8: Mario Mendoza

Al final, subiéndome el pantalón y con el rostro sudoroso, le pregunté:

—¿Cómo te llamas?

—Irene.

No nos dijimos más. Hay instantes de la vida en los cuales las palabras sobran, donde el lenguaje lo único que hace es entorpecer la perfección del silencio.     

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