19. 12 horas antes

CAPÍTULO DIECINUEVE
12 HORAS ANTES
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Sasha nunca se consideró a sí misma como alguien valiente.

Tampoco había sido la mejor de las hijas, o alguien humilde.

Hasta hace tan solo poco que había comenzado a cambiar, y ella podía sentirlo.

Ese cambio, ese engranaje encajando en su sitio; la sangre que le bombeaba en las venas con lentitud era todo lo que la mantenía viva, pero la adrenalina era lo que le daba las ganas de vivirla.

Ella sabía que no era como Eren, como Mikasa. Que, aunque hubiera pocos ejemplos en su vida sobre cómo ser fuerte, su padre tenía razón.

El arco le temblaba en las manos y la cuerda, tensa de la misma manera en la que ella lo estaba, le cortaba la piel ahí en donde la sostenía. Un pequeño hilillo de sangre le corría de la yema del dedo y se deslizaba hacia abajo, lenta y despiadada.

¿Qué ocurriría si fallaba? La niña estaba fuera de peligro, pero ella no. Ella aún estaba allí, en la línea de defensa, siendo el único escudo entre una indefensa pequeña y un titán caníbal; no tenía otra opción más que pelear.

El sudor que le corría por las mejillas y la frente le hacía que le lloraran los ojos y la mirada se le nubló un poco; tuvo miedo de que se le entorpeciera más la vista, y el temblor en sus manos simplemente no desaparecía.

Le quedaba una flecha y el titán estaba ahí, a solo pasos de ella.

Le miró, con el corazón en el puño, mientras el titán hacia amago de subir a la ligera colina en la que se hallaba ella de pie. El eco de sus latidos retumbaba en sus oídos.

No podemos escapar. Si fallo… si fallo…

Quiso creer que fue un momento de locura, pero el gutural sonido que le salió de la garganta dejaba en claro lo que ella sabía.

Se deshizo del arco y lo lanzó lejos, y ella se echó hacia el frente, flecha en mano y punta arriba, e insertó el filo de ella en el ojo restante. La sangre brotó enseguida y le cayó sobre la cabeza, en las mangas de la camisa.

Los brazos del titán la rodearon y Sasha se apresuró a escapar del agarre, empujando la mandíbula del monstruo hacia arriba y escuchando un crujido que no hizo nada para detenerlo.

Se deslizó hacia abajo, por la lateral de la colina llena de tierra, y no gastó tiempo en echarse a correr. Tenía los ojos bien abiertos, mirando a todos para encontrar a la niña. ¿En dónde se había metido?

El camino giraba y ella lo hizo por igual, y por el rabillo del ojo los vio; primero le llegaron los sonidos de los cascos golpeando la tierra, y después vio la figura de los caballos pasando por un costado.

Sasha se detuvo de golpe, boquiabierta, y el corazón casi se le salió del pecho al reconocer al hombre al frente.

—Papá.

━━━

Si miraba atrás, estaba perdido.

Connie lo hizo de cualquier manera, porque la gutural voz que salía de la boca del titán le estaba dando la bienvenida a casa.

El agujero en su pecho se abrió aún más, se quebró.

Su aldea estaba en completo silencio y lo único que sonaba era el ruido de las hojas al ser movidas por el viento. Antes había estado llena de risas de niños pequeños jugando en las calles, de los adultos que veían por ellos y cuidaban de ellos. Sus hermanos habían gustado de jugar en la arboleda junto a la aldea, columpiándose de una rama mientras él les pedía que se bajaran o que le hicieran espacio para subir con ellos.

En esos momentos, el viento bien podrían ser sus risas siendo acarreadas lejos de él y de Ragako.

Excepto.

Excepto.

—Bien…ve…Bienve…

Connie recordaba congelarse sobre su montura, ni siquiera se había acomodado bien cuando ya estaba girándose para enfrentarse a ojos dorados que le eran dolorosamente familiares. Tampoco quería pensar en eso.

El titán estaba recostado entre las ruinas de su casa, con los brazos demasiado pequeños extendidos a un lado de su enorme cuerpo, las costillas marcadas siendo lo peor. O bueno, lo peor de ello era la inmensa cabeza y los ojos saltones que le miraban con atención. Tenía la mandíbula abierta, como si sonriera.

¿Acaba de…?

Un fuerte agarre lo sacudió fuera de su estupor y cuando se giró se encontró con Reiner, sudando y nervioso.

—¡Connie, date prisa o nos retrasaremos!

Connie parpadeó varias veces para deshacerse de la sensación de sueño que traía encima. Eso debía ser. Le faltaba dormir, ¿cierto? Y estaba imaginando cosas que no podían ser reales.

Pero… pero…

—Reiner, ¿oíste eso? Acaba de… el titán acaba de…

—Yo no oí nada —declaró el otro con fuerza, y dejó a Connie sintiéndose un poco desorientado—. Déjate de cháchara y céntrate en la misión. Anda, date prisa.

Sé que es imposible, le habría querido decir mientras lo veía alejarse, sé que es imposible pero... Pero me recordó a mi madre.

—¡Connie! —le dijo el rubio mientras se alejaba al galope—. ¡Tenemos el deber de rescatar a las miles de personas dependiendo de nosotros! ¡Piensa en tu familia que estará refugiada en alguna parte, y haz tu deber como un buen soldado!

, se dijo.

—¡Sí! —se dijo sabiendo que aquello resultaría más fácil. Que no podía permitirse distraerse o… o pensar locuras. No ahora. Quizás no nunca—. ¡Sí! ¡Tienes razón!

Su voz ahogó el viento que zumbaba entre las casas y el galope de su caballo lo alejó más y más de Ragako y la destrucción en la pequeña aldea. Trató de no pensar en el titán, en el cálido saludo que su madre le daba al volver de sus deberes o de cuidar a sus hermanos.

Trató y trató y trató. No estaba seguro de haber tenido éxito.

━━━

—¿Qué estás diciendo?

Hange se endereza y el cuaderno cae de sus manos. Félix lo observa, mudo.

—Ymir, fue lo que el titán dijo —le recuerda y no puede, no quiere—. Ella lo escribió aquí.

Félix aprieta los labios y Hange se aleja de él, se recarga contra un escritorio contrario y cruza los brazos. El sol se refleja en sus gafas.

No hace falta que mire allí en dónde señala; él sabe y también lo entiende. ¿Titanes que hablan? Habrían tildado de loca a Ilse tras leer el diario, delirante a la hora de su muerte tanto que no había sabido lo que escribía.

—Nombre extraño.

—¿Crees que signifique algo?

—Hah.

Ninguno lo dice pero al mirarse, saben. Entienden.

De alguna u otra forma está relacionado.

Félix vuelve la vista al cuaderno y alisa las hojas para continuar leyendo el resto.

Trata de no pensar en la plática, las acusaciones. Trata de no pensar en cuellos y nucas y titanes y humanos en una sola oración, pero falla.

Piensa en Eren sumergido en un cuerpo monstruoso, piensa en él mismo cuando se alza con su equipo de maniobras y le rebana la nuca a un titán.

Piensa y piensa y piensa, y piensa un poco más.

En la sangre y el vapor y cómo ellos se desploman una vez atraviesas su punto débil.

Está seguro de que Eren se desplomaría igual.

—Son humanos.

No lo dice él pero sí su boca. Hange se mantiene quieta en la otra punta de la habitación, aún de brazos cruzados y con la vista perdida en algún punto de entre todos los libros que los rodean.

Cae hacia atrás, absorto en sus pensamientos, y se lleva una mano al rostro.

—Hah.

Dice ella sin su usual entusiasmo, y Félix no necesita volverse a mirarla para saber que no sonríe ni se siente entusiasta. Suena apagada, contemplativa. Suena casi triste.

—Gente de Ymir. Titanes parlantes… Titanes humanos.

—Humanos que son titanes.

Ambos caen en silencio y se miran. Hay algo en sus ojos que parece demasiado puro para pertenecer a la plática, algo frágil y vulnerable y se siente en el aire.

Ese algo es la verdad. La que no quieren pero ahí está, y cuando se confirme, bueno.

Quién sabe.

━━━

—Ymir… ¿por qué te uniste a la Legión? ¿Acaso… acaso fue por mi?

Krista era una bola de nervios lo vieras por dónde lo vieras.

A veces jugaba mucho con sus manos y las retorcía entre sí, sintiendo en ellas el rigor que se formaba ahí cuando estaba demasiado nerviosa.

Krista siempre había sido un manojo de nervios, una chica débil con bajas aspiraciones.

Historia no. Historia nunca había sido así.

—¿Hah?

—O… ¿Lo hiciste por mí familia?

Y no podía evitar desconfiar, aunque ella quisiera todo lo contrario. Porque había dejado atrás a Historia para tomar a Krista de la mano y ser una con ella, pero malos hábitos tardan en morir, o algo así le habían dicho en alguna ocasión.

Krista confiaba mucho. Historia nunca lo había hecho así.

Y su familia, ¿que tenían ellos que ver con eso? Había sido aquel hombre quien la envió a la academia con la orden de ocultarse, de olvidarse. En aquel mundo, Historia era muy egoísta para existir, un error que no debería haber pasado.

Pero Krista podría tener una oportunidad. Su padre al menos le había dado eso.

—Sí, lo hice por eso —y escuchar a Ymir confesar aquello, bueno, ¿realmente podría quejarse? Ymir era… era Ymir. Y con eso le bastaba y si Krista había conseguido aquello con ayuda de Historia, entonces estaba bien—. Pero no te preocupes, Krista. Estoy aquí por mi propio bien.

El paisaje era precioso; un enorme lago con agua cristalina que lamía gentilmente las tierras en donde comenzaba a originarse el agua y donde pastaban animales y bebían agua limpia. Los árboles, las flores, lo verde del césped y todo aquello iluminado  por los rayos del sol.

A veces ser Krista resultaba mucho mejor que ser Historia.

Espero que hasta el momento les esté gustando jsjdjajd lol pero bueno, soy consciente de lo corto de este capítulo así que subiré otro seguido de este (que es definitivamente más largo) y supongo que sus teorías podrán conseguir algunas respuestas idk

Ahí les va wink wonk

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