30. Sincero contigo
CAPÍTULO TREINTA
SINCERO CONTIGO
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El sol entraba a raudales por la ventana aquella mañana.
Hacia días que no sentía la calidez del sol sobre su piel, y en más de una ocasión Levi le había dicho lo pálido que se encontraba tras los pocos días que se encontraba en cama, escondido del mundo exterior con la excusa de recuperarse apropiadamente.
Comenzaba a sentir las piernas acalambradas, y en las pocas ocasiones en las que había podido ponerse en pie, caminar le resultaba otra tarea un tanto más difícil. Perdía el equilibrio y según Hange, sería algo normal hasta que su centro de equilibrio se acostumbrara al peso faltante en su costado derecho.
A veces, los dedos le hormigueaban por las ganas que tenía de leer algo, o de escribir algún reporte. Ese tipo de tareas las había tenido que relegar a alguien más mientras durase su recuperación, aunque el doctor se confiaba mucho de que no tendría que ser por mucho.
Erwin se sentía infinitamente agradecido por eso.
Hubo un suave toquido en la puerta que atrajo su atención desde el cielo azulado tras la ventana hacia ella. El día se le hacía precioso, y no había cosa en este mundo que Erwin no daría para poder ir allí fuera a echar un vistazo al menos.
—Adelante.
La pesada puerta chirrió un poco al abrirse, pero lo que se hallaba tras ella le sacó el aliento de súbito.
Volvió a sentirse como aquel día, cuando despertaba una mañana y era Levi quien se encontraba ahí para informarle que no solo había perdido su brazo derecho en verdad, si no también a uno de sus hombres de confianza.
Sus ojos se abrieron ligeramente, siendo incapaz de despegar la mirada de él mientras Félix ingresaba a la habitación con una incomodidad palpable en sus hombros. La puerta chirrió otra vez al cerrarse a sus espaldas, y de repente la habitación se le hizo sofocante.
Félix permaneció de pie junto a la puerta, dubitativo. Llevaba puestos unos pantalones oscuros y una camisa blanca, desabotonada en la parte superior que dejaba entrever una ligera marca en su clavícula.
Se preguntó si quizás había tenido un accidente.
El azabache suspiró, y alzó el rostro para mirarlo por fin.
—Hey —cuando sonrió, le pareció una eternidad desde la última vez en la que vio aquella sonrisa en ese rostro. Había un deje de incomodidad en ella también—. Lamento llegar tarde, Comandante Erwin.
Erwin tragó saliva pesadamente y se enderezó más en su lugar, sintiendo el colchón hundirse bajo su peso. Se tomó un momento para examinar al otro; Félix se veía igual que todos los días buenos, con su cabello igual de desordenado y sus ojos brillantes como una piedra preciosa, la sonrisa tirando de sus labios hacia los lados. Se veía tan normal que por un momento su mente le jugó una mala broma y le hizo creer que todo estaba bien.
Félix es un noble, le dijo una vocecita en la cabeza, es un noble, no puedes fiarte, por más que quieras no puedes.
Cuando encontró su voz, temió atragantarse con las palabras al hablar.
—Félix, es bueno verte.
Esta vez, la sonrisa que se le extendió por el rostro fue genuina.
Los ojos del contrario le bajaron lentamente por todo el cuerpo, y por una vez Erwin comenzó a sentirse dolorosamente consciente de su aspecto; desaliñado, con su camisa más vieja que utilizaba como ropa de dormir, una incipiente barba que comenzaba a crecerle apenas sobre la mandíbula, y las ojeras que lo acompañaban desde hacia varias noches atrás. El cabello lo tenía casi tan desordenado como varios de sus subordinados, y un sonrojo cálido le subió por el cuello al darse cuenta de lo mal que debía lucir a ojos de Félix.
Te ha visto en peores condiciones, volvió a decirle aquella vocecilla. Te ha visto con ojeras peores, cuando te despiertas por la mañana con tinta en la mejilla por haber caído dormido sobre el escritorio. Te ha visto incluso aquella vez en la que Hange y Mike te dibujaron garabatos alrededor de la cara, porque Félix había ido a la cocina por dos tazas de café para empezar la mañana y fueron ellos quienes te encontraron desparramado sobre el destartalado sofá.
Te ha visto en tus peores momentos, ¿cómo puedes sentir vergüenza por esto?
La mirada de Félix se le deslizó hacia un costado, y casi inconscientemente, Erwin se llevó la mano hacia el hombro.
—Escuché sobre eso —siguió diciéndole mientras se acercaba a la silla que solía ocupar Levi y sentándose en ella. El azabache hizo un vago gesto hacia su propio hombro—. ¿Cómo te sientes?
No lo sé. Mal. Perdido. Ofuscado. Quiero salir de aquí. Quiero mi brazo de vuelta. No me arrepiento, pero lo quiero de vuelta.
Lo quiero todo de vuelta.
—¿Como te enteraste?
Algo pasó por su rostro, tan rápido que Erwin pensó que había sido un espejismo.
—Los rumores corren rápido —murmuró mientras se inclinaba al frente, recargando sus antebrazos sobre sus muslos. Miraba hacia abajo—. No se ha dejado de hablar sobre eso en un buen rato. Cómo el resto se enteró… ni idea.
Se veía ... bien. A pesar de que estaba tenso y rígido, y se negaba absolutamente a mirar hacia arriba, se veía bien.
—En fin, cómo… ¿Cómo te encuentras?
—He tenido días mejores —fue lo que respondió, mirando al otro de soslayo—. Pero sobreviviré.
Notó que no lucía ansioso como lo había estado aquella vez durante una expedición cuando un titán sacudió de más la tierra al caer y ocasionó que su caballo se fuera de bruces al suelo. Aquel día, Félix le había parecido otra persona, preocupado y ansioso y al borde de un ataque de pánico por el golpe que Erwin obtuvo gracias a la caída.
Estaba… sereno. Tranquilo. Se mordió el interior de la mejilla, un poco fuera de balance cuando se puso a pensar si quizás había descargado toda esa preocupación antes de venir a verlo o si quizás sí había estado fingiendo los años anteriores. Si quizás, existiera la posibilidad de que a él simplemente no... no le importara más.
—De no haber sido por Petra, probablemente no lo habrías hecho.
Erwin parpadeó y volvió la vista a él.
—¿Petra?
Félix se removió en su asiento, incómodo. Si Erwin no lo conociera tan bien, se atrevería a justificar su comportamiento con los nervios de no saber cómo tratar la pérdida de su brazo, cómo abordar el tema. Pero Félix jamás había sido tímido con él, no en varios sentidos. Félix era directo, astuto, a veces dejaba que su boca dijera lo primero que se le ocurriese y que las consecuencias se jodieran.
Aquel Félix, pudo darse cuenta, no era el Félix que dejó en la cima del Muro Rose. No era el Félix que había conocido por años y al que se había vuelto tan cercano que a veces, su ausencia era realmente palpable.
Es un noble, se dijo, y si está nervioso es por algo. Debe ser por algo.
Es Félix, se contradijo, es Félix. ¿Cómo es posible que desconfíe de él?
—Me envió una carta hace unos días contándome lo ocurrido —por un momento, el rostro se le deformó en miedo mientras le miraba atentamente el brazo perdido—. No... no pude responder, así que tuve que aguardar hasta poder venir.
¿Por qué? ¿Qué te impidió hacerlo? Eres el tipo de hombre que correría a auxiliar a sus amigos, a Petra y a Eld, a Hange. A mí. ¿Qué te impidió venir? ¿Estás diciendo la verdad, o es solo una mentira? ¿Has estado mintiéndonos, Félix?
No supo muy bien cómo sentirse al respecto; su mente aún estaba atrapada entre sí Félix era o no un traidor, y la confusión de los últimos días y todo lo ocurrido en Stohess, en el territorio de María, todo eso parecía volverse una neblina en donde se quedaba atascado gran parte del tiempo. ¿Le había él pedido a Petra que lo hiciera, que le informara a Félix? Recordaba haberlo hecho, y aún así, aquello no le quitaba de encima la incertidumbre que sentía.
Es un noble. Los nobles saben más de lo que creemos. ¿Lo sabrá él también?
Se quedaron en silencio por un momento y el único sonido que alteraba remotamente la paz de esos minutos era el cantar de unas avecillas en el exterior de su ventana al igual que los ruidos que Trost en persona producía. Había niños riendo en las calles y mujeres que charlaban tranquilamente con más mujeres, hombres que vociferaban al verlas pasar.
Había vida en aquel lugar.
Félix miraba por la ventana con gesto perdido; sus ojos se movían de aquí allá, pero no veían, no de la misma manera en la que Erwin lo veía hacer cada vez que cabalgaban fuera de los muros hacia lo desconocido.
—¿Qué hay de tu transferencia? —su voz pareció despertarlo del ensueño en el que parecía haber estado—. ¿Ha ido todo bien? ¿Te instalaste ya?
Le vio apretar los labios y forzar una sonrisa.
Erwin se sintió extraño al verla.
—Todo fue bien. He estado entrenando con ellos estos días, aunque Nile no parece acostumbrarse a mi presencia en su prístina división —rio y el sonido le fue más sincero, provocando que una sonrisa se le escapara a él por igual—. Creo que aún me guarda un poco de rencor.
—Difícil no hacerlo —comentó, recordando la velocidad con la que Félix despojó a uno de los hombres de Nile de su rifle.
Aquel día, Erwin fue incapaz de reconocer el fuego en los ojos de Félix, la determinación en sus facciones que solo le veía en ocasiones. Aquel día, Félix le había recordado un poco a Levi; veloz, mortal, peligroso.
—Probablemente te guarde rencor de por vida.
—Nah, está bien. Está en todo su derecho. Creo que me lo merezco.
La sonrisa le había desaparecido, y la línea que formó su boca exclamaba incomodidad en toda su gloria. Miraba el suelo en ocasiones, con el ceño fruncido que le enmarcaba el cansancio apenas asomándose tras sus facciones.
Erwin sabía, de alguna manera, que lo ocurrido aquel día había sido por él.
Lo hizo por protegerme. Le había dado vueltas al asunto por casi dos horas, después de la reunión que tuvo con el gobernador de Stohess, justo antes de que les llegara el informe del titán oculto en el muro. Era su comandante, y el instinto de algunos se basa en eso; me protegen por que soy su superior, pero Félix...
Había habido rabia en sus ojos, fuego. Los nudillos se le habían vuelto blancos del agarre en el rifle, y en más de una ocasión le pareció que incluso Félix terminaba por sorprenderse de sus acciones. Como si no lo hubiera visto venir. Me protegió aquel día, a pesar de que los hombres de Nile lo apuntaban a él, se mantuvo firme en su decisión.
No le gustaba ese «me lo merezco», no le gustaba la manera en la que torcía la boca de Félix mientras se le curveaba en disgusto.
No le gustaba tampoco que le evitara la mirada.
—Pero está bien, supongo —dijo tan a prisa que por un momento lo confundió, pero vio que el rostro se le había suavizado—. Me han dicho que puedo ir a ver mi madre más seguido, así que supongo que es suficiente.
—¿Por qué te transfirieron? —la pregunta se le escapó antes de poder pensarlo bien y se reprochó internamente por apresurarse a preguntar lo que quizás no querría saber—. Levi dijo que Damián Jovan fue quien te convocó a una reunión.
Félix volvió a removerse, pero esta vez había una tensión en sus hombros que no estaba allí antes. Por el rostro le caían sombras que no tenían cabida ahí, y los labios se le fruncieron hacia abajo.
—No me lo dijeron, no exactamente —le respondió con la voz igual de tensa—. Supongo que es porque finalmente se decidió a no darme más tiempo y comprometerme con su hija de una.
Erwin sintió que un agujero se le abría en el pecho, sin saber exactamente por qué.
—¿Comprometerte? —le pareció que su voz le sonaba un poco ahogada, o quizás fuera solo su imaginación. Erwin se removió entre las sábanas y estiró su pierna bajo de ellas—. Suena anticuado, y no me parece una buen razón para arrastrarte a la Policía Militar.
Dime que no es verdad. Dímela. Si lo haces, podría ayudarte. Podría sacarme de encima este miedo de no poder confiar en ti.
Porque Erwin había pasado mucho tiempo a solas y en cama como para ahogarse en dudas, unas que normalmente no tenía, y la verdad es que estaba desesperado.
—Soy de sangre noble, ¿crees que ellos necesitan una verdadera excusa para hacerlo? Podré ser ilegítimo, pero a sus ojos eso aún tiene valor.
Félix escupió la palabra noble con un veneno que rara vez se le escuchaba, pero Erwin había escuchado ya mucho sobre sus problemas con ellos como para no saber que el conflicto que el otro hombre sentía para con la nobleza iba más allá de estatus.
Hange se lo había dicho ¿cierto? Que por más que Félix fuera un noble, ni él ni nadie lo habían considerado como tal jamás.
Se sintió aliviado casi al instante, porque el disgusto de Félix era genuino, siempre lo había sido, y aquello podría ser una buena señal.
Erwin permitió que se le relajara un poco la postura, y sus hombros cayeron de inmediato con alivio. Una sonrisa le creció en el rostro y por fin, un poco de la incertidumbre se le fue de la mente.
—De ser así, no te quedaste de brazos cruzados —se inclinó un poco hacia el frente y apoyó sus dos brazos sobre las cobijas, relajándose aún más. Félix le miró curioso—. Te conozco, y estoy bastante seguro de que no permitiste que Damián Jovan se creyera ganador tan pronto.
El rostro de Félix se contrajo en una mueca, una que oscilaba entre satisfacción, asco y un poco de vergüenza.
No era en absoluto lo que Erwin esperaba recibir; lo que le siguió, menos.
—Hah, claro que no —dijo en una voz tan suave que le llegó a los oídos como una caricia. El otro chico ladeó el rostro de vuelta a la ventana—. Me acosté con su hijo esa misma noche y me aseguré de que él lo supiera.
La habitación se quedó en silencio.
Erwin... no supo cómo sentirse al respecto. Parpadeó un par de veces y aguardó otro momento, mudo. La revelación flotaba entre ambos como un mal chiste, pendiendo de un solo hilo que les caía encima como una nube gris que presagiaba tormentas. De nuevo se sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo que lo privó de oxígeno por un segundo demasiado largo.
—¡Fue tan divertido! —exclamó el azabache con un toque de amargura enlazado en su tono, y la sonrisa que se le curveaba en los labios estaba mal en todos los sentidos—. Deberías haber visto su rostro cuando vio las marcas en el cuello de Tomm, ¡y su hermana!
Una carcajada que le dió escalofríos pareció ser directamente arrancada del fondo de su garganta, traída directamente desde su pecho. Aún miraba a la ventana, pero a través del reflejo se le veía el rostro quebrándose en una sonrisa bastante déspota como para pertenecer a Félix.
—Se echó a llorar cuando nos vio por la mañana —le dijo, parpadeando lentamente y ocasionando que Erwin quisiera tomarlo de los hombros y sacudirlo para hacer que entrara en razón—. ¿Te lo imaginas? Dios, habría matado por enmarcar sus reacciones. ¡Y la de Tomm! ¡Tan avergonzado!
Volvió a reír, llevándose una mano al rostro y cubriéndose la boca y parte de las mejillas con ella.
Su traicionera mente evocó la imagen del chico Jovan, el que había visto en una sola ocasión; cabellos dorados en un desorden que parecía casi a propósito y unos ojos que le hacían competencia al más claro de los cielos, todo eso embutido en un rostro atractivo, joven. Podía verlo a lomos de un purasangre gris que solo conseguía acentuar un estatus muy por encima del suyo, uno que atraía personas como abejas a la miel.
Félix y él habían hablado con una facilidad que se le hacía extraña en personas que apenas y se reconciliaban después de tantos años de estar en contra del otro. Hubo una simplicidad en sus diálogos aquel día en Stohess que aún conseguía dejarlo perplejo, porque las únicas personas que conocía que eran capaces de entablar una conversación así de fluida con el hombre de cabellos oscuros era algo reducida, a pesar de que Félix fuera genuino y agradable la mayor parte del tiempo.
Aquel día en Stohess, habían estado hablando de otra chica con la que el Jovan tuvo una cita. También hablaron de su madre, de Talisa Kaiser y lo que sería sensato hacer por ella una vez estuviera sana y salva en la residencia donde vivía.
Por alguna razón, Erwin había guardado esa pieza de información en alguna parte de su mente. Té de manzanilla con una cucharada de miel, el favorito de su madre.
Para cuando volvió en sí, tenía la mandíbula apretada con tanta fuerza que una descarga de dolor le recorrió el rostro.
Ahora entendía esa reacción, ese sonrojo. Félix tenía las mejillas ligeramente coloradas, aunque el sonrojo se alojaba primordialmente en la base del cuello y muy probablemente, se extendía hacia abajo.
Erwin se tragó lo que sea que estuvo a punto de decir, y aunque le supo amargo y más que un poco doloroso, se forzó a mantener la sonrisa en el rostro. Se dijo que no tenía porqué, que las personas con las que Félix se relacionara no eran asunto suyo ni lo serían jamás. Ya no era nadie para él, solo un comandante más de la Legión de Reconocimiento al que le debía nada pero respeto. Eventualmente, Félix se acomodaría en su nuevo cargo y llevaría a cabo sus tareas con la misma eficiencia con la que las hacía bajo su mando.
Erwin no era nadie especial, y eventualmente, Félix se olvidaría de él.
Volvió a mirarlo, solo para descubrir que toda diversión, todo rastro de risa, le había desaparecido del rostro y dejaba detrás esa amargura con la que habló anteriormente, permitiendo que en su rostro, aparte del sonrojo, se tintara un poco de… autodesprecio.
Erwin parpadeó con lentitud, permitiendo que el silencio se extendiera y que la risa ahogada de hace unos momentos se desvaneciera de a poco, dejando tras de sí un único eco que parecía no querer irse del todo. Tragó saliva, indeciso, sabiendo que tras toda la conversación se ocultaba también el motivo por el que Félix tuvo que venir a verlo.
Debería decir algo. Debería decir algo en esos momentos. Debería abrir la boca y simplemente dejar que ese torrente de inseguridades le salieran a chorros por la boca. Debería hablar y hablar y hablar, y quizás explicarle lo que estaba ocurriendo o lo que podría ocurrir, las deducciones de Hange, los miedos que los tres tenían. ¿Sabría ya sobre Mike? ¿O se habría dado cuenta al entrar al cuartel y no haber sido recibido por él?
¿Debería pedirle perdón por haberlo dejado atrás? ¿Por haberle gritado, por haberle hablado como lo hizo? ¿Pedirle que volviera, que mandara a la Policía Militar al diablo?
¿Debería... Decirle la verdad?
Aquel silencio en el que estaban envueltos presionaba sus hombros con manos fantasmagóricas que le causaban escalofríos.
Erwin suspiró.
—Escucha, Félix —comenzó, sintiendo que era empujado hacia abajo, abajo, abajo—. Acerca de nuestra discusión el otro día...
—Déjalo, no importa ya —Erwin alzó la cabeza de golpe. Félix le sonrió cansino, alzando su mano y moviéndola de lado, como si quisiera detenerlo físicamente—. Tenías razón de cualquier manera. No había manera de justificarme y a mis acciones. Conseguiste traer a Eren de vuelta, a salvo, y eso es suficiente.
Hubo un costo, aunque no hizo falta que se lo dijera. Él estaba ahí en carne y hueso, no completo pero sí vivo, y la prueba de que habían salido triunfantes una vez más residía enteramente en sí mismo y en las pérdidas sufridas otra vez en la Legión, y en los pocos cadáveres con el unicornio en las chaquetas.
—Él... está bien, ¿cierto? Eren, ¿está bien?
Genuino. Se veía dolorosamente genuino.
—Sí —respondió él en un murmuro—. Eren se encuentra bien.
Félix suspiró, y esta vez, la sonrisa que le cruzó los labios fue más real, más sincera. Todo rastro de incomodidad se le borró del rostro y se disolvió en esa genuina sonrisa que alcanzaba a brillar los colmillos, dejando tras de sí la apacible expresión que le era tan común del otro hombre. Erwin, a pesar de las circunstancias y de lo anteriormente discutido, se encontró a sí mismo relajándose, casi fundiéndose con la cabecera y las almohadas que lo sostenían, permitiéndose disfrutar de la compañía y la presencia de Félix por lo que bien podría ser una última vez.
—Entonces, Tomm Jovan…
—Ah, sí. Un… —el azabache tragó saliva y desvió la mirada, llevándose una mano al cuello. Lucía terriblemente culpable—. Sí, pero… No quiero hablar de eso.
—Entiendo.
La verdad no lo hacía. No entendía mucho de lo que pudo haber ocurrido en esos pocos días en Stohess mientras que él se recuperaba en Trost. Era como estar todo un mundo aparte, y por lo que él sabía, más cosas podrían haber ocurrido en su ausencia de las que él no sería parte.
Era extraño, un poco. Pensar que ahora él y Félix llevarían vidas a parte el uno del otro del mismo modo en el que lo fue antes de esa noche en su oficina, en donde una deliciosa taza de café y un par de galletas envueltas en una servilleta sirvieron para alzar un puente entre ambos.
—Pero deberías hacerlo —se encontró a sí mismo diciendo, con el ceño levemente fruncido—. Independientemente de la situación y de lo que los llevó a estar juntos, la manera en la que te expresaste hace unos momentos…
Félix gruñó, llevándose ambas manos al rostro para cubrirse con ellas.
—Lo sé —respondió el azabache, sorprendiéndolo cuando la respuesta fue mitad quejido mitad grito, como un gato pidiendo atención a siseos—. Mierda, lo sé, es solo… ¡Todo ha sido tan extraño y-! ¡Y Tomm es lindo, okay, y nos llevamos bien, y es genial poder ser amigos, pero-!
—Así que te arrepientes.
—¡No! Digo, ¡Sí! —volvió a gruñir, tirando sus brazos hacia arriba en exasperación—. No lo hago. Sería injusto arrepentirme de eso cuando él lucía… tan… ¿Feliz? Ugh.
Lo vio hundirse en la silla, con los hombros encorvados.
Erwin asintió con lentitud, tratando de comprender la situación y tal vez de analizarla de una distinta perspectiva.
—Entonces… Quizás no te arrepientes de pasar la noche con él —dijo él lentamente, suprimiendo el incomprensible lengüetazo de rabia que se cerró alrededor suyo—. Pero sí de… Hacerlo por los motivos por los que lo hiciste.
—¡Exacto! ¡Sí! Fue injusto de mi parte tomar provecho de mi enojo hacia su padre y mi quizás, existente, muchas veces palpable disgusto hacia sus estrategias de querer comprometerme con su hija. El hombre debería rendirse ya, nunca lo voy a hacer, Dios santo —un momento saltaba de emoción, y al otro se volvía a hundir en la dureza de la silla sobre la que se sentaba. Erwin, perplejo y quizás un poco perdido, no hizo nada más que asentir—. ¿Por qué mierda insiste tanto, uh? En serio deberías haberlo visto esa mañana. Me sentí tan mal cuando debí abandonar a Tomm a su merced y huir hacia el cuartel lo más rápido que pude.
Entonces, el rostro se le deformó un poco, y sus expresiones, que se habían basado enteramente en vergüenza y enojo, se retorcieron hasta volverse culpabilidad, miedo.
Erwin parpadeó, lentamente y quizás con un poco de duda aún, y bajó la mirada hacia las sábanas que lo cubrían. Se preguntó exactamente qué estaba logrando con esa charla, y por qué la había iniciado en un principio. Félix había querido dejar el asunto y él fácilmente lo trajo de vuelta para… ¿Para qué, exactamente, y con qué propósito?
Félix, ajeno al debate en su interior, suspiró como si un gran peso se le hubiera ido de los hombros y tildó la cabeza ligeramente hacia atrás, lo suficiente para poder apreciar la vista que la ventana junto a ellos ofrecía. Jugueteaba nerviosamente con sus dedos.
—Por lo demás... Creo, creo que las cosas han estado bien.
El Comandante asintió, finalmente alejando su mirada del otro hombre en dirección al muro frente a la cama y a la puerta en el. Casi deseaba que alguno de los otros chicos viniera a visitarlo, que Petra entrara y se deshiciera de la extraña atmósfera.
—Hey, nunca te pregunté esto pero… ¿Estás bien?
Erwin lo miró de reojo, decidiendo que dejarlo ir, el tema eso es, por el momento era lo mejor. Se recargó un poco contra las almohadas y asintió.
—Lo estoy. Gracias por venir.
—Seguro —le respondió el otro, encogiéndose de hombros casualmente—. No hay problema. Para eso están los amigos.
Félix le sonrió, solo un poco, puntuando sus palabras con una leve intensidad que parecía ser más para él que para Erwin, e independientemente de ello, el rubio le sonrió de vuelta.
—Por cierto, ¿qué hay con la barba, uh? —le preguntó el azabache mientras se ponía en pie y se acercaba al borde de la cama, hincando una rodilla sobre el colchón para inclinarse hacia él—. ¿Tratas de hacerle competencia a Nile ahora?
Estiró su brazo y una de sus manos le acarició con suavidad la mandíbula y el repentino tacto le causó escalofríos. Erwin no sabía si tensarse, si alejarse. No sabía qué hacer mientras Félix le acariciaba el rostro y le miraba con esa radiante sonrisa a la que tan acostumbrado estaba.
Era muy distinta a la que portaba hace rato.
—Trato de marcar una tendencia —le respondió en broma, tildando un poco la cabeza. Los ojos de Félix fueron a parar a los suyos—. ¿Qué? ¿Acaso me veo mal?
El otro se carcajeó un poco, el sonido repleto de un sentimiento de paz del que carecía momentos atrás, y dejó caer su mano para después tenderse a un lado suyo en la cama. El colchón se hundió aún más, y Erwin tuvo que moverse hacia un costado para cederle más espacio.
Con eso, supo él, el estrés, miedo e incertidumbre, la amargura y el desprecio, todo quedaba olvidado. Por lo menos hasta que el mundo real los reclamara nuevamente.
—Dios —murmuró Félix, sin aliento—. ¿Quieres que te sea sincero?
—Creí que siempre lo eras.
Félix volvió a reír y el sonido fue como una canción a sus oídos.
—Te ves bien —le dijo mientras le quitaba una de sus almohadas y la echaba hacia arriba, la atrapaba y volvía a lanzarla—. Te hace ver... mayor. Más atractivo, creo yo.
—¿Oh? ¿Es eso, entonces? —le preguntó Erwin con un toque de diversión, mirándole con ambas cejas alzadas—. ¿Te atraen los mayores, uh?
Félix sonrió con una especie de sonrisa que nunca antes había visto.
—Quizás —¿Era acaso su disfuncional cerebro, o Félix sonaba demasiado orgulloso?—. No voy a negar que son ellos los que tienen más... Experiencia.
Félix, presumido, vanidoso, sonrió ampliamente y le guiñó el ojo.
El color le subió a las mejillas de golpe, y estaba bastante seguro de que se estaba por ahogar con su propia saliva. Félix, a un lado suyo y completamente en paz consigo en la cama, hundió la cabeza en las almohadas y lanzó una sonora carcajada. Erwin se llevó la mano a la boca y se la cubrió con ella, tratando de cubrir el color rojizo en sus mejillas, la sonrisa avergonzada que le cruzaba el rostro de hito a hito.
El rubio se removió entre las cobijas hasta chocar contra la cabecera y, quitándose la mano de encima del rostro, jaló una de las almohadas de debajo de la cabeza del azabache y la utilizó para darle un golpe en el rostro. Las carcajadas cesaron al instante.
—Deja de hacerme burla, ¿qué acaso no ves que ahora estoy discapacitado?
—Oh por favor —le exclamó mientras empujaba la almohada fuera de su rostro, enderezándose solo un poco. Se le había desordenado el cabello aún más y los ojos le brillaban—. Te estoy diciendo la verdad. Tienes un aspecto muy varonil, por más reciente que sea esa pelusa en tu rostro. Me gusta.
Félix volvió a extender una mano para acariciarle la mandíbula, gentilmente trazando los bordes con la yema de sus dedos.
Y esta vez, Erwin no tuvo que pelear contra un sonrojo inoportuno.
Desde donde se encontraba sentado, ladeó un poco su rostro hacia donde se encontraba el otro, a su derecha, y se inclinó levemente. Félix le dedicó una pequeña sonrisa, una de esas que rara vez se le veía, y el suave toque de sus dedos sobre su piel dejó marcas invisibles para ambos, pero ahí. Existentes.
—Pero si no te gusta —murmuró mirándole a los ojos, con la voz igual de suave que su tacto—. Puedo afeitarla por ti, si quieres.
Le brillaban los ojos y se los resaltaban de un hermoso color esmeralda. En alguna ocasión Erwin los había comparado con el tallo de una flor recién a abrir sus pétalos, pero en esos momentos le recordaron al color del césped al amanecer o después de una tormenta, brillando con el rocío de la mañana o por las gotas de lluvia. La mata de cabellos oscuros le caía en desorden por los costados y un par de mechones oscilaban por encima de sus cejas, irrumpiendo en su frente con facilidad.
Erwin negó lentamente, no queriendo sacarse de encima esos dedos aún.
—Tal vez pruebe a dejármela por unos días —los dedos danzaron sobre su mandíbula y ascendieron un poco, rozando sus comisuras. Tuvo ganas de moverse un poco, solo un poco, y comprobar si eran en realidad tan suaves como le parecían—. Quién sabe, quizás obtenga un par de cumplidos por el esfuerzo.
Félix se deslizó de vuelta a la cama entre carcajadas y sus dedos pasaron a enredarse entre sus mechones oscuros.
Erwin lo observó, contemplando en silencio la expresión llena de alegría en él, las pequeñas arrugas que aparecían alrededor de sus ojos al cerrarlos para carcajearse con una simpleza que seguía sorprendiéndole incluso en esos momentos.
Los pequeños rayos de sol que alcanzaban a tocarlo le realzaban esas pequeñas cosas que a Erwin le gustaban.
—A Levi no le gustará —dijo una vez se calmó, aún sonriendo.
—No, probablemente intente quitármela mañana.
El azabache chasqueó la lengua.
—Enano obsesivo —murmuró—. Solo porque a él no le quedaría bien.
—Cierto —dijo él, llevándose la mano al mentón, simulando divagar aún más en el tema—. ¿Crees que sienta envidia? ¿O quizás alivio? Levi es muy pulcro, probablemente también esté afeitado ahí-
Félix se enderezó, tomó una almohada y se la estampó en la cara.
Esta vez fue su turno de reírse, el sonido siendo parcialmente ahogado por la almohada presionada contra su rostro.
—Cierra la boca. No quiero pensar en qué zonas le nace vello a cierto soldado de la humanidad, muchas gracias.
—Bien, bien lo siento. No lo repetiré, nunca más.
Félix le miró con molestia medio fingida, pero al final apartó por completo la almohada y se sentó junto a él, con la espalda encorvada. Permanecieron en silencio otro rato, simplemente disfrutando la compañía del otro y la calma que venía al estar juntos.
Erwin aún podía sentir el fantasmal toque sobre su rostro, cortesía del chico a su lado. Dedos que recorrían con avidez la incipiente barba, delicados y de tacto suave y cálido.
El silencio sobre ellos los permeaba de una manera que podría haber sido opresiva, pero Erwin se forzó a empujar aquella sensación hacia abajo. Si estos serían sus últimos momentos junto a Félix, no quería que se convirtieran en incomodidad y fastidio; habían estado juntos por muchos años, siempre el uno junto al otro, y aunque la idea de apartarse del hombre más joven aún le resultaba extraña y más que un poco dolorosa, no existía ninguna otra opción de momento.
Era eso o posiblemente, provocar la ira de Damián Jovan.
Erwin volvió a mirarlo por el rabillo del ojo, notando que a pesar de que parecía volver a estar distraído, Félix tenía la mirada perdida en el exterior tras la ventana. El verde en sus ojos brillaba con una melancolía que le estrujaba el pecho, y aunque tenía una mano oculta bajo las sábanas y la otra enterrada en sus oscuros mechones, ambas le temblaban.
Tomó un profundo respiro, ligeramente tembloroso, y estiró su otro brazo hasta poder alcanzar la mano que permanecía oculta bajo las sábanas. Estaba cálida cuando la tomó entre la suya, y fue capaz de sentir los pequeños callos que se le habían formado en la palma con el pasar de los años.
Félix movió su mirada hacia él deprisa, y Erwin notó con satisfacción que la punta de sus orejas se había coloreado de un suave color rosado.
—¿Te encuentras bien?
—Algo estresado. Confundido, también —no le estaba contando toda la verdad, se lo decían sus ojos. Pero Erwin mismo tenía secretos, y Félix estaba en todo su derecho de tener los suyos—. Pero voy a estar bien, no te preocupes por mi, Erwin.
La sonrisa que le obsequió no alcanzaba sus ojos del todo.
Vaga e inconscientemente, Erwin entrelazó sus dedos, y solo por una fracción de segundo el mundo se sintió mejor y el cielo estaba más brillante, y sintió como si todo estuviera bien. Félix lo miraba con una expresión extraña en el rostro, una que no pudo describir muy bien; le parecía una mezcla entre esperanzado, dolido y un poco dudoso.
Fue él quien deshizo el lazo entre sus manos, soltando tan de repente su mano que por un momento, Erwin se sintió perdido.
Félix suspiró, y Erwin volvió a mirarlo con la peculiar esperanza de que fuera para volver a hablar, para retomar su conversación y simplemente olvidar que el mundo fuera de esas cuatro paredes existía. Pero el azabache se enderezó sobre el colchón y se le encorvaron los hombros, derrotado.
—Tengo que irme —dijo con voz decaída, y esa tensión volvía a formarse alrededor de sus hombros—. Solo pude salir del cuartel por un rato, y aún quiero ver a Petra y a Eld, quizás a Hange. Y, ya sabes, despedirme.
Despedirme. La situación volvía a tener sentido. El viaje a María, Eren y el Acorazado y Félix, su transferencia y su posible espionaje, su complicidad. Pero, a diferencia del otro día, sus muros no subieron y las defensas se quedaron hechas añicos. Erwin no trató de protegerse ante la idea de que Félix pudiera haber estado fingiendo con ellos, espiando para otros. Esta vez había una seguridad, profunda en su pecho, de que Félix jamás les haría algo como aquello.
—Hange salió a petición mía y no se encuentra por aquí, pero Petra sí —y aún así, no podía revelarle lo extenso que sus planes iban. Las órdenes que había dado—. Se ha estado tomando la molestia de quedarse aquí para asegurarse de que todo esté en orden.
—Bien —fue lo que dijo en lugar de lo que había estado a punto de—. Iré a buscarla entonces.
Erwin alzó la vista con el eco de su propio corazón marcando un ritmo contra sus oídos.
—Cuídate, Erwin —una de sus manos cayó sobre su hombro, el derecho, y la sonrisa en su rostro fue aun más luminosa que las anteriores—. Deja de cometer tantas estupideces y asegúrate de estar tan completo como puedas para cuando vayan a recuperar el resto de nuestro hogar.
Y aún así...
Erwin sonrió levemente.
—¿Estás diciendo adiós, Félix?
—Bueno, yo siempre he sido sincero contigo —no había duda en sus palabras, solo una extraña, amarga seguridad en ellas que resultaba hiriente—. Sabes como es esto.
Lo sé, pudo haber dicho. Sé que no volverás, y que no solo estás diciéndome adiós. Te estás despidiendo, porque después de esto, tal vez no volvamos a saber mucho el uno del otro.
Si todo sale según lo planeado, si Hange me lo confirma y las cosas se desmoronan antes de tiempo, entonces, tal vez, terminemos enfrentándonos el uno al otro.
Tal vez.
Tomó la mano de Félix que descansaba en su hombro entre la suya y le dio un apretón antes de soltarla. Le sonrió, también.
—Lo sé.
Cuando partió, cuando la habitación se quedó a solas y en silencio, la calidez que había estado allí antes se la llevó con él.
━━━
Petra estaba hurgando entre un montón de libros y papeles sueltos cuando Félix la encontró.
Le parecía una eternidad desde la última vez que la vio; en la cima del muro mientras Erwin le decía que permaneciera detrás.
Echó un largo vistazo a ambos lados en el pasillo antes de ingresar a la habitación y cerrar la puerta tras él, los goznes rechinando cuando encajó en su sitio. Petra se enderezó de golpe y se giró con un par de papeles en una mano y un lapicero en la otra, la desastrosa pila sobre el escritorio en la que anteriormente hurgaba cayendo suavemente hacia un costado.
En cuanto lo vio, Petra sonrió.
—¿Oh? El hijo pródigo ha vuelto.
Se rio tranquilamente, el sonido apenas y surgiendo del interior de su garganta.
—Vine a ver cómo estaba el Comandante —dijo mientras se encogía de hombros, viendo como la ceja de Petra se alzaba lo mínimo y una juguetona sonrisa le crecía en la boca—. Pero, uh, en realidad quería hablar contigo.
La pelirroja asintió quedamente.
—¿Es importante?
—Es… Sí, bastante. Muy, muy importante.
—Si es sobre tu transferencia, eso ya lo sé. Lo sabe todo el mundo.
Como si aquello fuera motivo de preocupación. Félix avanzó más hacia el interior de la habitación y se puso a acomodar los pocos papeles que habían caído de la pila cuando interrumpió a Petra. Los juntó en un montón y los enderezó, los golpeó tres veces contra la superficie del escritorio y los colocó en una nueva pila, junto a la interior. Hizo lo mismo con los libros.
A veces, cuando las tardes se volvían estresantes, se pondría a acomodar el escritorio de Erwin si sentía que comenzaba a convertirse en un verdadero desastre. Nunca había muchos papeles a menos que fuera después de alguna expedición, con los reportes de lo ocurrido durante ella o los informes de bajas y pérdidas. Contrario a creencia popular, Erwin solo era pulcro con su apariencia, y cualquiera que pasara suficiente tiempo con el hombre se daría cuenta de eso.
Era costumbre, pudo darse cuenta él en cuanto entró en un ritmo que le era favorable. Era costumbre, pero también liberador, y le ayudaba con el estrés.
Y en esos momentos, estrés y miedo e inseguridades era todo lo que sentía.
—Vas a tener que ayudarle a organizar un par de cosas, especialmente si pierde la noción del tiempo y se hunde en papeles —comenzó a decirle en voz baja, pero su volumen fue creciendo de a poco. Hablaba mientras continuaba acomodando las cosas—. Después de alguna expedición, es usual que haya muchos reportes y algunas protestas, especialmente de los administradores en cargo.
Sus dedos rozaron la tapa de algún libro que acomodaba, y por un momento recordó en dónde habían estado posados momentos antes, qué habían sostenido.
—Félix...
Tragó saliva con dureza, porque había algo ahí que le estorbaba. La punta de los dedos le hormigueaban un poco.
—Cuando Hange entregue algo, espera unos momentos para que ambos puedan prepararse mentalmente —se dio cuenta de que la voz le temblaba, y que una ligera sacudida le corría por los dedos mientras enderezaba unos lapiceros—. Tiende a quedarse dormido en su asiento, pero es capaz de despertar con una bofetada, o si tienes una taza de café contigo, mejor. Me aseguraré de enviar alguno granos de la Capital, esos le gustan mucho.
Petra suspiró.
—Fé —murmuró ella a espaldas suyas, tomándolo de los hombros. Su voz se distorsionó un poco y por un momento, creyó escuchar a Catia.
Petra lo giró con lentitud mientras el agarre que mantenía sobre él se aflojaba, pero jamás lo dejaba. En el rostro de la mujer se desdibujaba una pequeña sonrisa, aunque Félix la veía algo borrosa.
—Es un idiota con malos hábitos, y algunos de ellos se te van a pegar, así que ten cuidado —por alguna razón, sentía los ojos acuosos—. Sabe mentir muy bien por lo que vas a tener que aprender a leer esos pequeños gestos suyos, como cuando alza una de sus cejas en el medio de una conversación, que quiere decir que encontró algo interesante, aunque no lo quiere mencionar. Te caerá mal al principio, pero terminarás amando su compañía, enserio. No miento.
Petra lo rodeó con sus brazos y empujó de su nuca hasta que descansó su cabeza en el hombro de ella, pequeños temblores sacudiéndolo mientras se tragaba el nudo en la garganta y lo empujaba hacia abajo, en donde no le causaría más daño del necesario.
—Vine aquí a decirte algo importante y en lugar de hacerlo me puse a balbucear tonterías, perdón —¿Aquella era su voz? Sonaba... Extraña. Ahogada. Desesperada—. Perdón, lo lamento, es solo que-
—Está bien, está bien. No te preocupes —Petra le enterró los dedos con suavidad entre los mechones mientras le acariciaba la espalda, y Félix se encargó de murmurar disculpas contra su hombro—. Déjalo todo fuera, no hay problema.
Se pasó un rato en sus brazos, escondido del mundo exterior dentro de aquella habitación mientras Petra le contaba tonterías al oído. A veces Félix se reiría o ella lo haría, y más seguido que no terminaría en él soltando otro poco más de lágrimas o sorbiendo la nariz antes de deshacer el abrazo y tomar un poco de distancia.
Enseguida, Petra le ofreció un pañuelo y se giró, dándole la espalda, para darle unos pocos momentos para poder recuperarse. Se limpió lo mejor que pudo las lágrimas y desechó el pañuelo usado, recordando vagamente que Levi había tenido el mismo gesto con su madre durante lo ocurrido en Stohess.
No había conseguido devolverle el pañuelo, y a esas alturas dudaba poder hacerlo.
Tomó bocanada de aire tras bocanada de aire, tratando de regular su respiración y deshacerse de esos temblores que le sacudían el pecho cuando creía que estaba listo para hablar.
Afuera había sol, pero unas pequeñas nubes comenzaban a formarse a su alrededor y aquello no le gustaba. Si cuando saliera del edificio el viento se alzaba si quiera un poco, entonces podría significar lluvia. Y de Trost a Stohess el camino sería largo, especialmente si pretendía llegar antes del anochecer, lo que comenzaba a verse como una posibilidad lejana con el pasar de los segundos.
Petra aguardó con paciencia, especialmente cuando corrió con cuidado las cosas que recién había organizado hacia un costado para poder sentarse sobre el escritorio.
Tal vez, con ella, lo mejor sería empezar desde el principio.
—Estoy… estoy pasando por un momento un poco difícil —comenzó a decir en un suspiro, atrayendo la atención de la pelirroja enseguida—. Hace, uh. Hace poco me enteré de que mi amiga de la infancia falleció, y uh... Ha sido difícil, supongo.
Difícil, pensó, y el agujero en su pecho creció un poquito más. Difícil no alcanzaba a cubrir lo doloroso que era saber que había tenido a Frieda por una brevedad de momentos antes de que le fuera arrebatada cruelmente.
Difícil no encapsulaba por completo cuán devastado se sentía, cuán complicado era aceptar que ella ya no estaba y no estaría jamás.
Difícil era una palabra muy corta, muy sencilla, muy insignificante que no le hacía justicia a lo que realmente sentía. A lo que la situación realmente era.
Petra lo miró con ojos tristes, pero cuando hizo amago de acercarse a él, estirando una de sus manos para colocarla sobre su hombro, Félix en lugar la tomó entre las suyas y le dió un firme apretón, uno que ella devolvió al instante. El azabache sonrió, una débil mueca a la que apenas se le podía llamar sonrisa, y la dejó ir.
Félix se tomó un segundo, uno solo para decidir.
Sabía qué decir, sabía por qué. Sabía que sus motivos podrían ser débiles, que las circunstancias no eran las mejores. Él sabía que su mejor opción era el hombre recuperándose en cama, en la mujer obsesionada con conocimiento.
Prácticamente cualquier persona sería una mejor opción que Petra, y aún así…
Alzó la mirada hacia ella, casi cohibido, y se dijo que su decisión era la correcta. Que en Petra podía confiar mejor que en cualquier otra persona.
Incluído Erwin.
—Yo… Petra —comenzó a decir con inseguridad—. Petra, lo que voy a decirte... No puedes decírselo a nadie.
Ella parpadeó con lentitud.
—A nadie. Ni a Erwin, ni a Eld. Absolutamente nadie debe enterarse, ¿de acuerdo?
No dudes, no dudes, no dudes.
No podía. No ahora. No cuando ya había tomado una decisión. Pero sus acciones tuvieron consecuencias, ¿qué le aseguraba que decirle a Petra no traería más consigo?
Decirle o no decirle, esa era la cuestión.
Había ido allí con esa intención. La había buscado a ella por eso.
Antes, cuando todo parecía más sencillo, había admirado demasiado a Petra Ral por haber sido lo suficiente afortunada para ser seleccionada por el capitán Levi como parte de su escuadrón. Se había sentido orgulloso, feliz, y esa admiración suya terminó por convertirse en afecto cuando se dió cuenta de cuán valerosa era la mujer. Aquello no cambió ni siquiera cuando las expediciones se volvieron más osadas, cuando María cayó. Petra siempre había estado a la orilla de sus sentidos, esperando.
Aguardando por algo.
Después de la expedición, después de Stohess, del titán en el muro, y después de todos esos días que habían pasado sin verse el uno al otro, Félix sabía.
Petra no debería estar viva.
Lo sabía con la misma seguridad con la que había sabido de Annie. La misma que lo había llevado a abandonarlos para ir en busca de Zeke por su cuenta.
Nuestra sangre es especial, recordaba que le dijo su madre hace años atrás, cuando aún era un niño fácil de herir, es especial. Está bendecida pero, en ocasiones, también está maldita.
La salvé cuando no debí haberlo hecho. Petra era importante, lo fue en el momento en que comenzó a creer en Eren, a confiar en él, pero eso no significaba que estuviera destinada a vivir. No debería haber sobrevivido. Pero yo la salvé. Vivió por mí.
Aún había un rostro ensangrentado con los ojos sin vida en sus pesadillas, y se había vuelto frecuente con el pasar de las noches.
Era más el sentimiento que nada; la afirmación que se asentaba tras sus costillas cada vez que dormía y soñaba cosas que no eran. Cuando sus sueños se volvían memorias y esas memorias, vida.
Petra asintió con una seca cabezada.
Félix se relamió los labios.
—Fue por mi padre. Él fue la razón por la que se me transfirió hacia la Policía Militar.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué haría eso?
—No lo sé, es… es complicado. Él, en realidad él está muerto —admitió por lo bajo, inseguro. Porque hablar de su padre era incómodo fuera con quien fuera. Petra jadeó, entre sorprendida e intrigada, pero no hizo amago alguno de interrumpirlo—. Pero su hermano me llamó a Stohess bajo el nombre de Damián Jovan y me dijo que no iba a permitir que nadie con su sangre siguiera ese camino. Soy "muy valioso" para malgastar mi vida en la Legión de Reconocimiento.
Lo que era mierda. Porque Félix no valía más que nadie, y que su padre hubiera sido un noble, un Reiss, no lo volvía mágicamente alguien especial.
Ser un Reiss no cambiaba nada.
—Cuando intenté negarme, dijo que haría bien en recordar quién era él y quién era yo, y en dónde se encontraba mi madre y gracias a quién.
Petra, con los ojos abiertos como dos platos, apretó los puños y golpeó la superficie de la mesa con fuerza, ocasionando que algunas de las cosas encima se sacudieran. Y a pesar de que la furia parecía chorrear de sus poros, hizo un tosco gesto con su mano para que siguiera hablando. Félix asintió, agradecido por la urgencia que parecía compartir con él; el tiempo lo tenía contado y las palabras a duras penas le salían.
—Le dije a Erwin que estaba bajo el mando de Nile, pero fui asignado a la Policía Interna —Petra no dijo nada y él se mordió el labio, repentinamente dudoso—. No... no sé por qué, pero...
No puedo decirle más. La realización lo atacó con fuerza. Si hablo de más, si Petra menciona algo... Sería su cabeza y no la mía la que van a cobrarse.
Petra no debería estar viva. Tú la salvaste, tu le permitiste conservar la vida. Cambiaste algo y ahora puede haber drásticos cambios debido a ella.
La salvaste. No debiste haberlo hecho. Pero la salvaste.
Atente a las consecuencias.
—No deberías haber vivido—fue lo que dijo, susurrándolo al temer decirlo en voz más alta—. Pero ese día... Ese día, contra Annie en el bosque de los árboles gigantes, te salvé. Intenté salvarlos a todos, y ustedes... Ustedes no deberían haber vivido. No deberían estar aquí ahora mismo. Ni tu, ni Eld, tal vez ni siquiera yo.
Se dio cuenta de que estaba llorando, otra vez. Gruesas lágrimas cálidas le bajaban lentamente por las mejillas y el nudo en su garganta le impedía hablar mucho. Estaba recargado contra el escritorio, con la mirada gacha y con los brazos colgándole inertes a los costados cuando Petra lo sujetó de los hombros y le alzó la cabeza con un dedo bajo el mentón.
Le brillaban los ojos, como si la miel en ellos se hubiera derretido en oro.
—¿Por qué nos dejaste atrás a la salida de Stohess, Félix?
Pasó saliva, empujando el nudo hacia abajo, en donde no pudiera hacerle más daño. Pero las lágrimas lo siguieron, cayendo una a una.
—El titán, en el muro —confesó en un jadeo, con un hilo de voz apenas distinguible. Petra le dio un suave apretón a sus hombros, urgiéndolo a seguir hablando—. Cuando lo toqué, vi cosas. Me mostró visiones, Petra. Me mostró... me mostró a un hombre, a un titán, como Eren. Su nombre es Zeke, y fui a buscarlo porque yo sabía que él era el responsable de lo ocurrido aquel día. Estaba-estaba en Utgard, y hablaba. Los titanes del castillo, ¡se refirió a ellos como suyos y-!
El sollozo se le escapó de pronto, y después de ese le siguieron más. Sus ojos descendieron hacia sus manos, abiertas con las palmas hacia arriba.
—Dejé a Nanaba allí aún sabiendo que iba a morir, y... y... Mike... —lo había visto a él también, en sueños. Llegaba cuando el día estaba por amanecer y Félix se encontraba a un solo paso de despertar. Llegaba con una sonrisa, esa que consideraba él tan irritante y le ponía los pelos de punta, y le murmuraba que sabía todo sobre sus reservas.
Félix jamás se había atrevido a hablar a nadie de Mike. Ni a preguntar por él. Los últimos días los había pasado fingiendo que todo estaba bien y que lo volvería a ver algún día, cuando fuera de visita o cruzaran caminos por accidente.
Fingir estaba bien. A pesar de que dolía, de que le causaba más pesadillas y el alivio era solo momentáneo.
Fingir. Estaba. Bien.
—Es un mono —murmuró, viendo como le temblaban las manos—. Y viene del otro lado de los muros, del otro lado del océano.
De Marley, viene de Marley.
—Yo no... yo no quiero irme, pero... mi madre... ella es... ¡Es mi madre, por Dios! Ella es, ella es...
—Lo sé —susurró ella en respuesta, deslizando sus manos hacia arriba hasta lograr acunar sus mejillas—. Yo haría lo mismo si se tratara de mi padre.
Félix se aferró a ella. Envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo y se ocultó ahí, porque en esos momentos comprendió que era el sitio más seguro que encontraría. Petra comenzó a darle palmaditas en la espalda, a susurrarle cosas al oído. Le tarareó una canción y le peinó los mechones oscuros hacia atrás, hacia un costado, hacia el frente.
Le recordó a Eren, acurrucado contra su pecho y dormitando.
Félix le habló de Frieda, de los girasoles y el lago y la promesa. Le habló de lo bonito de sus ojos y le mostró con manos temblorosas el dibujo que había tomado como costumbre cargar con él. Le habló de Tomm y de la noche que pasaron juntos, los jadeos y los dulces sonidos, la suavidad de las sábanas. De las lágrimas de Jocelyn por la mañana, cuando lo vio a él y después las marcas en el cuello de su hermano. Le habló de Damián Jovan y la enfurecida mirada, la vergüenza en Diane.
Le habló de sus sueños, de las pesadillas y las personas. De Mike olfateándolo como sabueso y de Nanaba, preguntándole por qué la dejaba atrás. Le habló de Zeke, del helado y las carcajadas, los brillos que desprendían sus gafas cuando el sol las golpeaba de costado. Le habló de Zeke y la amistad que tuvieron y la vida que había vivido en algún otro tiempo, en alguna otra tierra. Los amigos que hizo allá y cómo al final de todo, Zeke siempre era una constante y era por ello que fue a buscarlo.
—¿Crees en la reencarnación?
Le preguntó él con la voz ronca, rota y un poco seca. Las lágrimas se le habían secado hace rato, pero Petra no lo soltó, ni él a ella. Permanecieron sentados en el escritorio, semi recargados semi sentados, sosteniéndose el uno del otro con suavidad y como si sus vidas dependieran de ello.
Los dedos de ella, aún enterrados entre su cabellera, se detuvieron por una brevedad de segundo. Félix casi se quejó por ello.
—Tal vez podría —le respondió al fin con el mismo tono de voz—. Leí un libro alguna vez sobre eso ¿sabes? Decía que la reencarnación sucedía únicamente cuando la esencia abandonaba nuestro cuerpo y se buscaba uno nuevo para habitarlo.
Félix, que hasta ese momento había permanecido con el rostro oculto en ese espacio entre su cuello y su clavícula, alzó lentamente la cabeza y la observó con el ceño levemente fruncido.
Petra miraba por encima de su hombro a algo que no estaba allí.
—Pero esto no me suena a eso, Félix —sus ojos recobraron color y se enfocaron en él, esta vez. El color en ellos volvía a ser miel y ámbar, y no oro derretido—. Me suena a que vives y vives, y no dejas de hacerlo.
En susurros, también le contó sobre Eren.
—Siento que lo conozco de toda la vida, —le dijo mientras Petra le limpiaba las lágrimas con los pulgares—. Siento que lo he visto muchas veces ya, y... hay días en los que estoy tendido en el suelo de algún oscuro sitio, y cuando alzó la mirada, todo lo que puedo ver es jade.
Como los ojos de Eren.
—Estás atascado ¿no lo crees? Me suena a que estás atascado, Félix.
¿En dónde? Félix tragó saliva con pesadez y volvió a recostar su frente contra el hombro de ella. Petra permaneció de pie, otra vez mirando sin ver. ¿En dónde estoy? ¿En dónde? ¿Cómo salgo?¿Cómo me libero? ¿Hacia dónde voy? ¿Hacia dónde me muevo? ¿Voy en círculos, de costado, de frente? ¿Qué me impide avanzar? ¿Qué me mantiene aquí? ¿En dónde estoy perdido?
Por favor. Por favor. Encuéntrame.
—Gracias —dijo ella tras un largo silencio, con el suave palpitar de sus corazones como el único sonido rompiendo el atronador, cruel silencio—. Gracias por haberme salvado.
Afuera, el cielo se partió en gritos y las nubes grises comenzaron a llorar.
━━━
—Petra —murmuró con la voz atascada en algún sitio en su garganta—. Cuida bien de Erwin, por favor.
La lluvia a sus espaldas le caía con fuerza, le salpicaba las botas y el viento le ondeaba la capucha negra que llevaba encima. Petra, frotándose los brazos para calentarse, asintió.
—Lo haré, descuida. Te lo prometo.
Félix partió de Trost con el pecho más ligero y los hombros caídos, el peso sobre ellos un poco menos abarrotado.
Las gotas de lluvia le caían sobre la capucha y bajo suyo, Zoro relinchaba cada vez que una le caía cerca del ojo.
(Estaba vivo. Vivo. Pero ¿a qué costo?)
:D
Dios, no tienen idea de las ganas que tenía de presentarles este capítulo.
Es el más largo que he escrito hasta el momento, de cualquiera de mis historias, y estoy bastante satisfecha con el tbh, me hace sentir bien kakfkakfk
Espero que el reencuentro haya sido lo que esperaban, y si no, bueno... Ya habrá más ocasiones.
Para las personas que decían que Félix debería decirle a Erwin sobre Zeke, bueno, eso no va a pasar. No ahora, pero Petra…. Bueno, ya vieron su razonamiento, y déjenme decirles que a partir de este momento, el arco ii está oficialmente terminado, y pronto se vendrá el iii, así que espero que estén listos para él. Va a tener un poquito más de angst porque se va a centrar principalmente en Félix y las relaciones que tiene con personajes fuera de la Legión de Reconocimiento.
Btw, solo quiero advertir…. sí. Frieda, a pesar de no estar *viva* va a ser un gran factor en la historia, y lo digo porque tengo una personita por ahí que me saltó a los mensajes privados preguntando si la historia tenía a Erwin como interés amoroso o no. Y yo, desde ahora lo digo, es que no.
Erwin podrá ser interés amoroso de Félix, pero Frieda, y quizás esto es un poco de spoiler, no estoy segura, Frieda es una GRAN parte de quién es Félix y quién será después de esto. Más adelante se verá cómo y porqué, pero solo quiero informarles que, como dije anteriormente, el romance podrá ser una pieza clave para el plot de la historia, pero eso no significa que será todo acerca de ello.
Pls, tengan paciencia y lean la historia, pronto se verá todo lo que planeado con ella y su presencia en este universo de snk. Y pls, si tienen idk una duda o sugerencia o pregunta o lo que sea, son libres de caerme al privado PERO RESPETUOSAMENTE.
¿Sí? Okay, gracias, oof.
En fin, espero que el capítulo les haya gustado, nos leeremos después <3
Btw, el título del capítulo es una referencia tanto a lo que menciona Félix, de siempre ser sincero con Erwin, a lo que le oculta y porqué. Jskfajjd <3
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