27. Tengo que sanar

Changbin creía que eso podía salir muy mal. Sobre todo cuando se encontró con el alfa en la puerta del edificio, envuelto en un abrigo acolchado y una bufanda. Por lo menos, Felix había tenido la decencia de avisarlo, tal y como le había pedido.

El rubio (que todavía llevaba una peluca azul) fue el primero en salir del vehículo. Lo vio discutir con Hyunjin en susurros, aunque no podía oírlo. Hizo algunos aspavientos y señaló al coche. El padre de Suni se agachó un poco y miró directamente a Changbin. Lo saludó con un movimiento suave de la cabeza y rodó los ojos, rindiéndose. Lo entendía, Felix podía ser persuasivo cuando se lo proponía.

Unos segundos después, abrieron la puerta trasera. El australiano removió a Jeongin hasta que se despertó aturdido. Los ojos del joven fueron a todas partes, desde el espejo retrovisor a las pecas de Felix y, por último, por encima de su hombro, donde el alfa se alzaba de pie en toda su estatura.

—¿Qué...? —murmuró el omega.

—No quiero dejarte solo en casa, estás muy borracho. Hyunjin dice que cuidará de ti.

Hyung... —sonó como un ruego, con sus ojos negros brillando como si fuera a empezar a llorar. Changbin casi se apiadó de él.

—Puedes quedarte en casa, Jeongin —intervino Hwang y parecía un poco nervioso—, mañana Felix o Changbin hyung pueden venir a por ti. O te llevaré. Como prefieras. Aunque si prefieres puedes irte... —balbuceó con torpeza.

—Innie, por favor —rogó Felix. Changbin lo vio señalar y se contuvo de rodar los ojos. Odiaba engañar así al chico, odiaba que pensara que iba a follar con él porque no pensaba hacerlo. De hecho, estaba a tres minutos de distancia de dejarlo a él también en casa de Hwang.

—Bueno... —susurró de acuerdo, bajándose del coche.

—Llámame cuando te despiertes —advirtió Changbin.

—Sí, hyung.

Cerró la puerta tras él. Felix entró un instante después con una enorme sonrisa que casi le ciega. Mierda, qué rabia daba que fuera tan bonito, que tuviera ese humor tonto, que cocinara tan bien, que cuidara tan ferozmente de sus amigos... ¿Por qué no podía ser igual de cuidadoso con él? ¿Por qué era Changbin la única persona a la que Felix trataba con desprecio? ¿Qué demonios había hecho él más que tratar de ganarse su corazón?

—Te llevaré a tu casa —dijo, tomando el volante con fuerza.

Podía sentir que lo miraba, sintió como su olor colmaba ese espacio estrecho, mezclándose con el de Jeongin y el suyo propio. Estaba decepcionado y una parte de él quería consolarlo, pero otra, una que el mismo omega curtió en su pecho, estaba más que decidida a darse a sí mismo el lugar que se merecía.

Hyung... ¿no puedo ir a tu apartamento?

—No —respondió rápidamente—, no quiero quedarme a solas contigo.

—Pero...

—Por favor, Felix, no. No quiero discutir ahora. Estás borracho.

—¿Discutir el qué? ¿Qué es lo que tenemos que discutir? ¿Que me echaras el otro día de tu casa?

—Yo no te eché.

—Me echaste, hyung, me dijiste que no pintaba nada allí. Llevas días tratándome como si te hubiera hecho algo y no puedo recordar qué coño ha sido lo que te ha ofendido tanto —se quejó, con las fresas volviéndose más espesas en el ambiente.

—He dicho que no quiero discutir. —Abrió la ventana del coche para dejar que el frío se llevara un poco del intensísimo olor.

—¡Pues yo estoy deseándolo! —exclamó cuando frenó en un semáforo, golpeando el salpicadero—. Quiero entender por qué coño has decidido que no merezco que me hables como hablas con el resto de nuestros amigos.

—¡Porque no te lo mereces! —estalló.

—¿Perdón?

—¡No te lo mereces! ¡Tú no me tratas como tratas a los demás! Me usas, Felix, llevas usándome desde el primer día que nos acostamos. ¡Me ignoraste durante semanas, joder! —gruñó—. Y yo he sido un gilipollas y te he dejado volver cada vez. Me pegaste una paliza y todavía te dejé volver. Te largaste de mi casa y te dejé volver. Me hice cargo de tu celo y le dijiste a Jisung que era un amigo más con el que te acostabas. ¡Yo no quiero eso! Nunca lo he querido.

—Te lo dije la primera vez que follamos.

—Por supuesto que me lo dijiste y por supuesto que yo hice oídos sordos —bufó, negando con la cabeza. Tragó el nudo de saliva que parecía empezar a obstruirle la garganta antes de continuar—. Pero ya está. Lo he entendido. Tú no puedes darme lo que busco y, por supuesto, yo no te daré lo que buscas tú.

—¿Qué insinúas?

—Que no quiero volver a tener intimidad contigo, Felix. Eso es lo que insinúo. De hecho, ni siquiera estaría en este coche contigo a solas si no fuera por Jeongin. No quiero estar cerca de ti. No quiero olerte, no quiero escucharle, no quiero verte. No quiero —escupió con rabia, aguantándose las ganas de llorar para mantener su orgullo. El aroma del chico se tornó horriblemente podrido y se quedó en completo silencio a su lado. Pero una presa se había abierto dentro del alfa y sentía que tenía que soltarlo todo ahora mismo o nunca podría volver a dormir tranquilo—. Estoy harto de sentirme una mierda cuando estoy a tu alrededor.

»Me tratas como si fuera un objeto, algo que puedes usar y desechar. No soy tu puto juguete. Mierda. Sabías que me gustabas, lo sabes desde la primera maldita vez que nos vimos. Y todavía has estado yendo y viniendo, dándome migajas. No quiero migajas, Felix. No quiero estar con una persona que no sea capaz de darme algo más que sexo —recitó de memoria, como si todas las veces que hubiera ensayado la conversación en su cabeza se estuvieran haciendo realidad al mismo tiempo—. Me merezco estar con alguien que me aprecie, que quiera conocerme, que quiera tener una puta conversación conmigo y compartir mi cama sin tener que pensar que va a desaparecer a la mañana siguiente.

—Cállate —interrumpió de pronto el chico. Changbin lo miró sorprendido para encontrarse con Felix aferrado a la manija de la puerta, con su cabeza girada hacia el exterior del coche.

—No, vas a escucharme. Ahora vas a oír todo lo que tengo que decir. No entiendo por lo que has pasado, no sé nada de ti porque no me has permitido saberlo. No sé qué coño te dijeron cuando eras un niño sobre los omegas, los alfas y los betas, pero todo eso es una mierda. No puedes usarlo para hacerle daño a la gente. Eres un omega dominante, tienes celos terribles y no sabes anidar. Eso es una mierda, pero el resto de la gente también sufre. Yo sufro. Tú me has hecho sufrir. Y estoy cansado. Estoy cansado de esto: de que no seas capaz de ser empático conmigo cuando lo eres con todo el mundo, de que todos se merezcan que seas protector con ellos pero no lo seas conmigo y, sobre todo, de que me utilices cuando te sientes solo y después me tires como un trapo sucio. Estoy harto de todo esto. Estoy harto de ti.

—Déjame aquí —chirrió.

—Te llevaré a tu apartamento —gruñó.

—Déjame aquí. Para el puto coche o me tiraré en marcha.

—¿No puedes hacerle frente a un par de verdades? Eres un adulto, compórtate como uno.

—¡Que pares el coche! —chilló, con su voz rompiéndose una milésima de segundo. Su lobo se removió inquieto dentro de su pecho.

—Te llevaré a casa... —trató de conciliar, pero fue imposible. Felix estaba decidido y cuando Felix estaba decidido nada podía hacerlo cambiar de opinión.

—Si no detienes el coche ahora mismo voy a abrir la puerta y lanzarme —amenazó, desabrochando su cinturón en un movimiento rápido.

Changbin se asustó. Un segundo después frenaba en seco y agradecía a los astros porque las calles estuvieran prácticamente vacías porque Felix sí se lanzó del coche. Salió con un portazo echando a correr hacia la acera.

Lo observó desde el asiento del conductor, agarrando el volante como si fuera a sacarlo del salpicadero de un tirón. Su mandíbula casi crujía mientras el muchacho se alejaba de él corriendo. Quiso seguirlo, quiso chillar, quiso echarse a llorar. Quería volver el tiempo atrás y ser un poco menos cruel, rechazarlo con un poco más de clase. No podía, nadie podía hacer algo así.

Sin embargo, estaba arrancando el vehículo para alejarse lo más rápido posible de Felix, con las cuatro ventanas abiertas y el viento helado humedeciéndole los ojos. , era el viento, no tenía nada que ver con que hubiese sido lo más cruel que podía ser con el hombre del que se enamoró, el hombre que lo trató tan mal.

Se lo merece, se dijo a sí mismo, tratando de convencerse de que no había sido para tanto, que Felix arreglaría su mierda. Era independiente, era funcional, era hermoso, era salvaje, era totalmente capaz. Aunque no supiera hacer un nido, aunque no supiera ser un omega, aunque pareciera odiar serlo. Changbin no tenía que sentirse culpable porque el australiano nunca se compadeció de él, nunca lo vio como quería que lo viera, nunca lo miró como necesitaba.

Se lo merece, reiteró. Sospechaba que ni repitiéndolo cien veces más iba a creérselo.

Hyunjin no sabía a dónde mirar ni qué hacer. Jeongin estaba en medio del salón mirando las cajas que se apilaban por todas partes. Se balanceaba un poco sobre sus pies enfundados en calcetines y bebía el segundo vaso de agua que le había llenado. Estaban en silencio y su olor estaba rellenando todo el espacio. Sabía que estaba borracho, el omega solo era así de descuidado cuando había bebido o... en circunstancias más íntimas en las que definitivamente no debería estar pensando porque se podía complicar muchísimo más toda esa terrible situación.

—Gracias —susurró, tendiéndole el vaso vacío. Hyunjin lo dejó descuidadamente sobre la mesa del comedor, entre dos cajas llenas de libros—. ¿Te estás mudando, hyung?

—Sí... —contestó—. Volveré la próxima semana a la casa...

—Ah...

—Suni dice que le gusta más, que es más grande... Tiene razón —explicó, aunque nadie se lo había pedido—. Está un poco más lejos del colegio, pero no me importa conducir.

—Claro...

—Y es hora de cerrar etapas —balbuceó, queriendo llenar el incómodo silencio con algo, aunque fueran malditas divagaciones—, Jisung dice que es bueno que esté volviendo a la casa, que eso es sanar o algo así... Y que así podré hacer fiestas en el patio trasero y no tendremos que gorronear la comida de Bang Chan. —Jeongin sonrió un poco y sus hoyuelos aparecieron en sus mejillas. El corazón de Hyunjin se saltó un latido.

—Jisung hyung da grandes consejos —aseguró en voz baja—. Me... Me alegro de... eso... De que estés cerrando etapas. —No parecía feliz en absoluto, parecía terriblemente triste y olía así también. Se alegró de que el alcohol le quitara el control sobre sus glándulas odoríferas porque al menos podía entender lo que estaba sintiendo sin esperar a que lo dijera.

—Ya sé que te vas a casar —confesó, dando un paso hacia él. Los ojos de Jeongin se levantaron hacia los suyos—. Me lo dijo el anciano Yang.

—¿Fuiste a verlo? —preguntó, llevándose una mano al pecho.

—Sí...

—¿Para qué?

—Para intentar que te dejara en paz —suspiró, esquivándolo. Estaba demasiado cerca y no confiaba en saltar sobre él y besarlo hasta que toda la mierda se borrase de su cabeza. Se dejó caer en el sofá con un suspiro—, no creo que haya funcionado.

—¿Por qué diablos fuiste a verlo? —cuestionó, parecía un poco enfadado—. ¿No sabes de lo que es capaz? Joder, Hwang Hyunjin, ¿no tienes sentido de la autoconservación?

—Tenía que intentarlo, Jeongin —Se frotó el pelo con las manos, mirando al techo y conteniendo la estampida de sentimientos que se enmarañaban dentro de su pecho en ese instante—. Si algo estaba en mi mano para que fueras libre iba a intentarlo.

—Sabes que no hay nada en tu mano.

—Ya lo sé —interrumpió, cerrando los ojos—, ya sé que nada de lo que haga será nunca suficiente. Pero tenía que intentarlo.

Nunca iba a serlo. Todo lo que hiciera no sería más que el intento de una mariposa atrapada en un frasco por escapar. Aunque él no estuviera atrapado y la mariposa fuera en realidad Yang Jeongin. Ese niño bonito que seguía de pie en medio de su salón, perfumando cada rincón del apartamento con su olor a maracuyá.

¡Cuánto lo había deseado! Cuánto había soñado Hyunjin con rellenar cada espacio de su vida con la del omega. Jisung decía que era enfermizo, que no podía basar su felicidad en que otra persona estuviera con él, pero al mismo tiempo lloriqueaba por tener que ir a la oficina porque "echo de menos a mi alfa". ¡Qué hipócrita era! Si Han podía beber los vientos por Lee Minho, ¿por qué no podía seguir llorando él por lo que nunca iba a tener?

—Dijiste que estabas sanando... —Las palabras interrumpieron sus pensamientos y lo miró de reojo, tan hermoso como el día que lo conoció, con las mejillas rosadas y ese movimiento oscilante de su cuerpo por culpa del alcohol.

Quería desnudarlo, besar cada centímetro de su cuerpo, obedecerlo en cada una de sus peticiones, meterlo debajo de su piel para que nunca volviera a marcharse de su lado. Y también quería odiarlo, quería sanar de verdad, quería curarse de esa herida crónica que había dejado en su pecho cuando se marchó.

Apartó la vista de él, ofendido por sus palabras, por su presencia y por su distancia.

—Te vas a casar, por supuesto que tengo que sanar de alguna manera —acusó—. Podría haberte esperado toda la vida si me hubieras dicho que ibas a volver —murmuró, con los ojos llenos de lágrimas.

—No quiero casarme —El susurro sonó tan cerca que hizo que Hyunjin se estremeciera. Su olor era intenso y pudo sentir su calor junto a su cuerpo casi antes de que se sentara a su lado en el sofá—. Y yo no estoy sanando.

¡Maldito Yang Jeongin! Maldito fuera él, su apellido, su abuelo y sus decisiones. Malditas fueran sus palabras y su olor que lo embriagaba. Maldito fuera el alcohol por hacerlo tan sincero de pronto, después de tanto tiempo.

—No me hagas esto, Jeongin —rogó. Una gota se escapó de su ojo izquierdo y un pulgar la retuvo antes de que avanzara más. La yema estaba fresca y lo acarició con cuidado, como si fuera a romperse. Hyunjin creía que podría hacerlo, que se destruiría en mil pedazos si seguía tocándolo.

—Siento haberte hecho lo que te hice —Era la primera vez que Jeongin le pedía disculpas por haberle roto el corazón—. Me arrepiento de haberme marchado cada día.

—Jeongin...

—No quiero casarme, pero tampoco quiero que mi abuelo arruine vuestras vidas. Necesito que estéis seguros, aunque yo no pueda formar parte de nada de esto. Aunque no pueda estar cerca de ti.

—Te escapaste otra vez.

—Y no quiero volver. Pero estoy asustado —reveló— . Siento que estoy esperando al próximo movimiento que haga. Sé que me obligará a volver. Me buscará, me encontrará, me amarrará a ese hombre y todo se acabará para mí. Y yo no he sanado, quiero estar bien, pero no puedo... Y odio haberte hecho llorar, odio haberte hecho sufrir... A ti, a Suni, a los demás.

Maldito fuera. Definitivamente, quería maldecirlo por decir las palabras correctas en el peor momento posible. Dolía como la mierda, como un hierro candente abrasándole el esternón. Apretó los puños en los cojines del sofá y lo sintió todavía más cerca, con su cuerpo apoyándose en él. Debería apartarlo, pedirle que se fuera a dormir, pero no podía. Hyunjin siempre había sido débil por él, siempre lo sería.

Y quería ser fuerte, valiente, un héroe. Quería salvarlo de esa mierda de vida que le esperaba, de la influencia de su abuelo, del matrimonio que no quería, de esa vida gris sometido a las normas castrenses de un anciano que guardaba rencor por algo que ninguno de los dos había hecho.

—No sé cómo arreglarlo —gruñó Hyunjin, abriendo los párpados para mirar al bonito omega que se sentaba a su lado con sus ojos llenos de lágrimas sin derramar—, quería hacerlo. Por eso fui a ver a tu abuelo, le dije que te dejara en paz, que me alejaría de ti para siempre si te dejaba vivir una vida normal. Y él me dijo que te ibas a casar —sollozó.

Hyunjin lloró más, apartando la vista de él. Su pecho dolía por los espasmos y las cosas horribles que sentía. El olor podrido de la fruta y el propio sándalo se mezclaban y era terrible. No le gustaba, odiaba no poder hacer nada, que todo se les escapara de las manos. Todo lo que siempre había querido estaba sentado a su lado y a la vez a millas de distancia. Hyunjin estaba en el sistema solar y Jeongin orbitaba Alfa Centauri: había entre ellos 40 billones de kilómetros, 4,3 años luz. Y él no sabía si quería seguir allí, si quería seguir mirándolo desde lejos.

—Sigo enamorado de ti —susurró el chico.

Un pedazo más de su maltrecho corazón se rompió mientras otro trozo parecía reconstruirse.

—No me hagas esto, por favor.

—Si no te lo digo ahora nunca lo voy a decir. Tengo que decírtelo, necesito que sepas que eres la persona más maravillosa que he conocido en mi vida.

—Te lo ruego, deja de hablar.

Hyunjin necesitaba misericordia, necesitaba que se apartara de él, encerrarse en el estudio y terminar la noche llorando sobre el futón. Necesitaba sanar, alejarse de él, asumir que se iba a casar, que Yang Doyun siempre se interpondría entre ellos, que había demasiada historia dolorosa enconada allí.

Quiso levantarse, incluso hizo el amago de ponerse de pie. Jeongin no lo permitió.

En un segundo, el cuerpo del omega estaba sobre el suyo, sus manos en sus mejillas, limpiando todas las lágrimas, llevándoselas con los dedos a lugares lejanos. Hwang abrió los ojos con miedo, esperando que todo fuera un mal sueño, que en realidad no tenía al hombre de su vida a horcajadas en su regazo, tan cerca de su cara que podía notar su respiración sobre la piel.

No lo era.

Su lobo desbocado ladró de felicidad y su olor emocionado se extendió por el espacio entre ellos, delatándolo. Una media sonrisa tensó la mejilla de Jeongin y, antes de que pudiera registrarlo, estaba contra su boca. Todo estalló como fuegos artificiales. Su cabeza se llenó del ruido de sus respiraciones, del sabor de su saliva en la boca, de sus manos agarrando su pelo.

Su resistencia duró lo mismo que una gota de alcohol bajo el fuego, evaporándose, explotando. Cuando la lengua del chico le lamió el labio inferior, pidiendo espacio para entrar, los brazos de Hyunjin lo envolvieron. Sus pechos se unieron como sus lenguas lo hacían; luchando entre sí, explorando la cavidad que había sido tan familiar y era ahora, para su desgracia, desconocida. Volvió a recorrer cada recoveco, tragó su saliva, mezclando los alientos con besos más cortos, más largos, más intensos, más suaves.

Las manos recorrieron su espalda, parecía más delgado pero conservaba los músculos duros bajo los pliegues de la camiseta. Un beso más, dos, tres, seis, veinte. Hyunjin perdió la cuenta. Los dedos ajenos se enredaban en su pelo, tiraban con rabia, acariciaban con reverencia, rozaban sin reparos las glándulas de su cuello, estimulándolas.

Estaba tan excitado que creía que podría correrse en los pantalones en los siguientes dos minutos solo con sus besos. Joder, cómo lo había extrañado. Nadie lo conocía como él, nadie sabía cómo de duro tenía que presionar sobre su cuello para hacerlo gemir, apartándose del beso y cerrando los ojos por el éxtasis. Nadie sería capaz jamás de hacer a Hyunjin temblar con un movimiento de caderas y un roce de labios en su mandíbula, cerca de su oreja.

Presionó el chico con más fuerza contra él, el jadeo que se escapó de su garganta golpeó directamente su pabellón auditivo. Aprovechó que echaba la cabeza hacia atrás, suspendido en el placer que sentía, para enterrar su nariz en su cuello. Jeongin olía a frutas tropicales, intenso, ácido, dulce... Sus párpados temblaron cuando tomó una bocanada más de ese aroma, lamiendo la piel cálida que lo emitía. El omega movió una vez más las caderas, restregándose contra su obvia erección.

Jinnie... —jadeó el chico y el apodo trajo a su cerebro un millón de recuerdos hermosos, un montón de veces que lo tuvo de esa manera, en el sofá, follando hasta el amanecer, con la luz despertándolos.

Su memoria le entregó una vívida imagen de ambos tirados en la alfombra del salón en verano, después de una sesión de sexo, sucios y sudorosos, con sus extremidades entrelazadas en una maraña irresoluble. Quería eso, retomar esos momentos, dejar que lo atara, obedecer todas sus demandas, verlo cabalgar en sus caderas hasta que se corriera sobre su pecho, escucharlo gemir, rogar por él, que lo hiciera llorar de placer... Quería cada pedazo de lo que tenía para él.

Quería morderlo. Quería hincar sus dientes en ese área que tenía bajo su lengua ahora mismo. Que su olor a omega dominante lo emborrachara, que sus dientes dejaran una bonita cicatriz que los uniera para siempre.

«Mío», gruñó su lobo en voz alta y clara, instándolo a hacerlo, a desgarrar la piel sobre su glándula de su olor, a marcarlo como suyo, «Mío, mío, mío»

Mierda.

Apartó a Jeongin de un tirón, alejándolo de su boca, sosteniendo sus hombros con fuerza. Respiró hondo para calmar sus instintos porque sus encías dolían, como si sus colmillos fueran a descender justo en ese instante.

—¿Qué...?

—No —gruñó, presionando sus párpados juntos.

—¿Hyunjin?

—Por favor, no —rogó, moderando un poco su tono.

Pensó en lo que estaba haciendo, en el maldito error que estaba cometiendo; en que Jeongin estaba borracho y se arrepentiría; en que volvería a partirle el corazón; en lo muchísimo que echaba de menos sus besos; en lo desesperado que estaba porque se quedara para siempre con él; en que no estaba cerrando ninguna etapa; en que no estaba sanando.

Lo apartó con más delicadeza, empujándolo hasta que estaba de pie ante él, confundido, con los labios rojos por los besos y las mejillas empolvadas por el alcohol.

—Vete a la cama —susurró, tratando de evitar mirarlo.

—Pero... Yo...

—Estás borracho, Jeongin —aclaró—, hablaremos mañana si quieres. O no lo haremos. Como prefieras —Aunque eso significara que nunca más lo hicieran, que ese instante quedaría grabado en piedra en la memoria de Hyunjin y nada más que eso—, la habitación es la segunda puerta a la izquierda, la primera es el baño —aclaró, echando a andar hacia el pasillo. Lo escuchó seguirlo, sus pasos cerca de él. Lo agarró de la muñeca y Hwang hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para voltearse y mirarlo—. ¿Necesitas algo más?

—¿Dónde dormirás?

—En el estudio, al final del pasillo...

—Duerme conmigo —interrumpió, aferrándose a su brazo con desesperación—, por favor, duerme conmigo.

—Estás borracho...

—Solo dormir, por Dios, Jinnie, solo dormir. Te necesito, necesito que duermas conmigo, necesito... Necesito sentirlo una vez más...

¿Y luego te irás?, quiso preguntar, ¿luego me dejarás otra vez? ¿Luego tendré que lavar las sábanas para no olerte? ¿Tendré que olvidarme de cómo saben tus besos? ¿De cómo se siente tu boca en mi piel? ¿De cómo puedo enredarme a tu alrededor? ¿De lo bien que duermo cuando estás aquí?

No dijo nada de eso, solo lo miró a los ojos fijamente, observando las pupilas dilatadas, el iris oscuro, casi negro, las lágrimas que los hacían brillar, ese gesto devastado, tan triste, tan necesitado.

—Está bien.

Hyunjin se dio cuenta de que nunca iba a sanar.                    

***

42 capítulos de Lavanda y 27 de Fresas y maracuyá para que haya UN MÍSERO BESO DE HYUNJIN Y JEONGIN y encima es en este contexto. A veces siento que si yo leyera mis historias me odiaría como escritora. 

Bueno, lo siento por quienes pensaron que Felix y Changbin se iban a arreglar. La gente que me haya leído en mis otras historias sabrá que mis personajes necesitan arcos de redención acordes al daño que han hecho. Felix la ha liao pardisima, así que primero necesitaba despertarse y ahora necesita empezar a desliarlo todo.

Y para los que no me creen, esto tendrá un final mega ultra felicísimo en el que las cuatro parejas principales comerán perdices. 

¡Nos vemos en el infierno, navegantes!

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