15: Un ensayo de nuestro mundo extraño

Cuando Estados Unidos se vio envuelto en la Guerra Fría, no era solo cuestión de política lo que estaba en juego. Lo sé porque yo mismo estuve ahí. Conozco los horrores de la guerra, las imágenes, los cuerpos frescos siendo apilados de uno en uno y siendo llevados a una hoguera porque no hay más sitio para enterrarlos. El rostro de las autoridades, Ronald Reagan haciendo caso omiso a su pueblo, el Gobierno negando acusaciones que son más que obvias y señaladas. Los sonidos, tanto de disparos como de explosiones, y los gritos. Oh, Señor, los gritos son algo que en la vida dejaré de recordar. Tan desesperados a causa de la agonía. Pero no era la agonía física la que retumba en mis tímpanos a día de hoy, sino lo perturbadora que puede llegar a ser la ignorancia, que junto a la ambición, es capaz de crear catástrofes que se salen de nuestro entendimiento.

Como científico —y como ser humano, en general— me veo en la obligación de compartir mi experiencia. Este no es solo mi viaje, sino que junto a mi pareja, y he de darle créditos a mi molesto hermano Michael también, logramos sacar adelante a la tierra infértil de Nueva Jersey. Y como si fuera poco, salvamos a Nueva York y a toda la nación. Pero no quiero llenarme de elogios, este no es mi propósito, porque luego de vivir el infierno en la tierra, no hay ningún provecho al que sacarle a esto. Escribo por deber, no por decisión.

Soy un Omega común como cualquier otro, con un aroma empalagoso como me habrán dicho los de mi alrededor. En mi adolescencia me dediqué al estudio de la ciencia, fui, como bien dicen, un niño prodigio en mi campo. Estudié Ciencias Médicas y Experimentales y me gradué con honores a los veintiún años en la School of Medicine de Stanford, en el ochenta y dos. De ahí que mi carrera se vea estrepitosamente atormentada por la prensa, que intenta silenciarme a toda costa. Mi primer —y también el único— empleo como científico en el Gobierno, fue dentro de una agencia en Nueva York llamada "ECLIPSE BUREAU", por el acrónimo del inglés: «Laboratorio de Química Experimental y Servicio de Protección de Inteligencia». Hoy inexistente tras múltiples intentos por salir de la faz de la tierra. Pero quienes trabajamos ahí, los sobrevivientes, nosotros conocemos las atrocidades que se vivieron.

Es curioso saber que, pese al conflicto con Andropov y los soviéticos, fue una causa completamente desconocida para entonces la que amenazaba de muerte a las tierras americanas.

Por un tiempo estuve trabajando con el Doctor Brendon Urie; un Alfa con sus ideales bien colocados. Mi superior en aquel entonces, por quien me veía subyugado, incapaz de expresar mi punto de vista, que por más que sea objetivo, se veía cegado por el simple hecho de mi clasificación. Y es que nacer Omega condiciona a las personas a un estigma social del cual es imposible escapar. Y yo era un niño extraño para entonces. Mientras mis compañeros escuchaban a los Beach Boys, salían de fiestas y a carnavales, yo estaba metido en una oficina redactando reportes. Y aquí es donde entra el primero que llamó la atención. Que para sorpresa de nadie, también fue ignorado.

Trabajábamos en experimentos poco éticos, pero que para la época, pese a ser controversiales, también eran legales. Llegamos a utilizar seres humanos: niños y embriones, como si se tratase de ratas o monos —que eso es ya decir mucho—. Nuestra finalidad: crear cuanta cantidad de seres humanos sea necesaria. En un mundo en el cual las relaciones sexuales se deshumanizan y pierden todo el sentido de intimidad, nace una nueva corriente que pone de cabeza nuestros antiguos principios. Según lo que he leído en ciertos libros prohibidos, en las obras de Shakespeare como en pasajes bíblicos, la promiscuidad era una aberración, un pecado del cual arrepentirse y estar avergonzado. Todo lo contrario a la actualidad, que es presumible, ¡y dingo sea de admirar el ser con una vida sexual activa! Las personas querían sexo, pero temían mucho, temían cometer el error de hacer nacer a más Omegas como yo, y que la generación de Alfas terminase extinguiéndose. Y es por eso que decidieron crear Alfas desde cero, mentes brillantes con cuerpos físicos perfectos.

Los menos afectados fueron los Beta, aquellos disfrutaban de una vida plena y pacífica hasta el final de sus días. A menudo agradeciendo haber nacido así, ya que no tenían tanto trabajo por delante como los Alfas, y tampoco eran criticados por la sociedad como Omegas —no eran objetivo de burlas por tener un coeficiente intelectual bajo—.

Ya verán que extraño es que un Omega haya logrado llegar hasta donde está. Pero reitero: no es cuestión de orgullo. Hubiera deseado, como dijo un camarada antes de su sacrificio: «que me dé un aneurisma». Matar o morir en el intento, no había punto fijo, y las opciones no eran más que ilusiones. En el mismo tiempo en el que Michael Jackson se apoderaba del mundo de la música, en el momento de los hechos, solo seis años habían pasado desde la última muerte por guillotina. Pero si me lo preguntan a mí, sigo creyendo que hay muertes silenciadas, de esta y peores formas. El hombre no tiene criterio, y mientras tenga la cabeza perdida, estaremos obligados a vagar en la incertidumbre.

Al principio se pensó en una droga letal, o químicos por parte de los soviéticos, se teorizó mucho sobre un arma biológica que causaba diversos síntomas: migrañas repentinas, disociación, alucinaciones, dolores y espasmos musculares...

Solía ser escéptico, aunque mi viaje durante el ochenta y tres no fue solo físico, sino espiritual. No ahondaré en muchos detalles, pero digamos que la primera señal se dio en este informe. Uno de nuestros sujetos, un bebé de apenas veinte semanas de nacido presentaba anomalías en su genética. ¡Aquel contenía un cromosoma menos! Se conoce sobre casos en los que, al contrario, es uno que sobra y queda impar, sin embargo, aquello era un fenómeno, ¡algo digno de admirar! Maravilla, sí, pero, ¿a qué costo?

Como era de esperarse, el doctor Urie no me escuchó, ni a mi voz ni a mis escritos, que refutaban el porqué este niño podría haber nacido así. Lo llamamos "sin clasificación" porque no sabíamos si sería un Omega, un Beta, un Alfa o lo menos probable, un Delta. Dado a su temprana edad, nunca fuimos capaces de probar su inteligencia, aunque teorizamos que sería un ser extremadamente inteligente. Aquello se quedará en hipótesis.

¿Y cómo es que todo esto se relaciona con la crisis mundial? Pues, a lo que vengo, es la serie de acontecimientos después de aquel día. Y aquí es donde mi relato se vuelve más personal.

Porque sabrán, que antes de Omega, soy un ser humano, y como tal, tengo una vida personal. Conocí a Frank Iero, mi pareja, cuando iba a recoger a mi hermano de la preparatoria. Yo estudiaba en la universidad y él estaba cursando el último año. Cuando comenzamos a salir, él había ingresado en la Academia Americana de Artes Dramáticas, en la carrera de Artes Escénicas. Su aroma es llamativo hasta la actualidad, y pese a haberme acostumbrado a aquel, siempre resalta frente a los demás. Porque no es un tono amaderado como el de los Alfas, pero tampoco es dulce de leche como los Omegas. Tiene la mezcla de la canela y la menta, como un dulce de manzana. Es importante, aunque no lo parezca, resaltar este punto. Guardenselo para más tarde.

El mismo día que entregué el informe, Frank llamó al teléfono de la oficina de Urie con una extravagante excusa, la cual ya no recuerdo debido a la lejanía del tiempo. Pero aquello no es de gran interés. Me tomé la molestia de tener el resto del día libre, resulta que era mi cumpleaños.

Y lo sabía, yo no me quería quedar en casa y por poco vuelvo a trabajar. Pero de manera inconsciente, Frank me salvó de la muerte, y es probable que también de la destrucción del mundo.

Él siempre había tenido problemas con su clasificación, pues, al igual que yo, su comportamiento nunca cuadró con lo que le fue asignado. Su partida de nacimiento indicaba que era un Alfa; sus acciones, demostraban lo contrario. De todas formas, hoy somos mucho más abiertos en cuanto estos temas, y decidimos desligarnos de estos términos en cuando tuvimos la oportunidad. Hoy no somos ni Alfas ni Omegas, solo somos Gerard Way y Frank Iero, aunque claro, esto no siempre fue así.

El día siguiente a mi cumpleaños regresé a la agencia con el uniforme listo, y por más intenciones que tuve de entrar, noté cosas fuera de lugar. Al inicio no le di importancia, pues, al tratarse del Gobierno, soy consciente de los secretos que deben estar escondiendo, incluso a sus trabajadores. Yo en esos tiempos no llegué a un puesto tan prestigioso, si bien, mi promedio siempre fue el más alto, aquello no aseguraba que tuviera el mejor desempeño trabajando, más con el tema de las clasificaciones.

Había patrullas y vehículos militares por doquier, recuerdo, a lo lejos, avistar a Urie charlando con dos oficiales, y luego, un científico capturándome y silenciándome tras los matorrales. Aquel era Mikel Richards, mi compañero, no podré decir mi amigo, pero sí una persona que se martirizó por su pueblo. La sangre estadounidense siempre está muy orgullosa de defender sus ideales, incluso cuando estos están tan retorcidos que pierden sentido. Pero este no era el caso de Mikel, que traumatizado, me contó las atrocidades que había vivido el día que decidí ausentarme. Los estómagos de nuestros compañeros Omega, en sus propias palabras «como si se trataran de globos de feria», estallaron liberando jugos gástricos y todo su interior. Me veo en la necesidad de ser gráfico y respetuoso, pues mi objetivo es la visibilidad de este caso. Y ya que la noticia local se niega a darme la palabra, escribo este ensayo en un último esfuerzo.

Mikel era un tío tranquilo. No se esmeraba en su trabajo y a menudo hablaba de banalidades, sin embargo, aquel día me amenazó de muerte por protección propia, antes de que los soldados lo encontraran. Él me obligó a escapar, con la condición de no morir en el intento. Hoy cuento esto, así que esta sección va dedicada a él.

Su testimonio, aunque carente de pruebas, fue lo suficientemente útil para mantenerme pensando. ¿Por qué de un día al otro la zona estaba cubierta por militares? ¿Por qué amenazaban a los Omega?

No faltó mucho para enterarme de los rumores. Frank me lo contó todo cuando me volví paranoico y no me importó abandonar el Ford Mustang —que tanto me costó adquirir— en la carretera, solo para volver al apartamento y armar las maletas. Él comenzó a hablar de los síntomas. Me hizo escuchar el discurso de Thomas Kean junto a Edward I. Koch por radio y televisión y, como si fuese poco, también me hizo leer los periódicos.

Se le apodó O-17, y pese a parecer un compuesto químico común, nada tiene que ver con oxígeno, o tan siquiera con química. Al inicio pensamos que la infiltración de gas krypto y su efecto en los sujetos, así como en las madres, podría estar involucrada. Sin embargo, había demasiadas inconsistencias y tuvimos que dejarlo en teoría. Digo «teníamos» por el simple hecho de que éramos Frank y yo. Nosotros nos amábamos —y sé lo complejo de esta palabra, sé lo grosera y repugnante que puede llegarse a escuchar para algunos— pero en efecto, así era. No solo teníamos sexo para desligarnos de cualquier complicación. Teníamos nuestros métodos y fetiches para deshacernos de lo que nos aquejaba.

Pero volviendo al O-17..., no era oxígeno, sino la abreviatura para la palabra «Omega», y el número se debía al diecisiete de febrero del ochenta y dos. Reitero: en ese entonces, se creía que la fuga del gas krypto tenía relación. Hoy en día sabemos que en realidad, era algo mucho más macabro, una obra realizada por el mismísimo Satanás. Pero me estoy adelantando.

Claro que los falsos profetas nunca faltaron, así como quienes se echaban la culpa unos a otros, solo con el fin de causar más división. Dividieron a Omegas y Alfas, y la barrera entre Estadounidenses y Soviéticos estaba aún más marcada. Ilusos, todos —e incluyéndome en un principio— al pensar de manera racional. He aprendido que necesito abrir mi mente y considerar todo tipo de ideas, aún cuando éstas suenen descabelladas.

Frank se enfermó, y como temíamos por su seguridad, decidimos hacer el tratamiento —o al menos el intento— desde nuestro apartamento. Los infectados terminaban desaparecidos o muertos, un escenario dantesco por donde lo veas. Quisiera decir que no me duele, pero aún siento las punzadas que me provocó al corazón, Frank lo siente más que nadie. Reconozco que él también debería tener su participación en este ensayo, aunque luego de negar repetidas veces a mi propuesta, entendí que el trauma era algo tratado, pero no ido.

Al inicio fui escéptico: tomaba una cantidad innumerable de exámenes, test de sangre —donde descubrimos que Frank en realidad era un Omega—, radiografías improvisadas, suministro de sedantes y opioides. Sin embargo, por más pruebas que realizara, Frank seguía con los mismos síntomas y en ningún momento se mostró evidencia científica que demostrara su enfermedad. Ni siquiera al aplicarlo al ámbito neuronal; y luego de varias pruebas y pérdida de memoria a corto plazo, me di por vencido.

Nunca se lo comenté, pero el único plan viable en ese entonces era salir corriendo con las maletas, hacia algún pueblo suizo o en los recónditos Andes de Sudamérica. Nos cansamos del confinamiento, así como de la propaganda capitalista, pues las empresas no tardaron en auspiciar medicamentos que claramente, no iban a curar sino retener la enfermedad.

Cambié mi forma de vestir, me teñí el cabello y adopté un estilo mucho más relajado. Todo esto no era culpa de un capricho, quiero pensar que es así; porque comencé a notar cómo ojos ajenos me seguían en el transporte público, desde Nueva Jersey a Nueva York, en un mismo día. Y al siguiente, y al siguiente. Entonces supe que debía hacer algo al respecto para camuflarme. Retiré el dinero que me quedaba, adquirí cámaras de espionaje —que coloqué en mis prendas y otros accesorios—, micrófonos y cualquier herramienta que me permitiera conocer la verdad. También adquirí una Ruger Security Six. Solo faltaba conseguir lo más importante: el valor.

Pero solo faltó una señal, y Dios me la dio al ver cómo Frank perdía conciencia de su ser y mutaba a uno que físicamente no era intimidante, pero su fuerza y aspecto se vieron afectados. Y nunca creí en posesiones, pero puedo asegurar con toda la razón, con mis cabales bien colocados y por el simple hecho de ser testigo, que mi novio no era quien solía ser.

Estuve a segundos de morir, la causa: estrangulamiento. Tenía las manos de Frank haciendo presión como nunca antes lo habían hecho, él, habiendo recuperado sus fuerzas repentinamente y atentando contra mi vida. Sus ojos carecían de lo más importante: el iris y la pupila. Tal como la expresión: se pusieron en blanco, y en su lugar se formaron dos cuencas blancas.

Con el oxígeno abandonando mi cerebro, solo pensé en una opción para salir del agarre, y por más irracional que lo parezca, es debido a esa opción que hoy escribo esto. Por algún sitio leí que la conexión musical es mucho más profunda que las palabras, ya que ésta llega a áreas del cerebro relacionadas con la memoria. Y esto es lo que debía hacer, traer un fragmento de Frank a la realidad, crear consciencia. Y lo hice, canté con el poco aire que me quedaba. Agradezco a Anita Meyer por ser parte de la salvación del mundo también.

Con Frank consciente y un ente queriendo controlarlo, decidí que era suficiente y el coraje que tanto había estado buscando llegó a mí como la lluvia en Summit. Repentino, pero funcional. Ese mismo día me aseguré de que nadie me siguiera hasta llegar a las instalaciones de ECLIPSE.

Es curioso, muy curioso, destacar que gracias a mis capacitaciones de camuflaje logré esquivar las cámaras y la guardia. Y vaya que estaba plagado de militares. El problema fue cuando me topé con el doctor Urie; justo en la entrada hacia los laboratorios.

Había olvidado lo que era respirar, se sintió más fácil cuando Frank intentó estrangularme.

Estuve leyendo un poco a Freud y sobre psicología en foros baratos, así como en la biblioteca de Nueva York. Ahora bien, Urie nunca se enteró que el diez de abril asistí a la agencia, por lo que fingí demencia y logré salir ileso, al menos, hasta el momento.

Aún recuerdo el cómo soltó sus palabras, con vehemencia, aclarando que había enviado a Mikel y a su familia a cuarentena. Quise vomitar.

Pienso, en la actualidad, que la gente que se sale con la suya tiene trucos bajo la manga. No es solo cuestión de azar, sino que, como estarán a punto de enterarse, lo macabro y lo irracional, lo sobrenatural y el ingenio se unen para crear lazos invisibles, pero poderosos. Así es como Lenin llegó a conquistar Rusia, por medio de opresión y miedo, y claro, valiéndose de la ignorancia del pueblo.

Urie me dio un ultimátum: debía irme para siempre, o él mismo se encargaría de mí. Nunca fue explícito con sus palabras, pero sus gestos y la modulación de su voz fueron suficiente para hacerme saber que así sería. que si metía mi nariz en sus asuntos, terminaría igual —o peor— que Mikel y el resto de los Omega. Pero claro, no era solo cuestión de Urie, sino que involucraba a toda la comunidad científica de Nueva York. Y yo, con mi complejo de superioridad, creí tener la fuerza y preparación para hacerme frente a la realidad.

Nunca regresé al hotel ese día, y sabía que Frank tampoco la estaba pasando bien al estar dependiendo de una canción de Anita Meyer. Debía administrarle sus medicamentos, sedantes, no solo por su bien, sino porque no sabía qué tan violento sería capaz de volverse. Tenía una corazonada, y puede que no sea la mejor opción en cada caso, sin embargo, aquella vez tuve la razón. Y cómo deseé estar equivocado.

Di un par de vueltas a la zona, había conseguido más camuflaje, pero esta vez no entraría a los laboratorios, sino que sería un espectador, recopilaría información y avanzaría de a pocos. Debía ser precavido y si daba un paso en falso, no solo mi carrera estaría arruinada.

Y ahora les haré una pregunta: ¿ustedes han escuchado hablar sobre Mitra? Pues, registros históricos y culturales lo describen como un dios romano, aunque sus orígenes se remontan al 1400 a. C., durante el imperio persa, en el actual Irán.

¿Y qué tiene que ver Mitra en todo esto? Pues mucho, más de lo que debería.

Comenzaré por lo que sé. Se ha hablado de esta deidad, comparándola con Jesucristo debido a sus similitudes, y es que, según las creencias; Mitra descendió a los infiernos para resucitar tres días después. Es imposible no notar la cercanía a la historia de los cristianos, más aún tomando en cuenta que Mitra data desde hace tanto tiempo. En representaciones artísticas y culturales, Mitra es representado montando un toro y asesinándolo en un sacrificio, con un cuchillo.

En el mitraísmo, el sacrificio del toro era equivalente a la crucificción de Jesús en el cristianismo.

Volviendo a la agencia; ese mismo día esperé a que el sol se posara, y cayendo el crepúsculo, puse mi plan en marcha. Y me acerqué y caché tal cual reptil vigilando a su presa, entre el conjunto de arbustos, solo siendo testigos de mí la luna y las estrellas. Noté que habría más militares que en la mañana, y un aroma peculiar llamó mi atención. Era incienso, pero no cualquier tipo de incienso aromático. Era el aroma de una sociedad conjunta de Omegas, mucho más dulce que los Reese's, y más empalagoso que la brea. Pero aquel no era el único aroma filtrándose. Aquel estaba plagado de hierro y metales, se sentía húmedo, sentí cómo los químicos se juntaban con la naturaleza de la tierra. Entonces visualicé al doctor Urie en el terreno árido que daba a la entrada principal de ECLIPSE.

Y desde aquí cuento lo que pude apreciar:

Mantenía una antorcha en su brazo izquierdo, llevaba puesto el uniforme científico, pero con rayones escritos por todos lados —luego me enteré que en realidad se trataba de todos los nombres de nuestros compañeros Omega fallecidos—. En su cabeza, una máscara de león y para cuando se la quitó, reveló un rostro tan familiar, pero corrompido al mismo tiempo.

Urie estuvo un buen rato en la misma posición, a mi parecer, orando. Luego llamó a alguien y una persona apareció en el plano. Su vestimenta era idéntica a la del doctor, y para cuando el sujeto se quitó la máscara, dejó revelar de quién se trataba.

No muy conocido de rostro, pero con un nombre muy sonado por la época: se trataba de Andrei Gromyko, quien saludó con un apretón de mano, casi religioso, ceremonial, al doctor Urie.

Al paso de unos minutos, el terreno se llenó, tanto de científicos como de hombres a traje, pero todos con máscaras. Y por cómo se posicionaron, supe que había un rango.

Primero estaban los leones, los líderes y cazadores. Después estaban los cánidos: perros, lobos, coyotes; para pasar a las serpientes y finalmente, los cuervos. De estos había a montón.

Podría decirse que, en efecto, estaba presenciando un culto a Mitra. Tenían una estatuilla de mármol en frente, Urie comenzó un sermón que a muchos les recordará al dictador austriaco, quienes vivimos lo suficiente recordaremos sus hazañas durante el año treinta y tres.

Aquel decía algo así:

Familia, hoy es un día memorable para nosotros. Somos los elegidos por la luz de la verdad.

Y luego, una horda de aplausos coordinados se escuchó.

¡No dejaremos que nadie se oponga a nosotros! Sabemos la verdad tras la ciencia, ¡a los pobres niños! Viven engañados bajo el mando de Ahriman. No dejaremos que tan siquiera intenten frustrar nuestros planes.

La vida de Gromyko fue historia después de aquellas palabras. Al parecer, el pobre hombre no había cumplido con su promesa, y pese a no ser un santo, tampoco era Satanás.

Qué forma más ridícula de perecer, mediante la vergüenza y deshonra. Urie le quitó la máscara y la arrojó al suelo, manchándose de terracota. Los hombres enmascarados remangaron su brazo derecho, en donde se encontraba la marca de su clasificación. Un pequeño tatuaje que dejaba en claro que eran ellos quienes mandaban y gobernaban. La letra α en el antebrazo. Entonces Urie gritó:

¡Que empiece la cacería! Al mismo tiempo en el que le colocaban la máscara de un toro a Gromyko, y todos estos hombres, con lanza en mano, asesinaron al congresista. No les bastó con eso, sino que se encargaron de eliminar todo rasgo humano en él, y por si fuera poco, prendieron su cuerpo, todo esto con el fin de entregárselo a la estatuilla a modo de sacrificio.

Pudo haberse quedado en esta atrocidad, pero no fue así. Pude haber corrido lo más lejos hasta que sea el fin del mundo, encargándome de vivir el resto de mis días con Frank, desafiando las normas sociales que nuestros roles dictaminaban. Pude hacer tantas cosas, pero con el cuerpo pasmado y los ojos tan abiertos, que podría perfectamente salir rodando, presencie algo peor que la llegada de los aliens. Era un escenario postapocalíptico, era como estar en el último capítulo de la Biblia, solo que en lugar de haber ángeles tocando las trompetas, solo había caos y destrucción.

El cielo se partió en fragmentos que dejaron liberar una luz rojiza, casi enfermiza, el humo desprendido de Gromyko se elevó hasta llegar a esta apertura. Comenzó una tormenta, y nueve rayos rodearon al cuerpo.

Frank me comentó que lo vio, pero toda la descripción física que dio se limitaba a una especulación a base de su imaginación. Este ser que estuvo atacando y poseyendo a los Omega, el mismo que se metió y poseyó a Frank, estaba descendiendo del cielo.

Urie no dejaba de venerarlo, aunque pude ver el terror en el resto de participantes al ver tal aberración. No era un extraterrestre como Frank describió, era el mismo demonio. Un cúmulo de carne grotesca y cruda, sin embargo, no era grasa, sino que estaba cubierto por fibra, como si solo se tratara de un bulto de músculos. Con cuencas y dos puntos rojos como pupilas, y con la voz más grave que cualquier humano podría tener, se dirigió hacia el doctor.

Y luego volteó a verme.

Está claro por estos escritos que terminé huyendo, ya que el revólver que llevaba conmigo apenas servía como defensa personal, y no había manera en la que pudiera vencerlo disparando.

Entonces recordé a mi molesto hermano menor. Claramente, no podía ir al hotel y arriesgar a Frank. O a cualquiera que se estuviera hospedando ahí. Ese día me llevé de regalo tres agujeros. Dos en la pierna, uno en la espalda que casi me deja inconsciente. Pero eventualmente, llegué a la casa de mi hermano: Michael James Way.

Vagabundo, según él, un artista contemporáneo pero a mi vista, solo un drogadicto viviendo en un basural. Nunca nos llevamos bien, pero va, de esto no va el artículo.

Y algo que me pareció gracioso, fue el cuadro que tenía colgado en el corredor, una copia barata de El Eterno Dilema de la Humanidad: la Elección Entre la Virtud y el Vicio; de Frans Frankcken. El cielo hacia arriba, con Dios y sus arcángeles, los querubines y los santos; y hacia abajo: el purgatorio y el infierno. Recuerdo estar tan cabreado, que no dudé ni un poco en poner el cuadro del revés, justo como debería ser. Porque el cielo no era más que la ilusión de estar a salvo en una tierra corrupta.

Lo bueno es que tenía un plan, bueno, lo más cercano a esto. Obligué a Michael a tatuarme la α en la muñeca a cambio de veinte dólares. Y como el artista que era, también se dedicaba a cazar animales. Todo ese tema de la taxidermia siempre le llamó la atención, por lo que conseguir una máscara hiperrealista de león no fue tarea compleja.

Después de horas soportando el olor a muerto, y de las quejas e interrogantes insensatas de Michael, logramos terminar nuestro prototipo, y la máscara estaba lista. Entonces no lo pensé mucho. No había libros que indicaran qué hacer en casos como estos más que los de ciencia ficción, y como no solía leer nada relacionado a lo literario, recordé una antigua película sobre ovnis y el FBI: Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, a finales de los setenta. Y quién diría, que esa hora y media en la que Michael me forzó a verla al final sí serviría de algo.

Tenía todo lo necesario para la infiltración, así que tras un rezo —y sin saber si rezarle al cielo o al infierno—, emprendí mi viaje. Una vez en los matorrales, venía la parte más sencilla: evadir a los guardias. Y llegué a colarme en el laboratorio principal, el mismo que Urie tanto misticismo le metía y al cual nadie más que autorizados podían acceder. Pero aquí estaba, frente a un pizarrón y cálculos con fórmulas. No tenía nada de especial, nada más que una TV y asientos más cómodos, fuera de eso, no había ni sustancias sospechosas, ni artefactos peligrosos que indicaran que era digna de permanecer oculta.

Y bien, ¿cómo logré acceder a tan restringido lugar? La inteligencia es primordial, sin embargo, solo funciona cuando va en conjunto de la astucia —que es la inteligencia en su máximo esplendor, aplicada a la ley de vida y no a la logística—.

Por más que odie admitirlo, Michael hizo de las suyas al colocar una cámara y un micrófono conmigo, luego él veía todo lo que yo no podía, por lo que ambos estábamos atentos. Y bien, averiguar el pin de ingreso no fue tan difícil.

Para aquel entonces, ignoraba que lo que pasaba en el laboratorio estaba más conectado con Frank y el resto de las víctimas Omega, mucho más de lo que se tenía en mente. Y si la fuga del gas krypto fue una coincidencia, eso significaba que había perdido demasiado tiempo y energía en teorías inconclusas.

Pasó con las primeras víctimas, a quienes el pueblo tildó de drogadictos pero que después los encontraban con los órganos reventados. Algo que ninguna sustancia es capaz de hacer, incluso, a día de hoy. Los infectados comenzaron a escuchar voces, alucinaban y tenían pérdida de memoria a corto plazo, que luego pasaba a ser de largo plazo. Perdían fuerzas y dejaban de moverse, pero luego la recuperaban de manera inhumana, antinatural.

No pude evitar compararlo con los entomopatógenos: hongos parásitos, siendo su huésped un insecto. Esto era algo similar, solo que no tenía idea de que lo que controlaba a los Omega tenía conciencia. Y vaya, que demasiada.

Solo faltó dirigir mi mirada hacia el techo para darme cuenta de que ahí estaba la cuestión. Urie protegía aquel lugar como si fuese un santuario, y es que en parte, era cierto. Ni agujeros negros ni de gusano, era magia negra lo que presenciaban mis ojos. Un escenario infernal, desprendiendo una intensa peste hórrida, de donde salían los mismos gritos del inframundo. Casi podía escuchar los gritos de Satanás y los demonios festejar, mientras las almas perdidas suplicaban, a gritos afligidos y en medio de súplicas desesperadas; que las dejaran libres.

Y bien, que muchos me han querido callar cuando digo la verdad. Muchos, atribuyendo a que perdí mi sentido de la realidad, manchando mi reputación y tildándome de padecer demencia. Otros, a base de sobornos, con falsas promesas o con amenazas por parte de la prensa. Pero mi palabra sigue firme y conozco qué es lo que el pueblo estadounidense necesita saber. No solo como parte de su historia —que por tanto tiempo, han intentado manipular— sino también porque forma parte de la actualidad del hombre americano.

Luego de la disolución de la URSS, como bien sabrán, se sufrió una crisis económica y una serie de sucesos perjudiciales atentaron contra nuestra nación. Aquellos que somos lo suficientemente viejos sabremos a lo que me refiero, el cómo podría guardar conexión con los acontecimientos que dieron lugar el once de septiembre, en el 2001. Aquello marcó un antes y un después en la vida de los estadounidenses, y quieran admitirlo o no, de todo el continente americano.

Pero me estoy adelantando.

Justo encima de mi cabeza, pude ver lo que llamaría como un gran portal. No hay palabras científicas para expresarlo, es algo que se sale de las normas de la física y en sí, todo el campo científico. Una especie de remolino rojo, donde vi el mismo paisaje que presencié cuando aquella criatura mefistofélica hizo acto de presencia. No pasó mucho tiempo para descubrir que a éste lo apodaban Mitra.

Pero no el Mitra que conocemos, el que está en nuestros libros de historia y cultura, y del que podemos aprender mediante estatuillas y jeroglíficos, sino por un ser salido de las descripciones más crudas del noveno círculo de la Divina Comedia. Podía sentir la miseria de nuestra nación sufrir sin siquiera abrir los ojos. Pues no hacía falta verlos, ni a los niños ni a los ancianos, nuestros trabajadores y gente de bien. Víctimas en su totalidad, personas en las que no recaía nada de culpa.

Michael vio lo mismo que yo, y entonces pensé en darme por vencido. Con la sangre que hoy recorre mis venas, puedo decir que me sentí morir de una y mil maneras, y sentí cómo cada uno de nosotros, los Omega, pasaba por esta barrera de sufrimiento. Una despedida apocalíptica, casi poética pero no lo suficiente como para ser escrita en prosa. Supe que los gritos y el esfuerzo de nuestra gente no podían ser en vano. Y si moría, lo haría, pero en nombre de mi nación.

No por los Estados Unidos que el poder corrompió, el capitalismo, tanto como cualquier otra ideología extremista no me representa, y yo lo hago desde un punto más nihilista, sin embargo, no malinterpreten, no es un canto de derrota, sino que al contrario, si llegamos al mismo punto, todo da igual, y si todo da igual, será lo mismo luchar por nuestra vida que dejarnos vencer. Pero, si tenemos la oportunidad de luchar, ¿entonces por qué no hacerlo? En ese momento, quise defender al fantasma de una patria que se alzaba a base de susurros desde las sombras, a la voz de la mayoría oprimida. Justo como siempre ha sido. Y la lucha sigue a día de hoy, con nuestra visualización, nuestros derechos.

Por eso no me rendí, porque los científicos como Mikel y vidas desperdigadas como la de nuestros colegas, el doctor Bryar y la doctora Ballato, los infectados, las familias afectadas; no serían en vano.

Así es como llevé lo que me quedaba de cordura, y más por una corazonada, por mi complejo heróico, logré ingresar al portal. Incluso sabiendo que no era seguro y que, tal vez, no podría volver para contarlo. Michael tenía un plan de respaldo, y cuando perdimos la conexión, se forzó a dejar atrás su lado más primitivo —los sentimientos— y abandonarme en el vasto mundo del infierno; para dirigirse hacia el hotel con Frank.

He de decir, que muchos productores se esfuerzan por ser gráficos, por detallar a viva imagen lo que se vio y no se olvida. Sin embargo, reconozco también que ninguna interpretación se asemeja a lo que en verdad había detrás del portal. Es un misterio en el cual sigo trabajando junto a mi pequeño equipo anónimo. Lo que la población nombra como "leyenda urbana" se cobró decenas de vidas, por lo que reitero el hecho de ser respetuoso.

Los guionistas de cine, literatas o creadores de contenido lo hacen parecer más grotesco de lo que en verdad fue. A menudo exagerando con sus historias y descripciones gráficas que incitan al gore y a la explicitud. Sin embargo, aquí estoy para desmentir todo aquello, porque lo único que había detrás del portal era oscuridad.

Y qué da más terror que lo que acecha en la invisibilidad. El hombre ha evolucionado para detectar a sus atacantes y cazar a sus presas en el día, por lo que nuestra visión empobrece y nos hace torpes debido a la carencia de luz. En lo que muchos coinciden —y me debo incluir, porque he estado dentro— es en el chirrido perdurable que me acompañó desde que me adentré en el techo de ese laboratorio. Como el de fierros chocando unos con otros, campanas atonales, el sonido de algo mucho más grande que no podemos controlar. La amenaza de muerte frente nuestro.

Pero no pasó demasiado para notar que aquellos sonidos espantosos, no eran nada más que gritos agónicos desesperados, como si de personas hirviendo en carne viva se tratase. Y no. No eran demonios. Tampoco espíritus o cosas paranormales. Eran humanos, personas de carne y hueso —probablemente, Omegas— a quienes se les arrebató la vida de la manera más hórrida posible. Un acto macabro que solo podía salir de la mente de un degenerado. Un fetichista amante del sufrimiento ajeno.

Reconocí las voces, que alguna vez en vida solían escucharse mucho menos distantes. Es increíble cómo las circunstancias pueden cambiar la naturaleza del hombre.

Y mientras estaba atrapado en el portal —no por un impedimento físico, sino que por mi curiosidad—, una parte morbosa dentro de mí me llamó la atención: quería averiguar más sobre esta dimensión: ¿quién era el perpetrador? ¿Cuál era el motivo detrás de tal obra artística, digna de ser retratada por Francisco de Goya?

Y no faltó razonar más, yo —como estoy seguro, ustedes y todo aquel que haya prestado un mínimo de atención— llegué a la conclusión de que se trataba de ese tal Mitra. Y mientras más me adentraba, el túnel que me regresaría a la realidad se alejaba. Todo esto no habría sido así a no ser por la voz de Frank interrumpiendo mi pensamiento enfermizo.

No lo vi, pero sentí como un escalofrío recorriendo desde mi nuca hasta los pies, cada uno de mis nervios se tensaron al escuchar aquella dulce voz.

Y, ¿no es algo relatable? Roguemos al Señor, o a quien entendamos por nombre de "Dios" para que cosas así no vuelvan a pasar. Pero quiero que por un momento olvidemos todo y nos pongamos imaginativos. En una hipotética situación en la que la persona que más significado tiene para ti, tiene una enfermedad crónica y peor, desconocida y sin una posible cura; solo para descubrir que lo que estamos viviendo es un posible juicio final.

El exterminio de las razas, pero ésta no se rige más por colores o étnias, ni por clasificaciones o sexos. No distingue entre cosas tan mundanas a las que hoy le damos tanta importancia, sino que se apega al pensamiento de lo crítico y lo que entendemos con moralidad. Salva a las almas atormentadas y extermina a las corrompidas.

Pero claro, aquello era lo que conocíamos hasta conocer sobre el O-17.

Frank me llamó un par de veces. Un par de veces es suficiente teniendo en cuenta mi contexto. Entonces corrí hacia la voz, alejándome del punto de partida y perdiendo todo sentido de orientación. Para cuando creí haberlo alcanzado, ya no estaba más en dicho portal.

En su lugar, me encontraba rodeado de las cuatro paredes que me vieron enloquecer. Y en las que pronto verían mi cordura perder por completo. Porque una vez fuera Frank fue testigo, tanto como Michael, cómo en lugar de enciclopedias y estudios, el estante se llenaba con artículos y teorías conspirativas, sobre leyendas e historias de cultura, de civilizaciones e incluso, sí, llegué a comprarme una biblia.

Pero todo aquello sin dar respuestas concretas, que mis estudios e investigaciones prevalecen aún a día de hoy, tal vez bajo un misterio que nunca será resuelto y que, es mejor mantenerlo así. De todas formas mantengo mi camino en dirección a la verdad.

El encontrarme con Frank frente a esta habitación me hizo remontar todo el tiempo con el que había vivido a su lado. Desde los pequeños detalles a la vez en que nos conocimos, se iba formando en una recopilación barata que saltaba entre el momento presente y los recuerdos. Pero a la hora de ser consciente. Ahí estaba Frank frente a mí con los ojos magullados, cicatrices partiendo la piel, una mandíbula casi desencajada, y supe, que quien lo tenía controlado, era Mitra.

El misterio de la realidad alternativa en donde no existen límites físicos y en donde la ciencia es una banalidad sigue en pie, lo sé porque hubo un portal, también cabe la posibilidad de que aquel no haya sido el único: sostengo la teoría —aunque con falta de fundamentos— que cada víctima era, en sí, una entrada interdimensional. Como los agujeros de gusano, los infectados actuaban como material o «medio» por el cual efectuarse.

De ahí que este ensayo sea tanto científico como personal, y a su vez, caótico. Sin haber un modo específico en el cual catalogarlo, lo describo como un ensayo contemporáneo, en donde junto la realidad de lo conocido, con la filosofía nihilista de un mundo imperfecto. Fuera de mi alcance, no encuentro más respuestas, pero resumiré lo último que sé:

Frank fue uno de los pocos sobrevivientes esa noche, el veinticuatro de abril del ochenta y tres, un domingo, el cual decidí que era el indicado para ponerle fin a esto.

Sé que aparte de la fama de «difamador» o de «sin escrúpulos», también fui acusado de uno de los delitos más repudiados mundialmente; estoy hablando de la muerte de más de catorce Omegas, quienes «sacrificaron» sus vidas con el fin de salvar a la población. Se me acusará de genocida, ahora y en lo que me quede de vida, pero es solo el hecho de los medios y la propaganda nacionalista que, con el fin de asegurar su dinero y reputación, están dispuestos a mancharse con sangre ajena. Yo decidí salvar a Frank, pero tampoco tenía garantizado que saliera con vida. Asimismo ocurrió con el resto de las víctimas, a quienes nombraré por respeto en el orden en el que se les fue asignado. Tanto infectados como martirizados, comenzando con: el Dr. Raymond Toro, la Dra. Lindsey Ballato, el científico Mikel Richards, la ama de casa Bárbara Rodgers, el barbero Stephen Coyle, la niña Michelle Myers, el indigente Rob García, la inmigrante Daniela Delgado, el licenciado en física —y colega— Billie Joe Armstrong, el ministro de exteriores soviético Andrei Gromyko, el reportero Steve Miller, la asistente doméstica Regina Carbajal, el estudiante Mark Williams y la señorita Nicole Watson.

En conmemoración a todos ellos, tanto científicos como personas que vivían sus vidas normales fueron afectados de una u otra forma. Y no es que haya sido negligente como mis adversarios indican, simplemente, no tuve la oportunidad. Si estuviera en mis manos, habría hecho lo posible, sin embargo, seguir lamentando pérdidas que no estuvieron en mi poder, es en vano.

Ese domingo Frank logró recuperarse no únicamente con la música, sino con la ayuda de los recuerdos y su identidad. Fuera de estigmas, lejos de caer en el bloque en que su entorno le colocó. Frank fue clave esencial para cerrar aquel portal, llevando a cabo una despedida para las almas perdidas —aquellas que acabo de mencionar—, y acusando a Urie de conspiración y asesinato en primer grado. Hubo pruebas suficientes, sin embargo, este es un tema del cual no se habla debido a «inconsistencias». Más nosotros, los sobrevivientes, sabemos muy bien a qué se refieren los medios cuando emplean esta palabra. Me intentarán silenciar, más mi voz y voto seguirán en pie, mi posición no cambiará y mis ideales tampoco serán reemplazados. Mitra sigue vivo. Mitra se quedó atrapado en medio de los dos mundos y si Frank y yo seguimos vivos, es por cuestión de puro azar.

Aunque necesite martirizar, aunque vaya a la cárcel o me hagan hacer el servicio militar, aunque los rusos ya no sean una amenaza y al parecer la guerra haya llegado a su fin, nuestros ojos siguen abiertos ante la verdad, una mucho peor que nos da a conocer la imaginación. Pues, podemos ver que no estamos plagados de OVNIS ni entes paranormales, sino que podemos ver lo lejos que ha llegado el hombre como especie, para corromperse y unir lazos con los maestros de la ciencia, maestros que, no solo les basta con su alto intelecto, sino que, cegados por la corrupción y el dinero, han vendido su ser a los medios. Se han dejado caer en lo bajo y han dejado de ser humanos. Por eso digo que lo peor está en la sangre de uno, y sangre será lo que nos haga llegar al fin.

Por ahora, me mantendré al tanto de nuevas noticias. Terminando por fin, el intento de este ensayo. Un doce de abril de 2012.

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