46. Planeaciones y traiciones

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
PLANEACIONES Y TRAICIONES
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—¡Capitán, tiene que ver esto!

Apenas Levi alzó la mirada, un periódico le fue metido bajo el rostro con algo de brusquedad.

Se le arrugó un poco la nariz, aunque decidió que crear un problema de ello no sería completamente necesario. La hoja color beige del periódico decía porquerías; y el retrato suyo que le miraba de vuelta le hacía arrugar aún más el gesto.

No era necesariamente arrogancia, aunque quizás debía agradecer que ese dibujo no se parecía en nada a él; no había manera en el mundo de que él tuviera esa nariz.

—Si esto es cierto, entonces la Legión ha sido desmantelada.

Se le hizo un nudo en el estómago.

—Oí que esta tarde registrarían las montañas —siguió diciendo Armin—. Y hay patrullas en las carreteras, se necesita un pase para poder cruzarlas. ¿Qué hacemos, capitán?

El periódico decía muy poco; decía lo único que la Policía Militar y por tanto, el gobierno, querían que la población supiera. Estaban usando la dada de recursos por la corona para tapar la mayoría de los sucesos ocurridos en Trost, y varios comentarios del editor dejaban en claro una postura que se inclinaba, por supuesto, a favor del gobierno.

Necesitaba que alguien le dijera que Hange estaba a salvo, por lo menos.

Erwin ya era inalcanzable en esos momentos.

—Primero, cálmense. Ellos usan carros, así que tardarán un día en llegar a las tierras de los Reiss —los adolescentes que lo rodeaban definitivamente le hacían honor a esa palabra, porque ninguno podía exactamente calmarse como a él le gustaría—. Tendremos que urdir un plan antes de lo que pensaba.

Pero lo intentaban. Levi miró a su alrededor, a los rostros que le miraban en busca de orientación. Aquello no era algo nuevo precisamente, pero ninguno de sus subordinados había tenido quince años hasta esos momentos. El único que podría ser medianamente a lo que él estaba acostumbrado sería Eld, pero en esos momentos su compañero estaba drenado de energía; física y mentalmente, él sabía que el hombre de coleta rubia no se hallaba en un buen lugar.

Enfrente de ellos, Sasha se sobresaltó repentinamente y su cabeza viró hacia la derecha.

—Capitán, oigo pasos —dijo, enderezándose con rapidez—. Vienen hacia acá.

Levi chasqueó la lengua, sus articulaciones tronando un poco al ponerse de pie.

—Limpien el sitio —indicó, echando vistazos a su alrededor—. Si son de la Policía Militar, quizás podamos sacar algo de ellos.

Había algo frío que le corría por las venas cuando se ponía a pensar profundamente en las consecuencias de sus actos; si fallaba o si no, si continuaba o si no, si iba directamente a Mitras a buscar a Erwin o si se arriesgaba un poco e iba tras Kenny. Si salía de cacería y seguía a Félix hasta poder darle una buena patada y después pedirle su ayuda.

Había hielo en sus venas y mientras él y Armin le decían al resto de los chicos cuál sería su plan, se preguntó si sería posible derretirlo un poco al calentarse junto a una fogata, o si se quedaría con él por siempre si llegaban a arruinarlo.

━━━

—Así que, ¿cómo lo hacemos?

—Bueno, entrar de golpe a esas mazmorras no es ideal —empezó Kenny, reclinándose un poco contra el muro—. Podríamos, claro, pero tu tío estaría aguardando a que vayamos a deshacernos de tu novio, no a salvarlo.

—Tch —Félix alargó el brazo y le dio un manotazo en el pecho—. Deja de decir que es mi novio, que no lo es, y concéntrate, maldición.

—Bueno, ya, ya —dijo, haciendo un gesto de desinterés con su mano—. Lo mejor que podemos hacer ahora es esperar, ¿no?

A regañadientes, Félix se situó a su costado, con los hombros ligeramente curveados y echó vistazos a su alrededor. No había nada salvo un par de hombres de la Policía Militar, mujeres que andaban con sus hijos de aquí y allá y hombres en traje con bastones, con maletines y esa audacia que tenían los que vivían en la Capital para caminar por estas calles como si lo merecieran.

—No, ahora mismo tendríamos que estar con mi tío, pero henos aquí —bufó él, cruzándose de brazos—. Pero sí, lo único que podemos hacer ahorita es aguardar a que sean ellos quienes hagan su jugada.

—Mhm, si nos involucramos muy a prisa es posible que Rod se lo vea venir, pero además de ello sería peligroso tanto para ellos como para nosotros —Kenny alzó la mirada hacia los tejados de Mitras. Más allá, por encima de esas casas, se alzaba el cuartel general de la Policía Militar—. No sabemos realmente qué harán ni cómo reaccionarían si se enteran que estamos mejor si nos deshacemos de Rod de una vez por todas.

—Levi te mataría.

En el rostro de su capitán floreció esa sonrisa que en un inicio le daba escalofríos. Félix se encontró a sí mismo rodando los ojos, una pequeña sonrisa tirando de sus comisuras.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos?

—Aguardamos. Erwin Smith se ha salido ya muchas veces con la suya como para que esta sea la vencida —fue lo que dijo, tomando su sombrero del borde y jalando de el hacia abajo—. Confía en él, chico.

La cosa no era que Félix no confiara en Erwin, la cosa era que Erwin en quien no confiaba era él.

Algo ardió en su pecho al recordar aquello y el torrente de emociones que ya venía sintiendo desde hace un buen rato se apresuró en querer explotarle en el pecho, y lo cierto es que Félix las dejaría; a cada una de ellas, claro, pero en esos momentos había mucho en juego. Era la vida de su madre la que pendía de sus manos, y ahora también estaba Historia.

No solo ellas, pero también estaban Caven, Ymir, Kenny inclusive.

Estaban todos ellos que le rodeaban y le querían, porque Félix lo hacía. Caven era fría, sí, al igual que Ymir, pero las apreciaba a su manera. Y las apreciaría siempre, se dio cuenta, porque a pesar de que conocía a Kenny de toda una vida, a ellas no.

En esta, sin embargo, en esta sí.

En esta ellas importaban, ellas siempre iban a importar.

—Oi, ¿quieres hablar?

—¿Hablar? —dijo con el ceño fruncido—. ¿Sobre qué?

Kenny ladeó el rostro en su dirección y le observó con una ceja alzada, una burlona sonrisa extendiéndose por su rostro.

Félix tragó saliva con algo de dificultad y se acomodó en su sitio, cruzándose firmemente de brazos y mirando en alguna otra dirección para no tener que afrontarse a esa mirada. Se sentía como si Kenny supiera algo que él no; aunque eso era una mentira.

A veces, los recuerdos simplemente llegaban y se convertían en realidad, y más veces de las que no, terminaba confundiendo esa realidad con la que se encontraba viviendo en esos momentos.

Y existir de ese modo era más difícil que no existir del todo.

—¿Recuerdas… Aquella vez en el sitio favorito de Uri? —dijo, incómodo—. Te hablé de Zeke.

—Ah, sí. El titán ese que mencionó Ymir, ¿no?

Félix asintió, con las palabras subiendo de a montones por su garganta.

—Te mentí.

Kenny se tensó a su lado, aunque fue por solo un segundo antes de que se le drenara del cuerpo completamente. Pero aún podía sentir el peso de su mirada sobre él, el juicio que sostenían en ellos.

—El titán en el muro… Me mostró cosas —murmuró en voz baja—. Me mostró a Zeke, sí, pero… Hay más cosas, muchas más cosas que no sé explicar porque se sienten imposibles y aún así… Aún así están aquí, en mi cabeza, en mis recuerdos.

Sus manos se cerraron en puños y sus uñas rasparon suavemente contra la piel de las palmas.

—A veces es como si yo hubiera vivido mil vidas, pero… No lo sé, no las recuerdo muy bien —tragando saliva, relajó sus manos y las alzó hasta su cabeza, queriendo nada más que enterrarlas en su cabello y quizás arrancarse un par de mechones porque estaba a nada de tener una crisis—. En algunas, Hange muere en la expedición donde descubrimos a Annie Leonhart, en otras es Armin. Algunas veces Frieda sobrevive y cuando no lo hace, normalmente las cosas son… Igual de frías.

Estaba ahí, otra vez.

Ese agujero que se abría y se abría y seguiría abriéndose porque la verdad, Félix no tenía ni idea de cómo cerrarlo.

Evocar la existencia de esos recuerdos solo los traía a la vida; pasaban frente a su memoria como al pasar las páginas de un libro. Félix se llevó las manos a la cabeza y se presionó la frente con la palma de su mano, sintiendo que en ella se pegaban las gotas de sudor que comenzaban a correrle por encima de la piel.

—No sé qué hacer, la verdad —una pequeña carcajada le salió desde lo profundo del estómago, el sonido un poco quebrado—. Al principio creí que era reencarnación, porque es una de las cosas que suelen hablar en los libros, especialmente esos que varios nobles leen, pero… No lo sé, cuando se lo dije a Petra, ella dijo que yo solo vivía y vivía y que no dejaba de hacerlo.

Hubo un tenso silencio que se extendió por encima de ellos por lo que le pareció una eternidad y más. A su alrededor la vida seguía y seguía y seguía, y las personas se movían con la misma monotonía con las que lo hacían las de Liberio.

Félix lo sabía, de alguna manera. Félix sabía cosas que no debía saber. Más de las que en su vida (en esa vida) llegaría a saber.

—¿Sabes cuál es una característica de los Reiss?

El azabache se encogió de hombros, mirando al suelo en derrota.

Le punzaba la cabeza, el dolor naciendo con lentitud por detrás de los ojos cada vez que parpadeaba.

—Sus ojos —dijo Kenny tras una breve pausa—. Brillan cada vez que consiguen ese poder, al Fundador.

Sintió la pesada mano del hombre caerle encima del hombro, anclándolo a ese sitio, a ese momento. Kenny era gracias a Dios una constante en todas esas vidas; el escudo que Félix había necesitado toda su vida cuando su padre no tuvo el valor de dar un paso al frente.

Y cuando lo tuvo, bueno, Kenny seguía estando ahí.

Kenny siempre estaba (estaría) ahí.

—En alguna de esas vidas, ¿has conseguido ser tu quien lo hereda?

—No... No sé, tal vez, pero... No lo sé.

Alzó la mirada hacia el hombre y se encogió de hombros, impotente. Kenny chasqueó la lengua y de puros nervios se acomodó el sombrero varias veces, las que fueran necesarias para que esa ansiedad que aparecían en su sistema fueran deshechos.

—Y esa chica, Petra, ¿es de la Legión?

—Sí, pero no estaba con Levi durante el altercado en Trost —dijo él—. Así que o fue arrestada ayer o consiguió escapar para reunirse con él.

—Es de la Legión. Suelen ser más atrevidos que el resto de los bichos viviendo tras estos muros.

Félix rio suavemente, aunque se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho.

Dolía un poco, sí. El ardor en sus pulmones no era común, no a menos que estuviera forzándose demasiado a hacer algo que no le gustaba, a dispararle a un amigo o traicionar a otro.

(La mirada de Levi continuaba clavándosele en las entrañas con una facilidad desconcertante.)

—Petra es… Ciertamente algo distinto —murmuró en respuesta, una de sus comisuras alzándose un poco—. Una gran amiga, eso sí. Espero que no haya sido arrestada, o que al menos esté oculta en un buen sitio.

Kenny asintió, sus ojos moviéndose de aquí allá a las transitadas calles de Mitras.

Varios sujetos de la Policía Militar los miraron de reojo al pasar por un costado; uno de ellos era el tipo de la otra noche en el bar, con Duran y Ray y las dos prostitutas que parecían pegarse a sus lados como dos sanguijuelas.

De solo recordarlo le daba un poco de náuseas y el estómago se le revolvía fácilmente, tirando de él en todas direcciones hacia una en la que él no quería ir con honestidad. El azabache se enderezó un poco y le sonrió al tipo, ocasionando que el rostro se le deformara y se girara a prisa para dar atronadores pasos por el resto de la calle, desapareciendo tras unos pocos segundos.

—¿Quién era?

Le miró de soslayo, a la curiosa expresión en el rostro de su capitán.

—Un idiota, nadie más.

Kenny rio, el sonido apenas desprendiéndose de su pecho.

—¿Y? ¿Qué más puedes decirme de esos recuerdos tuyos?

—No mucho —admitió en un susurro—. Hay… Cosas que se revuelven y no sé si pertenecen a un momento conjunto o si pertenecen a algo completamente distinto. No lo comprendo ni yo, y es… Ugh, me da un gran dolor de cabeza a veces.

—Mhm… ¿Vas a estar bien?

Esa era la pregunta del millón, ¿no? Una que Félix no podría responder incluso si quisiera.

Había tantas cosas que podría decirle, que podría saber si tan solo lo intentaba. Félix lo sabía y le era difícil entenderlo, navegarlo.

Estaba Marley y Liberio y un hombre rubio de largo cabello. También Zeke y su titán, y las grandísimas ganas que sentía de… Ir a dónde estaba él para hacerle preguntas y que le comprara un helado y le echara su apestoso humo de cigarro en la cara.

De alguna manera, también, quería ir a casa.

—…Recuerdo haber besado a Levi, sin embargo.

Kenny se ahogó en su saliva y el hombre comenzó a farfullar maldiciones que le salían a medias porque aún parecía estar procesando bien sus palabras, cada una de ellas grabándose en su cerebro con facilidad que él sabía le resultaría repugnante.

—¿Qué?

Félix tiró la cabeza hacia atrás contra el muro y rio.

—¡Sí! Yo reaccioné igual cuando desperté y todo lo que recordaba era estar con él… Así —alzó sus brazos y trató de imitar la pose, aunque tenía que inclinarse un poco hacia abajo y ladear tanto su cabeza que le dolió el cuello—. Justo así.

Kenny se atragantó, haciendo una mueca como si estuviera a punto de vomitar.

—¿Y lo supiste porque tuviste un sueño húmedo con él?

Su risa se apagó de repente y esta vez fue él quien comenzó a ahogarse con su propia saliva, el rojizo color de un sonrojo subiéndole a prisa por el cuello y después la clavícula, hasta llegar a las mejillas y asentarse ahí fácilmente.

Tenía ganas de estallar en risitas, de esas tontas que daba cada vez que su madre preguntaba sobre Nicolás y los nervios lo dominaban por completo.

Le clavó un codazo en las costillas a su capitán, haciéndolo gruñir.

—Fuiste tu quien preguntó, idiota.

Kenny chasqueó la lengua, aunque la sonrisa seguía intacta, quizás oculta y discreta, pero ahí.

—Es por eso tus cambios de humor ¿entonces? Has estado… Un poco extraño.

—Supongo que sí —murmuró en respuesta, encogiéndose de hombros—. No lo sé.

—¿No sabes?

—Quiero decir, no estoy seguro —se recargó por completo contra el muro y alzó la mirada hacia el cielo—. Todo está ocurriendo tan a prisa que me es complicado procesarlo. Estaba en la Legión y de repente me dicen que no puedo estarlo más, me dicen que mi padre era el rey y que la chica de la que estaba enamorado es mi maldita prima. Y mi tío, su padre por cierto, es un hijo de puta que amenazó la vida de mi madre si yo no hacía lo que él quería.

Kenny asintió con lentitud. Por el rabillo del ojo lo vio sacarse el sombrero e imitarlo, cruzándose de brazos una vez lo hizo.

Mitras era pesado. Mitras era sucio y corrupto y Félix odiaba la Capital con todo lo que tenía metido ahí en el pecho.

En Mitras la brisa no cantaba y los pájaros no volaban. No había árboles ni flores ni caballos ni nada que él amara. El sol brillaba mucho y los edificios eran altos, pretensiosos, aburridos y llenos de una sofisticación que él aborrecía.

—¿Ya superaste a Frieda, entonces? ¿O sigues ahí estancado?

Félix rio a pesar de que le dolió la garganta cuando lo hizo.

—Creo que voy a estar ahí estancado por un buen rato.

—¿Qué hay de Erwin, entonces?

El sonido se tornó amargo y Mitras perdió aún más color.

—No tengo oportunidad con él.

Declaró, y Kenny giró hacia él para mirarlo como si se hubiera vuelto loco. Una de sus cejas estaba alzada y tenía las manos hundidas en sus costados, irritado y quizás también harto de la situación.

—¿Qué?

—Que no tengo-

—No, no, eso lo escuché —dijo el otro, alzando una mano como si buscara detenerlo físicamente—. ¿Cómo mierda consideras no tener oportunidad con él cuando todo mundo cree que están juntos?

Félix resopló, cansado.

—Sí claro, todo el mundo —dijo con cierto sarcasmo.

—Oi, ¿qué acaso no te dije sobre los rumores de ti y él en las otras divisiones?

Allí estaba. Y aquí estaba, también, la burbujeante sensación que crecía en su estómago y que continuaba tirando de él hacia abajo, que lo hundía en ese agujero que continuaba abriéndose con el pasar de los días, con cada noche que despertaba enredado en sus sábanas, con el corazón en el puño y lágrimas en el rostro.

Era esa sensación de saber que volvía a estar en boca de todos, que las personas hablaban y hablaban y jamás se cansarían de hablar de él porque Félix, honestamente, a veces parecía ser parte de un espectáculo mal organizado.

—Todo mundo me cree su puta —dijo con tanto veneno como pudo hacerlo y de sus manos cayó sangre cuando el peso del rifle fue recordado, cuando los sonidos de huesos y piel y tendones se rompieron bajo la culata—. A la mierda esos rumores.

Kenny resopló y alzó su mano para darle un zape, uno más que suave que el resto de los que había obtenido por parte del hombre en todo el tiempo que llevaba de conocerlo.

—Se dicen más cosas, Félix, no todo es malo —murmuró—. Pero meh, al diablo lo que otros digan, ¿no?

—Supongo.

Aún así dolía.

Se labraba en su pecho con una profundidad que dejaba un degusto amargo en su boca y las espinas que crecían alrededor de ese agujero a veces crecían, o se caían o se rompían o Félix las agarraba con las manos y tiraba de ellas hasta que la mano se le llenara de cortes y la sangre sellara la oscuridad ahí metida.

Y era difícil, muy difícil tratar de entender por qué tenía que ser él quien se sumergiera en esa oscuridad.

Con Frieda fue difícil porque Félix era un chico imbécil que odiaba la idea de la sangre de esclavos que le corría en las venas. Pero había sido un chico idiota que creció y entendió y quizás no lo aceptó, no totalmente, no hasta que Frieda se adhirió a él con tanta insistencia que su única opción fue quererla, finalmente tragarse su orgullo para poder acercarse y apreciarla y quererla.

Y cada segundo de ello valió la pena. Frieda valía la pena.

Y no es como que Erwin no lo hiciera. Erwin era un hombre asombroso y Félix estaba agradecido de tenerlo en su vida, pero… Pero no.

Si sus sentimientos se originaban desde esa base de sus genes que él tanto odiaba… Entonces no.

Era otro caso perdido.

—¿Qué hay de Frieda, entonces?

—Está muerta —dijo él con finalidad, y la voz le tembló—. Y yo no.

—Mhm. Qué tragedia, uh.

Una pequeña sonrisa le curveó los labios. Félix, con los nervios un poco freídos, se llevó las manos a la cabeza y pasó los dedos por entre los mechones, tirando de ellos en frustración cuando una gentil brisa sopló sobre las calles y en lugar de oler flores y césped y quizás también un poco de sudor, todo lo que acarreaba era ebriedad y alcohol y Mitras, resumido en una sola palabra.

Kenny y él guardaron silencio por un rato, sus ojos fijos sobre varias personas, moviéndose encima de la calle y después de vuelta hacia abajo, por otra dirección, en otro ángulo.

—¿Qué hay de mi? —preguntó el Ackerman eventualmente—. ¿Qué ocurre conmigo en esos recuerdos?

Félix se sintió a sí mismo sonreír, aunque una pequeña parte de él se sentía avergonzado de ello, de esa calidez que sentía en su pecho cuando recordaba que Kenny era una constante no importara si el cielo se incendiaba o el océano se secaba.

—Sobrevives —dijo, dándole un suave codazo—. A veces no, a veces ni siquiera te conozco hasta muy entrado en años, pero… Siempre estás ahí, de alguna u otra manera.

Y si aquello no era un sorpresa, entonces ya nada importaba.

Porque Kenny, el Kenny de esos recuerdos, de los del ayer y los del mañana, los que hablaban de un mundo donde Paradis crecía y se expandía, los que hablaban de destrucción y colores negros y la neutralidad del universo que se cerraba en torno a ellos.

Kenny siempre era familia.

—Tch, y yo aquí pensando que conseguiría un descanso —dijo, alzando su mano y dejándola caer sobre su cabeza, enterrando la mano en los mechones—. Bien, cuando podamos pondremos esa habilidad tuya en práctica. Démosle un buen uso por lo menos.

—No estoy seguro de que sea precisamente útil, pero… Okay, sí.

—Bien —dijo—. Busquemos a nuestras chicas, entonces. Hora de trabajar.

━━━

Las calles no estaban vacías a pesar de que parecía existir en ellas un estado perpetuo de caos que Trost había adoptado desde lo ocurrido mes atrás.

Varios hombres pasaban frente a ella, tenderetes semi derruidos apenas en funcionamiento mientras las sombras la cubrían de todo aquel que quisiera mirarla. Los pocos niños en las calles se abanicaban el rostro desesperadamente, en shorts mal cortados y sandalias que parecían sisear con el calor encendiendo los adoquines que pisaban.

Hacía calor, más calor del que tenía derecho a hacer.

Petra echó otra mirada hacia la calle contraria, aguardando, quieta, tratando de respirar pese a la sensación de asfixia cerrándose en su garganta, y fue solo una leve presión contra su espalda baja lo que le advirtió de la presencia de alguien tras de ella.

—¿Petra Ral?

—No eres Félix.

La mujer tras ella presionó el arma con más fuerza contra su espalda, el cañón clavándosele con incomodidad en la camisa y traspasando hasta besar la piel.

—No —dijo con sequedad—. ¿Para qué lo quieres? ¿Qué es lo que necesitas de él?

—Verlo —le respondió, girando el rostro para mirarla por encima de su hombro—. Y hablar con él.

Era rubia, y alta, mucho más alta de lo que Petra era pero definitivamente no tanto como Félix. Su cabello rubio era corto, casi como el suyo propio, pero agarrado en una coleta baja con dos mechones que le enmarcaban el anguloso rostro de facciones refinadas. tenía los ojos azules más cristalinos que hubiera visto en su vida, que reflejaban la luz del sol como si estuvieran hechos de cristal.

No le sonreía y ni siquiera le miraba con amabilidad, porque esos cristales estaban fríos como el hielo del norte.

—¿Hablar? ¿Sobre qué?

—El Comandante Erwin —se apresuró a decir, porque si no lo hacía entonces jamás lo diría—. Tiene a alguien siguiéndolo, uno de sus amigos-

—Lo sabemos —le interrumpió ella—. Ya nos encargamos de ello.

Petra trató de moverse al frente, separarse del cañón y quizás enfrentarse cara a cara con la mujer tras ella, pero ella presionó el arma con insistencia y el cuerpo se le puso rígido, cada músculo quedándose quieto en su sitio.

—Te recomendaría quedarte quieta. No voy a disparar, es verdad, tal vez —le dijo, tomándola del mentón para voltear su rostro hacia el frente—. Pero la chica frente a nosotros no tiene tales problemas. Podríamos perseguirte todo lo que queramos, y al final, si algo ocurre, nos saldríamos con la nuestra.

Al otro lado de la calle, recargada contra el muro frente al que ella se hallaba, la compañera de la rubia tras de sí alzó la mano y meneó los dedos de la mano izquierdo en un burlón saludo. Los mechones castaños le caían en desorden sobre la frente, la coleta baja casi deshecha y la sonrisa tan salvaje como la que alguien seguro de sus chances podría usarla.

—¿En dónde está? ¿En dónde está Félix?

—En Mitras —respondió la otra sin problemas, apenas si parpadeando. Petra miraba de ella a Ymir, que les miraba atentamente desde enfrente—. A salvo, así que no debes preocuparte por él.

—Es mi amigo —dijo Petra con brusquedad, soltándose del agarre que la mujer rubia tenía sobre ella—. Si me preocupo o no por él es problema mío.

Una de las cejas de la rubia se alzó e hizo un gesto con su mano que presumía iba dirigido a la chica frente a ellas. Petra la miró de reojo, notando el cambio en postura y lo tensa que de repente se hallaba, probablemente habiendo reaccionado así una vez la vio moverse.

—Si eso es todo, entonces nos vamos.

Pasos tras ella se escucharon y Petra giró a tiempo para ver a Ymir pasar por su lado, mirándola de refilón con una sonrisilla juguetona al borde de los labios. La mujer rubia también se volvió, andando con pasos tranquilos por el callejón a través del que la había emboscado, el que Petra eligió exclusivamente porque se supondría que le daría cubierta y un punto ventajoso por el que ver a quien se aproximara.

Eran los nervios y la ansiedad que le subían por el cuerpo como la sangre lo hacía cuando pensaba en lo que estaba por hacer, lo que haría, lo que ocurriría no solo con ella si no también con sus amigos, sus compañeros, la Legión y su comandante.

Petra era una mujer con principios, claro, pero en el mundo que vivían siempre tenían que dejar algo atrás, sacrificar algo si en realidad querían seguir adelante costase lo que les costase.

Y lo cierto era, que Petra ni siquiera debería haber vivido. No si lo que sus sueños decían era verdad, si lo que Félix en persona le confesó tenía una pizca de veracidad.

Apestaba. Toda esa situación apestaba.

—¡Espera!

Tanto la rubia como Ymir se detuvieron, y ambas miraron por encima de sus hombros al hacerlo. La rubia tenía el rostro neutral, pero la castaña mantenía una ceja alzada, su mirada yendo de ella a su compañera a su lado.

Petra hurgó en los bolsillos de su pantalón hasta sentir la rugosa sensación del papel guardado allí. sus manos temblaban un poco al sacarlo, y sus pies aún más cuando dio un par de pasos que la separaban de las dos mujeres frente a ella.

—El comandante Pixis fue a ver al comandante Erwin unas horas antes de que fuera arrestado, y a pesar de que no es mucho, escuché lo suficiente antes de que fuera interrumpida —le tendió el papel en su mano y la miró con fijeza a los ojos, como si quisiera retarla a rechazarla—. Toma. Dáselo a Félix.

—¿Por qué? —dijo la rubia, subiendo su mirada hacia ella—. Estás traicionando a la Legión con esto, ¿por qué lo haces?

—Porque Félix es mi amigo y me salvó la vida. Es lo menos que puedo hacer.

Fue como una eternidad en segundos antes de que la otra mujer alargara el brazo y tomara el papel con dedos esbeltos y largos, un poco torcidos y con cicatrices encima de la piel. Petra la observó en silencio mientras lo guardaba entre sus bolsillos.

Con un asentimiento, la rubia se dio media vuelta y siguió andando mientras guardaba a su vez el arma en un estuche pegado a su pierna.

Ymir, sin embargo, se volvió de frente a ella y le sonrió con esa misma diversión de antes. Andaba de espaldas como si no temiera el escombro regado por el suelo, el polvo que se desprendía de los destartalados tejados.

—Tu y Félix son más parecidos de lo que te imaginas —le dijo.

Petra, con algo de saliva pasando dolorosamente por su garganta, alzó ambas cejas y trató de sonreír.

—¿Ah, sí? Que bien. ¿Cómo está él?

Ymir se encogió de hombros.

—Mejor que antes, supongo.

—Ymir.

La repentina voz de la mujer rubia detuvo el intercambio entre ellas y Ymir giró sobre sus talones, una sonrisilla de disculpas siendo tirada hacia la espalda de quien Petra adivinó era su superior.

Ymir la miró por encima de su hombro una última vez.

—Le daré saludos de tu parte.

Petra asintió, la sonrisa en su boca un poco menos abrumada.

—Gracias.

Ambas mujeres desaparecieron al doblar una esquina.



FUN FACT DEL DÍA: En uno de los Ciclos, Félix vivió en Marley desde muy pequeño y se volvió amigo cercano de Zeke, por lo que a veces puede relacionar el sentimiento de ir casa con él.

HELLOOOOOOO lamento no haber actualizado el domingo pero no tenía capítulos listos lmao sorry sorry pero espero que este esté a la par!! Me emocionó la parte de Petra tbh porque la agregué a último momento sooooooo aún así espero que sea de su agrado<3

LO AVISO UBA VEZ MÁS si ustedes tienen preguntas que les gustaría que respondiera, no importa si sea o no spoiler (yo amo los spoilers btw deberían haber visto cómo me tragaba los de snk y los de bnha y ahorita los de jjk), y si sí las tienen pueden hacermelas por mensaje o yo respondería aquí si es una duda compartida o algo así. Solo si quieren so idk

Y PARA LA PERSONITA QUE PREGUNTÓ ANTERIORMENTE PORQUÉ FÉLIX NO SERÍA REY.... ¿Están seguros de ello? 

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