16. Es un mundo cruel.
CAPÍTULO DIECISÉIS
ES UN MUNDO CRUEL
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Se sentía tan ligero como una pluma.
Eren no sabía en dónde estaba; lo único que sentía era frío, y le daba vueltas la cabeza, y a sus oídos llegaba el lejano sonido de algo colapsando, pisadas gigantes y gritos. Muchos gritos de muchas personas, todos haciendo un horrible eco en sus oídos.
Le impedían escuchar el palpitar de su corazón, contar sus respiraciones.
Aún recordaba. Aún recordaba el rayo; el color amarillo y el dorado, el estruendo que provocaba cuando caía y una monstruosidad surgía con el.
Es un mundo cruel ahí fuera, le había dicho Mikasa, y las palabras no habían dejado de unírsele al eco ya existente dentro de su cabeza. Algo en su cabeza ardía, pero lo hacía mucho más en su pecho. Se sentía como si hubiera sido golpeado, fuerte, con algo filoso; como si hubiera sido atravesado de pecho a espalda y su corazón estuviera luchando por mantenerlo vivo.
¿Era así como se sentía morir? Eren esperaba que no. Dolía demasiado como para que fueran sus últimos momentos.
—¡Eren!
Le zumbaban los oídos y los sonidos se distorsionaban, y mientras más escuchaba su nombre, menos lo entendía. ¿Qué estaba ocurriendo? Lo único que recordaba era dorado, uno tan podrido y reluciente que era difícil de mirar. Recordaba azul, también, y una extraña sensación invadiendo su pecho.
Recordaba fuego, y rojo, mucho rojo. Recordaba gritos y dolor y voces y ¿acaso era Armin? Quién lo llamaba, ¿era Armin? Mikasa se había ido. La capa con las alas le ondeaba mientras se movía hacia la salida del túnel.
Es un mundo cruel ahí fuera.
¿Qué tan cruel debía ser el mundo como para tus amigos se tornaran en tus enemigos? ¿Qué tan cruel era, para arrancarte el corazón del pecho con manos limpias y sacarlas llenas de sangre, para darte esperanza y después quitártela?
Confía en nosotros, le habían dicho, y cuando Eren lo hizo dos de sus compañeros murieron. Confía en nosotros, y Eren quería, en verdad que lo hacía.
Pero confiar significa dar, y rara vez recibías de vuelta.
Es un mundo cruel ahí afuera.
¿Qué habría pensado Annie mientras los iba haciendo trizas uno a uno? ¿Se habría arrepentido? ¿Habría pensado en la crueldad de sus vidas, en lo difícil que era vivir en un mundo así? ¿O habría disfrutado de ello? De la sangre, de los gritos, del crujido de los cuerpos bajo sus puños.
¿Qué habría pensado Annie para traicionarlos así?
Apenas comenzaba a escuchar mejor, a ver mejor. La consciencia regresaba a él con una lentitud espantosa.
—¡Te dije que todos estaríamos contando contigo!
Dijo una voz que a veces le irritaba y otras hasta la esperaba. Jean se escuchaba desesperado, y había algo tosco en su voz que le obligó a abrir los ojos.
—¡¿Es esto lo que obtenemos por poner el futuro de la humanidad y nuestra supervivencia en tus manos?!
Jean se escuchaba molesto, también. Y aquel era un campo familiar, uno por el que se atrevía a caminar sin miedo alguno. La rabia de Jean era familiar para él de la misma manera que la timidez de Armin lo era.
—Marco… ¡Marco…!
La voz se le quebró. Eren quería escuchar más. Quería escuchar qué diría sobre Marco, pero entonces algo aún más doloroso le azotó el cuerpo. Le cortó la respiración de golpe y sus sentidos volvieron a desequilibrarse, y la poca consciencia que había ganado iba y venía como una antorcha a punto de apagarse.
A través de la confusión alcanzaba a ver un punto borroso de colores verde y amarillo, alcanzaba a escuchar una voz que le hablaba.
Abandonar tu humanidad. Le dieron ganas de reír ante el rostro de Armin, ante cuán oscuros se veían sus ojos.
¿Acaso él aún era humano? Estaba seguro que no. Algo le decía que no.
¿Qué era un titán si no un monstruo? ¿Y Armin decía que Annie podía abandonarla? ¿Que Annie era capaz de volverse ese monstruo porque dejaba atrás su sentido humano y se sacaba la piel, y se ponía otra mucho más gruesa, más fuerte?
Le costaba respirar.
Annie puede hacerlo, pensó. La sangre que le salía de la boca comenzaba a deslizarse lentamente hacia abajo, trazando un recorrido rojizo como el de las bengalas en el cielo durante su primer expedición.
Cuando le entró en la retina, el rojo se mezcló con una lagrimilla que salió ante la irritación.
¿Así se suponía que debía sentirse ser un monstruo? Porque quizás Eren no era tan frío como Annie. Él dudaba, y pensaba, y muchas veces temía.
A veces, durante las noches cuando el miedo se hacía demasiado y la oscuridad se volvía un buen escudo, Eren yacía recostado sobre su cama mientras pensaba en él como un titán. ¿Qué habría ocurrido para que se volviera uno? ¿Qué tomaba volverse algo tan asqueroso, tan sucio, algo que representaba el miedo de todas las personas habitantes de los Muros?
¿Podía ser considerado humano todavía? ¿Era válido su miedo? ¿Sus terrores nocturnos, sus pesadillas? Los rostros que veía al soñar estaban manchados de sangre, con ojos vacíos y las bocas abiertas en gritos silenciosos. A veces tenían los rostros de los que aún estaban con vida; unas noches eran Félix, otras Mikasa. A veces, incluso el Capitán Levi estaba entre ellos.
Era difícil salir de la cama por las mañanas para tratar de aparentar que todo estaba bien. Nada estaba bien, no desde hace ya un buen rato.
Es un mundo cruel ahí fuera.
¿Sería justo, entonces, que se echara a llorar si así le placiera?
No puedes cambiar nada a menos que sacrifiques algo también.
Lo sé, pensó aún sintiendo aquel ardor en su pecho, mis amigos están allá afuera, no puedo fallarles ahora. Recuerda...
Recordar era lo que más dolía, porque después de la larga lista de rostros sin vida que había visto durante su breve tiempo con la Legión de Reconocimiento, era el último el que más le dolía.
Aún veía a su madre, moviéndose histéricamente en el agarre de aquel titán sonriente. Aún la veía golpearle el puño con los suyos propios, la veía peleando. Su madre siempre había sido una guerrera, una distinta a las de la Legión o la Policía o el Garrison, pero siempre había peleado.
Con Eren, con su padre, con el señor del pan del tendedero en la esquina de la calle principal.
Carla Jaeger siempre había sido fuerte y obstinada y hermosa y Eren la extrañaba mucho.
La voy a aniquilar. Empujó hacia arriba y lo que le hubiera atravesado el pecho chirrió al hacerlo. La carne se le rasgaba ahí en el pecho y la camisa se le manchaba más y más de sangre. Las costillas las tenía inservibles y pequeños trozos de hueso blanco se adherían al objeto que lo había impalado. No… ¡La mataré!
No tengo tiempo para preocuparme si está bien o está mal. Escuchaba el crujir de sus huesos, cómo las costillas se movían unas contra otras, rotas y hechas pedazos. No puedes esperar que una historia de terror tenga un final feliz.
Sí, pensó finalmente cuando respirar no le era tan difícil y la furia le corría por el cuerpo como la sangre en las venas. Es un mundo cruel el de ahí fuera.
El mundo a sus pies lucía tan inocente cuando se ponía su piel de monstruo.
━━━
El segundo rayo amarillento cayó igual de fuerte.
—¿Qué diablos está pasando por allá?
Había algo de humo saliendo en la dirección contraria. Con bastante cuidado, Félix removió sus brazos de alrededor de su madre pero se mantuvo cerca suyo.
El rostro de Talisa Kaiser estaba blanco como una hoja y pequeñas gotas de sudor frío le corrían por la frente. Una de sus manos se aferraba con fuerza a su brazo, casi clavando sus uñas en el.
—Fe-Félix… Félix, cariño, ¿q-qué está ocurriendo?
El pánico en su voz se le clavaban como cuchillos en el pecho. Le columna de humo, y lo que debía ser sin duda polvo de escombro, subía más y más, de la misma manera en la que las bengalas lo hacían.
Al menos éstas no eran rojas.
Y aquello era el menor de sus problemas.
—Es difícil de explicar —comenzó diciendo él mientras la tomaba de los hombros. Erwin se había apartado de su lado tras aquella potente ráfaga que casi los enviaba al suelo—. Pero necesito que te quedes cerca, ¿sí? No sé hacia donde vaya a moverse todo este desastre, así que quédate cerca mío, má, por favor.
Su madre era fuerte. Era la más fuerte de todos a ojos de Félix, pero también era humana y los humanos se asustaban con facilidad. Las gotitas se sudor le resbalaban por la sien y el costado del rostro. Félix las limpió con gentileza y se inclinó para besarla la frente.
—Por favor. Confía en mí.
Y su madre asintió, aún temblorosa y ligeramente asustada, pero asintió.
Se giró a tiempo para ver a Jean bajando del otro carruaje y quitarse la peluca con prisa. La escena le habría resultado cómica de no ser por la situación en la que se encontraban.
—Comandante, yo también iré.
El chico era sensato, eso se lo daba. Y era fuerte, y parecía tener la suficiente determinación como para meterse a la guarida del lobo sabiendo que no era invencible.
—Consigue tu equipo del grupo cuatro —le dijo Erwin. Desde donde se encontraba podía ver la seriedad pintando su rostro. Su madre seguía a espaldas suyas, sosteniendo la bolsa con la que cargaba fuerte entre sus brazos.
—¡Erwin, qué-!
—¡Comandante, aquí tiene!
Noye pasó rápidamente a su lado, casi tropezando con sus propios pies al aterrizar. A los pies de Erwin colocó la maleta con su equipo, y Erwin no gastó tiempo en ponérselo.
Nile parecía confundido y molesto y más tarde, cuando todo esto hubiera acabado, Félix se aseguraría de burlarse propiamente de él.
—¡Todos los que puedan moverse, movilícense! —exclamó, tomando completo mando de la situación. La Policía Militar a su alrededor lucía igual de confundida que su comandante—. ¡Debemos asistir a la captura de la Titán Hembra!
—¡Erwin, detente ahora mismo!
Nile tomó su rifle, y lo apuntó directo a Erwin.
Entonces, algo despertó.
Félix se movió por impulso propio. Como si su cuerpo hubiera cobrado vida por sí solo, sin que él le diera órdenes concretas. Empujó a uno de los militares más cerca a ellos y se giró hacia el frente, hacia Nile y Erwin y bajo la atenta, horrorizada mirada de su madre.
—¡Félix!
El rifle descansaba pesado en sus manos para el momento en el que apuntó el cañón directo a la nuca de Nile.
El resto de los subordinados del hombre jadearon y varios de ellos cambiaron su objetivo de Erwin a Félix. Por encima del hombro de Nile, pudo ver que el Comandante le miraba con los ojos abiertos de par en par.
No sé qué estoy haciendo, le habría gustado decirle, pero en cambio simplemente empujó el arma hacia el frente, hasta que tocó firmemente los cabellos en la nuca de Nile Dok. No sé por qué lo estoy haciendo. No quería, pero lo hice, ¿por qué lo he hecho?
—Baja el arma —¿aquella era su boca, su voz? Se relamió los labios tratando de entender lo que ocurría.
—¡¿Kaiser?! ¡Qué crees que haces! —el Comandante de la Policía sonaba ahogado, como si la sola idea de ser sostenido a punta de rifle le fuera una mera imaginación—. ¡¿Piensas dispararme?!
Su mano quitó el seguro del arma. Nile, que le miraba de reojo por encima de su hombro, abrió su ojo visible de par en par. Algo debió haber visto en su mirada, algo que debió haberle dado a entender que Félix no estaba bromeando.
—¡Félix! —exclamó su madre, completamente horrorizada. Uno de los hombres del unicornio estaba de pie frente a ella, haciendo de escudo entre ella y la situación frente a sus ojos—. ¡Félix baja esa arma! ¡¿Qué estás-!?
Su madre también debió haber visto algo en su expresión. Algo en sus ojos. Ella podía leerlo, ¿cierto? Catia había mencionado incontables veces que su madre, y todas las que ella conocía, eran capaces de leer a sus hijos como libros abiertos. Así que su madre entendería, quizás, rogaba porque lo hiciera. La miró de reojo por una brevedad de segundo y lo que estaba diciendo se cortó abruptamente.
—¡Lo que estás haciendo es claramente una rebelión contra la ley! —su vista volvió rápidamente a Nile, que miraba fijamente a Erwin sin titubear, ni siquiera con el cañón de un rifle presionado contra la nuca—. ¡Baja el arma, Kaiser, y me olvidaré de esto!
—Tch, Nile —la mirada de Levi era fría como el invierno y su voz derramaba reproche—. ¿Tu cabeza es tan hueca como la punta de una pistola? Al parecer no tienes idea de lo que está sucediendo.
El hombre estaba temblando. Félix podía verlo tan claro como el día. Los de atrás, a su espalda, parecían estar en un predicamento parecido. Les escuchaba hablar entre sí, susurrar si sería sensato dispararle a un Comandante de división.
Había dos armas apuntando a los dos únicos presentes.
—Kaiser —Félix hizo un sonido con su garganta indicando que lo escuchaba—. Baja el arma.
—Baja la tuya primero. Cuando dejes de apuntar al Comandante Erwin, yo dejaré de apuntarte a ti.
Nile tragó saliva con pesadez, una gota de sudor resbalando por su sien directo a la boca. Podía ver más acumulado en la base de la nuca.
El hombre le miró de reojo otra vez.
—¿Lo harías? ¿Dispararías?
¡No! Quería decir, pero respondió al asiar con más fuerza el rifle. Una de sus cejas se alzó, condescendiente.
—Por supuesto que sí.
El silencio que permeó su respuesta pasó como un zumbido sobre sus oídos. Se inclinó ligeramente hacia la derecha, su boca rozando el agarre del arma. Erwin seguía con atención atemorizante cada uno de sus movimientos, pero el hombre aún no le había ordenado que bajara el arma.
Bien. Ambos conocían los riesgos, entonces.
—¡Comandante Nile!
Dok se sobresalto y presionó hacia atrás, contra el cañón del arma. Los nervios de sus subordinados se dispararon cuando Félix se acomodó para ajustarse al cambio de posición, pero todos se mantuvieron quietos. Igual que Nile, él aún sostenía con fuerza su rifle.
El hombre que se acercó a ellos les informó de Eren y Annie peleando entre sí en su forma titán, y el rostro de Nile hizo un giro descomunal.
—¡El daño a la ciudad es considerable! —seguía diciendo el mismo sujeto con palabras que salían atropelladas—. Hay muchas víctimas, tanto civiles como militares.
—¡Erwin! ¡¿Todo esto fue por tu plan!?
Y cuando volvió a alzar el arma con vigor renovado, Félix lo hizo por igual.
Nile ni se inmutó, ésta vez.
Erwin mucho menos.
—Es correcto —le dijo el Comandante con tanta tranquilidad que parecía una charla entre viejos camaradas, pero la frialdad permeando la voz, esa era incapaz de disfrazarse—. Todo esto fue por mi decisión personal. No pretendo dar excusas.
Nile se echó el arma al hombro con facilidad y avanzó hasta sostener por el cuello de la capucha al Comandante Erwin. Félix tragó saliva y le ordenó a sus manos que hicieran lo mismo, que el peligro había pasado.
Pero estas se negaron, y mantuvieron el rifle alzado de cualquier manera.
—Ustedes debían saber qué pasaría si ejecutas un plan como este en la ciudad. ¿Pero cómo? ¿Cómo pudiste hacer esto?
Erwin le escudriñó el rostro. Sus ojos eran fríos también, y vacíos. Oscuros.
—Para llevar a la humanidad a la victoria.
—¡Patrañas! ¡Eres un traidor!
El corazón se le detuvo cuando Nile alzó el rifle de nuevo y su dedo osciló cerca del gatillo.
—¡Podría ejecutarte aquí y ahora, y a nadie le importaría!
Félix golpeó el cañón contra su espalda.
—Inténtalo —le dijo con voz seca. Nile se tensó de pies a cabeza—. Te enviaré con él al infierno, si tanto quieres morir hoy.
A mí me importaría, era lo que no estaba diciendo. ¡A mí me importaría!
A Félix, todo lo que le ocurriera a Erwin Smith le importaría siempre.
—Félix, baja el arma.
Se congeló, y subió la mirada hasta las orbes azuladas de su Comandante. La mirada de Erwin era seria, pero no pesada. Y había un deje de entendimiento en ella que le cortaba la respiración. En su rostro no había nerviosismo ni nada que se le pareciera; pura determinación.
Félix tragó saliva en seco y, muy lentamente, bajó el rifle.
El alivio de Nile le llegó de inmediato.
La facilidad con la que lo hizo le resultó dolorosa. ¿Por qué no había logrado hacerlo él mismo? ¿Por qué solo con una orden directa de su Comandante? Sus manos habían actuado por sí mismas, y aquello le asustaba más que el rifle que sostenía con ellas.
—Por mí está bien —siguió diciendo el hombre, arrastrando sus ojos lejos de él—. Pero entonces deberás asumir el liderazgo.
—¿Ah?
—No puedes dejar que la Titán Hembra escape —prosiguió sin escrúpulos. Nile trastabilló hacia atrás—. Perla está a cargo de la formación. Vyler supervisa las dotaciones.
—Oi… espera un momento...
—Estoy seguro que si trabajas de cerca con ellos, entonces-
—¡Cierra la boca! —Nile respiraba con pesadez. Se le notaba en la errática manera en la que sus hombros subían y bajaban—. Tu… ¿En verdad lo crees? ¿Que esto ayudará a la humanidad?
—Sí. O al menos, que es un paso en la dirección correcta.
Le llegaban los sonidos de la batalla desde lejos. Escombros que salían volando y aterrizaban en el suelo con dureza, destrozándose en el proceso. Casas a las que se les caían las tejas y golpeaban duramente contra el mosaico de las calles. Había columnas de humo procedentes de incendios en todas partes de la ciudad.
—¡Bajen sus armas! —dijo Nile unos momentos después, y aunque confundidos, quizás incluso renuentes, sus subordinados lo hicieron—. Y pónganle unas esposas a este hombre.
Los hombros de Erwin se relajaron lo mínimo, y el ceño fruncido que se le había marcado de hace unos minutos se aflojó. El Comandante parecía sorprendido.
—Desplieguen a todos sus hombres —Nile se irguió, por un momento viéndose como un verdadero Comandante—. Nuestra prioridad es la evacuación de civiles y todo aquel que se encuentre herido. ¡Ahora!
—¡Hai!
A su alrededor, todos los subordinados del unicornio echaron a correr. Félix los miró de reojo a todos, pero mantuvo la mayor de su atención sobre el que custodiaba a su madre. Ese también se había alejado, y la figura de Talisa Kaiser permaneció de pie a un lado del extraño grupo que conformaban. Aún llevaba la bolsa sujeta entre sus manos, pero en su rostro ya no había ni una pizca de miedo.
Félix suspiró con alivio y le dedicó una débil sonrisa que ella correspondió.
Bien, más tarde. Se dijo mientras avanzaba hasta Nile y se colocaba tras él. Dos de sus hombres le estaban colocando esposas a Erwin, y Félix no dudaba de que el hombrecito lo intentaría con él también.
—Erwin, dejaré que sea el tribunal quien decida tu castigo —le dijo mientras le miraba. Erwin asintió, tan noble él.
Cuando Nile se giró hacia él tuvo que tomar un paso atrás para mantener un poco de distancia entre ellos.
—Atrévete a ponerme esposas y te muerdo la nariz —podía si quería. Nile le sacaba un solo centímetro y cualquier daño que quisiera inflingirle a su rostro sería fácil.
El rostro del hombre se crispó.
—Cierra la boca, Kaiser. Eres tú el que debería llevar grilletes en lugar de esposas.
Uno de sus hombres le quitó el rifle de las manos y esta vez lo dejó ir con más facilidad. Félix miró el arma mientras la alejaban, sintiéndose aliviado de tenerla lejos de sí por el momento.
—¿Vas a arrestarme frente a mi madre?
—A ti no te importó amenazar la vida de alguien con ella presente.
—¿La vida de alguien? —a costa de la situación, Félix lo miró con una sonrisa burlona—. Deberíamos compartir la culpa entonces, Dok.
Nile retrocedió otro poco sin quitarle la vista de encima. Erwin y Levi conversaban a espaldas del Comandante de la Policía Militar, y Félix se tomó un momento para mirarlos antes de volver su atención al hombre.
—Ah, hazlo entonces si quieres —le dijo al final mientras se encogía de hombros—. No podría importarme menos.
Los dientes de Nile rechinaron cuando los presionó contra sí mismos. Félix rodó los ojos y volvió la vista hacia su madre, dubitativa al acercarse a ellos una vez más. Talisa envolvió su brazo alrededor del suyo y le ofreció una tensa sonrisa al hombre.
—Nile, si tienes que hacerlo…
—Ah, no… no te preocupes por ello, Talisa —le respondió con ligera vergüenza—. Contigo aquí espero que sepa comportarse.
La sonrisa estaba ahí aún. Félix no sabía muy bien qué decirle o si quiera si debía decir algo del todo. No estaba contenta, eso lo sabía, y no había manera alguna de explicarle su comportamiento de esos momentos frente a todos los presentes. Ambos lo sabían mejor que nadie.
—Félix —dijo ella con voz tenue, mirándole con sus ojos verdes llenos de preocupación—. Compórtate, por favor. Lo que sea que esté pasando… no es momento para discutir.
Le temblaban las manos. Lo sentía incluso aunque el agarre alrededor de su brazo fuera lo suficiente fuerte como para clavarle las uñas. Tal vez su madre también estaba asustada y confundida, tal vez ella tampoco entendía por completo lo que había ocurrido.
O tal vez lo hacía muy bien. Lo sabía muy bien.
Su madre había sido siempre como Catia decía; sabía leerlo como a un libro abierto y usualmente no temía tomar una pluma para escribir en las orillas.
Suavemente, asintió.
Era lo menos que podía hacer por ella.
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Hay un punto y aparte en algún lado de aquel momento.
Perdido entre pliegues y ecos y caminos y callejones.
Hay un momento. Un cambio.
Uno que parece insignificante hasta que el mundo gira bajo tus pies y te obliga a hacerlo con el.
Hay un momento, y un punto y entonces se reinicia.
(Reinicia. Reinicia. Reinicia.)
Porque hay punto y aparte y otras, punto y coma.
Y hay momentos y cambios, y entonces el mundo explota.
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—No te veía tan agresivo desde hace un tiempo
La ciudad estaba vuelta un caos; fácilmente había contado tres cadáveres en el camino, más escombro del que solo había visto en ruinas en el territorio de María y volvía a haber sangre.
El color rojo parecía estar a cada vuelta de la esquina, en el más pequeño de los rincones u oculto entre las grietas más insignificantes de los edificios entre los que transitaban. Félix se había sentido enfermo al verlo, y había tratado de proteger a su madre de captar cualquier vistazo de ello.
Pero su madre era una mujer inteligente, y aquello a veces le causaba más problemas que no.
Miró de soslayo a Nile; había tomado por caminar junto a él para "mantenerlo vigilado" como lo había puesto tan amablemente. Félix no necesitaba una niñera, su momento de locura ya había pasado y si en algo contaba su opinión, no volvería a ocurrir de nuevo nunca más.
—No es como que me hayas conocido de siempre, Dok.
El hombre suspiró pesadamente y le miró de mala manera, aunque solo sabrías que lo hacía si eras capaz de ver tras aquel perpetuo ceño fruncido y labios tensos.
—No, tienes razón. Pero he visto lo que haces cuando estás molesto. He visto como actúas cuando alguien está siendo molestado.
—¿Molestado? Já —chasqueó la lengua al saber de inmediato a qué se estaba refiriendo—. Aquello era acoso. ¿Qué querías? ¿Que me quedara ahí de pie viendo a esos idiotas decir estupideces?
—Nicolás estaba avergonzado.
—Lo estaba, y también estaba agradecido.
—Sí —le dijo—. También recuerdo eso.
Félix por igual; recordaba haberse acercado a tres idiotas de los cuales no recordaba el rostro mientras estos le gritaban obscenidades para que todos los presentes en el patio los escucharan. Nicolás era mayor, y fuerte. Debía serlo si calificaba para entrar a la Policía Militar. Pero Nicolás también era de esos que poca importancia le daban a lo que el resto dijera, así que Félix había tomado los problemas con sus propias manos y pulverizado entre ellas.
Uno de los chicos terminó con la nariz rota, el otro con una contusión y el último, por lo que él sabía, renunció al día siguiente y comenzó a trabajar en las granjas de María.
No podía recordar más que aquello sobre los tres idiotas, porque toda su atención había sido robada por Nicolás; éste se había carcajeado tan alto que sus risas provocaban ecos en el patio mientras se acercaba a Félix, exclamando alto cuán 'afortunado' era por tener a alguien tan fuerte a su lado. Y después, justo en frente de todos, lo había besado.
Había sido mortificante, y gratificante, y todo lo bueno que terminara en "cante", suponía él. Sus labios habían estado ligeramente resecos pero su boca hambrienta, y Félix se había dejado hacer simplemente porque en esos momentos era joven e idiota, no tanto como aquellos tres, pero Nicolás lo había tenido bajo un hechizo del que su madre gustaba burlarse.
Ni siquiera podrías haber dicho que el chico estaba avergonzado por tremenda escena, pero más tarde, cuando el patio se había vaciado y los únicos que permanecieron allí fueron ellos dos, sus mejillas se habían sonrojado tanto que podría haber sido confundido con una manzana, y le había pedido a Félix que nunca más hiciera algo así.
Félix se había reído, gustoso y con el corazón lleno de calidez, y simplemente lo había besado de nuevo.
El recuerdo era uno de los más frescos durante su relación con el chico; era el que solía traerle más vergüenza y felicidad, y Nile sabía eso. Nile sabía muy bien qué cosas usar contra él.
El sonrojo en sus mejillas no era precisamente por el calor de ese día.
Félix carraspeó su garganta y le envió una larga mirada de reojo al hombro junto a él. Nile hacía lo mismo, con sus ojos fríos y pesados, entrecerrados.
—¿Y no anda por aquí cerca? —echó un vistazo a su alrededor como si el mundo no pareciera que estaba terminando aquel día—. Me gustaría saludarlo.
Nile chasqueó la lengua al puro estilo Levi y reacomodó el rifle en su hombro. Félix le tiró una sucia mirada al arma antes de volver sus ojos al frente, en dónde el caos aún reinaba y los hombres con el unicornio en las chaquetas trataban de evacuar a cuántas personas fuera posible.
—Me imagino qué tipo de saludo le darías.
Félix hizo una mueca.
—Ya no estamos juntos, ¿sabías?
—Hah, eso escuché.
Se preguntó qué pensaría el Comandante Erwin de su familiaridad con Nile. Se preguntó también si estaba escuchando su conversación y sacando sus propias conclusiones de ella. Félix miró hacia atrás y observó los pocos carruajes que seguían moviéndose en dirección a la puerta. Su madre iba en uno de ellos, ansiosa y quizás desesperada.
Pero Erwin caminaba erguido, con las manos esposadas al frente y siendo flanqueado por dos hombres con la insignia del unicornio detrás. No veía a Levi alrededor, e internamente rezó porque el hombre hubiera permanecido lejos del carruaje dónde su madre iba.
Erwin no parecía prestar atención a ellos tampoco; iba mirando al frente, pero cada cierto tiempo giraba la cabeza y miraba los escombros. Sus ojos se demoraban sobre las manchas rojas, sobre la Policía Militar que había a su alrededor corriendo de aquí allá con órdenes en la boca y civiles desorientados en brazos. Algunos de ellos estaban en las orillas, tratando de sacar a alguien debajo de los escombros o simplemente queriendo recuperar el cuerpo.
¿Así se habría visto durante la Caída de María? Jamás se le había ocurrido preguntarle a Eren, pero viendo bien la escena en Stohess, después de esto nunca lo haría. Solo podía imaginarse el trauma de vivir esto en carne propia y a manos de titanes. A eso, no pudo evitar preguntarse qué pensaría Eren una vez viera lo que su titán había ocasionado.
¿Se sentiría culpable? ¿Le dolería el estómago tanto como a Félix, por soportar el revoltijo que había ahí y tragarse una y otra vez las ganas de vomitar?
Era tan distinto a cuando salían de expedición. Porque aquí las personas no escogían morir, aquí otros habían decidido que aquel sería el sacrificio del día, y la sola idea le enfermaba. Esperaba que Eren estuviera bien después de esto.
Que sobreviviera. Tenía que hacerlo, incluso aunque no llegara frente al tribunal, Eren merecía sobrevivir.
Félix volvió la vista al frente y suspiró con pesadez. Nile aún caminaba a su lado, al frente de la comitiva, en un silencio que no era para nada inusual con él. Los distantes sonidos del enfrentamiento le llegaban en ecos que rebotaban en las desoladas calles de Stohess y se hacían cada vez más cercanos.
—¿Tú estás bien con esto?
Le miró de reojo. Nile ni siquiera lo intentó.
Félix apretó la boca, debatiéndose entre ser sincero o mentir, pero ¿qué podría ganar al hacerlo? La imagen era asquerosa; quedarían secuelas mucho después de que todo se hubiera zanjado, y Félix podría imaginar el daño irreparable que esto significaría para los habitantes de la ciudad; él había pasado por ello en su primera expedición, el resto de la Legión por igual.
Estaba acostumbrado a ver compañeros ser comidos o destazados o simplemente escupidos como gargajos. Solo un par de días atrás había visto más de lo mismo, más carnicería y sacrificios y personas normales jugando a ser héroes.
Stohess y su desgracia no deberían haberle hecho sentir nada. Y, una parte pequeña de su mente dijo, no lo hacía en realidad.
—No.
Aquello zanjó el asunto, al menos ante Nile. El hombre dió un pequeño asentimiento en su dirección y continuó andando en silencio.
Nile era idiota si decidía creerle, pero Félix no podía culparlo. Era un hombre de los Muros, Comandante de la división en donde los mejores van a esconderse tras ladrillos para no tener que hacerle frente al mundo real, y además, solo unos pocos dentro de la Legión eran lo suficiente descorazonados como para no preocuparse por el resto del mundo.
Félix jamás se lo había mencionado a nadie, jamás les había hablado de que a él realmente no le importaba.
De su boca salían mentiras a veces, y solo así se hacía ver como un humano normal.
El suelo tembló bajo sus pies por unos pocos momentos antes de detenerse por completo. Había rocas por doquier, trozos de edificios que antes habían sido gloriosos y vanidosos. Seguía habiendo sangre y el color rojo lo perseguiría por siempre, de eso estaba seguro, pero era ya era un gaje del oficio para él.
La verdad es que no tenía ni idea a dónde se dirigían. El hedor en el aire a muerte no le ayudaba como indicador, sobre todo porque Stohess olía de la misma manera en la que sus expediciones lo hacían, y Félix ciertamente se sentía derrotado al encontrar confort en aquello.
El Muro se alzaba ante ellos y tras de sí, y tal vez Nile aún tenía propuesto enviarlos hacia el tribunal y sacarse de encima sus molestos traseros. Félix no culpaba al hombre, no podía realmente. No cuando él mismo había pensado incontables veces que tal vez sí merecían perecer ante los nobles idiotas y los otros poderes por ser como eran.
Volvió la vista hacia atrás una vez más; Erwin parecía tan enfocado como siempre, la vista al frente y el mentón alzado. ¿Habría algún momento en el que este hombre dudara? ¿Habría algún momento en el que cayera de rodillas, que se sintiera impotente?
A veces, Félix se preguntaba si Erwin era un hombre con una voluntad de hierro o alguien que perseguía desesperadamente un sueño. Nunca se habría imaginado al Comandante como a un hombre con sueños, pero las apariencias engañan.
Los rugidos se hacían más cercanos, tanto que Nile y los hombres que los acompañaban estaban tensos como un arco. También podía sentirlo mientras más caminaban, el carruaje traqueteando a su espalda por el frenético movimiento del suelo.
—¡Comandante!
Los edificios se hicieron escasos a medida que avanzaban hasta que desaparecieron casi por completo, su camino abriéndose a una plaza justo a un lado del Muro en dónde Eren se hallaba. Félix parpadeó y sintió de inmediato que la garganta se le secaba.
Ahí estaba Annie.
Y, encima suyo, estaba Eren.
Félix y el resto de los presentes —podía ver al equipo encargado de capturar a la Titán Hembra en un tejado a lo lejos— presenciaron una monstruosa mano tomarle del rostro y estrujarlo con fuerza inhumana. La Titán chilló; lo hizo tan fuerte y tan distinto a como lo hizo en el bosque de los árboles gigantes que envió escalofríos a través de su sangre.
Era un alarido similar al de un animal muriendo.
—¡Félix!
El azabache se volvió hacia el carruaje, en dónde su madre se hallaba de pie con la puertecilla abierta y una mano cubriendo su boca, asqueada ante la escena que presenciaba.
—¡Entra de vuelta al carruaje, mamá!
Pero su madre se había congelado, quieta y horrorizada y también asqueada porque un segundo después la Titán le metió un codazo a Eren en el rostro y se giró sobre el suelo para patearlo contra un edificio adyacente. Tenía el rostro desfigurado y caído, vapor saliendo de las heridas que comenzaban a regenerarse a prisa.
La titán se puso en pie velozmente y echó a correr hacia el Muro solo para comenzar a escalarlo un segundo después.
—¡Va a huir!
Nile se veía desesperado mientras contemplaba cómo la monstruosidad rubia subía con sus dedos enterrados en el Muro. Félix vio a Eren saltar hacia ella y colgarse de su pierna a pesar de que él mismo estuviera faltante de una. La mordió tan fuerte que el miembro se le quebró y se separó de su cuerpo cuando fue empujado lejos de ella, de vuelta al suelo.
Y ella siguió escalando.
Mikasa arribó tan rápido como alguien parpadeaba y maniobró con su equipo de un lado a otro, sus cuchillas cortando limpiamente en los dedos de la Titán Hembra. Era un remolino oscuro en dónde lo único que brillaba era ella misma; quiso pensar que todos los Ackerman había sido así también, en su momento.
Un segundo después, Annie Leonhart se desplomó al suelo.
El estruendo sacudió el suelo una vez más y Eren no tardó un segundo en caerle encima, un rugido escapando de su mandíbula abierta. Los ojos del titán parecían relámpagos y las grietas en su piel echaban fuego. Se abalanzó encima de la Titán Hembra como un animal rabioso y le dió un puñetazo tan fuerte que uno de los brazos se rompió y salió volando en dirección de ellos.
Félix se hizo rápidamente hacia atrás cuando el miembro se estrelló contra la baranda de piedra, sangre y vapor y unos pocos trozos de baldosa volando por todas partes. Al frente, Erwin permanecía erguido, inmutable.
Vagamente vio que la decapitada cabeza de la titán permanecía con los ojos abiertos a un costado, semi enterrada contra un edificio. Félix se dió media vuelta y se acercó hasta su madre, viéndola en el suelo junto al carruaje mientras vaciaba los contenidos de su estómago.
Se arrodilló junto a ella y le quitó la trenza fuera del camino, cubriéndola con su cuerpo para que nadie la viera, y para que ella no viera nada.
—Descuida, ya va a acabar —le susurró,.y las palabras le trajeron una escena de él siendo niño y temiendo a las tormentas, su madre a su lado susurrándole lo mismo.
La veía pálida, con los ojos muy abiertos y llorosos. Su corazón se estrujó dolorosamente; su madre no tendría por qué haber visto todo aquello.
Pasados unos minutos, cuando vio que dejaba de tirar bilis y que había vuelto a enderezarse un poco, se quitó la capa de la Legión y la colocó sobre sus hombros con suavidad. Su madre se enderezó con la expresión más quebrada que le había visto nunca, y le ofreció una débil, demasiado débil sonrisa.
—Gracias Fé —él negó y le limpió lo que quedaba de su vómito alrededor de la boca con la manga de su camisa. Aún tenía los ojos llorosos.
—No debiste ver nada de eso —le dijo en un murmuro—. Es horrible, lo sé. No tenías por qué ver eso, mamá.
Estaba tan arrepentido. Debía haber tomado un carruaje o un caballo y alejarse de ahí en el momento en que se dió cuenta de su presencia en la ciudad. Su madre, al igual que Nile, era humana de los Muros. De los que nunca verían lo que había tras ellos y los horrores que se escondían en la boca de los titanes.
Debió haberla sacado de ahí cuando pudo.
Su madre le acunó suavemente el rostro con su mano y le acarició la mejilla con el pulgar. Félix se suavizó un poco ante ella y le devolvió la caricia, más suave y más delicada que la suya propia.
—Si quieres llorar, entonces hazlo. Nadie va a culparte por ello.
La sonrisa de su madre se quebró poco a poco hasta que las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas. Sollozó en silencio, ahogando el sonido contra su hombro. Félix la rodeó con ambos brazos y le besó la sien.
—Lo siento, lo siento mucho —murmuró contra su cabello, dejando que fueran sus palabras y no las de Jean las que entraran en sus oídos.
Aunque era difícil, porque los reclamos del chico hacían eco entre todos ellos, sintiendo y poniéndole voz a lo que todos sentían en esos momentos.
Félix aún no entendía qué ocurría, pero pronto lo haría.
Una sombra cayó sobre ellos cuando alguien se detuvo a su lado y Félix alzó la cabeza al tiempo que Levi se arrodillaba junto a ellos. El hombre rebuscó algo en sus bolsillos y después de sacarlo se lo tendió a su madre, que le miraba con los ojos aguados por las lágrimas.
—Tome. Limpie sus lágrimas con el.
Era un pañuelo, cuidadosamente doblado y prístino. Su madre lo tomó con manos temblorosas.
—Gracias, Capitán Levi.
El otro azabache asintió, sus ojos deslizándose hacia Félix un segundo después. Talisa pareció comprender lo que ocurría por que se despegó de Félix y recargó su espalda contra el carruaje, girando su rostro mientras hacia uso del pañuelo.
Félix se enderezo un segundo después, Levi siguiendo su ejemplo.
Levi le dió un momento para recomponerse. Fingió que echaba un vistazo a su alrededor mientras Félix hacía lo mismo; había escombros y grietas en el Muro, la sangre que manchaba la plaza comenzaba a evaporarse junto al esqueleto que dejaron ambos titanes detrás.
Había algo semi redondo en el medio de las personas presentes, algo que brillaba con y sin la luz del sol.
—¿Y? —preguntó aún sabiendo la respuesta—. ¿Tú qué dices?
Levi aguardó un momento más antes de compartir su opinión.
—Estamos jodidos.
!!!
La elocuente respuesta de Levi es perfecta para cerrar el cap lol y también lo es para darle final al primer acto de friend of the devil!!
Oof la verdad era que no recordaba haber hecho esto en arcos y después ví que ya pasaban los quince capítulos y dije "oh shit esto va a ser larguísimo" lmao pero aquí estamos so! Espero que les haya gustado <3
YYYYY se revela más sobre Félix 👀 me imagino que alguno de ustedes ya debe de haber adivinado qué rayos le está ocurriendo y porqué actúa de tal manera así que, se los dejó lol
Btw, para la personita que me comentó en priv (don't worry no voy a revelar el user that's cruel), nope, no actualizo por "desesperación" si no porque me gusta actualizar, me sobran los capítulos y me es genuinamente grato ver sus reacciones a lo que escribo. No pido cantidad de votos ni comentarios o lo que sea que otros le pidan para poder actualizar bc CMON that's just cruel, como lectora y escritora yo les doy los caps pero porque quiero, no por condiciones ingratas para que disfruten de lo que me gusta y parece gustarles a ustedes.
Besides, el único con derecho a pedir "votos y comentarios y publico el viernes *expresión de oikawa que a iwaizumi le molesta mucho* debería ser George RR Martin para que nos tire el sexto de asoiaf pero a la de ya ugh
So, eso sí lol ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAP!!
Y MUCHAS GRACIAS POR TODAS LAS FELICITACIONES DE CUMPLEAÑOS me hicieron muy feliz *se limpia lagrimita* lo aprecio un montón gracias<333
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