31. Aferrados al pasado
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
AFERRADOS AL PASADO
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No dejó de llover en toda la tarde y para cuando volvió al cuartel de la Policía Militar, tenía la ropa empapada y a Zoro quejándose por lo alto en un coro de relinchos y coceos.
Sus cascos golpeaban los adoquines con cada coceo y mientras lo dirigía hacia el establo, a salvo de la lluvia, el animal no dejaba de tironear de las riendas, ocasionando que Félix se resbalara sobre las húmedas baldosas cerca de tres veces.
A decir verdad, agradecía que hubiera llovido en el camino de vuelta, a pesar de que a su caballo parecía no gustarle el hecho. Estaba seguro de que tenía los ojos enrojecidos y de haber llegado así de vuelta al cuartel, se ganaría una buena burla de parte de sus nuevos compañeros. Ningún scout era un extraño a las lágrimas o la tristeza, y aunque algunos pocos preferían llorar en sus momentos a solas, otros perdían la batalla contra las lágrimas al término del momento y se dejaban deshacer ahí mismo, sin importar quien estuviera a su alrededor.
En la Policía Militar parecía no haber cabida para ello, mucho menos en el Escuadrón Interno.
—Oi. Volviste algo tarde.
Sus puños se apretaron un poco, inconscientemente, e incluso Zoro pareció percibir el lengüetazo de enojo que azotó duramente contra su jinete. Félix se quedó de pie mientras el caballo tiraba de las riendas una última vez, logrando zafarse del agarre del hombre, y se alejaba al trote hacia su designado sitio, meciendo las mojadas hebras de su crin aquí y allá.
A Félix no le hacía falta volverse para saber quién le hablaba, pero aún navegaba con extrañeza esa peculiar marea que era la Policía Militar, y a pesar de que Kenny se había mostrado comprensivo —conoció a tu padre no te fíes, él lo dijo, lo conoció, es un Ackerman, maldito maldito maldito ACKERMAN— aún no podía confiar plenamente en el hombre. Se volvió hacia atrás, a donde se encontraba el hombre de pie, con su vieja gabardina y el sombrero cubriéndole los cabellos del agua.
—Me entretuve hablando con una amiga, capitán.
Kenny chasqueó la lengua y se acercó a él. Olía a lluvia y a cigarro, y Félix casi se ahogó en el aroma cuando el mayor le pasó un brazo por los hombros y lo animó a andar con él, bajo la lluvia y hacia sus habitaciones en el edificio contrario.
—Deja eso de capitán, chico —le lanzó una filosa sonrisa, y los ojos color pólvora se le iluminaron cuando un relámpago cruzó el cielo de punta a punta—. Tu padre y yo éramos grandes amigos, así que puedes llamarme tío o algo parecido. Kenny si quieres, pero nada de capitán.
Le recordó a aquella vez en la que Erwin le pidió que fuera más informal con él, cuando aún despertaba de sus pesadillas creyendo que eran sueños. Se preguntó qué estaría haciendo el Comandante, a solas en su habitación con su única compañía siendo una silla incómoda, una pila de libros y un sillón destartalado.
Pensar en Erwin le recordaba lo ocurrido aquella tarde; la pequeña barba que recién comenzaba a crecer, y el brillo en sus ojos cuando Félix cometió la estupidez de probar un poco de la fruta prohibida y satisfacer su curiosidad.
Son mis genes, trató de decirse, lo son. Mi sangre de esclavo y mi necesidad de proteger. No es nada más que una invención de mi cerebro, un error cometido por mi mismo. No pienses en él. No pienses en él.
—Se vería extraño ante el resto —fue lo que dijo, ni siquiera luchando contra el agarre alrededor de sus hombros. Kenny carcajeó un poco y Félix arrugó el gesto—. Además, si preguntan por qué estoy llamándote 'tío' van a preguntar si es de sangre, y entonces...
—No te preocupes, no te preocupes —le dijo él palmeándole la espalda, esparciendo ese aroma revoltoso sobre todo él—. Solo Damián Jovan sabe la verdad, o eso cree él. El resto no preguntará nada si quieren quedarse en el lado bueno de lord Reiss, así que descuida, chico, todo estará bien.
Félix se relamió los labios y se apartó del rostro los mechones húmedos. Le caían como cascada sobre la frente y ocasionaban que riachuelos de agua le bajaran por las mejillas o le entraran en los ojos.
La lluvia seguía cayendo encima suyo y ni así parecía que Kenny tenía prisa. El agarre sobre su hombro lo mantenía firme a su lado, pegado a él como una de esas sanguijuelas que en alguna ocasión se le habían adherido a Frieda, durante el verano de sus años más jóvenes, mientras ambos nadaban en lo profundo del lago de los Jovan.
Miró de reojo a su capitán y lo encontró con la vista al frente, una despreocupada expresión asentada en su rostro mientras silbaba una melodía que se perdía por el sonido de las gotas de lluvia golpeando los adoquines y los lejanos sonidos de los truenos golpeando el cielo. Kenny era la imagen perfecta de la despreocupación en aquellos momentos, incluso con la gabardina húmeda y el sombrero chorreando agua sobre sus botas.
—¿Has tenido más visiones? —Félix se tensó un poco—. Eso ocurrió el otro día ¿cierto? Viste a Frieda.
A Frieda.
Una oleada de alivio le recorrió el cuerpo, pero trató de aparentar que todo estaba bien. Por un momento, creyó que Kenny había averiguado sobre sus visiones, las que le mostraban cosas que ocurrieron o que ocurrirían, y el corazón se le hubo detenido por una milésima de segundo.
Tragó saliva con pesadez y volvió a mirarle de reojo, notando de inmediato que la sonrisa lobuna había desaparecido siendo reemplazada por una fina línea, una mueca de seriedad que pocas veces le había visto al hombre desde que se unió a su escuadrón. Kenny le miraba también, por el rabillo del ojo.
—Un par —confesó, porque si bien no quería hablar del tema, comprendía que si quería respuestas, su mejor ayuda en esos momentos era Kenny—. Hay cosas nuevas cada día, y se vuelven frecuentes durante las noches. Aunque en los días también me llegan recuerdos.
Kenny asintió lentamente.
El patio comenzaba a desaparecer tras ellos y los relinchos de los caballos, silenciosos bajo aquella lluvia y ocultos por ella, desaparecieron por completo. Los adoquines se hallaban salpicados y lustrosos por el agua de lluvia, y los pocos edificios del cuartel estaban sellados, con las puertas bien atrancadas, a excepción del suyo.
La puerta estaba entreabierta y por ella alcanzaba a salir un leve destello de alguna antorcha encendida en el interior. Los escalones que llevaban a ella estaban resbaladizos, y solo entonces Félix notó que el agarre sobre su hombro había desaparecido, y que Kenny permanecía al pie de los peldaños, mirándole con fijeza.
Félix se volvió hacia él, se enderezó y trató de no volverse gelatina bajo la resolución en aquella mirada; era extraño, porque ni siquiera Erwin había logrado intimidarlo de la manera en la que Kenny lo hacía, y él intuía eso a su sangre, su apellido y lo que podría ocurrir si se enteraba de que él y Félix compartían ambos.
—¿Qué?
—Eso que dijo Rod, sobre Frieda ¿Es cierto? —el azabache frunció el ceño, levemente confundido hasta que recordó lo que él regordete noble le dijo sobre la chica justo antes de dejarlos. Asintió ligeramente cohibido, y Kenny suspiró con pesadez—. Ah, mierda. Uri no previó bien esto, entonces.
Todavía se debatía un poco cada vez que se mencionaba a su padre. A Kenny le gustaba contarle cosas sobre el hombre, cosas que, sinceramente, Félix no tenía ganas de aprender. Su madre le había dejado muy claro que nunca en sus sueños más locos Félix podría haber tenido un padre, por lo que no estaba emocionado de saber más sobre él. Uri Reiss podría seguir siendo un misterio y él se alegraría por ello.
—No importa ya. Frieda está muerta y yo sigo aquí. Lo que haya o no sentido por ella no importa más.
Era consciente del tono amargo de sus palabras. De lo forzadas que sonaban incluso a sus oídos.
Pero era la verdad, y Félix necesitaba comenzar a aceptarla pronto si no quería permanecer atado de por siempre a un recuerdo y a algo que simplemente no tendría futuro jamás.
Frieda era su prima. Lo había sido todo el tiempo mientras que él se pasaba las noches en vela pensando sobre lo hermosa que era y lo emocionado que estaba por volver a verla. Incluso cuando hicieron aquella promesa, cuando se despidieron frente al lago de la residencia de los Jovan y ella le tendió aquel collar.
Nada de eso importaba ya, y era mejor que comenzara a pisotear esos sentimientos o acabaría ahogándose en ellos.
Kenny suspiró como si le hubieran dado una noticia amarga pero no completamente sorprendente. Subió los pocos peldaños que los separaban y se detuvo en el que quedaba por debajo, quedando de frente a él.
—¿Sabes algo? Yo solía ser un asesino.
… ¿Qué?
Los ojos se le abrieron grandes por la sorpresa y dio un torpe paso hacia atrás. Kenny rio al ver su reacción.
—Sí, las pocas personas que lo saben reaccionaron igual —el hombre se sacó el sombrero y lo sacudió—. Lo que quiero decir es que, uh, no soy la persona con más moral del mundo. Me atrevo a decir que soy un pedazo de mierda, también.
El rostro de Kenny se contrajo un poco, y por un momento Félix se preguntó si quizás, a parte de todos los cuerpos a su nombre, había más pecados que ocultaba. Lo vio colocarse de nuevo el sombrero, aunque todo propósito se perdió porque ya tenía el cabello mojado.
—Mi hermana era prostituta y tenía un hijo pequeño que crie hasta que decidí abandonarlo. ¿Qué podía hacer yo por un crío tan joven, uh? —rio secamente—. Le enseñé todo lo que sabía y después simplemente le di la espalda. ¿Qué dice eso de mí? Intenté asesinar a tu padre la primera vez que lo vi y el muy idiota me perdonó. Fue un gran amigo, eso sí, pero...
La mirada se le perdió entre las gotas de lluvia que caían del cielo. Félix trató de imaginarse a un Kenny más joven, aún así de desgastado con un chico corriendo por allí mientras le enseñaba a cómo usar un arma o un cuchillo. Él no tenía hermanas, pero sí conocía a Jocelyn desde que era una niña en pañales, a Tomm por igual, a pesar de que el rubio fuera un año mayor que él, y aún podía recordar cuán difícil habían sido ambos de pequeños, berrinchudos y llorones y molestos.
¿El sobrino de Kenny habría sido igual?
—Este mundo es muy pequeño y demasiado cruel como para desgastar la vida en tratar de ser una buena persona todo el tiempo —Kenny se encogió de hombros y volvió la vista hacia él—. ¿Y qué si la amabas de esa manera? Tu no sabías, pero puede que ella sí. Vendría siendo culpa de ella y del idiota de tu padre por provocarlo.
Félix lo miró en silencio, debatiéndose entre sí reconocer la verdad en las palabras de su capitán, o empujarlo fuera de los escalones hacia el suelo adoquinado por atreverse a no solo insultar a su padre, pero también culpar a Frieda, incluso si había algo de verdad en ello.
—...De todas las cosas que te creía capaz, justificar incesto no era una de ellas, la verdad.
Kenny se rio a carcajadas y se acercó a palmearle el hombro, aumentando la fuerza con cada golpe que le daba. Una pequeña sonrisa se le escapó a él, apenas visible entre lo grisáceo del mundo exterior gracias a la tormenta.
—No lo justifico, chico —dijo, dándole un quedo zape—. Pero la amabas, y amor es amor, supongo. ¿O quieres que te condene también por acostarte con chicos, uh? Porque ese rumor sobre ti y el chico Jovan ya anda circulando por ahí.
El rubor le subió a las mejillas, por más tenue que este fuera. Félix miró hacia otro lado, avergonzado y sonrojado y quizás un poco acongojado también.
Aquella noche seguía fresca en su mente, y era una de las aventuras a las que Félix no recurriría en un buen rato.
Las gotitas de lluvia que caían sobre los adoquines apenas y se escuchaban sobre el viento soplando encima suyo. La repentina brisa les sacudió las capuchas y la gabardina, y alzó al vuelo el sombrero de Kenny de imprevisto.
Félix saltó para poder sostenerlo y una vez lo tuvo de vuelta en manos, bajó la vista hacia él.
—La extraño. Mucho —admitió en un susurro apenas audible sobre el vendaval—. Cada día me llegan recuerdos nuevos y... se vuelve difícil tratar de superarla así.
Kenny hizo un sonido en su garganta que él interpretó como entendimiento. Al alzar la mirada, se topó con que el hombre rebuscaba algo en sus bolsillos mientras miraba con ojos entrecerrados lo gris que se veía el mundo tras la cortina de tormenta que los bañaba.
Félix, curioso, entrecerró los ojos y miró atentamente al hombre hasta que encontró lo que sea que buscaba. Lo sacó de uno de los bolsillos en el interior de la vieja gabardina y se lo extendió.
—Toma. Rod me lo dio para que me deshiciera de el, pero... bueno. Si tengo que escoger entre el hermano de Uri o su hijo, la respuesta es bastante obvia.
Era pequeño, y por un momento Félix creyó que se trataba de una pulsera hasta que lo tomó entre sus dedos.
La piedra de jade brillaba con la poca luz que le llegaba de la puerta entreabierta a sus espaldas y le resaltaba las grietas grisáceas y aguamarina que se le mezclaban en la superficie. Era irregular y se notaba erosionada, posiblemente por haber estado tanto tiempo bajo las aguas en el lago de la residencia Jovan. Tenía un aro de metal en la parte superior, en la punta que se le curveaba y le daba su aspecto de gota o de lágrima, y de el se sostenía un cordón oscuro y casi roto, como si hubiera sido usado por un largo tiempo sin haber sido reemplazado.
Félix contuvo el aliento y alzó la cabeza tan rápido que una punzada de dolor se le estiró a lo largo del cuello.
—¡Esto es-!
—Ajá, así que guárdalo bien, Félix —volvió a pasarle otra vez el brazo por encima de los hombros y usó esa misma mano para revolverle los húmedos cabellos—. Frieda te lo dio, ¿no?
—Sí, como una... Una promesa de...
Kenny alzó su mano y volvió a darle un zape, y esta vez Félix no volvió a alzar la cabeza.
—Anda, guárdalo —le dijo con voz apagada, pero le sonaba realizado, en paz—. Basta con que sea importante para ti.
Había llorado mucho aquel día, con Petra mientras se desahogaba con ella y le contaba las cosas más perturbadoras de su vida, las que más habían logrado afectarlo.
Aquello no evitó que otro poco de llanto se le escapara mientras se aferraba al collar como si su vida dependiera de ello.
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(No notó el escalofrío corriéndole por los hombros, la pequeña descarga emanando de sus dedos.
No notó el huracán despertando, la tormenta arreciando.
¿Qué pasa cuando un demonio despierta y su dueño se ha ido, pero pequeños fragmentos de esa persona quedan detrás?
Él se aferra a ellos. Y sigue adelante.)
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Cuando era parte de la Legión, usualmente el primero en despertar era él.
A Félix no le importaba mucho si debía hacerlo, excepto cuando se trataba sobre una noche cansada, aunque para ellos, todas las noches eran cansadas. Despertar por las mañanas sabiendo que sentiría la espalda un poco rígida o el cuello adolorido se había vuelto algo común, y usualmente era Catia quien se encargaba de darle masajes cada cierto tiempo cuando lo veía teniendo dificultades con ello.
Pero, cuando era parte de la Legión, Félix despertaría más seguido que no en un sofá, con el peso de Erwin hundiendo uno de los cojines a su lado, o a veces en una silla, de brazos cruzados o con el rostro pegado de lleno al escritorio. Y, al hacer aquello, le sería imposible no ver al hombre junto a él o frente a él.
Erwin no era una persona mañanera, a pesar de tener que despertarse temprano casi todos los días. Pero existían esas raras ocasiones en donde Félix podría sentarse unos momentos a contemplarlo mientras dormía; una pequeña parte suya le decía que eso era raro, invasivo, y a la otra no podría importarle menos.
Por las mañanas, cuando ambos se dejaban caer en el sofá exclusivo para esos días cansados dentro de la oficina del Comandante, Erwin despertaría con el cabello revuelto y los ojos más somnolientos del mundo. A veces Félix se preguntaba cómo era posible que aquel desorden se convirtiera en el inmaculado hombre de peinado lustro al que estaba tan acostumbrado, pero jamás se había atrevido a darle voz a esos pensamientos.
Por lo que, cuando era parte de la Legión de Reconocimiento y se imponía a sí mismo el trabajo de echarle una mano a su Comandante, era usual despertar en un sofá destartalado con un firme peso sobre su hombro, o en una silla, de brazos cruzados o con el rostro pegado al escritorio, con Erwin por igual.
—Llegaste un poco tarde anoche, Félix.
El azabache le tiró una mirada de costado a su compañero, Duran, mientras este le miraba con ambas cejas alzadas. Félix chasqueó la lengua y se acercó a él, echando vistazos a su alrededor de vez en cuando.
El patio estaba normalmente ocupado a aquellas horas con los reclutas más nuevos, ya fuera entrenando o perdiendo el tiempo, tratando de apaciguar a sus superiores para poder entrar a prisa a la cadena alimenticia y corrupta de aquel lugar.
Los únicos que se encontraban por allí eran un chico de cabello rubio tan claro que parecía blanco, Boris creyó recordar, y unos pocos subordinados de Nile. Félix creyó que tal vez lo reconocían; miraban en su dirección de vez en cuando, y, con cada giro de cabeza y miradas encontradas, comenzó a darse cuenta de que varios de ellos habían estado durante lo ocurrido en Stohess, cuando él había tomado un arma y apuntado a su Comandante con ella.
Ah, así que el rencor se extiende a los perros falderos, también.
Tragó saliva con pesadez y llevó la mirada hacia al frente, en donde alcanzaba a ver a Caven y a otros pocos hablando entre sí. Otra mujer, una que le habían presentado después de haber sido reclutado pero de la cual olvidó el nombre, se recargaba contra el muro junto a los establos y hacía señas con sus manos hacia Caven.
—El capitán quiso hablar conmigo —le respondió mientras se encogía de hombros, inspeccionando una vez más el área—. Aunque no es algo que te incumba.
Duran le inspeccionó con la mirada, con ojos igual de fríos que los de Caven. La primera vez que Félix lo vio, no le pareció gran cosa. El hombre no había tratado de hablar con él o de presentarse formalmente, ni siquiera cuando Kenny lo animó a mezclarse con ellos y "hacer amigos". Duran era alto, de hombros anchos y cabello oscuro. Tenía una pequeña barba que le recordaba un poco a la que Erwin trataba de crecer, aunque mejor cuidada.
Él, al igual que Caven, le había dado una mirada de soslayo y algo en sus ojos consiguió congelar a Félix tan de golpe que él mismo se sorprendió con el lengüetazo de alarma que le trepó por el cuerpo.
Había algo en aquellos dos que no le gustaba.
—Él está aguardando por ti —le dijo indicándole los establos con un gesto de la cabeza. Félix miró en aquella dirección, notando por primera vez la silueta de Kenny entre las sombras.
El azabache frunció el ceño, dubitativo.
—¿Vamos a ir a algún lado?
Duran ladeó la cabeza y miró a algo por encima de su hombro, y para cuando volvió la vista hacia él, toda frialdad había desaparecido de sus ojos, al igual que de su rostro.
—Tú y él, sí. El resto, no.
Lo miró irse, sin volver la vista atrás. Félix se quedó unos momentos de pie en el medio del patio, mirando a su alrededor cada tanto hasta que se decidió por acercarse a donde su capitán se encontraba.
El resto del escuadrón de Kenny se disolvió apenas Félix puso un pie cerca del lugar, zigzagueando a su alrededor como si fuera el portador de alguna enfermedad contagiosa. Les miró por encima de su hombro, a todos ellos mientras se movían en la dirección por la que Duran partió; solo Caven le miró de vuelta, con esos fríos ojos azules.
—Oi, ¿qué te tomó tanto tiempo?
Félix se encogió de hombros y se acercó para tomar a Zoro por sus riendas, el caballo relinchando de inmediato. Había unos ligeros temblores que le sacudían las manos cuando lo hizo.
—Volví a tener sueños.
—Ah, creí que ya te habías acostumbrado a ellos.
A las pesadillas, sí.
A soñar con Frieda, no.
Félix apretó los labios y comenzó a preparar su montura, dejando que Zoro recogiera paja del suelo mientras lo hacía. Con su silencio, Kenny comenzó a imitarlo, ambos moviéndose rápidamente para ensillar lo más antes posible.
—Sí bueno. Me es difícil querer despertar a veces.
Lo vio pausar. De repente sus manos se detuvieron a solo centímetros de las ataduras para su montura y con lentitud, el hombre se volvió hacia él. Hasta ese momento no había notado el cigarrillo que sostenía entre los labios.
Kenny estiró la mano y le dio un ligero golpe en la nuca.
—Cierra la boca, chico. No sabes de lo que hablas.
Ambos terminaron de ensillar en silencio, y para cuando salieron del cuartel por las derruidas calles de Stohess, el panorama comenzó a convertirse en un vívido recuerdo.
De la confrontación contra Annie Leonhart, los vestigios que quedaban de la pelea residían en los edificios, en las manchas de sangre que jamás se irían de los adoquines blancuzcos. El templo en donde había caído la Titán Hembra estaba aún en reconstrucción, y una extraña sensación se le anudó en la boca del estómago al verlo.
Se sentía como una eternidad desde aquello, y la abrupta realidad lo golpeó de repente cuando giraron en una esquina, los cascos de los caballos provocando ecos en la desolada calle, y se toparon de frente con varios hombres pertenecientes a la Policía Militar dirigiendo a un grupo de personas hacia algún refugio cercano.
Es como si hubiera ocurrido ayer.
¿Cuánto había pasado en realidad? ¿Una semana, a lo mucho? ¿Un par de días?
Detuvo a Zoro a un costado, mirando con los ojos ligeramente abiertos a una niña lloriqueando mientras arrastraba un polvoroso oso de peluche. El moño que se suponía debía sujetarle el cabello lo llevaba manchado con gotitas de sangre, y las gruesas lágrimas que le corrían por el rostro le quitaban de encima la tierra. Se sostenía de la mano de una mujer con el unicornio en la chaqueta.
—Oi, no te quedes atrás. Quiero enseñarte esto, anda.
Félix tuvo que forzarse a apartar la mirada, más nudos haciéndosele en el estómago al pensar que aquello lo causaron ellos; la Legión de Reconocimiento, y Eren y Annie y el arriesgado plan de Erwin.
Ellos jamás han visto un titán. No hasta ahora, supongo, pero... Viven tras los muros y se fían de ellos para protegerlos. Reiner y el Titán Colosal fueron descubiertos, y ahora están lejos, pero... Pero, ¿qué ocurrirá después de eso? ¿Qué les ocurrirá a estas personas?
Miró de reojo al muro. Desde aquella distancia podía ver la mancha que era la desigual tela que cubría el agujero en el, y un escalofrío le bajó por la espalda cuando recordó al titán del interior y las visiones que le dio.
—¿A dónde vamos?
Kenny le miró de reojo y le indicó con una seña que echara un vistazo a su alrededor, a las casas destruidas y los escalones rotos, con una pisada de titán en ellos. Zoro se encabritó un poco, y solo entonces notó que la destrucción avanzaba un poco más allá de solo esta calle. Se extendía a los lados y dejaba entrever caminos bajo la superficie, agujeros en el suelo que no habían sido correctamente cubiertos y solo despejados.
Ah, recordó de inmediato, estamos en donde todo comenzó.
Aquella parte de la ciudad fue la seleccionada para acorralar a Annie y hacerla entrar a la ciudad subterránea, pero aquello obviamente falló.
Tuvieron que bordear parte de la calle para evitar escombros que no habían sido levantados aún y los agujeros todavía presentes. Había miembros de la Policía Militar ahí también, apostados junto a la entrada hacia el subsuelo. Kenny se detuvo cerca y les tendió sus riendas y Félix lo imitó.
Notó que ninguno miraba mucho a su capitán. Que, o le evitaban la mirada o de plano ni siquiera reconocían su presencia.
Él aún no sabía hasta donde habían llegado los asesinatos de Kenny, pero si fueron lo suficiente pronunciados como para que lo más bajo de la Policía Militar se enterara de ellos...
El hombre le hizo un gesto para que lo siguiera, y con una última mirada hacia Zoro, se adentró tras él en el túnel.
—¿Me dirás qué hacemos aquí o...?
Kenny hizo un gesto con la mano y se sacó el cigarrillo de la boca para expulsar el humo. Cómo pudo mantenerlo durante el recorrido, eso no lo sabía.
—¿Qué piensas de eso, uh? De... esas personas que pasamos en nuestro camino aquí.
Félix se tensó un poco, sus hombros echándose hacia atrás con lo abrupto de la pregunta.
A su alrededor solo había penumbra, sombras que danzaban cada vez que pasaban por debajo de uno de los agujeros creados por la Titán Hembra. Había unas pocas antorchas colocadas a lo largo del camino, y el aire ahí abajo se sentía pesado.
—No... no lo sé. Me dan, uh, me dan un poco de pena.
La imagen de la niña le vino a la cabeza, la desolación en sus ojos. Las gotitas de sangre que moteaban su moño, como si fuera una catarina.
Kenny murmuró algo por lo bajo y se detuvo unos segundos para volverse hacia él. El hombre estudió su rostro, y no pasó por alto la ligera tensión aún sobre sus hombros.
—Tu padre era un buen hombre. Responsable, humilde. Quizás melancólico —comenzó a andar de nuevo, esta vez más despacio. Su voz creaba un fantasmal eco en el lugar—. Tenía un buen corazón, tanto como para perdonar al hombre que intentó asesinarlo en dos ocasiones, seguidas.
Félix miró de reojo a Kenny, notando que el humo del cigarro le estropeaba un poco la vista. Apenas y alcanzaba a ver sus ojos, grises como la pólvora pero brillosos como las cuchillas de la Legión de Reconocimiento. Su rostro se desdibujaba en un precavida expresión, reservada casi, y no había rastros del constante humor que se le solía ver.
—Me recuerdas mucho a él, excepto que los sentimientos de Uri eran genuinos —Kenny le miró por el rabillo del ojo, y estos se iluminaron como el acero cuando el final del túnel los recibió en toda su gloria—. Los tuyos lo fueron hace unos momentos. Pero a ti no podría importarte menos, ¿cierto?
Los escalones descendían por un costado, por el derecho de donde se hallaba Kenny.
Félix se quedó de piedra cuando la amarillenta luz del lugar le dio la bienvenida, y sus ojos devoraron la vista con avidez; desde las casas derrumbadas con los techos a mitad de caerse encima también. Había mucho ruido, voces que se alzaban desde cualquier lado y creaban una amalgama de sonidos y cacofonías que le rebotaban en los oídos de un lado a otro.
Desde donde se encontraba alcanzaba a ver las calles abarrotadas de personas, todas ellas en grupitos de dos a cuatro, demasiado juntos y al mismo tiempo, demasiado apartados.
Había miembros de la Policía Militar moviéndose alrededor del lugar, unos tantos más de pie alrededor de una carreta de la que se entregaban alimentos. La iluminación amarilla del lugar lo llenaba todo de una sensación de abandono y descobijo que le causaba escalofríos, y el nudo en su estómago volvió con mucha más fuerza que antes.
Kenny se acercó hacia el destartalado barandal que rodeaba el descenso de las escaleras y se recargó contra él, admirando la ciudad subterránea y los infortunados refugiándose en ella con ojos distantes y aburridos.
—Anda, respóndeme. ¿Te preocupas por las personas dentro de los muros de la misma manera en la que lo hacía tu padre?
De lo poco que sabía de él, Uri Reiss había sido un buen hombre, responsable, humilde, y quizás melancólico. Alguien que aparentemente se preocupaba por el futuro de las personas tras los muros.
Su madre jamás le había dicho su nombre, excepto contándole de él a través de anécdotas sobre un cuervo incapaz de volar, agobiado por sus responsabilidades, lleno de remordimientos y sin un propósito claro. Alguien que sacrificó su vida porque creía que así lo merecía.
En su mente, Félix se refería a él como cuervo, ilusión, decepción.
Kenny hablaba de Uri como si fuera un santo, devoto a él como un esclavo lo era a su maestro. Aquello era lo que más le disgustaba de los Ackerman; esa manera tan simple en la que le vendían su vida al diablo y la deshacían protegiendo a personas que no eran ellos mismos, porque sería pecado que alguno con la sangre maldita fuera egoísta.
Se preguntó si quizás Kenny había estado atado a su padre como él aparentemente parecía estarlo con Erwin; como Mikasa lo estaba con Eren.
Apretó los puños.
—¿Qué importa eso? ¿Qué importa que mi padre se preocupara por ellos? ¿De qué habría servido? —hizo un gesto con su mano, estirándola para señalar la rota ciudad a sus pies—. ¡Un solo noble no habría sido capaz de salvarlos a todos ellos! Se agradece la preocupación, ¿pero de qué sirve eso cuando nada se puede hacer para salvar a las personas de la pobreza, del hambre y la amenaza tras estos estúpidos muros? ¡¿Qué podría haber hecho un hombre tan inútil como Uri Reiss acerca de toda esta situación?!
Kenny le golpeó la mejilla con el puño, y Félix trastabilló hacia atrás, con los pies ligeros y los hombros caídos.
Lo había tomado con la guardia baja, pero el hombre aguardaba en su mismo sitio, ahora enderezado y con la mirada más fría que la de Caven. El sombrero lo tenía levemente inclinado, una parte de el oscureciéndole una fracción del rostro. El ojo que se le veía le brillaba como el acero a la luz del sol.
Félix dejó escapar una ahogada risa y se pasó el dorso de la mano por el labio, quitando una pequeña mancha de sangre de su comisura.
—Ustedes los Ackerman y su sangre de mierda, atacando como perros rabiosos cuando insultamos a sus amos —el azabache escupió a pies del otro hombre, un poco de sangre manchándole las botas—. Me dan asco.
El segundo puñetazo lo esquivó, pero el tercero le impactó en la quijada desde la izquierda y un rodillazo al estómago lo derrumbó al suelo, mientras se rodeaba el abdomen con su brazo y se arqueaba para escupir la bilis que consiguió sacarle aquel golpe.
Félix estaba aún inclinado cuando en su campo de visión, reducido al suelo, aparecieron las botas con sangre en la punta a las que había escupido antes. Alzó la cabeza con lentitud, tirándola hacia atrás y teniendo que entrecerrar los ojos para poder ver bien al hombre.
—Ya veo que Talisa no te educó bien. Demasiados privilegios para un bastardo como tu.
Un gruñido se le escapó de la garganta y se lanzó hacia arriba, tratando de aterrizar un puñetazo en él. Pero Kenny se echó hacia atrás, el rostro impasible, y le asestó una patada en el costado. Félix se ahogó en su saliva y se derrumbó por completo, con la frente pegada a los sucios adoquines mientras más saliva y bilis le resbalaba por el mentón.
Le faltaba el aire, y las bocanadas que daba para tratar de recuperarlo le resultaban tan inservibles que por un momento creyó que terminaría asfixiándose.
Los ruidos de la ciudad subterránea comenzaron a desvanecerse en ruido estático cuando Kenny presionó su cabeza hacia abajo, empujándola con la suela de su bota.
Por un momento, le recordó a Levi y a la paliza que le dio a Eren durante el juicio en el que tomaron su custodia.
—Harías bien en recordar quién eres tú, y quién soy yo.
Se congeló, en el piso y con vómito en las comisuras.
Aquellas palabras trajeron de vuelta la conversación con Rod Reiss, la sutil amenaza hacia su madre.
La revelación de su padre, de Frieda y su conexión.
En algún futuro cercano, él sabía que Rod Reiss moriría. Podía ver a Historia con una corona en la cabeza mientras los rayos del sol la bañaban en toda su gloria, siendo aclamada por un pueblo que finalmente parecía sentir esperanzas. La veía en una posición en la que le habría gustado ver a Frieda; gloriosa, hermosa, gobernando con dignidad y orgullo, y no escondida tras un sombrero de paja y una amable sonrisa, sin ojos que brillaban como la luz de la luna.
Eres tu quien lleva mi sangre, y no Talisa Kaiser. Harías bien en recordar eso.
—Dime —prosiguió Kenny, aplicando aún más presión en su cabeza—. ¿Te preocupas por este mundo? Como Uri, ¿lo haces?
Le rechinaron los dientes cuando apretó con fuerza la mandíbula.
—No —respondió con una finalidad que pareció hacer eco en la ciudad—. No podría importarme menos este lugar, esta ciudad, ¡al diablo con todos ellos! ¡Al diablo estos muros de mierda y lo que sea que haya en ellos, o tras ellos! ¡Al diablo esta lucha inservible! ¡Que se vayan todos al infierno! ¡¿Por qué tengo que preocuparme por personas a las que no conozco, por las vidas que me tienen sin cuidado?!
Tiró la cabeza hacia atrás y alzó la mirada, desafiante, hacia Kenny. Empujó el pie de su capitán con una mano y se puso en pie con rapidez. Kenny dio dos pasos hacia atrás, pero permaneció atento a sus movimientos.
Félix podría no ser tan fuerte como Levi, como Kenny. Pero sabía pelear, sabía moverse y danzar con un oponente, y sabía bien cómo derrumbarlo por igual.
—Todas estas peleas, estos sacrificios, estos falsos dioses y estos asquerosos muros, ¿por qué debería preocuparme por ellos? ¿Solo por qué mi padre lo hizo? ¿Quién era él para preocuparse por esta mierda de mundo enjaulado?
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
Kenny le miró largo rato en silencio; Félix se pasó la manga de su camiseta por la boca y se limpió los rastros de sangre de ella, mirándose las manchas con el ceño arrugado y la nariz fruncida. Los sonidos dentro de la ciudad le llegaban igual de lejanos, y notó que, en el corto tiempo que pasó en el suelo de rodillas, la fila hacia la carreta con comida había desaparecido, y unos pocos se quejaban de no haber podido obtener nada.
Pasó saliva que le supo a vómito y a derrota.
—¿Por qué te uniste a la Legión?
De todas las cosas que esperaba escuchar, aquello no era una de ellas.
Pero comenzaba a acostumbrarse a Kenny y sus repentinos desvíos, a sus inquisitivos momentos donde parecía querer ahondar en las partes más vergonzosas de Félix.
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
El azabache escupió una vez más, hacia el suelo y no a la bota de su capitán.
—Porque quería salir de estos malditos muros —admitió, y decirlo en voz alta se sintió como un gran peso fuera de sus hombros—. Porque estaba cansado de la monotonía y los rostros afligidos, y quería saber qué hay más allá en donde no podemos ir. Quiero ver el océano y las dunas de arena y las planicies llenas de nieve. ¡Quiero salir de aquí, maldición!
Esta vez, su grito atrajo la atención de las personas debajo de ellos. Algunos de los presentes alzaron la mirada y sus pesados ojos se le clavaron como dardos en el cuerpo, apuntando a donde él sabría que no le harían gran daño, pero que sin duda dejarían una marca.
Félix los miró brevemente y después apartó la vista, molesto.
Entonces, Kenny se movió hacia él. Félix se irguió de golpe y se preparó para cualquier cosa, ya fuera un golpe, patada o alguno de esos zapes que le gustaba darle.
En el rostro del hombre se reflejaba algo cercano a la contemplación, la aceptación casi.
Su mano le aterrizó encima de la cabeza y le revolvió los mechones oscuros. Kenny se inclinó hasta estar a su altura, más o menos, y le dedicó una lobuna sonrisa que le erizó los cabellos de la nuca.
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
—¿Quieres saber quién, qué era tu padre? —el peso de su mano sobre su cabeza no le reconfortaba en lo más mínimo, la sonrisa lo empeoraba todo—. Él era el rey, Félix.
Se le atascó algo en la garganta; él no sabía si era un grito, una maldición o un sollozo.
Y por fin, el mundo tomó sentido.
Libertad, pudo escuchar el susurro de la voz de Eren, el océano.
!!!!!
Honestamente iba a esperar hasta el miércoles para actualizar pero dije nel ayer me puse las pilas y escribí dos capítulos más así que estamos bien en contenido kskckakxks así que!!
Areanca el primer cap del arco iii que espero que les haya gustado porque hOLY SHIT se viene mis amigos
Btw quiero aclarar que en el capítulo anterior dije algo así como que Erwin no iba a ser interés amoroso pERO SÍ SKCKQKKCQKKXKA IBA A ESCRIBIR ALGO MÁS DESPUÉS DE ESE NO PEEO ME LLEGÓ EL DELIBERY Y ME SE OLVIDÓ PERDONAR FÉLIX SI LO QUIERE NO SE ALARMEN LMAO
anyways actualice la playlist ayer so
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