38. Epílogo: Han Songi

—¡Te odio, Lee Minho, te odio con toda mi alma! —gritó Han, con la cara contorsionada por el dolor.

—Ehm... ¿Es usted su pareja? ¿Va a pasar con él?—preguntó la enfermera, con la ceja en alto.

—Sí.

—¡No he visto a este hombre en mi vida! —Han se agarró con fuerza a las barandillas de la camilla mientras subía la voz. Podía ver la capa de sudor sobre su piel, con el pelo pegado a la frente en una maraña desastrosa.

—¡Hannie! ¡No digas eso! —rogó, con el malestar atacándolo en la boca del estómago.

—Señores, el tiempo corre. —La mujer parecía harta de todo.

—Bueno, es posible que lo conozca —resopló el omega, dejándose caer contra la almohada.

—¡Hannie! —Solo le quedaba ponerse de rodillas y pedirle perdón por todo ese dolor un millón de veces. Lo tomó de la mano y lo acarició, haciendo un dramático puchero. El chico lo miró por dos segundos.

—Arg, está bien —Se volteó hacia la beta—. Es mi alfa, puede pasar.

—¡Aleluya! —exclamó ella, empujando la camilla—. Prepararemos al señor Han para la cesárea y usted tendrá que pasar a la sala de esterilización.

—Sí, sí —asintió como un niño, sin soltar la mano de su novio.

La sala donde lo llevaron estaba fría. La enfermera beta y un enfermero muy joven estaban preparando a Han para la cesárea. Ese chico, de hecho, parecía un niño. Minho se preguntó si habría terminado la carrera. Si le pasaba algo a Hannie por su culpa demandaría al hospital, le pediría a Jeongin que les sacara hasta el último...

—¡Aaaaaarrrrrgg!

—¡Mierdaaaaaaa! —Minho maldijo al mismo tiempo que Han gritaba cuando su mano se vio aprisionada por los dedos del chico. ¿De dónde demonios había sacado esa fuerza? Estaba seguro que le rompería las falanges si volvía a hacer algo así.

—Escúchame, Lee Minho, no volverás a tocarme en toda tu vida.

—¿Es su primer hijo? —preguntó la mujer, con las gafas apoyadas sobre el puente de la nariz. Minho negó con la cabeza—. Señor Han, ya ha pasado por esto, sabe como va...

—¡Le dije lo mismo al padre de mi otra hija y lo cumplí! —berreó. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Tal vez pueda darle algo para el dolor...

—Señor Lee, le pondrán la anestesia espinal en cinco minutos.

—Cinco minutos es demasiado tiempo —sollozó Jisung, tirando de la mano de Minho hasta que la tenía sobre la cara. Sintió el sudor y como olfateaba su muñeca. Se le escapó una sonrisita a pesar de que creía que estaba a punto de desmayarse.

—Puedes hacerlo, Hannie, eres la persona más fuerte que conozco. —Se inclinó sobre la camilla y le dio un beso en la frente. El chico se acicaló con una mueca más relajada.

—¿Dónde está Suni? —ronroneó.

—Está con Hyunjin. Vendrá cuando termine todo. Mis padres también están de camino y los tuyos llegarán mañana. —Los ojos del omega atravesaron la cabeza de Minho. Si tuviera láseres, hubiera destruido al alfa en millones de partículas subatómicas.

—¿Has llamado a mis padres? —gruñó el omega, apretando con fuerza la mano que mantenía sobre su cara—. ¡¿Has llamado a mi madre?!

—Jisung, vas a tener un bebé, por supuesto que los llamé.

—Señora enfermera —chilló, llamando la atención de la mujer—, este no es mi alfa, quiero que se vaya. —Ella rodó los ojos.

—¡Jagi! —lloriqueó—. Por favor...

—Bueno, voy a pasarlo para que le pongan la anestesia. Es su última oportunidad para decidir que este hombre que aparentemente no conoce esté en la sala de partos o no.

Minho sacó su arsenal oculto, poniendo los ojos de cachorro más llorosos que había hecho nunca. Su labio inferior salió en un puchero y pensó que si Han lo echaba de allí se moriría entre terribles sufrimientos.

Un segundo, dos segundos, tres segundos... Jisung bufó y agarró de nuevo la mano del profesor para llevársela a la cara y restregarse contra su muñeca.

—Está bien, deje que el desconocido pase —contestó; la mujer contuvo la risa pero el jovencito no pudo ocultar su carcajada. Minho seguía pensando que era demasiado joven para estar ahí y que haría algo mal y le haría daño a Han. Todavía lo tendría vigilado.

—Muy bien, suéltense las manos, se verán en unos minutos.

Minho accedió a regañadientes, viendo a Han desaparecer por las puertas dobles que lo separaban de la sala de parto. En cuanto se cerraron, los nervios lo atacaron. Le temblaba todo el cuerpo y creía que quería vomitar.

El enfermero demasiado joven lo guió a una pequeña salita, lo obligaron a cambiarse de ropa, ponerse un gorro que cubría su cabeza y lavarse las manos como si quisiera arrancarse la piel. Todo pasó rápido y lento a la vez, como si el tiempo estuviera jugando con su mente y no supiera qué era real y qué no. Habría pasado allí unos diez minutos, veinte como máximo, pero le parecieron horas y al mismo tiempo segundos.

Escuchó hablar al personal, pero era incapaz de prestar atención, solo podía pensar en Han Jisung. Estaba en la otra sala sin más compañía que la de los médicos, estaría asustado, enfadado, llorando y, seguramente, echándolo de menos. O tal vez algo había ido mal, quizá la anestesia no estaba haciendo efecto, tal vez...

—Ya puede pasar, señor Lee —ofreció el niño disfrazado de enfermero (porque era completamente imposible que ese joven hubiera terminado la carrera).

Hizo todo lo posible por parecer tranquilo cuando entró. El quirófano era aséptico, olía muchísimo a lavanda, pero no había más aromas. Se preguntó si para ser médico había que saber ese abracadabra de ocultar olores que Jeongin ya no hacía tanto.

Su omega estaba en la camilla, respirando pesadamente, con los ojos cerrados y unos cuantos cables saliéndole del camisón del hospital. Abrió los párpados en cuanto lo sintió, buscándolo con los ojos húmedos. Estiró una mano hacia él y Minho recorrió la estancia con cuidado para sostener sus dedos entre los suyos.

—¿Te duele mucho?

—Ahora está mejor...

—Y estará mejor en dos minutos más. Hola, chicos —saludó Song Yeosang. Supuso que estaba sonriendo, aunque solo podía ver sus ojos entre toda la protección higiénica.

—Hola, doc —suspiró Jisung—, gracias por el chute, este demonio que llevo dentro quería destrozarme...

—No llames demonio a la bellota, Hannie —pidió Minho, acariciándole el pelo. Yeosang se echó a reír en voz alta.

—Suelen hacer eso cuando quieren salir, son todo prisas y estrés.

—Menos mal que me entiendes, doc hyung.

—Claro que sí, Han —verbalizó, acariciando la rodilla de su omega—. Vamos a empezar con la cesárea, acabaremos rápido si todo va bien.

¿Si todo va bien?

«¿Qué quiere decir con eso?»

No le dio tiempo a preguntar. Un instante después estaba siendo empujado a una banqueta en la cabecera de la camilla y todo se volvió frenético. Una cortina se levantó en la cintura de Han y solo podía ver como el doctor y los enfermeros maniobraban alrededor. No perdió de vista al más joven, seguía creyendo que le daría un fórceps en lugar de unas pinzas, aunque no tuviera ni idea de qué era nada de eso.

La mano de Han se apretó y puso mala cara. Minho se asustó, estaba cagado. ¿Por qué sentía dolor? ¿Por qué no estaba la anestesia funcionando?

—Doc, creo que le duele. —Jisung gimió. El hombre levantó los ojos de su área de trabajo.

—¿Es dolor o es presión, Han?

—Presión —exhaló, acercándose la mano de Minho a la cara otra vez.

—Es normal.

—Sí, sí, lo sé... Creo que él no —murmuró, tratando de sonreír.

Por supuesto que no lo sabía. Es decir, había leído doce mil artículos y ensayos médicos que no entendió sobre los peligros de los partos. Estaba informado teóricamente, pero todavía era absolutamente incapaz de ver a Jisung sufriendo de esa manera y no agobiarse. Minho tenía mucha paciencia, era una persona calmada y equilibrada, pero cuando se trataba de Han, todo se iba a la mierda.

Él quería estar ahí para él, consolarlo, abrazarlo y apartarlo de todo el dolor. No podía verlo hacer esas caras de incomodidad, con los tubos de oxígeno saliendo de su nariz y todos esos cables y vías y simplemente aceptarlo estoicamente. No, Minho no sabía ser paciente cuando se trataba de su omega. Y en ese momento sentía que su cabeza explotaría en mil pedazos si seguía escuchando los nombres de las millones de piezas ensangrentadas que el doctor devolvía.

Jesucristo, ¿por qué hay tanta sangre? No era normal, no podía ser normal que todo estuviera de color morado por la mezcla entre el azul quirúrgico y el rojo de la sangre. Eso no era normal, algo iba mal, algo iba muy mal.

Jagi, estás... —Escuchó la voz de Han, pero estaba muy en el fondo de su mente, solo podía mirar fijamente la bandeja llena de gasas ensangrentadas y herramientas de disección que daban escalofríos.

—¡Arg! —chilló cuando sintió los dientes de Jisung en su mano. Volteó su cara hacia él, desconcertado.

—Estás hiperventilando. Como se te ocurra desmayarte me levantaré de la camilla y te patearé hasta que despiertes —gruñó.

—Han, relájate —pidió el doctor—, tú también, Minho, por favor.

—Sí, sí, perdón —resolló, llevándose la mano libre al pecho.

—Escúchame, jagi —Minho quería volver a mirar a la bandeja llena de cosas terribles—. Mírame a mí, no mires allí. Sé que parece todo muy gore, pero nos gustan las películas de terror, ¿verdad? Piensa que es una de esas películas.

—¡No puedo pensar eso cuando estás en una camilla de hospital! —se quejó.

—Pero no me duele, ¿ves? Doc está haciendo un trabajo genial y tú deberías estar consolándome a mí porque soy el que está pariendo al demonio que tú pusiste ahí.

—No llames demonio a la bellota —insistió, acariciándole las mejillas—. Está bien, te miraré a ti.

—Así me gusta —ronroneó, estirando el brazo para que Minho se acercara.

Se inclinó hacia él lo suficiente para que todo lo que viera fuera a Han. Se concentró en su cara limpia, en las gotitas de sudor que perlaban su frente, en sus bonitos labios que amaba besar, en el lunar que parecía una pepita de chocolate en su mejilla y en sus ojos brillantes. El chico tarareó una retahíla de palabras de amor. Todo lo demás desapareció. Solo existía Han Jisung, el bonito omega que no podía creerse que fuera suyo. El hermoso ser humano que había llevado nueve meses al cachorro de ambos. El poderoso hombre capaz de cargar a su espalda el peso del mundo entero de Minho.

—Te quiero tanto que creo que me voy a desmayar —susurró.

—Te dije que si te desmayas te patearé.

—Pero me desmayaré de amor...

—No me vale. Tienes que estar despierto cuando saquen a la bellota, tienes que conocerla —dijo, con una sonrisa resplandeciente que estremeció al alfa.

—O conocerlo...

—Lo que sea.

—Lo que sea, solo quiero que todo salga bien.

—Todo saldrá bien, jagi —La mano de su omega se extendió, con el tubo de la vía colgando incómodamente de su dorso, y acarició la mejilla de Minho—. Lo de que te odio no era verdad.

—Ya lo sé.

—Pero no debiste llamar a mi madre. Me volverá loco. Tendrás que gestionarla tú.

—Jisung, son tus padres y tu hermano.

—¿También viene Dongsung? ¡Maldita sea, Lee Minho!

—Pero...

Un ruido estridente y agudo llenó toda la habitación, interrumpiendo su diatriba. El llanto era intenso, desgarrador, dolorosamente invasivo. Su lobo se volvió loco dentro de su cabeza, era incapaz de distinguir cualquier otro sonido que no fueran los aullidos del animal y el escándalo que venía, precisamente de...

Un bebé. Es. Un. Maldito. Bebé.

El doctor Song sostenía en sus manos a un bebé regordete, morado y sucio, que se agitaba como una anguila. No podía creérselo, eso no era real, Minho en realidad estaba soñando y se despertaría en la cama de su apartamento y resultaría que nunca jamás conoció a Han Jisung, nunca jamás tuvo su mano apretada hasta casi fracturarse, nunca escuchó a su lobo desquiciarse de esa manera y, sobre todo, nunca había visto a la cosa más pequeña, chillona, rojiza y perfecta del mundo llorar por primera vez.

El enfermero demasiado joven se acercó con una sábana y el gruñido retumbó en su pecho a pesar del ruido que seguía haciendo la criatura. El chico lo miró de reojo con miedo y le entregó la tela al doctor Song. El hombre envolvió el paquete parcamente y se acercó a ellos con sus ojos casi cerrados por la sonrisa.

—¡Qué sorpresa, es una niña! —celebró, irónico. El doctor Song era, de hecho, la única persona del mundo que sabía el sexo de la bebé por petición de ellos.

Estaba tan impactado que era incapaz de hablar. El hombre se acercó a la cabecera de la camilla y Jisung ya estaba tirando desesperadamente del camisón para quitárselo antes de que el doctor colocara el paquete sobre su pecho. Le soltó la dañada mano para envolverlas alrededor de la espalda de la pequeña que había cambiado sus gañidos animales por un llanto más sereno.

—Es una niña bellota —susurró Jisung, besándole la frente sucia.

Las manos enanas se asían al pecho bronceado de Jisung con desesperación. Tenía cinco dedos, , cinco dedos en cada mano. No podía verle los pies por la sábana, pero quería contar los dedos allí también, ver sus pequeñas uñitas, asegurarse de que todo estaba en su sitio. Su pelo era negro y poblado, tenía muchísimo pelo, también en la espalda y las sustancias que había sobre ella se pegaban a los vellos haciendo formas aleatorias.

Los dedos de Han se veían gigantes sobre la bebé que ahora solo hipaba. Minho creía que el mundo se había detenido. Era frágil, minúscula, y tan perfecta que de verdad se iba a desmayar. Podía hacerlo, ya había conocido a la bellota.

Pero Jisung fue más rápido. El omega tiró de su mano, mirándolo a los ojos con una enorme sonrisa en forma de corazón y la acercó al brazo de la pequeña. Estaba suave y pegajosa. Acarició los dígitos de la chiquilla con cuidado, temiendo hacer algo que pudiera hacerle daño. Las falanges se cerraron alrededor de su dedo y Minho pensó que su pecho se iba a partir en dos.

—Hola, Han Songi* —murmuró—. Yo soy tu papá Jisung y este es tu papi Minho.

La niña gorgoteó, apretando la boca, como si hubiera contestado, como si entendiera quiénes eran ellos. Definitivamente, su esternón se abrió porque entre sus costillas ya no cabía su corazón. Minho se derritió en un charco de amor puro y dejó caer su cabeza en el pecho de Han, muy cerca de la bebé. Su moflete gordito estaba aplastado contra la piel del omega y, a pesar de parecer dormida, todavía sostenía con fuerza el dedo de Minho en su mano.

—Hola, Han Songi, bienvenida —dijo, en un hilo de voz.

*Han Songi (한송이): El nombre fue elegido por mi hermana DaraSwan que está estudiando coreano. El nombre suena como "un manojo de flores" o "una flor" o algo similar.

Jisung despertó de su siesta dolorido y un poco mareado. Sentía como si alguien hubiera reorganizado sus entrañas y ahora estuvieran tratando de volver a su sitio. Le picaba el bajo vientre, quería rascarse aunque sabía que no podía.

Alguien tarareaba en la habitación. Abrió los párpados para echar un vistazo: Lee Minho, su hermoso alfa, sostenía un pequeño paquete de mantas amarillas, estaba sentado en un sillón junto a la ventana y se mecía suavemente. Estaba cantando en voz baja, mirando con adoración al bulto y su mano libre sostenía... otra mano mucho más pequeña.

Jisung pensó que era como un sueño, pero real. Como una ilusión materializándose en forma de profesor de preescolar. La sudadera azul clara le quedaba bien y la luz de la tarde lo hacía todavía más etéreo.

—Hola... —saludó en voz baja. El chico levantó la cabeza con una sonrisa, iluminándolo todo. Se acercó a él sin soltar el pequeño bulto y se lo mostró.

—Mira, Songi, papá ha despertado —susurró. La niña tenía los ojos abiertos, eran negros y bonitos. Cargaba en su boca un chupete de color blanco que se apretaba contra los mofletes.

—Diosa Luna, es preciosa —La admiración se escapó de su garganta. Accionó el mecanismo de la camilla para estar más incorporado y extendió los brazos hasta que Minho la colocó con cuidado sobre su pecho—. Y está limpia.

—Sí —rio el chico—, cuando te desmayaste en la sala de partos el doctor Song se la llevó para revisarla y limpiarla. Hemos estado esperándote desde entonces... Incluso pude darle un biberón.

—¿Cuánto llevo durmiendo?

—Unas seis horas, son las cinco.

—Dios, es tardísimo —se quejó, acariciando los enormes cachetes de la pequeña—. ¿Sabes algo de Suni?

—Está en la sala de espera con los chicos y mis padres.

—¿Ya conoce a la bellota? —Minho negó con la cabeza—. ¿Puedes ir a buscarla? Me apetece estar un ratito con ella aquí...

—Claro que sí, jagi.

Minho se marchó y Jisung se quedó a solas con la pequeña. Le tocó el poblado pelo y observó cómo miraba todo con ojos curiosos.

—Parece que no eres una gran llorona como tu hermana... —dijo—. Estoy muy contento de que estés aquí. Ahora vendrá un montón de gente para conocerte, son geniales, incluso tu abuela aunque sea un poco intensita. Pero la primera que vas a conocer es a la magnífica y grandiosa Han Suni, jefa de facto de los mosqueteros y tu protectora oficial. Espero que tengas ganas de verla porque ella debe estar subiéndose por las paredes —La bebé lo miraba fijamente, parpadeando de vez en cuando. Pero no necesitaba nada más, para Jisung era suficiente con verla respirar sobre su pecho—. Puede que a veces se enfade contigo cuando seas más mayor, pero es muy paciente. Es mucho más lista que yo o que cualquier persona, así que te enseñará todo lo que sabe. Solo espero que no os aliéis contra mí...

Llamaron a la puerta y Jisung invitó a pasar sin elevar la voz. Minho se asomó, no perdía la sonrisa que iba a caballo entre el amor y el orgullo alfa. De su mano venía la niña más hermosa del universo, vestida con un jersey rosa palo y unos pantalones vaqueros.

—Hola, ardillita —saludó. Parecía un poco tímida, pero sonreía cuando los miró.

—¿Es la bellota?

Minho la aupó, acercándose a la camilla y los ojos de la niña tintinearon como estrellas. Parecía uno de esos personajes de anime emocionados. Agarró la camiseta del alfa antes de estrellar la cara contra su hombro y soltar un chillidito contenido. Los adultos se rieron.

—Esta es la bellota, se llama Songi y es una niña —explicó Jisung. Se acomodó mejor, girando un poco a la bebé para que viera a los visitantes—. Songi, esta es tu hermana mayor Suni. Tienes que hacerle caso y quererla mucho, porque ella ya te quiere, ¿verdad?

—Sí, sí, sí —se apresuró a afirmar—. Te quiero mucho y voy a cuidar de ti y no te va a pasar nada malo. —Mantenía la voz baja, probablemente Minho hubiera hablado con ella antes de entrar para que no gritara—. ¿Puedo tocarla? Me lavé las manos con gel antes de entrar, Minho oppa me ayudó, ¿verdad?

—Es cierto.

—Ven aquí. —Jisung se hizo a un lado con un gruñido incómodo, todavía le dolían los puntos tirantes.

El alfa dejó a la niña en el borde de la camilla y ella se acercó automáticamente al brazo de su padre. Apoyó la cabeza allí, mirando soñadoramente a la pequeña que la seguía con los ojos. Han sacó el brazo por detrás de su hija mayor y la abrazó, ella soltó una risita complacida, restregando la cara contra el camisón que esperaba que le hubieran cambiado.

—¿Qué te parece, Suni?

—Es la cosa más adorable que he visto nunca —susurró—, quiero apretarle los mofletes tanto...

—No puedes hacer eso, es una bebé, es muy delicada...

—Ya lo sé —cortó ella, dándole unos golpecitos a su padre—, solo he dicho que quiero hacerlo, no que vaya a hacerlo... —suspiró, acercando su mano a la más pequeña. La bebé parpadeó, Suni acarició los minúsculos nudillos—. Es muy suave, más suave que la mano de Hoshi —arrulló—. Y es súper enana... Mi mano se ve grande comparada con ella y yo todavía soy pequeña —Seguía acariciandola, como si estuviera hipnotizada—. No quiero irme nunca más de su lado.

—Ardillita...

—Es que puede pasarle algo. Puede que te la olvides en el sofá y se caiga, o que te olvides de ponerle una chaqueta, o quizá le pongas una que sea demasiado abrigada y no pueda ni respirar. O alguien podría hacerle daño, podría hacerse daño si está sola.

—¿Por qué siempre soy el objetivo de tu odio, Han Suni?

—Suni, tranquila —Minho se inclinó para acariciar la cabeza de la mayor que parecía realmente agobiada—. Papá no se olvidará de nada, nunca se ha olvidado de nada de eso contigo, ¿verdad?

—Pero a veces se olvida de cosas... Y puede que le pase algo cuando papá esté en el trabajo. ¿Quién cuidará de ella cuando vosotros estéis trabajando? Tengo que quedarme con ella.

—Podría tener una niñera, o ir a la guardería —aclaró Jisung.

—No, no quiero que la cuiden otras personas. La cuidaremos nosotros.

—Hija mía, no puedes dejar los estudios con cinco años.

—Casi seis.

—Casi seis. Lo que sea, no puedes dejarlos porque vas a primaria. Tienes que estudiar mucho para enseñar a la bellota y dejar de preocuparte por cosas de adultos. Tú serás la mejor hermana mayor, la protegerás de todo lo que Minho y yo no podamos, ¿de acuerdo? —Ella asintió, aceptándolo—. Y cuando salga del hospital vamos a tener que hablar sobre esas tendencias territoriales —farfulló Jisung. Minho sonrió a su lado.

Estuvieron en calma por unos minutos, con Jisung tarareando, Minho sentado a su lado y Suni dormitando sobre su pecho, todavía con la yema de su dedo conectada a la pequeña mano de Songi. Era perfecto, era absolutamente maravilloso, como si todos los planetas se hubieran alineado para el omega caótico al que todo le salía mal.

—Oye... —llamó Minho—, ¿crees que estaría bien si dejo entrar a mis padres? Los tuyos llegarán mañana, estate tranquilo...

—¿Los chicos también están fuera?

—Sí, ha venido incluso Bang Chan con Hoshi. Felix dice que han salido a pasear dieciséis veces en las últimas dos horas. —Jisung se echó a reír suavemente, evitando perturbar la paz del ambiente.

—Puedes llamar a tus padres primero, luego que los chicos se turnen para entrar.

—¡Papa! —chilló Suni en voz muy baja, incorporándose. Tenía los ojos muy abiertos y de verdad parecía una ardilla—. ¡Mira! ¡Mira, Minho oppa!

Songi había envuelto sus dedos alrededor de la falange de Suni como lo hizo con Minho antes. Jisung pensó que era la cosa más hermosa que había visto en su vida, que eran las dos pequeñas cosas más perfectas del mundo y que no podía creerse que él hubiera sido parte activa de ambas.

—¡Dios santo! —se derritió Minho. De pronto, sonaron un montón de clics en el teléfono, cuando Han levantó la vista, el alfa estaba sacando fotos desde tantos ángulos que creía que haría una composición en 3D—. Sois las cosas más bonitas del mundo. Los tres —añadió, con una sonrisa bobalicona—. Nunca pensé que podría ser tan afortunado como para ser parte de vuestra familia...

—¡Claro que eres parte de la familia, Minho oppa! Eres el papi de Songi y también me cuidas como mis papás —señaló la niña—, es como si fueras un papá extra. Tú e Innie sois mis papás extras. Y papi e Innie serán los papás extras de la bellota —explicó resuelta.

El alfa la miró estúpidamente, como si estuviera exponiendo la solución al problema de los tres cuerpos. Tuvo que echarse a reír ante la mueca de su novio y le dio un beso en la cabeza a cada una de sus hijas.

Alguien llamó a la puerta y Minho los dejó entrar. Con su corazón explotando de dicha, sintiéndose el hombre más afortunado de la Tierra, Han Jisung se enfrentó al caos de amor, admiración y felicitaciones de todos los visitantes que llegaron esa tarde.                     

***

Navegantes, estos epílogos son solo cuquedad y autocomplacencia, espero que los disfruten, les caigo con el 1/3

¡Nos vemos en el infierno!

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