08
"No sé cómo superarte, dime,
¿cómo hacer pa' no pensarte? Aún
no puedo perdonarte, pero yo
muero por ir a buscarte."
Son las once y media de la noche para cuando llego al edificio de Martina. Estoy frente a la puerta de su departamento. Tengo una bolsa de plástico en la mano que contiene gomitas de durazno y chocolates que compré solo para ella, porque sé que le encantan, y sé que le encantan las golosinas cuando está bajoneada. Solo espero que me deje quedarme un rato.
Golpeo tres veces. Escucho movimientos apresurados del otro lado de la puerta y en cuestión de segundos, Martina aparece en frente mío, llevando puesto tan solo una musculosa negra, apretada y de escote bajo, y unos joggings tartán rojos. No es que me esté fijando, pero me doy cuenta con facilidad que no trae puesto corpiño, ya que puedo distinguir sus pezones a través de la tela de su remera. Verla así me genera todo tipo de sensaciones, pero me rescato antes de que ella se de cuenta que el estoy mirando las tetas.
Cuando alzo la mirada, me percato de lo hermosa que está. Sin una gota de maquillaje, con los ojos verdes relucientes, haciendo un contrapunto con su piel pálida y sus mejillas rosadas. Tiene el pelo recogido en un rodete alto a medias y puedo ver las ojeras que le oscurecen el rostro, pero solo la hacen ver incluso más naturalmente hermosa.
—Hola —le sonrío.
—No te hagás el boludo, te ví mirándome las tetas.
Suelo una carcajada de inmediato.
—Tenés razón, perdón —admito, haciendo un gesto con la cabeza—. Vos también igual, Martina. Me decís que no cojamos pero ni te ponés corpiño. Me la re complicás.
Ella me pone esa carita de orto que tanto me encanta, porque la hace ver como una nena. Me da ternura.
—Qué hormonal de mierda, Lisandro. Controlate —dice.
Rápidamente, se hace a un lado y yo me ocupo de sonreírle al hacerme paso dentro de su departamento, manteniendo mis ojos clavados en los suyos. Martina después cierra la puerta detrás suyo y yo me doy vuelta hacia ella con la bolsa de plástico en alto.
—Traje golosinas —anuncio orgullosamente.
Ella me dedica una sonrisa pícara y me arrebata la bolsa de las manos. Hace una corridita hasta la cocina mientras hurga por entre los muchos chocolates, haciéndose con el paquete de gomitas de durazno. Aprovechando que el departamento es de concepto abierto, yo la observo encantando.
—Te adoro —me dice ella, mordiéndose el labio inferior al tener el paquete de gomitas en la mano.
Yo me acerco y me apoyo contra la barra de la cocina para mirarla un poco. Martina se agacha para sacar un bol en el cual vierte todos los contenidos del paquete, después apoyando el recipiente sobre la mesada entre nosotros para empezar a comer.
Yo la miro y fa... es que es una cosa perfecta sin siquiera esforzarse, sin siquiera darse cuenta. La observo detenidamente mientras ella reposa los codos sobre la barra, agarra una de las gomitas y se la lleva a la boca; el rodete improvisado se le deshace y el pelo largo le cae por la espalda. Me viene un breve flashback de nosotros en mi antigua casa en Buenos Aires, comiendo gomitas de durazno en la mesada de la cocina a las tres de la mañana después de haber cogido por horas en el sillón.
—¿Cómo estás? —le pregunto tranquilamente, mirándola mientras mastica.
Martina se encoge de hombros, con la cabeza gacha. Me es fácil darme cuenta que no está bien; que por más que las gomitas le generen un subidón de energía, ella todavía se encuentra en esa nube de estrés y bajón en la que lleva enterrada desde el viernes a la noche. La conozco lo suficiente como para darme cuenta.
—¿Fuiste a caminar? —le pregunto ahora, haciendo referencia a lo que me dijo durante la llamada más temprano de que iba a salir a tomar aire.
—No. No me dio el cuero —admite—. Además, no quiero enfrentarme a la prensa ni a ningún pelotudito ahora. Ya con Alex tengo suficiente. Y con todas las cosas que tengo que asimilar... no sé. Y encima que me vino hace una hora. No sabés cómo estoy. Me quiero tirar en la cama y no salir nunca más.
—Entiendo —asiento—. Y, hacelo. Nadie te frena.
—Tengo sesiones —suspira, llevándose otra gomita de durazno a la boca—. Mañana me llega un envío de Kollyy y se supone que tengo que sacarme fotos para promoción, pero es que no sé si voy a poder. Bañarme, maquillarme, vestirme. Viste, todo el rollo. No me da la energía ahora y no creo que me de hasta que esto se resuelva. ¿Entendés?
—Sí, sí —vuelvo a asentir con la cabeza, comprensivo—. Si querés yo te ayudo con eso.
Martina suelta una risa.
—Dale, ¿qué vas a hacer vos? ¿Delinearme los ojos? ¿Sentarte en una esquina y mirarme las tetas toda la hora? No serías de mucha ayuda, Li.
—No, boluda —me río, pegándole un zape suave en el hombro, deleitado ante el uso del apodo que ella me tiene—. A sacarte las fotos digo. Y de paso te acompaño, así se te hace más llevadero. Soy re buena compañía.
Le dedico un guiño de manera juguetona y ella pone los ojos en blanco, pero una pequeña sonrisa igual se apropia de sus labios. Yo me sonrío a mí mismo también porque verla así me encanta.
—No sé —dice Martina por fin con un largo suspiro—. Ya mañana veo. Pero gracias igual, lo aprecio mucho. Todo lo que estás haciendo por mí... gracias.
—No, de nada, hermosa —le sonrío ampliamente, agarrándome una gomita del bol—. ¿Pensaste lo que te dije de salir a hablar con la prensa?
—No —admite, resoplando—. O sea, sí lo pensé. Pero no sé... —se muerde el labio inseguramente, alzando los ojos para mirarme—. ¿Vos que decís que podría hacer? ¿Publicar un tuit?
—Sí, o una historia a Instagram. Algo así. Subís algo explicando todo bien y decís la verdad, y ya vas a ver cómo se da vuelta la conversación. Haceme caso, Martu, no dejes que ese pelotudo te pase por encima —la incito, queriendo que ella se defienda de los comentarios de las redes sociales.
No me hace bien que le estén sacando el cuero de esa forma. Leí un poco de las cosas que están diciendo y no me va nada que la anden llamando una trola sin siquiera saber la historia completa, porque si hay algo que Martina no es, es trola. Es un ser hermoso.
—¿Lo hago? —me pregunta, volviendo a morderse la comisura del labio inferior vacilantemente.
—Yo digo que sí. ¿Querés que te ayude? —le sugiero.
Martina duda, pero termina por asentir. Así entonces, agarramos el bol de gomitas más todos los chocolates de la bolsa de plástico y pronto nos encontramos lado a lado en el sillón, yo con su teléfono en la mano, con Instagram abierto. Al ver que tiene muchos mensajes sin contestar, de inmediato me pregunto si aquellos serán pibes queriendo chamuyársela. Tenso la mandíbula ante el pensamiento. Rápidamente, me meto a la cámara.
—Mirá, hacemos así —le digo, pegándome a ella para que pueda ver la pantalla del celular.
Apoyo la cámara contra el colchón del sillón para tomar una foto en negro. Después, le agrego texto y junto con Martina, empezamos a debatir y escribir un breve texto al respecto de la situación. En cuestión de minutos, para eso de las doce de la noche, tenemos listo el mensaje.
Una vez que lo leyó y releyó varias veces, a Martina por fin se la ve satisfecha con las palabras.
—Bueno. Guardalo y subilo mañana o pasado —le digo, devolviéndole el teléfono, procurando rozar nuestros dedos al hacerlo.
—¿Ahora no?
—No, no. Es muy temprano. Porque capaz a Alex le sale mal el plan y mañana todos se vuelven contra él, así que fijate —me encojo de hombros, agarrando una gomita del bol casi vacío y llevándomela a la boca.
—Okay, okay —asiente Martina.
Guarda la foto en su galería. Después, apaga el teléfono y lo deja boca abajo en la mesa ratona, volteando hacia mí con un largo suspiro satisfecho. Me observa durante un segundo y yo la observo a ella.
—¿Qué? —pregunto por fin, soltando una pequeña risa.
—No, nada —contesta ella, encogiéndose de hombros y torciendo las comisuras de los labios hacia abajo.
Me río y asiento. Corto un cuadrado de chocolate amargo con las manos y se lo extiendo a ella, después agarrando uno para mí.
—Cuando quieras decime y me vuelvo a mi casa, eh. No me jode —le digo—. Además, vos deberías dormir.
—Lisandro, ya te dije que dormí un montón.
—Y yo no te creo nada —replico, dándole un golpecito suave con el dedo índice en la punta de la nariz.
Martina arruga los labios y yo me muero de la ternura.
—Problema mío no es —se encoge de hombros.
—Ah, o sea, ¿querés que me quede? —arqueo una ceja, propinando una sonrisa pícara.
Martina pone los ojos en blanco y voltea la cabeza, pero no contesta mi pregunta. Yo, aunque sonrío triunfante, quiero molestarla más, así que me acerco a ella y la tomo de la mandíbula para obligarla a mirarme. Le aprieto un poco los cachetes de manera que le sobresalen los labios y me derrito ante el pensamiento de esa boca hermosa alrededor de mi pija, la imagen de ella atragantándose, arrodillada en frente mío. Mierda.
—¿Sí o no, Mar? —insisto, bajando un poco la voz porque la proximidad lo requiere.
—Si ya sabés qué voy a contestar entonces para qué insistís, pedazo de boludo —frunce los labios, frustrada.
Yo suelto una pequeña risa y no puedo contenerme de dejarle un suave piquito en la boca, después soltándola y alejándome. Una vez que la distancia vuelve a abrirse entre nosotros, la miro de reojo y puedo ver que el breve momento la dejó hecha un lío, con la respiración medio agitada y las mejillas enrojecidas. Me sonrío, pero tampoco me hago el tonto, porque estar tan cerca de ella a mí también me dejó boludo.
Nos quedamos en silencio durante algunos segundos, cada uno procesando lo rápido que cambió el ambiente. Ahora, yo me siento acalorado, y tengo motivos para creer que Martina también. No sé cómo es que una interacción tan simple puede hacernos tan mierda.
Trato de pretender que estoy bien, pero estoy revuelto por dentro. Algo me tironea el bajo del estómago y el repentino subidón de temperatura en el ambiente hizo que se me seque la garganta, por lo que toso un poco para calmarme. Muero por tocarla de lleno, ya que el sutil contacto de nuestras rodillas no es suficiente para satisfacer el deseo que me inunda por dentro.
Muevo un poco la pierna, lo suficiente como para encontrar el costado de su muslo cubierto, pegándolo contra el mío. La siento removerse un poco. Después, como si algo se hubiera apropiado de mí, me doy vuelta hacia ella, y al parecer nos entendemos sin palabras, porque ni bien Martina me ve moverme, ella también me mira. De repente, nos estamos comiendo la boca.
Nuestros labios se amoldan en un beso firme y los dos ya estamos jadeando en cuestión de segundos, sobre todo cuando Martina aprovecha la oportunidad para introducir su lengua en mi boca. Me saborea y yo a ella, mis manos encontrando su nuca y las suyas, mi pelo. Tira un poco de las raíces de éste y yo no puedo evitar soltar un pequeño quejido entre el beso, incitándome a tomarla de la cintura y sentarla sobre mi regazo, con sus rodillas a cada lado de mis caderas. El beso se torna violento rápidamente y yo me encargo de recogerle el pelo largo en una coleta improvisada, para poder tirar de éste y obligarla a echar la cabeza hacia atrás. Ni bien su cuello está expuesto para mí, me apuro a besarla; esta vez, me aseguro de dejarla bien marcada.
Se me debilita el cuerpo cuando la escucho soltar pequeños quejidos de placer debido a mi lengua contra su piel. Dejo chupones en su garganta, sus clavículas, su mandíbula, sus tetas, por todos lados, y observo con deleite como su piel se torna de color rojo sangre. Martina se desespera con facilidad y empieza a moverse sobre mi regazo, frotando su entrepierna contra la mía y haciendo que yo alce un poco las caderas del sillón para obligarla a sentir mi pija contra su intimidad. Ella deja escapar un débil quejido y yo le suelto el pelo para poder volver a besarla.
—Dios, no sabés cuánto quería esto —dice ella en un susurro, respirando con pesar.
Suena como si se lo estuviera diciendo a sí misma, no a mí, pero igualmente escucharla decir eso me genera todo tipo de cosas, sobre todo porque ella afirmó que no íbamos a coger y acá estamos.
Inmediatamente, engancho las manos en el dobladillo de su musculosa y ella alza los brazos para ayudarme a sacársela, dejando su tren superior completamente expuesto. Yo me alejo del beso y me muerdo el labio inferior, analizándole detenidamente las tetas, con el sendero de chupones frescos esparcidos sobre su escote. Apoyo mis manos en el bajo de la espalda de Martina y la atraigo hacia mí para tomar uno de sus pezones entre mis labios, así empezando a succionar, morder y chupar todo lo que puedo para marcarla y hacerle saber que ella siempre va a ser mía.
El movimiento de sus caderas sobre mi regazo se vuelve desesperado y Martina arquea la espalda para otorgarme acceso completo a sus tetas, dejándome manipularlas a mi gusto. Yo alejo la boca para dejarle una leve palmada sobre el pezón y ella se muerde el labio, mirándome fijamente mientras lo hago.
Sin embargo, cuando me dispongo a volver a besarla, unos golpes en la puerta nos interrumpen.
Ambos caemos en un estado de alarma. Martina de inmediato se baja de mi regazo y yo le revoleo la musculosa, ayudándola a ponérsela de nuevo a toda velocidad. Nos cuesta un poco pero finalmente lo logramos. Los dos nos paramos de un salto del sillón, todavía jadeando por el placer del breve momento. Yo meto las manos en los bolsillos traseros de mis jeans incómodamente y veo como Martina se acomoda el pelo a la vez que camina a la puerta; aún puedo escuchar su respiración agitada y siento mi corazón latiéndome a toda velocidad. La miro a Martina mientras ella acerca el ojo a la mirilla, para después suspirar con aparente alivio.
Abre la puerta, pero no del todo; solo un poco, cubriendo el interior de la casa con su cuerpo, pero suficiente para que yo vea a una rubia y una morena por sobre su hombro.
—Boluda, ¿estás bien? —pregunta la rubia preocupadamente con esa típica voz de milipili. Sin embargo, ella después le mira el pecho y abre los ojos grandes como platos—. A la verga, Martina, ¿qué te pasó?
A la morena también se la ve sorprendida. En sincronía, ambos pares de ojos caen en mí por sobre el hombro de Martina. Yo las saludo con la mano incómodamente, con una sonrisa apretada, sin saber bien qué hacer.
—Uy, ¿interrumpimos algo? —dice la morena con un español un poco más rocoso, dándome a entender que es inglesa.
—Eh... —Martina me echa un vistazo por sobre su hombro—. No, ¿qué pasó? ¿Por qué vinieron?
—Vimos todo lo de Alex y queríamos venir a verte, estábamos preocupadas. Pero se ve que vos no —la rubia le hace un gesto sugestivo con las cejas, mostrándose disimuladamente emocionada.
—Eh, yo... sí, eh, ¿quieren pasar? —tartamudea Martina, tratando de calmar su respiración.
—Sí, igual yo ya me iba —agrego de inmediato, recuperando mi teléfono de la mesita ratona para ya emprender camino de vuelta a casa.
Veo como Martina las deja pasar a las dos chicas, sosteniendo la puerta abierta para dejarme salir a mí. Miro de reojo a las chicas y las noto ojeando curiosamente las golosinas en la mesita ratona, además del lío de almohadones en el sillón; como si sospecharan algo, lo cual no dudo. Apresuro el paso hacia la puerta de entrada hasta que por fin me encuentro al lado de Martina.
—Cualquier cosa me llamás, ¿okay? —le susurro, suspendiendo una mano por sobre su cintura.
Ella asiente nerviosamente y después yo por fin salgo del departamento. Escucho la puerta cerrando detrás mío y suspiro, aliviado después del momento de tensión, pero indignado porque no llegué a hacer todo lo que quería.
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