13. Culpa.
CAPÍTULO TRECE
CULPA
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El empujón casi lo tiró de bruces al suelo, pero Félix no necesitó girarse a encararse a quien sea que estuviera con él para saber que lo merecía.
El día entero de ayer, durante su cabalgata de vuelta al cuartel, se la había pasado contando los minutos para que Alex por fin se acercara y le dijera todo lo que se le antojara. Félix había sabido, casi lo había sentido.
No le había mirado bajo ninguna circunstancia, y en más de alguna ocasión, le había visto los nudillos blancos del agarre que sostenía en sus riendas. Celia tampoco había sido de ayuda, prefiriendo fingir que todo estaba bien y que no estarían atendiendo el funeral de Catia para el final de la semana.
Y aunque Alex no era un hombre violento, Félix podía entender a la perfección sus sentimientos.
—Debiste habernos dicho —siseó el otro cuando se hubo vuelto hacia él. En sus ojos había lágrimas, y la boca se le curveaba en furia—. Debiste habernos dicho el plan completo. ¡Debiste haber mencionado algo esa mañana que hablamos, darnos un indicio de lo que el Comandante tenía en mente!
Tal vez, pensó al tiempo que miraba tímidamente y con un deje de culpabilidad los ojos de su amigo, tal vez debí haber abierto mi bocota con ellos. Con ellos y con Gunther, y quizás los tres estarían aún aquí.
—Lo siento.
—No te disculpes —Alex lo golpeó en el hombro, lo empujó por el pecho, le plantó el pie en el abdomen y lo echó hacia atrás con todas las fuerzas que tenía—. ¡No te disculpes maldición! ¡No vale nada ya!
—Alex —Félix alzó ambos brazos, las palmas de su mano abiertas a manera en rendición—. Alex, escúchame. Por favor, sé que debí decirles y sé que fue completamente mi culpa.
—De Erwin —le interrumpió. Lo que sea que Félix estuvo a punto de decir murió en la punta de su lengua ante la furiosa, triste y desolada expresión en el rostro de su amigo. Alex tenía los ojos cansados, y rojos, y las líneas alrededor de su boca se notaban un poquito más de lo normal, y le miraba a él como si no estuviera por completo frente suyo—. Es de Erwin, pero es el Comandante y tú eres algo así como su mascota, ¿así que por qué no me desahogo contigo, uh?
Félix retrocedió como si alguien lo hubiera golpeado con algo filoso, y en su rostro se desdibujó el shock que sintió al escuchar aquellas palabras. En alguna parte de su pecho, algo ardió con lentitud.
—Alex…
—¿Si quiera lo sientes? —el hombre rio una seca risa, una vacía. La sonrisa en su rostro estaba igual de perturbada—. ¿Sientes que ella esté muerta? ¿Por qué… por qué ni siquiera te detuviste a hablarle, uh, aunque no te escuchara? ¿Por qué actúas como si nada hubiera ocurrido cuando Catia está muerta y nunca más vamos a verla? ¿Por qué estás tan tranquilo?
Era él quien parecía estarlo de la nada. La postura de Alex se había relajado, y en sus hombros no había nada más que no fuera resignación. Félix supuso que estaba correcto sentirse así, que no importara cómo se sintiera él, nada les devolvería a Catia ni a Oluo ni a Gunther, ni a nadie de los que perdieron durante la expedición.
Pensó en Catia, y no pudo evitar sentir ese distintivo ardor en su pecho. En Gunther y en Oluo, y en lo mal que lo había pasado mientras la familia del imitador de Levi, como Petra solía referirse a él cálidamente, lo abrazaba por todos lados y le decían lo bueno que su hijo había sido por proteger a su compañero. Su madre había estado inconsolable, y pensar en la madre de Catia, en la suya propia, le traía más pesadez al corazón.
Félix desvió la mirada, avergonzado, y se mordió el labio cuando Alex se la giró de vuelta al lado contrario con un fuerte puñetazo que lo hizo retroceder, estupefacto y quizás solo un poco complacido.
Lo vio mientras se alejaba. Los hombros le temblaban y tenía la cabeza oculta en el hueco de su codo, y desde donde estaba de pie le llegaba el sonido de sus sollozos. Celia lo encontró a medio camino y le tiró un brazo alrededor de los hombros, atrayéndolo hacia ella para ofrecer consuelo.
La mujer lo miró por encima del hombro de Alex, una máscara de indiferencia perfecta en un rostro bonito, y Félix se preguntó internamente si quizás había perdido a sus dos amigos, también.
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—Buen día, Félix.
La habitación era igual a como la recordaba, a pesar de que Félix sentía como si una eternidad hubiera pasado entre el mes anterior y el día de ayer. La ventana a espaldas del escritorio estaba abierta, y tras ella, Félix podía observar a la perfección lo azul del cielo y lo blanco de las nubes.
Erwin estaba sentado frente a ella. Tenía las cejas fruncidas, y la boca estaba oculta por su mano mientras sus ojos leían lo que sea que los papeles en su otra mano dijeran. No había un solo cabello fuera de lugar y, por más que tratara de buscarlo, ni una pizca de arrepentimiento en el rostro del hombre.
Se veía igual que cuando planeaba una expedición, con el rostro firme y pensativo, con su mente formulando plan tras plan y desechando los que parecían de poca conveniencia. Estaba en su elemento, se dijo, uno en dónde Erwin podría ser invencible si así lo quisiera. El único obstáculo para él se presentaría en la forma de la muerte, y cada miembro de la Legión de Reconocimiento sabía eso con firmeza.
Cuando no ofreció respuesta, Erwin finalmente alzó la cabeza con el ceño aún más fruncido, y su rostro entero se congeló cuando notó la sangre en el labio de su subordinado.
—¿Félix? ¿Qué te…?
—Catia murió. Era parte del flanco derecho durante la expedición —el azabache hizo un vago gesto a su rostro mientras se dejaba caer en la silla frente al escritorio, su rostro la pintura ideal de la resignación—. Alex se molestó conmigo porque debió haberse dado cuenta de que yo sabía algo, y me culpó de ello por no haberles dicho nada.
El rostro del Comandante seguía estando frío, y sus ojos, normalmente azules como el cielo, se habían solidificado y enfriado de una manera que le recordaba a los glaciares que vio una vez en el norte, cuando una de las cascadas cercanas al campo de entrenamiento se había congelado.
—¿Te golpeó?
—¿Tú qué crees?
Lo cierto era que quería reír. Sentía sus comisuras tirando hacia arriba y hacia los lados, y le estómago lo tenía lleno de mariposas que solo parecían darle cosquillas. Pero quizás reír no le haría ver bien frente al resto de la Legión, o al Comandante, por ejemplo, que seguía mirándole fríamente.
—¿Te encuentras bien?
—No —su respuesta fue enseguida, y la máscara que portaba para ese momento se fracturó un poco. Una suave, queda risita salió de entre sus labios con timidez—. Catia murió, y probablemente ni Alex ni Celia vuelvan a hablarme. Petra tiene pesadillas sobre mi rostro bañado en sangre y Eld no puede dejar de pensar en hubieras. Eren está molesto, y frustrado, y yo tengo muchísimas ganas de culparte a ti de todo, Comandante.
Quería un abrazo de su mamá. Quería ir a dónde se encontraba ella para abrazarla con fuerzas y pedirle que le dijera que todo iba a estar bien. No importaba si fuera mentira o no, con estar entre los brazos de su madre le bastaría para poder soportar el resto de la semana. Debería escribirle más tarde y decirle lo que estaba ocurriendo; contarle que sus amigos estaban muertos y la otra mitad bastante heridos como para seguir siendo humanos. Confiar en ella para decirle lo que le estaba ocurriendo, para revelarle finalmente a alguien que a veces despertaba con cenizas en la boca, que sus sueños parecían recuerdos y que el ardor en la parte trasera de su nuca se había convertido en algo familiar, algo que parecía estar siempre presente cuando acontecimientos de importancia comenzaban a desarrollarse.
Se reclinó en el respaldo y colocó su brazo por encima de su rostro, obstruyendo sus ojos de cualquier cosa por ver.
Tenía miedo de echarse a llorar frente a Erwin.
—Deberías hacerlo —le susurró el mayor cuando el silencio se estrechó—. Estás en todo tu derecho, Félix, y si lo hicieras no podría culparte y no quisiera hacerlo. Sacrificios deben hacerse, pero debería ser yo el que cargue con la culpa y no otros. No tú, especialmente.
Ah, ahí estaba la razón por la que Félix sentía tanto por Erwin Smith.
Su boca se curveó ligeramente hacia arriba, y a pesar que de sus ojos comenzaron a caer finas lágrimas cristalinas, el peso en sus hombros se aligeró un poco.
—Eres un idiota, Erwin.
—Viniendo de ti, eso debe ser un cumplido.
Una pequeña carcajada brotó desde lo profundo de su estómago, y Erwin mismo dejó escapar una disfrazada de suspiro.
De repente, el mundo parecía menos cruel.
—¿Recuerdas eso que dije, sobre estar tan aliviado que podría haberte besado?
Félix no podía verlo, pero Erwin sonreía tan amplio como lo veía hacer antes. En sus ojos brillaba solo un poco de diversión, y se reclinaba hacia el frente con toda la intención de plantar su atención entera en el hombre sentado al otro lado del escritorio.
—Lo recuerdo.
—Bueno pues ahora creo que podría golpearte por ello, también.
—Una lástima, quizás el beso habría sido mejor.
Félix se dobló hacia el frente mientras reía a carcajadas al mismo tiempo que por sus mejillas bajaban lágrimas silenciosas que nada tenían que ver con la timidez que se arremolinaba en ellas y el miedo de confrontar a su Comandante.
Erwin era así, para él. Fuerte y audaz, sí, astuto y vil, también. Pero más veces que no le había demostrado cuán valioso era como compañero, como amigo.
Cuando pasaban noches en vela leyendo reportes y tratando de encontrar lo escondido en ellos. Cuando debían tomar turnos para leer los de Hange al tener titanes a su disposición como ratas de laboratorio, o cuando se sacudían el uno al otro y se enviaban miradas llenas de arrepentimiento por tener que pasar la noche entera con el culo en una dura pero bonita silla, y no en su cómoda, caliente cama.
De repente se le ocurrió que aunque Erwin era su Comandante, más días que no había sido su amigo.
Le debía respeto, sí, y confianza también. Pero lo hacía la verdad por igual, el cuidado de un compañero a otro. La misma que había tomado con Alex y con Celia, la protección que parecía sentir cuando se trataba de Petra y el orgullo que sentía por Eld.
También, el cariño que le tenía a Eren por igual.
Para cuándo se enderezó, el Comandante había vuelto su mirada a los papeles, aunque parecía que no estaba leyéndolos para nada, y lo único que delataba su propia diversión era la gentil sonrisa que tiraba de sus labios mientras miraba hacia abajo.
—Hey —dijo suavemente, aguardando a que el hombre le prestara atención para continuar hablando. Erwin asintió—. Nunca he sabido enteramente por qué estás tan empeñado en conseguir llegar a la casa de Eren, o por qué si quiera haces todos los planes que haces, pero… yo confío en ti, ¿sabes?
Erwin alzó lentamente su mirada hacia él. Había algo en sus ojos que le hacía sentir cálido y quizás avergonzado, y le habría gustado mirar hacia otro lado solo para evitar la intensidad de esa azul mirada.
—Y lo cierto es que quizás tengas tus razones para hacer lo que haces, y no voy a recriminarte por eso, Erwin pero… —dudó un segundo, uno pequeño, antes de asentir más para sí mismo y enfrentarse a la fuerza entera de esas orbes azules—. Puedes confiar en mí, también.
Erwin lo miró mientras parpadeaba lento, como si sus palabras lo hubieran tomado con la guardia baja y así, dejándolo confundido por completo. Félix se preguntó si eso es lo que estar tan alto en la cadena de mando ocasionaba. ¿Quizás pensaba que a pesar de seguirlo cada vez fuera de los Muros, no existía otros en los que confiar? ¿Quizás jamás se le había ocurrido que habría personas dispuestas a escucharlo?
Porque Félix cargaba con cosas propias; tenía secretos que no podría revelarle a nadie a menos que quisieran examinarlo como a Eren en un principio. Cosas que no podría decir abiertamente hasta estar por completo seguro que el mundo se quedaría cruel y que aún así, tendría un lugar en el. Pero por él, ¿por Erwin? Por Erwin, Félix podría dejar de lado esas cosas y seguirlo hasta el fin del mundo si hacía falta.
Erwin, completamente estupefacto, abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua y después la cerró abruptamente.
Tal vez no iba a conseguir respuesta ese día. Y aunque se sintiera ligeramente decepcionado por ello, Félix le sonrió mientras se ponía en pie.
Era consciente de las lágrimas secas en sus mejillas, de lo cansado que lucía y lo rojos que estaban sus ojos. Erwin quizás no estaba listo para confiar en él aún, y la sola idea de ello dolía, pero estaba bien. Estaba bien porque Félix era si no paciente, y lo cierto es que él aguardaría una eternidad y lo que le sigue por Erwin.
—Voy a limpiar esto —dijo pasado un rato, estirando sus brazos hacia arriba y escuchando con satisfacción el tronar de sus huesos colocándose en su sitio—. Y después, si no te molesta, voy a desayunar y volveré a dormir un poco más. Estoy cansado, y Petra y Eld están hablando con Levi ahora mismo, así que.
Se encogió de hombros y acomodó la silla en su sitio.
Erwin aún le miraba, atentamente y a detalle. El azabache se obligó a no cometer ninguna estupidez bajo esa mirada, y asintió en la dirección del Comandante antes de dirigirse hacia la puerta.
Ésta se cerró, y Erwin se quedo tras ella en silencio y a solas.
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—Oi, Félix.
Hange estaba de pie, en uno de los pasillos adyacentes a su oficina. Se recargaba contra el muro junto a la puerta, con los brazos cruzados y la mirada puesta en el suelo.
Había algo en su postura, en sus ojos, que hizo que Félix se detuviera casi de inmediato.
—¿Hange?
—Ven conmigo.
Félix alzó ambas de sus cejas, curioso, y la siguió al interior de su oficina. Había libros por todas partes, papeles regados encima de los escritorios que usaba, y en ellos había bocetos de titanes y sus puntos débiles.
Hange le tendió un montón de hojas ligeramente sucias, algo que pareció haber sido un cuaderno en algún punto de su existencia.
—¿Qué es esto?
—¿Recuerdas… aquella vez, el titán extraño con el que me encontré?
Las cejas de Félix subieron al tope de su frente, y la boca se le frunció ligeramente.
—Mhm, ¿cuando te fuiste sin el permiso de Erwin?
Hange chasqueó la lengua mientras urgaba en alguno de sus cajones. Al poco rato le lanzó una toalla al rostro, y Félix la examinó por un segundo para después limpiar la sangre seca en su labio.
—Hah, ¿lo recuerdas o no?
Asintiendo, dejó la toalla con su sangre en un cubo con agua, y se acercó a la mujer. Estaba reclinada sobre uno de los escritorios y escribía algo rápidamente sobre los papeles que presionaba contra la superficie. Los que Félix aún sostenía en la mano se sentían ligeros, y el azabache les miró de reojo por un segundo.
—Lo recuerdo.
Hange se detuvo, se enderezó, y cruzó las manos justo frente a su rostro mientras apoyaba los codos en el escritorio.
—¿Hange?
—Lo que te estoy por decir… no puedes contárselo a nadie. A nadie, ni siquiera a Erwin.
Eso consiguió su atención, ambas cejas alzándose en confusión. Había un deje de duda en sí, uno pequeño, pero… pero Erwin también guardaba secretos, y Félix no se lo recriminaría nunca. No podía incluso si quisiera.
Estudió el rostro de Hange mientras la castaña miraba al frente, la seriedad que pintaba sus facciones. Echó un vistazo a su alrededor hasta dar con una silla, y la arrastró hasta dejarla junto a la que ocupaba Hange.
—Bien. No le diré nada —dijo, serio y con la boca en una fina línea. Hange clavó la mirada en él—. Dime, ¿qué ocurre?
Hange cogió los papeles en el escritorio, y los dejó caer justo frente a él.
Les regalo este cap hoy porQUE AL FIN VAMOS A VER LA DECLARACIÓN DR GUERRA Y LA BATALLA FE LIBERO FUCK IT ESTOY TAN EMOCIONADA ALGUNOS UA VUERON EL CAP PERO YO NO ASI QUE ALLA VOT KQKGKQKCKALD
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