21. Malas decisiones = consecuencias
CAPÍTULO VEINTIUNO
MALAS DECISIONES = CONSECUENCIAS
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Félix despertó acurrucado en el duro suelo del muro con nubes grises mirándole desde arriba.
Soplaba una suave brisa desde algún lado y aquello fue lo que lo despertó, junto a la promesa de lluvia que acarreaba con ella. Se quedó unos segundos ahí acostado, tratando de comprender lo que había ocurrido allí abajo, al otro lado del muro, mientras se desperezaba.
Parpadeando rodó hasta quedar de vuelta con la vista hacia arriba y entrecerró los ojos para calcular la posición del sol, si tan solo fuera capaz de verlo. Entre las nubes alcanzaba a ver que no estaba muy alto, lo que significaba que no había pasado mucho tiempo y entonces podría volver a reunirse con algún equipo en pocas horas.
Estaba seguro que Erwin estaría molesto con él. Primero por no obedecer órdenes y segundo por haber desaparecido de esa manera, pero ¿qué importaba? Había logrado lo imposible.
De solo recordar lo que había hecho le nacía una sonrisa y la carcajada llena de energía que se le escapó hizo eco sobre el muro. Por un instante, todo estuvo de maravilla. Fue cosa de enderezarse y echar un vistazo a los costados para darse cuenta de que había titanes en el territorio de María, y que al otro, en el de Rose, las ruinas de Utgard se habían vuelto polvo y en su lugar solo quedaba una montaña de escombros y cadáveres de titanes.
Aquello le quitó de golpe la pereza. Se incorporó al tiempo que se frotaba la saliva fuera de la boca y observó con los ojos bien abiertos las ruinas, o bueno, lo que quedaba de ellas. Entre los árboles y la poca visibilidad podía ver personas alrededor de donde Utgard habían estado pero… no. No, aquellos eran cadáveres. ¿Cuerpos de exploradores? No, se dijo mientras volvía a parpadear, titanes. Había una horda de titanes ahí durante la noche.
Y ahora que lo notaba el suelo estaba frío y húmedo. Alzó la vista otra vez hacia las grises nubes y frunció el ceño. Estaba por llover, o eso parecía. Tal vez había caído una ligera llovizna mientras él dormía, o tal vez solo era rocío.
Pero no, no era rocío y sí era lluvia, Félix solo estaba muy estúpido todavía y ebrio en éxito como para notarlo.
Tenía el uniforme un poco húmedo pero nada excepcional, y en esos momentos se odiaba por completo al no haber considerado volver por su capa y su capucha. Le sería útil en esos momentos, con el viento tan fuerte y así de frío.
Se abrazó a sí mismo cuando lo notó y juntó sus manos frente a su rostro para soplar un poco de calor en ellas. Ah, se había quedado dormido y había despertado después de una lluvia; sí o sí le daba un resfriado al volver al cuartel.
Gruñendo, se tiró de espalda al precipicio ante el muro y se arrepintió de inmediato cuando el frío viento le lamió la cara y cortó a través de su uniforme mojado. Abajo le esperaba su caballo, pastando junto a un charco de agua que se había formado durante el transcurso del tiempo del que bebía ocasionalmente.
Félix suspiró y se acercó a el, inmediatamente llenándole de caricias en la crin y el cuello y el lomo.
—Buen chico —le dijo rascando con más entusiasmo—. Tu me esperaste cuando otros me habrían dejado. El señor Jovan dió en el clavo contigo.
Soltó una ligera carcajada y se recargó contra el lomo del animal, consciente de que ambos estaban húmedos y que probablemente olerían mal para cuando se encontraran con otros scouts.
—Te llamaré Zoro —murmuró contra el pelaje, aún adormilado a pesar del agua que traía encima—. Un gran caballo como tú merece un nombre sencillo pero bonito. ¿Qué piensas, Zoro? ¿Te gusta?
El caballo relinchó, gentilmente volteando su cuello para mascar los mechones más cercanos a su hocico. Félix volvió a reír y cuando se separó para apartarse del animal, vio que el sol comenzaba a salir lentamente entre las grises nubes.
—Ah, mira eso. Podré calentarme en un segundo.
Le palmeó los cuartos traseros y se alejó para revisar su equipo. Todo estaba en orden, excepto que no llevaba capa y estaba muriéndose de frío. ¿Quién demonios les había dicho que estaba bien si usaban una chaqueta tan corta como aquella?
Al final, cuando comprobó que su equipo estaba en perfecto estado se acercó de vuelta a Zoro y se montó en el. El día no tenía pinta de mejorar y ni loco se quedaba esperando a que alguien pasara por allí. Tenía muchas cosas que contarle a Hange, y aunque la mujer era probable a enojarse con él, en esos momentos el sabor a victoria le sabía mejor que cualquier cosa.
Picó espuelas y comenzó a moverse en dirección a Trost, siempre junto al muro. Si se movía a campo abierto el frío le daría más de lleno, y en esos momentos lo menos que necesitaba era atrapar un resfriado. Quién sabe qué pasaría después de esto, y la Legión iba a necesitar a todos sus hombres. Félix no podía ser el único en el banquillo junto a Levi mientras sanaba su tobillo solo por un resfriado.
Ansiaba una cama caliente y quizás un café. En esos momentos daría lo que fuera por haber estado leyendo reportes aburridos en el interior de una tibia habitación.
Ya había avanzado un buen tramo cuando el mundo se iluminó dorado y verduzco y se detuvo. Alguien estaba transformándose en titán, pero él había visto que Zeke se alejaba y Annie había sido capturada.
Esperó con el corazón en el puño y entonces escuchó un rugido que resonó en su pecho. Volvió el caballo enseguida hacia la dirección por la que había venido y salió disparado hacia allá, porque ese había sido Eren.
Annie está fuera del juego y Zeke se dirigía hacia María. Los únicos que podrían hacer eso… el único que podría...
Reiner. Reiner y el Titán Colosal.
El pulso se le aceleró de tan solo considerarlo. En alguna parte allá enfrente estaba Eren y probablemente Reiner, y quizás también el Titán Colosal. Espoleó a Zoro más a prisa y solo entonces se dió cuenta de que el sonido de los galopes se acompasaban perfectamente con los latidos de su corazón.
No iba a mentir. No lo haría. Le daba miedo la idea de que el Colosal hubiera aparecido; significaba entonces que sería el doble de problema y que Eren se vería acorralado con dos enemigos más fuertes que él. No quería dudar de su fuerza, no se atrevería, pero había visto lo que era pelear contra Annie y si era cierto que esos tres se entrenaron juntos, entonces las cosas serían más difíciles.
Al frente, los vio.
Había una gran columna de vapor que se desprendía de algo sobre la muralla, creciendo en rizos hacia arriba y los lados. Por encima sobresalía una cabeza calavérica, algo que veías en un cuerpo mientras se descomponía o en algún titán al desaparecer.
Había ruidos que venían desde el otro lado de la muralla y sin importar cuán gruesa fuera esta, alcanzaba a escucharlos como si estuvieran junto a su oído. Había más caballos al pie del muro y Félix no dudó en dejar a Zoro junto a ellos. El caballo se encabritó y coceó, pero lo aplacó rápidamente con un par de palmadas a su lomo y tomó las empuñaduras de su equipo cuando otro rugido sonó desde el otro lado del muro.
Félix se detuvo un segundo y después se enganchó a la piedra y se impulsó hacia arriba, aterrizando torpemente en el borde. Cuando giró la cabeza se encontró con el Colosal sentado sobre la superficie del muro mientras más vapor le salía del cuerpo.
—¿Qué demonios-? —arrastró sus ojos lejos de él y los llevó hacia los chicos aún ahí arriba, dos de ellos sin uniforme—. ¡Oi, ustedes! ¿Qué mierda está ocurriendo?
La chica rubia alzó la cabeza de inmediato y sin titubear señaló en la otra dirección. Había algo vagamente familiar en ella que Félix no se tomó la molestia de identificar.
—¡Eren está peleando con-!
Un crujido resonó desde donde se encontraba el Colosal y todos los presentes se giraron hacia allá, sorprendidos y preocupados. Para su horror, el Colosal se ladeó hacia un costado y después comenzó a caer.
—¡Hange-san! ¡El Titán Colosal-! ¡Esquívenlo!
—¡¿Hange?!
Félix prácticamente se lanzó hacia el otro lado del muro, cerca de donde se reunían los otros. Abajo los vio, a Eren y al Acorazado. Hange y su equipo pegados al muro y apurándose para salir de en medio antes de que fueran aplastados por el cuerpo del Colosal.
Pero Eren no. Eren no se movió.
Lo único que alcanzó a ver de él fue la sorprendida mirada que echaba hacia arriba mientras el Titán Colosal se derrumbaba sobre él, el estruendo creando un ruido espantoso y barriendo con los árboles más cercanos. La ráfaga les llegó hasta arriba, casi sacándolos de encima del muro y obligándolos a sostenerse con fuerza de el.
Entre el vapor y el escombro volando por el estruendo alcanzó a ver que Eren estaba inmovilizado mientras Reiner le sostenía la cabeza para dejar la nuca al descubierto. Por un momento creyó que lo mordería de la manera en la que él lo había intentado con Annie en Stohess e hizo exactamente eso, pero una segunda figura emergió de entre ambos cuerpos con una persona en brazos, por encima del enorme cuerpo del Colosal.
—Oi, oi… ¿qué creen que-? —el segundo chico usó un equipo de maniobras para llegar hacia el hombro de Reiner y entonces ambos se dieron vuelta y comenzaron a andar hacia territorio titán—. ¡Oi tu hijo de puta, trae a Eren de vuelta pedazo de mierda!
Abajo, alguien gritó el nombre de Eren.
Oh, un momento. Iban a María. Zeke también se dirigía hacia allá. Félix alzó la cabeza a prisa y después se movió hacia el otro extremo del muro. Zoro seguía abajo, relinchando y encabritado pero aún estaba ahí. Solo sería cosa de cruzarlo e iría tras ellos y… ¿Y qué? No podía hacer nada a menos que quisiera encontrarse de frente a Zeke otra vez y dejar que este lo matara por haberle mentido. Estaba seguro que el tipo no le perdonaría eso jamás.
Si llegaban a donde estaba Zeke… si llegaban a donde se encontraba...
—¡Oi, Reiner! —gritó aún sabiendo que no lo escucharía nadie excepto los que se encontraban con él. Aún alcanzaba a ver al Titán Acorazado alejarse—. ¡Oi, tu pedazo de mierda! ¡Devuelve a Eren! ¡Devuélvelo maldita sea!
Un repentino mareo le atacó de golpe y lo derrumbó sobre sus rodillas. La cabeza le daba vueltas y cuando inclinó el rostro vomitó más bilis.
—¡Félix! —exclamó alguien, pero la voz sonaba lejana y se escuchaba como si estuviera bajo el agua. Sentía manos en los hombros que lo sacudían y alguien tomando su pulso, pero de repente todo le dolía.
Parpadeó tratando de alejar los puntos negros de su visión, pero cuando volvió a hacerlo, descubrió que dormir sonaba mejor.
Así que hizo exactamente eso.
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Cuando volvió en sí hacía sol. Volvía a estar acurrucado sobre algo duro y seco, y al enderezarse tuvo que limpiarse la saliva que le había resbalado por un costado de la boca.
—Ah, buen día dormilón.
Con pereza miró hacia su derecha y parpadeó para aclarar su visión, para poder ver a través del sueño aún aferrándose a sus ojos.
—Uh… ¿Hannes?
El hombre le regaló una sonrisa cansada que le resaltó las arrugas alrededor de la boca y se arrodilló junto a él, suavemente palmeándole el hombro.
—Mhm, nos diste un buen susto ahí, chico —le dijo el hombre mientras lo ayudaba a ponerse un poco más erguido. Después le tendió una cantimplora, y Félix la miró con sospecha—. Descuida, es solo agua. Tuve que ir a buscarla a un arroyo cercano.
Se imaginaba de cuál hablaba. Félix la tomó con ambas manos y la empinó por completo sobre su boca, bebiendo con ganas el líquido en el interior. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuán sediento estaba, y si el sonido que hacían sus tripas era alguna indicación, también se estaba muriendo de hambre.
—Despacio, despacio —Hannes le frotó la espalda y luego le dió unas palmaditas. Él comenzó a toser un segundo después, lanzando pequeños chorritos de agua. El hombre se carcajeó—. Anda con calma, volverás a vomitar si te apresuras.
Dejó la cantimplora de lado y pasó el agua restante en su boca, aguardando unos minutos para volver a abrir la boca y tomar una gran bocanada de aire que casi le quemó los pulmones.
Echando un vistazo a su alrededor se dió cuenta de que había personas tendidas en el suelo, y que Hange era una de ellas. Tenía quemaduras en el rostro, leves, y el uniforme blanco estaba lleno de tierra. Moblit estaba junto a ella, y dos líneas se extendían a lo ancho de la superficie del muro con más miembros del escuadrón de la castaña.
El día brillaba mucho para la ocasión
—¿Qué ocurrió?
—Te desvaneciste —le dijo el otro mientras tomaba asiento a su lado. Félix tomó agua de la cantimplora en una de sus manos y se la echó al rostro esperando que esta lo despertara por completo—. Tenías buen pulso, pero pensamos que te había ocurrido algo por la sangre.
—¿La… sangre?
Hannes señaló hacia abajo, y él, con el ceño fruncido, lo siguió.
Oh. Cierto. Había limpiado la sangre de sus puños en sus pantalones blancos y después se había quejado del uniforme, momentos antes de hacer su camino hacia donde Eren se hallaba. Aún le caían gotas de agua por la frente cuando se llevó ambas manos al rostro para ocultarse en ellas, y gruñó.
—Había olvidado eso.
—¿Peleaste contra un oso? —el hombre volvió a señalar, esta vez sus manos, y para su creciente horror se encontró con que las tenía magulladas y ligeras cortadas alrededor de sus manos. Uh, eso tampoco lo había notado—. Armin dijo que te separaste de ellos fuera de Stohess, pero tu ya llevabas un rato por aquí ¿no es así?
Ladeó su rostro para mirarlo; Hannes lucía más desgastado de cerca y las líneas de la edad se le marcaban con dureza alrededor de todo el rostro. El hombre colocó su palma abierta sobre su rostro y lo empujó hacia atrás.
—No me mires así, da miedo.
—¿Armin, dices?
—Ah. Lo conozco desde que es niño —le vio ponerse de pie y estirar una de sus manos. Félix la tomó y con su ayuda se irguió—. Tómatelo con calma. Estuviste noqueado por un buen rato, y tal vez estés algo deshidratado. Toma una ración y no hagas nada estúpido.
Félix resopló y le sacó el dedo medio mientras lo veía alejarse hacia donde Armin se encontraba. El chico se veía cabizbajo, silenciosamente sentado a un lado de Mikasa Ackerman. Se volteó para darles privacidad y se estiró, ambos brazos hacia el sol.
Su espalda crujió y varios huesos volvieron a su respectivo lugar; estaba vivo y lo único que necesitaba para renacer por completo era una de esas asquerosas raciones que él tanto detestaba. Se acercó con pasos titubeantes al chico de la cabeza rapada y le tocó suavemente el hombro.
—¿Uh? Ah… uh…
—Mhm… ¿Podrías darme una ración?
—Ah, h-hai.
Su nombre era Connie, le dijo una vez volvió con su asquerosa comida del día. El chico le ayudó a colocarse el equipo de vuelta y luego se sentó a su lado mientras hablaban en susurros. Le estaba contando lo ocurrido en Utgard cuando se atoró a mitad de la historia.
Supuso que dolía. Si Félix estuviera en su lugar no sabría cómo reaccionar sabiendo que sus amigos más cercanos habían resultado en traidores, como había pasado con Reiner y ese tal Bertolt. Connie tenía los puños apretados y los dientes también, y parecía estar conteniendo un par de lágrimas por la expresión en su rostro.
—Oi —dijo suavemente, colocando su mano sobre su hombro—. Está bien sentirse así, ¿vale? Tu creías en ellos y resultaron ser unos imbéciles. Más tarde vamos a ir tras ellos y quizás vaya a ser difícil, pero por el momento, está bien sentirse triste.
El chico se pasó la manga de su camisa por el rostro y se limpió las lágrimas, dejándolo ahí unos segundos por si acaso. Félix le dió palmadas en todo momento; era fiel creyente de que estas ayudaban si alguien que les daba significado las ofrecía.
Connie era mucho más bajo que él, aunque no tanto como Armin. Tenía la cabeza rapada y los ojos grandes y color del ámbar. Era delgado, pero él decía que eso le ayudaba mucho a la hora de utilizar el equipo de maniobras.
—Antes de desmayarte —murmuró cabizbajo—. Comenzaste a gritar cosas realmente feas contra Reiner. ¿Eso te ayudó en algo?
—Mhm, soy un firme creyente de que maldecir libera estrés —el azabache se encogió de hombros y le sonrió al chico—. Pero estaba mal, según Hannes. Así que supongo que algunas cosas que dije fueron... Por la fiebre.
Él asintió lentamente y después se hizo hacia atrás cuando uno de los hombres en el suelo gruñó. Félix le sonrió cuando lo vio ponerse en pie para alejarse en esa dirección.
El día estaba muy soleado como para la situación en la que se encontraban, y todos parecían estar ocupados en aquel momento. A su izquierda, la chica Ackerman había despertado y Armin estaba con ella, y al otro lado aún había heridos.
Se acercó al borde del muro y miró hacia abajo, en el lado de María había titanes que los miraban desde debajo, uno de ellos incluso sentado en el crater que había creado la caída del Colosal, como si estuviera tomando el sol. Se dirigió hacia el otro extremo, en dónde estaban los caballos y buscó entre ellos el reluciente pelaje de su Zoro.
Sonrió una vez notó al caballo e hizo una nota mental de ir en persona a agradecerle al señor Jovan. En verdad le había gustado el animal.
Volvió a estirar los brazos una vez se hubo enderezado y otro par de huesos le tronaron, para satisfacción suya. El sol se sentía bien en su piel y la migraña que lo había amenazado durante la mañana ya no estaba.
Supuso que ahora solo quedaba aguardar, por mucho que le costara hacerlo.
Si llegan a Zeke estamos perdidos. Eren estará perdido.
Lo sabía con la misma certeza con la que había sabido que Annie era la Titán Hembra. Y entonces Zeke sabrá que le mentí.
Por alguna razón, pensar en Zeke evocaba recuerdos distintos. Había uno donde ambos se lanzaban desde algo en el cielo, algo que flotaba ahí arriba. ¿Un globo, quizás? Pero no, porque en el siguiente se veía a sí mismo mientras comía algo dulce sostenido en un triángulo.
Félix chasqueó la lengua. Lo que fuera que esos recuerdos fueran, no le pertenecían. Eran sueños, muy lejanos y demasiado muertos como para ser verdad.
Ahora solo necesitaba alejarse un poco de ellos, y decidió que haría eso al tirarse hacia el costado dónde aguardaban los titanes.
—¡O-oi! —escuchó que le decía Connie desde arriba—. ¡Oi! ¡¿Qué crees que haces?!
—¡Me deshago de ellos!
Le rebanó el cuello al primero de lado a lado y volvió para apoyarse contra la lisa superficie del muro. Subió un poco, solo un poco y después se volvió a dejar caer, rápidamente enganchándose del muro una vez más y pasando sus cuchillas por el cuello de un titán y de ahí saltó al otro.
Váyanse, pensó. La sangre que le había caído en la ropa comenzaba a evaporarse, y la única que permanecía era la suya, la que manchaba los pantalones blancos. Mueran. Descansen. Váyanse.
¿Los humanos lo sentirían? ¿Se alegrarían al saber que estaban siendo liberados de esa prisión? ¿O quizás ya estaban muertos? Se preguntó cómo sería ser un titán y por qué lo consideraba una prisión. No debía ser muy distinto a estar encerrado tras los Muros, pero al menos allí detrás ellos aún podían moverse con libertad. En cambio, los titanes solo podían correr tras humanos en busca de algo que ellos ya no obtendrían jamás.
Sus cables siseaban cuando los soltaba y se dejaba caer, y los cuerpos deformes cayendo en seco al suelo levantaban una ligera nube de polvo que le hacía toser de vez en cuando.
Váyanse. Le atravesó el ojo al más alto de ellos, y se apoyó contra su frente mientras las deformes manos se estiraban hacia arriba para atraparlo entre ellas. Félix le pateó la cabeza varias veces.
—Oi, quien quiera que seas. ¿Me escuchas? —una de las manos le tomó la bota y Félix lo pateó enseguida. Las mandíbulas del monstruo se abrían y cerraban tratando de comérselo—. ¿Duele? ¿Duele ser esto? ¿O estás metido en la nuca de la misma manera que los cambiantes?
La boca se cerró alrededor de la punta de su bota. Félix gruñó y tiró de su pierna con fuerza hasta que logró sacarla de entre las mandíbulas del monstruo, rompiendo varios dientes en el proceso. Se enganchó al muro una vez más, se alzó por el aire y después descendió con rapidez, logrando cortar el cuello en una incómoda posición, pero derribándolo de todos modos.
La sangre de titán se desvanecía. Se miró la ropa mientras eso ocurría, notando otra vez como la suya era la única que permanecía esparcida sobre su uniforme.
Ah, supongo que solo los humanos sangran de verdad. Y ellos ya no lo son.
Desde arriba le llegó el lejano rumor de cascos golpeando la dura superficie del muro. Félix tiró la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos, pero estaba muy abajo y sería inútil si quiera tratar de ver quién era el que se acercaba.
Suspiró y volvió a bajar la mirada hacia los últimos, pocos titanes que quedaban y que le miraban con ojos saltones. Uno de ellos daba saltos y la tierra retumbaba, mientras alzaba sus cortos brazos para intentar alcanzarlo. Aún sostenido del muro, comenzó a bajar lentamente hacia él, hasta donde sus cortos brazos alcanzaban a llegar. Uno de ellos le tocó la bota.
Era una lástima, pensó él, que quién quiera que fueran esas personas dentro de los titanes, sus vidas hubieran tenido un final así de miserable.
Volvió a elevarse hasta donde se encontraba clavado su gancho y después se soltó, de inmediato siendo arrastrado hacia abajo. Desplegó el gancho de nuevo, esta vez clavándolo mucho más cerca de la cima, y se impulsó hacia arriba, lejos de los terrores allí abajo.
El mundo le tembló bajo los pies cuando aterrizó y de inmediato cayó de rodillas. Siseó dejando las empuñaduras caer al suelo y se llevó ambas manos a la cabeza, que aún le palpitaba un poco. Félix se concentró en inhalar y exhalar, esperanzando a que el dolor pasara sin causar mucho desastre, y solo unos pocos segundos después es que aquel punzón incómodo cesó por completo.
Aún así permaneció de rodillas sobre el suelo por unos momentos, simplemente tratando de estabilizarse. Quería mentir y decirse que era probablemente una resfriado, pero sabía mejor que eso.
Sabía a qué se debían esos dolores de cabeza, y los singulares flashes que aparecían frente a sus ojos cada vez que se mareaba y un nuevo recuerdo —no no no, por favor no, por favor para— aparecía.
El sonido de cascos y coceos se apagó de pronto, lo que dió paso a los gritos y órdenes y bienvenidas entre varios de los recién llegados. A él no le hacía falta volverse hacia ellos para saber quién estaría ahí, al frente de toda la comitiva, pero aún así lo hizo.
Los elevadores estaban empezando a ser acomodados cuando notó a Erwin dándole indicaciones a Marlene y a Irvin, quienes se alejaron del Comandante con un asentimiento y procedieron a llevar a cabo sus tareas. Félix los siguió con la mirada por unos momentos antes de volverla hacia Erwin, en donde se congeló.
Desde aquella posición le era más o menos difícil discernir si lo que brillaba en aquellos ojos era furia o alivio, o plena molestia. Erwin ni siquiera tenía el ceño fruncido, pero el peso de su mirada encima suyo era suficiente para hacerle saber que lo había arruinado, y en grande.
Félix alejó la mirada de él, paniqueado, y miró a su alrededor mientras se enderezaba con mucha más rapidez de la necesaria, provocándose otro mareo que decidió ignorar en favor de escapar de aquella decepcionada mirada. Se alejó unos pasos del borde y notó que Moblit estaba despierto, pero Hange no.
—¡Oi! —exclamó, esperando que el temblor en su voz no se echara de ver—. ¿Podría alguien darme una capa? Olvidé la mía en Stohess.
—¡Félix!
El azabache gruñó mientras tiraba la cabeza hacia atrás y comenzó a rezar aquella oración que tanto le gustaba a la señorita Jovan. Al alzar la mirada se encontró con Petra, desmontando furiosamente de su caballo mientras aquellos en su camino le abrían paso.
La pelirroja apenas abría la boca para darle el regaño del siglo cuando se congeló a mitad de camino. Su boca se abrió, sí, al igual que sus ojos, que no dejaban de verle los blancos pantalones manchados de sangre. Se sintió demasiado consciente de su apariencia en ese instante.
—Oh, Petra, escucha…
—¡Eres un idiota!
Petra le saltó a los brazos al siguiente instante. Félix trastabilló un poco hacia atrás, sorprendido, pero terminó por sostenerla en un fuerte abrazo. Olía a viento fresco y flores, y el aroma le reconfortó al recordarle a su madre, a salvo tras los muros intactos.
—Lo lamento.
—¡¿Lo lamentas?! —le dijo al separarse. Ella también tenía la boca crispada y en sus ojos había fuego. Petra lo tomó del cuello de la camisa con ambas manos y se puso sobre la punta de sus pies para estar más o menos al mismo nivel—. ¡Pasaste junto a todos nosotros mientras partíamos y te desapareciste! ¡¿En dónde estabas?! ¡¿A dónde rayos fuiste?!
Sentía las miradas cayendo sobre ellos. Petra era legendaria en la Legión por haber sido escogida entre el resto para el Escuadrón de Operaciones Especiales, y encima ser la única mujer en formar parte. Se había ganado el respeto de muchos dentro de la organización, y lo cierto es que la información que poseía él les sería de gran utilidad. Si se lo comentaba a ella…
—Fui de paseo.
—Estás cubierto de sangre —le espetó ella con veneno en la voz. Félix hizo una mueca y se alejó de ella, llevándose una mano a los cabellos oscuros—. ¿Qué-? ¿Te ocurrió algo?
Al final solo suspiró. Petra solo estaba tratando de ver por su bien, como toda buena amiga lo haría, y aquí estaba él; con la culpabilidad resbalando de cada palabra que hablaba y cada acción que realizaba. Félix estaba siendo muy injusto con ella, lo fue desde el instante en el que los dejó atrás en Stohess y cruzó Erhmich sin detenerse a esperar por ellos, o darles alguna explicación.
Se merecía esto. Merecía que se enojaran con él y le exigieran respuestas, y él estaba dispuesta a darlas. Pero no ahí, no ahora. De entre las capas con las Alas de la Libertad, podía ver unicornios.
—Peleé contra un oso.
—Un oso te habría comido.
—Pues tal vez lo hizo y terminó por vomitarme.
La vio apretar la boca, claramente no convencida, pero al final ella también pareció percibir que no le sacaría nada en esos momentos. Sus hombros se relajaron ligeramente y una pequeña sonrisa le cruzó por el rostro.
—Eres un idiota.
Félix sonrió.
—Lamento haberte preocupado —le dijo mientras se acercaba y la estrechaba en otro abrazo. Petra se aferró a él con fuerza—. No era mi intención.
—A la próxima irás en mi escuadrón.
Él asintió mientras reía un poco, y entonces algo cálido le aterrizó sobre los hombros y se quedó ahí. Miró de reojo sobre su hombro y se encontró con el color verdoso de una capa. Al separarse de Petra se encontró con la sonrisa de Eld y el entendimiento en su mirada.
—Es bueno verte bien —el rubio le palmeó el hombro mientras Petra le acomodaba la capa—. Ese purasangre tuyo si que corre. Nos dejaste a todos comiendo polvo.
Pensó en su caballo bayo, de cabellos oscuros y ojitos brillosos. Por mucho que detestara las intenciones tras el obsequio, debía admitir que el señor Jovan sabía sobre caballos, y que Félix le estaba bien agradecido por el animal.
—Zoro es un buen chico —dijo con una sonrisa.
—¿Zoro?
—Mhm. Me encontré con un problemita del que tuve que hacerme cargo y él me esperó pacientemente. Relinchó y todo cuando lo nombré.
Eld y Petra rieron y Félix lo hizo con ellos. Se sentía mejor que antes y el punzón en su cabeza estaba ya lejos para esos momentos. La calidez que le causaba el estar con sus amigos era incomparable y él se permitió sumergirse en la burbuja de familiaridad que ofrecían.
Los ascensores ya habían empezado a trabajar con los caballos para cuando escuchó pasos detrás suyo. De inmediato, Eld y Petra se escurrieron lejos de él con una u otra cosa de por medio y a Félix no le hizo falta volverse para saber quién se hallaba a espaldas suyas.
—Sasha me informó que te desmayaste después de que empezaste a gritarle al Titán Acorazado —la voz de Erwin sonaba seria, y mientras Félix se volvía hacia él pensó en la mirada que le había dado hace rato—. También me dijo que creyeron que tenías una herida fatal por la sangre en tu ropa.
—Estoy bien —el rubio alzó ambas cejas y descendió su mirada hacia abajo, hacia su uniforme cubierto de sangre. Félix enrojeció—. En verdad, estoy bien.
Dile. Dile lo que hiciste, dile por qué. Dile lo que averiguaste. Háblale de Zeke y los titanes, los que le obedecen. Anda, dile ahora.
Cuando abrió la boca para comenzar a escupir todo lo que aprendió aquella noche, Erwin alzó una de sus manos para detenerlo.
—No quiero escuchar excusas. Cometiste un error y desobedeciste órdenes directas, Félix.
—Ténicamente no lo hice porque no estaba presente para cuando las diste.
Erwin se interrumpió a sí mismo y la mirada en sus ojos se endureció. Félix se encogió un poco y desvió la mirada, mordiéndose el labio porque qué mierda le pasaba. Quiso estamparse la cabeza contra algún muro o que Levi lo golpeara. Erwin estaba molesto con él y Félix no estaba ayudando mucho su caso.
—Félix…
—No, escucha. Escucha, Erwin, no tienes ni idea de lo que hice. Tuve motivos, ¿vale? Pero Reiner no es ni el menor de nuestros problemas. Hay un-
—Suficiente —le cortó el rubio de golpe, y solo entonces se dió cuenta de la expresión en el rostro del otro—. Te quedas.
Félix trastabilló hacia atrás como si alguien lo hubiera golpeado.
Se llevó una mano a la oreja y tiró del lóbulo un poco, diciéndose que había escuchado mal.
—¿Qué? No, no. ¡Escúchame! ¡Es importante, te lo prometo, yo jamás-!
—Basta, Félix. No voy a discutir esto contigo, no ahora mismo.
Erwin tenía la barbilla alzada mientras le hablaba. Era un gesto que utilizaba cuando estaba molesto y necesitaba intimidar a otros, pero Félix no se sentía intimidado. Estaba molesto porque no entendía por qué diablos no le daba una oportunidad para hablar. Si tan solo lo escuchara, entonces podría no excusarse, pero por lo menos informarle del peligro que podría aguardarles si alcanzaban a Reiner.
—Erwin… espera. Espera un momento, por favor. Sé que cometí un error pero no puedes dejarme aquí ahora mismo. Si vas tras Reiner vas a necesitar a cada hombre capaz de-
—Los tengo. Y son suficientes.
—¡No lo son, y si tan solo me escucharas-!
—¡Dije basta!
Solo en esos momentos fue consciente de que no estaban solos. Había personas que los rodeaban, que pretendían ignorar lo que ocurría en aquel pequeño espacio que habían hecho para ellos dos.
Varios scouts les daban la espalda y fingían que no prestaban atención, pero incluso ellos se encogieron un poco cuando el Comandante alzó la voz. Los de la Policía Militar les miraban de reojo, conflicto escrito plenamente en sus rostros, y Félix se dió cuenta entonces que no podría decirle gran cosa a Erwin mientras estuvieran rodeados por una audiencia.
Lo que tenía que decirle era para oídos del Comandante únicamente. Y aún así...
—Te quedas, Félix, y es una orden.
Aquello fue como una bofetada. Por encima del hombro del rubio alcanzó a ver a los reclutas nuevos, que miraban la escena con los ojos abiertos de par en par. A espaldas del Comandante también estaba Petra, que le hacía señas con la cabeza y le decía 'déjalo ya' con la boca.
Félix apretó los puños. No podía decirle sobre Zeke en esos momentos, ahora lo entendía, pero tampoco podía dejar que simplemente lo mandara al banquillo y lo dejara atrás. Se habían llevado a Eren y Félix llegó demasiado tarde para tratar de evitarlo, para detener a Reiner e impedir que llegara a donde sea que Zeke se encontrara.
No podía fallarle otra vez.
—¿Por qué? ¿Porque te dejé atrás al salir de Stohess? Tenía algo que hacer antes de partir a revisar el Muro, y estoy bien. Nada me ocurrió y nada me ocurrirá, ¿por qué no-?
—Fue una estupidez que salieras de la manera en la que lo hiciste, a solas y claramente herido —la voz del Comandante cortó todo intento de refutarlo. Erwin sonaba frío, y seco y molesto. Tenía el rostro tenso y la mirada demasiado resguardada.
Jadeó al hacerse hacia atrás. Erwin y él habían tenido argumentos antes, discusiones que empezaban por tonterías y terminaban volviéndose serios cuando notaban que había un verdadero problema allí, pero siempre lo solucionaban. Se hablaban civilizadamente y no imponían rangos el uno sobre el otro.
Era distinto esta vez. Félix podía verlo en sus ojos y la expresión en su rostro. Cuán frío sonaba al hablarle y la postura con la que se alzaba encima de él. En esos momentos comprendió que no estaba tratando con Erwin, si no con el Comandante, el que Félix estaba acostumbrado a ver, pero pocas y raras veces dirigido a él.
—Erwin…
—Fue insubordinación —dijo el rubio con un tono de finalidad que le cayó agrio en las entrañas. Su voz era fría y sus ojos aún más helados—. Te quedarás aquí y aguardarás con Hange y los que aún estén heridos, y no está a discusión, Kaiser.
Kaiser.
Kaiser. Erwin jamás lo había llamado así. Erwin jamás se había dirigido a él con tanta frialdad, y la interacción no solo le dejaba un sabor agrio en la boca; le retorcía los nervios y le hacía querer vomitar. Lo habría hecho de no haber tenido público. ¿Qué mierda les importaba a los otros lo que estuviera ocurriendo entre él y el Comandante? Aquello solo le hervía la sangre y le ponía los nervios de punta.
Félix se enderezó tanto como pudo y miró de frente al hombre. Había una roca pesando en su estómago y quizás algo le había entrado por la nariz, porque incluso respirar le era difícil. Tenía tantas ganas de gritar, pero comprendía que aquello no lo ayudaría en nada, que Erwin había tomado una decisión y Félix estaba bajo su mando.
Desobedecerlo de nuevo no serviría de nada.
—Entendido, Comandante.
Erwin asintió una única vez y le dió la espalda. Félix lo observó alejarse mientras comenzaba a exclamar órdenes. Las personas a su alrededor se apuraban en llevar a cabo lo que decía y las que quedaban le lanzaban miradas vacilantes a él y al rubio.
Félix chasqueó la lengua y se giró de igual manera.
—Félix…
El azabache se detuvo de golpe y bajó la mirada hacia donde Hange estaba tendida. Moblit le había puesto una toalla sobre la frente y sus gafas descansaban junto a ella. La castaña le miraba de la misma manera en la que el resto lo hacía, y cuando reconoció la pena en sus ojos, solo logró avergonzarlo más.
—Déjalo Hange. No importa.
La castaña no le respondió, y honestamente Félix ya no estaba de humor ni para encontrarse ahí. Si ya estaba siendo castigado por su propia estupidez pues al diablo, ¿qué era otro castigo?
Miró por encima de su hombro, a Erwin que hablaba con Ian y a otros pocos que le prestaban atención. El resto se encontraba supervisando a los heridos o ayudando a los caballos a entrar en los elevadores. Inconscientemente se enterró las uñas en las palmas de las manos y se mordió el labio, sabiendo que lo que estaba por hacer solo empeoraría las cosas.
Se acercó al borde y se dejó caer, ensartando su gancho en una parte baja del muro para aterrizar suavemente en el suelo. Desde arriba le llamó Petra, pero Félix le acomodó la montura a Zoro y se subió en ella tan rápido como pudo que la voz de la mujer se perdió en un eco contra el viento.
Félix palmeó el cuello de Zoro y lo espoleó, apurándole a andar en dirección del distrito más cercano. Los ruidos comenzaban a perderse a sus espaldas y pasaban a convertirse en lejanos ecos que apenas y alcanzaba a escuchar, a entender.
Se pasó una mano por el rostro, tratando de quitarse la pena y la incomodidad de encima, y al bajarla vio las pequeñas cortadas sobre sus nudillos, la sangre seca que no había desaparecido en la tela de sus pantalones, y de inmediato sintió la bilis que le subió por la garganta.
Tuvo que detenerse unos metros más adelante para vomitar.
Tch. Todo por querer conocer a un estúpido mono.
Actualizo porque hOLY SHIT EL 137 WTF CON EL Y PLS OH GOD I'M *SCREAMS IN MÚLTIPLES LENGUAJES* dUDE le decía a una amiga que me salieron como dos +2 plots de un solo capítulo y esTOY ugh oh por dios iSAYAMA WHY
Shit, y a partir de hoy quedan solo dos más y yo enserio no sé cómo putas le voy a hacer eS QUE *VUELCE A GRITAR* suficiente dijo Pablo ptm todo se está volviendo un desastre y dios *cries* *cries some more* soy Jerry literal, me sostengo de lo que sea pa llorar con gusto wtf Isayama stop pls i can't
Me gustaría decirles que FotD va a ser un poquito más feliz pero nah mis dudes recuerdan ese "preludio al desastre" pues bueno se viene se viene au au!!
Sigh, espero que les haya gustado el cap, ya vieron la chinguiza que le dió Erwin a Félix pues bueno, disfruten *inserte corazón*
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