5. Belladonna
CAPÍTULO CINCO
BELLADONNA
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Félix solía tener sueños.
Sueños donde el tiempo no tenía sentido y todo lo que podía ver era el vasto e interminable mar, que se extendía millas y millas lejos de él mientras volaba por el cielo, cruzando las nubes y sintiendo el viento agitando sus plumas. Félix había sido feliz entonces, su mirada se ahogaba en azul cada vez que miraba hacia arriba o hacia abajo, siempre viendo el atractivo color de la libertad.
Vería tierra e intentaría tomarla. Vería humanos y otros animales, y podría ver una gama interminable de colores que nunca dejaban de sorprenderlo, y solo entonces se daría cuenta de lo grande que era el mundo, de lo mezclado que se sentía todo. Sus sueños hablarían de un mundo donde las paredes no eran un obstáculo sino una herramienta, donde los árboles eran grandes o cortos o inexistentes porque entonces habría un océano de arena dorada o un mar embravecido de rojo fundido.
Su madre le contó una vez sobre su padre, sobre un hombre agobiado por sus responsabilidades, un mero niño entonces que sacrificó todo lo que quería ser porque sentía que se lo merecía. Ella le había contado la historia de un cuervo que no volaba lleno de remordimientos y sin propósito, y aunque nunca le dijo el nombre de su padre, Félix lo había escuchado suficientes veces para saber cuánto le dolía a su madre, cuán insignificante realmente era amar y anhelar a un hombre que nunca podría ser suyo.
Su madre era una soñadora que no podía volar, y cuando Félix se despertaba día tras día, se juraba a sí mismo que él sí lo haría. Volar lo más lejos posible y traer todo lo que pudiera hacerla feliz.
Ella le contó una historia sobre un cuervo que no volaba y, a cambio, Félix le contó la historia de una paloma que se perdió en las maravillas del mundo.
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Félix despertó a un techo oscuro cubierto de polvo y un fuerte golpeteo en la puerta, la voz de Hange atravesando su en ese momento confusa mente y ahuyentando los últimos rastros de un sueño sobre una niña pequeña y ojos de jade llorosos.
Parpadeó varias veces antes de sentarse, la sábana deslizándose por su pecho hasta su regazo. Félix gimió, cansado y adolorido cuando la puerta de su habitación se abrió de repente, golpeando ruidosamente contra la pared y efectivamente despertándolo por completo.
El azabache miró con los ojos bien abiertos a Hange, quien le sonreía desde el umbral de la puerta.
—¡Buen día Félix, es mejor que despiertes o-! ¿Uh? ¿Félix?
—¡Hange qué demonios, estaba durmiendo!
La castaña parpadeó en su dirección de la misma manera en la que él lo había hecho, confusa y preocupada. La gran sonrisa que había estado en su rostro al momento de abrir la puerta había desaparecido, siendo reemplazada por un ceño fruncido.
—Hey, Félix, ¿tuviste un mal sueño?
—No. Estaba durmiendo a la perfección, ¿por qué? —Félix suspiró profundamente mientras se tallaba el rostro, y entonces se congeló un segundo después.
Con lentitud, el azabache separó las manos de su rostro y se las miró con curiosidad, sus ojos yendo ligeramente abiertos cuando notó la leve humedad en ellos, el brillo de pequeñas gotas de agua cayendo sobre sus palmas abiertas.
—Bueno, estás llorando. ¿Seguro que no tuviste una pesadilla?
Parpadeó de nuevo porque las lágrimas no paraban.
La voz de Hange era un ruido de fondo, su mente no podía registrarlo sin importar qué porque tenía una sensación de hundimiento en el estómago, porque estaba llorando y no sabía por qué. ¿Había estado soñando? ¿Quizás otro de esos sueños donde las nubes eran su hogar? ¿O había sido una pesadilla?
Brevemente, su mente recordó un mundo oscuro y un árbol torcido que brillaba hacia arriba, iluminando todo a su alrededor y haciéndolo parecer menos aterrador. Había alguien con él, algo suave debajo suyo y un leve olor a descomposición que simplemente no lo dejaba solo.
Recordó el color de los ojos más hermosos que había visto en su vida, un verde tan intenso que avergonzaba a las hojas durante la primavera, que le hacía sentir lástima del lago reluciente junto a la casa en Sina. Jade, como una de esas gemas que tanto le gustaban a su madre. Recordó esos ojos y las lágrimas y el cariño que los nublaban cuando aterrizaron sobre él.
—¿Félix? ¿…estás seguro que estás bien?
Se sobresaltó y el recuerdo se desvaneció, una niebla se cernió sobre el y lo ocultó de la vista, y Félix pudo enfocarse de nuevo en el mundo real, donde los preocupados ojos marrones de Hange lo miraban como si estuviera viendo un fantasma.
El azabache parpadeó, una tentativa sonrisa apareciendo en su rostro.
—Ah… perdón, Hange. Tuve… tuve un mal sueño.
No había sido una pesadilla. Estaba seguro porque a Félix le encantaban los colores, y no había forma de que un verde tan hermoso como el que había visto antes de despertar fuera de una pesadilla.
Pero Hange asintió lentamente, su figura acercándose lentamente a él para palmearlo suavemente en el hombro. Un gesto reconfortante tan Hange que a pesar de la situación, Félix rió levemente.
—No te preocupes —la castaña se apartó de él y ajustó sus gafas, el sol que se filtraba a través de su ventana golpeándolos directamente. Hange sonrió con confianza—. Todo mundo los tiene así que no es nada de que avergonzarse. ¡Ahora, date prisa amigo mío! Tenemos un ocupado día frente nuestro.
Félix la vio darse media vuelta y volver por dónde había venido, girándose una vez más para dedicarle una sonrisa que le levantó el ánimo de inmediato, y la puerta se cerró tras ella.
Tan pronto lo hizo sin embargo, la sonrisa desapareció de su rostro y Félix se recostó de vuelta, esta vez con el rostro hundido en la almohada.
Había un nudo en su garganta y las lágrimas comenzaron a aparecer una tras otra sin parar. El azabache no sabía muy bien por qué lloraba, porque esa extraña sensación de asfixia en su pecho no le dejaba respirar salvo para sollozar, y por unos momentos, Félix se permitió sentir.
Solo un segundo más, se dijo a sí mismo, agarrando con fuerza la almohada entre sus dedos, solo uno más y podré salir de la cama.
Solo uno. Uno y ya.
Félix lloró, y lloró, y lloró.
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—¿No crees que estás yendo demasiado lejos?
—Nope. Erwin me dió permiso de hacer experimentos, y experimentos es lo que voy a hacer.
Félix hizo una mueca y dió un paso hacia atrás, mirando con duda a la mujer.
—Hange… sé que Eren tiene una habilidad de regeneración que encuentras fascinante, pero lo que estás por hacer es tortura. Literalmente, vas a torturar al chico.
—Y a traumarlo —agregó Levi junto a él, sorbiendo de su taza de té.
El azabache le miró de reojo, chocando miradas con el más bajo y Félix supo que no hacía falta que le informara al capitán lo traumado que Eren estaba ya con él y su pequeña demostración durante el juicio frente a Zackley.
Lo preocupante en esos instantes era lo que estaba por ocurrir, lo que Erwin había permitido que Hange hiciera.
A ese punto Félix realmente no tenía duda que el Comandante lo había autorizado. Erwin Smith era un bastardo cuando quería y si veía un potencial en la propuesta, por más peligrosa que fuera, él la tomaría y la volvería en una pieza de arte.
Pero esto era cruzar una línea que le hacía sentir inhumano en el peor sentido de la palabra.
Félix contó los cuchillos sobre la mesa, comparó el tamaño de sus hojas y se imaginó cuán profundo podrían llegar bajo la piel, si tocarían el hueso o serían capaces de perforar una vena. El estómago lo sentía en nudos y el desayuno de esa mañana estaba cerca de regresar al mundo material.
Había más instrumentos, todos colocados metódicamente sobre una mesa en uno de los salones vacíos del castillo, uno que tenía una vista bonita de los árboles fuera en el patio y que dejaba entrever una línea en el sur, el Muro extendiéndose en esa misma dirección que casi parecía definir el fin del mundo.
El poco ruido que había en el patio era hecho por los nuevos reclutas que habían llegado esa mañana luego de la graduación la noche anterior, y aunque Félix había estado sorprendido a la cantidad de novatos que se habían unido este año, todo el entusiasmo se le había ido por los suelos cuando Hange les contó a él y a Levi su plan de poner a prueba la regeneración de Eren y los límites que podría tener.
—¿Sabes qué? No, no vas a hacerle esto al chico —Félix retrocedió en dirección a la puerta cuando la cabeza de Hange se giró hacia él con una velocidad que pudo haberle fracturado el cuello. Él aún miraba las herramientas en la mesa con asco—. Titán o no, regeneración o no. De ninguna manera voy a dejar que te acerques a Eren con esas cosas.
—¿Con qué cosas?
—¡Ah, Eren!
Hange se acercó deprisa hacia el chico Jaeger, el brillo de locura y ansiedad apareciendo en sus ojos cuando Eren le devolvió una pequeña, tentativa sonrisa. Pero Félix se interpuso de inmediato, estirando su brazo y colocándolo protectivamente frente al cuerpo de Eren.
Hange se detuvo, su mirada fijándose en Félix y en nadie más.
—No. Aléjate de él, Hange.
—Erwin me dió autorización.
—Bueno, dile a Erwin que puede meterse esa autorización por dónde no le llega el sol.
El pequeño jadeo de sorpresa de Eren fue ahogado por la carcajada de Hange, que estaba doblada sobre sí misma, uno de sus brazos atravesado sobre su estómago mientras reía como lunática. Detrás suyo, Levi rodó los ojos, murmurando algo contra su taza de té y dándole un sorbo.
El capitán lucía dolorosamente neutral sobre la situación.
—Oh, Félix. Sé que tú y Erwin son cercanos pero realmente no sabía qué tanta confianza había entre ustedes.
El calor le subió de inmediato a las mejillas y se extendió bajo su cuello. Era una táctica, y era la táctica más sucia que Hange tenía siempre en su arsenal: avergonzar a alguien que estuviera en su camino de la ciencia o asustarlo a muerte, porque ella sabía cuán aterradora podría ser si no fuera una verdaderamente amante de lo desconocido.
La diabólica sonrisa de la castaña creció cuando vio el sonrojo.
—Ara ara, Félix~
—Cierra la boca, o di lo que quieras, no importa —sus mejillas aún estaban rosadas, y él sabía que el color no se iría pronto. Eren miraba de Hange a Félix a Levi, una expresión de confusión abierta en su rostro—. Hange. Hange, lo que quieres hacer no está bien. Pon las excusas que quieras, no está bien.
Levi escogió ese momento para colocar su taza ya vacía sobre la mesa llena de las asquerosas herramientas de tortura, una aburrida expresión extendiéndose en su rostro, aunque sus ojos estaban levemente entrecerrados. El clink de la cerámica chocando contra la navaja más cercana resonó dentro de la habitación, y detrás de Félix, Eren se tensó una vez notó lo que se hallaba sobre la mesa.
—Félix tiene razón, Hange —su mirada se movió hacia ella, pero Hange ni se inmutó. Era algo que él admiraba de ella—. Lo mires por dónde lo mires, es tortura. Así de simple.
—Ah, Shorty. Estás haciéndome sentir mal.
El capitán rodó los ojos y se recargó contra el muro, su mirada viajando del azabache frente a él y el castaño a sus espaldas, tenso y completamente blanco, con la mirada fija en Hange como si ésta fuera una fascinación digna de admirar.
Internamente, Levi maldijo su suerte para ser niñera no solo del titán cambiante, si no también de la mascota de Erwin y la rareza de la Legión durante dos semanas hasta el día de la expedición.
Cruzándose de brazos, Levi suspiró y miró a cada uno de los presentes a los ojos, transmitiendo con una sola mirada lo irritante que encontraba la situación.
—Hange, apártate de ellos.
—¡¿Qué?! ¡Pero Erwin dijo-!
—Erwin no está aquí ahora mismo —Levi la tomó de la coleta y tiró de ella hasta regresarla de vuelta a su sitio original, junto a la mesa de tortura, y entonces el capitán se volvió para mirar a los otros dos. Félix le miraba dubitativo—. Y honestamente, aunque la mentalidad de Félix está igual de jodida que la nuestra y su razonamiento suena demasiado pobre para mí, tiene razón.
La protesta en la punta de la lengua del azabache murió una muerte rápida, y en lugar de ello Félix parpadeó, confundido, y bajó con lentitud el brazo que aún extendía frente a Eren. El chico tomó un paso más cerca a él, ocultándose parcialmente de la vista tanto de Levi como de Hange.
Levi descruzó sus brazos y tomó la tiza junto a la pizarra, comenzando a trazar un garabato en ella.
—Erwin te dió permiso, y aunque Eren está bajo nuestra jurisdicción, cortarlo en pedacitos no se diferencia mucho de lo que la Policía Militar quería hacer con él desde un principio —la voz de Levi sonaba aburrida, monótona, pero Félix y Hange eran capaces de escuchar el tono de molestia que yacía debajo de el. Levi aborrecía a la Policía Militar con una fuerza que rivalizaba la que utilizaba durante una batalla—. Así que haremos esto. Tenemos dos semanas para probar sus habilidades y ponerlas en utilidad, pero ocasionarle daño es lo que activa su transformación por lo que nos saltaremos esa parte por ahora.
En la pizarra había un dibujo, un bosquejo de algo que podría ser o un titán o una abominación mucho más espantosa que las que Erwin hacía durante las planeaciones. Hange y Félix compartieron una mirada pero decidieron guardar silencio y simplemente fingir que por más talentoso que Levi fuera con una cuchilla, su peor enemigo era realmente una tiza y una pizarra.
El bosquejo del titán estaba rodeado por un semicírculo que dejaba fuera su cabeza desde lo que era la parte inferior del cuello, las manos junto a las muñecas y los pies, desde los tobillos hacia abajo, quizás un poco más arriba.
Eren tomó un tentativo paso dentro de la habitación, y después otro cuando Félix se corrió a un lado para darle más espacio. Sus ojos examinaban de cerca el dibujo.
—Primero, deberíamos ver si transformarse en titán lo hace inmune a otras cosas.
—¿Quizás algún veneno?
Levi asintió.
—Podríamos comenzar por eso, avanzar gradualmente hasta que podamos confiar en que no perderá control de su titán —entonces Levi se giró hacia Eren y su expresión en el rostro se oscureció un poco. Jaeger no fue el único que tembló un poco—. Enviaré a Gunther y a Oluo a recolectar un par de hierbas y frutos pequeños al bosque que son potencialmente venenosos pero no por completo mortales. Por el momento, tu, Félix y Hange ensillarán sus caballos e irán a una zona alejada de aquí y te harás un solo corte en el brazo o donde quieras.
—¿Qui-quiere que me transforme entonces?
—No. Quiero que calculemos el tiempo que te toma sanar de una herida superficial. Hange va a tomar nota y Félix estará ahí para asegurarse de que ninguno lo arruine con su impaciencia.
Su mirada fue a parar una vez más sobre Hange, pero la castaña estaba bastante ocupada eligiendo una navaja de encima de la mesa como para notarlo.
Payasos, todos ellos.
—Después probarás los venenos y veremos si eres inmune a ellos. Con uno sería suficiente, pero tú eres un caso especial.
—¿Y si no lo es? —preguntó Félix, escéptico. Levi lo miró con irritación—. ¿Qué ocurre si consume una de esas hierbas y termina intoxicado? O peor, muerto.
—¡¿Muerto?! —exclamó Eren, pero los tres lo ignoraron.
Levi chasqueó la lengua.
—Entonces le echamos en cara a Erwin que fue su idea en un principio.
—¡Ajá! —Hange se acomodó las gafas y lanzó una brillante sonrisa en dirección de todos ellos—. Culpar al líder. Me gusta.
—¡U-un momento, Capitán-!
—¿Culpar a Erwin de asesinato en caso de que todo termine mal? —Félix alzó ambas cejas, escéptico, pero al final se rindió y asintió. Eren seguía tratando de llamar la atención de ellos en vano—. Ah, bueno, él se lo buscó. Hagámoslo.
La eufórica exclamación de Hange ahogó las protestas de Eren.
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Los campos que rodeaban el viejo cuartel de la Legión eran tan extensos que incluso podías ver el recorrido que seguía el Muro a lo lejos.
Félix trataba de ver si podía seguir la línea oscura en el horizonte cuando el galopar de un caballo atrajo su atención hacia donde debería haber estado todo el tiempo, vigilando a Hange y que sus traicioneras manos no se acercaran demasiado a Eren.
El azabache vio a Levi acercándose hacia ellos con Gunther y Oluo a espaldas suyas, el imitador sonriendo presumido en su dirección, y Félix solo atinó a rodar los ojos en su dirección cuando desde el rabillo de su ojo vio a Hange colocarse de cerca a Eren.
—Hey —exclamó, dando zancadas largas hacia ellos y entrometiendo sus brazos entre el espacio de sus dos cuerpos, empujando a Hange hacia la derecha y a Eren a la izquierda—. Separados, no creas que no veo lo que traes en tu mano, Hange.
Eren retrocedió como si alguien lo hubiera quemado y su rostro giró tan rápido en dirección de la castaña que por un momento Félix temió que se le rompiera el cuello. Sus ojos viajaron de inmediato hacia el brazo de Hange, abajo, hacia su mano, en dónde el ligero brillo de una aguja se alcanzaba a ver muy tenue y únicamente por la posición de Hange.
—¡Hange-san!
Ante la incredulidad de ambos, Hange únicamente empujó sus gafas hasta acomodarlas sobre el puente de su nariz, y con su dedo medio empujó la aguja hacia el interior de la manga de su chaqueta. Eren miró a Félix, quien miraba con desaprobación a la mujer.
El chico Jaeger lucía asustado.
—Descuida, Eren —el azabache se giró hacia él y le dedicó una pequeña sonrisa—. Hange no te hará nada a menos que logre pasar por encima mío primero.
—Oh, así que las cosas serán así, Keiser.
Félix entrecerró sus ojos en dirección a la mujer con gafas, Hange devolviéndole la mirada al instante aunque el azabache no podía ver mucho de sus ojos, no con el sol dándole de lleno a los cristales de las gafas y reflejándolo en su dirección. Félix chasqueó la lengua y se colocó firmemente frente a Eren, volteándose para recibir a Levi cuando este desmontó de su caballo junto a Gunther y Oluo.
El capitán miró de Félix, a Hange y después a Eren. Había una neutralidad en su rostro que ambos veteranos tragaron saliva con pesadez una vez se dieron cuenta de que la situación no era la más favorable para Levi y sus estándares.
—Tch. Hay que darnos prisa, el calor está insoportable hoy.
Levi asintió en dirección a Gunther y el pelinegro se acercó hacia Hange, sosteniendo una bolsa en sus manos. El hombre tenía la nariz ligeramente arrugada.
—Hange-san, Petra nos ayudó a recolectar algunas plantas y me pide que le diga que por favor sea considerada con Eren y tenga en cuenta la edad del chico.
Hange tomó la bolsa con ambas manos y la sujetó con fuerza contra su estómago, una de sus feroces sonrisas desplegándose sobre su rostro. Los cuatro veteranos ya sabían que significaba dicho gesto. Eren no tenía ni idea, y es por ello que lo tomó con la guardia baja cuando la castaña sacó un par de las plantas de la bolsa y las examinó de cerca.
—Mhm, interesante. Trajiste belladonna, paraíso, un lirio… ¡Ajá! Hiedra venenosa.
Félix hizo una mueca cuando vio la expresión de júbilo romper a través de las facciones de la mujer, su cuerpo instintivamente cubriendo lo poco que alcanzaba a proteger de Eren, que en algún punto de la conversación se había colocado a espaldas suyas. El azabache echó un vistazo a sus espaldas, preocupado al ver el rostro del más joven tan pálido.
Aún así, él entendía la necesidad que había de comprobar algunas cosas respecto a Eren y su recién descubierta habilidad. Erwin estaba en lo cierto, y Hange también. El cuerpo de Eren, tanto el normal como el de titán podrían ser funcionales para descubrir datos que pudieran series de utilidad cuando se enfrentaran una vez más a titanes fuera de las muros.
No le gustaba, pero era un mal necesario que incluso él admitía debía ser llevado a cabo antes que después.
Félix ladeó un poco su cuerpo y tomó del hombro a Eren, el castaño saltando un poquito cuando Félix aplicó presión en el agarre. Sus ojos color del jade le miraban, ligeramente abiertos y con una pizca de terror en ellos.
—Descuida —su mano se movió hacia abajo, a su espalda, y le palmeó con suavidad, una pequeña gentil sonrisa tomando espacio en sus labios—. Nada va a sucederte, Eren. Yo me hago cargo de eso.
El menor asintió varias veces, su vista desviándose constantemente hacia donde Hange jugaba con las hojas de las plantas encontradas, examinando algunas mientras Gunther tomaba nota a su lado, una expresión de exasperación colocada correctamente sobre sus facciones.
Félix suspiró e imitó al resto de sus compañeros, cruzando los brazos frente a su pecho para admirar el trabajo que la castaña llevaba a cabo.
—…y la belladonna causa alucinaciones en algunos casos así que yo no lo sacaría enteramente de la mesa —murmuraba para sí misma. Su mano estaba apoyada bajo su mentón de esa manera tan suya que resultaba divertido. Gunther parecía listo para arrancarse los oídos—. Tendremos que mantener un ojo fijo sobre él en caso de que llegue a necesitar atención médica rápida.
—… ¿Alguno aquí sabe primeros auxilios?
Se miraron entre ellos, algunos con cejas alzadas y otros con miradas curiosas. Félix tenía la leve sospecha de que Hange sabía algo, aunque fuera lo más básico.
Antes de que alguno pudiera decir algo, sin embargo, Oluo chasqueó la lengua y miró en dirección general de Eren, sus ojos entrecerrados.
—Yo sé.
—¿Tú?
—Sí. Yo —el hombre de cabellos claros le miró mal pero disolvió su expresión cuando se volvió hacia Levi y Hange—. Aprendí un poco de Catia y John antes de unirme al escuadrón del Capitán Levi.
Lentamente, Gunther se giró hacia Félix con las cejas alzadas, sus comisuras curvadas hacia arriba con diversión. Ambos se giraron a Oluo, quien les miraba de vuelta, y le guiñaron el ojo al mismo tiempo.
—Ugh ¡Ustedes dos-!
—Calma, pequeña lechuza —el azabache se acercó a él y le rodeó los hombros, Gunther codeando al de cabellos claros desde el lado opuesto—. Haz lo tuyo, confiamos en ti para salvar a Eren si algo ocurre.
—Tch.
—Oi, dejen de jugar y hagamos esto, o los pondré a ustedes tres a limpiar el cuartel de arriba abajo. Solos.
Félix y Gunther se despegaron de Oluo como si el hombre quemara y fingieron que nada había ocurrido. Félix se aclaró la garganta, pasando sus dedos entre los mechones oscuros que tenía y dirigió su mirada hacia donde Eren estaba. Hange estaba orbitando cerca de él, sus manos sosteniendo un pañuelo en donde se encontraba la belladonna.
Con pasos rápidos se movió hasta colocarse a un lado del menor y se inclinó ligeramente sobre su hombro, viendo a Hange cortar un trozo de una baya y a Eren abrir la boca.
Levi los observaba desde un lado, de brazos cruzados y con su equipo de maniobras listo por si ocurría alguna emergencia. Oluo estaba a su lado, con los hombros hundidos y pareciendo que preferiría no lucir como un gigante a un lado de su capitán.
—Bien, abre grande Eren —por una vez, Hange lucía completamente seria. Esta vez podían ver su expresión, la firma línea en la que se posaban sus labios y su completa atención puesta en la tarea a mano.
Eren era otra cuestión, porque tenía los ojos cerrados y se podía ver que en realidad estaba temblando, sus manos sacudiéndose ligeramente a los costados. Félix se apiadó de él y suavemente tomó sus manos entre las suyas, tratando de aliviar el temblor en ellas al apretarlas. Cuando volvió a alzar la mirada vio que el color le había subido a las mejillas y sus párpados estaban presionados entre sí con un poco más de fuerza. Entonces Hange dejó caer la baya en su boca.
Hange retrocedió, envolviendo la otra mitad de la baya en el pañuelo y sacando con prisa el cuaderno que había estado utilizado. Su mirada estaba fija en Eren, quien masticaba con lentitud, haciendo muecas en momentos como arrugar el ceño o la nariz.
Los cinco espectadores se echaron hacia atrás y observaron con atención.
La cuestión era que no estaban muy seguros de si iba a tener un efecto inmediato. El caso de Eren era complejo y estaba más allá de la imaginación de cualquiera, y ni siquiera Erwin podría haber predicho que algo así sucedería. Ningún otro Comandante de la Legión de Reconocimiento podría haber predicho algo como esto ocurriendo.
Debían esperar, aún así, y ver si algo ocurría. Ninguno quería decirlo, pero todos y cada uno de ellos estaban nerviosos, un ligero miedo recorría sus cuerpos porque sí, la situación podría escalar rápidamente si Eren terminaba no siendo inmune a ninguna de las cosas que Gunther y Oluo recolectaron.
Ni Félix ni Levi ni Hange querían tener que explicarle a Erwin —o peor, Zackley— que Eren había perecido a manos suyas porque sus deducciones habían sido equivocadas y errores habían sido cometidos.
—¿Creen que si algo grave ocurre, en verdad podamos culpar de esto a Erwin? —les preguntó Hange en un susurro provocando que las cabezas de Gunther y Oluo se giraran hacia ellos, aturdidos.
Fue Levi quien se encogió de hombros, su mirada jamás alejándose de Eren quien estaba de pie al frente a ellos, esperando que algo ocurriera.
—Debería ser posible —Félix se pasó una mano por la frente, limpiando el sudor de ella y mirando a sus dos acompañantes de reojo—. Es nuestro superior, nosotros solo seguíamos órdenes, ¿no es así?
—Esperen, creí que estaban seguros de la inmunidad de Eren a estas toxinas.
Hange, siempre la entusiasta, volteó hacia los subordinados de Levi y les sonrió brillante.
—¡Por supuesto que no, mis amigos! Es solo una teoría que intentamos probar.
Oluo tenía abierta la boca, sorprendido, mientras que el rostro de Gunther se vacíaba de todo color que hubiera poseído.
A un lado del azabache, Levi suspiró.
—Esto es una-
—¿Casptan Levi?
En sincronía, los cinco se giraron en dirección a la voz que arrastraba las palabras y se encontraron con un Eren Jaeger sonrojado, gotas de sudor resbalando por su rostro con las pupilas extrañamente dilatadas. Su cuerpo parecía que se sacudía, y tarde se dieron cuenta de que era en realidad porque estaba temblando.
Ninguno de ellos reaccionó hasta que Eren se balanceó, sus pies se enredaron entre sí y el cuerpo se le fue hacia el frente, cara primero hacia la tierra y estampándose duramente contra ella.
—Ahí está nuestra respuesta.
—¡Wah, Levi, se desmayó!
—¡Oluo, rápido, haz algo!
—¡¿Y qué se supone que yo haga?!
Félix hundió la cara entre sus manos y gimió.
Culpa de Erwin, sí que sí.
!!!
sigh, Erwin Smith me trae loca ngl pERO!!! Espero que les haya gustado el cap <3
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