04: The Kraken and the Dragon
—¿Por qué tengo que ser yo, madre?
El joven príncipe omega se encontraba de pie encima de un banquillo, mientras los más talentosos sastres del reino confeccionaban un traje a su medida. Su blanco cabello, corto hasta los hombros, característico en el linaje Targaryen, caía sobre sus hombros, la túnica verde de las más finas telas de Essos, con bordados dorados, resaltaba sus ojos avellana.
—Gerard —dijo despacio la reina Alicent mientras revisaba que el traje estuviese quedando perfecto—. Te lo he explicado ya. Sabes que de todos tus hermanos eres el más indicado para tener esta responsabilidad en tus manos... eres el más sensato de todos y el primogénito de mi difunto esposo, el rey Viserys.
—Entiendo la parte de tener responsabilidades... pero, ¿por qué soy quién debe casarse? —continuó quejándose—. ¿Por qué no casas a Aegon o a Aemond con alguno de los hermanos Velaryon, en lugar de a mi?
—Hay planes para todos, mi querido... pero tú, tienes el deber más importante. Créeme que tampoco estoy feliz de que deban casarse con los bastardos de Rhaenyra, mucho menos con ese... —Alicent siempre había despreciado a los jóvenes alfa de su hijastra Rhaenyra, debido a la cuestionable legitimidad de su nacimiento—. Pero así son las cosas. Es eso o la guerra sería inminente... y no queremos eso, ¿verdad?
—No... no lo queremos —dijo el príncipe resignado.
Los sastres se marcharon para terminar el traje del príncipe y que estuviera listo para la ceremonia de esta noche. Rhaenyra junto con sus cuatro hijos: Joffrey, Jace, Luke y Frank Velaryon. Este último era el hijo mayor, con quién estaba ahora prometido. Gerard recordaba a su sobrino cuando entrenaban juntos de niños. Era apenas un par de años menor que él. En ese entonces solo era un chico enérgico, siempre saltando por todos lados, blandiendo su espada de madera y buscando problemas.
Gerard jamás fue así, ni siquiera como sus hermanos alfas quienes también estaban interesados en los combates y las contiendas, a diferencia de él. A Gerard le gustaba pintar, coleccionar flores, escribir y leer. Era mucho más afín a su hermana Helaena, quien era omega como él. Aún así los amaba mucho a todos. De joven se sintió como una decepción al ser el primer hijo del rey y ser un omega, pero su padre lo amaba tanto, que jamás lo hizo sentir menos. El problema real era que la mitad del reino lo quería a él como su rey y la otra mitad quería que su media hermana alfa, Rhaenyra, tomara el trono.
Era una pena que no hubiera nacido alfa, pero tampoco le interesaba mucho ser rey, y mucho menos se interesaba en el matrimonio.
Al encontrarse el reino a punto de verse sumido en un conflicto que pudiera acabar en guerra, Rhaenyra y su abuelo Otto Hightower, decidieron que lo mejor era casar al primogénito omega del rey Viserys, con el primogénito alfa de Rhaenyra. Apenas hacía unos días su madre y abuelo le habían comunicado esta decisión... aunque él ya lo sospechaba.
Después de ponerse su nuevo traje, salió a las afueras del castillo junto con sus hermanos para recibir a la familia de su media hermana.
—¿Listo para conocer a tu futuro rey? —su hermano menor, Aemond, se paró a su lado, mientras esperaban la llegada de la familia de su media hermana.
—Por supuesto que no estoy listo... ni siquiera estoy seguro de que le pueda gustar.
—Él será el rey y protector del reino —dijo Aemond—. Creo que en estas situaciones se podrían dejar de lado cosas tan cursis como "gustarse".
A pesar de ser el menor, Aemond era el más frío y calculador de sus hermanos, mucho más reticente de mostrar sus sentimientos, pero de igual forma había cariño y un lazo de hermandad qué los unía.
—Además, eres el deleite del reino —mencionó su hermana Helaena.
Un título que con honores le había arrebatado a su media hermana mayor, al convertirse en el ser más bello de King's Landing, admirado por alfas y omegas por igual, tanto doncellas como caballeros no podían negar la inmaculada belleza del príncipe. ¿Cómo no podría gustarle?
—No lo sé —respondió su otro hermano, Aegon, quien era un poco más relajado y menos serio que sus hermanos. Al ser el primer alfa varón de su padre, sería lógico que el reclamo del trono fuera suyo, pero su madre y abuelo nunca lo dejarían reinar—. Frank Velaryon es un pirata, un navegante. Ya sabes lo que dicen, los piratas han visto bellezas extravagantes a lo largo de todo el mar angosto, en las ciudades libres, como Lys. Probablemente ha visto hasta alguna sirena...
—¡Basta! —dijo Gerard ante las risas de Aegon, incluso vió a Aemond hacer un intento de sonrisa traviesa.
—Están poniendo más nervioso a Gerard —dijo Helaena—. Te ves precioso esta noche, hermanito. Seguro no te será indiferente.
El príncipe Frank había arribado a King's Landing, junto con su madre y hermanos. Ellos volaban en sus respectivos dragones, excepto por él, quien venía en su propio barco. Frank Velaryon nunca había sido jinete de dragón, él era el heredero de Drift Mark, nieto y sucesor de Corlys Velaryon. "El Kraken", como era conocido el alfa, tenía todo el aspecto de un pirata.
Gerard poseía un dragón joven, no era jinete, pero aún así, había reclamado un dragón en el que había volado solo una vez. Se dio cuenta que lo suyo no era volar, sino pintar. Le encantaba el arte y el dibujo. Su dragón 'Nightdreamer', mucho más pequeño que el de sus hermanos, se encontraba siempre durmiendo en los jardines alrededor del castillo.
Cuando Frank bajó del barco, Gerard quedó sorprendido al verlo, incluso de lejos era evidente lo mucho que había cambiado. No era más el chico hiperactivo que había conocido en su adolescencia, quien incluso era más bajo que él, ahora era un hombre, unos centímetros más alto que él, fuerte y mucho más tosco que antes.
El príncipe Frank bajó de su embarcación, llevaba una camisa de algodón, doblada hasta los codos, botas negras y pantalones oscuros. Gerard alcanzó a ver su brazos llenos de cicatrices y tatuajes.
Se acomodó la camisa y se puso un elegante saco qué hacía juego con sus pantalones. Tenía el cabello negro y corto de los lados, del mismo color que sus hermanos menores, pero a diferencia de ellos, sus ojos eran color verde.
Caminó con una sonrisa muy seguro de sí mismo hacia el príncipe Gerard quien sentía como sus manos sudaban y sus piernas temblaban. Estaba mucho más apuesto de lo que nunca hubiera imaginado.
—Mi príncipe —dijo Frank Velaryon, haciendo una exagerada reverencia hacia él—. Es un honor poder verle de nuevo.
Gerard identificó enseguida el aroma del hombre, tal como lo recordaba, olía a madera de pino y ahora mezclado con algo más... la brisa marina, la arena, la sal del mar.
Frank miró de arriba a abajo a su nuevo prometido, el deleite del reino, el príncipe dragón, sin ningún tipo de recato o discreción. Se acercó para tomar su mano y besar el dorso de esta. Gerard sintió un escalofrío recorrer toda su mano hasta su brazo.
El omega retiró la mano, cubierta de anillos, con delicadeza y le sonrió tímidamente.
—El honor es mío, mi príncipe, ¿fue agradable su viaje? —preguntó tiernamente.
—Lo fue. Estaba ansioso por llegar y poder verle de nuevo. Los rumores dicen que usted es el deleite del reino, el omega más bello de los siete reinos, pero permítame decirle que tales rumores no le hacen justicia a su belleza, joven príncipe.
—Me halaga, príncipe Velaryon. Agradezco su presencia aquí.
Los hermanos de Gerard veían con reticencia a Frank, y con un poco de celos. A pesar de ser el mayor, era su hermano omega, y eran demasiado protectores con él.
—Nos da gusto tenerte de vuelta en King's Landing. Espero podamos entrenar juntos pronto —replicó Aegon.
—Será un placer poder mostrar mi valía en un combate contra mis futuros... cuñados. —dijo Frank con una sonrisa coqueta dirigida hacia Gerard—. Estoy enterado del acuerdo que se ha hecho. Quiero decirle que soy un hombre directo, no me andaré con rodeos. No puedo esperar para cortejarlo, querido Gerard.
El príncipe Gerard quedó mudo y respira hondo antes de hablar.
—Le deseo suerte con ello, mi príncipe —dijo con un tono un poco altanero—. No será fácil.
—No esperaba que lo fuera. Pero espero contar con la gracia de sus hermanos.
—Supongo que no tenemos otra opción, príncipe —dijo Aemond.
—No, supongo que no. Pero permítanme decirles que mis hermanos y yo nos encontramos a sus pies y a su servicio. ¿No es así, Jace?
El hermano menor del príncipe, se acercó e hizo una reverencia hacia los hermanos Targaryen.
—Sus altezas—dijo el príncipe Jacaerys. Era igual de alto que Frank, pero su cabello caía delicadamente en sus hombros, formando rizos. Le dirigió una mirada coqueta a Helaena. Parte del acuerdo de la tregua tenía que ver también con la unión entre la princesa Helaena y él, quienes pronto también serían unidos en matrimonio.
—Ha sido un honor volver a verlos. Ahora, sí nos permiten retirarnos a nuestros aposentos, príncipes, princesa—dijo Frank haciendo una reverencia exagerada y siguiendo a las doncellas que le mostrarían su nueva habitación.
Gerard partió también hacia sus aposentos, se encontraba abrumado por el reencuentro con Frank y lo intimidante qué se veía. Su hermana Helaena lo alcanzó y cogió del brazo, caminando a su lado hasta sus aposentos.
—Y bien querido hermanito, ¿qué te ha parecido el príncipe pirata? —dijo ella con una sonrisa traviesa.
—Eh... supongo que esta bien. Se ve que es al menos es... gentil y educado.
—No mientas querido Gerard... está endemoniadamente guapo —dijo ella riéndose.
—¡Helaena! —Gerard la reprendió—. Por los siete, no digas esas cosas, si madre te escucha nos enviará al septo a rezar por horas.
—No puedes decir que no lo está, ¿viste esos brazos? Incluso creo que Aemond y Aegon estaban celosos...
—Shhh... Claro que los vi Hely... pero por favor ya deja de decir eso —llegaron a su habitación y cerró la puerta detrás de él, para que nadie los escuchara—. ¿Y qué tal tu querido príncipe Jacaerys? Él también se veía apuesto.
—¿Verdad que sí? Agradezco a nuestra madre y abuelo por este arreglo y por prometernos a hombres tan apuestos.
—Por el bien del reino —dijo Gerard tratando de ser serio.
—Por el bien del reino —repitió ella.
Las criadas llegaron a nuestra habitación para asistirlos mientras se preparaban para las festividades de esta noche, y la bienvenida de los príncipes a King's Landing. Peinaron el cabello platinado del omega, el cual era mucho más corto que el de sus hermanos y colocaron los más preciosos anillos en sus dedos y luego le ayudaron a elegir el atuendo adecuado.
—Tal vez algo menos modesto para esta noche —dijo Helaena sacando algunas camisas de su ropero de madera.
—No lo sé... no quiero parecer desesperado por atención.
—Nada de eso, hermanito. Pero hay que dejar el recato por una noche. Oh, ¿qué tal está?
Helaena sacó una camisa de seda del ropero, era preciosa, con tela de color azul claro, semi traslúcida.
—¿No es demasiado reveladora? —preguntó Gerard.
—Claro que no. Te quedará perfecta —dijo ella antes de continuar con su cabello.
Gerard tomó la suave camisa entre sus manos y procedió a ponérsela. Se ajustaba perfectamente a los delicados músculos de sus brazos, y su torso delgado. Decidió combinarla con botas y unos pantalones de terciopelo.
La primera actividad del día era la organización de una justa en honor de los príncipes Velaryon. Gerard odiaba ese tipo de combates llenos de hombres gritando y peleando. Tuvo que verse en la obligación de sentarse en una de las gradas al lado de sus hermanos. La reina Rhaenyra se encontraba sentada frente a ellos.
—Es un honor volver a verle su alteza, mi querida hermana —dijo Gerard haciendo una pequeña reverencia con su cabeza.
—El gusto es mío, querido hermano. Siempre es un placer volver a verte —dijo ella con una cálida sonrisa.
El torneo empezó. Gerard estaba aburriéndose viendo a un hombre tras otro derribarse en combate hasta que tocó el turno de Frank. Lo vio colocarse una armadura plateada con motivos de escamas, era realmente preciosa. Tomó el casco y antes de acomodarlo en su cabeza, miró en dirección de Gerard. Fue por una fracción de segundo, y el príncipe pudo ver al pirata levantar un lado de la comisura de sus labios para sonreírle.
Frank cabalgó lentamente hasta la grada donde Gerard se encontraba y tendió su lanza frente a él.
—Mi príncipe, me deleitaría contar con su favor en este combate.
El príncipe Gerard se ruborizó, se agachó para coger una corona de flores de la canasta que tenía frente a él.
—Por supuesto, mi príncipe —dijo acercándose a la orilla de la grada y depositando la corona de flores en la punta de la lanza—. Suerte.
El descarado príncipe Frank le lanzó un beso a su prometido y cabalgó hasta el principio de la línea, al otro extremo de su oponente.
Gerard estaba verdaderamente preocupado. No era una pelea real pero muchas veces los caballeros podían resultar bastante heridos en estos torneos. Vio a su príncipe galopar a toda velocidad, siendo él quien dio el primer golpe a su oponente, pero no logrando derribarlo.
Frank no titubeó y a pesar de recibir varios golpes, logró derribar a su contrincante al cuarto intento. El otro caballero salió despedido de su caballo hacia el suelo. Gerard vio cómo derribó a un caballero tras otro en los siguientes combates del día, coronándose vencedor.
El príncipe Frank bajó de su caballo, se quitó el casco y Gerard se horrorizó al ver cuántos golpes y heridas tenía. De su boca salió un hijo de sangre pero a él pareció no importarle. Tomó la corona de flores de laurel qué le ofrecieron como señal de triunfo y la colocó en la punta de su lanza, caminando hacia la grada donde se encontraba Gerard.
—Para usted, dulce príncipe —dijo con una sonrisa sangrienta—. Rey del amor y la belleza.
Los asistentes aplaudieron al ver a su alteza ser coronado como Rey del amor y la belleza en el torneo. Era la tradición que al omega elegido por el ganador se le concediera ese título simbólico y Gerard se encontraba extasiado al recibirlo. Sus mejillas se enrojecieron.
Vio como Frank se alejaba hacia las tiendas de campaña que solían colocar a los alrededores para que los soldados pudieran ensamblar su armadura y descansar entre combates. Gerard casi saltó de su asiento y decidió ir a buscar a Frank. Se puso la corona en la cabeza antes de levantar la carpa dónde lo vio entrar.
Frank se encontraba de pie frente a una mesa, dándole un gran trago a una copa de lo que parecía ser vino. Su escudero se encontraba retirando su armadura.
—Mi príncipe... —dijo Gerard entrando con cautela—. Quise venir a ver como se encontraba.
Frank le sonrió con su labio aún sangrando un poco.
—Que considerado —dijo riéndose y luego escupió hacia un lado en el suelo. Gerard se estremeció un poco ante ese acto que consideraba de muy poco gusto—. Me encuentro perfectamente pero gracias por venir príncipe.
Le hizo una seña a su escudero para que los dejara solos. Tomó la copa y la acercó a Gerard indicando con un gesto que tomara. Gerard la miró, un poco inseguro.
—¿Qué pasa? —preguntó Frank.
—No suelo tomar mucho.
—Bueno, no le vas a rechazar una copa de vino a tu futuro príncipe, ¿verdad?
Gerard dudó un poco, pero al final aceptó la copa entre sus delicados dedos y le dio un sorbo. El sabor era fuerte y amargo y enseguida sintió como si quemara su garganta al ingerir.
—Tengo que retirarme, mi madre se volvería loca si se entera que estuve aquí solo con usted.
—¿Tan rápido te vas? —dijo Frank con un toque de decepción.
—Podremos encontrarnos más tarde.
—Creo que el campeón del torneo se merece un premio de su futuro esposo, ¿no lo crees?
—Un premio —repitió Gerard—. ¿Cómo qué?
Frank se acercó y tomó el delicado rostro del príncipe. Gerard nunca lo había tenido tan cerca, podía ver su cara delicada y fuerte al mismo tiempo, como esculpida por los dioses de los mares. Frank fijó la mirada en su príncipe, el rostro suave y delicado, como el de un ángel y por fin se animó a besarle, suave y lento, como él nunca había besado antes.
No estaba acostumbrado a demostrar amor, y había habido todo tipo de criaturas con quienes había compartido acercamientos íntimos, pero no había nada que despertara en sus entrañas una fe y una dulzura tan poderosa. Serían los ojos verdes, o la piel suave como la seda del príncipe que lo hipnotizaba.
Era difícil de explicar y de comprender incluso para él. Cuando el beso terminó, dio un paso hacia atrás un poco abrumado. Gerard lo miró con una expresión preocupada y Frank temió por un momento que no hubiese sido un beso placentero para él.
—¿Pasa algo? —preguntó el pirata, y Gerard pasó la lengua por la comisura de sus propios labios.
—Aún está sangrando —dijo Gerard, y Frank entendió que estaba saboreando su propia sangre, compartida durante el beso. Se sobresaltó un poco, aunque no le desagradó del todo.
Frank pasó la mano por su labio sintiendo la tibia sangre mezclada con la saliva del príncipe de cabellos platinados.
—Permítame —Gerard sacó un pañuelo de su camisa y limpió la sangre del labio de su alfa. Un gesto tierno y caballeroso.
—Que amable y dulce es, mi príncipe —respondió Frank sosteniendo la mano del omega.
Gerard extendió su mano para entregarle el pañuelo.
—No hay de que. Puede conservarlo si quiere —Frank tomó el pañuelo bordado con las iniciales del príncipe omega "G.T." y lo acercó a su nariz para dejar fluir su dulce aroma y capturar todo lo que pudiera, olía a vainilla, a bosque, dulce y fresco. Como nada ni nadie que hubiera percibido antes.
Gerard le sonrió de la forma más coqueta que pudo antes de retirarse de su campamento.
Mientras los días pasaban y la boda se acercaba, Gerard se encontraba ocupado, realizando todos los preparativos, siempre le había gustado ayudar a su madre a organizar los banquetes del castillo, pero ahora se trataba del más importante. Frank salía de vez en cuando a capturar los mejores peces de los océanos cercanos, mismos que se servirían el día de la boda y también alimentaban a la población del reino. A Frank no le gustaba relegar las labores pesadas a sus trabajadores sino que le gustaba realizar todo por él mismo.
Gerard lo observaba descargando las pesadas redes repletas de pescados, sudando y ensuciándose las manos él mismo. Él podía pasar horas mirándolo, mientras trabajaba. No era el príncipe ,con quien él había soñado, elegante, pulcro y llegando en un corcel a rescatarlo... pero aun así, no sentía aversión hacia él. Lo noto cuando su preocupación fue creciente al observarlo combatir con otros caballeros. Y aunque le costaba aceptarlo, estaba enamorándose de él, lo cual era raro ya que el enamorarse no era un requerimiento en los matrimonios de este tipo.
—¿Cómo estás, príncipe? —Frank se acercó a saludarlo. Olía a pescado fresco y a la sal del mar. Y a sudor.
—Me encuentro bien, gracias —dijo Gerard observando cómo escupía hacia el suelo. Y ahí va otra vez, por la borda, todo el romanticismo que había sentido por él hacía un momento. Gerard no ocultó su gesto de desaprobación.
—¿Te da asco que haga eso? —preguntó Frank quien parecía totalmente divertido ante la situación.
—No es algo propio de un príncipe —dijo Gerard un poco desafiante.
—Bueno, tampoco es como que estoy cortejando a la princesa más refinada de todos los siete reinos como para comportarme a la altura, ¿verdad?
—¿Qué estás insinuando? —dijo Gerard ofendido.
—Exactamente lo que crees, príncipe. Te comportas bastante delicado y recatado en mi presencia pero no eres un santo. Sé que disfrutas las miradas de todos los hombres de aquí, y coqueteas con todo ser viviente qué se te atraviesa. Supongo que es algo común en los omegas.
—Estás siendo grosero.
—¡Por supuesto que no! —dijo Frank riendo—. Estoy siendo realista; pero no te preocupes que conquistar al 'deleite del reino' es un honor para mi.
—Y entonces supongo que sabes mucho sobre omegas y sobre coqueteos.
—Oh, por supuesto. Se podría decir que soy un experto en eso, he conocido montones como tú, y sé de sus artimañas. Créeme que estoy bastante experimentado en ese ámbito.
—Creo que no debería hablar de sus... experiencias, en mi presencia. No es adecuado.
—¿Y por qué no? ¿Si vas a ser mi esposo, no deberías saber todo de mi? Te sorprenderías de las historias que tengo para contar. Montones de omegas han pasado por la cama de mi camarote.
—¿Incluso sirenas omegas? —Gerard preguntó haciendo alusión al rumor de que había tenido sus amoríos con criaturas no humanas también.
—Bueno, eso lo dejo a tu imaginación príncipe, digamos que las sirenas no pueden entrar en mi barco... pero yo soy buen nadador. Así que no hay límites.
Gerard abrió los ojos sorprendido y ofendido en igual medida, cerró su abanico de mano y lo golpeó un par de veces en el brazo. Frank soltó una carcajada.
—Qué fácil es hacerte enojar, y cómo lo disfruto. Y como voy a disfrutar de tenerte toda la vida junto a mi solo para molestarte.
Gerard no pudo contestar porque el alfa se alejó aún. No había duda que este hombre tenía la habilidad especial para ponerlo a temblar de nervios y de coraje por igual. Aunque Frank se esforzaba por parecer mucho más como un príncipe encantador, simplemente no era algo que saliera natural de él. Aún así estaba decidido a dar lo mejor de sí mismo.
*
El día de la boda había llegado. Frank intentó con todas sus fuerzas verse como el apuesto príncipe que Gerard se merecía. Incluso permitió que las doncellas peinaran su rebelde cabello.
—Te ves muy apuesto, hijo mío —dijo su madre la reina Rhaenyra—. Tu matrimonio traerá paz y tus cachorros serán el linaje y la herencia de paz de nuestro reino.
—Gracias madre —dijo besando sus manos.
La reina colocó un broche de oro en la parte frontal de su traje nupcial, con forma de dragón, sus ropas elegidas para ese dia eran elegantes y adornadas con los colores de su casa: rojo y negro. Frank nunca solía vestir así pero la ocasión ameritaba un esfuerzo extra.
Caminó del brazo de su madre hacia el gran salón donde del lado izquierdo le esperaban sus hermanos y su padrastro Daemon y del lado izquierdo, los hermanos de su prometido. Frank se giró y contempló a su omega entrando al salón del brazo de su madre Alicent, caminando hacia él.
Y ni los más bellos paisajes, las islas más hermosas, las criaturas más preciosas que había visto en los siete mares igualaba la belleza de su novio. Era una visión hechizante, más que los cantos de cien sirenas.
Frank parpadeo tratando de captar cada detalle. La fina tela de su camisa blanca de encaje y cubierto con un elegante saco color beige y pantalones negros ajustados y un corset negro acentuando su pequeña cintura.
Frank extendió su mano, antes tomada por la reina Alicent.
—Te ves hermoso, príncipe. —Gerard sonrió sonrojado ante el cumplido.
Y ahí frente a su familia y la gente del reino, Gerard y Frank se juraron protección y amor mutuo, y entregarse el uno al otro, sin condiciones, desde este día, hasta el final de los días, ante los siete dioses y ante los siete infiernos.
Por fin Frank pudo reclamar al príncipe como suyo frente a todos, sellando su amor con un beso apasionado, uniendo sus labios y almas con el mundo como testigo. Cuando se separaron caminaron juntos hacia la mesa donde compartirían el banquete.
—No sé si me amas, ni sé lo que la vida nos depare, pero voy a trabajar día a día para que lo hagas, mi querido príncipe Gerard. Sé que soy el maldito bastardo más tosco y menos agradable de los siete reinos pero te prometo que te haré feliz —le dijo Frank besando su mano.
—Tampoco sé lo que nos espera... pero te quiero. No sé si te amo, pero lo que siento por ti se parece bastante al amor que he leído en los libros y cuentos de hadas... así que supongo que es un comienzo. Y no siento una simple cosa por ti, sino un montón de muchas cosas que no sé describirte.
—A partir de aquí y para siempre, querido Gerard. Para molestarle todos los días de mi vida.
—Que así sea, mi príncipe.
Frank tomó la mano de su tímido prometido. Bebió todo el vino que pudo esa noche, y lo invitó a beber con él también. Gerard le dio un par de sorbos a la copa que Frank le ofreció, pero no quería tomar demasiado.
Después del baile y el gran festín, los hermanos de Gerard le ayudaron a conducir a Frank a su habitación. El príncipe Gerard estaba tan nervioso, que una parte de él esperaba que Frank se quedara dormido.
—Todo tuyo, hermanito —dijo Aegon antes de salir de la habitación, con una sonrisa traviesa y dejándolos solos. Gerard solo se sentó en la orilla de la cama, esperando el siguiente movimiento de su ahora esposo.
—Supongo que estás cansado —dijo Gerard—. Podría dejarte dormir por esta noche y...
—No —dijo Frank—. Te quiero esta noche conmigo.
—Estás ebrio —dijo Gerard.
—Estoy bien, de verdad —dijo sentándose.
Gerard sabía que como esposo omega debía atender a su marido.
—Permíteme ayudarte. —Se movió para desatar las agujetas de sus botas, retirando suavemente cada una y tirándolas al suelo.
—Qué considerado eres, príncipe —dijo Frank—. Demasiado bueno para mi.
Frank se quitó la chaqueta que llevaba y empezó a desabrochar su fina camisa. La tela de algodón se deslizó por sus anchos hombros, revelando un torso lleno de cicatrices y algunos tatuajes.
—Tienes demasiados tatuajes —dijo Gerard sin poder apartar la vista de los músculos de los brazos y pecho de Frank.
—Y estoy seguro de que te encanta, pequeño principito.
—Son... interesantes —dijo Gerard bajando la mirada, aún nervioso.
—Ven aquí —dijo Frank jalando sus brazos y acercándose a él—. Vamos a quitar esa camisa que lleva. Apuesto a que estos tatuajes lucirán mucho mejor pegados a tu pálida piel.
Gerard dejó que Frank descubriera su pecho, mucho más delgado y delicado que el de su esposo, pero igual con algunos marcados muy sutilmente.
—Por todos los Dioses, que piel tan más perfecta tienes, príncipe. Parece porcelana —exclamó el alfa admirando a su perfecto omega.
Frank terminó de desvestir a su esposo y acarició sus brazos, luego su estómago y muslos.
Gerard estaba tan nervioso que no pudo evitar temblar un poco ante las caricias de su príncipe.
—¿Tienes miedo, angel? Quisiera poder decirte que podemos prescindir de esto, pero no es posible. Es nuestro deber como príncipes empezar a engendrar cachorros en cuanto estemos unidos y además, debo dejar mi marca en ti esta noche. Mañana tu madre y la mía la exigirán, ¿comprendes?
—Si, lo sé, lo entiendo.
—Seré tan gentil como pueda.
Frank retiró sus propios pantalones, dejándolos caer al suelo y se posicionó frente a Gerard separando sus piernas suavemente. Su toque era suave, tan suave como sus gruesas manos se lo permitían. Trató de no lastimarlo cuando dirigió su miembro hacia su entrada, acariciando su rostro mientras se deslizaba dentro de él. Estaba tan apretado como se lo imaginaba.
Gerard por su parte se encontraba arrugando las sábanas con sus manos, aferrándose a ellas. Tenía tanto miedo del dolor, pero Frank estaba siendo tan gentil, que apenas y dolió. Sentía presión e invasión, pero era algo que podía tolerar y cuando se acostumbró a sentirlo dentro, el placer lo invadió. Frank lo llenó de besos y caricias y Gerard se dejó llevar. Cuando sintió su mordida en el cuello, los fríos dientes de su alfa ni siquiera se quejó. Se sentía como algo adecuado, ser marcado y reclamado en ese momento como suyo.
Después de asegurarse de que su semilla había quedado en él, los esposos se separaron un momento y pudieron dejarse caer en un sueño profundo y tranquilo.
Al día siguiente después de mostrar su marca a su madre y ser aprobada por ella, y por la reina Rhaenyra, ambos esposos pudieron dar como consumado su matrimonio.
Aunque sus encuentros no cesaron ni disminuyeron. Frank ni siquiera sabía si estaba listo para ser padre pero el instinto lo llamaba y empujaba a seguir concibiendo el acto con su esposo. Como si su espíritu interno le advirtiera algo que él desconocía.
Frank caminaba por los pasillos del castillo con su esposo colgando del brazo. Lo acompañaba por las mañanas a descargar los barcos pesqueros y algunas veces a las juntas que llevaba a cabo con su tripulación.
Los marineros apreciaban al precioso omega del príncipe pirata, lo bello y precioso que era casi desentonando con la rudeza del barco de su esposo.
Frank solía dormir algunas noches en su camarote, cuando no podía conciliar el sueño en su propia habitación, pero después de casarse compartía cada noche con su esposo. Ahora se encontraban los dos en el pequeño cuarto dentro del barco.
—¿De verdad te gustaba dormir aquí? —Gerard preguntó con un poco de desagrado.
—Sé que no parece acogedor, pero lo es. No solo para dormir...
—Sé las cosas que debes estar pensando y no pienso hacer nada contigo en este lugar tan pequeño.
—Así estaremos más cerca —dijo Frank sentándose en el pequeño catre y sentándose a Gerard frente a él.
—¿Qué tienes aquí? —Gerard observó las posesiones qué había en el mueble al lado del catre. Había pocas cosas pero Gerard tomó una caja pequeña de metal.
—Ábrela —dijo Frank sosteniéndolo de su cintura.
Cuando Gerard la abrió descubrió dentro de ella una perla preciosa. —La encontré en una ostra, hace algunos años y decidí guardarla. Ahora es tuya.
Gerard sorprendido la tomó entre sus dedos viéndola embelesado.
—Es preciosa.
—Igual que tú.
Gerard se giró para abrazar a su esposo y ambos se besaron, consumando su amor una vez más.
Con el pasar de los días Frank había recibido malas noticias, se trataba de un bloqueo en una de las entradas de barcos más importante de Westeros, orquestada por la triarquía, piratas enemigos. Tenía que partir y atender eso personalmente, según las órdenes de su madre. Zarparía en exactamente 5 días. Frank agotó ese tiempo, dejando todo listo para su marcha. Sabía que a Gerard le gustaba pintar, así que adecuó la que era habitación para construir un estudio de arte.
Algunos bastidores, lienzos y las más exóticas pinturas traídas de Essos llenaban los estantes. Era una habitación pequeña pero con una vista maravillosa y una ventana por la que entraba mucha luz.
Frank condujo a su esposo a la habitación y le pidió que cerrará los ojos.
—Puedes abrirlos ahora —dijo Frank cuando estuvieron dentro. Gerard sonrió extasiado.
—Es hermoso, Frank —dijo abrazándolo.
—Si deseas algo lo tendrás, y si necesitas algo no dudes en pedírmelo, mi príncipe.
—Gracias, gracias, no tengo palabras para agradecerte esto.
—Tengo que comunicarte algo, mi querido príncipe —dijo Frank poniéndose serio, tomando sus manos—. Tengo que partir, por el bien del reino, no será por mucho, espero, pero no quiero que sufras mientras no estoy. Quiero que llenes esta habitación con tu precioso arte, tus pinturas. Que me escribas, y que pienses en mí.
—¿Por cuánto tiempo? —dijo Gerard empezando a llorar.
—Espero que solo sean unas semanas. Pero si esto tarda más volveré a ti en dos lunas, como máximo, lo prometo, aunque sea solo para ver tus preciosos ojos verdes y llenarme de fuerza otra vez.
Frank besó los nudillos de las manos de Gerard y ambos se abrazaron.
La despedida fue dura. La reina Alicent tomó a su hijo entre sus brazos consolándolo. Aemond y Aegon habían partido con él montados en sus dragones. Jahaerys se había quedado con Helaena para proteger el castillo si se necesitaba.
Gerard pasó días sintiéndose miserable, casi deprimido. No había notado cuán conectado estaba a su omega, cuanto lo necesitaba, hasta que él partió. Después de dos quincenas en las que apenas podía salir de su cama, tomó todas las fuerzas que le restaban y se levantó par ir a su cuarto de arte.
Le había prometido a su Kraken que pintaría cuando lo extrañara. Abrió las cortinas de su ventana dejando que la luz del sol consumiera la habitación. Pinto las nubes, el horizonte, el sol... las olas del mar a las que suplicaba que le trajeran a su amado.
Pintó a su dragón y los dragones de sus hermanos, suplicando a los dioses que trajeran a todos de regreso a salvo.
Pocos días después, lo esperado se hizo evidente... Después de muchos días de malestar, los maestres le confirmaron a Gerard que estaba esperando un cachorro. Esto le trajo más fuerzas para seguir y esperanza para continuar soñando con el día en que su alfa volviera.
Aunque también el embarazo lo ponía sumamente sensible y depresivo.
—Tienes que comer, hermano —Helaena llevó un plato lleno de frutas y un cuenco con sopa—. Por tu pequeño bebé.
—Ella está bien —dijo Gerard suavemente, acariciando su barriga.
—¿Ella? —respondió Helaena.
—Me refiero al bebé.
—Si, pero dijiste ella.
—Cielos, ni siquiera lo noté.
—¿Tus instintos te dicen que será una niña?
—Algo así... si, Helaena... creo que será una niña —dijo sonriendo—. Lo soñé... —admitió—. Soñé que iba caminando por el barco de Frank, y en la orilla se encontraba él... y cuando se giraba hacia mi, cargaba una niña pequeña. Tenía mi cabello platinado y sus ojos avellana.
—Gerard, eso es hermoso. Estoy segura que no fue un sueño. Va a suceder.
Gerard sonrió y acarició su barriga y encontró las fuerzas para comer.
Mientras tanto Frank se encontraba extrañando a su esposo cada día. Habían conseguido terminar con el bloqueo, derrotando a la triarquía de las ciudades libres y llegando a un acuerdo por fin, pero el clima no ayudaba para navegar de regreso. Así que después de muchos días perdidos por fin se encontraban en ruta para volver.
Después de tres lunas, Gerard se encontraba visiblemente embarazado ya, su antes pequeño estómago ya se veía hinchado y su humor era insoportable. Pasaba las noches llorando y los días de mal humor... pero en cuanto entraba a su pequeño paraíso, su cuarto de arte, todo cambiaba. Se sentó en el banquillo de siempre frente a su lienzo y vio el horizonte.
Esa tarde el cielo estaba pintado de anaranjado y rosa, y le pareció tan bello, que empezó a pintarlo. Todo parecía tan en paz, imperturbable, cuando en el horizonte divisó algo que no estaba ahí antes. Era una embarcación. Gerard permaneció unos minutos viendo el barco acercarse sin poderlo creer.
Se levantó y salió corriendo de la habitación, afuera los guardias tocaron las trompetas anunciando el regreso de los príncipes.
Gerard corrió como pudo empujando a todo el mundo que se interponía en su camino, hasta que vio a sus hermanos, bajando del barco. Siendo abrazados por su madre... y luego por fin lo vio a él... Frank. Se veía cansado, pero en cuanto vio a su esposo su rostro se iluminó. Llevaba una túnica blanca, que resaltaba sus preciosas facciones, y corrió para levantarlo en brazos cuando se reencontraron.
Frank tomó el rostro de Gerard en sus manos y lo besó después de unir su frente con la de él.
—Aquí estás —dijo Gerard.
—Aquí estoy —dijo Frank sin dejar de mirarlo—. Te dije que volvería.
Gerard sonrió tomando la mano de su esposo y llevándola a su vientre.
—Hay alguien más que te esperaba.
Frank abrió los ojos demasiado, no podía creerlo.
—¿Estás?
—Si, querido Frank. Estamos esperando un cachorrito.
—Mi Gerard, no sabes lo feliz que me haces... ¡Voy a ser papá!
Los hermanos Targaryen escucharon la declaración de Frank y todos se acercaron a felicitarlos. Aunque él miedo de ambos era evidente, sabía que estaban enamorados y que ahora que Frank había vuelto, Gerard no volvería a dejarlo irse jamás.
—Te amo, mi pirata, mi Kraken, mi Frank.
—Y yo te amo a ti mi esposo, mi dragón. Mi Gerard.
Frente al mar por fin se declararon el amor más puro qué podía haber, el más bello y real. Porque habían comprobado que su amor era más grande que el los siete mares, que la guerra y que cualquier otro problema que pudiera atravesarse en su camino.
Ahora eran inseparables.
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