07
"Wasted times I spent with someone
else, she wasn't even half of you, reminiscing
how you felt and even though you put
my life through hell, I can't seem to forget
'bout you, 'bout you, I want you to myself."
Con el corazón en la boca y el teléfono contra el oído, salgo de la habitación a zancadas. No doy más del enojo, me tiemblan las manos y tengo unas ganas tremendas de cagarlo a puteadas a Alex por todo lo que acaba de pasar.
No sé en qué momento se le ocurrió que hacer todo público sería buena idea, sobre todo de la manera en la que lo hizo. Me duele muy poco que haya subido una foto con otra mina, solo me estresa que sea tan inmaduro y el hecho de que ahora se me va a complicar muchísimo zafar de ésta sin comerme la cuereada de mi vida en las redes sociales.
El teléfono suena varias veces, pero al final, me envía al buzón. Yo bufo y vuelvo a llamar. Otra vez, no contesta. Me paso una mano por el pelo frustradamente, pensando en qué mierda hacer ahora. Vuelvo a entrar a la cuenta de Instagram de Alex para ver su historia con Melanie; después, entro al perfil de ella.
Sé quién es, ya que trabaja en la misma agencia que yo y nos hemos visto un par de veces, pero nunca cruzamos palabra y no la conozco personalmente. Empiezo a deslizarme por sus publicaciones y cada vez me altero más, no solo porque la chica es hermosa y extrañamente parecida a mí, sino también porque hay publicaciones de hace algunas semanas de ella con un hombre.
Él no muestra la cara en ninguna de las fotos ni de casualidad, pero yo me doy cuenta de inmediato que ese es Alex. Reconozco su ropa, reconozco los lugares en los que están. De hecho, me da la impresión de que una de las fotos fue tomada en el departamento de él, hace tan solo uno o dos meses. Lentamente, caigo en la cuenta y me hierve incluso más la sangre.
Me suena el teléfono. Es Alex. Contesto de inmediato.
—Hey there (Hola) —me dice él, y prácticamente puedo escuchar la sonrisa arrogante en su rostro.
—What the fuck, Alex? (¿Qué mierda, Alex?)
—Yes, baby? (¿Sí, bebé?)
Me hierve la sangre. Tenso la mandíbula y no me inhibo de levantar la voz.
—Oh, so, like, you're fucking proud of this? You've been cheating on me for weeks and now you're out there talking about me like I'm the bad guy? Wow, Alex, you outdid yourself (Ah, ¿estás orgulloso de esto? Me estás engañando hace semanas y ahora salís a hablar de mí como si yo fuera la mala? Wow, Alex, te superaste) —escupo con fuerza.
—I don't know what you're talking about (No sé de qué hablás) —dice, pero todavía lo escucho sonreír orgullosamente—. Melanie's been my girlfriend for a year and half now (Melanie es mi novia hace un año y medio).
Perfecto, entonces la ingenua fui yo toda la vida y no me di cuenta.
La ira que me recorre las venas es tan fuerte que me veo obligada a cortar la llamada de golpe ni bien escucho esas palabras. Tiro el teléfono contra el sillón despreocupadamente. Estoy tan frustrada que siento como las lágrimas me brotan a los ojos, pero no caen. Me paso una mano por el pelo con ganas de gritar.
De nuevo, el teléfono empieza a vibrar, indicando una llamada entrante. Trato de ignorarlo, pero sigue sonando durante varios segundos, así que me acerco echa una furia y contesto sin siquiera leer quién es.
—Jesus, Alex, fuck off...! (¡Dios, Alex, andate a la mierda!) —le grito al teléfono.
—Fa, calma, loca.
Al escuchar esa voz, los pensamientos se me desordenan en la cabeza. Mi corazón ralentiza, mi respiración todavía está agitada y las lágrimas siguen estancadas en mis ojos. Saber que el que está del otro lado de la línea es Lisandro me agarra desprevenida.
—Perdón, pensé que eras... —cierro los ojos y me paso una mano por la cara para limpiarme las lágrimas.
—¿Alex? Sí, me di cuenta —responde él con una risa que me aliviana por dentro—. ¿Todo bien? ¿Estás bien?
—No, obvio que no —bufo—. Le conté a Alex sobre lo que pasó y salió a hablar en público. En las redes me están...
Lisandro se queda en silencio por un momento a la espera de mis siguientes palabras, pero yo tengo la garganta anudada, me cuesta hablar, así que dejo el final de la oración en vilo. Cuando él habla, su voz es dura.
—Qué hijo de puta —dice sin más.
—Efectivamente —suelto un suspiro y me siento en el sillón, agradecida por el breve momento de paz que me proporciona hablar con él.
—¿Querés que vaya para allá? —me pregunta.
—No creo que sea lo mejor ahora —niego con la cabeza, tamborileando los dedos contra la carcasa del celular.
—Está bien. ¿Querés contarme? —dice después.
—No —le digo tímidamente.
—¿Querés que corte?
Me quedo callada durante un segundo hasta que por fin suelo un largo suspiro.
—No —digo.
—Está bien —dice él, tranquilo—. Bancame que paso a videollamada.
Estoy a punto de objetar; todavía estoy en pijama, hace días que estoy en la cama y no me bañé. No me siento en condiciones ni quiero que me vea en este estado, pero antes de que pueda decir algo al respecto, Lisandro ya me está llamando por videollamada y no me queda otra que contestar.
Escondo la cara al margen y lo veo del otro lado de la línea, sentado en lo que parece ser el comedor de su casa, con una remera negra y el pelo despeinado. Sonríe cuando contesto, pero al no verme, la sonrisa desaparece.
—Quiero verte a vos, boluda, no al techo —me dice, indignado.
—No me bañé hoy —respondo con un hilo de voz.
—Qué me importa, Martina —lo veo poner los ojos en blanco—. Mostrame la cara o voy a ir a buscarte.
No dudo de que sea capaz de hacerlo, por lo que suelto un suspiro sonoro y por fin apunto la cámara hacia mí, centrando la imagen. A Lisandro se le ilumina el rostro, pero yo veo mi reflejo y me encojo al darme cuenta que me veo peor de lo que me imaginaba: pálida, con ojeras, el pelo despeinado y los ojos rojos por las lágrimas que vengo conteniendo hace varios minutos.
—Estás muy linda —me dice él casi de inmediato, generándome un pequeñísimo subidón de autoestima repentino que desaparece tan rápido como vino.
Mi piel reemplaza el blanco enfermizo por un color rojo fuerte. Trato de esconderlo como puedo.
—Creo que tengo fiebre —le digo.
—Estás muy linda igual —contesta Lisandro—. ¿Dormiste algo?
—¿Lo decís por las ojeras? Sí, dormí una bocha, no sé por qué me veo así.
Lisandro me mira con mala cara ante el último comentario, pero decide no decir nada al respecto. Yo me acerco a la barra de la cocina, me siento en uno de los bancos y apoyo el teléfono contra la taza de café para liberarme las manos. Aprovecho para peinarme disimuladamente.
—¿Vas a salir a hablar por todo esto? —me pregunta Lisandro, mirándome detenidamente.
—No sé. No creo. Solo es un bajón, porque tengo varias sesiones planeadas estos días que no voy a poder hacer por esta mierda —bufo, recogiéndome el pelo en un rodete a medias.
Lisandro baja la mirada. No sé si se está mirando a sí mismo o me está mirando las tetas; ambas opciones me alteran.
—Deberías salir a hablar —concluye por fin, volviendo a mirarme a los ojos—. No podés seguir dejando que la gente te pase por encima.
Hago una mueca porque se que está hablando de sí mismo y de lo que me hizo, y me duele a mí el dolor en sus ojos. Todo el tiempo me pongo a pensar y dudo de sus palabras, pero lo veo así y se que ese sufrimiento que tiene por haberme lastimado es genuino y que de verdad se arrepiente de todo.
La situación se me hace demasiado extraña. Que hace una semana yo hubiera dado la vida solo por mantenerme alejada de él y que hoy su llamada sea suficiente para salvarme del llanto. Esto solo me prueba que por más que estos últimos cinco años haya creído que todo estaba bien, no lo estaba. Nunca lo superé, nunca lo dejé de amar.
Por más que no quiera, Lisandro siempre va a ser el dueño de mi corazón. Me conoce como nadie y aunque haya llegado a odiarlo, mi necesidad de tenerlo cerca nunca murió.
—Ya sé —acoto—. Solo no quiero meterme en ningún lío. Yo sé que lo que hice también estuvo mal.
—Bueno, pero a ver —empieza Lisandro—; primero que nada, ustedes no eran novios. Estaban saliendo, sí, pero no estaban oficialmente comprometidos el uno con el otro, así que técnicamente, vos a él no le debés nada. Y segundo, vos podrás haber hecho algo mal, pero se lo contaste ni bien pasó y le pediste perdón. Es muy inmaduro de su parte salir a hablar públicamente sobre ello cuando lo podría resolver en privado con vos.
—Ya sé —me paso una mano por la cara—. Me dijo que él también me estaba gorreando a mí, al parecer. O, bueno, yo estaba ayudándolo a ser el cuerno de alguien más.
Lisandro frunce el ceño.
—¿Cómo?
—Tiene novia hace meses y yo nunca supe. Una flaca que trabaja en la agencia con nosotros.
Lisandro parece horrorizado. Yo agacho la mirada; me siento avergonzada.
—Pero... ¿y ella sabía?
Me limito a encogerme de hombros, ya que se me anudó la garganta y temo largarme a llorar si abro la boca. Todavía me cuesta asimilar la situación. Lisandro al parecer se da cuenta, porque de inmediato salta a consolarme.
—Ey, ey, ey, Martu, no llores —dice suavemente—. Mirame.
Yo dudo, pero termino por levantar la cabeza. Efectivamente, tengo los ojos rojos y llenos de lágrimas. Al encontrarme con la mirada de Lisandro a través de la pantalla del celular, siento como se me comprime el pecho.
—No voy a dejar que te sientas mal por ese pedazo de hijo de puta —me dice, hablándome tranquilo pero con firmeza, como asegurándose de que yo lo entienda—. Vos habrás hecho algo mal, pero él hizo algo mil veces peor. El que está en falta es él, no vos. ¿Me escuchaste? Así que ni se te ocurra llorar porque nada de esto es tu culpa.
—No sé —digo simplemente, sorbiéndome la nariz—. No... no entiendo. Me iba a presentar a sus papás, ¿y todo eso teniendo novia? Me cuesta entender cómo alguien puede ser capaz de eso. ¿Planeaba decírmelo o iba a dejar que me entere yo sola?
—No sé —admite Lisandro con un suspiro—. Es una forrada lo que hizo, Mar, de eso no hay duda. Pero ahora no te queda otra que asumirlo. Y salir a hablar, a aclarar las cosas, si es que querés y podés. Total, él quiso dejarte mal parada, entonces vos lo podés hacer mierda si te dan ganas.
Me río un poco. Tiene razón, aunque a mí no me de el corazón para salir a cuerear a alguien de esa forma. Todavía me siento culpable, no lo puedo evitar, y cierta parte de mí incluso se siente mal por Alex. Obviamente, también hay cierta parte de mí que no. El problema es que no sé cuál de las dos es más fuerte.
Me enjugo las lágrimas en un movimiento rápido y disimulado y me siento un poco más derecha en el banco, acomodándome el pelo para borrar evidencia del llanto pasado. Lisandro me dedica una media sonrisa consoladora y yo siento un revoloteo en el estómago.
—¿Vos con Muri? —no puedo evitar preguntarle.
—Ay, ni me lo recuerdes —bufa él al toque—. Es una loca. Te juro que estos meses yo la re quise, pero le dije que teníamos que separarnos y... no sé. Es como que de la nada se puso así, re ida. Me dijo que no me iba a separar de ella, que esto, que lo otro. No sé. Y eso que ni éramos novios tampoco.
Escucho atentamente, asintiendo con la cabeza, y después me muerdo la comisura del labio inferior. A pesar de que debe ser una situación complicada y estresante para Licha, no puedo evitar sentir una pizca de ternura.
—¿De verdad ibas a mantener tu promesa? —le pregunto tímidamente—. Digo, ¿de verdad ibas a terminar con ella por mí?
La expresión de Lisandro se suaviza ante mis palabras, una pequeña sonrisa apropiándose de sus labios.
—Sí, Mar —me dice—. Obvio que sí. Sos la única a la que quiero, hace años. Tuve mi oportunidad y la desperdicié, y por eso ahora que me estás dando una segunda oportunidad planeo sacar lo mejor de esto. Voy a compensarte todo lo que perdiste conmigo, si me dejás.
Sus palabras hacen que apriete los puños con fuerza. Es tan convincente cuando quiere, sabe exactamente qué decir para tenerme a sus pies.
Sí, todo mi cuerpo lo desea. Sí, siempre va a haber una parte de mí que lo ame. Sí, no puedo evitar sentirme atraída hacia él, como un imán a un metal. Pero también hay una parte de mí que siempre se va a sentir insegura alrededor suyo; una parte de mí que nunca va a estar segura de si confiar o no, porque sé que él es el perfecto manipulador; una parte de mí que siempre va a estar dudando de sus respuestas, preguntándome dónde está y qué hace. La pequeña parte de mí que todavía sigue siendo la Martina de diecisiete años, la que quedó hecha mierda, insegura y maltrecha. Por eso no sé si puedo volver a hacer esto, porque finalmente me encuentro relativamente sana después de años de sufrimiento y sé que Lisandro tiene el poder para destruirme completamente con solo una palabra.
Me limito a asentir con la cabeza, incapaz de proferir una respuesta con un tono de voz lo suficientemente convincente. Sé que él me conoce, que no le cuesta leerme, entonces sabe descifrar todas mis mentiras, sin importar qué tan insignificantes o elaboradas sean. Por eso prefiero no hablar.
Lisandro ladea la cabeza.
—¿Estás bien, Mar? —me pregunta.
Sabe bien que no.
—Sí —digo, sin mirarlo a los ojos. Cambio de tema rápidamente—. Tengo que hablar con mi representante. Ya voy a ver qué hacer, pero bueno... supongo que al final no me va a quedar otra que salir a hablar antes de que la cosa escale.
Lisandro asiente, poco convencido por mi respuesta, pero aceptándola de todas formas.
—Yo te voy a apoyar en lo que sea —dice por fin—, solo no me gustaría verte mal por las pelotudeces que dicen en los medios. Si igual vos sabés que se olvidan rápido. Y Alex. Él no vale la pena para nada, eh, te lo digo yo como pibe.
Quiero reír pero no puedo, así que asiento y trago saliva.
—Te dejo —le digo—. Voy a comer algo y después quiero salir a caminar, estoy muy encerrada acá.
Lisandro se relame los labios. Se irgue un poco en su lugar, como si se hubiera puesto demasiado cómodo mientras hablaba conmigo. Yo lo observo porque mierda, qué lindo que es.
—¿Querés que pase más tarde por ahí? Y te traigo gomitas de esas que te gustan, las de durazno —me dedica una sonrisa que me contagia, no puedo evitar reír.
Lo dudo, pero no puedo decirle que no, así que me limito a hacerle una advertencia.
—No vamos a coger, eh —digo de inmediato.
—Decís eso y ya vas a ver cómo te voy a tener en cuatro después —me guiña un ojo y yo le pongo cara de orto—. Nah, era joda, hermosa. Nadie dijo nada de coger. Solo para estar seguro de que estás bien.
—Okay —asiento por fin, con un bufido—. Pero si no traés gomitas no te voy a dejar pasar, eh.
—Sí, señora.
Acto seguido, corta la llamada y yo me recuesto en el sillón, sintiendo una bandada de mariposas que me revolotean en el estómago con la última imagen en mi cabeza siendo la de la carita sonriente de Lisandro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top