22: Let me help you

Despertó, era sábado y en teoría su día de descanso. ¿Cómo pudo pasar tan lenta la semana? Los días eran desgarradores y desesperantes; no veía la hora de salir de ese maldito hospital y pasar tiempo con sus hermosos cachorros. No había pasado un mes desde que los adoptó, pero eran toda su vida. Tres adorables perritos que un buen amigo le había regalado; los amaba con todo su corazón.

Mientras tenía a uno de ellos en sus brazos, llenándolo de besos y escuchando sus pequeños quejidos al no dejarlo irse, se preguntó qué estaría pasando por su diminuta cabeza. ¿Pensaría que era molesto y le gustaría morderlo para que lo dejara libre? Una risa escapó de él inconscientemente. Le dio un último beso en la oreja y lo soltó. Sentía algo raro en el pecho desde que despertó. ¿Estaría enfermo?, pensó Frank.

Frank, alfa y jefe del área de psiquiatría en el hospital de Nueva Jersey, uno de los más grandes de la zona, solía dar terapias solo para casos muy especiales y alguna que otra fuera del hospital. Llevaba ya algunos años trabajando en aquel hospital, 10 para ser más específicos, haber entrado en ese lugar a la corta edad de 24 años y sin tener idea de a lo que se iba a enfrentar fue difícil, pero nada como aquel día en el que conoció a cierto paciente de apellido Way.

Gerard Way, trabajaba en una repostería junto con su mejor amigo Ray, a quien conoció en la universidad, se habían vuelto inseparables durante los siguientes 5 años. Era un chico amable, demasiado tímido y sobre todo temeroso, odiaba salir a la calle, no le gustaba interactuar con la gente, odiaba todo lo que tuviera que ver con salir de su casa y sobre todo de su zona de confort, había sufrido acoso desde que estuvo en la secundaria por ser omega, siempre se justificó con que no fue su culpa haber nacido así, que él no lo escogió pero lo peor de todo es que eso solo intensificaba el acoso. ¿Por qué?, se preguntaba todos los días, sintiéndose miserable y sin darse cuenta cayendo en depresión por algo que jamás iba a poder cambiar.

Por muchos años tuvo miedo de las personas, de lo que eran capaces de hacerle o de lo que dirían de él, se aisló incontables veces al igual que intentó terminar con su vida, ninguna de esas cosas logró un cambio positivo en su vida pero tenía la esperanza de que algún día todo eso cambiaría, ¿lo haría después de conocer a cierto psiquiatra?

13 de enero

El día simplemente no podía ser peor para Gerard, pues al no tener el dinero suficiente para poder independizarse aún se veía obligado a vivir con su madre, aunque los anteriores psicólogos a los que llegó a asistir siempre recomendaron no dejarlo solo, ser una persona con tendencias suicidas no era fácil pero de verdad que hacía un esfuerzo por mantener una vida tranquila. Mientras su madre gritoneaba en la sala de estar, escuchó sus pasos acercarse, ¿Qué le diría ahora? Muchas veces era capaz de ignorarla pero también había excepciones, y le daba miedo lo que estaba a punto de escuchar.

Suspiró ante el sonido de la puerta abriéndose.

—Gerard, ¿qué hiciste en todo el día? Mira todo esto, eres un maldito irresponsable, ¿Cuándo va a ser el día en que me dejes en paz? Ya no quiero que vivas conmigo, solo estorbas. —¿Por qué era tan cruel? No entendía a qué venían todas esas palabras, él creía haber estado haciendo bien las cosas, limpiado como se le pidió, ¿había hecho algo malo?

Se levantó de su cama, ignorando por completo a su madre y corriendo al baño, su rostro lleno de lágrimas, su propia madre prefería tenerlo lejos

Millones de pensamientos pasaban por su cabeza en ese momento, quería que se callaran, que pararan, no podía dejar que uno de los arrebatos de ira de su madre lo pusieran en ese estado, ¿por qué siempre era contra él? Él estaba ahí para escucharla, no para que desquitara su enojo. ¿No era un buen hijo? ¿Su mamá no lo quería como para querer mantenerlo cerca de ella? ¿Cuándo había sido la última vez que su madre le había dicho que lo quería?

Incapaz de controlar emociones e incluso sus propias acciones, buscó entre los bolsillos de su pantalón encontrando una navaja que recién había sacado de un cúter; su mamá se lo decía siempre, tenía que dejar esa afición de querer tener montones de navajas a su disposición, un día podría terminar mal. Exactamente como estaban yendo las cosas era a lo que su madre siempre se refería.

Estaba desesperado, su brazo dolía tanto que era incapaz de moverlo y solo podía ver las gotas cayendo de manera persistente en las baldosas blancas del suelo, miró su brazo durante unos segundos, con la mente en blanco y tratando de pensar en una solución, ¿debería de pedir ayuda o simplemente limpiar y volver a su cama como si nada hubiera pasado?

—Gerard, cálmate y concéntrate —pensó, antes de abrir la puerta y llamar a su mamá, esto no lo iba a poder resolverlo solo.

A los pocos segundos la mujer ya estaba en el baño gritando enfurecida, pero ya estaba ahí para llevar a su hijo al hospital porque apesar de sus peleas, genuinamente quería ver a Gerard progresar y salir del estado depresivo en el que se encontraba; y es que cual dolor sería más grande para una madre que ver a su hijo sufrir, a ese ahora un adulto joven que en su momento fue un niño pequeño, un niño que adoraba estar con su madre y se la vivía con una sonrisa en su rostro jugueteando por la casa. Los recuerdos eran vagos pero muy valiosos para la mujer, jamás olvidaría todas esas veces en que llegaba un Gerard de tan solo 5 años a entregarle dibujos o cartas especialmente para ella, jamás habría un amor más puro que el de una madre a su hijo y quería que Gerard entendiera eso, apesar de las adversidades que se presentaban, él siempre tendría un lugar en su corazón y estaría ahí ante cualquier cosa.

Pasaron horas, desde las dos de la tarde hasta las casi diez de la noche.

—No te quiero volver a ver por aquí, porque entonces sé que mi trabajo no valdrá la pena.

Una mujer de rasgos asiáticos y voz grave entraba a la sala, mirando a Gerard mientras vendaba su brazo. Habían sido horas lo que tardaron para suturar aproximadamente 12 heridas en lo que era su antebrazo, horas que ya no le correspondía a la doctora pero que aun así se había quedado solo para ayudar al chico.

—Te voy a dar el contacto de un psiquiatra, es algo caro pero estoy segura de que podría hacer algún descuento especial, se llama Frank Iero. —Recibió una tarjeta con los datos correspondientes de aquel hombre, ¿Frank Iero? Podría jurar haber escuchado ese nombre antes.

—Gracias —dijo Gerard, viendo a la doctora salir y dándole el permiso para irse igualmente, no sin antes explicarle los cuidados que debería de llevar a cabo.

17 de Enero

Se removió con incomodidad, su brazo picaba bajo todo ese vendaje. Soltó un suspiro pesado y miró a su madre conducir hasta lo que sería el consultorio de su nuevo psiquiatra, hace años que no visitaba uno y quería saber si pasaría algo nuevo, algo que lo haría realmente querer cambiar. Tenía una corazonada, quizás esta vez las cosas saldrían bien, quizás ese hombre lo ayudaría hasta con su último recurso para salvarlo de sí mismo.

El aire helado de invierno golpeó contra su cuerpo al bajar del auto, inmediatamente dibujando una mueca de tristeza en su rostro, se sentía tan frío y vacío que únicamente quería volver a casa y terminar con todo eso, esas temporadas eran tan exasperantes para él porque las bajas temperaturas siempre lo deprimían demasiado, quería sentir algo de calidez.

Esperaba muchas cosas, menos que al entrar a aquella fachada una pequeña ola de perros lo recibiera, eran tan lindos e inmediatamente hicieron que se sintiera acogido. Era una casa, ¿por qué alguien daría una consulta en una casa?

—¡Hola! Eres Gerard... ¿verdad?

Inmediatamente volteó, algo lo llamo además de esa voz grave y atractiva, un hombre con traje negro sin corbata y con un peinado algo rebelde lo miraba con una sonrisa en su rostro, esa pausa significaba algo. Se miraron fijamente, había algo raro, sentía que podía mirar esos ojos durante horas sin cansarse, quería acercarse, quería saber si a quien miraba de verdad existía.

—Ah, por favor, pasa por aquí —habló el hombre mayor, invitándolo a una habitación donde había un escritorio, libreros repletos de libros de diferentes colores, algunos más coloridos que otros y dos sillas que lucían realmente cómodas.

Caminó hasta llegar al lado de una y sentarse, mirando todo a su alrededor antes de regresar la vista a Frank.

—Entonces, Gerard... ¿Por qué crees que deberías de estar aquí? —Frank cerró la puerta de lo que era su oficina—. ¿Te ofrezco algo de tomar? Hace frío afuera, puedo prepararte un café si así lo quieres.

—No me gusta el café, es muy amargo —respondió Gerard.

—Ah, pero eso se soluciona con azúcar... o leche, ¿cómo lo prefieres? —rió Frank, volteando a ver a Gerard, quien solo lo miraba fijamente.

—Si, me gusta el café con leche.

—Vamos progresando, Gerard —murmuró el mayor, saliendo de la oficina durante unos minutos solo para volver con una taza entre sus manos y un pequeño sobre de azúcar, entregándoselo al chico—. Me dijeron que eres muy cerrado, que te cuesta decir lo que en verdad piensas... ¿me dejarías ayudarte incluso si eso conlleva tener que hablar conmigo sobre cosas que nadie más puede saber?—

Su corazón dio un vuelco, ¿por qué se sentía así? ¿de verdad quería hacerlo?

—No estoy seguro.

—¿Y por qué no lo intentamos, Gerard?

Pasaron unas semanas desde la primera sesión, realmente no veía muchas veces a Frank, solo le tomaría unas cuantas más para que se considerara estable, pero había algo en aquel hombre que lo enloqueció.

"—Frank, ¿crees en las parejas predestinadas?

—¿Por qué lo preguntas, Gee? Supongo que sí, no lo sé.

—Creo que conocí a la mía.

—Oh... ¿de verdad? ¿y eso cómo te hace sentir?

—Bien, ahora siento que no importa lo que pase, si tú estás ahí yo sé que voy a estar bien.

—¿Si 'yo' estoy?

—Si, si tú estás"

Siempre lo supo, desde en el momento en el que vio a Frank, sabía que era él con quien estaba destinado a encontrarse, a quien estaba destinado a amar por el resto de su vida. Tuvo una discusión con Frank, era obvio que pasaría, porque según Frank eso no era para nada ético de su parte, que debió de haber sido un error, más con el paso del tiempo Frank se dio cuenta que era completamente imposible, estaban destinados a estar juntos por más mal que fuera.

—Creí que no era ético, Frank.

—Extraño cuando el único que hablaba aquí era yo.

—Me estás dejando tu saliva por toda la cara, Frank.

—¿Y lo malo? —dijo, riendo y repartiendo aún más besos en el pequeño rostro de Gerard.

—¡No me gusta!

—Sé cuando algo te gusta y cuando no, Gerard, conmigo no puedes mentir. —Sostuvo su rostro con una de sus manos y lo miró con detenimiento—. Hey, ¿cómo te sientes?

Frank no obtuvo ninguna respuesta durante unos minutos solo una vaga mirada por parte de Gerard.

—Bien, estoy tranquilo y... me siento, me siento muy cómodo con esto, es como... no lo sé, me gusta a donde está yendo todo y por fin no es el mismo ciclo de antes.

—Entonces hice un buen trabajo —murmuró Frank, acariciando la mejilla del menor antes de depositar un último beso en su mejilla.

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