15. Lo echo de menos

Hyunjin se cruzó en el pasillo con un apresurado Bang Chan que solo se despidió cuando le prometió ir al restaurante. Lo vio marcharse con ese omega alto que tiraba de la mano del hiperenergético Yunho. Haciendo acopio de toda su calma, llegó a la puerta de la clase de Suni.

Respiró hondo y decidió que era un buen día para arreglar un poco más las cosas con Minho. Lo saludó con una sonrisa y una reverencia cuando entró. Estaba decidido a ni siquiera poner mala cara cuando abrazara a su hija antes de irse. No, señor, no lo haría porque sabía que ese alfa era bueno con ella, aunque su lobo todavía se volviera un poco loco pensando que se la quería robar.

Igual que Jisung pensaba de mí, se dio cuenta.

Una pareja de ancianos a los que nunca había visto charlaban con él y solo quedaba un niño en el salón, además de su hija, a la que ayudaba a ponerse el abrigo en ese instante.

—¿Te acuerdas de Mingi, papi? —preguntó ella, tirando de su brazo.

—Sí, nos hemos visto algunas veces. ¿Cómo estás, Mingi? —saludó, agachándose frente al pequeño. El niño enrojeció con violencia y ocultó su cara en las solapas de su abrigo.

—A Mingi no le gusta mucho hablar, pero hoy el señor Lee lo felicitó porque leyó en voz alta una línea del libro de texto —aseguró ella con una sonrisa orgullosa.

—Oh, eso es grandioso, Mingi —El niño lo miró un segundo, pero volvió a bajar los ojos—. ¿Suni se porta bien contigo? Si es muy abrumadora, puedes decírmelo.

—¡Papi! ¡Yo no soy eso! —se defendió ella, tirando de su brazo. Hyunjin se rio y le dio un beso en la cabeza.

—Lo digo en serio, Mingi, si se porta mal contigo, dínoslo a mí o al papá Jisung... O al señor Lee, ¿de acuerdo?

—¡Papi! —exclamó ella.

—N-no... Han Suni es b-buena conmigo —interrumpió el niño en un susurro.

—Ah, me alegro de que digas eso, entonces me quedo más tranquilo —Suspiró, secándose el sudor falso de la frente—. Como mi princesa se porta bien con sus amigos, decidirá qué cenaremos esta noche.

—¡Sí! ¡Quiero comer pollo frito! ¡Montones de pollo frito! ¡Como veinte pedazos! —aseguró, apretándole las mejillas a su padre.

—Pollo frito será, entonces —dijo, derretido.

—Mingi, cariño, vamos a casa —La voz a su espalda lo sorprendió. Se volteó, levantándose del suelo con la niña en brazos. La señora mayor sonreía estirando la mano.

—Sí, abuela —murmuró el niño, obedeciendo hasta que enredó sus deditos en la mano de la anciana.

—Soy Hwang Hyunjin —se presentó, haciendo una reverencia dificultosa por la carga de sus brazos—. Soy el padre de Suni.

—Es un placer señor Hwang, yo soy Kim Yoori y él es mi esposo Song Minseo. Somos los abuelos de Mingi. Tenemos que irnos ahora, pero espero que podamos vernos a menudo —dijo, con una sonrisa cálida. El alfa asintió y se despidió una vez más del niño antes de verlos salir.

Minho se giró para quitarse el delantal y recoger las cosas del escritorio, sacando un bolso de un cajón. Hyunjin lo miró, buscando las palabras correctas para acercarse a él.

—¿Necesitas algo? —preguntó el profesor, antes de que le diera tiempo a encontrarlas. No parecía hostil, más bien curioso. Suni también lo miró como si esperara una respuesta.

—Eh... No... Solo quería decir que... Bueno, Jisung me envió un mensaje esta mañana. Me dijo... Esto... Que ya lo sabes... Que ya lo sabéis los dos —Las cejas de Minho se elevaron con sorpresa. Suni puso una mueca extraña como si no lo entendiera—. Lo del bebé.

—¡Ay, es verdad! —gritó ella de pronto, explotando de alegría—. Pero no se puede hablar de esto en el colegio, me lo dijo papá. Dijo que tal vez la bellota no se siente cómoda con la atención, como mi amigo Mingi. Entonces tenemos que hablar cuando estemos en casa.

—Sí, sí, por supuesto —contestó Hyunjin confundido. Una sonrisa tiró de la mejilla de Minho mientras miraba a la niña con ternura—. Pero quería decirle al señor Lee que me alegro mucho por él y que estoy seguro de que será el mejor papá del mundo —susurró en la oreja de su hija, lo suficientemente alto como para que lo oyera el maestro.

La boca del alfa frente a él estaba apretada en una línea, pero sus orejas se pintaron de color rojo. Le quedaba bien que aflojara un poco esa mirada tan dura que siempre parecía dedicarle. A Hyunjin le gustó haberlo sorprendido y se sintió muy orgulloso de sí mismo.

—Yo también lo creo, es genial que mi hermano bellota vaya a tener un padre como Minho oppa.

—Totalmente genial. Estoy muy feliz por él y por papá Jisung. Y por ti, nenita, vas a ser una hermana mayor estupenda.

—¡Claro que sí! Le enseñaré a la bellota todo lo que sé y la protegeré de todas las cosas malas porque voy a ser una máquina de matar. Ni siquiera los extraterrestres podrán hacerle daño —aseveró.

Los adultos rieron y Hyunjin le dio un beso en la mejilla regordeta. ¿Se parecería la bellota a ella? ¿Tendría los cachetes redondos como Jisung? ¿O tal vez se parecería más al alfa que los observaba silencioso?

—Nenita, dale un abrazo al señor Lee.

—¿Aunque no sea viernes?

—Pero esta noche te vienes a casa y seguramente el señor Lee te echará de menos.

—Ah, sí, cierto. —Se revolvió como una culebra para que la bajara y fue directamente a los brazos del otro alfa.

Hyunjin se sintió todavía más orgulloso de sí mismo cuando ni siquiera gruñó cuando percibió el olor a café sobre su pequeña. La tomó de la mano para salir y sonrió una vez más al profesor.

—Mi más sincera enhorabuena, señor Lee —insistió una vez más.

—Muchas gracias —murmuró el otro, completamente sonrojado—. Significa mucho para mí que digas eso... Enhorabuena a ti también por la exposición. No puedo esperar para verla... Sé el talento que tienes, te lo mereces...

Ese fue el turno de Hyunjin para ponerse del color de las granadas y abrir y cerrar la boca como un pez. Un incómodo silencio se extendió entre ellos, teñido de vergüenza y sorpresa. No sabía que decir y supuso que el hombre tampoco podía decir nada más. Por suerte para ambos, su hija era bastante más funcional que los dos adultos.

—Papi, vámonos, tenemos que ir a comprar pollo frito —aseguró con un tirón—. Y quiero hablar contigo de la bellota —añadió en un susurro.

—Sí, sí, vamos a casa. Hasta mañana, señor Lee.

—Hasta mañana, chicos —se despidió él, mirando al suelo.

Hyunjin huyó de allí con la cara todavía caliente.

Cuando Suni dijo que quería hablar de la bellota, Hyunjin no se esperaba que fuera literalmente lo único de lo que quería hablar. Pero lo era. La niña parecía preocupada por un millón de cuestiones distintas como si el bebé iría desnudo, si podría comer la comida de Minho, si le gustaría el pollo frito o si tendría una cuna antes de que naciera porque "ya sabes que papá siempre se olvida de todo y llega tarde a todas partes". Fue difícil explicarle que no podría llegar tarde al nacimiento de su propio hijo porque estaba, literalmente, dentro de él.

Después de cenar y ducharse, se tumbaron en el sofá de la sala de estar a ver un rato de televisión, pero ella seguía bastante más centrada en las implicaciones de tener un bebé cerca que en cualquier capítulo de Bluey que no hubiera visto.

—Papi, ¿sabes que sería genial? Que la bellota fuera con nosotros al estudio de la casa grande. Así yo podría jugar con ella mientras tú pintas. El estudio de esta casa es muy pequeño. Podríamos jugar allí, ¿no crees? —Hyunjin levantó las cejas desconcertado.

—¿Echas de menos la otra casa?

—Sí, a veces. Me gustaba mucho mi habitación allí y estar contigo arriba. Y también jugar con Innie oppa a la Nintendo. Ahora cuando veo a Innie oppa jugamos a otras cosas, pero a veces lo echo de menos... ¿Tú no lo extrañas?

—Sí —confesó, tragando saliva—. Pero, sabes que si volviéramos a la casa grande Innie no estaría con nosotros, ¿verdad?

—¿Por qué?

—Porque Innie vive en otra casa, nenita —aclaró, con un nudo en la garganta.

—Ah...

La niña se quedó callada, mirando la televisión. Hyunjin sentía una pesadez familiar en su pecho, la misma que tenía cada vez que tenía que explicarle a alguien por qué Jeongin ya no estaba allí.

Pero él también quería volver a su casa, ya era hora. No podía huir para siempre del recuerdo de un hombre que lo dejó atrás. No era justo para Suni. Además, su casa estaba sustancialmente más cerca del apartamento de Jisung y sería más fácil para todos.

Sí, definitivamente, Hyunjin tenía que volver. Tenía que llenar esas paredes de nuevos recuerdos. Invitar a Jisung y a Felix a pasar la tarde, tal vez a Bang Chan y Seungmin también, Suni podría mostrarle a su amigo Hoshi su habitación y el estudio donde tanto tiempo pasaban. El lugar en el que había pasado de gatear a dar pasos torpes agarrada a los muebles. El espacio seguro en el que había crecido ante sus ojos, en el que había llorado cuando estaba triste y en el que se había reído a carcajadas.

—¿La bellota también vendrá a quedarse a tu casa, papi? ¿Igual que yo?

—Ah... Bueno, no lo creo, Suni, la bellota tiene que estar con sus papás. —Los ojos de la niña se empañaron con confusión.

—Pero... ¿y si se olvida de mí? —murmuró, acongojada.

—Nenita, no se va a olvidar de ti porque estés una semana lejos...

—No sé... No me gusta... No quiero que se olvide de mí —dijo sinceramente, con sus pestañas un poco húmedas.

—Cariño, lo arreglaremos, buscaremos una solución. No se olvidará de ti, ¿de acuerdo? —La abrazó con fuerza.

—¿Me lo prometes?

—Si, Suni, te juro que encontraré una solución.

La pequeña no dijo nada más, pero restregó su cara contra la camiseta de su padre, limpiándose las lagrimitas que se le escaparon. Hyunjin no pudo hacer nada más que arrullarla hasta que se quedó dormida en su regazo.

Ese miércoles que Felix tenía libre, algo estalló en su cabeza como un globo lleno de agua. Lo empapó desde dentro hacia afuera, haciéndolo hiperconsciente de un montón de cosas. La primera de ellas, era que sus hermanas se habían marchado y ahora la casa estaba silenciosa y limpia: no más pelos en el sumidero, no más platos sucios, no más olor a alfa dominante. La segunda, era que a Jeongin se le acababa el tiempo. Se casaba en menos de cinco meses con un hombre al que apenas conocía y en el que había decidido (erróneamente) confiar. La tercera cosa de la que se percató era que se volvería loco si no salía de allí.

Su teléfono móvil estaba inactivo, además de algunos mensajes de Jisung y unas cuantas notificaciones de Tik Tok. Ni un solo "ping" más. Especialmente desde el lunes por la mañana, cuando se escabulló como un ladrón de la burla de nido que había creado entre las sábanas de Changbin. La mortificación casi lo hizo desmayarse entonces y todavía le apretaba las entrañas y le calentaba las mejillas.

¡Qué vergüenza! Qué terrible momento verse a sí mismo desnudo, enredado entre la manta gris, el edredón nórdico y los bíceps cálidos de Seo sabumnim. Felix, tan emocionalmente inútil como era, enfrentó aquello de la mejor forma que pudo: huyendo del dormitorio mientras rezaba por no encontrarse a Lee Minho en el camino.

Y ahora no había pelos negros en su ducha, ni tiempo para Jeongin, ni mensajes de texto preguntándole por qué se fue sin despedirse.

Con una determinación que no sabía de dónde salió, se subió al coche a las cinco de la tarde y pagó un precio ridículamente alto por aparcar en la zona de negocios más exclusiva de Seúl. Media hora después de salir de su apartamento, estaba sentado en la recepción de las empresas Yang, recibiendo las miradas confundidas del personal.

Estaba bien vestido: una camisa negra, un abrigo de paño marrón y unos pantalones con pinzas. Todo lo serio y discreto que era capaz de ser. Le importó una mierda la insistencia de la beta sobre que "Yang Jeongin no recibe sin cita previa". Él no necesitaba cita previa para ver a su omega. Ni hablar.

Necesitaba verlo, sentía que ver a Jeongin lo ayudaría a centrar sus esfuerzos donde debería centrarlos. Quería alejar la atención de su lobo de Changbin, de lo vulnerable que era con él y de lo bien que se sintió despertar ronroneando entre sus sábanas. Innie tenía que ser su prioridad, su única preocupación ahora que Han estaba viviendo su vida de cuento con su alfa y su bebé en camino. , ver a Jeongin era la solución para todos sus problemas.

Ahora solo necesitaba verlo.

—Señorita, discúlpeme —insistió una vez más, acercándose al mostrador. Ella lo miró gravemente—, ¿podría avisar a Yang Jeongin de que Lee Felix ha venido a verlo?

—Ya le he dicho que no puedo, está ocupado.

—Mire, entiendo que está haciendo su trabajo, solo le estoy pidiendo que le avise.

—Eso es imposible y muchísimo menos a las seis de la tarde. No atiende sin cita, sin excepciones. Llame por teléfono y podrán concertarle un encuentro...

—¿Cuándo? —interrumpió.

—¿Cuándo qué?

—Mire su agenda, dígame cuándo puedo concertar una cita —insistió, respirando hondo para no estallar por todas partes y destrozar ese peinado perfecto que llevaba la beta.

La mujer lo miró desconfiada durante unos segundos, pero volvió a sentarse en su silla y tecleó en su ordenador. Tardó un poco y la vio sonreír con malicia antes de contestar: —Puede concertar una cita con su asistente para el día 16.

—Eso es dentro de dos semanas —gruñó—. Y ni siquiera es una cita con él.

—Claro que no, primero debe ver a su asistente y que él decida cuándo podrá ver al señor Yang.

—Oiga, ¡esto es indignante! —exclamó. El olor que estaba tratando de controlar con tanta fiereza se descontroló todavía más. La chica arrugó la nariz y se echó hacia atrás. ¿No era una beta? Sus feromonas no tendrían por qué afectarla tanto.

—¿Felix hyung? —La voz de Jeongin cortó el tren de maldiciones que estaba a punto de soltar. Se giró hacia el ascensor y se encontró con su bonito omega vestido de Alexander Mcqueen junto a un chico alto y delgado con el pelo largo.

—¡Innie! —gritó.

Recorrió el espacio que los separaba para estrecharlo entre sus brazos. Su amigo permaneció rígido en su posición, pero no apartó a Felix, ni siquiera cuando restregó su mejilla por el cuello inodoro, impregnándolo en su desesperación.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a buscarte, podríamos ir a cenar o tomar un café... Te extraño, llevo mucho sin verte —explicó atropelladamente, acariciando las mejillas del más joven. Quería llenarle la cara de besos y hacerlo reír para ver sus hoyuelos, pero se contuvo cuando escuchó el carraspeo a su lado. Felix miró al más alto con los ojos entrecerrados.

—Soy Choi Beomgyu —se presentó, con una radiante sonrisa. El chef todavía desconfió—. Soy amigo de Jeongin...

—¿Por qué nunca he oído hablar de ti?

—¡Hyung! —amonestó Yang, tirando de la manga de su abrigo. El desconocido se echó a reír.

—Yo, en cambio, sí he oído hablar de ti. Lee Felix, el chef de moda —bromeó. Feliz pasó una mano por los hombros de Jeongin posesivamente—. Iba a llevar a Jeongin a tomar algo, pero supongo que puedes llevarlo tú.

—Por supuesto que puedo llevarlo yo.

—Nos vemos mañana —dijo, sonriéndole a Jeongin para volver al ascensor—. Ha sido un placer, Lee Felix-ssi —se despidió, justo antes de que se cerraran las puertas.

—Uhum... —contestó con un ruido de su garganta.

—Ey, hyung...

—¿Quién es ese idiota?

—No es un idiota —defendió, escapándose de su abrazo.

El rubio tomó su muñeca y tiró de él hacia la salida del edificio. Si le hizo un corte de manga a la recepcionista o no era algo que solo Felix sabría. Caminaron en silencio hasta cruzar la calle y giró en la primera esquina.

—¿Dónde vamos?

—Lejos del idiota.

—Beomgyu no es idiota, es un buen amigo, nos conocemos desde hace muchísimo tiempo...

—Todos en ese edificio son idiotas y nadie huele a nada, es extraño e incómodo, mi lobo está desquiciado —gruñó Felix, reduciendo el ritmo de sus pasos para volver a mirar a su bonito omega.

—Son las normas de mi abuelo —susurró el chico avergonzado. El chef frunció el ceño—. Hay que usar inhibidores de olores para trabajar en las empresas Yang...

—¿Qué demonios? ¿Es esa mierda legal?

—Por supuesto que no. Pero bueno...

—¿Tú usas inhibidores? ¿Por eso nunca hueles a nada?

—No... —murmuró incómodo, zafándose de su agarre.

Siguieron andando hasta el aparcamiento en silencio. Se subieron al coche y salieron al tráfico de la tarde con la música baja y el susurro de sus respiraciones.

—Entonces, ¿cómo lo haces? ¿Cómo consigues que tu olor esté siempre bajo control?

—Práctica.

—Una mierda, Jeongin, tu aroma es casi tan fuerte como el mío, no hay práctica que consiga controlarlo de esa manera —bufó.

—Sí la hay.

—¿Qué práctica es esa?

—No quiero hablar más de eso. Si solo has venido para reñirme me bajaré del coche —replicó, repentinamente serio. Felix lo miró por el rabillo del ojo.

—He venido para que me cuentes qué demonios está pasando y por qué has desaparecido —contraatacó.

—No he desaparecido y no ha pasado nada. Estoy ocupado.

—Una mierda más. Empiezo a cansarme de que me mientas.

—No estoy...

—Ni se te ocurra decir que no estás mintiendo. —Su olor se disparó aún más, llenando el coche de un montón de feromonas enfadadas. Jeongin puso mala cara y abrió la ventanilla un poco para dejar entrar el aire frío de la calle.

—¿Qué quieres de mí?

—Que me digas la verdad de una puta vez. Voy a volverme loco pensando en qué demonios es lo que te pasa.

—¿No has pensado que igual no quiero contártelo? —gruñó. Jeongin de verdad había gruñido y eso era algo para lo que Felix, definitivamente, no estaba preparado.

—¿Y a Changbin sí? —exclamó, indignado, parando el coche junto a la acera y poniendo las luces de emergencia.

—¿Qué dices?

—¿Yo no soy digno de confianza y Changbin sí? ¿Qué diferencia hay entre él y yo? —preguntó, mirándolo directamente. Jeongin parecía rojo de ira y, al mismo tiempo, totalmente asustado.

—Me voy. —Felix fue más rápido, activando el cierre de seguridad.

—No vas a ningún lado hasta que me digas la verdad. Y me expliques por qué coño Changbin está por encima de mí, de Jisung o de cualquiera en tu escala de amistades.

—¡Que tengas cosas sin resolver con Changbin no es mi puto problema! —gritó el omega. Su olor salió de su cuerpo como una bofetada con la mano abierta. Felix se sintió igual de aturdido que si le hubieran golpeado directamente en la cara. Era tan abrumador y agresivo que su omega interior respondió luchando.

—¡Yo no tengo nada que resolver con él, sino contigo!

—¿No? ¿De verdad que no, hyung? Porque me parece que tu actitud es más porque estás celoso de que Changbin pase tiempo conmigo que de que yo no te haya contado una puta mierda que ¡no es importante! —El chico golpeó el salpicadero con un puño y gritó más alto—. ¡Arg!

Felix abrió los ojos por el impacto. Nunca, en el tiempo que había conocido a Jeongin, lo había visto así de alterado. Lo vio triste, tímido, divertido o taciturno, jamás así de enfadado. Nunca había dicho algo tan desagradable sobre él y sus feromonas nunca habían sido tan agresivas como lo eran en ese momento.

Algo en su estómago se apretó, acongojado.

—Innie...

—¡No! ¡Nada de Innie! —cortó bruscamente—. Es mi vida, es mi maldita vida, déjame tener control sobre algo de mi puta existencia, joder. —Su voz arremetedora se convirtió en un susurro roto. Hipó, llevándose las manos a la cara y Felix se sintió como una auténtica mierda.

—Innie, cariño —susurró, acercándolo en la incomodidad del asiento delantero del coche. El cinturón tiró de su cuello, pero no le importaba la quemadura si podía consolar a su pequeño omega desamparado—. Lo siento, siento haberte hablado así —se disculpó, acariciándole el pelo. El muchacho sollozó apretando las manos en sus ojos—. Perdóname, Jeongin, estoy asustado, te echo de menos, no quiero que te pase nada malo... Quiero ayudarte...

—Pero no puedes ayudarme —balbuceó.

—Puedo hacerlo y lo voy a hacer, Innie —afirmó, categórico—. Cariño... Vamos a cenar, te llevaré a comer lo que quieras, no importa el precio... Vamos a cenar y déjame quererte un poco...

—No...

—Déjame hacerlo, quiero estar contigo un rato, te llevaré a casa después o al trabajo o a donde quieras. Te llevaré hasta Busán en coche si quieres. Iremos al aeropuerto y compraremos un vuelo a cualquier sitio si hace falta —aseguró, dándole un beso en la coronilla. Lo sintió reírse entre llantos.

—Quiero pollo frito... —murmuró. Felix sonrió, apretándolo un poco más.

Se relajó gradualmente, al mismo tiempo que su olor iba desapareciendo de la cabina del coche. A Felix no le gustó eso, odiaba que no oliese a nada. Incluso cuando su aroma era tan potente, lo prefería por todas partes antes de no percibir nada. Continuó acariciándole el pelo durante unos minutos, dejándolo llorar, con el hombro apoyado en su pecho y las manos sobre los ojos.

Tenía el corazón roto, quería decirle que lo sabía, que entendía cuál era el problema, pero no podía traicionar la confianza de Changbin. Aunque no se hubiera portado bien con él, todavía le quedaba un poco de honradez.

—Mis hermanas estuvieron en Corea —soltó de pronto, buscando distraerlo—. Son un dolor en el culo...

—Seguramente serán geniales.

—No lo son. Los chicos las conocieron, hicimos una barbacoa aussie en casa de Chan.

—Ah, sí, vi las fotos en Instagram.

—Deberías haber venido...

—Estaba ocupado —contestó, enderezándose para apartarse de él, como si volviera a colocar la mampara de cristal que lo separaba del mundo. Felix lo dejó ir un poco a regañadientes.

—Ya...

—Háblame de ellas —pidió el chico, sacando un pañuelo de su abrigo para sonarse. El pecoso asintió y arrancó de nuevo el coche.

—Sarah es la mayor, es mandona y controladora. Minho y ella no se llevaron bien porque le dijo a Jisung que era más bonito en persona y lo abrazó. Y Minho hyung es un tarado posesivo —Jeongin soltó una risa aireada—. Y Violet es un grano en el culo. Es como todo lo malo de los alfas multiplicado por mil.

—Ya será menos...

—¡Le dijo a Changbin que quería cuidar de él! —contó—. Le dijo que quería "proveer" para él. ¿Te lo puedes creer? Como si Seo fuera uno de esos omegas anticuados. Está como una cabra.

—¿Qué dijo hyung?

—Por supuesto que no aceptó. Pero igualmente fue muy pesada. Me pidió su número de teléfono cuatro mil veces. Incluso lo agregó a Instagram —exclamó, entrando a la fila del restaurante drive-thru.

—¿Estás celoso porque tu hermana coqueteó con Changbin hyung? —preguntó, con una sonrisa malvada. Felix lo miró unos segundos, golpeado por su cara bonita hinchada por el llanto y la gravedad de sus palabras.

—Claro que no. Pero estaba dejándome en ridículo delante de mis amigos —mintió. Jeongin se echó a reír mientras se acercaban al altavoz y pedían una ingente cantidad de pollo frito y dos refrescos.

—Seguramente nadie pensó que era ridículo... Changbin hyung es un hombre guapo, es normal que le guste a la gente.

—Lo que sea —gruñó, avanzando para recoger el pedido—. ¿Tú tienes hermanos?

—No —contestó él. Felix le pasó la comida y salieron del restaurante para buscar un lugar donde aparcar y tomar el pollo mientras aún estaba caliente.

—¿Qué hay de tus padres? Siempre hablas de tu abuelo, pero no sobre ellos.

—No recuerdo mucho de cuando era pequeño —comentó.

—Ah... Lo siento.

—No te preocupes, hyung, tampoco sé mucho. Solo sé que mi madre, la hija de mi abuelo, era alfa.

—¿Qué le pasó?

—Mi abuelo nunca habla de ello. Pero sé que tuvo un accidente. Una de mis múltiples niñeras me lo contó. Ese día le pregunté a mi abuelo y la despidieron. Cuando fui un poco mayor lo busqué en la prensa. Encontré las noticias del accidente.

»Se llamaba Yang Heera, por el año de su nacimiento, era la primogénita de mi abuelo —Felix escuchó atento mientras masticaba un muslito. Era la primera vez que lo escuchaba hablar tanto sobre su familia y no quería interrumpirlo—. Encontré información sobre el accidente en línea, perdió el control del coche y golpeó contra una mediana. Ella conducía, iba con otra mujer en el asiento del copiloto.

»La chica se llamaba Yun Bada, no sé nada más sobre ella porque todas las noticias eran sobre mi madre. Ya sabes... La heredera del clan Yang... —bufó, dándole un mordisco al pollo. Felix le acarició el hombro con su codo para no manchar su traje.

—Lo siento mucho, Innie. Tiene que haber sido duro...

—Sí, bueno, hace muchos años de eso, yo tenía tres años cuando pasó. Hubo una época de mi vida en la que me obsesioné con ello, cuando me presenté como omega... —Tragó justo antes de soltar un profundo suspiro—. Tal vez Yun Bada era también mi madre, o quizá tenía un padre omega. No lo sé. Mi abuelo jamás me ha dicho una palabra sobre esto...

—¿No tienes más familia?

—Sí, tengo tíos, alfa. Tienen hijos, pero no soy realmente cercano a nadie. No se me permitía salir a menudo y solo nos encontramos en las cenas familiares.

Una extraña idea estaba gestándose en la cabeza de Felix. De repente, podía hacer un perfil general que explicaba todas las rarezas de Jeongin. Si su madre había muerto cuando él era pequeño, su abuelo tendría que haberlo criado. Y su abuelo era un pedazo de mierda de manual. Cada segundo que pasaba quería con más fuerza secuestrar a Jeongin y llevárselo lejos de esa maldita casa en la que estaba encerrado.

—¿No fuiste al colegio, Innie? —El chico se quedó parado, con el pedazo de pollo a medio camino de su boca. Negó con la cabeza, un poco avergonzado y dejó la pieza en la cajita que tenía sobre su regazo.

—Me educaron en casa.

—¿La universidad?

—Empecé la universidad un año antes de lo indicado y la acabé un año antes también...

—Me refiero a que si ibas a la universidad, no me interesa tu currículum, cerebrito —bromeó, pero los ojos rasgados de Jeongin no parecían comprenderlo—. Quiero decir que si hiciste amigos allí, si salías con ellos...

—Ah... No. Conocía a gente, hacíamos proyectos juntos, pero no solía salir con nadie... Mi abuelo me presentó a Beomgyu cuando estaba en mi segundo año, él acababa de empezar. Somos de la misma edad, pero, ya sabes...

—Sí, niño prodigio —ironizó. Jeongin asintió fríamente.

—Cuando... Cuando me marché de casa del abuelo... —murmuró—. Hyunjin me presentó a mucha gente. Él tiene muchos amigos... También estaba Suni y, claro, Jisung.

—¿Qué le pasa a tu abuelo con los Hwang?

—Mierdas económicas, son competidores directos en la línea de fabricación de cámaras para dispositivos móviles. Yang es una empresa tecnológica, los Hwang solo se subieron al carro hace unos veinte años. Antes solo estaban en el mercado automovilístico.

—¿Eso es todo? ¿Tu abuelo odia al pelotinto porque le roba clientes? —Jeongin se encogió de hombros, como si en realidad no tuviera ni idea de si era así o había algo más. Felix sabía perfectamente que había algo más.

El teléfono de Yang sonó ruidosamente. El chico se quitó uno de los guantes para contestarlo con una mueca de desagrado.

Harabeoji —saludó, tragando saliva como si tuviera un pedazo de cemento atascado en la garganta—. Salí a cenar con un amigo, perdóname... No... Lo siento, harabeoji —murmuró, avergonzado—. Ya estoy de camino a casa, estaré en la mansión cuanto antes. Lo siento otra vez, harabeoji...

—Se acabó nuestra cita, ¿verdad?

Jeongin suspiró, cerrando la caja en la que aún quedaba pollo y guardándola en una bolsa. Felix metió la suya también y salió del coche para tirar la basura a una papelera cercana.

Cuando volvió, el jovencito parecía taciturno de nuevo, el mismo Jeongin triste y apagado al que estaba acostumbrado. No el iracundo que le gritó una hora atrás, ni siquiera el dulce omega que se dejaba mimar aunque no era muy fanático del contacto físico. Era solo ese muñeco que controlaba Yang Doyun, el triste, miserable y pronto casado Yang Jeongin.

Felix arrancó el coche sin decir una palabra más. Dejó que lo guiara hasta la mansión Yang y le dio un apretón en la mano antes de verlo atravesar la verja exterior para caminar hasta la puerta en la que alguien lo esperaba. Le dio tiempo a ver al hombre mayor instando a su omega a entrar antes de que la superficie de madera se volviera a cerrar.

Rezó a todos los dioses que conocía porque su imprudencia no le costara a Yeongin un problema más.

—Te he dicho mil veces que me avises cuando vayas a llegar tarde —reprendió directamente su abuelo. Ni un "hola", ni un "qué tal estás", ni un solo "cómo fue tu día".

Y estaba tan cansado, tan profunda e irremediablemente cansado que creía que se caería de bruces en el recibidor de mármol de la mansión.

—Perdóname, harabeoji, no volverá a ocurrir —contestó, como un autómata, echando a andar hacia su habitación.

—¿Cuántas veces me dirás que no volverá a ocurrir? Sin embargo, sigue ocurriendo —insistió, siguiéndolo hasta el pie de las escaleras—. Te estoy hablando, Jeongin. Haz el favor de mostrar respeto.

El omega respiró hondo, volteándose y bajando la mirada a las zapatillas negras que llevaba puestas su abuelo. Eran feas, aburridas, terriblemente sobrias, como todo a su alrededor. Como esa casa, su habitación y hasta el traje que llevaba puesto. Como su vida: fea, aburrida, sobria. ¡Qué manera de odiar tan profundamente algo! ¡Qué estúpida forma de fijar su enfado en unas zapatillas, en una casa, en el mármol de los suelos, en las lámparas de araña y en sus sábanas grises! Ninguna de esas cosas tenía la culpa. La culpa la tenía él por permitir que lo trataran así.

—Solo salí a cenar con un amigo, harabeoji. Soy un adulto —susurró, con una valentía que no sabía de dónde había sacado. El alfa ante él resopló con indignación.

—Pues compórtate como uno. Tienes responsabilidades. Te marchaste del trabajo sin avisar a nadie con un amigo que no tenía una cita programada. Ese tipo de caos estará bien en otros lugares, pero no en las empresas Yang. Y si quieres formar parte de...

—Había terminado mi trabajo. Iba a tomar algo con Beomgyu y mi amigo apareció —interrumpió, levantando un poco los ojos para encontrarse con la mueca furibunda de su abuelo.

—¡No es excusa! —gritó el hombre. El corazón de Jeongin se agitó. Su abuelo se llevó una mano al pecho y respiró hondo, como si intentara calmar el suyo también. El omega se preocupó por su condición automáticamente, olvidando el momento rebelde, las ganas de pelear, su ansiada libertad y el sabor del pollo frito que persistía en su boca.

—Lo siento, harabeoji, te avisaré la próxima vez, perdóname —insistió, acercando la mano para ayudar al anciano. El hombre desechó su ayuda y se enderezó.

—Espero que no haya una próxima vez.

—Por supuesto...

—Y vete a ducharte, apestas a omega. Es asqueroso.

Jeongin apretó los puños y se dio la vuelta, subiendo las escaleras lo más rápido que pudo sin echar a correr. Se encerró en su habitación sin dar portazos, aunque quería destrozar la madera contra la jamba.

Felix no era asqueroso. Ser omega no era asqueroso. Felix era como un rayo de sol, brillante y bonito, pero podría quemar si pasabas demasiado tiempo con él. Tenía un olor abrumador y dulce. Era un omega que lo amaba, un amigo, una persona que lo apreciaba y se preocupaba por él.

No era asqueroso. Asquerosas eran las mentiras que decía Jeongin, meter a Changbin en medio, no ser capaz de huir, no saber qué más hacer para contentar al hombre que se supone que tenía que cuidar de él. Joder, la vida de Jeongin sí era asquerosa y no ese olor que lo impregnaba como parte de algo, como alguien a quien valía la pena conservar.

Con un suspiro lleno de lágrimas, se metió en la ducha para quitarse de encima el aroma que no quería perder.            

***

Estoy enferma, fueron carnavales y estoy ocupadísima.

Lo siento por la tardanza, navegantes.

¡Nos vemos en el infierno!

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