único a lo que podía aferrarse que pudiera mantenerlo cerca de ella. No había forma de que Félix pudiera permitir eso.
Porque Frieda ya le había pedido algo y Félix se había negado. Él había dicho que no y ella había muerto, y no podía permitir que eso sucediera de nuevo.
No con Historia todavía teniendo una vida por delante de ella, con Ymir a solo unos metros de ellos.
Se tensó. Esta era su oportunidad, y sin embargo…
(Su cabeza era un desastre. Nada tenía sentido. No cuando el presente se mezclaba y el pasado se fundía, el futuro se disolvía.
Nada. Tenía. Sentido.)
—Lo haré —dijo Historia de repente, mirándolos a ambos con un fuego en su mirada que nunca antes le había visto, y la tensión entre Levi y Félix se quebró—. Si ser reina es mi próxima misión, entonces lo haré.
Pero entonces sus ojos se movieron, claramente captando la forma en la que los hombros de Félix se aflojaban, el tenue suspiro, el alivio que se le extendía en el rostro porque guardar sus secretos y rechazar la corona era más importante.
Siempre iba a ser más importante.
Sus ojos brillaron con la misma intensidad que los de Erwin tendían a hacerlo cuando se proponía algo.
Y Erwin siempre ganaba. Siempre.
Historia podría hacerlo también.
(Historia ganaría también.)
FUN FACT DEL DÍA: Entre los Ciclos existen un par de ellos que son únicos por lo distintos que son incluso entre ellos.
Uno de ellos ya lo había mencionado como aquel en donde Félix se crio en Marley, y ocurrió así:
Al nacer Félix, Uri tuvo un momento de claridad (él y Talisa solo tenian 17 btw, contando el hecho de que quizás obtuvo el Fundador a los 15, para ese entonces ya estaba ido con la ideología del rey) lo que lo llevó a darse cuenta de que él no quería que su único hijo y la mujer que amaba sufrieran el destino que vivir en Paradis significaba. Así que envió a Kenny, Talisa y a un bebé de casi dos años (2 porque ese fue el tiempo que le tomó poder reunir sus fuerzas para hacer dicha cosa) al puerto donde Marley convertía a los eldianos en titanes.
Paró toda actividad de los titanes fuera de los muros para darles un día entero para llegar a ese límite y envió con ellos una carta en donde le informaba a la familia Tybur que era mejor que aceptaran a su hijo o buscaría formas de librarse del control de la ideología del rey para desatar el retumbar.
Hubo más cosas en juego claro, pero eso sería en general cómo ocurrió.
Si tienen preguntas sobre este ciclo y'know, pueden decirmelas y yo las responderé porque no es necesariamente spoiler so
!!! Espero que hayan disfrutado el cap lol perdón por lo de Caven btw era necesario <3
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