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—Ya vine, amorcito—dice el anciano—te traje el pan que te gusta.
Hay suficiente para los dos. Pondré té para que lo comamos juntos. ¿Dos de azúcar, verdad amor? Enseguida lo preparo
Y le siguió hablando durante un largo rato a la fotografía de su compañera de vida.
Al pasar por la ventana, la cruz de madera en el jardín lo regreso cruelmente a la realidad
Otra vez.
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