28. No digas mentiras

Jeongin despertó solo en una cama ajena, escuchando el trajín fuera de la habitación. Le costó unos instantes ubicarse hasta que el olor a sándalo llenó sus fosas nasales. Se volteó para enterrar la cara en la almohada cubierta por unas carísimas sábanas blancas. El aroma era fuerte y amaderado, lleno de los matices que había extrañado durante los últimos años. La cama también olía a sí mismo, ácido y dulce, impregnado en todas las fibras. Se dio cuenta de que todavía estaba emitiendo feromonas y trató de concentrarse férreamente para cortar el riego.

Ya era suficiente: dormir con Hyunjin, haberse lanzado a su cuello como un hombre hambriento, besarlo como si fuera la única fuente de aire que quedara en el mundo, decir toda esa mierda que dijo solo para hacerlo sufrir... Dios santo, Jeongin fue la peor versión de sí mismo la noche anterior. Se comportó egoístamente, perfumándolo con su olor, enredándose entre sus brazos bajo las sábanas, exigiendo muchísimo más de lo que jamás podría dar. Y el alfa lo aceptó, abrió las puertas de su casa, de su dormitorio, de su pecho cálido, para un hombre que no lo podía corresponder.

¡Qué injusto era Jeongin! ¡Qué avergonzado se sentía!

—¡Espera un momento! —exclamó Hwang desde fuera de la habitación, interrumpiendo sus pensamientos.

—¡Papi, vamos a llegar tarde!

—Tengo que despertar... a... esto... —Jeongin aguantó una risa y se levantó de la cama.

Seguía llevando la misma ropa que el día anterior, incluso el jersey gris pizarra y los calcetines. Sobre la cómoda había una camisa blanca y una rebeca de punto azul. No sabía si eran para él, así que no se las puso. Abrió la puerta en el instante en el que Hyunjin levantaba el puño para llamar.

El primer vistazo fue como un shock, era increíblemente humillante acordarse de que unas cinco horas antes había estado mordisqueando esos labios carnosos. Y al mismo tiempo fue catártico encontrarse de frente con sus preciosos ojos, con su pelo recogido en una media coleta y su ropa perfectamente ajustada.

—Oh... Hola... —saludó tímidamente. Las mejillas de Jeongin se calentaron y tuvo que bajar los ojos porque estaba mirando demasiado fijamente—. Yo... No quería despertarte, solo... hmmm... Voy a llevar a Suni a taekwondo... Puedes quedarte un poco más aquí, o puedo llevarte a casa de Felix... Lo que quieras —balbuceó, rascándose la nuca.

A Jeongin no le dio tiempo de contestar.

—¡Innie oppa! —gritó Suni apareciendo desde el salón con un bonito chándal de color frambuesa—. ¡No me lo creo! —Corrió hacia él tan rápido que lo único que pudo hacer fue agacharse para recibirla en sus brazos—. Este es el mejor día de la semana te lo prometo —exclamó emocionada, agarrándole las mejillas con fuerza al omega—. ¿Vas a hacer tortitas?

—Yo... eh... —Miró a Hyunjin de reojo y vio al alfa con los ojos brillantes, como si estuviera viendo algo que le gustaba.

Como si estuviera presenciando una visión del pasado.

Jeongin se había despertado cientos de veces en la cama de Hyunjin, había preparado una buena cantidad de panqueques para ellos y había abrazado a la preciosa niña en muchísimas menos ocasiones de las que le gustaría.

—¿Papi? ¿Puede Innie oppa hacernos tortitas? —Hyunjin sonrió estúpidamente y Jeongin se enamoró todavía más de él—. ¡Papi! —gritó ella, dando una palmada frente a su cara, el alfa reaccionó sacudiendo la cabeza—. El tío Felix tiene razón, mis padres son un poco lentos —le susurró a Jeongin, él se rio en voz alta.

—¿Qué pasa?

—¿Tortitas?

—¿Tortitas...? —Pensó durante unos segundos—. ¡Oh, Dios santo! ¡Claro que no! ¡Vamos a llegar tarde! Además, acabas de comerte dos tostadas.

—Pero todavía me queda hueco para unas tortitas —insistió, apoyando la cabeza en el hombro del omega.

—¿Qué te parece si te hago tortitas otro día? Hoy tienes que ir a ver a Seo sabumnim —arregló, ganándose una mirada sospechosa de la niña y una de alivio de su padre.

—No sé...

—Bueno, nenita, es lo que hay —reclamó el alfa—, vámonos antes de que sea todavía más tarde.

Jeongin dio por hecho que también se lo decía a él, así que lo siguió hasta el salón. Mientras dejaba a Suni en el suelo, Hwang le alcanzó una tostada en una servilleta, estaba un poco fría, pero la masticó obedientemente. Abrigó a la niña con una gran chaqueta acolchada blanca y comprobó lo que llevaba dentro de un bolso mientras Jeongin los observaba hipnotizado.

Era tan fácil fingir que eso era normal, que nunca se había ido y ahora se levantaban temprano los sábados para llevar a la niña a taekwondo. Tal vez podrían dar un paseo durante la clase, tomar un café y hacer algunas compras para el almuerzo. La recogerían y volverían juntos a casa, prepararían la comida con Hyunjin haciendo su mejor intento de cocinar y Jeongin acompañando a Suni en una batalla de Just Dance.

Era hermoso imaginarlo y tan sencillo. Ser doméstico con el alfa siempre fue jodidamente sencillo para él. Sentirse en casa siempre fue más fácil cuando la casa era de Hwang Hyunjin, aunque fuera la primera vez que pisaba ese apartamento.

—Hay un cepillo de dientes nuevo en el baño y si quieres, puedes cambiarte, te dejé ropa en la cómoda —dijo el chico, dirigiéndose a la habitación de Suni.

—¡Papi, vámonos!

—Te olvidaste del ti —aclaró—. ¿Cómo te vas a poner la ropa de taekwondo sin cinturón?

—Ah, claro. —Lo siguió, con sus pequeños pasos resonando en el parqué. Jeongin también lo hizo.

Se lavó los dientes rápidamente en el baño, aprovechó para hacer sus necesidades y echarse algo de agua en la cara, apartando las lagañas de sus ojos. Se miró a sí mismo en el espejo justo antes de abrir la puerta.

—Papi dice que te pongas esto —Suni mantenía entre sus manos la camisa y la rebeca que había visto en la habitación—. No encontramos mis ti, creo que me los olvidé los dos en casa de papá, pero no se lo digas —añadió en un susurro.

—De acuerdo —rio él, tomando la ropa de sus manos.

No habían pasado ni tres minutos cuando salía del baño vestido con ropa que olía claramente a Hyunjin. El alfa y la niña lo esperaban en la puerta con enormes sonrisas. Jeongin quiso muy fuerte quedarse allí. El tirón de su corazón fue mucho más intenso que antes, como si esta vez de verdad fuera posible, como si Hwang tuviera el poder de alejarlo para siempre de la mansión Yang.

Cuando se subieron al coche, Jeongin todavía era incapaz de decir nada, pero Suni parecía dispuesta a rellenar el silencio conversando con su padre. Recordaba el día que conoció a la niña, cuando él y Hyunjin llevaban juntos casi ocho meses y había escapado. En la soledad de sus pensamientos, no le molestaba admitir que sentía cierta envidia de que la pequeña Han tuviera una relación así con sus padres.

Él nunca había charlado así con su abuelo y, tristemente, no recordaba nada de su madre. Nunca le contó a nadie cómo se sentía en el colegio, que no tenía muchos amigos, que las matemáticas se le daban mal o que le gustaba mucho el pan dulce que comía en los recreos. Tampoco le pudo decir a nadie que no quería ser educado en casa, o que no le gustaba la carrera de derecho.

Y, sin embargo, Suni estaba tratando de hacerle entender a Hyunjin que no pasaba nada porque se hubiera perdido el ti, que el "tío Changbin" no le echaría la bronca y seguramente Hoshi tendría uno de repuesto. Mientras, el alfa la amarraba eficientemente a la silla en la parte trasera, con el cinturón bien ajustado y un beso en la frente para darle la razón.

Jeongin se sentó en el asiento del copiloto, aunque recordaba ser el conductor más a menudo en el pasado. Pusieron rumbo al dojang y la voz de la niña se apagó hasta que entre ellos solo se escuchaba la radio del coche y el sonido de los intermitentes cuando tenía que ponerlos.

Quería hablar, tenía en la garganta cien millones de cosas para decir y deseaba que Hyunjin las supiera, pero era imposible soltarlas. El alfa tampoco insistió. En ese incómodo espacio, en silencio absoluto, llegaron a la academia de taekwondo con la cabeza dándole más vueltas que nunca.

—Yo llevo el bolso —ofreció cuando el hombre despertaba a su hija suavemente y la sacaba del coche.

Caminaron juntos por la acera, como si fuera normal, como una familia, una bonita pareja con una niña pequeña, yendo a pasar una mañana de sábado normal. ¡Qué ironía! Jeongin podría tener eso, podría ser así de feliz, ¿verdad? Pasear por el parque, contarle cuentos a Suni, beber con sus amigos un viernes por la noche, volver a casa para devorar a su alfa, besar sus labios carnosos, cabalgar sobre su cuerpo, correrse sobre su pecho, que sus olores estuvieran tan mezclados que no hubiera duda de que se pertenecían.

—¡Mingi! —exclamó Suni, serpenteando en los brazos de su padre para que la dejara bajar. Tiró de la mano del hombre cuando estuvo en el suelo, corriendo hacia un niño y un adulto que se giraron con una sonrisa—. ¡Mingi! ¡Corre, papi, vamos a ver a Mingi! —insistió, arrastrándolos a ambos.

El pequeño se sostenía de la mano del que supuso que era su padre; cuando estuvieron cerca, se dio cuenta de que era un omega. Un bonito y perfecto omega con su cuello limpio de cualquier marca. Y su sonrisa era brillante, sus ropas elegantes y su pelo largo bien peinado.

—¡Hola, señor-appa-de-Mingi! —saludó la niña con una reverencia, los dos adultos la imitaron—. ¡Hola, Mingi! ¡Qué alegría verte! ¿Trajiste ropa? Yo me olvidé el ti en casa de papá Jisung.

—Me dijiste que no sabías dónde estaba, Suni —se quejó Hyunjin, fingiendo un puchero—. No se dicen mentiras...

—No, no —aclaró ella rápidamente—, es que justo me acabo de acordar de que lo dejé en casa de papá. ¿Puedes llamarlo para que venga a traerlo?

—No voy a llamar a papá por eso.

—Pues tristemente tendré que entrenar sin ti —añadió, pero no parecía en absoluto preocupada—. Vámonos, Mingi, llegaremos tarde. Adiós, señor-appa-de-Mingi, adiós, papi, adiós Innie oppa —se despidió sin una palabra más y se llevó al niño a la academia.

—Vaya, parece que siempre tiene la misma energía —bromeó el hombre ante ellos—. Me alegro de verte, Hyunjin —El lobo de Jeongin se agitó y él frunció las cejas—. Me llamo Song Yeosang, soy el padre de Mingi. —No había dicho nada malo, ni tenía ningún tono extraño, pero el olor feliz del alfa a su lado y su bonita sonrisa lo hicieron sentirse un poco incómodo.

—Yang Jeongin —contestó secamente, ofreciendo su mano y haciendo una educada reverencia.

—Es un placer... Tengo que llevar la mochila adentro.

—Ah, cierto, te acompaño, Yeosang-ssi —ofreció Hyunjin.

—Olvídate de los honoríficos, ¿cuántos años tienes? ¿26?

—Veintiocho —aclaró con una sonrisa.

—¡Pues llámame hyung! —exclamó feliz, su olor a flores era suave y discreto, nada como el maracuyá agresivo que sabía que los aplacaría si dejaba salir. Jeongin apretó los dientes concentrándose.

—Oh, está bien, hyung —¿Era rubor eso que cubría las mejillas del alfa? ¿Estaban coqueteando? Jeongin sintió que su estómago caía al suelo desde un octavo piso—, vayamos a dejar las mochilas...

—Sí, claro.

—¡Hyunjin! —El grito llegó desde su espalda. Se giraron al mismo tiempo y Jisung corría torpemente con una bolsa blanca en la mano y Minho pisándole los talones—. ¡Innie! ¡Qué sorpresa verte! —aseguró, abrazándolo cuando llegó a ellos. Jeongin se dejó calmar por el olor a lavanda, mucho mejor que seguir sintiendo las feromonas omega de Song Yeosang.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a traerle el ti a Suni, lo dejó sobre la mesa de café —aclaró, moviendo la bolsa blanca.

—Y a comer bungeoppang porque, aparentemente, la bellota necesita bungeoppang para desayunar —resopló Minho. Los tres se echaron a reír.

—No me dejes en ridículo delante de mi omególogo —gruñó el chico, apartándose de él para hacerle una reverencia al otro—. Un placer encontrarnos, doc. —Sonrió brillantemente y Jeongin pensó que cada día que su cara se redondeaba más por el embarazado era más bonito.

—Un placer también, Jisung, me alegro de que todo vaya bien, pero no te pases con el azúcar, no es bueno para tu peso y puedes desarrollar diabetes gestacional, ya sabes —advirtió el chico. Quiso decirle que se callara, que no estaba gordo sino bonito y suave y que si quería bungeoppang él mismo se encargaría de comprarle una caja.

—Síííí, doc —puchereó el omega, apoyándose en su alfa—. Casi no como azúcar, lo prometo. —Minho rodó los ojos como si fuera la mayor mentira que había escuchado nunca.

—¡Chicos, tengo a dos niños sin uniforme que afirman que sus padres los tenían! —interrumpió Yuqi desde la puerta—. ¿Alguien va a traerlos o entrenan con la ropa que traen?

—¡Oh, cielos, sí! Vamos, Hyunjin. —Yeosang puso la mano en el antebrazo del alfa y el lobo de Jeongin se removió.

—Claro, hyung. —El animal gruñó tan audiblemente que casi creyó que él mismo había hecho ese ruido cuando los vio entrar entre risas.

—Innie, ¿todo va bien?

—Sí —mintió, sin apartar la vista de la puerta por la que habían desaparecido.

—No lo parece, la verdad...

Jagi, déjalo —advirtió Minho, bendito fuera.

Jeongin no quería darle explicaciones a Jisung porque ni él mismo entendía por qué se sentía así de mal. De tener una perfecta mañana doméstica despertando entre los brazos de Hyunjin a verlo interactuar con ese omega tan bonito al que llamaba hyung. Se estaba volviendo loco, creía que si seguía un segundo más allí se echaría a llorar, o tal vez mordería al doc por acercarse a su alfa.

No es mi alfa. Pero eso no importaba, en el fondo de su pecho siempre iba a ser su alfa.

—¿Quieres un poco de bunggeoppang? —ofreció el omega con olor a lavanda, levantando el pececillo entre sus dedos. Asintió y le dio un mordisco, tratando de ignorar la animada conversación de Hyunjin y el médico, que volvían a salir.

—¿Puedes llevarme a casa de Felix, Minho hyung? —preguntó, justo en el momento en el que el alfa se paró a su lado. Su conversación se cortó y pudo sentir sus ojos juzgándolo. Hubo unos segundos de silencio en los que Minho, tan inteligente como siempre, evaluó el ambiente.

—Sí, claro, vámonos —ordenó y no lo miraba a él, sino a Hyunjin, con las cejas fruncidas y la boca apretada.

—Ehm... Bueno, ha sido un placer, doc —se despidió Jisung, un poco incómodo—. Ya nos vemos, Hyunjin.

—Sí... Hasta luego —dijo el alfa y sonaba triste.

Jeongin solo quería alejarse de allí. Correr lejos antes de saltar sobre él y besarlo hasta dejarlo sin respiración, decirle a ese bonito omega que era su alfa, aunque no lo fuera y llevárselo a su apartamento para follar en todos los rincones posibles. Necesitaba que su olor estuviera esparcido por la casa de Hyunjin casi tanto como respirar. Y no podía. No podía hacer nada de eso, así que se marchó junto a Minho y Jisung, con la cabeza baja y la mano del omega enredada entre sus dedos.

Entonces, sí está sanando...

¿Cuándo iba a sanar Jeongin?

—Tienes que pegarme aquí —Yunho señaló su pecho—. Cierras el puño así y haces... ¡pum! —Ilustró el movimiento con un puñetazo al aire.

—Yo... Yo no quiero pe-pegarte —susurró Mingi, apretando las manos en su camiseta. Suni se acercó y le agarró del hombro con suavidad. Su amigo la miró fijamente, con los ojos muy abiertos por el miedo.

—No es de verdad —aclaró ella—, no nos pegamos de verdad, solo es para entrenar en taekwondo.

—Pe-pero es mi amigo y tú eres mi amiga...

—Yunho y yo nos hemos pegado algunas veces después de clase. Nunca delante del sabumnim porque está prohibido, así que esto es un secreto —añadió bajando la voz.

—Ni delante de los papás, mi appa me castigará para siempre si sabe que le pegué una paliza a Suni.

—Yo gané, Yunho, te tiré al suelo —se defendió ella, frunciendo las cejas. Su amigo se encogió de hombros y siguió haciendo poses de las que le había enseñado el sabumnim, intentando que Mingi las imitara.

De repente se dio cuenta de que faltaba un mosquetero. Se giró para buscar a Hoshi en el dojang y lo vio agachado, cuchicheando con la infame Jeong Eunji. No es que Suni la odiara, ahora incluso podía jugar con ella a veces, pero no le gustaba que estuviera tan cerca de Hoshi porque siempre era un poco cruel con él. Y nadie, nadie en el mundo entero ni en el universo iba a ser cruel con él.

Atravesó la estancia con pasos rápidos y se cernió sobre ellos. La niña levantó los ojos automáticamente.

—¿Qué pasa? —preguntó, asegurándose de que Hoshi estaba bien. Pero no lo parecía, tenía un puchero en la boca y se frotaba las rodillas nerviosamente—. ¿Qué le hiciste, Jeong Eunji?

—¡No hice nada! —exclamó ella, enderezándose y apartándose de él con las manos en alto, como en esas películas en las que alguien apuntaba a alguien con un arma. Suni no tenía ningún arma y tampoco quería dispararle a la niña, pero de verdad estaba muy enfadada porque su amigo parecía realmente triste.

—¿Qué te dijo, Hoshi? —Cambió de objetivo y se agachó junto a su amigo, abrazándolo para tenerlo un poco más protegido de las cosas malas que pudiera hacerle Eunji.

—¡Te juro que no le hice nada! ¡Siempre me acusas, Suni!

—Porque siempre haces a Hoshi sentirse mal —exclamó, mirándola por el rabillo del ojo. La niña cruzó los brazos y se quedó mirándolos.

—Mi madre dijo que van a cerrar el dojang y le estaba preguntando a Hoshi si era verdad porque Seo sabumnim siempre está con vosotros. —Suni abrió mucho los ojos.

Si eso era verdad, si cerraban el dojang, se acabarían las clases de taekwondo. ¿Qué se suponía que iba a hacer los sábados? ¿Ya no podría convertirse en una máquina de matar? ¿Quién protegería a Hoshi, a Mingi y a la bellota si ella ya no aprendía a luchar? Sabía que podría convencer al tío Changbin para que le diera clases particulares, pero era muchísimo más divertido cuando venían todos juntos y luego se iban a tomar un helado o, en los mejores días, a montar en bicicleta al río Han.

Oh, ¡por las orejas de Mickey Mouse! Si se acababa taekwondo ya nunca verían a Mingi fuera de la escuela porque él no venía al río y su appa no era tan amigo de papá y papi como para que lo invitaran. ¡Se sentiría solísimo! ¡Era nuevo en la ciudad! ¡No podían abandonarlo así!

—Eso es mentira —acusó, agarrando más fuerte a Hoshi—. No le digas mentiras a Hoshi para hacerlo llorar.

—¡No es mentira! Me lo dijo mamá, yo solo quiero saber si es verdad. Por eso le pregunté.

—Podrías haberme preguntado a mí.

—¡Me hubieras dicho que miento!

—Es que estás mintiendo. Y se lo dijiste a él porque sabes que es más sensible.

—Se lo dije a Hoshi porque él sí me trata bien. —Las palabras de Jeong Eunji le dolieron. Hicieron que su barriga se sintiera incómoda y su boca se frunció en un puchero.

Suni no trataba mal a nadie, papá y papi siempre le decían que ella tenía que ser buena, que no podía abusar de los compañeros ni hacerlos sentir mal. Y ella no lo hacía. Ella obedecía y cuidaba de sus amigos, era protectora con ellos y siempre los mantenía a salvo. Han Suni no era mala. Y Jeong Eunji era una mentirosa.

—No vuelvas a hacer llorar a Hoshi —gruñó, levantándose mientras aguantaba las ganas de llorar ella misma.

—Yo no quería hacerlo llorar, lo estaba consolando cuando llegaste. ¡Hoshi no es tuyo! Él puede hablar con otras personas.

—Pero es su amigo, no el tuyo —intervino Yunho, cruzándose de brazos ante ella. Mingi caminó rápidamente y en silencio hasta que se agachó junto a un Hoshi que seguía lloriqueando. Vio como lo abrazó para hacerlo sentir mejor y su tripa se aflojó un poco.

—¿Qué está pasando aquí, demonios? —La voz del tío Changbin se escuchó alta y clara. Suni no se había dado cuenta de que el resto de niños estaba mirándolos fijamente.

Se sintió realmente avergonzada debajo de todos esos ojos acusadores. Quería decirle a todos esos niños que ella no era mala y que Eunji no estaba diciendo la verdad. Ella no trataba mal a nadie y por supuesto que Hoshi podía hablar con otras personas, pero se sentía más tranquila si por lo menos lo hacía cuando ella pudiera verlo para asegurarse de que nadie decía nada que lo hiciera llorar.

Quería decirle al sabumnim y a todos sus compañeros que la cosa peor del mundo mundial para Suni era ver a alguien llorar. ¡Incluso se sentía mal cuando Jeong Eunji lloraba!

—¿Nadie piensa hablar? —insistió tío Changbin, con una mirada muy severa que la hizo sentirse peor.

—Jeong Eunji estaba siendo una abusona con Hoshi —aseguró Yunho y, bueno, eso no coincidía con lo que había dicho ella, pero sí que lo parecía.

—¡No estaba siéndolo! ¡Hoshi, diles que no estaba siendo una abusona, por favor! —rogó ella, tratando de acercarse al niño, Suni se colocó entre ellos como una pared—. Han Suni es la que está siendo una abusona conmigo, Seo sabumnim.

—Eres tan mentirosa que te saldrán cucarachas de la boca —gruñó. No iba a permitir que siguiera diciendo esas cosas.

—¡Han Suni! —exclamó el sabumnim y su barriga dio siete volteretas porque, de verdad, no se esperaba que le hablara así. Lo miró confundida, un poco perdida también, como cuando papá Jisung gritaba de pronto porque encontraba su cuarto hecho un desastre y ella ni siquiera recordaba que tenía que recogerlo—. Esa no es forma de hablar a nuestros compañeros.

—Tío Changbin... —murmuró.

—Han Suni —interrumpió el hombre, levantando una ceja. Y Suni estaba tan malditamente asustada que pensó que tendría un accidente de pipí como el que había tenido Hoshi una vez.

—Seo sabumnim —corrigió—, estaba diciéndole mentiras a Hoshi para hacerlo llorar.

—No son mentiras, te dije que me lo dijo mi mamá.

—Los adultos mienten a veces —defendió Yunho y Suni decidió que le daría el mejor juguete la próxima vez que jugaran juntos porque era el mosquetero más genial del universo.

—No voy a tolerar ese lenguaje en mi clase, ni esas actitudes de nadie. ¿Entendido? —Todos los alumnos asintieron—. Jeong Eunji, no puedes hacer llorar a tus compañeros. Y tú, Suni, no puedes hablar de esa manera ni tratar mal a los demás, ¿entendido? —Asintió con la boca apretada porque en realidad no estaba de acuerdo. Ella solo lo había hecho para proteger a Hoshi y el tío Changbin le estaba echando la bronca como si fuera la mala de la película—. Ahora las dos estáis castigadas, a la recepción con Yuqi ahora mismo. Cuando vengan vuestros padres hablaremos con ellos.

—¡Pero, sabumnim, yo no hice nada! —insistió Eunji.

—No vamos a discutir más...

—Tío sabumnim —sollozó Hoshi—, ¿es verdad que se va a terminar la clase de taekwondo?

Los ojos de su tío favorito (que ahora no lo era tanto porque había dicho que era mala y la había castigado y Suni pensaba que era súper injusto) se abrieron mucho. Todo el mundo estaba en silencio, solo se escuchó como su mejor amigo sorbía los mocos. Un segundo después, el niño atravesó la estancia y se agarró de la pernera del pantalón blanco del sabumnim exigiendo una respuesta.

—¿Quién ha dicho eso?

—Jeong Eunji —señaló rápidamente Suni, para que se diera cuenta de que era una mentirosa.

—Me lo dijo mamá, me dijo que teníamos que buscar otra clase de taekwondo, le dije que no quería. Yo no quiero irme a otra clase de taekwondo.

—¡Yo tampoco! —exclamó uno de sus compañeros. Un coro de voces infantiles se quejaron por la posibilidad de tener que dejar las clases de los sábados.

—Pero no es verdad, ¿a que no, sabumnim? —demandó Suni, empezando a sentirse realmente agobiada porque el tío Changbin no estuviera diciendo que aquello era una gran mentira y castigando a Jeong Eunji por hacer llorar a Hoshi—. El dojang no puede cerrar, ¿verdad?

El adulto suspiró muy fuerte y le acarició la cabeza a Hoshi y la pequeña Han se dio cuenta de que esto estaba fatal. Podía sentir en su nariz que algo estaba muy, muy mal. Tan mal como para que Eunji en realidad no estuviera diciendo mentiras, tanto como para que Hoshi realmente tuviera razones para llorar. Yunho dio un paso adelante, con un Mingi confundido aferrándose a las protecciones que llevaba puestas.

—¿Va a cerrar la academia? —preguntó su amigo, perdido. Miró a Suni, como si ella tuviera la respuesta, ¡pero no la tenía!

—Bueno, no quería tener que hacer esto así, pero está bien, chicos. Los padres de Jeong Eunji no mentían, la academia va a cerrar... por un tiempo —Suni sentía que eso no era verdad, que el tío Changbin estaba engañándolos. Esas eran las cosas que les decían a los niños cuando todo iba muy mal. Como cuando papi dijo que Innie oppa se iría por un tiempo y en realidad nunca volvió a prepararle tortitas para desayunar. Ni siquiera esa mañana, aunque había ido a casa de papi a dormir, había tenido tortitas.

—Tío Changbin... —lloriqueó, aunque sabía que no podía llamarlo así en el dojang. Él la miró y parecía muy triste. Un segundo después se sentó sobre el tatami y todos corrieron hasta él porque necesitaban saber, necesitaban entender.

Yunho se sentó muy cerca de Mingi y le agarró la mano, Suni lo entendía, ella quería subirse al regazo de Changbin y pedirle que le explicara qué estaba pasando. Todas esas cosas complicadas de adultos la agobiaban y todavía Hoshi seguía llorando, de pie, sosteniendo el hombro del sabumnim. Cuando la niña se encontró con sus ojos le hizo una seña con los dedos, tenía muchas ganas de darle un abrazo a Hoshi para que dejara de llorar, pero, sobre todo, para no llorar ella todavía más.

Por suerte para ambos, el pequeño Bang lo entendió y corrió hasta ella, sentándose a su lado y agarrándose con ansiedad de su brazo.

—Todo va a estar bien —susurró Suni para sí misma y para él.

—Bien, quería despedirme de vosotros de otra manera, pero supongo que así son las cosas. Por cuestiones... complicadas, tengo que cerrar el dojang.

—¿Y cuándo volverá a abrir? —preguntó una niña de otro colegio.

—Voy a ser sincero, chicos, todavía no lo sé —confesó el hombre. Se oyeron un montón de voces sorprendidas, pero Suni lo único que sentía era que su pequeño corazón se estaba rompiendo.

—¡No puede cerrar el dojang! —exclamó Eunji—. Casi había convencido a mis papás para que dejaran venir también a Eunwoo oppa...

—¡No puede, Seo sabumnim! —exigieron otros niños.

—Chicos, el problema es que este lugar se convertirá en otra cosa, tengo que llevarme todo de aquí...

—Ah, entonces no pasa nada. Puede abrir en otro lugar. Uno que esté al lado de un parque también —ofreció Eunji con una sonrisa, como si estuviera más tranquila ahora que sabía que la razón era esa.

—Y con un señor que venda bungeoppang también —añadió Hoshi, sorbiendo los mocos—. Y que esté cerca del río Han.

—Sí, tiene que estar cerca del río para que Mingi venga a montar en bicicleta con nosotros —estuvo de acuerdo Yunho. Hoshi asintió.

—A ver, chicos, no es tan fácil.

—Sí es fácil, mire a Mingi, él vino desde Incheon hasta aquí y ya tiene amigos nuevos. Y usted no necesita amigos nuevos porque estamos nosotros, solo necesita un nuevo lugar. —A Suni le pareció que el razonamiento de Yunho era completamente lógico. Changbin rodó los ojos y se echó a reír. El dolor de barriga se suavizó un poco, pero todavía sentía que no podía ser tan fácil. Con las cosas de adultos nunca era tan fácil.

—Es cierto, sabumnim. Usted y Yuqi unnie pueden ir a otro lugar, a mí no me importa que esté cerca del río Han, pero si puede ser, pues mejor para Hoshi —añadió Eunji con una sonrisa esperanzada.

No mintió. La había tratado mal y ella no estaba diciendo mentiras. Ni siquiera estaba tratando de ser una abusona con Hoshi. Entonces Suni sí era una mala niña. Se estaba portando fatal. Pero todavía se sentía incómoda con que, de pronto, Jeong Eunji quisiera estar cerca de su amigo. No le gustaba porque pensaba que podría estar tramando algo malvado contra él. Y tampoco le encantó que el tío Changbin se levantara y le tocara la cabeza a la niña.

—Bueno, ahora terminemos la clase, quedan quince minutos para que vengan a recogeros —invitó el instructor. Suni se acercó a él y tiró de su mano, cuando su tío la miró, tuvo que apartar los ojos por la vergüenza.

—¿Sigo estando castigada? —preguntó en voz baja.

—Le hablaste mal a Jeong Eunji y la llamaste mentirosa, ¿te parece justo que no haya consecuencias? —Claro que no era justo, pero ella no quería estar castigada, no quería ser mala y no quería perderse el resto de la clase. Negó con la cabeza a pesar de que le apetecía decirle que sí era justo porque todos cometían errores y la verdad era que Eunji solía ser mala la mayor parte del tiempo—. Entonces, te quitaré las protecciones e irás a sentarte con Yuqi.

¡Qué horror! ¡Qué humillación! ¡Han Suni, que presumía de ser la más obediente y educada, siendo castigada porque llamó mentirosa a Jeong Eunji el único día de su vida que no dijo mentiras! ¡Y encima iban a cerrar el dojang y ella sabía en sus patrañas que el tío Changbin había dicho que era temporal solo para tranquilizarlos! Qué terrible sábado para ella, con lo bien que había empezado desayunando con Innie oppa y papi como antes de que se fuera de viaje.

Enfadada, se quitó las protecciones ella misma y las colgó del perchero para salir de la sala y sentarse en la silla frente al escritorio de Yuqi. Por supuesto, Jeong Eunji no vino con ella, porque justo hoy había decidido decir la verdad.

¡Por las orejas de Mickey Mouse, qué ganas tenía de llorar!

Jisung podía identificar los celos cuando los veía. Más que nada porque solía sentirlos a menudo y estaba acostumbrado a las cavernicoladas de Minho desde que estaba embarazado. Por eso sabía que Jeongin estaba celoso de la inexistente relación entre Hyunjin y el doctor. Tampoco es que fuera a decir una palabra, más que nada porque sentía que si no aclaraba que entre ellos no había nada, Yang tendría una razón más para huir de su matrimonio concertado.

Y esa era una de las prioridades de Jisung actualmente: librar a Jeongin del yugo del anciano Yang.

Con ese pensamiento en el fondo de su mente, entraron a casa de Felix para encontrarse con un desastre. Los cojines del salón estaban tirados, también sus zapatos y su abrigo. Jisung se preocupó.

—Vaya... ¿Qué ha pasado aquí? —dijo en voz alta.

—¿Está bien que estemos entrando sin avisar, hyung?

—No coge el teléfono. Cuando Felix no coge el teléfono significa que necesita una intervención —aseguró, adentrándose en el pasillo hasta la habitación.

Y, mierda, el caos era aún peor allí. Había trozos de tela, ropa, cojines, almohadas y... ¿esa es la manta de Changbin en el suelo? Todo estaba hecho un desastre y podía reconocer pedazos del nido que lo ayudó a hacer, regados sin sentido por toda la habitación.

—¡¿Felix?! —exclamó, entrando en el dormitorio.

—Tal vez es mejor que me vaya...

—No, te quedas, Jeongin —aseguró en un susurro, caminando hacia el lugar en el que sabía que estaba el australiano.

Lo encontró hecho un ovillo en el suelo, con su mantita amarilla favorita y un cojín, durmiendo profundamente. Jisung se acercó despacio y le tocó el hombro, sacudiéndolo un poco. El chico abrió los ojos, que se veían hinchados y rojos, como si apenas hubiera dormido.

—¿Sungie?

—Sí, sunshine y, mira, ha venido también Innie —explicó, apartándose un poco para que pudiera verlo.

—Hola, Felix hyung —saludó tímidamente.

—¿Qué hacéis aquí?

—La pregunta es, ¿qué ha pasado aquí? Parece que te robaron —bromeó, acariciándole el pelo. El pecoso no respondió—. ¿Ya no te gustaba tu nido?

—No es eso...

—¿Entonces? —Jisung de verdad odiaba ver tan vulnerable a Felix y le daba la impresión de que últimamente era la única versión que existía del omega. Quería consolarlo, quería darle un abrazo y decirle que todo iría bien, quería saber qué demonios estaba pasando con Changbin y por qué ya nadie le contaba nada.

—Anoche estaba enfadado... Por eso está todo así... Y, después... Ya no pude volver a colocarlo... —Parecía realmente avergonzado, así que se apiadó de él.

—No pasa nada, puedo ayudarte a hacer un nido. Puedo enseñarte otra vez y podemos practicar todas las veces que lo necesites. Innie también te mostrará cómo los hace él, ¿verdad? —Se volteó y se encontró al chico con la boca apretada en una línea, los ojos abiertos como un ciervo ante los faros de un coche y sus manos sosteniendo los bordes de la rebeca que claramente olía a Hwang Hyunjin—. ¿Innie? —insistió, pero solo obtuvo un sonido ahogado como respuesta—. Innie, ¿sabes anidar?

No contestó, pero no hacía falta. La rabia y la pena atacaron a Han y su olor se extendió por la habitación, aunque poco pudiera hacer contra las feromonas del australiano. Si Jeongin no sabía anidar era porque no le habían enseñado. Tampoco le extrañaba, su estúpido abuelo podría ser un auténtico dolor en el culo y esta era otra de las razones para odiarlo más.

—Está bien —gruñó, poniéndose de pie—, ahora mismo empezaremos con la clase de como hacer nidos, para los dos. Y necesito que ambos empecéis a hablar de qué coño está pasando en vuestras cabezas. Estoy harto de tener que adivinar todo el rato. ¿Nadie tiene pena de mí? ¡Estoy embarazado! ¡Me hacéis coger nervios!

—No puedes usar tu embarazo para todo —se quejó Felix. Jisung le dio un empujón con el pie—. ¡Au!

—Levántate de ahí y empecemos.

Mientras Felix se ponía de pie con el pelo desordenado y un pijama blanco, Jisung empezó a recoger todo lo que encontró en el suelo y a dejarlo sobre la cama. Cuando llegó a la manta gris, la sostuvo entre los dedos por unos segundos antes de mirar a su amigo. El pecoso tenía una mueca a caballo entre el enfado y la absoluta tristeza, aunque su olor lo delataba mucho más que su cara. Así que, efectivamente, el problema de Felix se llamaba Seo Changbin.

—Eso no —gruñó, apartando los ojos—, puedes tirarlo.

—¡Bueno ya está bien! —gritó, enfadado, los dos omegas lo miraron con sorpresa—. Ya basta de portarte así. No sé qué te dijo Changbin anoche, pero tienes que arreglarlo. Habla con él, sé una persona lógica por una vez, llévalo a una cita, compartid una barbacoa. Se una persona normal por primera vez en tu vida, Felix.

—Yo... Él me dijo que no quiere verme —confesó en un susurro.

—¿Qué?

—Me dijo que no quiere verme, que no quiere estar cerca de mí...

—Oh, Dios mío, hyung, lo siento...

—No hay que sentirlo, es solo un...

—¡Deja de decir mentiras! —interrumpió Jisung—. No es solo un alfa. Es el alfa. ¿Por qué no te das cuenta? Es tu alfa. Tu lobo sabe que es tu alfa, yo lo sé y hasta Jeongin lo sabe. ¿Verdad, Innie?

—Bueno... Se nota que se gustan... —confirmó el chico.

—Lo ves, ¡todo el mundo lo sabe! ¿Por qué demonios eres el único que no sabe que estás enamorado de él?

—Yo no estoy...

—De verdad, Felix, ya está bien. Es como si dijéramos que Jeongin no está enamorado de Hyunjin —desechó, colocando la manta en el montón derecho de la cama. Yang aspiró el aire y pudo ver como se ponía completamente rojo en un segundo—. A ver, entiendo que vuestras vidas han sido una auténtica mierda, pero no podéis seguir así, ninguno de los dos. Tenéis que empezar a tomar el toro por los cuernos, como malditos omegas dominantes que sois —Siguió hablando mientras perfumaba algunas prendas y le pasaba otras a Felix para que también lo hiciera—. Ahora, lo más importante de todo, empecemos el nido. Jeongin, necesito que dejes de contener tus feromonas con ese abracadabra que haces. Los nidos tienen que estar perfumados.

—Pero... Si dejo salir mi olor...

—Si dejas salir tu olor toda la ropa olerá a lavanda, a fresas y maracuyá. Menos esa manta, no tocamos esa manta porque es de Changbin hyung y es importante para Felix, ¿entendido? —Jeongin asintió inseguro, pero todavía tomó la camiseta que le entregó y que olía mucho a sí mismo.

Fue progresivo, muy lentamente. Mientras él seguía perfumando cosas y dándoselas a Felix, las feromonas ácidas del otro omega empezaron a aparecer de forma tímida en el ambiente. Todavía le costó unos minutos llevarse la camiseta al cuello y parecía realmente avergonzado.

—¿Nunca has perfumado a nadie, Innie? —preguntó Felix.

—Sí, bueno...

—A Hyunjin —afirmó Jisung—, de hecho, hoy apestaba a ti.

—¿Te acostaste con él, Innie?

—¡No, por Dios! —Estaba tan mortificado que se tapó la cara con una almohada justo después de devolverle la camiseta a Jisung.

—Pero querías —bromeó Han, abrazando a Felix—, mira a nuestro inocente omega, sunshine, se ha convertido en todo un hombre.

—Innie es muy travieso.

—¡Hyungs! —exclamó, lanzándoles una almohada en un ataque de vergüenza. Jisung se rio en voz alta y le dio un beso a Felix, mirándolo fijamente.

—Vamos a aprender a hacer nidos, ¿de acuerdo? Si mi madre beta pudo enseñarme, yo podré enseñaros a vosotros.

—¿Tu madre beta te enseñó, hyung?

—Sí, se leyó como diez libros sobre el tema, fue tan malditamente incómodo al principio... Fue la misma época en la que quería que estudiara en casa y no saliera. Tenía miedo de que me hicieran daño —explicó resueltamente—. Como decía, el nido tiene que oler a cosas que nos gusten mucho, a nuestros amigos, a nuestra pareja. Por ejemplo, puedes usar esa ropa que llevas para el nido porque apesta a Hyunjin, Jeongin —El chico se puso tenso de pronto—. Y tú, la manta gris.

—Pero él no quiere verme, ¿por qué tendría que usar su manta?

—Porque tú si quieres verlo y le vas a pedir disculpas de rodillas. Y una cita —gruñó agresivamente—. Y ahora callaros la puta boca y escuchadme porque me estáis estresando todavía más y yo solo quería desayunar bungeoppan.

Jisung esperaba que la intervención sirviera, al menos, para que Jeongin y Felix se sintieran un poco más cómodos con su lado omega. Y ya se ocuparía de que los alfas idiotas reaccionaran también. 

***

¡Han Jisung y la bellota al rescate de los omegas perdidos!

No sé si se han fijado pero en mi historia no se libra nadie, todos son humanos (aunque sea omegaverse) y hasta los más geniales, como la magnífica Han Suni, hacen cosas mal.

Estoy escribiendo tantísimo últimamente que solo me quedan DOS CAPÍTULOS para haber terminado TODA la historia. 

¡Nos vemos en el infierno, navegantes!

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