33. Reencuentros
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
REENCUENTROS
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Se sentía como si estuviera al otro lado del mundo. Mitras parecía estar a todo un mundo de distancia de dónde realmente quería estar.
Las paredes, las casas, el tribunal y la vibra allí simplemente se sentían fuera de lugar, demasiado diferentes de Trost, de la sede de la Legión, y dejaba un sabor amargo en su boca cada vez que tomaba aire y en lugar de probar el café y la familiaridad del cuartel, su boca se llenaba con el hedor del humo y el vil olor de la corrupción.
Félix estaba acostumbrado a ver sangre, tripas derramadas por el suelo y el hedor a mierda cada vez que uno de sus compañeros moría en una expedición, pero Mitras era una historia completamente diferente, una de la que ya estaba cansado.
Le dolía un poco saber que esa era su realidad de ahora en adelante. Que nunca llegaría a ver los majestuosos árboles de María, la aparentemente interminable extensión de terreno fuera de las tres murallas. Había tanta vida fuera de esta jaula que a veces se olvidaba de que no eran libres en absoluto, que todavía había monstruos acechando en el exterior, traidores en el interior que no querían nada más que guardar sus secretos y seguir adelante, como si su pequeño mundo no estuviera desmoronándose a su alrededor.
Si la Legión hubiera capturado a Reiner y al Colosal, estaba seguro de que las cosas serían muy diferentes en ese momento, pero la vida era cruel y el mundo también, y Félix estaba empezando a perder la esperanza en ambos.
Alguien le palmeó la espalda con dureza, demasiado rudo para ser un gesto destinado a traer confort, pero para esos momentos comenzaba a acostumbrarse. La Policía Militar no era un sitio en el que buscabas comodidad emocional, mucho menos en el Escuadrón Interno.
Duran le dedicó una sonrisa algo forzada y lo empujó levemente hacia el frente, instándolo a entrar al establecimiento enfrente de ellos.
Félix arrugó la nariz, disgustado.
—¿Por qué tenemos que esperar aquí a Kenny?
Su acompañante se encogió de hombros mientras echaba miradas a su alrededor, hacia las mesas y la barra atestadas de oficiales pertenecientes a la Policía Militar.
—Esas fueron sus órdenes, chico —dijo el otro, mirándole de reojo con una pequeña sonrisa bailando sobre sus labios—. Si quieres discutir con alguien, hazlo con él.
Resoplando, el azabache le siguió hacia el interior del lugar, esquivando a hombres borrachos y mujeres que se movían entre las mesas cargando con botellas de cerveza. Notó que varios de los sujetos allí dentro tenían a mujeres sentadas en el regazo, abrazando sus cinturas o recargando sus mentones sobre hombros desnudos o apenas cubiertos por las prendas de ropa que vestían.
Arrugó la nariz, otra vez. Kenny era un imbécil.
Menos de un día después de escupirle cosas buenas acerca de su padre y de tratar de ser el "buen tío" que le había hecho falta todo este tiempo, Kenny le informaba que debían partir a Mitras para poder asistir a una reunión de la asamblea para discutir un avance propio debido a los sucesos de las últimas semanas y el muy imbécil le dejaba atrás, con Duran aguardando con él.
No es como si Félix se fuera a perder; había estado en Mitras antes, a pesar de que apenas y lo recordaba. Él sabía por qué lo dejaba atrás con un niñero, y no es como que le fuera a reclamar la falta de confianza. De haber sido él, Félix tampoco habría confiado en sí mismo para dejarle solo en las calles de la capital.
Duran tiró de él hacia el espacio en la barra menos congestionado y les aseguró dos sitios allí. A ambos lados los flanqueaban más hombres con mujeres al hombro, o simples compañeros entrando a una competencia con cervezas y dardos.
—Anda, pide algo —le dijo el otro, llamando al bartender con un gesto—. Lo pondré en la cuenta del capitán.
Aquello le alivió un poco, sabiendo que Kenny tendría que pagar por esa noche de alguna u otra forma. Félix echó un vistazo a las espaldas del hombre, en donde se alineaban las botellas de licor que tenía.
Cierto era que él no era mucho de beber, nunca se le había formado el hábito a excepción de su café por las mañanas, así que pidió una cerveza simplemente, y se dispuso a volverse uno con el escenario. Había estado varias veces en un bar, pero algo tenía Mitras que no terminaba de gustarle, y aquel bar solo le hacía sentirse atrapado.
Duran se veía en su ambiente natural, sonriendo hacia las prostitutas que se le acercaban a coquetear, haciéndolas reír mientras le pasaban las manos por encima de los brazos.
Félix frunció levemente el ceño, debatiéndose entre sí sentirse disgustado o tal vez, apiadarse de las chicas por tener tan mal gusto.
Cuando lo atrapó mirando, el castaño le dedicó una lobuna sonrisa. Era un poco parecida a la de Kenny, ahora que la veía bien.
—Ah, señoritas, déjenme presentarles a mi amigo aquí presente —dijo el castaño, alargando un brazo y palmeando su hombro con menos rudeza—. Este es Félix, no se preocupen por él. Es un poco tímido.
—Oh, ¿es eso? —le dijo una de ellas, deshaciéndose fácilmente del agarre de Duran y acercándose hacia Félix. Él se removió, incómodo, pero la mujer solo se inclinó más en su dirección—. Con un rostro tan bonito jamás me lo habría imaginado. Soy Darla, un gusto, Félix.
—Uh…. Un ¿placer?
Ella rio.
Se inclinaba tanto sobre él que los pechos se le pegaban al brazo, y la dulzona sonrisa sobre su rostro le causaba escalofríos. Darla era atractiva, eso se lo reconocía, con bonitos ojos almendrados y una lisa cabellera castaña que le caía en una cascada por la espalda. Debajo del vestido se le notaban las curvas prominentes, y ni hablar de su parte frontal.
Félix tragó saliva nerviosamente cuando la mujer le enredó un brazo alrededor del suyo y se pegó hacia su costado como una sanguijuela. Duran le sonrió, cómplice, y apenas les entregaron sus bebidas lo vio darle un largo trago al suyo, casi terminando la bebida.
—¿Y? —ronroneó la otra mujer, la que se colgaba de Duran con ánimo—. ¿Qué hacen dos caballeros como ustedes en estas partes de la ciudad?
La sonrisa de Duran se extendió lo mínimo.
—Oh, no gran cosa —les respondió mientras se encogía de hombros, meneando su vaso con una naturalidad palpable—. Nuestro capitán nos envió aquí para que nos relajáramos después de una extenuante investigación.
Félix le miró con el ceño levemente fruncido, pero no objetó a nada. Bebía de su botella en sorbos, mirando cada tanto a su alrededor. Poco le importaba lo que estuviera parloteando el hombre, y le importaba menos la manera en la que las dos mujeres se tragaban sus palabras.
—¿Investigación? ¿Qué acaso hay algo que nosotros no sepamos?
No tienes ni idea, pensó con un deje de molestia.
La mujer con Duran se pegó aún más a él, sus caderas casi fusionándose las unas con las otras, y un pequeño sonrojo le bañó las mejillas a ella cuando Duran curvó su brazo alrededor de sus hombros, los dedos de su compañero rozando apenas el pecho de la mujer.
Félix trató de que en el rostro no se le viera lo asqueado que se sentía con aquella vista.
Duran dejó su vaso de sopetón sobre la barra y se inclinó hacia el oído de la mujer, sus dientes mordisqueando el hélix con una delicadeza extraña. La mujer jadeó y el sonrojo le bajó a prisa por las mejillas hacia la clavícula. Félix, atontado y disgustado y cien veces más arrepentido de haber ido a aquel sitio, observó el color descender con rapidez.
—Hey, hey —una mano le sujetó suavemente el mentón y se lo tildó hacia un costado, donde Darla se encontraba mirándole con gracia—. Ojos aquí, muchacho bonito. Feya es de tu amigo. Tu, en cambio, eres mío esta noche.
La sonrisa de Darla tenía muchos dientes, de la misma manera que un titán los mostraba antes de devorar a un humano. Un desconocido miedo le reptó por la espalda con lentitud, y volvió a maldecir a Kenny otro par de veces cuando la mujer se inclinó y le besó la mandíbula.
Había cosas que a Félix no le gustaban; como su sangre, por ejemplo, su vida de pequeño y la pérdida de sus recuerdos. Le desagradaba Sina y las personas que vivían en ella, los nobles y sus tontos herederos, la vida que llevaban y las jaulas llamadas muros que los protegían y al mismo tiempo los condenaban.
Le disgustaba con una pasión inigualable que alguien lo tocara sin su consentimiento, especialmente de una manera que echara de ver sus segundas intenciones.
Era un adulto, y había cosas con las que sabía y podía lidiar. Le gustaban las mujeres, le gustaban los hombres, y en general, sí, también le gustaba el sexo. Amaba tener a alguien entre sus brazos, con sus cuerpos presionados el uno al otro. Era una sensación parecida a la adrenalina que lo consumía cada vez que usaba su equipo para enfrentarse a titanes cuando lo requería la situación; el sudor de una batalla y la euforia de saber que había sobrevivido un día más.
Eran dos cosas completamente diferentes que terminaban ofreciéndole el mismo placer, y él bien podría volverse adicto a ellas.
Darla era atractiva, y en algún momento podría incluso ser considerada linda, en un sentido menos vulgar y más cariñoso. Pero los pechos presionados contra su brazo y la boca demasiado cerca a la suya solo le causaban asco, incomodidad. No sabía cómo decirle que esa noche él planeaba volver a la cama a solas, para desperdiciar sus horas de sueño anhelando encontrarse en otro lugar a un mundo de distancia de Mitras, de las ciudades internas.
En otros brazos, quizá.
—¡Já! ¡Te haces muchas esperanzas, preciosa! —exclamó alguien cerca a ellos, con el tono un poco arrastrado. Tanto Félix como Duran voltearon la cabeza para observar al hablador—. A Félix aquí presente le atrae más un buen par de musculosos brazos que un culo como el tuyo.
Una ronda de carcajadas le corearon las palabras al hombre. Félix entrecerró los ojos y apretó el agarre que tenía sobre la botella cuando reconoció al sujeto que les hablaba.
Era alto, tan alto y desgarbado como lo había sido durante sus días en la academia. El cabello castaño se le había oscurecido tanto como la madera podrida de un viejo escritorio, y los ojos color de la miel que tanto habían gustado a las chicas antes se le habían oscurecido por igual, como si fueran cobre en lugar de oro.
La sonrisa que le daba le parecía a la de un titán también, con muchos dientes de fuera.
—Ray —le saludó Félix, notando que los ojos de su antiguo compañero resplandecían al ser reconocido—. Qué sorpresa verte por aquí.
—Sorpresa dices, já —el otro se acercó a él y se pegó a Darla como otra sanguijuela. Ella se removió hasta poder reacomodarse, más pegada a él que antes—. Esa debería ser mi línea, idiota. Creí que después de unirte a la Legión no volvería a verte. ¿Qué? ¿Te aburrieron los titanes?
Félix se encogió de hombros, reclinándose contra la barra y ladeando su cuerpo para estar de frente a Ray. El agarre de Darla sobre su brazo por fin se deshizo, pero la mujer se deslizó hacia un costado, aún atenta a cada movimiento que realizara.
Ray le miraba con los ojos entrecerrados, el color cobre en ellos apenas y distinguiéndose con la pobre iluminación del interior. Por detrás de él alcanzaba a ver a más personas, otro grupo de hombres con el unicornio en las chaquetas, y solo dos de ellos habían sido parte de su clase de graduación de la academia, a pesar de que Félix hacía tiempo que había olvidado sus nombres.
Los ojos del otro hombre se deslizaron hacia Darla y su sonrisa volvió a ensancharse.
—Creeme preciosa, este mentecato no va a mirarte dos veces por mucho que lo intentes —una de sus manos fue a parar hacia la cintura de ella. Félix la miró de reojo—. Cuando estuvimos juntos en la academia, fue elegido como el más atractivo por parte de todas las chicas de nuestra generación, pero nunca se acercó a ninguna de ellas, por mucho que las otras quisieran.
Félix le lanzó una filosa mirada.
—Hah, recuerdo que tu pobre ego y tu estúpido complejo de inferioridad tomaron bastante mal esa decepción —su voz sonaba fría y quizás un poco disgustada. A un costado suyo, Duran se acomodó para recargarse contra la barra—. ¿Qué? ¿Continuas rogando por atención como un pobre niño abandonado?
La sonrisa, que hasta ese momento había estado llena de burla, se tensó sobre la boca del otro tipo y los ojos aguados y sin brillo se le llenaron de disgusto. Por un momento, Félix temió que Ray se le viniera encima, pero el otro simplemente chasqueó la lengua y le lanzó una burlona mirada.
—Mah, Félix, sigues siendo igual de patético que siempre —le dijo él, sin rastros de aquel tono jovial que había usado antes—. ¿Qué hay de ti, uh? ¿Aún vas por la vida poniéndote de rodillas para todo aquel que te lo pida?
Trató de ignorar el comentario, pero en alguna parte de sus entrañas se abrió un agujero, y vergüenza se filtró fuera de él como si fuera un pozo. Se le tensaron los hombros y rogó porque ninguna parte de su rostro revelara cuán afectado se sentía por el comentario.
Pero por la sonrisa de Ray, no había sido capaz de esconderlo a tiempo.
—Ja, así que es cierto, uh —Ray escupió al suelo y esa vez, la sonrisa se tornó casi malévola—. Aún vas por la vida ofreciéndote con facilidad. No debería de sorprenderme, sabiendo que tu madre probablemente hizo lo mismo, ¿no? Se les nota la preferencia que tienen con las familias nobles.
Se dio cuenta demasiado tarde que estaba hablando de Tomm, y para ese entonces Félix ya se le había tirado encima. El primer puñetazo lo sintió impactar contra la mejilla izquierda, y el segundo, en la nariz. El crujido que sonó después de aquello le supo a victoria, sobre todo cuando alguien lo alejó de un empujón de Ray y pudo ver el chorro de sangre escurriéndole por la rota nariz.
Respiraba pesadamente, se dió cuenta un segundo después. Darla se había echado violentamente hacia atrás, lejos de él y de Ray, y tanto ella, su amiga, Duran y el resto de las personas en la barra, miraban de él al hombre en el suelo.
Félix respiró hondo.
—Vuelve a decir algo sobre mi madre y lo siguiente que recibirás será una maldita patada en esa cara de estúpido que tienes.
Naturalmente, Ray se le echó encima, y ni sus amigos pudieron detenerlo.
Su espalda se estrelló contra la barra y su mano se cerró alrededor de la boca de la botella de la que había estado bebiendo antes. Ray trató de golpearlo en el rostro, pero Félix se agachó y le propinó una patada en la espinilla, logrando que el otro hombre cayera sobre una rodilla.
El azabache asió la botella con firmeza y la llevó hacia abajo, volteándola a último momento. El líquido en el interior se derramó sobre la cabeza de Ray y le escurrió por los costados, por el rostro y la nariz rota, mezclándose con la sangre que emanaba de ella como cascada.
Hubo carcajadas que se desataron tras eso, que parecieron rebotar lejos de él.
Las ganas que tenía de quebrarle la botella sobre la cabeza le consumían el cuerpo y parte de la consciencia; no soportaba que hablaran mal de su madre, especialmente cuando su paternidad estaba envuelta. Kenny le había dicho la verdad ya, y Félix, aunque no contento, se sentía más tranquilo sabiendo quién era su padre y qué había sido para su madre.
Pero los comentarios no cesaban, las miradas indiscretas y los cotilleos cuando el nombre de su madre estaba envuelto. Félix había tenido que lidiar con eso mientras estaba en la academia, porque los adolescentes eran estúpidos y tendían a hablar de más, a hacer comentarios más crueles que el mundo en el que vivían.
Él recordaba que lo único que lograba tranquilizarlo durante aquellos días eran las cartas que le escribía a Frieda y la seguridad de saber que su madre, al menos, estaba bien.
Ray, aún arrodillado frente a él, alzó la mirada con los ojos furiosos. Félix aplastó esa urgencia de quebrarle la botella en esa cabeza estúpida, sabiendo que nada bueno saldría de allí. Si ocasionaba un gran escándalo podría alcanzar los oídos de Rod Reiss, y él no estaba muy seguro de lo que podría ocurrir en caso de que sucediera.
Se limitó a sonreír, una sonrisa de suficiencia llena de dientes y alegría.
—¿Quién es el que está de rodillas ahora, uh?
—¡Eres un hijo de-!
Ray gruñó e intentó abalanzarse sobre él, pero alguien le puso un pie en el pecho y lo empujó al suelo, ocasionando que cayera sobre la cerveza derramada en el suelo. El lugar volvió a llenarse de carcajadas, y Félix se giró hacia Duran, que le sonreía con diversión.
—El capitán se enojará si se entera de que causamos disturbios sin él alrededor —Duran le guiñó un ojo para después volverse hacia Ray, que era ayudado por uno de sus amigos a ponerse de pie, otro de los tipos de sus días en la academia—. Sácalo de aquí o no me haré responsable si Félix termina rompiéndole algo más que la nariz.
Los observó arrastrarse hacia afuera, pequeñas gotitas de sangre que le caían de la nariz y se perdían en el suelo lleno de mugre siendo el único rastro que dejaban detrás. Miró aquellas también y después bajó la mirada hacia sus manos, con las cortadas cicatrizando y la sangre de Nanaba en ellas.
Se frotó las palmas la una contra la otra, esperando que la visión de la sangre se fuera de su cabeza. Un peso cayendo sobre él fue lo que lo despertó y Félix alzó la mirada de golpe, encontrándose con la dulce sonrisa de Darla.
—No es tan malo, ¿sabes? —le dijo en un ronroneo, inclinándose más hacia él. Trazó su dedo desde su clavícula hasta abajo, pasando por encima de su abdomen. Félix se estremeció—. No me importa si invitas a alguien más con nosotros, Félix. Me aseguraré de que sea igual de divertido para los tres.
Probablemente ya lo había hecho antes, porque lo decía con una naturalidad que parecía genuina y no forzada. Félix tragó saliva y se sacudió el brazo que le acariciaba el pecho de encima. Duran le llamó cuando se despegó de la barra y avanzó hacia afuera, pero él lo ignoró y siguió su camino, pasando entre fumadores y alcohólicos, más hombres con más mujeres en el regazo.
La brisa del exterior fue como el primer respiro de toda su vida; le llenó los pulmones de aire fresco y le aclaró la cabeza, finalmente dejando de ver las manchas de sangre en sus manos que no eran nada más que su culpa manifestándose por medio de visiones extrañas.
Dejó atrás el bar y se aventuró hacia uno de los callejones cercanos, en donde sabía que nadie lo molestaría. Ni siquiera los de la Policía Militar eran tan estúpidos como meterse a uno de esos para llevar a cabo estupideces, como andar con una prostituta y hacerlo ahí.
El alboroto disminuyó notablemente, y los ruidos de las calles adyacentes solo eran ahogados por las personas ebrias en el interior del establecimiento, coreando canciones o pidiendo bebidas a gritos. El azabache se inclinó hacia un costado, echando un breve vistazo hacia donde se hallaba la puerta al interior del bar, notando el flujo de personas que se movían de dentro hacia fuera. La mayoría llevaba la insignia del unicornio, y aunque unos pocos parecían ser personas habitantes de Mitras, abundaban los de la Policía Militar.
Chasqueó la lengua, disgustado, y se recargó contra el muro. Le punzaba un poco la cabeza y el agrio sabor de la cerveza le sabía ahora a cenizas. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás y observó el manto oscuro sobre su cabeza y la ausencia de estrellas en el.
Un sentimiento en su pecho ahogaba el resto de aquellos momentos; aquel no era su lugar, no era ahí a donde pertenecía. Extrañaba el viejo castillo de la Legión, pasar tiempo ahí discutiendo con Hange o hablando con Celia. El olor a tinta y libros de la oficina de Erwin, la emoción de su excéntrica amiga y la calma de Moblit, el detonante del uno y el otro. Extrañaba a Levi también, a pesar de que el hombre tuviera un ceño fruncido perpetuo y no siempre se llevaran de la mejor manera.
Quería volver a sentarse junto con Erwin en su oficina pasada la medianoche mientras ambos trabajaban en leer reportes aburridos, haciendo lluvia de ideas y perdiendo el tiempo el uno con el otro. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? ¿Dormido, quizás? Sonrió al imaginarse a Erwin durmiendo a una hora tan temprana, especialmente en lo que parecía ser una ajetreada semana para todos, especialmente para ellos y el Garrison.
Esperaba que estuviera bien, que su recuperación fuera en buen camino. Quería verlo de nuevo al frente de toda la Legión, liderándolos como solo él sabía hacerlo, con ese gesto tan confiado y esa sabiduría tan propia de Erwin.
Una sonrisa le cruzó por el rostro sin que él pudiera evitarlo.
No importara que no hubieran partido en buenos términos, que no volviera a verlo. Con tal de que Erwin estuviera bien, le bastaba.
—Temía que te hubieras vuelto incapaz de hacer eso con tus labios.
Félix se estremeció ante la repentina aparición de aquella voz y se giró en redondo, esperando que sus oídos no hubieran estado congestionados y le jugaran una mala pasada.
Pero no. No. Por supuesto que no, porque Félix o era suertudo, o el mundo se le ponía en contra.
Sus ojos se abrieron de golpe cuando notó a la persona recargada en el muro junto a él. Le miraba con una pequeña sonrisa, suave y tranquila, y los ojos oscuros le brillaban con un destello que ya le había visto antes.
Los mechones de cabello azabache, ligeramente en rulos, le caían sobre la frente con delicadeza y se la enmarcaban con un aire de sofisticación que solo le había visto a Tomm antes.
Félix se atragantó con su saliva.
—Nicolás.
No había cambiado nada; tenía los mismos rulos oscuros y los ojos carbonizados, la piel ligeramente morena y la misma sonrisa que había capturado a Félix por completo la primera vez que la vio.
Estaba un poco más alto, eso sí, y seguía mirándole con una rara combinación de bondad y cariño que había sabido robarle el aliento cada vez que Nicolás lo miraba.
Se sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
—Félix —le saludó el otro, con ese barítono suyo que lo volvía absolutamente loco.
Tenía la garganta seca, la boca abierta y el corazón le palpitaba a prisa en el pecho. Oh Dios, ¿hace cuanto que estaba ahí? Félix, sin importar que Nicolás lo viera, se pellizcó la muñeca y lo hizo otra vez cuando la ilusión no desapareció mágicamente frente a sus ojos.
Nicolás rio, y el sonido le sonó a campanadas de ángeles.
—Soy yo, Fé, no una rara alucinación por consumir champiñones echados a perder.
Oh, parecía ser que la suerte estaba de su lado aquella noche.
—Ah, mierda.
Se veía tan hermoso como la última vez que se vieron, aunque no tenía la mirada de aquel día en el que partieron caminos.
Nicolás anduvo hasta detenerse a su lado y se recargó de la misma manera contra la pared, alzando la cabeza hacia el cielo para observar el manto sin estrellas. Su perfil era igual de cautivador.
Félix tuvo que repetirse varias veces que, bajo ninguna circunstancia, debía ponerse a babear.
—¿Estuviste aquí todo el tiempo?
—Mjm, con unos amigos —señaló la dirección general en la que el bar se encontraba mientras le miraba de reojo—. Vi todo lo de allá adentro, ¿te encuentras bien?
Félix enrojeció, dividido entre sentirse avergonzado o molesto. Maldito sea Ray, pensó, causando un espectáculo como aquel cuando Nicolás se encontraba dentro.
Tragó saliva y se encogió de hombros, aunque Nicolás raramente le prestaba atención a sus gestos; Félix tenía la sensación de que el hombre sabía leerlo mejor que nadie más, a excepción de su madre y quizás de Frieda.
—Sé lidiar con ello, no te preocupes.
—Eso lo sé, lo has hecho antes —le dijo él alzando sus cejas—. Me refería a lo que dijo de tu madre, ¿te encuentras bien?
Y ahí estaba. El enojo le subió de golpe por el pecho y él se volvió hacia Nicolás, con los puños apretados. Entonces, cualquier flama de enojo que hubiera tenido le disminuyó de golpe cuando recordó que con quién hablaba era Nicolás, que era respetuoso y amigable, serio y justo, y a pesar de pertenecer a la Policía Militar, era de los pocos que se tomaban su trabajo enserio.
Se desinfló cuando todo rastro de pelea lo abandonó y se encorvó cuando volvió a recargarse contra la pared. Nicolás esperó paciente a su lado.
—Estuve a punto de romperle la botella en la cabeza.
—Lo hubieras hecho —respondió el otro de prisa, encogiéndose de hombros—. Talisa es una gran mujer, cualquier imbécil que se atreva a hablar así de ella merece que le rompan la nariz.
—O una botella en la cabeza.
—Con todo y la cerveza dentro.
Se miraron el uno al otro de reojo, sonrientes, y dejaron escapar una pequeña carcajada.
Poco a poco podía sentir la tensión drenarse de sus hombros, la incomodidad alejándose de su cuerpo y el hedor que se colgaba a él de ese bar evaporándose como la sangre de titanes de encima suyo.
Se sentía como la primera vez que se conocieron, en donde Nicolás le había sonreído y Félix cayó a sus pies con su corazón de adolescente enamorado en una bandeja de plata.
—Estoy bien —fue lo que respondió finalmente cuando el ataque de risa hubo pasado—. Gracias por preguntar, de cualquier manera.
Nicolás inclinó levemente la cabeza, asintiendo. Ambos permanecieron con los rostros tildados hacia arriba, la mirada fija sobre un cielo sin estrellas.
A pesar de ser de noche y de que las calles tenían muy poca iluminación, pudo ver que tenía una ligera tensión sobre los hombros que pasó por alto al verlo por primera vez en años. Y con la sonrisa fuera del rostro, también era capaz de ver lo mucho que fruncía la boca.
—¿Qué hay de ti? —preguntó en un suave murmuro—. ¿Te encuentras bien?
No lo volteó a ver, permaneciendo en esa misma posición, aunque suspiró con un sentimiento de derrota que nunca le había escuchado antes.
—Se suponía que te vería aquí cuando Eren Jaeger fuera traído de vuelta para un segundo juicio —le dijo en voz baja—. Sé que estarías con el Comandante Erwin porque son amigos cercanos, pero en lugar de ello me entero que Stohess se convirtió en un campo de guerra y que había otro humano como Jaeger vagando entre nuestras filas.
Félix parpadeó con lentitud, su mente viajando a ese momento en Stohess cuando Annie Leonhart y Eren pelearon en sus formas de titán, irrumpiendo lo que bien podría haberse convertido en el último viaje que Eren realizara en su vida. El tono cortado de sus palabras le dejaba desconcertado, mayormente porque no tenía ni idea de a donde quería llegar con eso.
Félix lo observó unos minutos en silencio, no sabiendo muy bien qué decir. ¿Disculparse? ¿Avergonzarse? ¿Decirle que realmente no era asunto suyo lo que le ocurriera a otras personas?
Quizás debía aclararle que no era culpa de Eren, que él había estado siguiendo órdenes al igual que todos los involucrados.
Nicolás suspiró y se volvió hacia él.
—Félix, ¿puedo abrazarte?
No gastó tiempo hablando ni haciendo gestos, Félix simplemente se inclinó hacia él y Nicolás lo encontró a mitad de camino, envolviendo sus brazos alrededor de su cuerpo. Y con aquello, toda la tensión pareció abandonar la figura del mayor.
Olía a vainilla entremezclada con un débil hedor a cigarro, aunque predominaba el olor de la pólvora y la colonia que usaba, tan exquisita que su cerebro hizo cortocircuito unos momentos después. Félix se hundió en la calidez que emanaba del cuerpo ajeno y enredó flojamente sus brazos alrededor del pecho de Nicolás, sintiendo el profundo movimiento y retumbar que lo sacudió cuando dejó escapar una débil risa.
Estaba cálido y olía bien, y toda preocupación le desapareció a él también cuando se encontró envuelto en ese mismo abrazo de todos esos años atrás.
—Me alegra ver que te encuentras bien —le dijo él, depositando un suave beso en su coronilla.
—Mhm, lo mismo digo.
Podría dormirse ahí, oculto en los pliegues de una chaqueta de lana delgada, aspirando vainilla y pólvora hasta cansarse de ella. El abrazo le recordaba a todos los que se habían dado, a las noches en vela que solían pasar recostados sobre la cama del mayor, hablando sobre estupideces y riéndose en los labios del otro.
Extrañaba la simpleza de esos días.
Se separaron unos momentos después, cada uno con sonrisas agradecidas, y volvieron a sus posiciones iniciales. La charla surgió natural entre ellos, poniendo al tanto del otro sobre lo que ocurría en sus vidas diarias. Nicolás le contaba de investigaciones sobre robos, y Félix le hablaba de los titanes.
Nicolás le decía que su superior era un imbécil, y Félix le decía que Levi parecía un ser amargado con el mundo. Nicolás hablaba y él escuchaba, y cuando Félix lo hacía, era Nicolás quien lo escuchaba embelesado.
—Entonces, ¿fue por tu madre?
—Mhm, sí —respondió, mirando de soslayo la salida del callejón—. Me di cuenta de que la extrañaba mucho, así que pensé, bueno...
—Entiendo —Nicolás asintió—. Pero creí que tenías amigos en la Legión.
—Los tengo, muchos de hecho —le dijo encogiéndose de hombros—. Pero madre solo tengo una, y es todo lo que me queda.
Lo que me importa, pensó volviendo la mirada al frente. Frieda está muerta pero mi madre sigue aquí. Tengo que protegerla hasta que encuentre la manera de ponerla a salvo definitivamente.
Su madre era su todo, y por ella Félix se atrevería a hacer un trato con el diablo si tuviera qué.
Nicolás asintió lentamente y entonces una juguetona sonrisa le cruzó por el rostro.
—Creí que lo habías hecho por ese chico, Tomm —dijo, mirándole de reojo. Félix de inmediato se sintió acorralado—. Hay todo tipo de cosas diciéndose sobre ustedes dos.
El sonrojo le subió de golpe al rostro y Félix rio con nerviosismo. Se llevó una mano a la nuca y comenzó a tallársela una y otra vez, sintiéndose como un adolescente nuevamente siendo atrapado por su madre mirando el retrato a dibujo de un chico atractivo.
—¿Qué cosas? —preguntó con voz estrangulada.
Nico se encogió de hombros.
—Que están juntos, que lo vieron llegar con demasiados moretones a una reunión junto a su padre —le miró de reojo—. Que eres bastante rudo, y que Tomm debería buscarse a alguien mejor.
Félix gruñó y tiró la cara entre sus manos, frustrado al mismo tiempo que avergonzado. El gutural sonido le surgió desde lo profundo de la garganta con una facilidad que le parecía dolorosamente común estos días.
—Fue solo una vez —aclaró en un hilo de voz, sin alzar la cabeza—. Una, y fue porque tenía muchas cosas en la cabeza y estaba algo confundido, algo estresado. Tu sabes que yo no-
Nicolás rio y el sonido rebotó en las paredes del callejón en el que se encontraban y Félix, como el idiota que era, cerró la boca de golpe y disfrutó el sonido de aquella risa tanto como pudo.
—Lo sé —fue lo que le dijo, mirándole con diversión—. No eres el único con necesidades, descuida.
Félix suspiró, realmente aliviado, y se recargó contra el brazo de Nico de la misma manera en la que Darla lo hizo antes, excepto que él no enredo su brazo alrededor del otro, si no que lo hizo alrededor de la cadera, completamente fusionándose contra el otro hombre.
—¿Todo bien?
—¿Bromeas? Aquí estamos reunidos en una ciudad de pomposos imbéciles, hablando sobre mi última aventura amorosa y quejándonos de lo difícil que es tener que aguantar esta mierda —le respondió en un bufido, presionando su rostro contra el hombro del mayor—. Nada está bien, tonto.
—¿Tonto, eh? Antes solías decirme cosas más dulces —le dijo él con una clara sonrisa en la boca—. Me llamabas Nico, cariño, dulzura, amor-
—Ugh, cállate. Ya entendí, ¿sí?
Una suave carcajada le hizo vibrar todo el pecho, cada una de esas vibraciones transmitiéndose hacia Félix. Se sentían como cosquillas en el vientre, o quizás solo fuera la sensación de saber que, de alguna u otra manera, en esos momentos robados en un callejón de Mitras, estaba siendo genuinamente feliz.
—Hey, ¿Félix?
—¿Mhm?
—Nunca tuve oportunidad de darte mis condolencias —susurró tan bajo que tuvo que esforzarse para escucharlo. Nicolás enredó un brazo alrededor de sus hombros y lo atrajo más hacia sí—. Acerca de Frieda Reiss... Lo siento. Sé que realmente la querías mucho.
Eso fue como una bala directamente a su corazón, y casi cayó al suelo en estado de shock nada más escucharlo. Que alguien otro que no fuera su madre reconociera la presencia de Frieda en su vida fue discordante y más que un poco hiriente, y aunque ahora sabía quién era ella realmente para él, cada vez que la mencionaban, incluso de pasada, un fuerte tirón en su corazón le hacía saber que Frieda no se había ido del todo, completamente olvidada como estaba antes.
Félix, no del todo acostumbrado a su pérdida, asintió porque si hablaba se pondría a llorar.
Se sentía como si recién ayer se hubiera enterado de su muerte, de su existencia y del peso que tenía en su vida. El dolor aún estaba fresco y la herida sangraba más que nunca, y probablemente lo haría por mucho tiempo después.
—Sabes que puedes llorar si quieres, ¿cierto?
—¿Quieres que me ponga a llorar, entonces?
Nicolás se encogió de hombros, apretándolo solo un poco más entre sus brazos.
—Solamente quiero que estés bien. Sé… Bueno, sé que Frieda Reiss era importante para ti, y aunque nunca me dijiste realmente qué había entre ustedes, tu… —titubeó un poco—. Solo, no quiero que te guardes ese sentimiento, Fé.
Él sabía, y también entendía.
Félix suspiró y se removió hasta poder recargar su cabeza contra el pecho del otro, hasta lograr enterrarse contra él casi por completo. Hablar de Frieda, se dió cuenta, era exhaustivo.
—Gracias —murmuró con la voz levemente entrecortada.
—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por preocuparte, supongo.
Nicolás asintió con cuidado mientras enredaba sus brazos alrededor de él. El mayor se inclinó un poco hacia él y le besó la coronilla, tirando suavemente de los mechones en la base de su cuello.
—No hay de qué, Fé.
No hubo más palabras entre ellos aquella noche, no había necesidad de ellas.
No cuando Félix aún parecía entenderlo bien, y Nicolás era capaz de seguirlo paso a paso, a él y sus complicadas emociones.
━━━
—¿Ocupado?
Contrario a la última vez en la que fue sorprendido por Caven, esta vez Félix estaba preparado.
Se giró hacia ella, habiéndola visto venir desde el momento en el que salieron de aquel callejón. Nicolás apenas había conseguido separarse de él para cuando la rubia finalmente se les acercó.
Caven volvía a ser el epítome de seriedad, con el rostro inmaculado a excepción de la pequeñez de gesto que hizo al verlo acompañado del otro, su ceja apenas alzada con escepticismo.
—No, solo estábamos hablando.
Félix miró de reojo a su acompañante, notando la amable sonrisa y la despreocupada postura, lo fácil que parecía para él ser escrudiñado como rata de laboratorio.
Bajo el escrutinio de ella, sin embargo, Félix se sentía más ansioso; Caven fue la única en partir junto con Kenny a la reunión, y si lo poco que había observado de la dinámica entre ellos durante sus breves encuentros con ambos presentes, Caven era lo más cercano que Kenny tenía a un confidente, lo más que se acercaría a una compañera real.
Porque, mientras que Kenny era más como una bala perdida, inesperada y descontrolada en todo su esplendor, hiriente en el peor de los momentos, Caven era una navaja; filosa, tenaz, capaz de ponerle fin a una situación si tan solo captabas el destello de su hoja.
—¿Cómo, uh, cómo estuvo? La reunión.
La rubia se encogió de hombros, pero su expresión se suavizó un poco, y, al igual que Nicolás, la visible línea de tensión en sus hombros desapareció.
—Bien —respondió en su típico tono cortante, directo al punto—. El capitán me envió por ti y por Duran, así que andando.
El azabache suspiró, cansado de solo recordar al idiota de Duran. Una parte de él estaba aliviado de saber que se irían, lejos de ese sitio y ese asqueroso bar, y la otra permanecía insegura al darse cuenta de que Nicolás seguía presente, de pie a su lado con esa misma sonrisa y esa misma postura, pero la mirada en sus ojos se había endurecido un poco, la curva de sus labios parecía más rígida.
Félix lo miró de reojo.
—Tengo que despedirme.
Caven entrecerró un poco la mirada, moviéndola de él hacia Nicolás, pero la rubia volvió a encogerse de hombros, y el fantasma de una sonrisa le nació sobre la boca.
—Cinco minutos.
Una mueca parecida también tiró de sus comisuras. Se preguntó si quizás Caven estaba recordando la primera vez que se conocieron en Trost.
No perdió tiempo en volverse para dirigirse a Nicolás, y él pareció pensar lo mismo porque el pelinegro lo sostuvo gentilmente del brazo, y le clavó la mirada encima.
—Eres parte del Escuadrón Interno.
Félix parpadeó lentamente.
—Lo soy —admitió en voz baja.
Nicolás apretó la boca, formando una perfecta línea con ella, y el agarre en su brazo se apretó por una brevedad de segundos. Félix echó un vistazo hacia abajo, a donde se encontraba su mano sobre su brazo, y volvió a mirarlo a la cara un segundo después.
—Félix...
—Descuida, estoy bien —se apresuró en asegurarle, porque Nicolás era de corazón noble, y siempre parecía preocuparse por todos incluso si no era precisamente un problema suyo—. Mi capitán es amable, y el resto es, uh... Bueno, un poco como ella, pero-
—Es el Escuadrón Interno, Fé —había una... dureza en su voz que resultaba desconocida para él—. Nadie... Nadie sabe realmente qué es lo que hacen, a quién responden. ¿Acaso-?
—Caven dijo cinco minutos —dijo tirando de su brazo para librarlo del agarre del morocho, de inmediato dándose cuenta de que no podía permitir que Nicolás continuara hablando—. Y ella es muy puntual. Así que...
Nicolás aún lo miraba con ojos endurecidos, y su boca estaba torcida en una extraña mueca que se detenía a medias para convertirse en un gruñido. Félix se dijo a sí mismo que no podía, no con Nicolás.
Decirle la verdad a Petra era una cosa, pero a Nicolás, no.
Era mejor dejarlo a él fuera de esto.
—Félix...
—Estaré bien —dijo, sabiendo que para él no había razón de temer. Kenny podía ser su capitán, pero le quedaba en claro que también sería un perro guardián—. Confía en mi, las cosas estarán bien.
Nicolás lo miró fijamente por un largo rato, eventualmente deslizando su mano hacia abajo para poder sostener la suya y darle un pequeño apretón.
—Si llegas a necesitar algo, si por algún motivo requieres de ayuda o, no lo sé, simplemente quieres hablar, sabes dónde encontrarme.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Félix.
—Hacia el oeste, luego al norte y después, bajas al sur.
Una gran sonrisa rompió a través del rostro de Nicolás, una que ahuyentó esa mirada en sus ojos y trajo un poco de paz al hombre mayor, y por ende, a él también.
El agarre entre sus manos se rompió y el morocho se llevó las manos al rostro, gruñendo al hacerlo. Félix ni siquiera trató de ocultar la diversión que sentía en esos momentos, viendo la miseria en la que parecía hundirse el otro.
—No puedo creer que aún recuerdes eso, Fé, ¿qué mierda?
Félix se carcajeó un poco.
—Hey, tu fuiste el que decidió ponerse todo sentimental y dramático ese día —se encogió de hombros con simpleza, como si se sacara de encima toda responsabilidad—. No vengas a culparme a mí por algo que fue culpa tuya.
—¿Mi culpa? Si mal no recuerdo, fuiste tu el que me saltó encima sin decir nada y después decidió soltarme la bomba al decirme... —Nico se aclaró la garganta y después hizo inmediato contacto visual—. "Nicolás, siento muchísimo decirte esto, pero he decidido enlistarme en la Legión de Reconocimiento, y sabiendo el porcentaje de casualidades con las que lidian ellos, creo que lo nuestro no tiene futuro, y no quisiera herirte más de lo debido."
El azabache se sonrojó, el color viajándole desde la punta de las orejas hasta las mejillas y después abajo, desapareciendo bajo su camisa.
—¡Hey, yo jamás dije eso!
Le dio un ligero golpe en el pecho, uno que apenas y sintió el otro, y Félix se encontró a sí mismo sonrojándose aún más al sentir la dureza del cuerpo del mayor.
Ah, mierda.
Resoplando, se dio la vuelta y escaneó el área, esperando que el rubor se disipara antes de tener que pensar en despedirse una vez más. La risa de Nicolás seguía sonando cuando vio a Caven, mirándolo directamente con una ceja levantada.
—En fin, uh...
Nicolás se detuvo lentamente, pero la sonrisa permaneció.
Cuando se giró hacia él de nuevo, se encontró con que sus ojos sostenían en ellos ese mismo cariño de siempre. Félix se preguntó si llegaría el día en el que Nicolás dejara de mirarlo así.
—Estoy aquí para lo que necesites, ¿sí?
Félix parpadeó con lentitud, un poco dudoso sobre cómo proseguir. Pero Nicolás siempre había sido el primero en dar un paso al frente, el que más confianza tenía de los dos para tomar lo que creían que era para ellos.
Rara vez dudaba, y Félix lo admiraba mucho por eso.
Nico le revolvió suavemente los cabellos y le dedicó esa sonrisa que conseguía que todos sus intestinos se volvieran gelatina.
—Cuídate, Fé.
—H-hai, uh... —el azabache pasó saliva con dificultad, y con las mejillas ligeramente rosadas, asintió—. Igual tu.
Nico rio entre dientes y dejó caer su mano, para después darse media vuelta y alejarse en dirección al bar.
Félix lo miró irse con una extraña sensación en el pecho; ¿era así como se había sentido él el día en que Félix terminó su relación?
Un poco decepcionado, se volvió hacia donde se encontraba Caven y anduvo hasta ella, teniendo que zigzaguear entre las personas que aún deambulaban las calles, y los borrachos que salían de aquel bar con prostitutas al brazo.
La rubia le indicó que caminara junto a ella con un gesto de la cabeza, y Félix lo hizo sin mediar la palabra, dejando que los ruidos a sus alrededores fueran los que ahogaran el extraño silencio y la falta de calidez que desaparecieron junto con Nico.
—Así que... ¿Es él?
—¿Uh?
Félix la miró confundido.
Ella se encogió de hombros, mirando brevemente por encima de su hombro.
—Lo mirabas distinto.
Él parpadeó, momentáneamente sin palabras.
—¿A qué te refieres?
Caven pareció meditar la pregunta, y Félix realmente apreciaba eso, de ella en especial.
Ella siempre parecía seria, desinteresada de una manera que parecía más profunda que un pozo. Daba esa alusión de que poco podrían importarle las cosas, de que, de alguna manera, Caven no tendría ningún problema en seguir y hacer lo que le dijeran porque nada le importaba ya.
—Tus ojos... Brillan —fue lo que dijo momentos después—. Lo miras como si fuera la cosa más grandiosa del mundo entero.
—Oh, bueno... ¿Lo es? Já —Félix esbozó una pequeña sonrisa y se encogió de hombros—. Quiero decir, Nicolás es grandioso, sería un idiota si no viera eso.
—Pero creí que ya no estaban juntos.
Félix asintió, alzando la mirada hacia el manto oscuro que era el cielo esa noche.
—No tengo que estar con él para apreciar el tipo de persona que es —respondió en un susurro, gentilmente golpeando a la rubia en el costado con su codo. Ella le miró con el ceño fruncido—. Él es grandioso, y lindo, y aunque me parece un poco ingenuo a veces, eso no cambia el hecho de que lo aprecio realmente, y lo admiro.
—¿Eso es amor para ti? ¿Apreciar incluso si no están juntos, encontrar en él algo digno de seguir admirando? —eso lo atrapó con la guardia algo baja, y lo demostró al girarse hacia ella con curiosidad—. ¿Qué? Lo miras como si fuese el sol mismo. Está claro que lo amas.
Félix tiró la cabeza ligeramente hacia atrás y rio, genuinamente sorprendido.
—¡Claro que lo hago! Los primeros amores rara vez se olvidan, ¿sabes? Además, es un gran amigo, eso no lo voy a negar.
Caven asintió y ambos siguieron su camino en silencio, en dirección a donde pasarían la noche antes de que Kenny les asignara tareas nuevas. No estaba seguro de que eso fuera a ocurrir, pero por alguna extraña razón el hombre había querido involucrarse más en los sucesos que parecían complicarse con el pasar de los días.
—Por cierto —dijo Caven de repente, con un tono parecido al de una broma—. ¿Estaban teniendo sexo en ese callejón?
Félix tropezó con la nada misma, y en el rostro de ella se dibujó una sonrisa con solo un toque de orgullo.
A lo lejos, en el manto oscuro sobre sus cabezas, una estrella comenzó a titilar.
!!!
My boy Nicolás hace su aparición oof sinceramente, aunque este capítulo pueda ser visto como un filler, lo cierto es que lo veo más como un.… Vistazo?? Al Félix de antes de la Legión, idk
Lamento que el capítulo venga tarde, y lamento no tener mucho más por decir, pero estoy realmente decepcionada porque soy una army y los grammys son unos pedazos de mierda, so sorry guys.
Pero espero que les haya gustado el cap!!
Btw, este es Nicolás kskdkakdka Bye!!<3
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