38. Empezó con una persecusión

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
EMPEZÓ CON UNA PERSECUCIÓN
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Empezó con una persecución; las calles se extendían con una infinidad que Félix comenzaba a ver doble, y el gas siseando fuera de sus tanques mientras más trataba de empujarse hacia el frente se volvería una parte regular de sus más oscuras pesadillas por el resto de su vida, o al menos eso creía él.

Las calles de Klorva estaban oscuras, silenciosas, envueltas en un velo de misterio y perversidad que le dolía físicamente el tener que recorrerlas. Por debajo suyo, el suave relinchar de un caballo podía ser escuchado, la rubia melena de Caven siendo oculta por una indiscernible capucha color grisácea, que parecía volverse una con la oscuridad de los callejones.

—Oi, Félix —murmuró Duran desde su lado, golpeándolo suavemente en la espalda. Él apenas y lo miró de reojo—. Parpadea. Las luces comenzarán a jugar con tu cerebro si no lo haces.

Los nervios bajo su piel no se calmaban. Andaban por debajo como si se tratara de un hormiguero, como si su cuerpo fuera una colonia y ellos tuvieran derecho a invadirlo. Esperar le dolía, se dio cuenta, y un vistazo a su alrededor reveló que él no era el único con los nervios a flor de piel.

Ymir le miró desde la azotea al frente de la casa en donde él y Duran se hallaban, y aunque no podía ver con claridad el rostro de la chica, era suficiente con verle juguetear con sus manos para saber solo cuán perturbada se encontraba.

—¿En dónde está? —preguntó en un susurro con desesperación—. Hemos estado aquí por horas, el objetivo ya debería haber-

—A callar —le interrumpió Duran de golpe.

—Pero-

—Shh —murmuró, mirándole de soslayo por menos de un segundo. Después miró hacia donde la negrura se tragaba el resto de la calle—. Pasos. Escucho pasos.

Duran alzó uno de sus brazos y con el hizo una seña en el aire. De inmediato hubo un movimiento en la penumbra, y el siseo del gas no se hizo esperar. Félix miró hacia los costados tratando de adivinar qué hacer, de entender a dónde moverse. Sentía el corazón palpitar físicamente a su lado a pesar de que eso era imposible, y con cada momento en silencio, esos latidos se volvían furiosos martilleos contra su pecho; cada uno más aterrador que el anterior.

Caven salió de su escondite y trotó ligeramente por la calle, fingiendo que nada ocurría a pesar de que por en frente de ella, entre la penumbra, se vislumbraba otro animal surgiendo de ella que tiraba de un carruaje.

El resto de sombras en los otros tejados se movieron junto con el carruaje, y Caven se perdió en la distancia.

—Ve con ella —le dijo Duran en un susurro, señalando en la dirección por la que Caven se iba—. Tu y la otra chica. Nosotros seguiremos el carruaje.

Félix, temblando ligeramente, asintió y miró hacia la azotea vecina, al otro lado de la calle. Ymir asintió en su dirección y ambos desplegaron sus ganchos en silencio, meciéndose de inmediato hacia los otros tejados para caminar por ellos sin perder de vista a la mujer rubia.

Los cascos del caballo creaban ecos que se perdían en la soledad de las calles con un eco fantasmagórico que le ponía los pelos de punta. Se preguntó cómo estaría Ymir, quien era relativamente nueva a cómo trabajaba el Escuadrón Interno. Félix también, ciertamente, pero al menos Kenny había tenido la decencia de decirle que ellos eran los que se ensuciaban las manos para mantener la paz del rey, lo que era absolutamente mierda si se lo preguntaban a él. ¿Cómo es que su tío había permitido que un asesino en serie tomara las riendas de un grupo de gente inestable y les diera poder para lograr cometer actos inhumanos solo para preservar una frágil paz?

Estaba seguro de que su padre no habría permitido eso, ni siquiera Frieda.

Uri era un hombre benevolente, melancólico, con demasiadas responsabilidades según su madre y según Kenny. Y Frieda sería incapaz de ordenar la creación de un grupo con tales objetivos.

Si yo fuera el rey...

—Félix —dijo alguien a su lado, cuando aterrizaron insonoro en el techo de la casa junto a la que Caven se había detenido—. Se detuvo.

El azabache parpadeó, olvidando su línea de pensamiento y en lugar de ello concentrándose en lo que ocurría debajo; Caven y su caballo habían sido detenidos por dos sujetos en traje, aunque por debajo de los sacos se alcanzaba a ver el deslavado color de una chaqueta marrón. Félix entrecerró los ojos, tratando de ver entre la oscuridad y la poca iluminación si había algo identificable acerca de alguno de ellos.

—¿Qué hacemos?

—Aguardamos, supongo. Si Caven da alguna señal, entonces bajamos.

Algo le decía que su respuesta no le satisfacía en nada, pero Félix no estaba allí para satisfacer a nadie. Sus ojos permanecieron fijos sobre la figura de la mujer rubia, aún montada sobre el animal, mientras que uno de los tipos daba rondas alrededor del caballo y el otro se mantenía al frente, hablando.

Vagamente, echó un vistazo a sus espaldas y de inmediato tomó a Ymir de la nuca y la empujó hacia abajo con él, quedando ambos pegados al piso como si este fuera una segunda piel.

—¿Qué demonios-?

—Alguien venía —murmuró en respuesta. La calle estaba en completo silencio, excepto por las pequeñas vibraciones que sus respiraciones ocasionaban contra el tejado.

—¿Y tu crees que ocultarnos aquí será suficiente?

—No, pero si nos movemos ahora atraeremos atención. Caven está haciendo su parte, hagamos bien la nuestra.

La chica chasqueó la lengua, pero permaneció en su sitio.

Había una impaciencia en ella y una paranoia en él que los había seguido a ambos desde su aventura por la mañana, cuando salían de la sede en Stohess para dirigirse a la supuesta casa de seguridad. Félix realmente no sabía si sentirse aliviado por no haber llegado a ella, o completamente desalentado al saber que Erwin, de todas las personas, había enviado a alguien para espiarlo.

¿Era así como terminaban las cosas entre ellos? ¿Era así como su Comandante le pagaba todo lo que Félix había hecho por él?

Trataba con fuerzas de no sentirse traicionado, pero era una amarga verdad que aún le costaba tragar; el aceptar que ya no era parte de la Legión y que muy probablemente, su ocupación actual, su división, su escuadrón, podrían llevarlo a enfrentarse a aquellos que él aún consideraba familia. ¿Qué ocurría si un día, el que fuera, Rod Reiss determinaba que las funciones de la Legión de Reconocimiento ya no serían necesitadas? ¿Qué ocurría si llegaba el día en el que su lealtad era puesta a prueba?

Félix sabía en dónde estaría, en qué parte del tablero jugaría.

Era una amarga verdad, sí, pero también era una decisión relativamente fácil.

¿Por qué lo hiciste, Erwin? Se mordió el labio, mirando brevemente por encima del tejado hacia la calle debajo. Caven continuaba allí, pero el caballo había sido confiscado por el segundo sujeto; el primero seguía hablando con ella.

—No hay nada sobre Kenny, aún. ¿Cómo procedemos, entonces?

Félix se mordió el labio con más fuerza, mirando hacia atrás de nuevo; el distrito estaba en absoluto silencio, y por las calles lo único que parecían pasar eran sombras, viento y basura que la brisa nocturna arrastraba con ella. Pero nada más, ni pasos ni risas ni traqueteos, nada.

Desierta.

Desierta. La calle estaba desierta.

—Son de la Policía Militar.

Ymir hizo un sonido parecido a un ¿ah? Pero entonces el sonido de un arma siendo disparada reverberó por lo que le pareció lo entero del distrito, cubriendo cada rincón de cada callejón. Félix desplegó sus cables y los ancló en el tejado contrario, de inmediato deslizándose con ellos hacia el frente y después abajo, a donde se hallaba la segunda al mando.

La cabellera rubia de la mujer estaba manchada de rojo, y un fino hilo de sangre le corría por la sien izquierda. Félix vio a Ymir caer desde el lado contrario, aunque sus movimientos de inmediato retrocedieron y la chica se alzó en los cielos antes de perderse tras el tejado por el que habían estado montando vigía.

—Caven —se arrodilló a un lado de la mujer y le colocó una mano en el hombro, tomando gentilmente su mentón para inspeccionar la herida con la otra. Era un roce, uno inofensivo—. ¿Por dónde se fue?

—La izquierda. Síguelo, captúralo y si puedes, no lo mates —las esquirlas de hielo que tenía por ojos se clavaron sobre él con una fijeza aterradora—. No aún.

Félix se tragó la bilis en la garganta y asintió. Si Ymir no lo seguía, entonces estaba siguiendo a quien sea que estuviera aguardando en tejados más alejados.

Su empujó con el gas hacia arriba y se enganchó del muro de una casa menor, yendo hacia el frente y tratando de usar el menor gas posible. Agudizó tanto como pudo sus sentidos tratando de escuchar la dirección por la que el hombre iba; a pie, porque sus pasos retumbaban con suavidad contra sus oídos.

Por la derecha. Trazó un arco al dar la vuelta en aquella dirección, sus tanques traqueteando entre sí con el brusco movimiento. Derecha, no... De frente. Los pasos se hacían más sonoros, y por detrás, le llegaba el suave sonido de gruñidos. Quizás fuera Ymir, quizás fuera Caven. No importaba.

Otro disparo hizo eco en la calle y él apenas tuvo tiempo de echarse hacia un costado cuando la bala le rozó la mejilla, llevándose consigo unas gotitas de sangre que le escurrieron por la piel. Gruñendo, el azabache se echó hacia el frente con más agresividad y soltó más gas; la velocidad en esos momentos lo era todo, y solo podría lograr aventajar al hombre si gastaba su gas.

Sus ganchos se soltaron y después volvieron a encajarse en un muro contrario. Las calles se volvían más oscuras y la poca luz de la luna solo conseguía crear distracciones; sombras de personas que no estaban ahí.

Los pasos se escuchaban más claros, la agitada respiración del hombre que huía lo delataba desde un par de metros atrás.

Félix soltó uno de sus ganchos y encajó uno en la pared de una casa de tres pisos, soltó más gas y aventajó al sujeto. Volvió a soltar ese mismo gancho y se sujetó con el otro, dejando el segundo colgando en el vacío. El azabache se dejó caer entonces y lo único que lo salvó de golpearse duramente contra el suelo fue ese bendito gancho soportando todo su peso en esos momentos.

El sujeto que aún corría dejó escapar una maldición cuando Félix utilizó su gancho desocupado y lo anudó en torno a su rifle. El arma se balanceó furiosamente en el aire y él se apresuró en tomarla. Félix cayó con gracia al suelo, rodando por el suelo una vez lo hizo. Apenas se enderezó estabilizó el rifle en sus manos y lo alzó, disparando tres veces por precaución pura hacia el cielo.

El hombre, que claramente portaba una chaqueta de la Policía Militar, chilló y cayó de espaldas, sobre su trasero. Félix se enderezó lentamente, siempre manteniendo la boca del cañón apuntando al otro.

Ahí terminaba la cautela de la misión, aunque era más que obvio que los primeros dos disparos ya habían conseguido despertar a más de un residente. Echó un vistazo rápido a las casas contiguas, notando una cortina balancearse y la sutileza con la que la persona detrás de ella se movía.

El azabache chasqueó la lengua y regresó la vista hacia su presa; no había nada remarcable acerca del tipo excepto la chaqueta y la insignia.

—Po-por favor... N-nosotros solo estábamos-

—Ahórratelo, ya sabemos qué hacían.

—¡N-no! ¡Ustedes-! ¡Tu jamás entenderías!

Cualquier cosa que hubiera estado a punto de decir se vio abruptamente cortada cuando algo parecido al reconocimiento apareció en sus ojos. Félix resopló, y el agarre que tenía en el rifle se endureció solo un poco. Los nudillos se le pusieron blancos.

—¡T-tu! ¡Tu no entenderías! ¡Tu jamás- ustedes- la paz del rey-!

—Cierra la boca —siseó Félix entre dientes, mirando rápidamente a su alrededor. La idea de que estaban solos en esa calle, aparte de los habitantes de ella, no terminaba de convencerlo del todo—. Habla más fuerte y quizás te meta mi bota a la boca, para que aprendas a guardar silencio.

—N-no, espera. ¡Espera un momento, tu-! Es-espera, tu… —por un momento pareció quedarse sin palabras, pero Félix vio la manera en la que se le iluminaba la mirada, y entonces un pequeño escalofrío le recorrió la espalda—. Tu eres el chico, ¿cierto? El bastardo… ¿Q-qué hace la puta de Erwin Smith en la Policía Militar, uh? ¡T-te-! ¡¿Te envió a espiarnos, uh?!

Lo que sea que el hombre farfulló después se perdió en la cacofonía en la que se convirtieron sus oídos. Félix se tensó de pies a cabeza y todo color se le drenó del rostro. ¿Que él qué? ¿Que él era qué? Se le enfrió la sangre cuando esas palabras se repitieron en su mente una y otra vez, como un tocadiscos roto.

Puta, dijo puta.

Su agarre en el arma se aflojó un poco.

La puta de Erwin Smith.

¿Tu sabes que hay todo tipo de rumores en el resto de divisiones acerca de ustedes dos, cierto?

Cuando volvió a enfocar su mirada, el hombre lo miraba con una burlona, demasiado dulce demasiado terrorífica sonrisa que dejaba entrever los amarillentos dientes. La risa más cruel que había escuchado hasta ese momento se le deslizó como un siseo de serpiente por la boca.

—Oh... No lo sabías, ¿uh? ¡Ja! ¡No lo sabías!

Casi que había júbilo en esa voz, tan cantarina que le helaba los huesos. No estaba seguro de qué sentir en esos momentos, cómo reaccionar. Porque toda su vida, toda su vida, desde pequeño, había escuchado esas mismas palabras ser murmuradas por otras personas.

Dirigidas a su madre.

¿Era así como se sentía que te llamaran de tal manera, que te denigraran con una palabra tan aparentemente inofensiva como aquella? Le temblaban un poco las manos, pero también lo hacía el resto del cuerpo.

Sus ojos se movieron hacia abajo, notando que la boca del hombre continuaba moviéndose pero que no había sonido que lo acompañara, no para él por lo menos. Su pecho se movía cada vez que se reía y había empezado a ponerse en pie. La sonrisa burlona seguía ahí; juguetona y astuta, creando en él una sensación absurda porque ¿cómo es que algo tan tonto le había afectado tanto?

Pero él recordaba; los susurros, los rumores, las lágrimas en el rostro de su madre y todo lo que se dijo de ella cuando el secreto a voces alcanzó más volumen, cuando incluso quienes ella consideraba sus amigas comenzaban murmurar la misma palabra cargada con la misma sensación.

Burla.

Cuando traía consigo el mismo sentimiento.

Vergüenza.

—... ¿Dónde está tu dueño, eh, puta?

Ni siquiera registró el momento en el que asió el rifle con ambas manos y lo alzó, pero si vio el arco en el que descendió, la trayectoria que tomaba y el ruido sordo de la culata impactando contra el cráneo del sujeto. Una súbita rabia que le subió por todo el cuerpo lo llevó a alzar el rifle de nuevo, lo llevó a bajarlo también.

Las risas del hombre se tornaron en súplicas, y las ligeras manchas de polvo en su uniforme se convirtieron en motas rojizas que palidecían con la luz de la luna.

Había palabras que se derramaban de su boca como un cántico; no me llames así, no me llames así, no me llames así.

El rifle se le deslizó de las manos cuando alguien lo empujó por el pecho. Había alguien tocándolo y aquello solo traía de vuelta esos sentimientos, esas imágenes. De su madre y su llanto y sus sonrisas quebradizas y lo mucho que Félix quería protegerla de toda crueldad en ese mundo.

—¡Félix! ¡Despierta!

La bruma frente a sus ojos desapareció y le dio paso al rostro de Kenny, a los ojos color de la pólvora que lo miraban con preocupación. Había más personas por detrás de su capitán, y el suave sonido de alguien quejándose le llegó a los oídos como una canción de cuna.

Por encima del hombro de su capitán vio a Caven y a Ymir tirar de las riendas del caballo, encabritado por el olor de la sangre. Sus ojos se movieron hacia abajo, pasando a un sujeto arrodillado en el suelo junto a un cuerpo y... Oh.

Kenny se colocó de frente a él repentinamente, obstruyendo su visión de aquella... escena.

Bilis le subió por la garganta y se separó de golpe del hombre, trastabillando hacia atrás y cayendo en sus rodillas. De repente podía verlo todo, podía escucharlo. El velo se había ido y dejaba detrás eso; los sonidos, los quejidos, los silenciosos llantos y la súplica que conseguía salir muy apenas de entre los rotos dientes del sujeto, de entre el dolor que debía de sentir al haber sido atacado así.

Su pecho se contraía cada vez que trataba de respirar. Había alguien a su lado, acariciándole la espalda y murmurando palabras en su oído.

Pudo haber pasado una eternidad antes de que todo volviera a la normalidad, y para cuando lo hizo, el cuerpo ya había sido removido de la calle. Los únicos que quedaban en ella era Caven, Kenny, Ymir y él.

—¿Mejor?

Félix miró hacia arriba, encontrándose con Kenny y con Ymir, mirándole por encima del hombro de su capitán. La chica tenía el ceño fruncido y una gota de sangre en la mejilla. No se estaba evaporando.

—Eso creo —respondió dudoso, apenas audible—. ¿Qué ocurrió?

Kenny resopló mientras se ponía de pie, sujetándolo del hombro al hacerlo para ayudarlo a hacer lo mismo.

—Hablaremos de eso más tarde —dijo, no dándole tiempo para objetar. El Ackerman se volvió hacia Caven y le hizo una seña de que le tendiera las riendas del caballo—. Vuelve con él al punto de reunión, al segundo. La chica y yo iremos a reunirnos con el resto.

—Pero-

—Nada de peros —dijo de nuevo, girándose hacia él. Esta vez estaba seguro de que la preocupación en sus ojos no era fingida—. Andando. Tu, vienes conmigo.

Ymir le miró de reojo, tildando levemente su cabeza hacia un costado. Félix, aun desorientado, asintió con lentitud y trató de ofrecerle una sonrisa. No estaba seguro de si ella lo apreciaría o no, pero al mismo tiempo podría intentarlo.

Ella asintió de vuelta y se volvió para seguir a Kenny.

Caven, en cambio, se acercó a él mientras tiraba de las riendas al caballo y lo colocaba junto a un charco de sangre y oh Dios, ¿qué es eso? ¿De dónde-? ¿Fui yo? ¿Yo lo provoqué? ¿Fue mi culpa? ¿Por qué hay tanta? Oh dios oh dios oh dios-

—Hey —la voz de ella lo trajo de vuelta tan de golpe que por un momento creyó que le ocasionaría un mareo. Caven estaba ya montada en el caballo, con el animal coceando de vez en cuando—. Anda, sube.

Félix, tembloroso, asustado, definitivamente perturbado, lo hizo.

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Sentir el aire fresco en el rostro fue casi como respirar por primera vez.

Las calles de Klorva desaparecieron detrás suyo cuando Caven atravesó la puerta hacia el exterior, la insignia del Muro Sina quedándose a sus espaldas conforme se alejaban. Félix volvió la mirada un solo segundo, demasiado corto como para haberse registrado propiamente en su cabeza; el olor a césped y tierra húmeda solo cimentó el hecho de que estaban dejando la ciudad atrás.

—Ojos al frente —dijo Caven, dándole un leve golpe en la pierna. Félix asintió.

—Lo lamento.

Su voz era apenas un susurro. Uno demasiado bajo, demasiado callado.

Aún sentía algo atorado en la garganta; quizás fuera un grito o una maldición. Podría ser vómito, también.

Caven suspiró, tirando suavemente de las riendas del caballo para que este se moviera hacia la derecha, entre la pequeña arboleda a orillas de las viviendas tras el muro del distrito. Por encima suyo, la luz de la luna resplandecía casi con timidez, arrancando destellos del riachuelo que zigzagueaba cerca de la pequeña aldea.

—¿Te sientes mejor?

El azabache parpadeó con lentitud.

—No estoy seguro.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—No lo creo.

—Okay —le dijo, aminorando la marcha y volteando la cabeza hacia él—. Pero necesito que te quedes conmigo, Félix. Aquí, en este momento. ¿Recuerdas en dónde estamos?

Félix miró tentativamente a su alrededor, con la vista ligeramente nublada.

Había árboles y una luna, estrellas que titilaban con suavidad. Había aire fresco y sonidos de animales, ululeos de lechuzas, graznidos que se escuchaban en la lejanía. El viento mecía las hojas de los árboles y el correr del agua era casi un arrullo.

No era Trost ni tampoco Stohess.

Klorva, repitió una voz en su cabeza, estamos en Klorva, a las afueras. Estábamos en una misión asignada por la asamblea; debíamos capturar a quienes se creía que venderían secretos de la corona a un grupo rebelde con base en la ciudad subterránea.

—Klorva —dijo, con la voz rasposa—. A las afueras de Klorva.

Caven asintió y con eso reanudó el camino hacia la casa de seguridad de la que Kenny les había dicho. No era un casa formalmente hecha, como pudo darse cuenta una vez que llegaron a dicho lugar. Era una cabaña metida en el centro de la arboleda, lo suficiente lejos como para que alguien curioso la considerara solo una casa más del montón; no tenía nada de especial, y era tan común como cualquier otra, con un pórtico de madera y ventanas con las cortinas corridas. Los peldaños de piedra que llevaban hacia la entrada principal tenían un par de hierbajos en ellos, pero en lo general se veía bien.

Caven y él desmotaron fuera de la casa y la rubia ató las riendas del caballo en un poste cercano. Detrás de la casa se escuchaban más animales, el resto de caballos en los que habían venido.

La puerta se abrió mientras ella ataba el nudo y un hombre de cabello rojizo asomó la cabeza, con el ceño levemente fruncido una vez los vio fuera.

—Caven, ¿ya están de vuelta?

—Tuvimos un problema, pero el resto no debería estar muy lejos.

El sujeto asintió, mirándole de reojo por un segundo antes de volverse al interior de la casa y cerrar la puerta tras él. Félix se encogió de hombros y observó a Caven en silencio mientras se dejaba caer en los peldaños de piedra. El único sonido que llenaba el silencio de esa noche eran grillos y el viento y la naturaleza en sí.

—¿Caven?

—¿Qué?

Félix tragó saliva.

—Lo arruiné, ¿cierto?

—Sí, lo hiciste.

Vergüenza lo atravesó de hito a hito.

Se encogió un poco apenas ella respondió y ocultó su rostro entre sus brazos, dejando escapar un gruñido lleno de frustración. Había un desorden de escenas en su cabeza que parecían no querer dejarlo tranquilo. Había sonidos también.

La discordancia de voces se volvía más y más incómoda, y la velocidad con la que esas imágenes pasaban frente a sus ojos le mareaban; Félix se sentía inútil ante el torrente de recuerdos y el torbellino de ruidos con que era asaltado, desde huecos sonidos que resonaban con cada golpe que recibía, hasta las súplicas proferidas por alguien que parecía estar al borde de un colapso.

Y las imágenes, la sangre. Las manos que se le ponían en frente a un rostro tratando de protegerlo, los brazos que se sacudían para quitárselo de encima.

Y había tanta sangre...

Se enderezó lentamente y con aún más lentitud, alzó las manos hasta que quedaron frente a su rostro; estaban rojas, cubiertas por el color como si hubiera tratado de pintar un cuadro con ellas.

Fue como volver a ver las bengalas, que subían y subían y jamás dejaban de hacerlo.

Comenzaba a descender con rapidez en el pozo de autodesprecio en el que había caído ya desde hacía un buen rato, pero el agujero seguía haciéndose más profundo y el fondo estaba lejos, oscuro, despoblado. Era un buen sitio para que alguien como él lo ocupara.

(Había pecados. Había arrepentimientos. Había cosas que Félix no había cometido en esa vida pero que lo seguirían por la eternidad.

Aquella era la desventaja de vivir tantas vidas.

Tus demonios te seguían en cada una de ellas.)

—Hey.

Fue el brusco agarre en sus muñecas lo que lo trajo de vuelta. Félix se echó hacia atrás repentinamente y, con los ojos completamente abiertos, miró a Caven como si fuera la primera vez que la veía.

La rubia tenía el ceño fruncido, un gesto que apenas y parecía tirar de sus facciones para revelar algo de emoción.

Con cuidado, la mujer retrajo una de sus manos y la llevó hacia su rostro. Félix se congeló, aguardando, quieto, y solo cuando sintió lo que era sin duda alguna el suave toque de una tela contra su piel consiguió relajarse.

Sus hombros perdieron altura poco a poco mientras más se daba cuenta de que Caven no iba a dañarlo. El azabache miró por el rabillo del ojo lo que hacía, encontrándose con que le limpiaba la sangre en el roce de bala que recibió antes de perder la razón.

Suspiró, aliviado, y le regaló una temblorosa sonrisa a la mujer.

—Lo siento.

—Mhm, no es nada. No eres el primero ni serás el último en tener un ataque de pánico.

Félix asintió con lentitud, mirando a su alrededor porque mirar a Caven se sentía muy íntimo, muy personal. Caven no parecía el tipo de mujer que hiciera ninguno de los dos; no parecía del tipo de mujer que tuviera sentimientos, o del tipo de mujer que quisiera tenerlos.

Sentir era muy complicado, expresarse era peor.

—¿Puedo preguntar algo?

—Adelante.

—Eres muy callada, ¿cómo... Cómo lo haces? —la rubia alzó una de sus cejas—. Me refiero... ¿Cómo puedes ser... así?

Tranquila, no dijo, calmada. Como si no te afectara nada.

Caven detuvo el movimiento de su mano y la bajó con lentitud, escudriñándole el rostro atentamente. Félix se sentía como un experimento de Hange probablemente lo hacía cuando les llegaba su hora.

—No hay manera de serlo, no enteramente por lo menos —respondió, dejando el pedazo de tela a un lado sobre los peldaños de piedra. Una de sus manos le tomó con gentileza el rostro y lo ladeó hacia un costado, exponiendo el roce de la bala—. Cuando fui reclutada para el escuadrón de Kenny era demasiado tarde.

—¿Tarde? ¿Para qué?

Con suavidad, uno de sus dedos comenzó a aplicar una crema encima de la herida. Félix se quejó un poco, en voz baja, y solo bastó una fría mirada por parte de ella para silenciarlo.

—No había mucho que me interesara en esta vida, sigue sin haberlo. Tengo un par de metas, y la mayoría de ellas involucra seguir a mi capitán incluso si eso me lleva a la muerte.

Él recordó lo que Kenny le había preguntado días atrás; ¿a quién le eres leal?

Jamás se imaginó que Caven fuera una mujer con lealtad, al menos, no a primera vista. Ella siempre lucía desinteresada, fría, apartada del resto de una manera que la separaba del resto del escuadrón. A veces, cuando la veía del lado de Kenny, era como si ellos dos existieran en un mundo aparte de todos ellos, como si hubiera un grado de entendimiento del que carecía el resto.

—¿Y eso no te asusta?

—¿Morir? —él asintió—. No, no en realidad. ¿Por qué debería? Todos moriremos eventualmente, y también lo hará el resto del mundo, no veo ningún motivo para preocuparme por ello.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo... Cómo puedes estar tan segura de ello?

Su mano se detuvo, y solo entonces ella se atrevió a hacer contacto visual con él. Félix trató de no tensarse, de mantener esa postura de tranquilidad con la que había logrado mantener una dócil conversación.

Caven era extraña de muchas maneras, porque si bien no era la más expresiva de las mujeres que había conocido, tampoco era la más desalmada. Noches atrás, al dejar Mitras, había lucido genuinamente interesada en su relación con Nicolás, en cómo era posible que Félix lo amara si ni siquiera estaban juntos.

Ella era difícil de leer, pero para Caven, el resto eran simplemente muy fácil, muy traslúcido.

—Porque nadie es eterno, Félix —le respondió mientras se enderezaba—. Ni las personas ni el mundo, y una vez te das cuenta de eso, el resto simplemente... deja de importar.

Él parpadeó, tan lento y con ganas de preguntar más, y fue entonces que ambos escucharon el suave relinchar de los caballos, el crujir de las hojas. De entre los árboles surgieron el resto de sus compañeros, con Kenny al frente de todos ellos. Ymir iba a su lado, con el rostro ligeramente pinchado y la postura rígida.

La luz de la luna creaba sombras encima de todos ellos, y los hacía ver terroríficos. Kenny desmontó de su caballo y se acercó a ellos con firmeza. Caven se enderezó de inmediato.

—Capitán.

El Ackerman apenas y la miró, de inmediato centrando toda su atención en Félix. La puerta de la cabaña se abrió tras él y los pocos en el interior salieron al encuentro de su capitán. El hombre de cabello rojizo asintió en su dirección.

—Todo listo, capitán.

—Bien. Toma tu caballo, tu y el resto irán tras lo que queda de los rebeldes. Duran.

Félix lo vio de reojo, dando un paso al frente y atrayendo la atención del resto. Muy brevemente, su mirada se desvió hacia él, pero sus ojos no mostraban ni una pizca de simpatía, nada que indicara si quiera el indicio de algo.

—Nos dividiremos en dos grupos. El primer grupo irá hacia Ehrmich, el resto volverá a Mitras. Los que vayan a Ehrmich, tendrán que contactar con el hombre que aguardaba a los rebeldes y eliminarlo. Los que vayan hacia Mitras irán hacia el cuartel general de la Policía Militar y se desharán de Samuel Edge, el informante. Partiremos ahora mismo, todo debe quedar resuelto para el amanecer.

—¡Hai!

Félix escuchó el ruido del césped crujir mientras el resto del escuadrón se movía. Solo un par de ellos permanecieron quietos en sus lugares, y era Kenny quien más lo intimidaba de entre los presentes.

Él se encogió un poco ante la intensidad en su mirada, tratando de mantener la barbilla alzada y la mirada lejos de sus manos, del color rojo en ellas.

—Lo lamento —murmuró.

—¿Por qué?

—Por... ¿Por haberlo arruinado?

Kenny chasqueó la lengua.

—¿Es una pregunta?

Félix miró de soslayo hacia arriba, hacia el acero frío en los ojos del hombre.

—Lamento haber comprometido la misión, no era mi intención.

—¿No lo era? ¿Entonces cuál era tu intención, chico?

Con cada palabra, su voz se volvía más cercana. Félix se atrevió a mirar nuevamente arriba, hacia donde sabía que no encontraría más que la frialdad en los ojos de su capitán. Caven seguía allí también, aguardando un par de pasos tras el hombre con el rostro impasible.

También estaba Ymir, sujetando las riendas de su caballo con un agarre que le ponía los nudillos blancos. Estaba mirando lejos de él, con los labios apretados y el rostro contraído.

—N-no lo sé, yo solo... No quería... L-lo siento.

Kenny guardó silencio, poniéndose de cuclillas frente a él de una manera en la que le recordaba extrañamente de un padre regañando a su hijo. Félix alejó a prisa ese pensamiento nada más lo tuvo, tomando un profundo respiro que supondría le daría más valor.

—¿Qué fue lo que te dijo ese sujeto para que te perdieras así, eh? —Félix se estremeció, solo un poco y casi inadvertido, pero el destello que produjo la sonrisa del hombre frente a él le dijo lo contrario—. ¿Oh? ¿Acaso dijo algo que tocó un nervio?

Puta, quiso decir, me llamó puta. Me llamó "la puta de Erwin Smith".

Con solo pensarlo se le retorcía el estómago y sus tripas se volvían nudos. Una extraña sensación parecía subirle con lentitud por los brazos, como si las hormigas estuvieran de vuelta causando estragos debajo de su piel.

La socarrona risotada de su capitán le crispó los nervios, tanto que tuvo que pelear contra sí mismo para mantenerse quieto. Nada bueno saldría de un enfrentamiento contra él, y eso lo sabía muy bien. Caven estaba ahí, y ella prácticamente había admitido que le era leal a Kenny antes que a cualquier otra persona. Ymir también seguía con ellos, pero después de lo ocurrido esa tarde, dudaba mucho que ella fuera de mucha ayuda.

Titán cambiante o no, se había unido al escuadrón bajo la idea de volver a ver la Historia. Kenny podía darle eso, y Félix no.

Solo en ese momento se dio cuenta de cuan inestable era su posición, cuan fácil sería deshacerse de él.

Aliados. No sirven para nada.

Félix agachó la mirada y se encogió de hombros, pero lejos de eso no dio indicaciones de volver a hablar. La sonrisa en el rostro de Kenny se ensanchó solo un poco más.

—Maa, chico —dijo, inclinándose hacia él. Le hablaba tan bajo y de repente los ruidos a su alrededor eran tan ruidosos, que sería difícil para las dos mujeres presentes poder escucharle—. Deja de ser tan débil. Eres tan patético que a veces me da asco mirarte.

Kenny se irguió después de eso y se volvió hacia Ymir.

—Tu, quédate con él y vayan a Trost —ambos alzaron la mirada ante el cambio de locación—. Recorran las calles lo más discretamente que puedan y traten de hacer un mapa mental. Si pueden, hagan uno a mano. Andando, no pierdan el tiempo.

—¿Mapa? ¿Un mapa para qué? —se atrevió a preguntar Ymir.

—Por si lo necesitamos. Vayan, rápido.

—Hai.

Kenny le miró una última vez antes de partir. Félix ni siquiera se atrevió a hacerlo.

Cuando el sonido de los cascos de los caballos se hubo desvanecido, Ymir suspiró con pesadez y dejó caer las riendas que había estado sosteniendo hasta ese momento. De repente toda la postura de la chica se venía sobre sí misma y Félix la vio arrastrar los pies hasta donde él se hallaba, dejándose caer a un costado suyo cuando alcanzó los peldaños de piedra.

—¿Qué pasa?

—Ese tipo, Kenny... No me da buena espina.

—Bien, no debería dártela.

Ymir lo miró con la ceja alzada, curiosa.

—Solía ser un asesino.

La chica parpadeó lentamente y varias veces, y solo un par de segundos después es que una pequeña, no del todo ahí sonrisa comenzó a aparecer sobre sus labios. Era una mueca cansada, que no guardaba ninguna esperanza.

Félix simpatizaba con ella, en verdad que lo hacía.

—Hah, eso explica varias cosas.

El azabache la miró de arriba abajo, notando la sangre en los pantalones negros y las motitas rojizas en la camisa blanca. No había mucho más a resaltar sobre ella que solo eso, pero en su expresión se contaba otra historia. Una que él no estaba seguro de querer saber.

Si Kenny había partido con el sujeto de la Policía Militar podía imaginarse a qué se debía dicha historia.

Permanecieron en silencio lo que le pareció una eternidad, con la luna trazando un lento camino por encima de sus cabezas.

Félix sabía que si quería volver a Trost antes de que amaneciera lo mejor sería ponerse en marcha. Zoro estaba bien descansado, y había comido y bebido suficiente agua. Les tomaría nada llegar al distrito con los caballos en esas condiciones.

Suspirando, se puso en pie y se sacudió la tierra de encima de los pantalones. Él también tenía un par de gotitas de sangre en el uniforme, pero la mayoría se quedaba en sus botas y en sus manos, con las que había sostenido el rifle con el que golpeó al hombre.

—Bien, será mejor que nos pongamos-

—¿Por qué reaccionaste así?

Le interrumpió ella, completamente congelándolo en su sitio.

Félix se encogió un poco de hombros, mirando el camino por el que el resto del escuadrón había partido.

El follaje se partía ahí en donde los caballos debían hacer espacio para pasar, y el estado del césped y el suelo le decían que debía ser una cabaña utilizada con frecuencia. No había nada anormal con ella, no por fuera al menos.

Adentro podría ser una historia distinta, sin embargo.

—¿Qué quieres decir?

Él no la vio, pero Ymir se encogió de hombros.

Su mirada lo estudiaba en silencio, el oscuro color en sus ojos no dando paso a nada más que no fuera intriga.

—Le desfiguraste el rostro.

—... ¿Murió?

—Sí —dijo, y el mundo se tildó un poco—. Pero no por ti. Iba a morir de cualquier manera, tu solo lo hiciste un poco más doloroso de lo que debió haber sido.

Félix apretó sus manos en puños, y de repente todo lo ocurrido se le venía encima; se sentía agotado, y el peso en sus hombros se volvía más insoportable con el pasar de la noche.

—Así que... ¿Qué ocurrió?

Se debatió entre qué decir y por qué. ¿Valdría la pena decirle lo que ocurrió? ¿Serviría de algo ser sincero con ella? Ymir no era nadie, no todavía. No había nada que le garantizara que estaría de su lado una vez consiguiera lo que quería. Kenny era una cuestión distinta; era un hombre demasiado sádico y muy ambicioso, era un Ackerman y había conocido a su padre, y le gustase o no, tendía a tener razón la mayor parte del tiempo.

Una parte de él aún se negaba, la otra ya se había rendido hace rato; lo quisiese o no, necesitaba de Kenny si quería lograr algo, lo que fuese, para llevar a cabo el sueño de Frieda.

Pero Ymir era una titán cambiante. Y le importaba Historia, y si lo que intuía de sus memorias era algo por lo que guiarse, entonces pronto la chica se convertiría en reina, y solo así, él estaba seguro de que finalmente daría un paso hacia el camino correcto.

—Cuando era niño, nunca me di cuenta de cuánto sufría mi madre —empezó diciendo solo interrumpiéndose a sí mismo para silbar por lo bajo, sabiendo que eso sería suficiente para llamar a Zoro—. Yo lo hacía con los chicos de mi edad, pero nunca consideré que ella pasara por lo mismo. Una vez fuimos a quedarnos en Mitras para acompañar a la señorita Jovan mientras su esposo asistía a una importante reunión con el rey, y mi mamá y yo fuimos al mercado.

Zoro apareció de detrás de la cabaña, meciendo suavemente su crin. Llevaba las riendas sujetas en el hocico, y nada más estar cerca de él las dejó caer y coceó al suelo como si este lo hubiera ofendido personalmente.

Félix se permitió una pequeña sonrisa, y se acercó a acariciar al animal.

—Al principio no lo noté, pero poco a poco me fui dando cuenta de que mientras más vueltas dábamos, más miradas atraíamos. No era nada especial, pero después empezaron las miradas, los susurros.

—¿Y?

—Hubo un sujeto de la Policía Militar que se acercó por detrás y la tocó —era uno de los más vividos recuerdos de su infancia, el que más furia le causaba—. Mi madre ni siquiera tuvo tiempo a reaccionar cuando el hombre la tomó de la cintura y le preguntó cuánto le costaría la hora.

Ymir se quedó callada.

—Nadie se acercó a ayudar. Pero podía escuchar a la gente reírse, a las mujeres hablar entre sí sobre como mi madre probablemente lo haría, cómo no le molestaría hacerlo por un respetado hombre de la Policía Militar si lo había hecho para un importante noble.

Era un mal recuerdo, pero por algún motivo Félix aún podía recordar cada detalle de el; el olor de fresca brisa de primavera, la manera en la que el viento acarreaba los susurros y los volvía gritos. Las calles olían a basura y los aromas del mercado eran abrumadores, y las miradas aún le escocían sobre el cuerpo como si hubieran sido quemaduras.

—El hombre la llamó puta. "¿A cuánto me cobrarás la hora, puta?", eso fue lo que dijo.

El rostro de su madre no se había partido en llanto como él esperaba.

Talisa había pasado junto al sujeto con la cabeza en alto, tirando de su brazo para apurarlo a caminar. Pero las carcajadas del hombre les siguieron como si fueran una mancha de vergüenza que por siempre se quedaría con ellos. Solo cuando volvieron a la residencia en donde se quedarían por los días restantes es que su madre perdió la compostura.

Apenas habían cruzado el umbral de la cocina, en donde la señorita Diane y Marina se encontraban tomando una taza de té cuando su madre le soltó la mano y se derrumbó a llorar del miedo.

Félix se había quedado de pie en la entrada, observando en silencio la manera en la que la señorita Diane se había apresurado a tomarla entre sus brazos, a Marina consolándola con palmadas en la espalda y palabras que en su momento le habían sonado huecas y tontas.

—Mi madre no volvió a salir de la casa durante el resto de la visita, pero cuando yo acompañé a Marina a hacer las compras, las personas me señalaban y susurraban. El sujeto que la había tocado estaba ahí también, y se acercó a mi preguntando por lo alto "¿cómo está el hijo de la puta del noble?" —y él recordaba la mirada llena de burla, la lasciva expresión en su rostro. Recordaba también la rabia en Marina, la suya propia.

—¿Y qué ocurrió?

Félix tragó saliva, dejando que su mano se deslizara por la crin de Zoro.

—Cuando el señor Jovan se enteró, mandó a azotar al hombre en público, a hacerlo recorrer las calles como ejemplo de lo que ocurriría si hablabas de más —los cabellos de la crin de Zoro eran como seda entre sus manos—. Y después de eso, las cosas, los susurros, las miradas, todo se volvió más... Agudo.

Una lechuza ululó entre las copas de los árboles que los rodeaban, tan quedo que apenas alcanzó a escucharla. Félix ladeó suavemente el rostro y se volvió hacia Ymir.

Ella lo miraba con atención, con los ojos ligeramente entrecerrados y la boca crispada.

—Y el tipo de hace rato, ¿qué fue lo que te dijo?

Él trató de sonreír.

—Preguntó qué era lo que hacía la puta de Erwin Smith en la Policía Militar, y si había sido enviado a espiarlos.

Ymir se rio, y sus carcajadas resonaron en el pequeño claro como si fueran más ululeos de parte de aquella perdida lechuza.

—Hah, que triste tu situación, Fé —exclamó ella con sarcasmo, poniéndose de pie y acercándose a su caballo. La sonrisa en sus labios también le crispaba un poco sus nervios—. Erwin Smith ya ni siquiera confía en ti, y aún así...

Pero eran sus palabras, igual de hirientes que la desconfianza de Erwin, lo que terminaba por molestarle más.

━━━

Erwin escuchó las voces, el sonido de pasos en lo que debería ser una calle desierta a aquellas horas de la noche.

Con cuidado, se levantó de su cama y salió de debajo de las mantas, dejando que estas se deslizaran por su torso y después su regazo, hasta caer en un bulto extraño en el suelo.

Con los pies descalzos, se movió hasta la ventana y corrió la cortina un poco hacia un costado. Un poco de luz se filtró hacia el interior, iluminando el inmaculado estado de su habitación y lo desordenado de la cama.

La miró de reojo, por encima del hombro. A esas horas de la noche debía de haber estado durmiendo, pero se había vuelto más difícil con la incertidumbre no saber a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo, lo que podría ocurrir si se atrevía a tomarse un solo minuto para respirar.

No era justo, él sabía. Ser así de paranoico nunca le había dado nada bueno, y la injusticia de esos días comenzaba a hacerse evidente en las ojeras y el descuido de su barba.

Casi inconscientemente se llevó la mano hacia ella y la acarició con la yema de los dedos, recordando otros dígitos que habían pasado por encima de los incipientes cabellos solo un par de días atrás.

Y entonces su mano se congeló, porque entre la abertura de la cortina vio la cabellera oscura con la que había estado soñando, y el destello color esmeralda que desató la pálida luz de la luna le robó el aliento casi por completo.

Era Félix, tirando suavemente de las riendas de su purasangre mientras una segunda figura caminaba a su lado, sosteniendo por igual las riendas de un animal.

Iban hablando en voz tan baja que apenas si se escuchaban, pero a esas horas de la noche todo estaba en silencio, y si bien la oscuridad tendía a ser una buena amiga, no siempre era la mejor de todas.

—...Entonces vámonos ya.

Félix, que parecía haberse percatado de en dónde estaba, se detuvo en seco y miró a todos lados a prisa. Erwin frunció levemente las cejas, y miró hacia la mesa de noche donde descansaba el libro que le había obsequiado.

Había un deje de pánico en su rostro que le parecía extraño en él

—Ah, mierda, ¿dónde-? Ah, sí. Lo siento.

La mujer con él negó suavemente. Erwin entrecerró aún más sus ojos, tratando de discernir el rostro que se ocultaba bajo la capucha marrón, pero solo lograba ver mechones oscuros y algo que parecía ser una sudadera gris.

—Entonces vámonos ya —dijo ella, arrastrando las palabras y codeando al otro en las costillas—. Todo está listo, tenemos lo que necesitábamos y-

—Lo sé —respondió Félix, y hubo algo en su voz que no le gustó para nada—. Ya lo sé.

Erwin los observó alejarse, con la orilla de la cortina sostenida firmemente entre sus dedos. Cuando estuvieron a punto de desaparecer de su vista, Félix se detuvo, y se volvió.

Por un momento, creyó que había sido visto. Pero la mirada de Félix paseó por encima de la calle, y solo entonces Erwin notó que el fuego en sus ojos parecía más... Apagado.

Cuando dichos ojos se detuvieron sobre su ventana, Erwin se puso casi de piedra.

Ese... Ese definitivamente no era Félix.

No el que él conocía.

No es el que dejé encima del Muro Rose, no es el chico que me acompañaba a leer informes y me regalaba galletas.

(No lo es, susurró una voz sospechosamente parecida a la suya. No lo es y ya jamás lo será.)

Félix se colocó la capucha marrón, y después partió.

Erwin volvió a correr la cortina y se movió a la cama, pero ya sabía entonces que iba a ser aún más difícil volver a dormir.


SOOOOO me he dado cuenta que pongo a Félix de rodillas muy seguido mE preGunto si lo haría por Erw-BYE

abyways!!! LAS NEWS DE SNK AUN ME GIENEN KWKCLQKCKQKXK Y AQUI ESTÁ EL OTRO CAP damn, este es quite largo tengo que up my Game sigh

Anyways!! Espero que les gusten ambos caps<3 aprecio mucho sus comentarios y sus estrellitas, los quiero<3

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