Demasiado tarde para todo y muy temprano para nada
En cada película te veo. Cada beso apasionado me recuerda a nosotros, a lo que alguna vez fuimos. Veo personas entrelazándose irremediablemente y no puedo evitar imaginar lo que pudo haber pasado entre nosotros dos si no hubiéramos tomado caminos diferentes.
Resulta gracioso: en algún momento, cuando no sabía nada todavía (o tal vez fuera cuando más razón tenía) llegué a pensar que las personas que se sacrificaban por amor eran tontas. Los sueños son lo primero, decía yo. Si quieres viajar a Japón viaja a Japón, aunque tu amor te lo impida. Es tu sueño y tienes que ir tras él, aunque a veces sea necesario sacrificar tus sentimientos en el proceso. Conforme nuestra relación avanzaba y nuestras diferencias se acentuaban me di cuenta de que estaba equivocada: llegó un punto en el que estaba más que dispuesta a renunciar a mis sueños con tal de estar contigo. Lástima que tú no pensaras lo mismo y que yo al final terminara quedándome sin Japón y sin ti y sin sueños y podría atreverme a decir que sin vida.
En fin, que a veces me quedo mirando a las estrellas con la esperanza de que, en algún lugar del mundo, tú también las estés viendo. A veces les hablo con la esperanza de que logren comunicarte mis mensajes. A veces miro las fotos, aquellas que tomabas con tu cámara vieja y me pregunto si se las estarás enseñando a alguien, si les dirás quién soy yo, si les contarás nuestra historia. A veces tu nombre aparece oculto entre los rincones más rotos de la vida y me hace preguntarme si tú aún recordarás el mío, si piensas en mí y, si sí lo haces, si sonríes cada vez que cruzo tu mente. Porque yo sí lo hago.
A veces releo los diarios que presentan fragmentos de mi vida iluminados por tu presencia y las múltiples cartas de amor pertenecientes a un tiempo lejano y borroso y me pregunto si tú conservarás las tuyas o si releerás el diario que escribiste confesando lo mucho que te lastimé; me pregunto si mi recuerdo te atormenta por las noches y te hace llorar, me pregunto si me odias. A veces me entran las dudas y me pregunto si pensarás que soy estúpida por las decisiones que tomé, si piensas en que podrías haber hecho las cosas diferentes, si te arrepientes. Porque yo a veces lo hago.
A veces voy a los restaurantes a los que solíamos ir juntos y pido tu platillo favorito con la esperanza de que los sabores me hagan comprenderte un poco más. A veces voy al cine sola y escojo una película que probablemente escogerías tú y me siento en la última fila y siempre lloro aunque mis lágrimas no tengan nada que ver con las imágenes proyectadas en la gran pantalla. A veces uso los anillos que me hiciste y miento cuando las personas me preguntan dónde los conseguí y lo mismo pasa con los collares, los aretes, las pulseras y todo en general.
A veces me pregunto si me extrañas. Porque yo definitivamente lo hago. Ansío el roce de tus manos sobre mi piel. Antes, con una sola caricia lograbas guiarme a lugares inexplorados. Extraño tus abrazos, sentir tu corazón palpitar cerca del mío. Extraño recostar mi cabeza en tu hombro y mecerme al compás de tu respiración. Extraño tus dedos jugueteando con mi cabello, con mis orejas, con mi rostro.
Anhelo tu todo. La única razón por la que mantenía las esperanzas altas eras tú. Ahora que no estás, ¿qué me queda? ¿Japón? Demasiado tarde. Demasiado tarde para todo y muy temprano para nada.
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