18. Solo tú🔞🔥
🔞#AvisoDeSabroseo: Capítulo +18. Lean bajo su responsabilidad, si no les gusta este tipo de contenido les ruego amablemente que pasen de largo. #NoMeReporten
Changbin se echó a reír ruidosamente. Al final, Yuqui sí que había llamado a las fuerzas armadas; Yeonjun era lo más parecido a la caballería que tenían en su grupo de amigos. La beta todavía tuvo la decencia de esperar tres días para avisar al tipo, una deferencia que suponía que tenía que agradecer.
—Te lo juro, Binnie, ese tipo era como un conejo alumbrado por los faros de un coche.
—Es que no puedes tirarte al cuello de cualquier alfa que encuentres. Y menos así de intensamente.
—¡Solo le pregunté si había estado con un alfa alguna vez!
—Conociéndote, seguramente le dijiste que si quería probar tu nudo —murmuró, tomando una cucharada del delicioso postre. El hombre más alto se encogió de hombros indolentemente—. Lo ves, asustaste al chico.
—No me gusta perder el tiempo.
—Pero no te sirvió de nada. Lo hiciste huir como a un conejito asustado.
—Es un alfa, no esperaba que se comportara como un omega asustadizo.
—No seas idiota, los omegas son feroces —defendió, un poco ofendido—. Le diré a Wooyoung que dijiste eso.
—¿Qué dijo? —intervino el aludido, acercándose a la mesa para servirles dos copas de vino más.
—Nada, Woo-woo, mi amor —se apresuró a decir Yeonjun, con un aleteo de pestañas.
—Más te vale, o te cortaré la polla —murmuró, forzando una sonrisa aterradora. Changbin se rio en voz alta antes de darle un trago a la copa.
—¿Cómo están mis preciosas sobrinas? ¿Cuándo me dejarás verlas?
—Nunca, no quiero una influencia como la tuya sobre mis pequeñas —bromeó. Yeonjun gimió lastimeramente, haciendo un puchero.
—No seas tan duro con él, Wooyoung, este fin de semana asustó al alfa de sus sueños por ser un bocazas. Necesita consuelo.
—¡No fui un bocazas! ¿Cómo iba a saber que se iba a marchar corriendo como si hubiera fuego?
—Creía que tenías experiencia con eso de asustar a la gente.
—Woo-woo, ¿por qué me odias? Me hacen daño tus palabras .—Yeonjun lo agarró de la muñeca y se la llevó a su propia mejilla. El omega se soltó de un tirón y lo miró, furibundo.
—Estoy trabajando, imbécil.
—¿Por qué no te esperamos y vamos a tomar unas copas los tres después? Como en los viejos tiempos... os echo de menos —lloriqueó el hombre.
—Yeyo, las niñas y San están esperándome —informó, acariciándole la cabeza al alfa.
—Por favor, solo una copa, yo mismo llamaré a San para decírselo.
—No sé... —dudó, pero Changbin sabía que ya lo había convencido.
—Venga, solo una, lo prometo, como máximo una hora —insistió, tomándolo de la mano.
—Arg, está bien, pero solo para que me cuentes lo de ese alfa al que espantaste con tu fea cara. —Le dio un golpe en el cogote y se alejó camino a la cocina.
—¡Ay! Eso me dolió.
—¿No era que los alfas son rudos y fuertes y los omegas asustadizos y débiles?
—Yo no he dicho eso, no me calumnies. Además, Woo-woo nunca ha sido muy omega, es más salvaje que cualquier alfa.
—Te aseguro que conozco a un buen puñado de omegas que son peores que Wooyoung —afirmó Changbin, con una sonrisa.
—Ah, sí, tu nuevo grupo de amigos por el que me has abandonado... Hay muchos omegas bonitos allí, ¿algún avance con...?
—Cállate —ordenó. Sus ojos fueron al cristal que dividía la cocina y el comedor y observó a Felix de espaldas, concentrado en los fogones.
—Ah, tú te puedes reír de mí desgracia pero yo no puedo hacerlo de la tuya. Que injusto.
—Bueno, ya hemos hablado bastante de mis desgracias, ¿no? —se quejó, resoplando. El brazo de Yeonjun atravesó la mesa y le frotó el hombro.
—Te ayudaré a encontrar un nuevo lugar, te lo prometo. Lo arreglaremos entre todos. Seguro que hasta tus nuevos amiguitos desconocidos vienen.
—Deja de hablar así de ellos, conoces a Minho. Y no quiero ponerle más estrés encima, va a ser padre, eso es más que suficiente.
—Nimiedades —desechó—. Vamos a encontrar un nuevo lugar y los tres seremos socios, Yuqui, tú y yo.
—Tienes más deudas que yo —bromeó Changbin, un poco incómodo por la amabilidad de su amigo.
—Podríamos unir los negocios, buscar un sitio más grande y hacer una academia de baile y taekwondo... Sería genial.
—No lo sería, pero gracias, Yeonjun... Y por esta salida, me hacía falta comer algo que no fueran fideos instantáneos.
—Ah, tu gran amigo Minho ya no te cocina, qué vida tan dura...
—Vete a la mierda —bufó.
—Ojalá pudieras pedirle al chef que cocinara para ti —ronroneó, con un guiño coqueto, tomando la mejilla de Changbin.
Sus ojos fueron automáticamente a la cocina donde estaba Felix. Estaba apoyado en el mostrador central de la cocina, probablemente revisando las mesas que quedaban por servir. Seguramente no tardarían mucho más en cerrar, teniendo en cuenta que ellos eran de los últimos clientes. Lo vio secarse el sudor de la frente con la manga y, aunque estaba demasiado lejos, todavía le pareció que tenía mala cara.
—Oye —Yeonjun llamó su atención—, era una broma. Sé que todavía sigues un poco... crusheado, no quería hacerte sentir mal.
—Somos amigos, eso es todo.
—Okay, aunque no te pregunté —comentó, sorbiendo de su copa.
Tenía el presentimiento de que ese plan improvisado iba a salir muy mal.
Era 28 de noviembre.
Aunque tenía un montón de síntomas, su celo no tendría que llegar hasta el 1 de diciembre, día que tenía marcado en su calendario. Había engañado un poco a Jisung, no quería tenerlo encerrado en su casa durante los días que durase su rutina porque, entre otras cosas, estaba embarazado. Así que le dijo que su celo llegaría el 10, para pasarlo solo, como había hecho toda su vida.
Entonces, el calambre que lo hizo doblarse por la mitad no tenía ningún sentido. Todavía quedaban cuatro días para que llegara su celo; solo tenía que quitarse la chaquetilla y el gorro y marcharse a casa a descansar.
—Lixie, ¿quieres ir a tomar una copa conmigo, Yeonjun y Binnie? —La voz de Wooyoung llegaba desde fuera de la puerta del área de empleados. Quiso contestar, pero solo se le escapó un gruñido—. ¿Felix? ¿Estás bien?
No. Pero tenía que estarlo, por lo menos el tiempo suficiente para llegar a su apartamento y encerrarse en su habitación. Cerró los ojos con fuerza, doblado sobre sí mismo. Tenía muchísimo calor y el dolor en su estómago era tan desagradable que apretó sus puños allí.
Necesitaba enderezarse, ponerse al menos la sudadera, coger su bolso y salir de allí fingiendo que todo iba bien. En su casa había una preciosa cama llena de mantas suaves, dos camisetas de Jisung que quizá todavía seguían manteniendo el aroma a lavanda y una caja de supresores nuevecita en el baño para pasar los siguientes días en la inmundicia de su celo, pero sin dolor.
Vamos, Felix, incorpórate a la de tres. Una, dos...
Otro calambre le atravesó el vientre y casi lo hace vomitar.
—Lix... —La puerta se abrió—. Mierda —gruñó el otro omega, tosiendo ruidosamente.
Podía entenderlo, la minúscula habitación tenía que apestar. El efecto del único inhibidor de olor que se permitió tomar, probablemente había desaparecido. Su lobo interior hacía ruidos guturales y parecía lo único que Felix podía articular.
—Oh, cariño. —La voz de Wooyoung se hizo más suave y sus manos se sintieron como agua fresca contra sus mejillas.
Lo instó a levantar los ojos; el jefe de sala tenía el pelo un poco grasiento y una mirada severa, pero sus pulgares lo acariciaron con cariño. Y no era Jisung, pero también olía a flores, a lirios del valle, según contó una vez. A Felix le daba igual la especie, se sintió francamente bien estar rodeado por sus feromonas calmantes.
Wooyoung le quitó el gorro y cepilló sus mechones para liberarlos del apelmazamiento. Se quejó en voz baja por perder el frescor en su piel, pero tuvo que agradecer el masaje que le dio en el cuero cabelludo, porque el calambre pasó hasta casi desaparecer.
Las manos del chico bajaron por su cuello, rozando apenas sus glándulas de olor. Felix siseó por la sensación extraña y su compañero se apartó con un puchero como disculpa.
—¿Puedes tomar supresores para omegas regulares? —preguntó, todavía sin tocarlo. Quería decirle que quería sus manos heladas en las mejillas otra vez. En su lugar, lo miró fijamente, intentando procesar sus palabras.
—Hghn... ¿Qué? —murmuró, frotando su propia mano contra su vientre mientras intentaba enderezar un poco más la espalda.
—¿Tus supresores son regulares? ¿O tienes algunos específicos para omegas dominantes?
Oh, cielos, qué maldita conversación más incómoda para tener en ese instante. Y qué malditamente desvergonzado era Wooyoung para hablar de cualquier cosa sin pudor. Por supuesto que los supresores de Felix eran diferentes y bastante más caros, si se le permitía la queja. Era absolutamente injusto porque a él los celos lo dejaban fuera de juego y el dolor era tan intenso que multiplicaba su irascibilidad por mil. Los supresores para omegas dominantes deberían ser gratuitos porque si él estaba una hora más sin tomar uno, le arrancaría la cabeza a cualquiera que estuviera a menos de quince metros de distancia. Era lógica básica, un servicio comunitario más que un favor para el afectado.
—¿Puedes tomar uno de mis supresores? —Cierto, Wooyoung estaba haciendo un millón de preguntas y él no estaba contestando ninguna.
—Sí, pero no sirven —musitó, aprovechando la tregua de su propio aparato reproductor para desabrochar los dos primeros botones de su chaquetilla y respirar un poco más libre.
—¿Tienes supresores en tu bolso?
—No, están en casa, mi celo... Tendría que haber llegado en cuatro días. —Wooyoung levantó la vista y, por la dirección de sus ojos, interpretó que estaría tratando de adivinar el calendario de turnos que había en la pared del vestuario.
—Voy a avisar a los chicos de que te acompañaré a casa. —Se separó de él y abrió apenas la puerta. Felix se desabrochó el resto de la chaquetilla, sacándola de sus hombros con un suspiro cansado—. ¡Ey, id sin mí! —exclamó su compañero, con medio cuerpo dentro de la habitación y medio fuera—. Felix no se encuentra bien y lo acompañaré a casa.
—¿Qué le pasa? —Todo su cuerpo se calentó aún más cuando escuchó la voz de Changbin.
Changbin, que estaba allí con ese altísimo alfa de labios carnosos y pelo rosa llamado Yeonjun. Changbin, que metió su cuchara en el plato del otro. Changbin, que entró con su pelo rizado, su chaqueta de cuero y su bonita sonrisa. Changbin, con sus bíceps ocultos debajo de su mullida sudadera negra.
«Pídele la sudadera», rogó su lobo. Estaba tan ido que le pareció una buenísima idea. Si Changbin le dejaba su sudadera, Felix estaría lo suficientemente calmado como para caminar hasta el coche, subirse y conducir a casa. También sería la humillación más brutal que había vivido en los últimos tiempos.
«La sudadera», exigió el animal esta vez. Felix se puso de pie, caminando hasta la espalda de Wooyoung, quien seguía discutiendo con los muchachos que esperaban fuera aunque él no se hubiera enterado de nada.
—No necesitas hablar con él, Seo Changbin.
—Joder, Wooyoung —La queja se convirtió en una ruidosa aspiración cuando el australiano se asomó por encima del hombro del omega y vio al alfa de pelo rosa agarrando a Changbin—. Felix... —susurró Seo. En los oídos del rubio sonó como una plegaria y él quería cumplir cada una de las peticiones que hiciera el hombre.
—Ey, vuelve dentro, vístete —regañó Wooyoung, empujándolo. Felix le devolvió el empujón, azuzado por su alborotado lobo que sentía que ese estúpido omega trataba de alejarlo de su presa—. ¡Felix! —voceó, aterrizando contra la puerta—. Estoy tratando de protegerte, joder.
Todo se puso extraño un segundo después. Al mismo tiempo, la puerta se abrió y Wooyoung casi cae de bruces; un calambre hizo que Felix se quedara sin respiración y se dobló, apoyándose en sus rodillas; y dos olores alfas inundaron la habitación.
Bien, su aroma era todavía el que más saturaba el ambiente, pero el chocolate y la menta estaban por todas partes, igual que los lirios de Wooyoung. A Felix le gustaba el helado de chocomint pero en ese momento le pareció absolutamente ofensivo. No quería ningún aroma que no fuera el de Changbin en ese cuarto. De hecho, necesitaba que todo el mundo desapareciera y poder colgarse del cuello del hombre para emborracharse con sus feromonas.
—Felix —llamó Changbin.
—Fuera de aquí los dos —ordenó Wooyoung.
—Mierda, creo que me estoy mareando —tosió el otro alfa.
Una mano estaba sobre su hombro desnudo, una mano áspera que reconocería en cualquier maldito lugar del mundo. Se le escapó un gemido que esperaba que pareciera de dolor.
—Changbin, apártate de él —insistió el omega, imprimiendo un montón de amenaza en su voz.
—Hyung —balbuceó Felix, incorporándose lo suficiente para aferrarse a la sudadera con capucha del hombre y dejarse caer contra él.
Por supuesto, lo sostuvo. Claro que lo hacía, porque podía pensar cualquier cosa de Seo Changbin, pero nunca dudaría de su capacidad para agarrarlo si estaba cayendo. Y Felix, en ese momento, estaba cayendo en picado hacia el fondo de un pozo lleno de lava ardiente. Se sentía en un descenso sin cuerda por el cráter de un volcán, incluso cuando los enormes brazos lo rodearon y lo elevaron.
Felix perdió un poco el sentido de la realidad. Sabía que la gente discutía a su alrededor, pero en ese instante sólo podía concentrarse en hundir su cara contra la tela negra de la sudadera que olía a chocolate. Estaba temblando, a pesar del calor abrasador; el dolor en su centro se mitigó, reemplazado por la esencia del chocolate amargo. Todavía percibía un poco de menta a su alrededor y su lobo actuó por sí mismo, enviando enormes cantidades de feromonas posesivas al ambiente.
Una mano estaba sobre su pelo, la otra en el centro de su espalda desnuda. Su cuerpo hecho una pequeña bola sobre el regazo del hombre. No sabía en qué momento se habían sentado, no sabía quién estaba hablando y discutiendo a su alrededor, no sabía ni en qué año estaban.
«Alfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfaalfa», aullaba su lobo, llenando su mente de ruido blanco, adormeciéndolo contra el tejido al que se aferraba, derritiéndolo contra el cuerpo ancho del hombre del que debería estar huyendo.
Hubo más jaleo, más discusiones, la restricción que lo rodeaba se apretó y escuchó un gruñido que se escapó de la garganta del alfa. No era para él, sabía que no tenía nada que ver con él porque su alfa nunca lo amenazaría de esa manera. Changbin era suave y adorable, divertido, extrovertido, encantador, sexy, inteligente, guapo, cuidadoso y perfecto; no un hombre que gruñía a un omega en celo. Él nunca haría nada más que abrazarlo con fuerza y protegerlo de cualquiera que quisiera acercarse.
Como ese estúpido alfa que olía a menta y que había dejado sus feromonas sobre el profesor de taekwondo. Su propio aroma se hizo todavía más potente.
—Me largo, voy a desmayarme si sigo oliéndolo. —Escuchó. Se le escapó una sonrisa triunfadora cuando la menta parecía más lejana.
Ronroneó, restregándose contra la sudadera y aspirando aún más fuerte. El dolor en su tripa desapareció por completo, dejándole solo el calor y la relajación que venía con sentirse, por primera vez en mucho tiempo, cuidado y apreciado.
—Felix —susurró Changbin, lo apartó de su pecho, tomándolo de las mejillas. Él se quejó con un puchero—. Wooyoung va a ponerte tu sudadera y voy a llevarte hasta su coche para ir a casa, ¿de acuerdo?
—¿Eh?
—Cariño —Wooyoung apareció en su campo de visión, justo al lado de su alfa. Felix arrugó las cejas con enfado—, Binnie y yo te llevaremos a casa, ¿vale?
—No, tú no —gruñó. Ni siquiera era consciente de lo que estaba haciendo, pero apartó de un empujón al omega, enredando sus brazos alrededor de los hombros de Changbin.
—¡Felix! ¡Estoy tratando de ayudarte! —reclamó, enfadado.
—No te he pedido ayuda.
—Ey, rubio —mumuró Changbin, agarrándolo de las mejillas para que su vista se centrara en él. Felix obedeció, mirándolo a los ojos—. ¿Qué te parece si los dos te llevamos a casa?
—No —negó, tomando las muñecas del chico—. Solo tú, llévame a casa, por favor.
—Ni hablar, no voy a dejarte con un alfa mientras estás en celo. Apártate de él...
—¡No me toques! —gritó Felix, enseñando los dientes.
Changbin lo agarró de la nuca automáticamente, empujándolo contra su cuello. Sus feromonas se estrellaron contra su pituitaria como una ráfaga de viento, adormeciendo todos sus otros sentidos. Felix solo podía oler a Changbin, sentirlo contra su cuerpo.
Alfa. Chocolate. Placer. Protección.
Eso era todo, lo único que había en su cerebro era eso. Ni siquiera percibió la humedad que empezaba a manchar sus pantalones. Ni la discusión entre Wooyoung y Changbin. Ni el portazo del omega al salir. Todo lo que mantenía a Felix anclado a la tierra era la aspereza de las manos en sus omoplatos y sus lumbares, los torrentes de feromonas calmantes y posesivas y el calor del cuerpo ajeno contra el suyo.
Probablemente se quedó dormido, porque tenía los ojos cerrados cuando el hombre lo movió para sentarlo sobre el banco a su lado. Felix se quejó, con los huesos de mantequilla y una terrible necesidad de volver a subirse al regazo de Seo.
Abrió los párpados y un segundo después una sudadera negra pasaba por su cabeza. Le puso la capucha y la aseguró con los cordones. Después cubrió sus hombros con su propio abrigo y ahora todo alrededor de Felix olía a fresas con chocolate. No había sido más feliz en su maldita vida.
—¿Puedes caminar? —preguntó, estirando la mano hacia él. La tomó y se levantó, inseguro. Dio algunos pasos asustado, preparado para el calambre en su vientre, pero no llegó.
Salieron del restaurante por la puerta trasera, con Changbin liderando el camino hasta un coche en marcha en el que lo empujaron. Vio al alfa que olía a menta junto a Wooyoung, los tres hombres discutieron un poco más antes de que el sabunim se subiera al asiento del conductor con un suspiro cansado, pusiera un bolso sobre el regazo del omega y arrancara.
Un pesado silencio se instauró entre ellos. Las feromonas de Seo seguían calmando los instintos de su omega y su celo parecía haberle dado una pequeña tregua, lo suficiente como para cerrar los ojos y quedarse dormido otra vez, con la absoluta confianza de que no le pasaría nada si estaba junto a su alfa.
Changbin sabía que esa era una de las peores ideas que había tenido en su vida. El olor de Felix era tan tentador como algo comestible, y él estaba desesperado por hincarle el diente a ese hombre que dormitaba en el asiento del pasajero.
—Felix —Aunque no quería hacerlo, lo despertó—. Felix, hemos llegado a tu casa. Te acompañaré arriba. —Y eso era todo. Lo acompañaría a la puerta de su apartamento y se marcharía porque se lo había prometido a Wooyoung y Yeonjun. No iba a aprovecharse de Felix otra vez, no iba a utilizar su celo para tener un pedazo minúsculo de lo que tanto deseaba.
Salió del vehículo y fue a por el chico. Parecía más cansado que cualquier otra cosa. Se alegró de que no fuera el mismo cabrón agresivo que la primera vez que lo vio en su rutina.
«Casi muerde a Wooyoung», bien, era cierto. Sin embargo, estaba siendo tan suave con él, tan vulnerable y hermoso, que ni siquiera le importó que le enseñara los dientes a su amigo como un animal.
Subieron sin cruzar ni una palabra, el chico seguía aferrado a su brazo, como si lo necesitara para andar. Y, ¿quién era él para negárselo? Nadie. Por eso lo acompañó hasta la puerta de su apartamento y le echó una mano para centrarse cuando fue incapaz de poner el código dos veces. Abrió la puerta, empujándolo dentro, pero todavía no se soltó. Changbin se encontró quitándose las zapatillas en la entrada del apartamento en el que olía abrumadoramente a él. Era bonito, con colores pastel, unas mantas mullidas sobre el enorme sofá y un setup gamer completo al otro lado del salón.
Y como él no era nadie para negarle nada a Felix, también lo siguió cuando abrió una puerta y se encontró con su habitación. Ni siquiera recordó la promesa que había hecho en el momento en el que se lanzó contra su cuerpo.
—Changbin hyung —susurró el chico, aferrado a sus hombros. Poco podía hacer el alfa, más que sostenerlo de la cintura.
—¿Dónde están tus supresores, Felix? —preguntó, permitiéndose la licencia de olfatear el pelo rubio.
—En el baño —dijo, dócilmente. Tan dócil que empezaba a preocuparse.
Trató de separarlo de su cuerpo, pero Felix parecía decidido a quedarse con la nariz pinchando su glándula de olor. Changbin estaba haciendo todo lo posible para controlar sus propios instintos y apartaba al chico de la erección que empezaba a llenar sus vaqueros. Era dolorosamente delicioso: su olor, el calor, su piel ardiente, las respiraciones abrasivas que le humedecían el cuello... todo era demasiado.
Los arrastró a ambos hasta el baño con dificultad. Había una gran bañera al fondo de la estancia y tuvo que pelear con las imágenes de Felix rodeado de burbujas de jabón.
—Dime dónde están —pidió, tomando las mejillas pecosas entre sus dedos—. Te sentirás mejor cuando tomes un supresor, dejará de doler. —Por lo menos esperaba que fuera así.
—No duele tanto si estás aquí... —confesó, en una extraña muestra de debilidad—. Tengo mucho calor...
—Vamos a tomar un supresor y después puedes darte un baño. ¿Qué te parece? —Felix lo miró con los ojos vidriosos. Parpadeó un par de veces antes de asentir. Él mismo se soltó y abrió un gabinete bajo el lavabo del que sacó una caja precintada de supresores; mientras, el alfa se ocupó de poner el tapón en la bañera y dejarla llenándose de agua tibia.
Se enderezó, tomando la caja de supresores de la mano del chico y llenando un vaso de agua para él. Tomó la pastilla y toda la bebida, sentado en la tapa del inodoro, con las mejillas y el cuello rojos.
Estaba sudando, los mechones de pelo humedeciéndose en su cuello y una gota cayendo detrás de su oreja, rodeando la glándula. Su aroma era enloquecedoramente intenso, cubría cada resquicio de espacio de la casa y en ese baño de azulejos blancos era como si Changbin se hubiera caído dentro de un cubo de fresas frescas.
—¿Necesitas algo más? —preguntó, arrepintiéndose automáticamente. Tenía que estar saliendo de allí, ya le había dado el supresor, ahora tenía que marcharse a casa y masturbarse unas 10 veces—. ¿Prefieres que me marche? —añadió, tratando de sentirse menos culpable.
—No —gruñó, agarrándolo de la solapa de la chupa de cuero con fuerza. Mierda, ni siquiera se acordaba de que tenía la chaqueta puesta—. No te vas a marchar. —Changbin ignoró el tono demandante y una sonrisa de triunfo le tensó la mejilla.
Se quedó de pie, sin saber muy bien qué hacer en ese instante. Felix decidió por él: tiró de su brazo e intercambió puestos, sentando a Changbin en el retrete antes de subirse a su regazo. Con tirones incómodos, arrancó la chaqueta de sus hombros y la dejó sobre el lavabo antes de volver a abrazarlo.
Un segundo después, con un total de cero unidades de rechazo por parte del alfa, el omega volvió a estar enredado en su cuerpo, con la nariz pegada a la glándula de olor y ese ruidito satisfecho saliendo de su garganta.
Changbin se iba a morir. O ya había muerto. O estaba en otro universo, en uno en el que se cumplían sus sueños de tener el cuerpo dispuesto del chico. Los sueños en los que Felix se sentaba en su regazo y lo dejaba abrazarlo; en los que no huía de la habitación al día siguiente con un incómodo "Buenos días, ya nos veremos".
—La bañera está llena —murmuró—. Te dejaré para que...
—Grrr —El gruñido sonó más animal que humano. Le recordó a los ruidos guturales que hizo la primera vez que llegó en pleno celo a su dojan.
Ya no es mi dojan.
«Omega sí es mío»
No, el tampoco es nuestro.
Empujó al chico, levantándolo y se ganó un apretón férreo sobre su bíceps. Estaba haciéndole daño, clavando esos pequeños dedos en su piel, justo debajo de la manga de la camiseta.
—La bañera está lista... —informó.
Felix pareció comprenderlo y, repentinamente, se quitó la sudadera negra y se bajó los pantalones y la ropa interior. Changbin tardó un segundo en ponerse rojo como un tomate y girar la cara para no mirarlo. Joder, era verdaderamente como una de sus fantasías más recurrentes.
Escuchó el chapoteo y un suspiro cansado. Se obligó a sí mismo a no mirar y se levantó. No pudo ir muy lejos: los dedos pequeños se enrollaron en su muñeca como un cepo y escuchó el gruñido agresivo.
—No te vayas —exigió—, por favor —añadió en voz muy baja.
El tirón lo hizo caer de rodillas aunque no había sido tan fuerte. Era más que a Changbin no le quedaba ninguna determinación para negarle nada a ese Felix. Todavía temía que apareciera el chico agresivo que le dio una paliza en su dojan, pero no parecía estar cerca. En su lugar había un precioso omega desnudo, cubierto hasta el pecho por el agua transparente.
Felix soltó un quejido de dolor y se frotó el vientre. Tenía una mueca incómoda en su bonita cara de duende.
Sin esperar orden alguna, Changbin tomó un poco de líquido y le mojó el cabello con cuidado. El chico se dejó, retorciéndose de vez en cuando, sin dejar de frotar bajo su ombligo.
Casi sin querer, sus propias feromonas estaban extendiéndose por el baño. Era una reacción natural, su lobo inquieto quería calmar al omega dolorido de todas las maneras que pudiera.
Cuando puso el champú en su cabeza, Felix resopló, cerrando los ojos. Changbin masajeó los mechones rubios con cuidado, con las yemas contra el cuero cabelludo y el pecho hinchado de orgullo por cómo de satisfecho sonaba el chico.
Aclaró el jabón con mucho cuidado para no dejar que cayera sobre los ojos que mantenía cerrados. Estaba adorable con todo el pelo húmedo pegado a la cabeza y las mejillas sonrojadas por el celo y el agua caliente.
De repente, Felix estaba gimiendo, aunque no de dolor. Siguió el camino de sus brazos y se encontró con un espectáculo. Bajo el agua, el omega se masturbaba con una mano aferrada a su dureza y la otra desapareciendo entre sus piernas. Changbin se sintió implosionar. Su lobo se volvió loco y su olor se tornó más excitado que calmante.
Felix, el dueño de todas sus fantasías, estaba masturbándose delante de él.
Se dijo a sí mismo que tenía que levantarse y marcharse de allí, que el chico no estaba en su sano juicio y que él era un alfa decente. Pero, mierda, era tan hermoso, tan sensual y descarado.
—Ayúdame, Changbin hyung, por favor —rogó, con su voz más grave de lo que le parecía humanamente posible.
Ahí estaba Seo Changbin, el alfa honorable, sucumbiendo a las peticiones de Lee Felix. Pero es que era imposible no hacerlo.
Hundió su propia mano bajo el agua y acarició los abdominales tensos. Siguió su camino como si alguien dirigiera sus movimientos, envolviendo la polla dura de Felix con su mano. Los dos jadearon en voz alta. Los aromas se espesaron en el aire, casi podía masticarlos. Las fresas con chocolate lo aturdieron, pero su mano estaba gobernada por alguien que no era él, porque seguía moviéndose con decisión sobre el eje duro del omega.
Me iré después de ayudarlo, se mintió, pero no paró de tocarlo.
En su lugar, se encontró alongándose sobre el borde de la bañera para besar el cuello húmedo de Felix. El rubio gimió más fuerte, acomodándose para darle más espacio a sus labios. Y las cosas se descontrolaron.
El omega jadeaba, moviendo sus caderas contra el puño de Changbin. Su cabeza estaba ladeada y el alfa había encontrado el punto del cuello que lo hacía estremecer. Su otra mano estaba también bajo el agua, acariciando el pezón rosado que se erguía con descaro. Quería devorarlo, quería dejarse llevar por su ansioso lobo y follar a Felix contra el borde de la bañera. Quería anudarlo y hacerlo correrse veinte veces. Quería su olor a fresas sobre él y que la piel pecosa solo oliera a chocolate.
—Más fuerte —jadeó el chico. Changbin obedeció.
Su mano se movió con más precisión, subiendo y bajando incómodamente por la falta de lubricación. Al chico pareció no importarle porque solo hicieron falta algunos giros de muñeca y un mordisco particularmente voraz en su cuello para que se corriera con un gemido gutural. Su semilla se extendió por el agua y la culpa empapó a Changbin como si él mismo hubiera metido la cabeza allí.
Se apartó de un salto, poniéndose en pie y viendo su frente húmedo como un recuerdo de su comportamiento inapropiado. Felix se quejó en voz baja, justo antes de estirar su mano para agarrar la pernera del pantalón de Changbin. Volvió a mirarlo, a pesar de lo avergonzado que se sentía.
Agarró la toalla que colgaba de un gancho en la pared y la colocó sobre la mano del chico, soltándola de su pantalón. En completo silencio, se dio la vuelta para tomar su chaqueta de cuero y salir de allí cuanto antes.
—¡Ey! —exclamó Felix antes de que llegara a la puerta del baño—. Ayúdame a salir de la bañera, me tiemblan las piernas —exigió, congelando a Changbin en su lugar.
Tardó tres segundos en darse otra vez la vuelta, el mismo tiempo que tardó Felix en maldecir intentando salir del agua por sí solo.
Tenía que irse de ahí, tenía que hablar con Jisung para que viniera y pedirle perdón cuando su celo terminara. Tenía que bajar la erección que se apretaba contra sus vaqueros y dejar de pensar en follarse hasta el olvido a ese torpe australiano que intentaba ponerse en pie.
Sin embargo, no lo hizo.
—Changbin hyung... —Joder, que injusto que fuera tan débil ante ese maldito honorífico.
Ayudó al chico a salir del agua y Felix atacó sin piedad.
Su lengua se metió en su boca, tomando y exigiendo. Se lo dio sin quejas, sin reclamar nada a cambio más que el sabor de su esencia. Olía a omega en celo, a fragantes fresas, como sumergirse en una piscina llena de ellas. Era avasallador e intoxicante. Como si su saliva tuviera algún tipo de narcótico que convertía al alfa en un autómata que solo existía para el placer de Felix.
Lo empujó fuera del baño, arañando sus labios con los dientes. Siguió su guía hacia cualquier lugar que quisiera llevarlo, tropezando contra las paredes, golpeando sus muslos contra la esquina de un mueble. Todo daba igual, lo único que importaba era el cuerpo húmedo del omega que se pegaba al suyo, sus manos ásperas en la espalda musculosa, los dedos de Felix enredados en sus rizos y el olor que llenaba esa habitación de forma abrumadora.
Se separó de él un segundo, dejando un último beso suave sobre sus labios magullados.
El rubio subió a la cama completamente desnudo y removió un enorme montón de mantas suaves que olían a lo que él quería que oliera su propio dormitorio cada día.
A cuatro patas, atacando todavía más el autocontrol de Changbin, el chico siguió colocando las cosas a un lado y al otro. Las ponía en un sitio y después las cambiaba, se quedaba mirando unos segundos a un cojín concreto, o a una camiseta negra que recolocó unas seis veces. Parecía un poco agobiado y su olor se agriaba cuanto más tiempo pasaba sobre la maraña de tejidos. Empezó a preocuparse, sin entender muy bien qué estaba pasando.
«Es un nido», dijo su lobo en su cabeza. Él abrió mucho los ojos con la realización.
Felix estaba anidando, o intentándolo, y no parecía particularmente hábil en la tarea o contento con ella. Soltó un ruido quejumbroso, frustrado por sus intentos.
—Ey, está bien —arrulló—, tu nido es muy bonito. —No era verdad, ni siquiera parecía realmente un nido, pero sentía que era algo que afectaba al rubio. Una mentira piadosa no haría demasiado daño si podía tranquilizar esas feromonas que ahora le picaban en la nariz.
—Hm-mno —se quejó—, no está bien... No... No sé... —Apretó los puños en una mantita amarilla, sentándose sobre sus pantorrillas.
—Está perfecto, Felix, tu nido es perfecto —El chico negó antes de mirar al desastre a su alrededor, todavía sosteniendo la tela entre los dedos—. ¿Por qué no pruebas a tumbarte? Traeré tus supresores para que los tengas a mano...
—¿No quieres entrar? —interrumpió. Changbin no había visto nada más sobrecogedor que los ojos de Felix a punto de llorar; estrujaron su corazón con la fuerza de la mordida de un cocodrilo de agua salada.
Maldito Jisung y sus documentales de animales.
—Es... ¿Quieres que entre a tu nido?
—Hmn... sí... Sé que no es el más bonito pero... Yo no sé... Nadie me enseñó a hacerlo mejor... —confesó, mirando el tejido que mantenía en su regazo.
Mierda, mierda, mierda, mierda. Changbin había conocido en su vida la cantidad necesaria de omegas como para saber que, a pesar de que anidar era algo instintivo, había que aprender a hacerlo. Felix no era un omega corriente, pero no creía que estuviera tan lejos de su naturaleza como para ni siquiera saber anidar. Joder, qué débil era el gran alfa Seo Changbin cuando se trataba de personas desvalidas, mucho más con las que no sabían cuánta ayuda necesitaban. Muchísimo más cuando se trataba de Lee Felix.
—¿Puedo entrar en tu nido? —pidió, medio hipnotizado por la imagen ante él y el olor triste que se mezclaba con el de su celo. Felix asintió.
Y ya estaba perdido, completamente extraviado de su honorable camino; así que se arrastró desde los pies de la cama hasta el centro, procurando mover lo menos posible. Se arrodilló junto al australiano y le acarició suavemente el brazo. Estaba frío y aunque ya se había secado, su pelo seguía goteando.
El chico sonrió antes de tirar de su camiseta negra para sacarla por su cabeza y dejarla en la parte superior, junto al cabecero.
—Los pantalones —balbuceó, forcejeando con los botones. Ni siquiera le dio tiempo a Changbin de hacer nada más.
Lo empujó contra el montón de mantas y, con decisión, desabrochó el vaquero y tiró de él y su ropa interior hasta que su traicionera polla saltó, dolorosamente erguida. Changbin intentó cubrirse con las manos, pero Felix estaba un segundo después sobre él, con su lengua recorriendo todo su eje desde la base a la punta. Dio dos vueltas sobre su glande antes de fundirle los fusibles al alfa, tragándolo hasta donde podía.
La garganta cálida se cerró sobre su eje, chocaba contra el paladar cuando subía de arriba abajo. No podía pensar. Se agarró a lo que pudo: el pelo rubio y un peluche extraviado que capturó como un cepo.
Todo era demasiado intenso. El olor excitado del omega, el aroma que estaba incrustado en las mantas en las que se tumbaba, la calidez de la boca, la humedad de la saliva y los sonidos de succión lo llevaron rápidamente al límite. Nadie podía culparlo, llevaba peleando con sus propios instintos desde que se dio cuenta de que estaba en celo en el restaurante. Changbin no podía hacerse responsable de lo poco que iba a durar si Felix seguía tragándolo de esa manera.
Un áspero gemido se escapó de su garganta cuando el chico sorbió ruidosamente su glande. Los dientes acariciaron apenas el nudo sensible de nervios y un millón de estrellas estallaron detrás de sus párpados. Solo tuvo la conciencia suficiente como para apartarlo con un tirón brusco de su pelo. El omega jadeó mientras los chorros empapaban su propio estómago desnudo y su cuerpo se estremecía por completo por la fuerza del orgasmo que llevaba casi dos horas conteniendo.
Abrió los ojos unos segundos después, con las réplicas afectándolo. Soltó la mano que mantenía a Felix lejos de su polla y acarició su cabello con cuidado, en una silenciosa disculpa por haber sido tan rudo. El omega se inclinó hacia su toque con una sonrisa orgullosa. Changbin pensó que brillaba, aunque tal vez fuera el subidón postorgasmo, le pareció que podía mirar esas pecas toda la vida sin cansarse.
Se incorporó despacio, aturdido y mareado y se arrastró un poco hasta el borde del "nido".
—¿A dónde vas? —cuestionó el chico, tomándolo de la muñeca.
—Solo voy a limpiarme.
—Y luego vuelves —No era una pregunta, pero Changbin asintió de todas formas—. ¿Lo prometes?
—Sí, lo prometo.
Seo se dio cuenta de que no se iría a ninguna parte pronto. Era incapaz de dejar al omega solo o de negarle cualquier cosa que le pidiera. Aunque estuviera abriéndolo en canal desde dentro para echarle sal cuando fuera consciente de lo que estaba haciendo.
***
Esto es un regalo para Mary_la_mas_minsunga que se preguntaba cuando volverían a juntarse jijijiji (Wattpad no me deja etiquetarte T_T)
¡Nos vemos en el infierno, navegantes!
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