22. Antes de partir

CAPÍTULO VEINTIDÓS
ANTES DE PARTIR
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Lo arruinaste. Cometiste un error y lo arruinaste, ¿qué harás ahora? ¿A dónde irás, por qué?

Le hormigueaban los dedos cada vez que pensaba en la expresión de Erwin al decirle que se quedaría. Lo arruinaste. Lo arruinaste, ¿qué vas a hacer ahora?

Era difícil no pensar en su desliz mientras regresaba a Trost.

Tenía la cabeza inundada de reprimendas, las palabras de Erwin repitiéndose una y otra y otra vez, sonando más y más como una mala canción que simplemente no tenía fin. Y, con cada palabra, cada sonido, cada sílaba dejando la boca del Comandante, un imaginario cuchillo se le clavaba entre las entrañas y la hoja se le retorcía en ellas, anclando con fuerza el hecho de que había sido dejado atrás.

Félix sabía bien quién había tenido la culpa de haber sido enviado al banquillo así, y aunque toda la culpa era de él mismo, no pudo evitar sentirse amargado por ello. Erwin tenía todo el derecho a regañarlo, diablos, tenía todo el derecho a estar enojado con él y criticarlo de la forma en que lo había hecho, pero aún así. Fue duro, más duro de lo que jamás se habría podido imaginar.

Y Félix era terco en un buen día, desinteresado en uno aún mejor, y por lo general no le gustaba que lo dejaran a un lado de esa manera, pero lo entendía. Y eso también fue doloroso; saber que no tenía a nadie a quien culpar más que a sí mismo. En el camino de regreso a Trost, no pudo evitar sentir que incluso el sol estaba en su contra, todo sonrisas brillantes y radiantes rayos de luz.

La odiaba, una vista tan hermosa, la odiaba.

Se sentía tan solo; cabalgando de regreso a la ciudad solo con Zoro como compañía. Pero incluso el caballo estaba en silencio y el camino, vacío.

Félix se inclinó hacia un lado y miró a través de ojos entrecerrados hacia el sol, abriéndose paso lentamente por el cielo en un tranquilo paseo. Casi quería hacer lo mismo, perderse en el territorio de Rose e ir a ver qué pasaba en el norte. Pensó en la posibilidad de virar lejos de Trost e ir directamente a casa para hablar con su madre, pero decidió no hacerlo; realmente no quería meterse en más problemas y Trost ya estaba a la vista.

Quién sabe qué haría Erwin si, aparte de haber desobedecido otra orden suya, se enteraba de que había cambiado de parecer para irse de paseo.

Cuando el muro volvió a elevarse frente a él, imponente en toda su gloria, Félix alzó uno de sus brazos y lo movió de lado a lado, llamando la atención de los hombres con la chaqueta de la rosa que se hallaban más cerca.

El rostro del otro se frunció un poco cuando lo vio acercarse, pero aparte de ello no mostró ninguna otra señal de prestarle atención. Félix resopló cuando pasó bajo la sombra del gran túnel, y el peso que había ido cargando desde que abandonó a la Legión de repente se hizo más inaguantable.

Zoro parecía ir encabritado debajo suyo, relinchando cada tanto mientras sus cascos golpeteaban los adoquines sobre los que andaban, la acción creando sonidos que parecían rebotar en las paredes adyacentes mientras se movían bajo el túnel en dirección a donde provenía la luz. Iba lento, pero aún así era capaz de sentir casi inmediatamente el frío que inundaba aquel sitio.

Se encontró a sí mismo mirando en todas direcciones, hacia donde las sombras tocaban cada punto de aquel pasadizo; había pasado tan solo un día, tal vez, desde que descubrieron la verdad sobre los muros, pero aún así le era difícil siquiera asimilar que, por mucho que les temieran, mataran y huyeran, los titanes los habían rodeado con una cercanía mucho más terrorífica que simplemente asentarse tras los muros.

Félix miró así hacia atrás por encima de su hombro, en donde el interior del túnel parecía desvanecerse. ¿Habrían sido las puertas hechas por humanos? ¿O fueron también los titanes quienes aprendieron a hacerlas, a cavar en los muros para darles acceso a los distritos?

Era una locura, pero en este punto no se sorprendería si algo así fuera revelado.

Cabalgó a la ligera hacia el cuartel general del Garrison, mirando a su alrededor mientras lo hacía. Todavía quedaba un poco de daño después de la invasión, pero podía decir que la gente había estado trabajando duro para llevar a cabo todas las reparaciones lo más rápido posible, pero un mes y unas pocas semanas no era tiempo suficiente.

Los imperios podrían caer en un día, pero tomaría más tiempo volver a ser lo que eran, o eso solía decir su madre.

A lo lejos, incluso por encima de los tejados de las casas y la lejanía del resto del muro que era Trost, podía ver la gran roca que Eren había cargado sobre su hombro para sellar el agujero. Le habría gustado verlo hacerlo, se dió cuenta muchas veces antes, sobre todo durante esas semanas que pasaron juntos en aquel viejo castillo.

Se mordió el labio al pensar en Eren; ¿estaría bien? No quería imaginarse una situación con el chico herido, quizás al borde de la muerte. Eren era Eren, y para Félix, eso tenía sentido incluso si para el resto no.

Lo arruinaste. Lo arruinaste. Querías jugar a ser adivino y te salió mal, todo salió mal y todo saldrá mal de nuevo. ¿Es que nunca aprendes?

Sacudió la cabeza, aturdido, y tiró de las riendas de Zoro cuando notó que estaban por ingresar al cuartel del Garrison. En el exterior no había nadie salvo por los pocos civiles alrededor y los carruajes pasando a un costado suyo en la calle adoquinada. Al ingresar vio a dos tipos con la rosa que le miraron de reojo cuando pasó junto a ellos, y él en cambio les ofreció un vago asentimiento con la cabeza a forma de saludo; habían sido pocas veces las que hubo asistido al dominio del Comandante Pixis, y todas y cada una de esas veces había sido junto a Erwin. Entrar sin él al lugar se sentía extraño.

El patio estaba vacío a excepción de unas pocas personas que andaban de aquí allá acarreando distintas tareas. Al desmontar, ubicó el establo de inmediato y se movió en aquella dirección, tirando de las riendas de su caballo para llevarlo hacia aquella zona. Había más caballos allí que relincharon cuando se acercó Zoro, con la montura cubierta de sangre y las riendas con manchas rojizas en ellas. El purasangre resopló, casqueó, y tiró de sus riendas hasta poder liberarlas de las manos de su dueño.

Félix le observó en silencio mientras el animal se inclinaba sobre el abrevadero y hundía el hocico en el agua, tragándola como un hombre deshidratado lo haría. Se humedeció los labios, quizás igual de ansioso y sediento que el animal, y solo entonces recordó que había estado expuesto a lluvia, viento frío y hambre; quizás terminaba pescando un resfriado.

Suspirando, Félix se acercó al purasangre y le acarició el lomo y pasó sus dedos a lo largo de la crin, quitando un poco de basura de esta como consecuencia del viaje. Después de su aventura, su caballo definitivamente merecía descansar por un buen rato. Recargó la cabeza contra el cuello del animal, el aroma a sudor y caballo llenándole la nariz de golpe.

El azabache se alejó de golpe cuando un estornudo le salió de manera descontrolada, y después otro y otro, hasta que pareció terminar.

Volvió a suspirar, miserable y molesto, avergonzado por sus acciones y por las órdenes de Erwin, y el coraje que había estado allí antes volvió a encenderse de golpe en el interior de su pecho.

—Hah, así que sí lo hizo, uh.

Félix se tensó de pies a cabeza y un involuntario gemido de impotencia resonó desde el fondo de su garganta cuando reconoció la voz de Levi a espaldas suyas. Tiró la cabeza hacia atrás, exhausto, y antes de girarse se pasó ambas manos por el rostro.

Al otro lado del patio había una carreta de las que la Legión utilizaba para cargar con los cuerpos después de alguna expedición o para llevar suministros. Levi estaba sentado sobre esta, con un saco de color oscuro colocado sobre los hombros y su cravat prístino, de brazos cruzados y algo a lo que él llamaba poker face en el rostro. Con él había un pastor del culto extraño de las ciudades interinas, con una manta alrededor de los hombros y la mirada baja.

Félix palmeó el lomo de su caballo un par de veces, recobrando fuerzas con el simple gesto, y después se acercó hacia ellos. Levi de inmediato miró la sangre manchando sus pantalones, su ceño profundizándose al ver que el material sería insalvable después de tanto tiempo al intemperie sin limpiarlos.

—¿Te refieres al Comandate?

—Mhm. Cuando Sasha le dijo el estado en el que estabas se puso furioso, además de que ignoraste órdenes y saliste por tu cuenta —el Capitán se encogió de hombros, lentamente subiendo su mirada por todo el cuerpo del azabache y deteniéndose solo un segundo en las cortadas que había en sus manos—. Fue algo estúpido de tu parte, Félix.

Félix chasqueó la lengua y se recargó contra la orilla de la carreta, dejando que sus brazos colgaran sobre el banquillo sobre el que se sentaba Levi. Echó un vistazo a su alrededor notando de inmediato que muy pocas personas se encontraban en el patio y que las únicas que no pertenecían allí del todo eran ellos tres.

—¿Y? ¿Qué ocurrió? Los dos chicos que enviaron con el mensaje estaban demasiado cansados y Erwin los hizo ir al punto —si Levi estaba preocupado, aquello era lo único que iba a mostrar. Félix le miró—. ¿Eren lo arruinó otra vez?

—Eren hizo lo mejor que pudo —le respondió secamente, a sabiendas de que el Capitán no preguntaba con malicia. Levi solo era así de terrible usando palabras—. Pero con el Titán Colosal ahí siendo más un problema tanto para humanos y titanes, bueno, no había mucho por hacer.

—Tch.

Mhm, Félix compartía el sentimiento. Le pesaba saber que Eren había hecho lo mejor que pudo y a final no había valido de nada. Connie le había dicho que el chico había ido codo a codo contra Reiner, logrando inmovilizarlo en varias ocasiones e incluso consiguiendo que la coraza se le rompiera lo suficiente para cortar los ligamentos del cuerpo. Pero no había sido suficiente, y tanto Connie como Armin habían estado demasiado callados después de eso, lamentando a sus amigos perdidos, tanto por los titanes como por traición.

—¿Pelearon?

—¿Quiénes?

—Tu y Erwin.

—Sí, algo así.

Se pasó ambas manos por el rostro, abatido.

Levi sabía. No hacía falta que Félix le dijera nada porque el Capitán era un imbécil pero también era buen observador, y él sabía.

Había días en los que Félix se preguntaba si Levi quizás sabía también acerca de sus sentimientos —no no no, por favor no, aléjate de él dejalo ir no sirve de nada no te aferres NO TE AFERRES— por el Comandante Erwin, porque había momentos en los que el capitán los vería interactuar y en sus ojos aparecería algo, una emoción que él nunca había sido capaz de describir. Levi los escudriñaba al verlos juntos, y cada vez que lo hacía sus expresiones cambiaban, y en su mirada color pólvora se vería algo, como un brillo o un destello, demasiado fugaz como para interpretarlo correctamente.

Levi siempre había sido reservado, y solo participaba cuando era obligado a hacerlo o cuando creía que la discusión valía la pena.

Era de los que preferían aguardar, callar para escuchar y echarse hacia atrás para observar y formar un panorama de la situación. Podía leer a las personas y sus intenciones y tenía los reflejos más rápidos que él había visto nunca. Secretamente, Félix creía que tal vez era un... pero no, tal vez...

Sacudió la cabeza y se deshizo de sus absurdos pensamientos de golpe. No le serviría de nada indagar en lo que el Capitán sabía o no sabía, y tampoco pensaba complicarse la vida tratando de averiguar si su sangre era como la de Félix. No tenía caso hacerlo de cualquier manera.

La sangre de esclavo corriendo por sus venas jamás le había interesado tanto.

—¿Qué hay de Hange? ¿Te pasó mi mensaje?

—Nope, quedó inconsciente tras la pelea de Eren con Reiner y el otro chico. Estaba muy cerca del impacto cuando ocurrió y recién despertaba cuando volvía hacia acá.

Por el rabillo del ojo vio la imperceptible tensión en los hombros del Capitán deshaciéndose. Félix sonrió un poco, más para sí mismo, y le palmeó el brazo con suavidad. Levi simplemente le miró de costado.

—Descuida, todos estaban bien —dejó su mano unos segundos más sobre el brazo del otro y después la dejó caer. Al final se volvió hacia el otro hombre, el pastor, y alzó una de sus cejas—. ¿Y? ¿Quién es tu amigo aquí?

—De Hange —la mirada del hombre se deslizó hacia el pastor, fría y ligeramente piadosa al mencionar a su amiga castaña—. Es el pastor que nos advirtió de cubrir al titán de Stohess.

Levi se irguió y alzó el mentón, mirando de frente al pastor mientras el pobre hombre tiraba más de la manta alrededor de sus hombros, como si quisiera desaparecer debajo de ella. De repente el aura alrededor de Levi cambió por completo, a una intimidante pero tranquila, y la situación comenzó a encajar en su mente.

—Se rehusó a decirnos más de lo que sabe a pesar de ver lo que el pánico ocasiona —fue imperceptible, pero el rostro del Capitán se llenó de una furia fría con la que Félix ya era familiar. Se volvió hacia el pastor, aguardando—. Pero al menos nos compensó al revelarnos que hay muchas más personas que saben sobre los muros, y que hay otras cosas de las cuales nosotros no estamos conscientes.

Félix miró al pastor con los ojos abiertos de par en par, comprendiendo ahora porque el hombre se veía tan sumiso, tranquilo ahí sentado en un banquillo de carreta que probablemente había sido ocupado por algún cadáver en su momento. Ahora entendía por qué trataba de ocultarse con la manta, y por qué sus ojos se veían tan... alarmados.

Levi no parecía entender la situación, o tal vez lo hacía pero no le importaba. Después de todo, ¿por qué debería preocuparse por una vida que no era la suya, cierto? Félix había sido el que dijo aquello menos de diez horas antes, frente a un invasor titán cambiante al que había conocido primero por un recuerdo y segundo en persona. El azabache se reclinó más al frente, queriendo ver la verdadera expresión en el rostro del pastor, saber si estaba arrepentido por haber abierto la boca.

Por haberlo arruinado, también.

—¿Dijo algo más?

—Hah, al parecer hay una chica hija de un noble que se les encargó vigilar mientras esta vivía bajo un nombre falso —oh, oh. Era peor de lo que pensaba. ¿Acaso el hombre tenía deseos de morir?—. Historia Reiss, ¿la conoces?

Félix se enderezó de golpe y retrocedió un par de pasos, mirando al pastor con los ojos abiertos de par en par. Con una lentitud miserable, el hombre del culto alzó la mirada y la clavó sobre él.

¿Acaso era idiota? ¿Acaso no se daba cuenta de lo que había hecho? Félix había crecido con una familia de la nobleza y había visto todo tipo de importantes figuras andar por los pasillos de la casa Jovan. Los había escuchado pelear y argumentar y discutir todo tipo de asuntos cuando el Rey estaba ausente. Lo que el pastor había hecho era traición ante la Corona, y la monarquía no perdonaba fácilmente a aquellos que los traicionaban.

Félix podría no querer involucrarse mucho con la monarquía, con la nobleza y la sarta de imbéciles con los que se rodeaban los herederos, pero había pasado su infancia alrededor de ellos, aprendiendo con ellos, comiendo, viviendo, jugando.

Si bien todos tenían derecho a guardar secretos, la nobleza y los círculos próximos a ellos llevaban aquello a un nivel que ni siquiera él comprendía; Félix lo sabía porque él mismo era un secreto a voces que muchas veces le traía beneficios por los que él no preguntaba, atención que él no deseaba. Una Reiss viviendo bajo un nombre falso era de lejos lo peor que la monarquía había hecho.

Pero era una Reiss. Una Reiss, maldición, y a pesar de que el apellido le sabía pastoso en la boca y una pequeña presión se le aplicaba sobre las sienes al pensar en la familia noble, incluso él comprendía que haber abierto la boca sobre aquellas personas era una sentencia de muerte.

Félix abrió la boca para dejar salir el torrente de preguntas y acusaciones que se le habían acumulado en la punta de la lengua, pero todo intento de interrogar al pastor se vio detenido cuando un caballo entró a prisa por las puertas de un costado en el patio y la jinete desmontó justo a un lado de ellos. Otro par de hombres con la insignia del unicornio entraron tras la primer jinete, pero mantuvieron su distancia con ella.

Ambos compartieron una mirada de costado, pero tanto él como Levi se volvieron hacia la mujer, que se acercaba hacia ellos con paso firme y el rostro serio. Por el rabillo del ojo vio al pastor arrebujarse aún más en la manta, prácticamente enterrándose en ella. Félix sentía algo de simpatía por el hombre; si estaban aquí por él, ni él ni Levi podrían hacer nada por el pobre hombre.

—¿Félix Kaiser?

Dicho hombre volvió su vista de golpe al frente, frunciendo el ceño cuando comprobó que la mujer en efecto se dirigía a él.

—Soy yo.

—Caven, de la Policía Militar —no, de eso no estaba seguro. La mujer tenía el cabello rubio claro, más claro que el de Annie Leonhart, con ojos celestes. No llevaba ninguna insignia en la ropa y cuando le tendió lo que sostenía en su mano, notó que ni siquiera parecía llevar un uniforme estándar—. Me pidieron que te trajera esto de inmediato y te escoltara de vuelta a Stohess.

Félix bajó la mirada hacia su brazo extendido. En su mano, la mujer le entregaba dos sobres blanquecinos con un sello en ellas. No las tomó.

—¿A Stohess? ¿Por qué?

—Todo está explicado en la carta.

Miró a la mujer de vuelta, con el ceño aún más fruncido que antes, y dudoso tomó ambos sobres con manos algo temblorosas; tenía un mal presentimiento sobre aquello.

La carta estaba sellada con cera, que a su vez tenía una insignia impresa encima. Un escudo de armas que él reconocía a la perfección.

Poco a poco, el ritmo de su corazón subió de ritmo.

Detrás suyo Levi continuaba mirando a la mujer, pero ella ni parecía inmutarse. Félix le tiró una mirada de costado mientras deshacía la cera que sellaba el sobre y sacaba la carta, desdoblándola y leyéndola casi de inmediato.

Tuvo que detenerse al principio porque el cuerpo se le detuvo y su corazón también.

De repente era muy difícil respirar.

Has sido convocado ante... Téngase en cuenta que velamos por la seguridad de la humanidad dentro de los Muros... es por ello que ha sido transferido... por órdenes de Damián Jovan y aprobado por Comandante en Jefe Darius Zackley...

Tuvo que detenerse por un momento para recuperar el aire. La carta se sentía como un mal presagio en sus manos, uno pesado y que continuaba ganando peso con el pasar de los minutos. A prisa deshizo el sobre faltante y desdobló el otro documento, sabiendo que no había necesidad de verlo para saber que algo había ido terriblemente mal. Era difícil de comprender pero Félix no era estúpido.

Se pasó una mano por el rostro y volvió a doblar los dos papeles y a meterlos en sus respectivos sobres. Algo había pasado, algo grave como para que esto hubiera ocurrido. Félix no sabía qué mierda sucedía pero tenía qué... tenía que ir y averiguarlo. El señor Jovan no podía hacer esto, no lo había intentado la primera vez que les dijo que iría a la Legión de Reconocimiento una vez se graduara, ¿qué motivo tendría para hacerlo ahora? No había ninguno que tuviera sentido y mientras más vueltas le daba al asunto menos lo entendía.

No tenía razón para hacerlo ni mucho menos la autoridad, pero quizá... Se irguió de a poco y después miró hacia atrás, en donde la figura del pastor se cubría con la manta.

Lo sabían. Lo saben. Saben que han sido traicionados, saben que alguien abrió la boca con los que no deberían haberlo hecho nunca. Miró a su alrededor en el patio, pero solo había unos pocos de la Garrison, los tres de la Policía Militar y ellos. Entonces debió haber sido desde antes, alguien los vio antes de partir y si Hange se trajo a este hombre desde Stohess, entonces alguien lo vio y lo reportó.

Saben que habló. Ya lo saben.

Pero yo no encajo aquí. Yo no he hecho nada. Jamás abrí la boca, hice oídos sordos. Jamás presté atención. ¿Es esto por él? ¿Lo ocasionó este pastor? ¿Me llevan por su culpa?

Había pensamientos contradictorios que desboedaban sus paranoicas teorías de un solo golpe.

Eres un noble. Podrás ser el hijo ilegítimo de uno de ellos, podrás no haber sido reconocido ante tu padre, ante el resto de la asamblea, pero eres un noble.

Eres un noble, y todo noble, bastardo o no, tiene que cumplir una función en este mundo.

Le temblaban las manos, las que aún sostenían ambos sobres, y se obligó a tomar un profundo respiro. No serviría de nada perder la compostura, no aquí y no ahora, no cuando estaba rodeado por enemigos, no con Levi presente y el pastor detrás.

No puedo hacer nada. No pelees. Lo sabes bien. No eres uno de ellos pero llevas sangre noble, a quien sea que pertenezca, llevas sangre noble. Y estás atado igual que ellos.

Félix no sabía lo que era ser noble, pero lo entendía. Lo había visto en Jocelyn y en Tomm, lo había escuchado de la boca del propio rubio; todo está prohibido y lo real se vuelve mentira, las mentiras se vuelven realidad.

Ante aquello, la pelea con Erwin carecía de sentido por completo.

Se enderezo un poco y alzó la mirada hacia la mujer, que aguardaba pacientemente frente a él.

—¿Podrías darme unos minutos más? Quisiera despedirme —hizo un vago gesto hacia atrás y luego al frente, en donde se encontraba su caballo—. Además, recién vuelvo de recorrer el muro después de la alerta de ayer y me gustaría dejarlo descansar otro poco.

La mujer se giró hacia los establos y examinó a su purasangre, que comía un poco del heno colocado junto al abrevadero. Al girarse hacia ellos examinó a Levi y a él, pasando por alto a la figura en la manta a propósito.

No supo cómo sentirse al respecto.

—Cinco minutos —le dijo y se alejó.

Félix la observó andar hacia su caballo y tomar las riendas para guiarlo a donde estaba el agua y el alimento. Los de la Policía Militar la imitaron, y él se dejó caer de espaldas contra la carreta, encorvando sus hombros al hacerlo.

Los sobres en sus manos eran como una sentencia de muerte.

—¿Despedirte?

Félix apretó los dientes, pero no respondió. Se quedó callado por un rato aún sabiendo que tenía el tiempo contado y lo mejor sería explicarle la situación a Levi, pero no encontraba cómo hacerlo o qué palabras utilizar. No sabía cómo explicarle esta situación a alguien que no la entendería. Además, lo mejor sería decirle tan poco a Levi como pudiera; si estaba en lo correcto, entonces esto podía ir más allá del señor Jovan, con los secretos de los muros siendo revelados y un pastor del Culto abriendo la boca, las cosas no pintaban nada bien.

—Toma —dijo en cambio, mientras le tendía el sobre con la firma que importaba en el. Levi lo tomó con duda, y alzó una de sus cejas al notar la cera y el sello encima—. Entrégasela a Erwin cuando vuelva, por favor.

—¿Por qué no lo haces tu? Solo vas a Stohess.

Levi no era estúpido. Volvía a escudriñarlo con ojos color pólvora que lo peeseguirian en sus pesadillas de tener la oportunidad.

No. No solo voy a Stohess. No solo iré y volveré en un santiamén, Levi. Perdón pero no, voy a intentar, te lo prometo que lo haré. Voy a intentar, pero... pero...

—Levi —le dijo jadeante, agachando el rostro porque no quería ver la expresión en el rostro de su compañero—. No creo que pueda.

—¿Hah? ¿Cuánto planeas demorarte? ¿Qué acaso no vas a venir aquí para ver cómo se encuentra Eren? Petra va a empezar a hacer preguntas y-

—Me transfirieron.

El silencio que descendió sobre ellos les cayó tan estrepitoso como el cuerpo de un titán desplomándose; excepto que este duró solo un segundo porque al siguiente, Levi chasqueaba la lengua y de alguna manera, aquello fue lo que lo despertó de su estupor.

Félix le miro de reojo; el capitán tenía los ojos ligeramente entornados, y apretaba el sobre en su mano con la punta de los dedos, creando arrugas sobre la lisa superficie que se extendían hacia sus costados y quebraban levemente la cera encima suyo.

No había más que decir que no fueran despedidas, pero ni él ni Levi eran expertos en eso. Félix nunca había tenido que decir adiós, no explícitamente. La única persona que siempre tuvo era su madre, y ella estaba a salvo tras los muros. Levi simplemente nunca había tenido la oportunidad de hacerlo, y ahora que se le presentaba una, no sabía qué decir.

Félix tomó una bocanada de aire y se separó de la carretilla cuando vio a Zoro acercarse hacia él. El caballo inclinó el hocico sobre su cabeza y le dio un par de golpecitos antes de tratar de mordisquearle el cabello. Félix rio, saboreando la ligereza del momento y después se volvió hacia el Capitán.

Levi lo miraba con atención, con el rostro tenso.

Félix no sabía que decirle.

—Descuida —comenzó, sabiendo que sus palabras no contenían ni una pizca de veracidad—. Tendré que ir por todas mis pertenencias al cuartel, así que te veré ahí, supongo.

—Hah. Como quieras.

Levi se encogió de hombros, a pesar de que los tenía tensos, y se volvió hacia el frente, dando por terminada la conversación.

Se forzó a reír por el bien de ambos, aunque el sonido fuera estrangulado y un poco seco. Cuando le colocó su mano sobre el hombro, un poco de esa tensión se deshizo, pero el tiempo corría y la Policía Militar no era conocida por su paciencia o por ninguna cosa buena en el mundo.

La tela del saco bajo sus dedos era acogedora, y él le palmeó suavemente el hombro a su compañero. Levi le miró de reojo, el rostro levemente suavizado, y el atisbo de una sonrisa apareció sobre la boca de Félix.

El azabache dejó caer su mano y después se volvió hacia el hombre oculto entre la destartalada manta; el pastor aún se hundía en ella con una desesperación que se le antojaba incluso a él. Félix sabía que, dada la oportunidad, él ensillaría su caballo y se echaría a andar en la dirección en la que Erwin partió solo para poder escapar de aquella situación.

Rodeó la carreta y se acercó hacia el hombre, desatando una amigable sonrisa sobre su cara que en esos momentos no tenía cabida ahí. Le estiró el brazo, aún sonriente, y ofreció su mano como saludo.

—Lo siento, nunca nos presentaron. Félix Kaiser.

El pastor miró su mano antes de sacar la suya de entre los pliegues de la manta y estrechársela con suavidad.

—Nick. Solo Nick.

—Nick —Félix amplió solo un poco su sonrisa, mirándole fijamente a los ojos—. Fue un placer haberte conocido.

El pastor Nick abrió los ojos de par en par y su mano se congeló aún unida a la suya. El miedo se hizo evidente en sus ojos, pero el hombre asintió con una expresión que le daba a entender que ya lo sabía. Félix sentía por él.

El hombre conocía su error, y ahora solo un milagro podría protegerlo.

Volvió a acercarse hacia Levi por la parte lateral de la carreta, dudando solo un segundo antes de hacerlo. El capitán lo mataría por esto, pero debía hacerlo sí o sí, o terminaría con la consciencia hecha mierda antes de llegar ante el noble que lo convocaba.

Félix le pasó los brazos por el cuello, desde detrás, y se inclinó hacia el frente, como si quisiera alcanzarle la mejilla. Levi se tensó de inmediato debajo suyo y volteó el rostro con una velocidad que casi se lo partió. De lo único que veía de su rostro, su ojo derecho, era que lo tenía bañado en rabia, irritación y confusión que se disolvió apenas notó lo que sea que estuviera escrito en el rostro de Félix.

El azabache apretó el agarre alrededor del capitán, hundiendo el rostro en el cravat, en su cuello y bajo su oído.

—Van a asesinarlo —murmuró tan bajo como pudo, quedo y casi mudo.

Sintió el efecto de sus palabras en el hombre cuando un escalofrío lo recorrió, y lo vio dirigirle una rápida mirada al pastor frente a ellos, que mantenía la mirada gacha, el rostro cubierto, sumiso. Levi asintió lentamente.

Félix se alejó de golpe de él y le palmeó el brazo, sonriendo mientras lo hacía.

Si lo volvía a ver, sabía qué tipo de bienvenida le esperaba después de eso.

—Voy a extrañarte, Shorty.

Levi le miro de reojo, chasqueó la lengua y después, sutilmente, asintió de vuelta.

Zoro reclamó su atención casi de inmediato; Félix se carcajeó un poco y le palmeó el cuello mientras se movía hacia donde se hallaba su montura. Sentía los ojos de la mujer y los dos hombres pegados encima suyo, y aunque forzaba la sonrisa, se sentía casi natural sobre su rostro. Zoro coceó un poco hasta que montó sobre la silla, tomando las riendas con fuerza entre sus manos. Levi se había girado hacia él, con los ojos entrecerrados y un brazo descansando en la orilla de la carreta

Félix le sonrió, llevándose dos dedos a la frente y saludando.

—Adiós, Levi.

Levi ladeó un poco la cabeza.

—Félix —fue lo que dijo.

Salió acompañado por los dos hombres del unicornio, con la mujer sin insignia por delante.

Dejaron Trost detrás.

━━━

—¿Cómo sabías que estaría en Trost?

Caven era una mujer seria, estoica. La expresión en el rostro no le había cambiado nada desde que dejaron el Muro Rose detrás. Ella cabalgaba al frente de todos, mientras que los dos tipos de la Policía Militar se atrasaban por detrás de ambos.

Lo miró de reojo, con esos fríos ojos que le recordaba tanto a los de Annie Leonhart.

—No lo sabía.

—Bueno, llegaste con mucha anticipación, especialmente con una alerta sobre una invasión por parte de los titanes aún vigente.

Iba rígida en su montura. Félix se preguntó si tal vez no estaría acostumbrada a cabalgar tan seguido, o si quizás sus preguntas comenzaban a molestarla.

Era bien sabido que con miembros de la Policía Militar no te metías porque, o terminaban agrupándose para irse contra ti, o algo peor sucedería.

—¿Dices que sabíamos que estarías en Trost?

Félix se encogió de hombros.

—Digo que me parece inusual que envíen a tres miembros de la Policía Militar a escoltar a un hijo ilegítimo de un noble para reunirse con otro noble, especialmente cuando ha habido una alerta de invasión y son los de la Legión de Reconocimiento los que deben salir a ver qué ocurre —el azabache entrecerró sus ojos en su dirección—. ¿Tan estúpido me consideran que creyeron que no me daría cuenta?

Caven siguió mirando al frente, pero incluso él podía ver que la tensión en sus hombros se le había ido hacia todas partes. La mujer continuó en silencio por otros minutos, lo único que pasaba entre ellos era el silbido del viento alborotando los árboles y sus hojas, y los cascos de los caballos golpeando el terreno de tierra.

—No sabíamos si ibas a cumplir con las órdenes —dijo ella finalmente, ralentizando su montura para ir a la par con él—. O si habría que traerte por la fuerza.

Félix chasqueó la lengua y asió con fuerza las riendas en sus manos. Debajo suyo, Zoro volvía a sentirse como su único acompañante, el único en el que podía confiar plenamente ahora que iba a meterse a la guarida del lobo por cuenta propia.

Pero de no haberlo hecho, ¿qué le habría pasado? Mirando a la mujer, Félix podía darse cuenta de que la situación era ir o no ir, y atenerte a las consecuencias. ¿Qué habrían hecho para asegurarse de que fuera con ellos hacia el interior?

Al final, la cosa estaba resuelta; Félix no era estúpido, y sabía que rehusarse a encontrarse con un noble cuando eras convocado a una reunión con cualquiera de ellos, por cualquier motivo, jamás terminaría bien para la parte renuente. Había vivido la mayor parte de su vida entre las paredes de uno, visto muchos otros y conocido a los herederos de las familias importantes, él sabía bien cómo se manejaba aquel mundo de aristocracia inútil y política engañosa.

Caven lo miró de reojo y Félix encontró su mirada de frente.

—Lamento haber arruinado la diversión para ti.

Por los ojos de la mujer pasó algo, tan fugaz que casi no alcanzó a verlo, pero el rostro volvió a contorsionársele en esa máscara estoica.

Aquello, pudo darse cuenta, era lo que le esperaba tras abandonar Trost; máscaras.

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