23. Guerrero
CAPÍTULO VEINTITRÉS
GUERRERO
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—¡Hange-san! ¿A dónde cree que va?
La castaña se arrastraba en el suelo como podía, luchando con todas sus fuerzas para no sucumbir ante las ganas que tenía de cerrar los ojos y tenderse bajo el sol tibio.
—Necesito ver el titán capturado.
—Se refiere... —a Moblit se le crispó el rostro—. ¡Hange-san, no puede moverse! ¿Cómo planea llegar a Ragako en este estado?
Hange pensó en sus teorías y el titán tras los muros, y si había una mejor oportunidad de comprobarlas al cien por ciento, era esta. No tendrían ninguna otra cuando los mandos superiores se enteraran de la existencia del titán, no si querían mantener sus secretos bien ocultos.
Historia Reiss había partido con el equipo de rescate de Erwin y su compañero en esta locura había vuelto al distrito, así que no contaba con las piezas clave en esos momentos para hacer sus deducciones. Más tarde cazaría a Félix y lo obligaría a hablar con ella sobre lo que había hecho que huyera de ellos, y si el chico se rehusaba, pues tendría que usar otro tipo de métodos para hacerlo hablar. También tendría que lidiar con Historia Reiss, a pesar de que aún no entendía por completo cómo sería posible que la chica les guiara en esto.
—Tengo que... verlo con mis propios ojos. Algo, algo no encaja aquí.
Le costaba un poco hablar, y moverse. Ah, ¿era así como se sentía estar a punto de desmayarse?
Moblit miró a la castaña con la paciencia a punto de terminársele.
—¡Bien! ¡Iré yo, así que permanezca aquí y desmáyese tranquila!
Hange estiró su mano tanto como pudo, viendo desde el suelo el camino que tomaba su subordinado para descender del muro. Al final, soltó un gruñido y tiró la cabeza al suelo.
Desmayarse sonaba bien.
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El mundo no tenía derecho a ser así de hermoso.
Por lo menos, no el suyo.
El Comandante dio la orden de desplegarse en su formación más beneficiosa, dejando el Muro tras de ellos y adentrándose en territorio enemigo. Ninguno de los jinetes dudaba a excepción de aquellos que jamás habían cabalgado por las tierras de nadie, los que llevaban un unicornio en sus chaquetas y se escondían tras bonitos edificios y poder mediocre.
El cielo se extendía arriba suyo y se perdía lejos en donde no alcanzaban a ver.
Cuando Erwin miraba hacia los lados, esperaba ver cabalgando junto a él a Hange o a Levi, tal vez incluso a Félix. Era un poco extraño no ver a alguno de los tres en la formación cuando se volvió para verificar el estado de las fuerzas de la Policía Militar, pero tenía cerca a personas de confianza y con eso le bastaba.
El Comandate se giró al frente y observó sus alrededores, tratando de ver entre los pocos árboles por los que pasaban y calculando la posición del sol. No era tarde, pero pronto comenzaría a atardecer, y a pesar de que eran condiciones más aceptables en territorio titán, que cayera la noche sería más un obstáculo que ayuda.
Desde el flanco derecho se alzó una bengala roja, inmediatamente capturando la atención de la formación entera. Petra se preguntó qué diría Félix de este día al haber visto el color rojo en el cielo una vez más.
—¡Proyectil de humo a la derecha!
Erwin echó un vistazo en aquella dirección por el rabillo del ojo, la forma amorfa del titán meciéndose de un lado a otro mientras se movía entre los árboles.
—¡No cambien el curso! —exclamó el hombre—. ¡Que el equipo de la derecha se reúna con el central y continúe!
Tenemos hasta que la noche se ponga, pensó él al espolear a su caballo, tomando el curso más corto, podremos alcanzarlo. Tenemos hasta la noche, y después, después volvemos a casa.
Los cascos de los caballos retumbaban contra el suelo, y los sonidos que creaban a veces se escuchaban como las pisadas de un titán aproximándose a ellos. La cantidad de personas con ellos aquel día alcanzaba las cifras normales de la Legión en un buen día, pero eran los veteranos los que notaban los pocos huecos entre ellos; Mike faltaba, liderando a su escuadrón y olfateando el aire como un sabueso. También lo hacían Nanaba y Henning, y faltarían de por vida entre ellos.
Hange era otro hueco innegable. A esas alturas la mujer se habría vuelto loca de emoción al ver a algún titán, y muchos de ellos se compadecían del pobre Moblit por quedarse a cuidarla. Si seguía consciente, bueno, porque si no entonces casi sería el doble de problema pero solo un poco más silencioso.
Atrás, en alguna parte de la formación, Mikasa andaba a prisa. Cabalgaba por delante de su equipo designado y debajo suyo, su caballo relinchaba y jadeaba.
—¡Mikasa! ¡Oi, Mikasa!
La pelinegra se giró un poco hacia atrás desde donde Hannes se acercaba. Ella lo observó en silencio, con el ceño ligeramente fruncido. El hombre tenía arrugas alrededor de los ojos, pero continuaba siendo el mismo hombre que solía reírse a carcajadas de sus locuras cuando aún vivían en Shiganshina, solo que más sobrio y sin botella en mano.
—Mikasa, tranquilízate un poco. Vas muy adelante y podrías arruinar la formación.
Ella bajó la mirada hacia sus riendas y las apretó un poco entre sus manos. El peso de algo sobre su hombro apareció un segundo y al siguiente se fue, y al mirar arriba se encontró con Hannes otra vez.
—Sé cómo te sientes, pero ya te lo dije —comenzó, echando un vistazo hacia atrás, en donde cabalgaba Armin—. Eren no se dejará llevar sin resistirse, ¿o me equivoco?
Una sonrisa se extendió por el rostro del hombre, la primera que le veía desde esa mañana. El rostro se le suavizaba y las líneas alrededor de la boca se hacían más pronunciadas. Pero era Hannes, quien los había sacado a ella y Eren de Shiganshina a salvo.
Mikasa desaceleró un poco y él lo hizo por igual.
—Él no se rendirá, así que debemos mantener la calma y estar ahí cuando nos necesite.
¿Recuerdas? Como antes siempre ocurría. Cuando tenían que ir corriendo a salvarlo porque Eren era testarudo y extrañamente resistente, y siempre saltaba a defender a Armin de los tres chicos que siempre lo acosaban. Cuando ella corría a pelear contra los bullies y Armin lo hacía detrás suyo solo porque la pelea había comenzado en su beneficio.
Eren siempre había sabido cómo dejarlos atrás, pero eventualmente siempre volvería. Magullado, con un poco de sangre y el rostro un poco maltratado, pero volvía.
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Había varios titanes al pie de los árboles que seguían tratando de escalar.
Eren los miraba en ocasiones, con esas posiciones tan relajadas que aquellos monstruos tenían. Uno de ellos se había tendido en el suelo, con los brazos cruzados tras su nuca y los ojos pelados hacia arriba, en donde ellos se hallaban sentados.
Se miró los brazos, los dos muñones que le quedaban cerca de terminar de regenerarse. Eren nunca se había sentido más inútil en su vida.
—Reiner, ¿tienes un poco de agua? Estoy segura que si no bebo algo pronto, me deshidrataré.
—Aunque sea un asunto de vida o muerte, no podemos conseguirla.
Ymir resopló.
—Ah, tienes razón. La situación no podía ser peor.
Eren los miró de reojo. Ella seguía abanicándose el rostro, con la mirada agachada hacia el suelo. La veía mirar los titanes con el ceño fruncido.
Reiner y Bertolt estaban en ramas superiores, tranquilos y de brazos cruzados. Bertolt parecía estar dormitando, aunque algo le decía que no se fiara en ningún momento de que en realidad era así.
Había varios estruendos en la parte más baja del tronco, provenientes del titán pequeño que trataba de escalar el árbol en el que él y Ymir se encontraba sentados. Eren lo había estado mirando por un largo rato, con el semblante duro. Los monstruos continuaban llegando de entre lo profundo del bosque, pero muy pocos comparados con los que podría haber después si llegaban a una zona más poblada por ellos.
—Lo que me recuerda... Estamos sin descanso desde que aparecieron los titanes ayer por la mañana —Bertolt se removió en su pequeña esquina, alzando el rostro de donde lo había tenido oculto en sus rodillas—. Ni comimos, bebimos o dormimos. Por suerte la muralla no tenía ningún agujero.
Eren se enderezó un poco, desconcertado, pero no alzó la vista. La voz de Reiner sonaba... cansada. Y algo... confusa. Eren ¿no entendía muy bien qué ocurría en esos momentos. Pero él sí, se dio cuenta. Él sí estaba descansado, comido y bebido, y ellos no.
Tal vez pueda aprovechar esto. Luchamos, pero no lo suficiente como para agotarme. En cuanto me recupere...
—Nos merecemos un descanso por una vez —siguió diciendo el otro, como si hablara consigo mismo pero no—. Y quizás un ascenso, ya se verá.
Eren detuvo todo pensamiento ante aquello y lentamente alzó la mirada. Reiner estaba en la rama más cercana a ellos, una debajo del otro cambiante. Se tomaba el puente de la nariz y había cerrado los ojos, pero su expresión se mostraba tranquila. Él y Ymir se miraron el uno al otro de reojo, igual de confundidos.
—Reiner...
El rubio miró a su compañero confuso.
—¿Uh, qué? Nos lo ganamos. Trabajamos excepcionalmente dado el caos de la situación —decía él como si las palabras que salían de su boca tuvieran sentido—. Deberían reconocernos el mérito como soldados. Creo que nos lo merecemos.
Eren alzó su cabeza en dirección a los otros, desconcertado. Ymir estaba igual que él, mirando a Reiner como si se hubiera vuelto loco.
Lo hizo, dijo una pequeña parte de su cabeza, está loco. ¿Por qué iban a reconocerles el mérito si lo habían secuestrado a él y a Ymir?
¿Por qué...?
—Oi, Reiner... ¿de qué diablos estás hablando?
Ymir se echó hacia atrás y apoyó una de sus manos sobre el tronco, mirando a Reiner con una desconcertada expresión en el rostro.
—¿Uh? Bueno, tampoco es que esté diciendo que nos asciendan a capitanes.
Ella parpadeó.
—No... No me refería a eso.
Eren se giró hacia Ymir, tratando de entender lo qué estaba ocurriendo en esos momentos. Ella lucía igual de atónita por lo que Reiner decía, pero tenía el ceño pinchado y analizaba al otro de arriba abajo con rapidez, como si estuviera viéndolo por primera vez.
—Oigan, por cierto ¿de dónde sacaron ese cañón? Me salvaron la vida —la mirada del otro se movió hacia abajo, hacia su brazo—. Debería haberle agradecido a Krista con más insistencia.
Ymir se acomodó sobre la rama y entrecerró los ojos. Eren miraba de él a ella y viceversa, notando la manera en la que el rostro de la chica a su lado se crispaba al mencionar a Utgard.
¿De qué hablaban ellos dos? Eso es lo que él quería saber. ¿Qué cañón? Supuso que estaban refiriéndose a Utgard y lo que había ocurrido allí antes de volverse ruinas por siempre. La cantidad de titanes que habían encontrado ahí le recordaba a Trost durante la invasión, viendo como comenzaban a entrar lentamente por la puerta.
Esa cantidad de titanes con tan poca gente en el interior... y moviéndose antes de que el sol estuviera por completo arriba...
Eren, ¿puedo decirte algo? Es un secreto. Uno entre tu y yo, ¿sí?
—Oi...
—Ahora que lo pienso, ella siempre me trató...
Es solo una teoría, y la verdad es que creo que todo en este mundo es posible ahora que apareciste tu, pero escúchame, por favor escúchame.
—¡Oi!
Su voz se extendió por todo el bosque, y lo que sea que el rubio hubiera estado diciendo se cortó abruptamente. Eren se puso en pie de un salto y alzó la mirada hacia los otros dos, con los dientes apretados.
—Tu... ¿Acaso crees que esto es una broma?
Reiner parecía genuinamente confundido.
—¿Ah? ¿Por qué te enojas, Eren? ¿Acaso dije algo malo?
—¡Si quieres morir, solo dímelo!
—Espera un segundo, Eren.
Se detuvo y miró el brazo que Ymir había extendido hacia él, que apenas y llegaba a tocarle la espinilla. Eren se volvió hacia ella y la vio inclinarse al frente, con una sonrisilla en la cara pero el rostro dolido, como si hubiera algo divertido y cruel en toda aquella situación.
—No es normal se mire por donde se mire, ¿no es así Bertolt? —dijo y luego dirigió su mirada a Bertolt, retándolo—. Si lo sabes, no te quedes callado y haz algo.
Eren la imitó, pero no en una forma de desafío. Bertolt seguía quieto en la cima de la rama, con los brazos rodeando sus cuerpos. Todo aquel tiempo había estado callado, con el rostro vuelto hacia otro lado y oculto entre sus brazos. En esos momentos él también lucía confundido, pero su expresión delataba más cosas que Eren no entendía.
—Reiner, no eres un soldado ¿recuerdas? —se le frunció la cara y gotitas de sudor le cayeron por la frente—. Tu y yo somos guerreros.
El rostro de Bertolt se ensombreció, pero Reiner se paralizó por completo y poco a poco comenzaron a abrirse sus ojos, grandes y de par en par, su expresión cayendo en absoluta desesperación. Era como si alguien le hubiera revelado el secreto de las murallas, y Eren se preguntó si así se había visto él cuando Annie fue mencionada todas esas noches atrás durante la planeación, confirmando sus miedos y volviendo realidad lo que él no quería que fuera.
La mirada se le perdió en algún punto sobre las hojas encima de ellos.
¿Había sido su vida completamente sacudida tras una sola oración?
—Ah, claro. Es verdad —respondió a nadie, sin aliento.
Reiner se encorvó y se cubrió el rostro, y comenzó a sollozar.
Eren le miró con los ojos abiertos de par en par. Esa cosa, Annie, siguió el susurro en su cabeza, el recuerdo. ¿De dónde crees que vienen?
—¿Qué le ocurre?
—Creo que ya lo entiendo —le dijo Ymir a nadie en particular, con un deje de desfachatez en la voz—. Me parecía raro, ¿Por qué se jugaría la vida por Connie el tipo que destruyó los muros? Todo lo que hace se contradice pero él no parece darse cuenta. No sé cómo terminó así, pero creo que era un guerrero destinado a destrozar los muros, aunque tal vez jugar a ser soldado por tanto tiempo le impidió ver quién era realmente.
Guerrero. ¿Qué significaba ser un guerrero para ellos?
—No, tal vez... puede que para soportarlo y mantener su corazón sosegado, se convenciera de que era un soldado que protegía los muros y al final terminó creyéndoselo —Ymir sonrió—. Y como resultado, su corazón y sus recuerdos quedaron divididos, y dudo que sea la primera vez que lo que dice no tenga nada de sentido. Mira la expresión de Bertolt.
Eren arrastró sus ojos lejos de ella, hacia el ensombrecido rostro del otro chico y a sus hombros encorvados. Estaba tenso como la cuerda de un arco al ser disparado y apretaba los puños alrededor de sus piernas. Se rehusaba a mirarlos.
Eren, he ido tras los Muros, los tres, y allá afuera hay árboles, pero... ¿qué crees que habrá tras esos árboles?
—¡Es increíble! Así acaban los tipos como tú cuando-
—¡Cállate! —Reiner le miró con ojos filosos—. Cierra la boca.
La voz de Ymir, que había cobrado vida mientras más hablaba, se detuvo de repente y sacó a Eren de sus cavilaciones. El rostro de la chica se había quedado de piedra, y él terminó girándose hacia Reiner. Con las manos en su rostro no podía verse nada excepto un simple ojo, tan dorado como la miel.
—Ah, claro. Lo siento. Creo que me excedí.
Eren la miró de soslayo. He ido tras los Muros, los tres, y allá afuera hay árboles.
Se deshizo de la tensión en su cuerpo y alzó la mirada hacia Reiner, hacia la patética figura del chico al que en algún momento había admirado.
—Eso es absurdo.. ¿Por qué finges ser la víctima en todo esto? ¿Qué pretendes hacer? —la capa con las Alas de la Libertad le pesaba un poco mientras más siguiera de pie, así que se dejó caer de vuelta a su anterior sitio, sin dejar de mirar a Reiner, desafiante—. ¿En qué demonios pensabas cuando hablaste con nosotros aquel día? Dime, Bertolt.
Su voz salía apenas en un susurro, pero ellos lo escuchaban bien.
Deberías ser más cuidadoso, Eren. Esa era la voz de Petra, tan calmada y autoritaria y dulce justo como él la recordaba. Aún podía sentirla aplicando los ungüentos sobre sus mordidas en la mano la segunda semana que habían pasado experimentando con él. Félix concuerda conmigo que ese temperamento tuyo terminará jugando en tu contra uno de estos días.
¿Qué... había ocurrido aquella vez?
No recordaba nada excepto a Petra y él sentados sobre un tronco caído mientras el resto se reunía para comenzar a comer. Hange y Félix habían estado discutiendo momentos antes acerca de con qué deberían proceder.
—Te hablo a ti, segundón —Bertolt se sobresaltó con el tono de voz tan agrio que salió de la boca de Eren y se volvió hacia él—. Lo conté todo delante de ustedes. Conté cómo se comían a mi madre justo frente a mis ojos. Lo oíste, ¿cierto? Un trozo de la puerta que pateaste cayó sobre mi casa y le impidió salir de ella, ¿recuerdas? Te lo conté todo, ¿en qué estabas pensando tu cuando lo hice?
—Aquel día... me sentí mal por ti.
¿Mal? Le habría querido decir. ¿Solo mal? No, debiste haber sentido más, debiste haber sentido algo mucho peor al saber cómo asesinaron a mi madre por culpa suya. Algo se le atoró en la garganta cuando quiso hablar de vuelta, probablemente el enojo que sentía al escuchar aquella simpleza de sentimiento. Eren se había sentido destrozado, perdido, roto. Se había sentido como si el mundo entero se le hubiera venido encima pero todo pasaba en lentitud frente a sus ojos y después, demasiado rápido.
Ese temperamento tuyo terminará jugando en tu contra uno de estos días.
Trató de tragarse el enojo que sentía, trató de pasarlo como lo había hecho con todas las dudas que había tenido en Stohess acerca de Annie.
Ese temperamento tuyo terminará jugando en tu contra uno de estos días.
Confía en nosotros, Eren.
Sus hombros cayeron con alivio.
—Hah, claro... Ustedes no son ni soldados ni guerreros. Son simples asesinos —como Annie, como Annie quien te ayudó a destrozar Stohess, quien te cazó a través del bosque de árboles gigantes como a su presa—. Simples asesinos en masa que masacraron a cientos de personas inocentes.
—¡¿Crees que no lo sé?! ¡No necesito que me lo recuerdes!
—¡Entonces no finjas tener emociones como nosotros! ¡Ustedes no son humanos! ¡Por su culpa nuestro mundo se ha hecho un infierno!
—¡¿Y qué esperas de dichos asesinos?! —la voz de Reiner se quebró un poco—. ¿Que nos arrepintamos? ¿Que nos disculpemos? ¿Eso te satisfaría? ¡No somos quienes creías que éramos! ¡Si gritar te hace sentir mejor, entonces grita todo lo que quieras!
Sus voces se perdieron dentro del bosque.
Ese temperamento tuyo te jugará en contra un día de estos.
¿Disculparse? ¿Quería que se disculparan por haber causado la muerte de su madre, por haberle arrebatado su hogar? ¿De qué... de qué serviría aquello?
Ambos respiraban con pesadez para cuando terminaron de hablar. Reiner parecía aturdido, y ni Ymir ni Bertolt parecían dispuestos a decir nada más. También, en algún punto de la discusión se había puesto de pie, y la sensación de estar apretando los puños la sentía a pesar de no tener dedos, solo muñones que ni siquiera llegaban a la muñeca.
Ese temperamento tuyo te jugará en contra un día de estos.
Cierto. Cierto, Petra le había dicho aquello. Se lo había mencionado mientras le vendaba las manos para que sus mordidas sanaran cuando sus habilidades parecían reacias a aparecer. Confía en nosotros, Eren.
Ellos vendrían. Eren confiaba en ellos, y ellos vendrían por él.
Apretó los dientes, se encorvó sobre sí mismo, y volvió a gritar.
Ymir se sobresaltó junto a él al escucharlo, e incluso Reiner y Bertolt parecían estarlo. Su voz causaba un estruendo dentro del bosque y varias aves salieron volando de entre las ramas más altas. Eren gritó hasta que se le desgarró la garganta y se le acabó la voz, y después se dejó caer de nuevo sobre le rama.
Ese temperamento tuyo te jugará en contra uno de estos días.
Lo único que podía hacer en esos momentos era esperar. Petra vendría, porque él confiaba en ella y ella a su vez confiaba en él. Para mantenerse a salvo, para acatar órdenes, para escucharlos y mantenerse tranquilos, y confiar en ellos.
Petra vendría, y con ella lo hará Eld y Félix, y el Comandante Erwin.
Sus amigos lo harían con ellos. Mikasa y Armin, incluso Jean.
Todos ellos vendrían, y Eren no podía permitir que fuera su temperamento de niño idiota lo que arruinara sus oportunidades aquel día.
El bosque se quedó en silencio por un largo rato, pero no Eren. Tenía la cabeza llena de promesas y recuerdos, de consejos y de sonrisas.
Lo mejor que podía hacer... era esperar. Esperar y no arruinarlo.
—Hey, Reiner —comenzó diciendo Ymir pasado un rato, mirando de frente al rubio—. ¿Qué saben de ese mono?
¿Mono? Se preguntó internamente mientras miraba a la chica de su costado y después al traidor. La expresión de Reiner se endureció un poco.
—¿Mono? ¿A qué te refieres?
Ymir rio despectivamente y estiró su otra pierna, la que aún estaba regenerándose.
—¿Ah? ¿No lo conocen? Me sorprende, sobre todo porque ustedes lo miraban como dos niños ensimismados.
Eren frunció el ceño y se enderezó sobre la rama, aún sentado, y se giró hacia ella.
—¿Qué mono?
Ymir le miró de reojo, pero después solo lo hizo hacia abajo, hacia los titanes que quedaban al pie de su árbol.
—Escucha. Ese mono, el titán bestia, es el que causó todo este desastre. Generó titanes dentro de las murallas, quizá intentando medir nuestra fuerza.
Ymir se tomó el hombro y lo masajeó sin sacarle la mirada de encima a Bertolt y Reiner, quienes se la devolvían con un deje de pánico en sus ojos. Ambos estaban muy quietos, tensos.
—Ahí es a donde quieren llegar esos dos. Si lo hacen, volverán a casa ¿cierto?
Eren, he ido tras los Muros, los tres, y allá afuera hay árboles, pero... ¿qué crees que habrá tras esos árboles?
Armin solía tener un libro. De tomo grueso y hojas viejas, y la primera vez que Eren lo leyó, pensó que cómo era posible que las páginas no se hubieran hecho polvo por lo descuidadas que estaban. Un cuerpo de agua gigante llamado océano. Agua que quema, tierra hecha de hielo y grandes campos de arena.
Allá afuera hay árboles, pero ¿qué crees que habrá tras esos árboles?
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
—Oi, Ymir, tu... —Eren, ¿puedo decirte algo? Es un secreto. Uno entre tu y yo, ¿sí?—. Tu vienes del mismo lugar que ellos, ¿cierto?
—¡¿Hah?!
Al echarse hacia atrás, vio la fina capa de sudor que le cubría el rostro a Reiner, la atormentada mirada en el rostro de Ymir. Pero fue Bertolt quien los delató, con los ojos demasiado abiertos y llenos de pánico.
Un cuerpo de agua llamado océano tan largo que cubre la mitad del mundo, y hecho de agua salada.
¿Qué crees que habrá tras esos árboles?
—Ustedes tres... vienen de detrás de los muros, ¿cierto? —Reiner tomó un paso atrás y Bertolt se irguió de golpe, incluso Ymir, que lo miraba con la boca abierta, parecía haber sido tomada con la guardia baja. Eren entrecerró los ojos—. Ustedes, los de fuera de los muros…
Reiner tomó las empuñaduras del equipo de maniobras, su rostro cubierto de pánico y sus ojos la viva imagen del miedo más puro.
—¡¿De qué estás-?!
Varios disparos resonaron en la distancia y tres bengalas de color verde se alzaron hacia arriba, por entre los árboles más pequeños.
Habían llegado.
El siseo de un equipo lo distrajo y lo llevó a mirar hacia su costado, en dónde Reiner aterrizaba en cuclillas. Eren se echó ligeramente hacia atrás, con el ceño fruncido y la guardia arriba.
Detrás suyo lo hizo Bertolt, junto a Ymir, pero tuvo que volver su vista al frente de inmediato cuando Reiner se abalanzó sobre él.
—Lo siento Eren, pero esta es la única manera.
Reiner le rodeó el cuello con ambos brazos, y mientras los puntos blancos comenzaban a aparecer en su visión, que se volvía más y más borrosa con el pasar de los segundos, alcanzó a escuchar la corta, leve voz de Ymir hablar sobre pesadillas interminables.
Eren se pregunto si quizás estaba hablando de aquel mundo del que provenía.
Eren con cabello largo y coleta es todo lo que está bien en este mundo.
Punto. Lmao.
En fiiiiiiiin, espero que les haya gustado el cap <3
Iba a decir algo más pero me olvidé por completo lol
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