19. Eres tan idiota 🔞🔥

🔞#AvisoDeSabroseo: Capítulo +18. Lean bajo su responsabilidad, si no les gusta este tipo de contenido les ruego amablemente que pasen de largo. #NoMeReporten

Cuando Felix abrió los ojos se sentía cálido y dolorido de una buena manera. Su espalda estaba cubierta por un cuerpo ancho y una polla blanda seguía dentro de él a duras penas.

Lo había anudado al menos cuatro veces desde anoche y, por la luz de las farolas en la calle, calculaba que llevaban casi 24 horas en la cama.

No era normal que estuviera tan tranquilo. Incluso tomando sus supresores, su celo solía ser terriblemente incómodo y doloroso. Y sin embargo, solo se sentía un poco cachondo, como si la siguiente ola estuviera cerca. No tenía calambres en la tripa ni esa bruma irascible que lo cegaba siempre. En su lugar, estaba la sensación de estar lleno y el agradable olor de Changbin por todas partes. Era suficiente para que su lobo estuviera saciado y feliz y no peleando contra su propio cuerpo como un virus.

Resopló, arrebujándose más bajo la manta suave que los cubría. El brazo en su cintura se apretó un poco y la palma áspera hizo círculos sobre su ombligo. Fue tranquilizador y un poco abrumador, sobre todo cuando los labios del hombre rozaron su nuca y su hombro.

—¿Cómo estás? —Su voz sonaba ronca por el sueño y su cuerpo respondió excitándose un poco.

—Bien... —contestó, dejando que lo atrajera todavía más contra él.

—Tienes que tomar un supresor —informó, con su nariz recorriendo el nacimiento del pelo.

Su pecho se sintió minúsculo cuando se dio cuenta: aunque él no sabía ni qué día era, Changbin tenía un control férreo sobre su tratamiento. Era como tener a Jisung con él, alimentándolo, hidratándolo y dándole sus medicinas religiosamente. Pero mucho mejor. Con Jisung no se sentía así de saciado y tranquilo, era más como una lucha absurda contra sus instintos.

Con el alfa no era de esa manera. Con él se permitía el lujo de estar completamente desnudo; cubierto de semen propio y ajeno que se pegaba incómodamente a un montón de lugares; su culo dolorido por haber sido anudado y sus labios magullados por los besos.

Amaba a Jisung, pero esta mierda era indudablemente más cómoda que los celos que pasaba con él.

Changbin se movió un poco y se le escapó un quejido. Lo tranquilizó con un arrullo, aunque todavía se separó de su espalda y lo dejó vacío y frío. Se giró sobre su hombro para verlo quitarse el preservativo y atarlo eficientemente.

Ahora que estaba más lúcido, agradeció a su yo del pasado por tener unas cuantas cajas de condones de diferentes tamaños en su mesilla. Y al alfa por habérselo puesto cada vez incluso con su negativa vehemente.

Darse cuenta de eso lo hizo ruborizarse. Joder, le había pedido a Changbin que lo preñara. Como uno de esos omegas desesperados por tener una marca y ser propiedad de alguien. Él no era uno de ellos, no era débil, no podía serlo.

Se enterró bajo la manta, mortificado y enfadado con su cuerpo. ¿Por qué no era un alfa como sus hermanas y sus padres? Ni siquiera necesitaba ser un alfa puro, bastaba con ser uno normal como Changbin. Era suficiente con no tener que soportar ese dolor cada tres meses, esa terrible debilidad, esas ganas desesperadas de bañarse en una fuente de chocolate amargo hasta que su propio aroma a fresas desapareciera.

Felix tenía que sentirse mal por todo eso: por los restos de sexo en su piel, por las sábanas húmedas, por la tristeza que le apretó el vientre cuando el chico salió de la cama y lo escuchó en el baño. Sin embargo, solo podía pensar en que tal vez Changbin se daría una ducha y se marcharía. Que lo dejaría solo en medio de esa mierda de nido y no volvería, que su lobo seguiría aullando hasta volverlo loco. Que no lo vería nunca más desnudo.

Y todo eso le estaba llenando los ojos de lágrimas.

—Vamos, rubio —El hombre tiró de la manta, ni siquiera lo había escuchado volver, tan ocupado como estaba regodeándose en su miseria—. Toma.

En toda su gloria desnuda, Seo sostenía una botella de agua y una pastilla en una mano, mientras la otra se cerraba sobre un cuenco de agua y una toalla. Felix no entendía nada, pero tomó la píldora y dio algunos tragos que se sintieron como maná caído del cielo cuando refrescaron su áspera garganta.

El alfa se subió al nido con cuidado y, sin decir ni una palabra, apartó del todo la manta de su cuerpo y, contra todo pronóstico, empezó a limpiarlo con la toalla previamente humedecida.

El australiano apartó los ojos de la imagen, avergonzado porque aquello estaba gustándole más de lo que debería. El agua tibia se sintió bien contra su piel pegajosa, incluso se le escapó un suspiro de placer cuando recorrió su pecho y su pubis, quitándole de encima todas las horas de sudor y sexo. No pudo evitar sisear un poco cuando la toalla se frotó contra su polla blanda e hipersensible.

—Lo siento —susurró el hombre. Y tuvo un poco más de cuidado con sus toques.

Felix se encontró a sí mismo tumbado, completamente relajado, despojado de toda la tensión que solía recorrerlo cuando estaba en celo. Las manos de Changbin le abrieron las piernas y ni siquiera se dio cuenta del jadeó de placer que soltó cuando limpió su entrada.

Lo volteó como un muñeco de trapo, colocándolo boca abajo en el centro de la cama king size para limpiar también su espalda. No se quejó, dejó que hiciera con él lo que quisiera porque no quedaba lucha dentro de su cuerpo. Hasta su propio cerebro educado para ser un alfa estaba completamente apagado. Solo quedaban los ronroneos de su lobo en su cabeza, el aroma complacido de Changbin y los dedos que ahora masajeaban sus lumbares calmándolo todavía más.

Era el cielo, como morirse y despertar en el paraíso.

Hundió la cara en la manta amarilla que apestaba a celo, a alfa y a todo lo que habían hecho. Gimió cuando el alfa se sentó a horcajadas sobre sus muslos y presionó sobre un lugar particularmente duro de su espalda.

Podía sentir su bulto sin barreras en su piel y estaba encendiendo su rutina otra vez, como solo él era capaz de hacerlo.

Ay, mierda.

Su entrada se lúbrico instantáneamente cuando agarró sus nalgas. Las masajeó también, justo antes de darle unas sonoras bofetadas que lo sobresaltaron de buena manera. Meneó los dos globos entre sus manos antes de abrirlos. Felix fue capaz de escuchar el jadeo que el hombre intentó contener cuando el olor se extendió aún más por la habitación.

Se aventuró en su raja, extendiendo el liquido por todas partes.

—¿Te duele?

—No —mintió, porque era más acuciante la necesidad de sentirlo dentro que cualquier molestia.

—No me engañes, rubio —chistó, con otro azote para aclarar su punto. Felix gruñó contra la manta que tenía en su cara.

—Solo un poco —confesó—, pero quiero hacerlo...

—Acabas de tomar el supresor, espera a que haga efecto.

—No, lo quiero ahora.

—No seas malcriado —señaló, bajándose de su cuerpo. Un instante después volvió a voltearlo hasta que estaban cara a cara.

Quería besarlo muchísimo. Tanto como quería sentirlo dentro de él. Tiró de sus hombros para que cayera torpemente sobre su pecho; aunque era grande y pesado, todavía disfrutó de la sensación de tenerlo encima.

Sus piernas se enrollaron en su cintura. Felix no recordaba haber follado con él en esa posición, el misionero le parecía tan íntimo que solía evitarlo. Pero ya había visto todo de él, Seo Changbin sabía todo lo que se tenía que saber de Lee Felix.

Lo besó con ganas y un poco de rabia, enfadado porque hubiera descubierto todos sus secretos, por el efecto calmante que tenía su presencia en su cuerpo y por el conflicto que siempre iniciaba consigo mismo cuando se trataba de él. Una mano se cerró en su pelo rubio y la otra bajó por su costado, controlando los movimientos desquiciados de su pelvis.

—Fóllame, anúdame —pidió, haciéndose eco de las exigencias que su lobo aullaba en su cabeza.

—Joder, vas a matarme, rubio —gruñó contra su boca.

Felix soltó una risita complacida cuando lo sintió estirarse para rebuscar en la maraña de tejidos. Se enderezó, arrodillándose imponentemente: construido como un guerrero, con los brazos inmensos, su polla erguida sin siquiera haberla tocado y su pelo desordenado por el sueño inquieto y las actividades anteriores. Se mojó todavía más cuando sus bíceps se tensaron mientras enrollaba el condón sobre su eje. Casi volvió a pedirle que no se lo pusiera, por poco sucumbe una vez más a los deseos locos del lobo de ser llenado de cachorros.

No hizo falta más preparación, Changbin parecía estar tan en llamas como el propio Felix. Nunca había sido tan consciente de sí mismo durante uno de sus celos, tan racional, nunca estuvo tan despierto como cuando el alfa se clavó hasta el pubis de un golpe.

Gimió, extasiado, disfrutando de como llenaba cada centímetro de su castigado agujero justo antes de que empezara a moverse.

Las caderas empezaron con un ritmo suave, probando su resistencia. Sus cuerpos se pegaban, con el sudor juntándose y estropeando todo lo que el alfa había limpiado minutos antes. Felix se aferró a su cuello, atrayéndolo más, más cerca, tan cerca que pudiera bañarse en él.

Changbin lo mordió en el cuello, clavándose contra su próstata al mismo tiempo que parecía querer desgarrarle la piel.

Quería olvidarse de quién era, de cómo lo criaron, de toda la fuerza que debía mostrar. Felix quería más, quería todo. Necesitaba que lijara cada borde afilado con sus dientes, que cada una de sus aristas fuera una suave curva para que el hombre pasara sus manos por ella. Que lo acariciara, lo azotara, lo marcara con su boca. Que siguiera embistiendo sin piedad contra su centro, con su nudo expandiendo su culo, destrozándolo para cualquier otra persona.

Clavó sus uñas en los hombros y agarró la mata de pelo negro con su otra mano, apartándolo de su clavícula para traerlo a su boca. Lo saboreó, sediento y desesperado, tan cerca del orgasmo que lo sentía tensando las pelotas contra las que el vientre de Changbin chocaba en cada embestida. Su polla atrapada entre sus cuerpos enviaba rayos de electricidad por la sobre estimulación. Estaba en el cielo del placer y en el infierno del dolor.

Bebió su saliva, con sus olores tan mezclados que parecían uno solo: una enorme fondue de chocolate llena de fresas flotando. Quería comérselo, quería que lo devorara.

—Felix, joder, voy a hacerte daño —gruñó el hombre contra sus labios.

Quería que le hiciera daño, que lo despedazara como si fuera un tronco áspero y estéril; que lo tallara como una delicada figura y le diera la forma que él quisiera. Que ya no fuera Lee Felix, el omega dominante, el fenómeno de la familia, la rareza genética; que en su lugar fuera cualquier otra persona, podría ser cualquier otra cosa del mundo mientras siquiera golpeando de esa forma tan precisa su próstata.

—Anúdame —rogó—, alfa, anúdame.

«Hazme tuyo, márcame, preñame», gritó su lobo. Felix ni siquiera se enfadó con él, porque quería exactamente eso.

—Oh, joder —jadeó el hombre—, voy a anudarte, voy a enterrarme muy dentro de ti y voy a llenarte. No vas a poder sentarte en días.

—Sí, sí, sí —gimió, con el clímax tensaándole la espalda—, arruíname, rómpeme...

—Eres mío, mío, mío, mío —afirmó, empujando entre cada palabra directo a su punto P.

—Soy tuyo, soy tuyo —gritó en el momento en el que el nudo se ensanchó y su orgasmo lo golpeó desde dentro.

Sintió el ramalazo desde la punta de los dedos de sus pies hasta el cuero cabelludo del que Changbin tiraba. Las estrellas explotaron detrás de sus párpados y fue consciente de que era la primera vez que se corría de esa manera durante su celo.

Todas las anteriores había estado necesitado, sobre sus manos y rodillas, con su lobo aullando y sus instintos en modo supervivencia. Pero ahora era solo él, solo Lee Felix, aplastado por el peso de Seo Changbin, con su boca sobre la suya, con sus salivas mezcladas, con su mente lúcida y saciada.

Felix se abrazó con fuerza a sus hombros, con las réplicas del orgasmo haciéndolo temblar y los resoplidos del hombre en su oído.

—Voy a darnos la vuelta para que estés más cómodo —Y no sabía cómo lo haría, pero repentinamente su centro de gravedad se tambaleó, mareándolo. Su pecho cayó sobre él de Changbin y su agujero le envió una señal de dolor que lo hizo quejarse en voz alta—. Perdón, perdón, perdón —se apresuró a disculparse, apartando el flequillo húmedo de la frente de Felix.

—Estoy bien —susurró, restregando la mejilla contra el cuello ajeno, concentrándose en su glándula de olor.

Ni siquiera le pidió permiso antes de empezar a perfumarlo. Pero no pareció molestarle, al contrario, su pecho vibró con un gruñido complacido que hizo que el omega se acicalara internamente.

—Duerme un poco —aconsejó Changbin. Lo miró entre sus párpados pesados y asintió, obedeciendo. Sus manos ásperas masajearon sus costados.

Felix quiso decirle que frotara un poco más fuerte para ver si sus aristas de verdad desaparecían bajo sus palmas.

—¡OH DIOS MÍO! —El grito los asustó a los dos.

Jisung estaba en la puerta de la habitación, con los enormes ojos de cervatillo abiertos y la boca tapada por su mano. Hubo tres segundos de confusión, con Changbin gruñendo por instinto y atrayendo a Felix con más fuerza contra su pecho y el omega gimoteando una queja.

—¡Deja de mirar! —exigió Seo, sosteniendo la manta sobre ellos protectoramente.

—Oh, Dios mío —repitió el idiota sin moverse del lugar.

—Jisung, sal de la habitación, ahora —insistió, con sus feromonas alfa expandiéndose por el lugar.

Su lobo estaba agitado, tratando de proteger al que consideraba su omega del escrutinio. Necesitaba que se marchara o iba a enseñarle los dientes. Estaban en su nido, en el espacio íntimo que el rubio creó para los dos, en el que habían compartido los últimos dos días. Todo olía a ellos, a sus aromas combinados, a celo, a sexo. Quería que Jisung se fuera de allí porque su bestia lo sentía como una amenaza.

—Espera en el salón, Sungie —intervino por fin Felix, desenredándose del cuerpo de Changbin con movimientos lentos.

Pareció convencerlo, porque el chico se dio la vuelta y cerró la puerta con una maldición y un carraspeo. Changbin respiró tranquilo, a pesar de que el australiano estaba apartándose de él.

—¿A dónde vas?

—A hablar con Jisung —contestó, levantándose de la cama con una ligera cojera. Se puso un pantalón gris y una camiseta blanca, sin molestarse en usar ropa interior.

—Vamos...

—No —interrumpió—. Voy yo, tú puedes darte una ducha y vestirte.

Se marchó sin decir nada más. Changbin estaba enfadado. Todavía quedaba al menos un día más de su celo, aunque las oleadas fueran cada vez más espaciadas en el tiempo. Había estado monitorizaándolas para darle sus supresores y podía decir con orgullo que había evitado todos los calambres del omega gracias a eso.

También lo había alimentado e hidratado. Se preocupó de traer barritas energéticas, fruta e incluso tuvieron una comida completa que pidió a domicilio. No era demasiado, pero al menos mantuvo cómodo y saciado a su omega durante los últimos días.

Salió del nido a regañadientes, envolviéndose en una toalla olvidada para caminar hasta el baño. Felix y Jisung discutían en la sala y no puedo evitar escucharlos.

—¿En qué demonios estabas pensando, Lix?

—Evidentemente, en follar.

—Joder, debiste llamarme, no debiste dejar que se aprovechara de ti. —Changbin estuvo a punto de ir hasta el salón para defenderse él mismo, pero Felix se adelantó.

—No seas idiota, Jisung. No se aprovechó de mí. —Respiró tranquilo, apoyándose en la puerta para que no lo vieran.

—Entonces, ¿de qué va esto? ¿Estáis juntos ahora?

—Claro que no —exclamó el omega, Changbin sintió la herida de su interior abriéndose—, es un amigo, un alfa que me ha ayudado con mi celo, no busques cosas donde no las hay.

Felix había cosido con besos la hendidura de su corazón durante los últimos días y ahora estaba tirando de ambos extremos para desgarrarla otra vez. Changbin sentía como si tuviera una hemorragia interna goteando sobre sus órganos. Se agarró el pecho dolorido con la mano, intentando parar el sangrado, pero no funcionaba.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Jisung. Hubo unos segundos de silencio en los que Changbin todavía tenía fé de que le dijera que sí.

—No, le diré a él que se marche... —Y ahí estaba Lee Felix, apuñalándolo una vez más, desgarrando su carne con sus propias manos para ofrecérsela a los animales salvajes.

Se metió en la ducha con la rabia mezclada con la tristeza. Fue rápido y eficiente, quitando de su cuerpo las pruebas de todo lo que habían hecho. Al menos las que podían eliminarse, todavía tenía el cuello lleno de moratones de diferentes tamaños e intensidades y parte de su olor era imposible de diluir después de todas las veces que se perfumaron.

Quería llorar. Estaba a punto de romper en llanto en la bañera mientras frotaba el champú en su pelo. Incluso el maldito producto le recordaba a él. Changbin sabía que tendría que volver a ducharse al llegar a casa.

Se secó con eficiencia, con una toalla que olía al suavizante de Felix. Salió de allí enrollado en ella e intentó no escucharlos mientras caminaba hacia la habitación, pero fue imposible.

—Eres tan idiota, Lixie...

—Déjame en paz.

Estaba de acuerdo con Jisung. Lee Felix era un idiota y Changbin era uno aún mayor por pensar que cualquier cosa que hubiera pasado haría una diferencia. Él seguía siendo un alfa cualquiera que lo ayudó durante su celo y el australiano solo un omega que lo utilizaba para saciarse.

Se vistió conteniendo las lágrimas de rabia y dolor. Ni siquiera se molestó en secarse el pelo. Agarró el teléfono móvil que estaba en la mesilla y echó un último vistazo al desastroso nido en el que había vivido los últimos dos días. Su lobo gimoteó una queja, exigiendo que se quedara, que esperara a su omega entre las mantas cálidas mal colocadas. Pero no lo hizo.

Salió del dormitorio forzando su barbilla alta y se acercó al salón. Los dos chicos estaban sentados, con Felix enterrado en el cuello de Jisung. Eran innegablemente bonitos juntos, aunque su animal estuviera en desacuerdo y quisiera arrancar al rubio de esos brazos para tenerlos en los propios.

—Me marcho —dijo y sonó mucho más áspero de lo que pretendía. Los dos lo miraron.

—¿Te llevas la sudadera? —murmuró Felix, pareciendo pequeño y desvalido. Estuvo a punto de quitársela, pero se dijo a sí mismo que si él no merecía estar a su lado, tampoco dejaría una pieza de su ropa allí. Aunque ya había partes de sí mismo entre esas paredes que no recuperaría.

—Sí, hace frío.

—Puedo darte una de las mías...

—No, gracias —interrumpió. Alcanzó la chaqueta de cuero que en algún momento del interludio había colgado en la silla del salón y se la puso. Jisung lo miraba en silencio, con la boca en una línea, mientras Felix fruncía el ceño—. Los supresores están en la mesilla de noche —añadió, abriendo la puerta.

—Binnie hyung —llamó el moreno, escuchó el susurro de ropa tras él y la mano del chico se cerró en su muñeca. Changbin estaba a dos latidos de echarse a llorar, así que quería salir de allí cuanto antes—. Gracias por cuidar de él.

—No hay de qué.

—Minho hyung está en vuestro apartamento —susurró, con su pulgar frotando consoladoramente el dorso de su mano—. Habla con él...

—Gracias, Jisung, lo haré —mintió.

Salió de allí sin echar una mirada más a su espalda y caminó hasta el coche conteniendo el llanto. Cuando estuvo en el vehículo, con la visión empañada, puso rumbo a casa de sus padres para evitar el encuentro con su amigo.

***

Un besito para quienes creyeron que esto se iba a arreglar así de fácil

¡Nos vemos en el infierno, navegantes!

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