01. Disculpas y promesas
Hay muchas historias que pueden estar ligadas a las creencias y cultura de una zona o región en particular, relatos míticos que dan nombre y explicación a situaciones o cosas que no lo tienen, a aquello que los seres humanos no comprenden.
Hablando de cosas sin explicación, hay una breve historia que le da sentido a las nevadas de la ciudad, a la inexplicable nieve que cae cada año y que paulatinamente se adueña de lo que deberían ser estaciones regulares.
Me disculpo de antemano, sé que ustedes no son merecedores de mi lado más gélido y difícil de sobrellevar, sin embargo, es todo lo que puedo ofrecerles, es todo lo que mi dolor y angustia me permite dar. Realmente hay muchas cosas por las que debo disculparme y aunque sé que no hay justificación para lo que he hecho, espero que contar lo más detalladamente posible la situación les dé una vista más amplia de lo ocurrido.
“Todos cometemos errores” Eso ustedes suelen decirlo seguido, una disculpa o una frase vacía que sirve para zafarse de la culpa y responsabilidad, no lo sé con franqueza, pero ahora quiero decirles lo mismo: todos cometemos errores y yo he cometido muchos.
La humanidad me ha proporcionado muchos nombres, apodos sin sentido e incluso algunos ofensivos. No me desagradan, pero me gustaría que me llamaran por el nombre que me fue otorgado el día de mi creación, uno que solo es conocido por mis hermanos y algunos pocos mortales. Pueden llamarme Jimin, y si lo digo en este momento es porque deseo hacer las cosas bien, arreglar un poco del desastre que ha significado mi existencia.
Quizás ustedes lo sepan, mas prefiero ser específico desde el principio.
Años atrás, realmente no recuerdo cuántos, este lugar era cálido, árboles frondosos y de vasto follaje se lucían por todas partes, el sol los visitaba diariamente y los pájaros cantaban como si fuesen miembros de los uniformados que cantaban el himno cada lunes.
Yo llegué una noche de luna llena, trayendo conmigo nubes densas, ráfagas frías y copos blancos. Mis intenciones no eran precisamente buenas, aunque tampoco me considero algún ser malvado que para todo tuviera una mala intención. Solo era yo, un ser nuevo de poca experiencia, testigo de actos despiadados en los seres humanos y conocedor de sus debilidades.
Creí conocer todo de ustedes, inocente o estúpidamente pensé que los comprendía tanto como a la palma de mi mano. Y fui estúpido pues años después descubrí una línea que no había visto antes, encontré pequeñas arrugas a los costados de mis dedos que no fui capaz de notar en el pasado. Ni siquiera me conocía a mí mismo y creí saber todo de ustedes.
Todo fue mi culpa, no hay nadie más a quien pudiera reclamar todo lo ocurrido por mi descuido e ignorancia.
Al principio traté de implementar el invierno paulatinamente hasta apoderarse de los tres meses correspondientes, salía por las noches a darle forma a los copos sobre los árboles y para ayudar a las criaturas que podrían morir congeladas por mi trabajo. Luego, antes de que apareciera el amanecer, me marchaba de regreso al bosque para planear la llegada de la nieve y su partida, diseñaba un horario para revisar las zonas que pudieran tener alteraciones en la temperatura y demás.
Fui dedicado y apasionado, o por lo menos los primeros años.
Para mi tercera década ya había perdido el amor que profeticé a mi trabajo en mis primeros años, me volví descuidado y arrogante, demasiado orgulloso para aceptar mis errores y hacerme responsable de los daños que le provocaba a la población a mi cargo. No fue hasta la nevada de 1895 donde todo cambió, fue ese año en que vi con mis propios ojos lo malditamente hijo de puta que era.
—Murió casi la mitad de la población a tu cargo, así como animales de toda índole y pérdidas materiales —dijo Namjoon, dios encargado del orden en nuestras tareas—. ¿Qué puedes decir al respecto?
¿Qué podía decir? ¿Qué patética y jodida excusa podría dar?
—Lo siento —murmuré temblorosamente, agachando el rostro al sentir aquella fría y penetrante mirada dorada.
Namjoon suspiró sonoramente antes de darme la espalda, llevándose consigo mi poca estabilidad y abriéndome los ojos de golpe.
—Recibirás un castigo de parte de los superiores, Jimin, y ni siquiera yo podré salvarte esta vez —dijo en un tono bajo, dejando en claro lo mucho que le dolía lo que yo pasaría en el futuro.
—Lo siento.
—¿Es mi culpa? ¿He sido un mal guía? —preguntó con aflicción y yo me apresuré en negar.
—Claro que no, tú eres magnífico, un gran guía y maestro.
—¿Entonces por qué haces todo esto?
Y nuevamente enmudecí. Ni siquiera yo sabía por qué lo hacía, en ese entonces no terminaba de conocerme a mí mismo ni mi rol en este mundo.
—Lo siento, por favor no te culpes.
Namjoon negó y me tomó de los hombros, dando caricias suaves sobre mi vestimenta.
—No sé con certeza cuál será tu castigo, pero el costo a tu descuido y desobediencia será alto, eso no lo dudes ni por un segundo—tragué con fuerza—. Puede ser un dolor físico o emocional, así que deberías de estar preparado para cualquier cosa.
Después de algunas recomendaciones y caricias de su parte, así como disculpas de parte mía, nos despedimos y yo volví al plano terrenal, tratando vanamente de reponer aquel error que me marcó de por vida y me provocó más desgracias de las que puedo contar.
La incertidumbre no me dejó respirar los primeros meses, seguía sin conocer lo planeado por el resto de los dioses y parecía que eso era todavía peor que saberlo. Entonces sucedió algo inconcebible, tan sorpresivo que me causó pánico ipso facto.
Frente a mí, a poco más de diez metros estaba uno de los humanos del pueblo, llorando desconsoladamente en medio de la nieve y árboles desnudos.
—¡Los n-necesito tanto! ¡Reg-gresen! ¡Vuelvan c-conmigo! —rogaba a gritos, golpeando el suelo con ira primitiva y rojo por las lágrimas sin consuelo.
Yo solo pude observar, detallar su cabello oscuro como las noches de octubre y la piel pálida a un grado preocupante, la ropa desgastada y poco adecuada a las bajas temperaturas del exterior, así como el calzado roto. Se encontraba en unas condiciones terribles y verlo desmayarse solo añadió más preocupación a mi ser.
Caminé presurosamente en su dirección y lo llevé conmigo para darle algunos cuidados temporales, verificar que siguiera con vida mientras estuviera a mi lado y averiguar qué estaba ocurriendo.
¿Saben? Los castigos emocionales son mucho más dolorosos que los físicos, el dolor que no es curable con algún remedio es mucho más difícil de sobrellevar y resultar ser una perdición.
Aquel chico resultó ser mi perdición.
Y supe, casi desde el primer momento en que mi mirada clara se topó con aquella oscura que mi castigo había llegado.
Los sentimientos que desarrollamos mutuamente fueron agobiantes desde el principio, algo confusos pero sumamente grandiosos. Nuestros encuentros se volvieron algo de todos los días, rápidamente sobrellevamos las diferencias y confiamos ciegamente en el otro.
Tanta fue mi confianza que le dije la verdad, en poco menos de dos años le conté mi más grande secreto.
—Soy un enviado de los dioses, encargado de traer el invierno a este poblado —conté tembloroso, cerrando los ojos en espera de alguna reacción contraria.
Aquel hermoso chico me sonrió y acarició el rostro antes de abrazarme, de proporcionarme de su calidez al punto de derretir todo mi interior. Cambié mi actitud y manera de ser, volvió el antiguo Jimin sonriente y dedicado, el que invertía su tiempo planeando y cuidando de sus pobladores.
Él me había cambiado.
Con el paso de los meses todo fue mucho mejor, nuestra extraña relación sin nombre tomó una etiqueta de mayor valor. Éramos novios, compañeros que compartían sonrisas, días y noches llenas de alegría.
Di todo de mí, aunque él no pudiera notarlo, entregué hasta la última gota de mi esencia a aquel mortal sin ser verdaderamente consciente de lo dañino que sería para ambos.
Entonces, una de las muchas noches que invertí observando su rostro en silencio él despertó, tenía la mirada levemente perdida y los ojos hinchados, sus labios delgados estaban resecos y creí ser capaz de sentir la angustia escapando de sus poros.
—Hay algo que nunca te dije —murmuró—. Es algo que sucedió el día en que nos encontramos.
—¿Cuándo te desmayaste? —pregunté y él asintió.
—Nunca hablamos de por qué estaba llorando ese día.
—No quería presionarte, pensé que cuando estuvieras listo me lo dirías por ti mismo —solté acariciando su rostro y acomodando uno de sus rebeldes mechones oscuros detrás de su oreja.
Él me sonrió y subió una de sus manos para colocarla sobre la que yo tenía en su mejilla.
—Estoy listo y quiero contarte —dijo antes de soltar un tembloroso suspiro.
Yo en ese momento no lo sabía, pero algo dentro de mí parecía estar alerta, como si supiera que esa conversación marcaría un antes y un después entre nosotros.
—¿Estarás bien?
—Sí, quiero que hablemos de esto ahora —añadió y en ese momento no pude sospechar de la razón por la que su deseo de contarme había aparecido a altas horas de la noche, cuando el clima parecía ser más gélido que nunca.
—Vale, te escucho.
—El día que me encontraste, cuando estaba llorando como si mi vida dependiera de eso fue porque había perdido algo sumamente importante, no podía con tanto dolor y sentía que si no lo expulsaba de alguna manera, moriría —soltando otro tembloroso suspiro, continuó—. M-mis padres habían m-muerto poco tiempo atrás.
—Yo… lo lamento muchísimo —fue lo único que atiné a decir y ver sus ojos inundados de lágrimas me derrumbó por completo.
—Ellos murieron en una helada sin explicación.
Sus palabras fueron como un balde de agua fría a mi sistema.
Me tensé, abrí los ojos lo mayor posible y el aire abandonó mis pulmones. El chico sollozaba aferrado a mi vestimenta mientras yo me perdía en la miseria de mis acciones, en los recuerdos y pensamientos juzgadores.
—La t-temperatura había ba-bajado demasiado y e-ellos salieron por m-más leña para hacer f-fuego, pero… pero nunca v-volvieron.
Él seguía hablando, ignorante de la culpa que se amontonaba cada vez más sobre mis hombros.
—L-los encon… traron debajo de mucha nieve, c-congelados y abrazados en b-busca de calor.
—Detente…
—Los perdí, Jimin, los perdí para siempre.
—Para…
—Cada día que pasa los extraño, ¡los necesito tanto!
—¡Cállate! —grité sin poder contenerme, alejándome de su tacto que quemaba extrañamente y observando los ojos desorbitados de mi pareja.
—¿Jimin?
El silencio inundó el ambiente siendo apenas interrumpido por sus bajos sollozos y su nariz sonando brevemente. Yo no podía ni respirar al ver su mirada devastada y confundida.
—Vas a odiarme —susurré con culpa y él me miró extrañado.
—¿Por qué lo haría? —cuestionó inclinando el rostro.
Sin darme cuenta, el clima cada vez se volvía más frío y la ventisca tomaba mayor intensidad. Lo que antes era una leve nevada se convirtió en copos gruesos y pesados cayendo por doquier a un grado preocupante.
—¿Jimin?
—Fue mi culpa —dije casi sin voz, sintiendo mis propios ojos aguarse al ver el cambio en las facciones de mi pareja—. En ese entonces era descuidado y no me preocupé por lo irregular del clima y lo dañino que resultaría para todos ustedes.
—Tú hiciste que nevara —aseguró con rencor antes de ponerse de pie donde nos encontrábamos acostados. Inmediatamente le imité y tomé sus manos entre las mías frías.
—Lo siento mucho, juro que jamás fue mi intención acabar con sus vidas —dice ansioso, con los nervios al límite al saber que él comenzaba a mirarme con el mayor odio del mundo.
—Los mataste.
—Por favor, te juro que no fue así.
—Mataste a mis padres —reclamó con furia zafándose de mi agarre.
Yo negué de inmediato mientras me arrodillaba frente a él al ver sus claras intenciones de abandonarme.
El cielo cayéndose a pedazos sin que nosotros nos diéramos cuenta.
—No digas eso, te juro que jamás deseé algo así, jamás quise lastimarte ni a nadie más.
—Pero lo hiciste, me quitaste lo que más amaba en el mundo.
—Por favor, no es así, las cosas no fueron de ese modo.
—Te odio tanto —y no era necesario que lo dijera, su mirada atravesando mi ser me lo decía en silencio.
Jadeé cuando lo sentí apartarse de mí y solté un sollozo aún más grande que los suyos al verlo marcharse colina abajo para luego perderse entre la neblina de la misma nieve.
Él no volvió y nunca más volví a verlo.
Sé que probablemente mis palabras carecen de sentido y sentimientos, pero juro por mi vida y la de todos los seres que he llegado a amar que no miento en ningún momento, en ninguna palabra escrita en estos trazos.
Me sumí en el profundo dolor de la partida de mi pareja y nuevamente descuidé todo lo que me rodeaba, vagué por algunos meses sin saber realmente lo que debía hacer ahora que me encontraba solo, sin nadie que pudiera guiarme. Aunque realmente sí había alguien que me guiaba.
Namjoon bajó un día hasta el plano terrenal para verme, me encontró sentado en flor de loto con algunas zonas convertidas en hielo a mi alrededor. Su mirada se suavizó al toparse con la mía y una de sus grandes manos viajó hasta mi cabeza para dar golpes cariñosos.
—¿Cómo llevas tu castigo? —preguntó mientras se sentaba a mi lado, viendo el horizonte como aquel que nos proporciona todas las respuestas.
—Sigo aquí, no he dejado de existir, la nieve sigue cayendo y las personas caminando, los animales se mueven a su propio ritmo y las plantas crecen a pesar del frío —dije incrédulo.
Sorpresivamente todo seguía su curso sin alteración mientras yo me sentía morir por dentro, mientras algo era arrancado de mi pecho y el dolor me quemaba las entrañas.
—Lo sé, todo está bien aun cuando tú no has hecho la gran cosa —respondió con una cálida sonrisa en un absurdo contraste con lo monótono de sus palabras.
Yo le regresé el gesto antes de girar a ver el mismo punto que él y, sin poder evitarlo o controlarlo, me derrumbé en un llanto incontrolable, aferrándome a mis rodillas y suplicando por volver a ver al chico que me sacó más de un suspiro enamorado, aquel que me cautivó con sus tiernas sonrisas y ojos brillantes, que me dejó embelesado con su dulce voz y besos cariñosos.
—¿Cómo vas con tu castigo? —volvió a preguntarme y yo negué entre sollozos, suplicando internamente que todo terminara.
—No p-puedo… no puedo más —dije como pude, gritando y pataleando como un crío en medio de un berrinche.
—Jimin…
—Namjoon, te lo s-suplico —gateé hasta él con el rostro pegado al suelo y las manos dando con sus pies descalzos y limpios—. Dime d-donde está, n-necesito verlo de nuevo, lo amo, te j-juro que lo amo.
No me atreví a ver su reacción, pero puedo apostar a que estaba sorprendido por mis ruegos y deplorable estado, por verme tan abatido por la pérdida de un mortal que no significaba nada en mi vida apenas unos años atrás.
Sus manos acunaron mi rostro y lo elevaron lo suficiente como para que él pudiera ser capaz de besarme castamente en la frente.
—Si lo hago te dañaré más —susurró y yo negué inmediatamente.
—No importa, soportaré lo que sea con tal de verlo de nuevo —acepté solemne, sin saber que eso sería otro golpe duro a mis emociones.
Namjoon asintió con dudas y me encaminó a pocos metros debajo de mi morada, en un montículo de nieve idéntico a los muchos que había por la zona. Con un suave movimiento de manos el blanco manto se dispersó y debajo de él se encontraba el cuerpo sin vida de mi pareja, la piel más blanca que jamás había visto y los ojos cerrados mientras se abrazaba a sí mismo.
—Está… —ni siquiera terminé la oración antes de ver a Namjoon asentir nuevamente, tan sereno como si no nos encontráramos frente al cuerpo del que yo creía el amor de mi vida—. Lo mataron —acusé.
—No nos culpes a nosotros de su descuido, solo a él se le ocurre salir así en medio de una tormenta.
—Lo mataron —repetí.
—Jimin…
—¡No me mientas! No te atrevas a mentir —grité mientras le empujaba con todas mis fuerzas.
—Te advertí que esto sería peor.
Y yo solo podía llorar, si antes el dolor era desgarrador ahora se volvía insoportable. El pecho se me partió en dos mientras gritaba al viento y a los dioses, maldije a todo aquel que sabía el nombre y provoqué el invierno devastador que tanto temían que llegase por mi descuido.
Creí ingenuamente que el dolor de la partida de mi amado sería el castigo que merecía, mas era mucho peor.
Lo sé, ahora que he conocido a su hijo puedo decir con certeza que conozco mi verdadero castigo.
No me malentiendan, conocer a Jungkook ha sido una de las cosas más maravillosas que me han sucedido, sus visitas diarias y ojos brillantes hacen mis días mucho mejores, su cabello azabache y sonrisa de labios delgados me han enamorado día con día, noche tras noche.
Posterior a la muerte de mi pareja y de haber dado a su cuerpo el trato que se merecía, mis desestabilizadas emociones se vieron reflejadas en el clima gélido que abarcó poco a poco todo el año, convirtiendo lo que antes fue una ciudad cálida y soleada en una región que conocía muy poco la luz del sol.
Acepto completamente la responsabilidad, ha sido mi culpa que ustedes pasen por climas tan bajos al punto de ser desagradable, que luchen por conseguir frutos o que sus animales sigan con vida. Sin preguntar los hice parte de mi dolor, del sufrimiento que me alberga todos los días y me quita el sueño.
—El resto ha hablado conmigo.
—Déjame adivinar… ¿Fui el tema de conversación? —cuestioné con sarcasmo y la voz quebrada.
Él asintió sin molestarse en verme.
—No están seguros si el castigo funcionó como ellos pensaron.
Sin poder evitarlo comencé a reír. El sonido de mis carcajadas perdiéndose entre los sollozos que brotaban de lo profundo de mi garganta.
—¿Piensan darme más castigos? ¿Éste no fue suficiente? —pregunté molesto.
—Quisiera decirte algo al respecto, pero sabes que yo solo soy un portavoz.
—Claro —bufé.
Tiempo después me reuní con ellos y al ver mi asqueroso estado decidieron disminuir mi dolor.
—Fueron ustedes los que me provocaron más daño del que de por sí sentía —reclamé furioso, cuando el dolor fue más llevadero y no quería matarme con cada paso de los segundos.
—Solo hacemos lo que debemos hacer —respondió uno de ellos y mi ceño se frunció con ahínco cuando lo escuché de nuevo—. Creo que ahora has aprendido la lección.
Sonreí nuevamente y me di la vuelta, dispuesto a volver a mi hogar… mas no detuve el invierno.
Con el pasar de los años lo volví más y más devastador, tan agonizante y gélido como lo era todo en mi interior. Sin embargo, cuando ellos vieron que yo no pensaba detenerme —que mi dolor era más grande que mi cordura— volvieron a atacarme.
Perdón por engañarlos, por vigilarlos como un verdadero acosador, pero es que no pude detenerme, no podía, aunque quisiera.
Todo dentro de mí se removió una noche, sí, aquella noche en que Jungkook nació. Mis ojos se abrieron en medio de la oscuridad y un lazo imaginario me unió a él de inmediato. Desde entonces los vigilé, cuidé de él como lo más valioso en mi vida —porque eso era y aún es—, lo protegí de los peligros y di consejos cuando comenzamos a conversar.
Soy capaz de dar mi existencia a cambio de la de su hijo, de dar todo lo que tengo con tal de protegerlo y, como dije al principio de esta carta, estoy tratando de hacer las cosas bien, demostrar que puedo apreciar el amor de los mortales que no valoré en el pasado.
Todos cometemos errores y yo he cometido muchos, sin embargo, me comprometo a nunca dañar a Jungkook, amarlo con mi gélido corazón al límite de la locura y protegerlo como lo he hecho todos estos años, no lo congelaré como lo hice con mi antiguo amor.
Escribo todo esto y es probable que lo lean cuando Jungkook ya se encuentre conmigo, lo suficientemente lejos como para que no sepan de él nunca más, aunque procuraré que tengan noticias regularmente, lo suficiente para mantenerlos tranquilos.
¿No lo dije anteriormente?
Soy egoísta, una mala característica que no he podido quitar, y esa es la razón por la que lo llevo conmigo, para que compartamos de todo y repongamos el tiempo perdido. Lo he esperado por años, por más de un siglo y no pienso seguir perdiendo tiempo.
Nuevamente me disculpo, sé que esto es difícil de creer y que llevarme uno de sus más preciados tesoros será duro de asimilar, pero lo único que puedo darle a cambio es mi palabra de honor y regresar la calidez del clima en nombre de nuestro amor.
Cuando la nevada vuelva en su totalidad es porque lo he perdido, porque he vuelto a estar solo y mi corazón se ha tornado gélido por el dolor. Hasta entonces, esperen las palabras de Jungkook…
Park Jimin
Enviado de los dioses para traer el invierno.
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—¿Puedes leernos la primera carta del tío Jungkook?
—Por supuesto cariño, te leeré todas las que quieras…
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