47. Todo estará bien

CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
TODO ESTARÁ BIEN
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Sus pasos resonaban desde antes de que llegaran, pero Hange los vio venir de cualquier manera; el hombre al frente jadeaba y sudaba y las ropas se le pegaban al cuerpo con cada paso que corría.

—¡Oi, idiota! —gritó uno de los hombres con el unicornio en la chaqueta—. ¡Ahí no hay salida!

—¡Vamos chicos, lo tenemos! ¡Atrapémoslo ahí!

Hange se asomó un poco por el borde del tejado, tratando de ver pero de no ser vista. Abajo, el hombre de cabello rojizo tropezó pero siguió andando, dando una vuelta en la calle junto al edificio sobre el que se hallaba. Mala suerte que no era nada menos que un callejón.

Suspirando, Hange se desplomó por el borde con sus ganchos atorados en la parte superior y sus zapatos, que resbalaban contra el concreto en las casas en un intento por mantenerla sujeta y firme, chirriaron suavemente mientras más descendía.

Allí abajo, el hombre lucía como una manchita muy pequeña como para ser un gran problema, pero Hange sabía mejor. Años en la Legión de Reconocimiento, bajo el mando de un hombre como Erwin Smith, te servía para ponerte al tanto de absolutamente todo detalle en el que pudieras poner tus ojos.

Sus brazos se cerraron alrededor del torso del hombre y su mano libre fue a parar a su boca en el momento en el que tiró de ellos hacia arriba, el sonido de un grito siendo ahogado contra la palma de su mano. El viento se sentía como un latigazo contra su rostro cuando llegaron al tope del tejado, las duelas desprendidas crujiendo bajo sus pies cuando Hange tiró de ambos hacia atrás al escuchar las voces y los pasos de la Policía Militar en la calle yéndose hacia otra dirección.

El pelirrojo con ella tropezó hacia atrás y cayó en su trasero con dureza. Hange, jadeando un poco, se enderezó y echó un vistazo hacia abajo a la calle y por la que se alejaban los otros tres hombres. La castaña tiró la cabeza hacia atrás y respiró hondo, permitiendo que aire fresco le entrara a los pulmones con tanta fuerza que fuera capaz de ahogarla.

Después, se enderezó y giró hacia atrás, en donde el chico Reeves parecía estar en el medio de una epifanía basada en rescates riesgosos y persecuciones que sin dudas te dejaban sin una pizca de aliento.

—Eres el hijo de Reeves, ¿cierto? ¿Cómo te llamas?

—Flegel.

A pesar de que sentía el rostro un poco tenso, Hange consiguió sonreír al menos lo mínimo.

—Encantada, Flegel. Soy Hange Zoe.

A Flegel le caían gruesas gotas de sudor por la frente que bajaban y bajaban y le corrían por los costados del rostro con velocidad. El caluroso día solo ahondaba en el bochorno que sentía calando sobre sus ropas, y por un breve segundo, Hange se preguntó si quizás Levi estaría sintiendo el mismo cansancio que ella.

Maldito sea Erwin y sus decisiones apresuradas.

—Deduzco que si la Policía Militar te perseguía es porque sabes lo que le ocurrió a tu papá —Flegel miró hacia arriba, con la mirada entrecerrada en contra de la luz—. Cuéntame lo que ocurrió, por favor.

La mirada del hombre descendió otra vez y sus manos se movieron nerviosamente hacia arriba, hasta poder tocarse la frente y limpiar de ella el sudor. Sus rodillas se recorrieron un poco hasta que él pudo encorvarse sobre sí mismo, y la pena y desolación que transmitía ese único gesto le hacía sentir mal por él.

—La Policía Militar lo asesinó mientras yo hacía mis… Necesidades, tras una calle contigua a donde nos detuvimos. Volvíamos de ayudarlos a ustedes, a la Legión —murmuró con la voz un poco quebrada—. Un hombre alto con un abrigo oscuro lo hizo.

Hombre alto y abrigo oscuro. Félix odiaba los abrigos, así que no él, pero las personas con las que estaba el día anterior, probablemente uno de ellos. Había una mujer con ellos, eso es lo mucho que sabía, y Ymir también. ¿Sería esa chica capaz de hacer algo así? Si los chicos estaban en lo cierto y Ymir estaba aliada a Félix y la Policía Interior para recuperar a Historia, entonces podría ser capaz de realizar cosas fuera de sus parámetros.

Pero Flegel mencionó a un hombre, alguien alto y por mucho que Hange quisiera a Félix, él no era precisamente alto comparado con otros.

Era de noche, pensó, y de noche incluso las sombras parecen personas.

—En todo caso, me alegra de que estés vivo.

Era un pobre intento de consuelo que no serviría mucho dada las circunstancias, el miedo que posiblemente pudiera sentir Flegel.

Pero era todo o nada ahora mismo, y Erwin había puesto a la Legión en sus manos. No le gustaba en lo absoluto pero situaciones desesperadas llaman por acciones igual de desesperadas.

Una de sus manos cayó con suavidad sobre la rodilla del hombre y le dio un apretón que trataba de ser consuelo, otra vez.

—Dicho eso, revelemos la verdad ¿quieres?

Flegel se echó hacia atrás con brusquedad y su cabeza viró hacia ella con violencia, gruesas lágrimas colgándose de sus pestañas.

—¡¿Cómo?! ¿Acaso no leíste las noticias? ¡Todo lo que la Policía Militar dice se convierte en realidad!

Las lágrimas se confundían con el sudor, gruesas y brillosas con la luz del sol reflejándose encima suyo. Flegel acunó su rostro entre sus manos, tratando de ahogar sus sollozos contra las palmas.

—Ahora saben que yo estaba ahí… Y yo no-no tengo a donde ir —murmuró—. Tendré que pasarme la vida entera huyendo dentro de estos muros. ¡Maldición!

Una de las tejas resbaló hasta el borde del tejado y la mirada de Flegel se movió errática hacia el resto de la calle, temiendo que cayera al adoquín y se partiera en pedazos, el sonido llamando de vuelta a sus perseguidores.

Hange la miró de reojo, rogando porque no cayera en un mal momento.

—Supongo que así sería, pero… No es una vida que nadie quisiera vivir —dijo al final, una de sus manos yendo a parar al hombro del pelirrojo mientras se enderezaba—. ¿Qué opinas, uh? En lugar de vivir escondiéndote y huyendo como una rata, ¿no preferirías enfrentarte al enemigo aunque debas arriesgar tu vida?

—¡No! ¡Claro que no! —exclamó el otro enseguida—. ¡No todo el mundo quiere desperdiciar su vida como ustedes! Además, tu no tienes ningún derecho a juzgarme.

—¡Oi! ¿Qué acaso no quieres que la compañía y tu familia sepan la verdad?

—¡Eso es lo que les interesa a ustedes!

—¡Por supuesto que sí! —sus manos volaron al cuello del hombre y lo tomaron de la camisa, y a pesar de que tomó algo de fuerza, el enojo de esos momentos era suficiente para tirar de él hacia arriba hasta quedar cara a cara—. ¡Tu también deberías hacer lo que te interese!

Hange lo habría golpeado, con toda honestidad que sí, pero entonces alguien gritó en la calle de abajo y cada nervio en su cuerpo se disparó de golpe hacia arriba. Soltó la camisa del hombre de golpe y se separó, dando pasos al frente con rapidez.

—¡Mierda! Es hora de irnos, Flegel.

Trató de tirar de él, pero Flegel se hizo hacia atrás mientras negaba. Hange rodó los ojos, algo de diversión mezclado con irritación abriéndose paso en su pecho, y volvió a tirar de él, y esta vez el pelirrojo fue tras ella con algo de resistencia, pero fue.

—¡No! ¡Ustedes perdieron! ¡Los derrotaron!

—¡¿Hah?! ¿De qué hablas? —lo miró por encima de su hombro, una sonrisa tirando de sus comisuras—. Hasta ahora, la Legión de Reconocimiento siempre perdió.

Lo que apestaba, pero Hange tenía fe.

Fe era todo lo que le quedaba.

━━━

El día siguió avanzando en espiral mientras más calor subía por sus cuerpos, y fue solo cuando el sol comenzó a ponerse que Flegel finalmente tocó la superficie fría del edificio.

Un milagro, sin duda, a pesar de que estaba sin aliento y sudoroso y, sinceramente, lo único que quería en esos momentos era acostarse y dormir por una eternidad.

Sus pulmones dolían. ¿Era eso normal? ¿Qué hay de sus pies? ¿Sus piernas? ¿Era todo eso normal? ¿Era así como se sentían los miembros de las divisiones militares que ponían trabajo en sus ocupaciones?

El ladrillo bajo las yemas de sus dedos era fresco y bienvenido, y le hizo sentir como si él, a pesar de estar muy cansado, hubiera logrado algo absolutamente asombroso.

Flegel, inclinado sobre sí mismo con una bocanada de aire saliendo de su boca, respiró hondo antes de girarse para enfrentar a los hombres detrás de él, sus expresiones burlonas dirigidas a él solo hicieron que esa ira hirviendo bajo su piel se encendiera cada vez más.

—Huir a estas ruinas desiertas fue una estupidez.

Los miró a los ojos, a todos ellos. Flegel trataba de que su mirada no se desviara hacia arriba o todo aquello no serviría de nada.

—Maldita sea —murmuró entre dientes, viendo al tipo caer casi de rodillas al suelo.

Hange, por encima, se asomó un poco y alzó los dos pulgares al atrapar la mirada de Flegel. El pelirrojo miró a otro lado de inmediato, el cuello bañado en sudor que hervía contra su caliente piel.

—Pero te debo una, Flegel Reeves —dijo el hombre al frente de los otros dos, con las manos apoyadas en sus rodillas—. Cuando escapaste, pensé que estaba perdido.

El sujeto se echó a llorar, de rodillas en el suelo y después ese llanto se convirtió en risa, una carcajada que era acuosa y ridícula. El pelirrojo dio un paso atrás, casi pegándose contra la pared de ladrillo, y el rostro se le deformó un poco en terror.

El hombre del unicornio se enderezó mientras se limpiaba las lágrimas del rostro con el dorso de la muñeca.

—En verdad creí que me matarían —dijo alzando el rostro hacia él, una sonrisa que pretendía ser deslumbrante demostrando sus dientes extrañamente blancos—. Adiós, Flegel. Y gracias.

El sujeto se puso en pie y los tres alzaron sus rifles de golpe, y el corazón de Flegel le trepó a la garganta.

—¡Tengo una pregunta! —exclamó alzando su mano, como si de esa manera conseguiría detener las balas o protegerse de ellas—. Y-ya sé que la Policía Militar mató a mi padre.

—¿Hah? ¿Y eso qué importa? A nosotros solo nos importa tu cadáver.

—Antes… Antes de morir, ¡quiero saber qué hizo mi papá para que lo mataran!

—¿Qué? ¿No lo sabes ya? —el sujeto chasqueó la lengua—. Nos traicionó para ayudar a la Legión de Reconocimiento.

—¿Los traicionó? —el sudor que le corría por la cara era muy real, el miedo también—. Entonces… ¿Fueron ustedes los que le pidieron que secuestrara a alguien de la Legión?

El sujeto suspiró y bajó el rifle.

—Fue otro escuadrón, pero sí. Ya veo que no le contó nada a su estúpido hijo.

La rabia de antes volvía a surgir por su garganta, y era extraña la manera en la que buscaba hacerle llorar.

—¿Y si se hubiera negado?

—Supongo que lo habrían matado por saber mucho. Era un idiota —el hombre se encogió de hombros—. Si tan solo no se hubiera preocupado tanto por esta ciudad…

—Tu no sabes nada —murmuró entre dientes. El tipo de la Policía Militar se llevó una mano a la oreja, fingiendo no haberlo escuchado—. Y no te hagas el listo. Mi papá me enseñó que un buen mercader necesita buen olfato, así que olfateé… ¡Y me uní a la gente que puede vengarlo!

El tipo alzó el rifle de nuevo, su dedo colocado peligrosamente cerca del gatillo.

—¡Qué dices Flegel! ¡¿No hay lágrimas para tu padre?!

—¡No necesito nada más de ustedes, idiota! ¡Mira hacia arriba, imbécil!

Hange saltó desde el tejado contiguo, una ráfaga de adrenalina bombeando por sus venas cuando llegó la caída libre y su cuerpo se curvó ligeramente, sus pies presionando contra la espalda del primer hombre de la izquierda, Moblit haciendo lo mismo desde la derecha.

Sus pies resbalaron contra el adoquín y se obligó a seguir corriendo hacia el único hombre que estaba de pie, con el rifle dirigido a su cabeza. Ella esquivó cuando él disparó, la bala chisporroteó a un lado de su cabeza y dejó solo una fina estela de humo en su camino hacia algo tras sus espaldas.

Hange alzó el puño y un gruñido escapó de su garganta cuando lo estampó duramente contra la mejilla del sujeto, un crack escuchándose tenue tras el impacto. El hombre de la Policía Militar cayó hacia atrás abruptamente y se desplomó en el suelo, un fino hilillo de sangre cayéndole por la nariz.

La castaña tomó aire y después lo expulsó en un grito de dolor puro, su mano sana sosteniendo a la que había dado el puñetazo.

—¡Ay! ¡Maldita sea!

—¡Hange-san por favor! —exclamó Moblit, sentado encima de la espalda de uno de los caídos mientras le ataba las manos—. ¡Ya le dije que es muy salvaje en estas cosas!

—¡Ay, maldita-! ¡Lo logramos! ¡¿Si lo oyeron todos?!

—¿Uh? ¿La… Legión? ¿Qué hacen aquí?

—Trabajando, tonto —dijo alguien, dejando caer la culata de un rifle contra la nariz del sujeto recostado. El hombre chilló cuando se escuchó otro crack y Hange viró en redondo para mirar a la recién llegada—. De haber sabido que sería así de fácil…

—¡Petra!

La mujer de cabellos rojizos le sonrió, pero toda atención de ellas se desvió de inmediato hacia las personas en los balcones, las que llegaban por las calles adyacentes en donde aún reinaban el escombro y las tejas, las manchas de sangre.

—¿Ruinas desiertas?

—Eso te parecerán a ti, pero aún hay personas que viven aquí —el hombre con la bandana en la cabeza alzó la mirada hacia Hange, y ella se sintió con la responsabilidad de dar un paso al frente—. Lo escuchamos todo, el plan de la Policía Interior.

—¡¿Y eso qué?! —exclamó el tipo, enderezándose lentamente con una de sus manos sosteniendo su nariz, la sangre que surgía de ella formando un charco en la palma de su mano—. Es el rey quien decide lo que es verdad. ¡Esto les va a salir muy caro, ya verán cómo-!

Flegel se dejó caer encima del hombre, cortando cualquier palabrería que estuviera escupiendo. El pelirrojo se inclinó un poco ante la multitud que lo rodeaba, su mirada en el suelo y sus manos juntas en el rifle que sostenía.

—A partir de hoy yo, Flegel Reeves, tomaré el mando de la compañía de mi padre, así que no deberán preocuparse más. La compañía Reeves protegerá esta ciudad.

Un acto de sumisión, también de expiación.

—Así que espero contar con ustedes —dijo finalmente.

Ni Hange, ni Petra ni Moblit sabían exactamente lo que estaban presenciando, pero al parecer era suficiente. Fue suficiente, y ¿no era aquello una bendición?

Hange dio un par de pasos al frente mientras los presentes aplaudían y vitoreaban. Las mejillas de Flegel estaban un poco coloreadas, rojizas al igual que las puntas de sus orejas. Alzó la mano y la dejó caer sobre su cabeza.

—Felicidades por el ascenso —dijo con una sonrisa—. Ahora, sigue vigilando a estos idiotas.

—¡Hai, señorita Hange!

━━━

Félix estaba seguro de que sus pasos se escuchaban incluso en las partes más bajas de la tierra, esas en donde se decía que el demonio habitaba.

Lo que era probablemente malo, para él y para sus acciones de esa noche, pero Kenny parecía muy tranquilo, despreocupado de una manera que solía vérsele en ocasiones cuando portaba un cuchillo y la vida de alguien más en sus manos.

Esto era como una rutina para el mayor; ser traicionero y un hijo de puta, en general.

El guardia los vio venir antes de que se acercaran, y cuando se volteó a mirarlos, serio y muy erguido, chasqueó la lengua con fuerza y les hizo un breve gesto con la mano.

—Largo, el prisionero no está permitido a recibir visitas.

Prisionero. Era el uso de esa palabra lo que le colmaba los nervios.

Su cuerpo se movió incluso antes de que pudiera comprender totalmente lo que hacía, y el hombre azotó duramente contra el muro al fondo del pasillo, una ahogada tos desprendiéndose de sus pulmones.

Kenny rio entre dientes y dio un paso al frente para abrir los barrotes de la celda, cediéndole el paso una vez lo hizo.

Estaba oscuro, y la atmósfera se sentía aislada y pesada, presionando contra sus pulmones con manos frías que trataban de cortarle el suministro de aire, y fue al percibir el metálico olor de la sangre que esas manos consiguieron su cometido.

A escasos metros de donde se hallaba él de pie estaba Erwin, sentado en el frío suelo y con su único brazo encadenado a la pared, la manga de la camisa en donde faltaba el brazo derecho colgando inerte a un costado.

—Erwin.

La rubia cabeza se alzó con lentitud y un solo ojo se abrió, reluciendo con la poca luz que venía desde la antorcha en el pasillo. El aliento se le quedó atrapado en la garganta cuando lo poco que se le veía de la otra parte del rostro era el moretón y la hinchazón alrededor del ojo, la sangre seca que le había escurrido de la nariz.

Su mirada se movió con lentitud por el resto de la celda, a la silla tirada a unos metros y la falta de baldes de agua.

—Félix —murmuró el comandante.

Félix nunca había andado más a prisa que en ese momento; apenas estuvo lo suficiente cerca se dejó caer de rodillas ante Erwin y su mano voló hasta poder alzarle el rostro por el mentón, queriendo evaluar el daño causado a pesar de que ver los moretones y las cortadas le daban náuseas.

—¿Qué te hicieron?

—Preguntas —le respondió con apenas una sonrisa—. Pero no les gustaron mis respuestas.

Félix apretó los dientes, ira ardiendo en sus venas.

Estaba mal, toda esa situación estaba mal y a él no le gustaría nada más que enviar todo al diablo y sacarlo de ahí, pero no podía.

No ahora.

—¿Qué haces aquí, Félix?

Quizás no fue intencional, pero algo parecido a la desconfianza brilló por un breve segundo en la mirada de Erwin y Félix fue abruptamente recordado de en dónde estaba él y en dónde estaba Erwin.

No era la situación de esos momentos; era el saber que ninguno confiaba plenamente ya en el otro, que Erwin había enviado a Alex a espiarlo y que había sido Félix quien le disparó unas noches atrás. Era el saber que ese puente entre ambos que antes había sido fácil cruzar tenía ahora agujeros, duelas perdidas y baches por los que caerían si se atrevían a cruzarlo muy a prisa y muy temprano.

Félix trató de sonreír.

—Vine a verte.

El solo ojo visible se abrió un poco y Félix retiró sus manos del rostro de Erwin como si quemara.

Kenny carraspeó a sus espaldas y él se volteó un poco para mirarle, notando de inmediato que el hombre le extendía una cantimplora con un paño. Félix los tomó en silencio.

—Toma, traje un poco de agua.

Desde el otro lado, Kenny pasó por detrás suyo e insertó las llaves en el orificio de la esposa manteniendo a Erwin en su sitio. El brazo cayó de golpe y Erwin gruñó, su espalda yéndose más contra la pared como si toda fuerza de voluntad la hubiera perdido de golpe.

—Aquí, toma —dijo, extendiendo la cantimplora. Erwin alzó su brazo e intentó tomarla de su mano, pero Félix la retiró un poco hacia atrás y negó—. Descansa un poco, tendremos que ponerla de vuelta en unos minutos.

Sin protestar, Erwin tildó la cabeza hacia atrás y Félix acercó la boquilla, el líquido cayendo lentamente desde el contenedor.

Los pocos moretones esparcidos por el rostro se centraban en el costado izquierdo, en donde el moretón predominaba encima del ojo y lo cerraba en hinchazón. El cabello rubio estaba enredado y en desorden, pequeñas manchas rojizas entre los mechones. El labio partido y la nariz probablemente lastimada… No lucía nada bien.

—Hey… ¿Necesitas algo más?

Erwin negó, empujando la botella hacia atrás con la respiración algo elaborada. Había gotas que le caían por la mandíbula que resbalaban por sus comisuras. Félix vertió un poco de agua en sus manos y las acercó hacia los rubios cabellos, queriendo sacar todas esas motas sangrientas de encima.

Era mucho rojo y Félix comenzaba a odiarlo.

El comandante abrió uno de sus ojos y lo miró atentamente, la azulada mirada viajando hacia Kenny a espaldas suyas y permaneciendo ahí por unos pocos segundos antes de desviarla de vuelta hacia él.

—No Félix, muchas gracias.

—Descuida —murmuró con la voz un poco ahogada—. Para eso están los amigos.

Una risa sin humor se le escapó y el azabache miró a prisa hacia otro lado que no fuera el hombre rubio, consciente de que esta vez sus palabras carecían de la usual seguridad que portaba con anterioridad, durante aquel último día en el que se vieron en una Trost que parecía rebosar de vida.

Cuando terminó, sus brazos cayeron hacia abajo y sacó de sus bolsillos un trozo de tela, que humedeció con otro poco de agua para poder limpiarle el rostro de la sangre y las heridas. Allí abajo abundaba el polvo y la suciedad y no sería bueno que ninguna herida se infectara ni siquiera lo más mínimo.

—¿Qué cosas te preguntaron?

—Sobre Historia —respondió él muy a prisa, ladeando el rostro para que pudiera tener mejor acceso a las heridas—. De Eren también.

—Están bien —dijo, alzando la mirada—. Ambos se encuentran bien, descuida.

Erwin le miró de vuelta, inspeccionando su rostro de hito a hito como si buscara algo en el.

Sinceridad, quizás, certeza en sus palabras porque Erwin ya no confiaba en él y eso estaba bien.

—¿Para qué los quieren?

Félix apenas abría la boca para responder cuando Kenny le pateó con suavidad en la espalda. El azabache se volvió hacia él, ceño fruncido y una maldición en la punta de la lengua cuando el Ackerman se llevó un dedo a los labios.

—Comienza a haber movimiento —dijo en voz tenue—. Es tarde, tenemos que irnos.

—¿Tan pronto?

—Si no nos vamos ahora no llegaremos —le respondió, rodeándolo para volver hacia la pared y esposar a Erwin de nuevo—. Rod podría sospechar.

—Rod puede irse al demonio.

—Rod tiene a Historia y a Eren —refutó, y el clic de las esposas cerrándose alrededor de la muñeca de Erwin hizo eco en la desolada habitación—. Es mejor no tomar riesgos, chico.

—Pero-

—Ve —dijo el otro único presente en el lugar y él casi se lastimó el cuello al girar a prisa a mirar al rubio hombre—. Si te metes en problemas por estar aquí abajo, es mejor que te vayas.

Su mano se curveó en un puño y la mirada de Erwin descendió hacia ese gesto con rapidez antes de volver a subir y enfocarla en él por completo. No había sonrisas esta vez, nada que indicara una buena despedida como la que habían tenido semana atrás en Trost.

Aquí debajo, Félix no podía permitirse ese momento de debilidad sin importar que Kenny fuera el único presente. Erwin no era suyo; no era ya su amigo, ni su comandante, era un conocido y un hombre y nada más, y no importara cuánto él quisiera cambiar las cosas, era lo que era y nada podía hacer.

Estaba Historia y luego Eren, y los recuerdos persistentes que trataba de mantener a raya que perseguían su existencia desde que tocó al titán en el muro. Todo era confuso y cercano a una pesadilla, y estaba tan cansado de eso. Pero sabía, sin embargo, que el cansancio no significaba dejarlo todo atrás; simplemente no podía, no ahora, no cuando la vida de su madre estaba en juego. Cuando Historia todavía no sabía que tenía una familia a la que regresar, cuando la vida de Eren estaba literalmente doblada a su espalda con grilletes que alguien que buscaba la libertad no se merecía.

No podía darse por vencido, y quizás ese fuera el hecho más devastador de todos los tiempos, porque Félix era un idiota y muy, muy terco cuando quería.

Darse por vencido estaba en sus libros y sería algo que no le importaría hacer porque existir le hería, respirar era difícil y sus manos estaban pesadas con toda la sangre acumulada en ellas.

Pero él era un esclavo, después de todo, y la sangre en sus venas quería algo que Félix necesitaba dar para encontrar la paz.

Con él mismo, sus pesadillas y el mundo en general.

—Lo siento —le dijo a Erwin—. No puedo decirte nada, pero ellos van a estar bien. Es… Es todo lo que puedo decir.

Erwin no respondió. Mantuvo la cabeza tildada hacia atrás, contra el muro de piedra, y cerró los ojos.

Félix se enderezó, desviando la mirada hacia Kenny quien solo se encogió de hombros como si aquello le ayudaría en algo.

—Anda —dijo su capitán, una de sus manos palmeándole la espalda—. Aún debemos reunirnos con Caven y Ymir.

Él asintió, asiando la cantimplora y el trapo húmedo con fuerza en sus manos. A los pocos pasos que dio se detuvo y se quedó allí, observando a Kenny moverse hacia los barrotes y pasar a través de la puerta, solo para detenerse una vez en el pasillo y volver la mirada hacia él.

—Oi, date prisa.

Pero no estaba bien.

Irse así no estaba bien. Simplemente no podía, se negaba a hacerlo.

Esclavo o no, rey o no, Félix era terco y se aferraba a las cosas que amaba, a las personas a las que quería proteger. Él también era un poco idiota y le gustaba decir cosas que muchos no se atreverían a decir, y estaba bien con eso, pero… Bueno, también era egoísta.

Su mano se movió hacia arriba, hacia el collar que pendía del cordón negro alrededor de su cuello.

El día en que Frieda se lo dio, fue junto con una promesa de volver a verse una vez más.

Félix giró sobre sus talones y volvió sobre sus pasos, dejándose caer una vez más sobre sus rodillas enfrente de quien fuera su comandante. Erwin alzó la mirada, el iris color del cielo abriéndose lentamente.

—Vas a estar bien, ¿cierto?

Erwin parpadeó.

—Eso está por verse.

Riendo con suavidad, sus dedos rozaron suavemente el cordón hasta deslizarse hacia abajo, en donde la lágrima de jade colgaba. La sostuvo con delicadeza y después jaló de ella hacia arriba, sacándose el collar por encima de la cabeza.

La lágrima siempre había sido una fuente de seguridad, de confort. Era como tener a Frieda ahí con él a pesar de que ella ya no viviera.

—Toma, aquí —susurró, alzando sus brazos y pasando el collar por su cabeza hasta dejarlo descansar alrededor del cuello de su anterior comandante—. Te dará buena suerte, lo prometo.

—Necesito algo más que suerte para esto, ¿no te parece?

—Hey —sus dedos se movieron hacia abajo, ocultando la lágrima bajo la camisa y después abotonó correctamente los botones. Erwin seguía atentamente sus movimientos—. Nunca he conocido a alguien con más suerte que tu. Saldrás de esta, ya verás.

—¿Cómo lo sabes?

Félix se encogió de hombros.

—Tengo fe en ello.

Erwin sonrió.

Eran sus comisuras apenas alzándose, pero el sentimiento estaba ahí, y de repente la celda se veía menos oscura y el aire del interior no era tan opresivo como antes.

Sus labios temblaron un poco al devolvérsela. Félix alzó una de sus manos y la dejó caer con suavidad sobre su hombro derecho, sosteniendo el contacto visual; el color del cielo al amanecer contra el del césped con rocío.

—No hagas nada estúpido, ¿quieres?

—Imposible estando encadenado, Félix.

—Sí claro, lo que digas.

Ambos rieron, y de repente alguien tiró de la camisa de Félix y lo alzó sobre sus dos pies. Sobresaltado, el azabache se volvió para mirar a Kenny con sorpresa, el Ackerman rodando sus ojos con fastidio y soltándolo una vez se apoyó correctamente en el suelo.

—Dije andando, ya verás a tu novio después.

—¡Kenny! —siseó, dándole un golpe en el brazo. Su capitán rodó los ojos y lo empujó hacia la salida—. Ah-eres-eres, ¡Insoportable! ¡Eres insoportable!

—Sí aja, llora todo lo que quieras —dijo el mayor en burla, tirando una mirada sobre su hombro a donde Erwin los observaba—. Y tu, no mueras ¿okay? O yo te perseguiré al infierno y te traeré de vuelta solo para rematarte.

—¡Kenny!

—¡Oi, deja de golpearme!

—¡Deja de decir estupideces! —el Ackerman lo apartó a un costado para cerrar los barrotes tras ellos. Erwin continuaba mirándolos—. ¡Ah-! ¡No lo escuches, es un imbécil, solo dice tonterías!

—Sí, sí, soy un viejo senil, no me hagas caso de lo que digo —murmuraba Kenny, tendiendo las llaves en su dirección. Félix las tomó y las guardó, y luego Kenny anduvo hacia el fondo del pasillo para recoger al guardia.

—Solo... No lo escuches, es un idiota —dijo, apoyando la frente contra los barrotes. La boca de Erwin tiró suavemente hacia arriba—. Te, uh... Te veré después, comandante Erwin.

—Oi, ¿qué parte de que es hora de irnos no entiendes? 

Félix rodó los ojos en exasperación y le sonrió a Erwin antes de seguir los pasos de su capitán, alejándose más y más de la celda y adentrándose hacia la oscuridad del resto de Mitras.

Afuera no había nadie salvo un par de caballos y unos rezagados que se movían de aquí allá lo más probable que borrachos.

El aire del exterior estaba fresco, respirable. Félix tomó un profundo respiro y después se dobló sobre sí mismo, sus manos yendo a parar a sus rodillas para sostenerse de ellas y evitar colapsar en el suelo.

—¿Todo bien?

—No —dijo—. No quiero dejarlo ahí abajo.

—Pero tienes qué. Tenemos qué —aclaró el otro, metiendo al sujeto en un barril que habían llevado ahí con esa intención—. Llevarlo con nosotros solo resultará peor para él.

—Lo sé —dijo al enderezarse, su cabeza hacia atrás para observar el cielo oscuro—. Pero podría no volver a verlo después de esto.

—No va a morir, lo sabes tan bien como yo.

—Pero podría hacerlo yo —musitó finalmente, esa roca que había estado alojándose en su estómago finalmente siendo dicha—. Estoy seguro de que Levi no va a dudarlo en cuanto me vea.

—Sí bueno, el enano tendrá que pasar primero por encima mío para llegar a ti.

—No digas tonterías, capitán, suenas un poco loco.

—Oi —dijo, dándole un fuerte zape que le aventó la cabeza al frente—. Calla y ve a por tu caballo. Es hora de irnos.

—Se llama Zoro —susurró entre dientes, resoplando pero haciendo caso.

Los establos estaban al otro lado del complejo, por la izquierda. Félix anduvo hacia allá con pasos largos, zancadas grandes, todo lo que fuera necesario para alejarlo del sitio al que volvería a cometer una locura si no se iba en esos momentos.

Los relinchos de los caballos pudieron ser escuchados incluso unos metros antes de acercarse por completo, los coceos y el crujir de la paja, los sonidos que hacían al dormir. Era familiar, para él por lo menos, y al alzar la mirada buscó a Zoro entre la poca iluminación proveída por antorchas ya gastadas.

—Hey, Fé.

Sobresaltado, giró su rostro hacia la derecha, una de sus cejas arqueadas pero la mueca en sus labios se derritió de inmediato cuando vio rizos negros y un hermoso rostro.

—Oh, hey.

Nicolás se acercó a él, tirando suavemente de las riendas de Zoro hasta detenerse de frente suyo, el caballo a su lado coceando y relinchando y tirando suavemente de las riendas para liberarse.

Nicolás retrocedió unos pasos, mirando a Zoro con ojos brillantes y una sonrisa divertida que hizo que las entrañas de Félix se retorcieran con mariposas. Maldito sea este hombre y el control que aún parecía mantener sobre él.

—Es un caballo genial, uh. Asombroso, algo testarudo, pero creo que eso va bien contigo.

—Bueno sí, tienden a parecerse al dueño, ¿no? —rio rebuscando las llaves en sus bolsillos, finalmente sacándolas y extendiéndoselas—. Aquí, gracias por tu ayuda.

Él en cambio le tendió las riendas de Zoro y cada uno tomó lo suyo, Zoro andando hasta su lado en pequeños saltitos y sacudiendo la cola. Félix no gastó tiempo en hundir las manos en la crin oscura, peinando y tirando y enredando en sus dedos los delgados cabellos.

—¿Cómo está él?

—…Ha estado mejor —dijo, ladeando el rostro para mirarlo por entre los hociqueos que Zoro le daba—. Pero es el comandante de la Legión, a la asamblea no… No les cae bien, supongo.

—Y el hecho de que sea competente en su trabajo solo lo vuelve aún más una amenaza, ¿no?

El azabache se encogió de hombros, recargando su cabeza contra el cuello de Zoro. Nicolás le sonrió un poco, y una de sus manos aterrizó suavemente en su cabeza, enterrándose en los mechones oscuros y revolviéndolos.

—Todo va a salir bien.

—Eso espero —suspiró, enderezándose pasados unos segundos y tirando de las riendas de Zoro—. Tengo que irme, pero gracias por tu ayuda.

Nicolás se acercó a él, su mano yendo a parar tras su nuca para atraerlo hacia sí. Después, la suave presión de labios contra su sien le relajó un poco los hombros, la tensión que se acumulaba en ellos. Flojamente, enredó los brazos alrededor del torso de Nicolás y se recargó en él.

—A donde quiera que vayas ahora, ten cuidado —murmuró el mayor de ellos contra su frente—. Vuelve sano y salvo, ¿de acuerdo?

—Lo haré, descuida. Lo prometo —el azabache se hizo hacia atrás, dejando caer sus brazos, y Nicolás también tomó un poco de distancia entre ellos—. ¿Puedo pedirte un último favor?

—Lo que necesites.

—¿Podrías ir a ver cómo está mi madre y… Quedarte con ella por el resto del día?

Las cejas de Nicolás se alzaron.

—¿Con Talisa? ¿Por qué? ¿Se encuentra bien?

—Sí, ella está bien, descuida —dijo, volviéndose un poco hacia Zoro—. Pero, uh… No la he visto en unos días y… Solo, por favor.

Hubo un largo silencio que parecía ser acentuado por los sonidos provenientes de los establos, la vida nocturna de Mitras y los idiotas borrachos que se tambaleaban alrededor del patio a prisa para llegar a donde se suponía que debían estar.

—Okay, bien —dijo Nico, una de sus manos acariciando el hocico de Zoro—. Iré, descuida. Me quedaré todo el día si es necesario.

Félix se desinfló como un globo y asintió, real, profundamente agradecido.

—Gracias. Te veo después, entonces.

Nicolás le sonrió, se acercó rápido para darle un beso en la crin a Zoro y después trotó en dirección a los establos, las llaves que aún llevaba en las manos tintineando con el movimiento.

Desde ahí, de pie, Mitras era como otro de sus sueños vívidos; otro fantasma que pasaba a su lado sin hacerle caso. La noche estaba tibia y un poco callada tras los muros de la sede, pero había estrellas, y Félix amaba ver las estrellas.

¿Estaría haciendo lo correcto? No solo pedirle a Nicolás que fuera con su madre, pero todo aquello, todo el problema al que estaba por meterse. ¿Valdría la pena los segundos gastados aquí, las horas? ¿Dejar la Legión y a Erwin, a Hange y a Levi?

¿Estaría bien hacerlo? Continuar sin ellos, dejarlos atrás de un modo en el que no fuera necesariamente físico. Podían tener las metas que quisieran, ir a donde pudieran, podían caminar el mismo camino y aún así, siempre llegaría un punto en donde ellos tendrían que separarse. Era así como estaba destinado a suceder.

Y Félix no sabía qué hacer.

—Oi.

Kenny pasó su brazo por encima de sus hombros, dejando su mano colgar por encima de el y después los llevó a ambos hacia donde el caballo del Ackerman se hallaba.

Olía un poco a tabaco, a sangre también. Lo inspeccionó por el rabillo del ojo para ver si había alguna macha en él, pero no, nada.

Limpio.

—¿En qué piensas?

—Historia va a ser reina, ¿sabías? —soltó de golpe—. Supongo que lo que sea que ocurra en estos días, llevará a Historia a ser reina.

Kenny se removió.

—¿Y? ¿Qué hay con eso?

—Ese poder del Fundador… ¿Cómo es heredado?

Kenny lo dejó ir cuando su propio caballo apareció a las puertas de la sede. El Ackerman se montó encima y Félix lo imitó, su pecho palpitando con fuerza.

—Te inyectas un líquido en el cuerpo y te conviertes en titán —dijo el otro, tirando de sus riendas para guiarlos al exterior de la sede y después a rodear la ciudad entera para ir por el norte—. Para heredarlo, el titán puro debe ingerir al cambiante, y así se heredan los poderes entre sí.

Lo que explicaba cientos de cosas que nadie nunca había adivinado, pero tenía sentido. Tanto sentido que Félix tuvo que detenerse un segundo a tomar un profundo respiro porque si no, vomitaría.

—Rod va a hacer que Historia se coma a Eren, entonces.

—Puede intentarlo —le dijo el otro, deteniéndose a esperarlo—. Pero si llegamos antes, podrías ser tu quien lo haga.

Y eso… Eso no era lo que Félix quería escuchar.

Se detuvo por completo y miró a Kenny como si estuviera loco, y ese sonido de bombeo dentro de su pecho fue en crescendo.

—¿Qué?

Kenny chasqueó la lengua y se volvió hacia él, una irritación palpable en su figura manifestándose en su rostro tan de golpe que Félix se sintió perdido por un segundo ante el repentino cambio en él.

—Eres el hijo de Uri —dijo con certeza—. No importa que haya sido Frieda la reina después de él, es tu derecho serlo. Y ahora tienes la oportunidad.

Había algo sonando en sus oídos, un ruido blanco zumbando en todas partes en las que intentaba mantener su atención. Pero su visión se volvió borrosa, acercándose peligrosamente a las lágrimas y Félix no quería llorar.

Finalmente. Finalmente pudo entender por qué Kenny lo aceptaba tanto en esta vida, tal vez en muchas otras, en todas ellas.

—Quieres… Tu quieres que yo sea el rey.

Kenny ni siquiera trató de negarlo.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? Yo no soy-

—Eres el hijo de Uri y eso es suficiente.

—No soy solo el hijo de Uri. Soy el único hijo de Talisa Kaiser y no tienes ningún derecho a tratar de manejar mí vida.

—Ni siquiera estarías vivo si no hubiera convencido al idiota de Rod de unirte a mi equipo.

—¡No importa! ¡No puedes llegar de la nada a decirme lo que debo ser o quién debería ser! 

Kenny volvió su caballo hacia él y trotó con suavidad a donde se hallaba. El rostro lo tenía flojo, como si se hubiera visto venir el argumento incluso antes de entrar en el y Félix solo sintió más coraje al entender que todo había estado planeado.

No había manera de que Kenny no supiera que él jamás querría la corona.

Félix respiró profundamente hasta que se mareó tanto que tuvo que detenerse para no caerse de encima de Zoro. Le daba vueltas la cabeza y le dolía, en el hueco donde se suponía que debía estar su corazón, le dolía demasiado como para barrerlo a un lado como si no significara nada.

—Oi, oi, oi. ¿Qué pasa, uh? —dijo cuando el silencio se estrechó—. Félix, vamos, incluso tu tienes que entender que esto es tu legado.

—Tienes que entender… Que yo no soy Uri —respondió con tanta paciencia como podía tenerla en esos momentos, y le agradeció a todo Dios existente que Kenny estuviera escuchándolo—. No quiero ser rey. No sé cómo ser rey. Lo habría sido si fuera para mantener a Frieda lejos de esto, pero… Pero ahora mismo…

—¿Y si te lo pidiera Historia?

Se interrumpió cuando escuchó eso, porque sí. Sí, si Historia se lo pidiera, haría todo lo posible para mantenerla a salvo. Ella y su madre eran familia, y si Historia se lo pedía, probablemente le daría el mundo entero si pudiera.

Kenny pareció comprender, porque de alguna manera Kenny comprendía así de fácil, y le sonrió.

Era esa sonrisa hambrienta, lobuna, la del asesino serial que él había visto en raras ocasiones, en vida y en recuerdos.

Era Kenny el Destripador quien le miraba de vuelta.

—Sí, claro que por ella lo harías.

—Es mi prima. Claro que sí lo haría.

—No, no, no intentes engañarte, chico. Deja eso ya atrás y empieza a hablar con sinceridad, empieza a ser genuino —Kenny alzó una de sus manos y le dio dos golpecitos en la frente con la yema de sus dedos—. Eres un bastardo muy egoísta, Félix, y si tomas el lugar de esa chica es para mantenerla con vida. Es lo único que te queda con una mínima conexión a Frieda, porque ellas se conocieron, ¿cierto?

Él no lo sabía, claro, pero… Pero si Frieda le había borrado la memoria a él, quizás… Quizás…

—Eso creo.

—¡Ja! Eres todo un caso, Félix —le dijo el otro con burla latente, perlas blancas mostrándose en esa sádica sonrisa—. Familia esto, familia lo otro. Nah, tu solo quieres conservar lo que te recuerda a esa chica tan cerca como puedas. Y está bien, al diablo la moral y la culpa y al diablo el resto del mundo también. Sigue así, chico.

Le palmeó la mejilla una, dos veces, y la sonrisa hambrienta se derritió un poco en algo más agresivo.

—Al diablo el mundo Félix —murmuró inclinándose al frente, compartiendo el secreto con él—. Mientras que tu tengas lo que quieres, todo estará bien.


FUN FACT DEL DÍA: En uno de los Ciclos Félix nace sabiendo absolutamente todo lo de sus vidas anteriores, así que ya se imaginarán el desmadre que eso causó.

Anyways uhm!!! Espero que les haya gustado el cap!!<3

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