01: Flor Roja
Un maletín de cuero negro yacía frente a él mientras las dagas que reposaban ahí dentro eran limpiadas una a una con esmero. El material plateado brillaba bajo el reflejo de los fuertes relámpagos del cielo que se proyectaban por el enorme ventanal.
Podía ver el avellana de su mirada reflejarse en el filo, sus ojos apagados y sombríos estaban fijos en su labor mientras sus sentidos agudos prestaban atención a los demás elementos en el exterior.
Esa noche se había sentido inquieto en particular, en su pecho había una presión constante que no había experimentado en mucho tiempo, su cena no le supo a nada y no pudo prestar atención a los informes que sus enviados en la ciudad estaban entregándole acerca de las últimas misiones.
Una repentina ráfaga de viento trajo a su olfato un aroma sútil, dulce pero no empalagoso, una sola inhalación que no le permitió identificar que era y mucho menos el lugar de donde provenía, pero estaba muy seguro que no era de los viñedos que rodeaban las tierras de su propiedad. Ese aroma logró apaciguar su alma perdida por un instante.
Sin embargo, el alfa de facciones serias supo que algo no estaba bien. Ese aroma no estaba bien, ¿de dónde había salido? ¿cómo? Si su fortaleza estaba rodeada por fuertes betas armados y las paredes que los rodeaban eran custodiadas por alfas con excelente puntería.
No notó cuando el filo de una de sus dagas rozó su mano provocando un corte largo pero no profundo, suficiente para que la sangre brotara de él. No se entretuvo mucho viendo las gotas rojas cubrir el tatuaje con forma de calavera en su palma pues su puerta fue tocada con algo de insistencia.
—Adelante —dijo y cerró su maletín al tiempo que apretó el puño, restándole importancia a la herida.
—Escorpión, señor —saludó un beta vestido totalmente de negro, era alto y de brazos fuertes, sostenía entre sus manos una pistola de bajo calibre. El alfa al ver el arma apretó el ceño y su mirada dura hizo la pregunta antes que sus labios—. Tenemos una situación en los viñedos.
—¿Qué situación?
—Infiltración, señor.
El alfa no necesito más, frunció sus labios en una clara señal de disgusto y suspiró con frustración, no entendía cómo podían pasar ese tipo de situaciones, ya era la segunda vez en menos de un año. La primer infiltración se había dado por un pequeño grupo de alfas que pretendía llegar hasta él para cobrarle una deuda ridícula; él no se robaba clientes ajenos y mucho menos trabajaba en sectores que no le correspondían, esa era la reputación de El Escorpión, simplemente habían tomado esa patraña para pasarse de listos.
Pensaba que el escarmiento que habían dejado había sido suficiente para que ningún otro clan tuviera la osadía de enviar gente a su propiedad. Atados a enormes pilares afuera de sus paredes y con cruces tachadas sobre los ojos habían quedado esos alfas, sus olores se habían disipado en el aire hasta convertirse en una fuerte pestilencia y por fin habían sido arrojados a una fosa.
Parecía que no había sido suficiente.
Mientras caminaba detrás de Nick, el beta que le había ido a buscar y le guiaba hasta donde estaban los infiltrados, sentía esa opresión aumentar en su pecho. No podía describirlo, nunca lo había experimentado pero era como si se estuviera asfixiando.
—Aquí están, señor —habló Nick de pronto.
El alfa se dio cuenta que había estado tan sumido en sus pensamientos que no notó en qué momento llegaron hasta la parte frontal de los viñedos, donde las enredaderas se erguían orgullosas hacia el cielo y los pequeños racimos de uvas aún verdes colgaban. Los relámpagos continuaban su apogeo, ahora acompañados con pequeñas gotas de lluvia.
—Bien, ¿qué es lo que tenemos? —preguntó mientras doblaba las mangas largas de su camisa blanca hasta sus codos, tenía un par de botones abiertos exponiendo la piel entintada de su pecho.
—Estos de acá, son dos alfas que trabajan para Anthony Green...
—Ese perro bastardo —murmuró Escorpión.
—Nada que un par de maniobras no les ayudaran a confesar —se burló Charlie mientras presionaba con el pie la espalda de uno de los alfas que estaba tirado de cara al suelo, ambos estaban atados de manos—. Estos, según ellos, estaban persiguiendo a esta pequeña rata —dijo y se acercó al tercer sujeto que estaba arrodillado a los pies de Alex, uno de los betas más fornidos y con menor empatía por los demás.
El alfa no reparó mucho en los alfas atados, eran escoria de los Green, de todas formas no le importaba lo que sus hombres les hicieran más noche.
—¿Qué hay de este? —preguntó dirigiéndose a Alex, sabía que él le había atrapado—. ¿Estaba huyendo y casualmente cruzó mis paredes?
—Eso es lo que él dice.
—Así fue... —murmuró una voz suave, muy desigual a la de todos los presentes. Escorpión sintió más grande la presión en su pecho, sus pulmones no estaban funcionando, aún así avanzó un par de pasos hasta quedar de frente a él.
—No sabemos si es un alfa o un beta —continuó exponiendo Alex—. No tiene ningún aroma.
Escorpión le dedicó una corta mirada antes de centrarse nuevamente en la criatura, alguien sin aroma, era muy extraño, nunca había conocido a alguien así. Era pequeño y delgado, y por la forma que temblaba mientras su cabeza yacía gacha, podía tratarse de un omega, pero los omegas tenían aromas embriagadores y deliciosos, y ciertamente ninguno se atrevería a escalar sus muros e infiltrarse en la propiedad de El Escorpión, el controlador más grande de la Mafia en toda Italia.
—¿Quién eres? —preguntó con verdadera intriga.
No hubo ninguna respuesta, así que Alex tomó los mechones de cabello rojo vibrante y de un tirón alzó la cabeza del sujeto.
—Cuando Escorpión te hable, le respondes —le advirtió.
Nunca en su vida el alfa había visto un rostro como ese, de finas facciones, nariz respingada, labios carnosos y piel que le apetecía tan suave, no le podía ver los ojos por el cabello que aún se los cubría, pero si podía ver los golpes en sus pómulos.
De pronto, un par de ojos esmeralda le vieron de una forma única, llena de rabia pero a la misma vez suplicando. En ese momento el aire dejó de llegarle por completo y nació en su pecho un gruñido profundo, gutural, casi animal. Su lobo interior lo dominó por completo. No había manera de que aquel ser tan hermoso fuera un alfa o un beta, él era un omega y no uno cualquiera.
—Suéltalo —gruñó con los ojos más oscurecidos que nunca.
—Escorpión...
—No voy a repetirlo —dijo y de la parte trasera de su fajón sacó una de sus dagas de plata.
Alex y todos los demás se asombraron ante tal comportamiento, Escorpión era frío e implacable pero nunca había protegido a alguien que se había metido a sus tierras o en sus negocios, mucho menos había amenazado así a alguno de ellos. El beta soltó el cabello y dio un paso hacia atrás.
El pelirrojo vio todo el acto con los ojos muy abiertos pero no dijo nada, volvió a bajar la cabeza y se quedó quieto en su lugar bajo la atenta mirada del alfa, el gruñido no había parado y sus fuertes feromonas hicieron que el ambiente se sintiera pesado.
Los relámpagos fueron acompañados por fuertes retumbos y pequeñas gotas de lluvia que advirtieron caerían pronto con más fuerza sobre La Toscana. El agua fría sobre su rostro hizo que saliera de su trance, notando como su pecho vibraba y su mano sostenía con fuerza su arma, vio de reojo a sus hombres pero no doblegó su actitud, no podía verse débil frente a ellos.
—Lleven a estos perros a los establos, atenlos y mañana decidiré que hacer con ellos —sentenció.
Esperó a que sus hombres volvieran a sus puestos y se quedó a solas con el pelirrojo. Caminó detrás de él y se inclinó, el joven se estremeció al sentir las manos del alfa sobre sus muñecas pero lo único que él hizo fue cortar la cuerda para liberar sus manos.
—¿Estás bien? —preguntó mientras lo ayudaba a ponerse en pie, la lluvia estaba haciéndose más fuerte.
Una vez estuvieron de pie, el joven se giró hacia él y le vio con esa misma mirada, sin esperarlo el alfa recibió un fuerte empujón en el pecho, que le obligó a dar un paso hacia atrás.
—No te atrevas a tocarme de nuevo —advirtió.
Escorpión le vio confundido y después enojado por tal osadía, aún así se tragó sus palabras y dio un par de pasos por delante, buscando el camino de regreso hacia la casa.
—Sígueme —susurró con frialdad.
El camino fue silencioso mientras la lluvia los golpeaba con fuerza, las gotas ahora eran gruesas y golpeaban la tierra sin pesar. El joven sabía que no tenía mejor opción así que siguió los pasos del alfa.
Una vez dentro el alfa le condujo a una habitación grande y con una iluminación demasiado bonita, era cálida y la cama lucía demasiado cómoda. No había dormido en una cama así durante mucho tiempo.
—Puedes pasar la noche aquí. Mañana responderás todas mis preguntas... —dijo desde el marco de la puerta—. Omega...
El pelirrojo se giró para soltar una sarta de comentarios y negar aquello pero se encontró con una puerta cerrada, y su mundo de apariencias que tanto le había costado fabricar, quedó totalmente en pedazos por aquel alfa tan hermoso que acababa de conocer.
Esa noche ninguno de los dos durmió.
*
Cuando el alba comenzaba a filtrarse por las cortinas de la habitación, el pelirrojo consiguió cerrar sus ojos, cansado por huir tanto y abatido por lidiar con sus pensamientos. Despertó muchas horas después con dolor de cabeza y ardor de estómago, ni siquiera recordaba la última vez que había comido.
Pensó en quedarse ahí encerrado pero no creyó que una huelga con el alfa fuese lo mejor en ese momento. Necesitaba limpiarse porque estaba todo sucio, comer un poco y buscar como irse, tenía una misión que terminar.
En la misma habitación había un baño así que entró, deslumbrado por tantas comodidades y no se privó de hacer uso de ellas. Se duchó con agua tibia y secó su cuerpo con toallas de algodón. Miró su rostro en el espejo y las manchas rojizas pronto se volverían violetas, le dolían como el infierno pero nada con lo que no pudiera lidiar. Olisqueó su piel pero seguía igual, no olía a nada, él tampoco esperaba nada diferente.
Vistió con su misma ropa y salió decidido de aquella habitación a buscar algo de comer. Sabía que era osado y atrevido pero la vida lo había vuelto así, además, mientras no viera a ese alfa de nuevo, todo estaba bien. No podía permitir que continuara derribando sus barreras cómo si nada.
Además ese aroma que tenía, había sido el principal culpable de todo su desvelo. Ese gruñido que emitió por él, para protegerle, simplemente no podía ser. Esas cosas nunca iban a pasarle a él y menos de una manera tan cliché.
Se encogió de hombros y recorrió el mismo pasillo de la noche anterior, recordaba tan vívidamente como se veía el paisaje de la espalda amplia del alfa mientras lo guiaba, la tela húmeda de la camisa se le pegaba a la piel y él solo quería pedirle que volviera a gruñir así y lo cuidara del mundo.
Su maldito lobo débil debía ser el responsable de esos pensamientos, no había duda.
Encontró la cocina y en la barra había una canasta con panecillos que olían demasiado bien, tomó tres junto a una taza de café y se sentó en una silla, todos sus sentidos alerta por cualquier amenaza pero era tan extraño que desde que la mirada de ese alfa le había visto, sentía seguridad como en años no la sentía. Bueno, aparte él ya conocía su mayor verdad, sin siquiera haber hablado apropiadamente con él.
No entendía cómo.
—¿Saliste de tu escondite? —habló una voz a sus espaldas y le asustó—. No sé cómo le hiciste para entrar aquí, pero, eso no es lo que me llama la atención, sino, ¿qué le hiciste a Escorpión?
—Yo no hice nada —respondió a la defensiva.
—Eso dices tú —replicó y el beta tomó asiento a su lado—. Nunca se había descontrolado de esa manera, feromonas y gruñidos. Increíble.
—No tengo idea de lo qué sucedió y tampoco tengo intenciones de averiguarlo.
—¿Si? Por qué Escorpión tiene otros planos.
—¿Qué?
—Desde muy temprano está interrogando a los alfas que te perseguían —dijo lo último marcando comillas con sus dedos—. A juzgar por sus gritos, no quedará nada de ellos cuando termine...
El pelirrojo tragó con fuerza el nudo que se hizo en su garganta, no se suponía que eso sucediera. Él ni siquiera debía estar ahí. Nadie tenía que saber su historia y menos ese grupo al que no conocía.
Sin decir nada más se levantó del asiento y caminó hacia la puerta de cristal que le llevaba a la parte exterior. No tenía idea de cómo salir de ahí pero tampoco la había tenido para entrar, no debería ser tan complicado.
*
Había sido complicado y él demasiado estúpido para creer que podía escapar de aquellos mafiosos, escalando el enorme muro. Caminó por horas entre los bonitos viñedos que había ahí, el aire era tan tranquilo y la calma era única, despejó su mente de tantos pensamientos mientras esperaba que el manto de la noche cubriera el cielo, estaba seguro que se había alejado demasiados kilómetros y que nadie lo encontraría.
Sin embargo, mientras estudiaba la manera de escalar el muro un grupo diferente de betas le había atrapado y ahora no había ningún alfa que le defendiera. Quería llorar y suplicar, se sentía débil y vulnerable y no conseguía entender qué rayos le pasaba. Ni siquiera podía articular palabras o patalear para defenderse.
Tanto esfuerzo, tantas horas que había buscado la manera de fortalecer su cuerpo para luchar y cumplir con su misión, en el proceso había sufrido y llorado tanto, pero se había prometido no dejar ser a su omega. No necesitaba cuidados, no necesitaba protección, él debía ser suficiente.
Solo que se había equivocado.
Vió el filo de un cuchillo acercarse a su rostro y sintió tanto miedo como en aquella noche donde lo había perdido todo. No pensó en suplicar por su vida, tan solo cerró los ojos mientras de nuevo escuchaba los gritos del terror que creía enterrado.
De pronto sintió un tirón y un cálido y embriagante aroma a azahares frescos inundó todo su sistema. Volvió a sentir paz, se volvió a sentir vivo.
—¿Qué demonios les pasa? —gritó el alfa—. He dado una orden y se atreven a contrariarme...
—Señor...
—¡Silencio! Dije que no quería que nadie lo tocara ni lo viera, mucho menos debían atacarlo —gruñó furioso, su rostro estaba rojo y su respiración alterada.
—No sabíamos...
—¡No me interesa! Estabas a punto de herirlo —señaló con más rabia y acusó al beta que había sostenido el cuchillo—. Vas a perder esa maldita mano, tal vez así aprendan a seguir mis órdenes.
El alfa estaba fuera de sí, todos se miraron asustados pero siguieron la orden. Sujetaron al beta de las manos y lo inclinaron frente a él.
—No... —susurró el pelirrojo que apenas era consciente de lo que sucedía—. No lo hagas, por favor...
Su súplica fue apenas escuchada pero ella fue suficiente para calmar al alfa alterado. Después de aquellas palabras todo fue oscuridad para el omega.
*
Tantas preguntas pasaban por su mente y todas llegaban a la misma respuesta. Al omega que yacía acostado en la cama frente a él.
El alfa había crecido en una familia llena de amor, a pesar de que su padre, al igual que él, había sido el líder del clan. El terror de la Mafia Italiana, lo llamaban La Mamba Negra, porque sus ataques siempre eran letales y sin piedad, un alfa de facciones duras pero que con su hijo había sido el mejor de los padres.
Le había entrenado para ser su sucesor, le había forjado carácter y lo había convertido en el hombre que era. Fuerte, inteligente e inefable, su digno sucesor. Su padre omega por otra parte le había dado mucho más amor y protección, le educó para que algún día fuera capaz de tratar a su omega con todo el amor y cuidado, que le protegiera y estuviera siempre para él.
Pero cuando sus padres murieron y la sucesión tomó vida, el alfa se dio cuenta que probablemente nunca encontraría el amor. Había conocido omegas bonitos y con aromas exquisitos pero ninguno era el suyo, siempre eran interesados o le tenían miedo por quien era.
A sus treinta y cuatro años había dejado de creer en toda aquella magia, hasta la noche anterior que había aparecido ese omega sin aroma y había despertado sus instintos más primitivos.
Él podía ver que mostraba esa rudeza para protegerse del mundo, era una coraza que llevaba consigo pero dentro aún estaba ese omega delicado y necesitado de amor, acababa de ser testigo de ello. Quería arruyarlo entre sus brazos y decirle que con él todo iba a estar bien.
Pero no podía hacerlo, necesitaba saber más de él. Muchos enigmas que solo él podía aclarar.
Esa mañana había despertado decidido a averiguar porque esos alfas le habían seguido, que tenía que ver Anthony Green con él y grata fue su sorpresa al descubrir después de horas de lenta tortura, que el omega había sido quién se había metido con ellos, haciéndose pasar por un alfa para entrar en sus filas y después atacarlos, tratando de matar a Green en el congreso que había tenido con sus hombres dos días atrás.
Por eso había huído. Era ágil para escapar aún con el poco entrenamiento que tenía.
Escorpión no podía creer del todo esa versión, le resultaba un poco descabellada pero a juzgar por la actitud que había visto la noche anterior, podía ser verdad.
—¿Quién eres? —preguntó en medio de un susurro mientras cerraba sus ojos por un momento. Estaba demasiado cansado.
En menos de veinticuatro horas había atacado dos veces a sus hombres por culpa de esa criatura misteriosa que ahora dormía tranquilamente en la cama.
El alfa había llegado a tiempo para salvarle, toda la tarde se había sentido inquieto y fue peor cuando volvió a la casa y no le encontró. Lo buscaron por todas partes y al no tener un aroma el cual seguir todo era más complicado. Fue gracias al instinto de su lobo interior que había podido encontrarlo al final de los viñedos en la parte sur.
Lo había visto tan vulnerable que no había dudado ni por un segundo lo que debía hacer y más aún, cuando escuchó su súplica y lo vio desvanecerse. Lo había tomado entre sus brazos y le había llevado de vuelta. Una de sus omegas encargada del servicio lo había limpiado con compresas y había tibia y le había cambiado la ropa sucia.
Después de eso, él le había vigilado el sueño pero el suyo también estaba pasando factura. Lo último que el alfa hizo fue repasar con sus dedos la línea de mandíbula del omega, la piel suave y pálida dejó un agradable cosquilleo en él.
—Solo soy Gerard... —creyó haber escuchado.
*
El alfa despertó con un terrible dolor de cuello por haberse dormido en aquella silla. Abrió sus ojos y lo primero que notó fue la cama vacía y un suspiro pesado escapó de él. Los rayos de sol aún eran tenues por lo que debía ser de madrugada.
Se levantó de su lugar y vio que las ventanas del balcón estaban abiertas de par en par, detrás de las cortinas de seda se reflejaba la figura de alguien. Dirigió sus pasos lentos hasta ahí y se encontró con el omega dándole la espalda, sus antebrazos apoyados en la baranda y su vista fija hacia el horizonte donde los viñedos se alzaban interminables y un nuevo día nacía.
—Qué paisaje tan bonito —comentó al notar la presencia del alfa. El olor de sus azahares era tan sutil que sin querer inhalo profundo.
—Lo es —dijo imitando la posición del contrario.
—Sé que te he causado muchos problemas, y lo que pasó ayer, ni yo mismo lo entiendo —dijo—. Ya debes saber una parte, pero, ¿Quieres saber quién soy en realidad?
El omega había admirado el perfil de ese alfa toda la noche y había llegado a la conclusión que la respuesta a su destino era él. No importaba todo su trabajo duro, recordaba que alguna vez en su vida, uno de sus propósitos había sido encontrar a su alfa, a su lugar seguro en el mundo y ahora que al parecer lo tenía frente a él sentía que no había ninguna razón que mereciera la pena no intentarlo.
De igual manera, ya no le quedaba más que perder.
Iba a confesar su verdad y lo que pasara después de eso seguiría siendo parte de su destino, no había más simpleza que aquella.
Aunque, decir todo eso era mucho más difícil. Empezando porque ni podía tan siquiera ver el rostro de ese hombre y resistirse a arrojarse contra él, ya suficiente era no mostrarse sensible ante su aroma.
—Eres Gerard —dijo y el omega le volteó a ver sorprendido. El alfa le sonrió y se encogió de hombros—. Mis sentidos están muy bien desarrollados, te escuché antes de dormirme.
Esa sonrisa podía convertirse en su segunda cosa favorita después de su aroma.
—Lo soy —dijo y volvió su vista al frente—. Pero mi historia comienza desde mucho antes...
En realidad no hay mucho que contar... todo pasó cuando tenía trece años y acababa de presentarme como omega. En esos días mi papá confesó que había estado metido en el mundo de la Mafia pero que quería dejar todo y escapar, robó una fuerte suma de dinero de la familia a la que le trabajaba e hizo un plan para huir.
Pero no se pudo, un grupo de alfas nos atacó en nuestra casa la tarde en que íbamos a ir. Ellos hicieron todo lo que pudieron para salvar mi vida; mi mamá tuvo la oportunidad de ocultarme dentro de mi closet antes que ellos la atraparan y desde ahí fui testigo de cómo les quitaban la vida.
Vi cada una de las cosas que les hicieron y quedaron grabadas en mi mente, hasta el día en que yo también muera.
Recuerdo los gritos, las súplicas, las risas, las burlas y la vida escapando de los ojos de mis padres... pero también recuerdo sus aromas, sus nombres.
Cuando pude salir de mi escondite, lo primero que hice fue despedirme de mis padres, conseguí algunas cosas personales y quemé mi casa, junto al viejo Gerard, quien no pudo proteger a su familia, quien fue un testigo cobarde.
Ese día me prometí buscar a quien me había quitado la oportunidad de ser feliz.
Durante un tiempo estuve viviendo con un amigo pero habían muchas preguntas que no quería responder y un camino al que no lo quería arrastrar así que decidí continuar solo por mi cuenta.
Pasaron diez años como un parpadeo, donde me tocó trabajar por mi cuenta e idear un plan para poder llegar hasta ellos. No pude cambiar mi apariencia de omega pero gracias a esa desgracia también perdí mi aroma.
Ahora ya ni siquiera puedo recordarlo...
Entrené mucho y comencé a utilizar un perfume de feromonas falso para hacerme pasar por un alfa. A los veintiséis años logré infiltrarme en sus filas y formar parte de sus hombres pero tan pronto tuve frente a mi al responsable de mi desgracia, no pude evitarlo y lo ataqué.
Fue así como llegué aquí, el resto ya es historia.
Para cuando terminó de hablar un caudal de lágrimas recorrían sus mejillas y esa mirada con la que el alfa le había conocido ya no estaba más, ya no había rabia, solo dolor y desesperanza. Escorpión pudo notar todos los matices de color que pintaban aquellos ojos verdes profundos, inmaculados, ellos no deberian tener ni un solo matiz rojo en ellos, nunca.
El alfa sabía que era un demás decir un lo siento, palabras inútiles y vacías. Así que hizo algo mejor, más cálido y apropiado. Se acercó más al omega y con un suave movimiento lo giró hacia él y lo envolvió entre sus brazos en un fuerte abrazo.
—¿Quieres vengarte de ellos?
—Con cada célula de mi cuerpo.
—Yo te ayudaré a hacerlo... —dijo mientras lo estrechaba y sentía como Gerard se aferraba más a él.
De pronto nuevamente esa ráfaga de un aroma dulce estaba ahí, inundando el sistema del alfa, calando cada fibra de su ser. Está vez pudo identificar que era... eran rosas...
Se separaron con calma y los rayos más altos de sol impactaron con la pálida piel del omega, dándole un toque casi etéreo. El alfa lo entendió todo en ese momento, esa dulce flor que estaba frente a él era su todo y no había nada en el mundo que no hiciera de ahora en adelante para protegerlo.
—Mi flor roja —dijo sin pensarlo mientras le colocaba los cabellos rojizos de cabello detrás de su oreja—. Yo soy Frank y voy a darte a Anthony Green en bandeja de plata —prometió.
Frank selló su promesa besando la frente del omega.
*
El alfa miraba con orgullo como su omega mantenía firme sus brazos y su puntería no fallaba. Una, dos, tres veces en el mismo blanco.
Gerard llevaba dos meses viviendo con él y durante todo aquel tiempo la vida le había cambiado como nunca pensó, ahora sonreía más a menudo y compraba flores para llevar a casa siempre que salía a ver sus negocios. Sus ojos ya no eran oscuros y sombríos, su mirada avellana brillaba al igual que la esmeralda de Gerard.
Había llevado al omega durante aquel tiempo a recibir entrenamiento de verdad, lucha de cuerpo a cuerpo, defensa personal, y tiro, el cual era el favorito de ambos. Gerard era un tirador nato y a Frank le encantaba verlo practicar.
El pelirrojo tenía la piel mucho más brillante y su cabello rojo ahora llegaba casi hasta sus clavículas, lo ataba en una coleta porque le gustaba lo bonito que se miraba pero en especial, cuando Frank se lo decía. Se había vuelto su debilidad cada vez que lo escuchaba llamarlo "mi flor".
Pero nada se comparaba al sentimiento que le daba tener sus labios contra los suyos. El omega había sido el primero en aventurarse a besarlo y fue correspondido de inmediato, se besaron con pasión y deseo mientras yacían entre los viñedos con la luz de la luna brillando en el cielo.
—Te ves tan hermoso así, concentrado, serio... —dijo el alfa juguetón cuando Gerard colocó su arma sobre la mesa y se retiró los audífonos—. Me encantas, mi dulce flor...
—Frankie... —susurró con una sonrisa tonta en sus labios.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo mientras lo abrazaba por la espalda, enlazando sus manos sobre el vientre ajeno. Depositó un beso en su nuca y colocó su barbilla sobre el hombro de Gerard.
—¿Si? ¿Qué es? —preguntó colocando sus manos sobre las tatuadas.
—El plan Green está completado, tenemos la fecha.
—Espera, ¿de verdad?
—Totalmente, nuestros aliados ya hicieron su parte y él ya confirmó que estará presente en la fiesta, donde el único invitado es él.
—Wow... no lo puedo creer.
—Te lo prometí, Gee, y lo tendrás.
El omega guardó un minuto de silencio mientras asimilaba la información, faltaba poco para tener al asesino de sus padres frente a él, pidiendo piedad.
—No sabes lo que significa esto para mi... gracias, Frankie —dijo y ladeó su cabeza para que sus labios pudieran alcanzar los de Frank.
—No hay nada que yo no haría por ti... traería a la tierra el sol, la luna y las estrellas.
—Yo te amo, mi alfa —confesó de pronto y toda la declaración de Frank fue nada comparada con ello.
El alfa gruñó complacido y tomó los labios ajenos en un beso salvaje, mordiendo los pétalos que Gerard tenía y saboreando su dulce néctar.
—Mi flor...
Nick y Charlie veían con una sonrisa en el rostro como el alfa más temido de toda Italia se derretía bajo la sonrisa de aquel omega que había llegado a ellos de la manera menos esperada. Durante aquel tiempo se habían convertido en buenos amigos de Gerard y ahora no podían ver al alfa compartiendo su vida junto a nadie más.
Ellos sabían que Gerard era la luz que iluminaba sus días.
*
Hacía tanto calor en su habitación que Gerard no supo en qué momento se deshizo de su ropa de dormir. Se movía para todas partes pero simplemente no estaba cómodo.
No sabía qué hora era pero un agudo pinchón en la parte baja del vientre le hizo retorcerse de dolor. Nunca había sentido nada parecido pero no necesitaba ser un genio para saber que aquello era su celo que por primera vez estaba desarrollándose a cómo debía ser.
Por años lo había reprimido tomando supresores. A su edad era un omega virgen, sin marca y sin olor.
Había decidido mantenerse así hasta que pudiera cumplir con su misión de venganza pero cuando había conocido a Frank todo su trágico mundo había cambiado y con ello muchas de sus decisiones fueron revocadas.
En los tres meses que llevaba viviendo en los viñedos de El Escorpión no había vuelto a tomar un solo supresor, durante ese tiempo su organismo se había limpiado por completo y ahora por fin podía sentir todas las sensaciones de su omegabaunque no eran placenteras en absoluto.
Podía sentir como su lubricante se comenzaba a filtrar y su polla ya dura dolía. Se tomó en su mano y comenzó a acariciarse pero no era suficiente. Necesitaba el calor de Frank, su toque, sus besos, sus caricias.
Se levantó de la cama sintiendo como el dolor se extendía desde su vientre hasta su entrada, una cruda contracción que lo hizo gemir y jadear. No imaginaba que su primer calor fuese a ser tan intenso.
A como pudo se cubrió con una bata y salió de su habitación hacia la que estaba a unas cuantas puertas de distancia. Entró sin tocar y apenas entró se olvidó de todo su pudor, el aroma de Frank fue un golpe directo para sus entrañas, derramó una espesa cantidad de lubricante que corrió sobre sus muslos sin parar.
—Frankie... —le llamó mientras se quitaba la bata y se apoyaba en el primer mueble que estaba cerca, el sillón que a Frank le gustaba usar para leer.
El omega se sentó ahí y comenzó a tocarse los pezones con su mano derecha mientras que la otra la utilizaba para presionar la base de su polla. Ya no podía controlar los jadeos por los pinchazos que ahora lo azotaban más seguido.
—Frankie... —volvió a llamar pero apenas consiguió un leve quejido como respuesta—. A-alfa... —gimió y ese llamado fue lo suficiente para despertar a Frank.
El alfa se sentó en su cama un poco aturdido y encendió la lámpara en la mesa de noche para ver qué sucedía. Los gemidos de Gerard le golpearon como una fuerte ola pero no más de lo que había sido aquella imagen; el omega más precioso que había visto en vida, desnudo y perfecto, acariciando su cuerpo, haciendo un espectáculo solo para él. Podía ver como el lubricante brillaba y el aroma de las rosas tan débil que pocas veces había logrado sentir, estaba ahí.
—Mi alfa... te n-necesito... —suplicó Gerard mientras la mano que estaba en su polla bajaba más a su entrada y sus dedos jugaban con el borde de su agujero.
Frank, que solo estaba durmiendo con ropa interior, se levantó de la cama y caminó los pocos pasos que lo separaban del omega. Se inclinó sobre él y lo tomó del cuello mientras dirigía sus labios hacia los suyos, succionando y mordiendo el inferior hasta arrancarle un gemido profundo.
—Estoy listo para ser tuyo, Frank.
—Gee, ¿estás en celo? —preguntó Frank dirigiendo su mirada hacia abajo, viendo la polla rosada del omega palpitar sobre su vientre.
—Si, es el primero, y quiero que seas tú el que tome todo de mí —confesó y un suave rubor pintó sus mejillas.
Él le miró a los ojos por un momento, estudiando si había duda en su mirada o si era por su celo pero Gerard solo le miraba con deseo y el mismo amor con que le veía cada día. Besó sus labios nuevamente antes de susurrar muchas veces que estaba bien, que iba a cuidarlo y a hacerlo sentir muy bien.
Se arrodilló frente al mueble y comenzó un lento camino de besos desde el esternón del omega hasta su ombligo. Lamió toda aquella porción de piel hasta que se dirigió a su polla, la lamió muy por encima, solo provocando más calor en el omega suplicante y lloroso, y por fin bajó hasta ese espacio delicioso que le llamaba a gritos.
El aroma se hacía más intenso con cada momento que pasaba, Frank podía notarlo y cada nota dulce conseguía doblegar más a su lobo, perderlo de amor y encenderlo de deseo.
Recorrió con su lengua el borde, saboreando cada gota de lubricante dulce del omega hasta que no pudo más y mordió sobre el agujero para después presionar su lengua contra él y penetrarlo, construyendo un ritmo rápido.
Gerard había alzado las piernas, colocando sus talones en los reposabrazos del sillón pero aún asi sentía como sus piernas temblaban al igual que el resto de su cuerpo. Nunca en su vida habia experimentado tal grado de placer tan increible, el dolor habioa menguado un poco pero necesitaba más que eso, necesitaba tener a Frank dentro de él.
—Alfa... —le llamó en medio de un gemido—. Por favor, n-necesito m-más... F-follame —pidió y la polla de Frank palpitó con más fuerza.
El alfa se separó de él con una última lamida, se puso de pie y le observó con los ojos ennegrecidos de placer, toda la pupila estaba dilatada y su respiración agitada. Se quitó la ropa interior, quedando totalmente desnudo al igual que Gerard. Toda su piel bronceada cubierta de tatuajes quedó expuesta y su gran polla dura erguida entre sus piernas capturó toda la atención del omega.
—¿Estás seguro, mi amor? —preguntó con cariño mientras comenzaba a bombearse.
—Te he esperado toda mi maldita y triste vida, Frank —confesó sin ninguna duda.
Aquello era lo único que el alfa necesitaba para estar más que seguro, se inclinó nuevamente sobre Gerard y guió su polla hasta su agujero. El lubricante era tan abundante que no necesitó empujar con tanta fuerza para que Gerard lo recibiera, era como si su cuerpo hubiese sido diseñado para él. Para recibir el tamaño de su polla alfa y acoplarse con perfección.
Los gemidos se complementaron con el fuerte choque de pieles mientras Gerard se sostenía de la espalda de Frank, arañando su piel y gritando su nombre. No se dio cuenta en el momento en que sus jadeos se convirtieron en fuertes súplicas y gritos de placer pero su alfa estaba ahí para él, complaciendo cada uno de sus deseos.
—Ya casi voy a terminar... —murmuró el alfa mientras penetraba al omega a un ritmo más lento y bombeaba con su mano derecha la polla ajena.
—Yo también, alfa...
En medio de una sonrisa cómplice y un par de empujes más ambos se corrieron. Frank llenando a Gerard de su esencia y el omega manchando su propio vientre con su semilla.
El alfa no se alejó ni sacó su polla, se inclinó sobre el cuerpo de Gerard y le buscó el cuello, olisqueando justo sobre su glándula para depositar un beso ahí, pero se sorprendió al sentir el fuerte aroma que emanaba de Gerard, mucho más intenso, dulce y adictivo.
—Gee —susurró y alzó la vista rápidamente para ver el rostro cansado pero contento de su omega, incluso sus ojos estaban llorosos—. Tu aroma...
—Mi aroma, Frank.
—Mi flor hermosa, has recuperado tu aroma —afirmó y le besó los labios compartiendo su alegría—. Yo siempre supe que no eras un omega sin aroma, pude sentirte, tenue y delicado, desde la primera noche que estuviste aquí.
—Seguramente porque eres mi alfa...
—Eres mi omega, mi vida, mi amor...
*
El día que Gerard tanto había esperado al fin había llegado. La vida era hermosa y perfecta junto al alfa con el que compartía sus días, iluminándola con su sonrisa encantadora y endulzando su vida con su aroma a azahares que tanto le enloquecía, e incluso habían descubierto que sus aromas juntos combinaban tan bien así como ellos siendo alfa y omega.
Sin embargo, esa mañana Gerard había descubierto algo que no se esperaba, por sus síntomas y porque su aroma estaba teniendo un ligero cambio, se enteró que estaba esperando un pequeño cachorrito de él y de Frank. Una nueva vida producto de su amor más puro y de lo mejor que tenía en la vida.
Antes de comenzar a vestirse había apreciado su figura en el espejo por largos minutos, un pequeño bulto se notaba en la parte baja de su vientre ya se notaba y estaba seguro que no había nada en el mundo que no hiciera para protegerlo, al igual que sabía iba a hacer Frank.
Solo que, ahora ya no sabía más si dedicarse a vivir la vida que tenía por delante y olvidar ese capítulo tan funesto que ya le había quitado lo suficiente; o acabar con todo ello y cumplirse a sí mismo.
Su mente estaba siendo una maraña demasiado complicada. No había hablado durante todo el viaje hacia la mansión donde Anthony Green, según los informes de los vigilantes ya les estaba esperando y su alfa, que había sentado a su lado, solo le veía con comprensión, respetando su silencio creyendo que se debía a que iba a encontrarse cara a cara con alguien que tanto daño le había hecho.
El omega suspiró y Frank lo único que hizo fue atraerlo hacia su pecho y abrazarlo. Le besó el cabello y lo rodeó con su brazo derecho. Sin querer la mano de Gerard fue hasta su vientre, acariciando con cariño a su pequeño cachorrito.
—Gee... —susurró el alfa.
—¿Hmm?
—¿Puedo preguntar algo?
—Lo que tu quieras, mi alfa.
—Tu aroma... —dijo con mucha suavidad—. ¿Está cambiando?
Gerard se incorporó despacio y vio al rostro a la persona que tanto amaba. Se veía tan guapo con ese traje a negro, a juego con su corbata y su camisa blanca, el cabello un poco crecido al igual que su barba, y esos ojos avellana tan brillantes, pensó en que le gustaría que su bebé tuviera esos mismos y sonrió ante la idea pero también por la rapidez con la que Frank había notado el cambio. Sin duda lo conocía demasiado bien.
Él asintió y tomó la mano derecha del alfa para colocarla sobre el bultito.
Los ojos de Frank se abrieron inmediatamente y una amplia sonrisa cruzó su rostro.
—Ya no seremos dos, sino tres...
—Mi flor... me haces el alfa más feliz del mundo —dijo y le besó muchas veces, sobre los labios, en las mejillas, en la frente—. Te amo tanto, tanto, y lo haré por siempre hasta el final, e incluso más allá.
—Yo también te amo —dijo contento pero su mirada volvió a caer al notar que el vehículo se estacionada afuera de la residencia Armstrong—. Frankie...
—¿Qué pasa, cariño?
—Ya no quiero continuar más con esto. No quiero volver a ver a ese hombre. Lo siento...
Frank no permitió que empezara a disculparse, lo silenció con un beso y volvió a abrazarlo. Él no era un alfa de palabras inútiles y vacías sino de hechos.
—No tienes nada por que disculparte y tampoco tienes que hacer nada —dijo—. Eres el omega de El Escorpión, nadie nunca te hará daño y Green, solo será una sombra que atormentó tu pasado.
—¿Qué quieres decir?
—Nuestros hombres se harán cargo y toda La Toscana sabrá lo que le pasará al que toque a mi omega...
—No me alcanzará la vida para agradecerte.
—Tu me has dado mucho más de lo que alguna vez soñé, mi dulce flor roja.
Alfa y omega se fundieron en un profundo abrazó, no había nada más que decir. Frank miró a Alex en la parte delantera del vehículo y con un asentimiento le indicó lo que ya en sus planes estaba, sus hombres se harían cargo de exterminar esa plaga.
Y sin más, partieron de regreso a sus viñedos a celebrar la noticia de la llegada de su primer hijo.
Gerard nunca imaginó que haber irrumpido por casualidad en aquellos viñedos hubiese sido la mejor decisión de su vida, el cliché más bonito.
Sin duda, aceptaría vivir de nuevo su vida si el destino volviera a poner a Frank en su camino.
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