Capítulo 4: Turista atrapado

A lo largo de los años, William, o mejor dicho Fred, había dedicado su vida a investigar en soledad el portal dimensional que se hallaba bajo la cabaña, siendo su  prioridad seguía siendo rescatar a su hermanastro. Por ello, nunca había renunciado a la esperanza.

Ahora, con 37 años de edad, recibió una noticia que lo llenó de alegría. Sus sobrinos Hiro y Meilin, vendrían a pasar las vacaciones con él durante una temporada. Era la primera vez que los veía desde que eran unos bebés.

Ese día, "William" se puso su mejor ropa para recibirlos. Bajó corriendo la escalera cuando escuchó el autobús acercarse por el camino. Aspiró una bocanada de aire fresco, permitiendo que la emoción inundara su pecho.

Cuando el autobús se detuvo frente a la cabaña, dos adolescentes descendieron de él. El primero en emerger fue Hiro, un muchacho delgado de cabello alborotado. Luego le siguió Meilin, una joven de rasgos asiáticos y personalidad enérgica.

—¡Hiro, Mei, por aquí! —Will los llamó agitando su mano con entusiasmo.

Al reconocerlo, las caras de los dos adolescentes se iluminaron. Para cuando Will llegó a ellos, ya se hallaban fundidos en un fuerte abrazo grupal.

—¡Tío Will! —exclamó Mei con cariño.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo Hiro con una sonrisa.

—Demasiado —confirmó el Tío Will, ocultando las lágrimas que asomaban a sus ojos.

Finalmente, los tres iniciaron el camino de regreso a la cabaña, conversando sobre diversos temas. Dentro de la cabaña, el Tío Will colocó las maletas en el suelo.

—Bien, pasen, están en su casa —los invitó a entrar—. Espero que les guste la cabaña. Sé que no es lo último en tecnología, Hiro —bromeó, refiriéndose al gusto de su sobrino por la innovación.

Mientras el chico miraba a su alrededor con curiosidad, Meilin dejó escapar un grito de emoción.

—¡Qué lindo lugar! —exclamó, asomándose por la ventana para admirar el bosque—. ¡Me encantará explorar por aquí!

Hiro asintió distraídamente, más ocupado revisando algún aparato antiguo. William rio para sus adentros; ya se imaginaba que la vida en el campo no sería fácil para su sobrino nerd.

Pero confiaba en que con el tiempo Hiro encontraría su propia manera de divertirse. Y para ello, contaba con varias ideas.

—¿Ustedes pueden llevar sus cosas solos? —preguntó Will.

—Por supuesto que podemos, tío Will —respondió Meilin con energía—. Gracias por recibirnos en tu hogar.

La joven tomó su maleta y se dirigió hacia las escaleras tronando los dedos para llamar la atención de Hiro.

—¡Hey, genio, ven a ayudar o tendré que subir tus cosas también! —exclamó en tono bromista.

Hiro parpadeó, saliendo de sus pensamientos, y tomó una de las maletas.

—Je, veo que tú no has cambiado nada —le replicó a Mei con una sonrisa—. Está bien, ya voy.

Mientras los dos adolescentes se encaminaban al segundo piso arrastrando las valijas, Will los miraba subir para después retirarse.

En el ático, los dos gemelos llegaron y vieron a donde iban a quedarse. Había dos camas de soltero y... ¿una cabra arriba de la cama de Hiro?

Hiro dejó caer la maleta del susto al ver a la cabra sobre su cama.

—¡Aaah! —exclamó—. ¿Y esto?

Meilin soltó una carcajada al ver la expresión de Hiro. Se acercó a la cabra y le acarició la cabeza.

—Hola, pequeña —la saludó con cariño—. ¿Estás causando problemas a mi hermano?

El animalito baló suavemente, disfrutando de las caricias. Hiro por su parte no parecía encontrarle la gracia.

—¿Es en serio? ¿Tengo que compartir la cama con una cabra? —protestó, cruzándose de brazos.

—No es para tanto, Hiro —respondió Meilin con una risita—. Seguro que está lindura solo quería conocerte. Además, es muy limpia y cariñosa.

Para demostrar su punto, se inclinó y abrazó al animal como si fuera un conejito peludo. Bessie no opuso resistencia, acurrucándose contra la joven.

Hiro suspiró resignado. Sabía que no tenía caso discutir con la testaruda de su hermana.

Mientras Meilin acariciaba a la cabra, se escucharon unos golpes en la puerta.  

—¡Chicos, la cena está lista! —anunció la voz del tío Will desde el otro lado.

—¡Bajamos enseguida! —respondió Meilin entusiasmada, poniéndose de pie. Miró a Hiro con una sonrisa burlona—. ¿Vienes o prefieres que te traiga algo, princesa?

Hiro rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa asomó en su rostro. La energía de Meilin lograba sacarlo de sus casillas a veces, pero a la vez le recordaba lo mucho que la apreciaba como su hermana.

—Ya voy, ya voy —contestó poniéndose en marcha—. Solo mantén a tu nueva amiga lejos de mi cama, por favor.

Meilin soltó una carcajada y ambos descendieron las escaleras hacia el comedor, donde los aguardaba un delicioso aroma.

La cena transcurrió de forma agradable. Hiro y Mei le contaron a "William" sobre sus vidas en la ciudad y la escuela. Él escuchaba atentamente cada detalle, feliz de compartir ese momento en familia después de tanto tiempo.

Ver a sus sobrinos tan grandes y maduros le traía tantos recuerdos del pasado. Sin darse cuenta, se sumergió en la melancolía de recordar los años movidos que vivió junto a su hermanastro William.

Pero pronto sacudió esos pensamientos, enfocándose en el presente. Ya tendría tiempo más tarde para la nostalgia. Por ahora, lo importante era pasar tiempo de calidad con Hiro y Mei.

Su relación con ellos era lo más cercano a familia que le quedaba. Procuraría aprovechar al máximo esas semanas para recuperar el tiempo perdido.

Al final del día, los dos gemelos se fueron al baño a cepillarse los días antes de dormir.

La noche cayó tranquilamente sobre la cabaña en el bosque. Hiro y Meilin desempacaron sus cosas y se prepararon para ir a la cama.

Mientras Mei se cepillaba los dientes en el baño, Hiro se asomó por la ventana del ático. La luz de la luna llena iluminaba el paisaje nocturno, haciendo que el bosque pareciera mágico.

A lo lejos podía escuchar el búho de algún árbol, y el ligero cascabeleo de Bessie masticando heno en su rincón. Nunca había vivido tan cerca de la naturaleza, y no podía evitar sentirse cautivado.

—Este lugar es hermoso, ¿verdad? —la voz de Meilin a su lado lo hizo volver la realidad.

—Sí, es muy diferente a la ciudad —admitió Hiro.

—Y eso es genial. Necesitábamos un cambio de ambiente —respondió su hermana con una sonrisa—. Vamos, es hora de dormir. Mañana será un gran día para explorar el bosque.

Hiro asintió, aunque sabía que lo más seguro es que pasara la mañana revisando su tablet y apenas pusiera un pie fuera. Meilin era la aventurera de los dos, pero haría el intento por divertirse.

Después de desearse buenas noches, ambos se metieron a la cama, ansiosos por descubrir todo lo que la estancia en la cabaña les depararía.

Al día siguiente, los dos gemelos fueron a pasar el rato en la tienda de La Cabaña del Misterio. Mei estaba escondida espiando a un chico desconocido de su edad, su misión era tener su amor de verano típico de película.

—Vamos, lee la carta... —musitó ansiosa.

Por otro lado, Hiro la vio espiar al adolescente desconocido y rodó los ojos con un suspiro.

—Mei, sé que estas desesperada por tener tu "romance de verano", pero creo que estás exagerando un poco —comentó Hiro mientras limpiaba un mueble.

Meilin le hizo una seña a Hiro para que guardara silencio. Con la mirada fija en el chico misterioso, aguardaba ansiosa a que leyera la tarjeta que ella había dejado "accidentalmente" caer a sus pies.

—Shh, está por leerla —susurró emocionada.

Pero en eso, el adolescente fue interceptado por una niña pequeña que quería mostrarle algo. Su momento crucial se vio arruinado.

Mei hizo un puchero de frustración que hizo reír a Hiro.

—Ya vendrá otra oportunidad. No debes que estarle coqueteando a todo chico que se te cruce por el camino —argumentó él—. Además, ¿no que también deberías que trabajar?

—Ay, déjame soñar hermano —repucó Meilin con falsa molestia—. Además, no le estaba coqueteando a "todo chico". Solo a ese en específico porque me parece lindo.

Volvió a asomarse disimuladamente, pero ya no había rastro del adolescente. Bufó con decepción.

—Parece que alguien no tuvo suerte —canturreó Hiro con la intención de molestar a su hermana.

De pronto, el tío Will llegó cargando unas flechas de manera.

—Chicos, escuchen todos. Alguien debe colocar estos carteles para en las zonas del bosque.

—Yo no —pronunció ambos gemelos.

—Ni yo —dijo una joven de cabellos rubios.

—Tú no Honey, puedes estar tranquila —dijo Will con una sonrisa—. Miguel, necesito que coloques esto en el bosque.

—Lo haría... —dijo Miguel, un adolescente que trabajaba en la cabaña quién estaba más interesado en un cómic—. Pero no lo alcanzó...

—Parece que no queda de otra —dijo Will, rascándose la barbilla pensativamente.

Dirigió una mirada a Hiro y Meilin con una sonrisa pícara. Sabía que usando la vieja técnica del "De Tim Marín De Do Pingüe" lograría su cometido.

—De Tim, Marín, De Do... ¡Pingüe! —exclamó estirando el brazo hacia Hiro.

—Otra vez yo... —masculló el joven con resignación—. Siempre me toca a mí hacer estos trabajos en el bosque.

—Vamos Hiro, no seas aguafiestas —intervino Meilin dándole un empujoncito—. Será divertido.

—Sí, claro. Divertido si ignoras el hecho de que este bosque me da muy mala espina —replicó Hiro cruzándose de brazos.

Meilin soltó una risita burlona ante el comentario. Pero Will le guiñó un ojo comprensivo a su sobrino.

—Venga, si no vas ya conseguiré otro voluntario —lo retó con media sonrisa.

Hiro suspiró resignado. Sabía que no tenía escapatoria. Así que tomó las flechas y salió al bosque refunfuñando.

—Esto es tan típico de tío Will, siempre sacrificando a su querido sobrino —murmuraba Hiro para sí mismo mientras recorría el bosque, buscando lugares estratégicos para colocar los carteles.

Llevaba ya varios en diferentes árboles cuando se topó con uno particularmente grueso y nudoso. Se le hacía un excelente punto para atraer miradas.

Fijó con los clavos la madera al tronco, golpeándolos con fuerza para descargar su frustración. En eso, uno de los golpes emitió un sonido extraño, como de metal hueco.

Hiro frunció el ceño ante el peculiar eco. Sacudió el árbol y volvió a golpear en varios puntos, obteniendo siempre el mismo efecto metálico.

—Qué raro... —murmuró para sí, examinando el tronco de cerca.

Fue entonces cuando notó algo que no cuadraba. Esa corteza era artificial, una especie de tapadera que ocultaba algo en el interior del árbol. Con curiosidad, Hiro tironeó de ella hasta que cedió, revelando una pantalla digital oculta y un teclado táctil.

Sus ojos se abrieron como platos ante el descubrimiento. Sea lo que fuera eso, definitivamente no era natural.

—¿Qué es todo esto? —con su dedo empezó a jugar con los controles, hasta que una de ellas hizo que algo cerca de él se abriera.

Hiro se dio la vuelta y observó en el suelo un hueco. Se acercó con cautela y jadeo de sorpresa a tener su primer descubrimiento: un libro rojo con un estampado de una mano dorada.

Hiro se quedó sin aliento al observar el misterioso libro rojo. Con cierta inquietud, lo recogió del hueco y sopló sobre su portada para remover el polvo acumulado.

El número tres grabado en la mano dorada brillaron ante su toque. No tenía idea de lo que significaba aquella extraña insignia, pero sin duda era una imagen poderosa. Con curiosidad infinita, abrió la cubierta para hojear las páginas.

Lo que encontró allí fue aún más impresionante. Diseños complejos e increíbles ilustraciones de lo que parecían ser monstruos, criaturas, informaciones, teorías y datos.

Cada página revelaba más información sobre lo desconocido, lo cual lo intrigaba más. El adolescente comenzó a leer en voz alta.

—Propiedad... de sin nombre —leyó Hiro en voz alta las primera palabras del libro, talladas en la portada.

Pasó las hojas amarillentas con cuidado, descubriendo dibujos y anotaciones hechas a mano sobre las criaturas y secretos del bosque. Su asombro crecía a cada página.

—"Parece mentira que haya pasado 6 años desde que empecé a estudiar los extraños y maravillosos secretos de Fransokyo Falls" —leyó una entrada—. "Desde entonces, he descubierto cosas que la ciencia todavía no puede explicar. Extrañas luces en el cielo, rastros de pisadas gigantes, y otros fenómenos que me hacen pensar que este bosque esconde algo más".

Hiro siguió pasando páginas llenas de mapas, esquemas, dibujos y notas. Hasta que se topó con una que llamó su atención.

—"'Por desgracia mis sospechas se han confirmado. Me están vigilando, debo ocultar este libro antes de que lo encuentre. Recuerda, en Fransokyo Falls no hay en quién confiar'" —leyó en voz alta, con creciente intriga.

¿A qué se referiría con eso? ¿Qué clase de secretos Guardaba exactamente ese libro? Cada vez se hacía más preguntas, y parecía que solo encontraría respuestas si seguía indagando.

Algo en su interior le decía que había dado con algo grande, algo trascendental. Pero por sobre todo, una pregunta rondaba su mente: ¿qué hacía un libro como ese escondido en medio del bosque?

De pronto una voz lo sobresaltó:

—¡Hiro! ¿Qué haces, cerebrito?

Era la voz de su hermana Mei, quién estaba detrás de él.

—¡Mei, me asustaste! —exclamó Hiro llevándose una mano al pecho, aún agitado.

Cerró el libro de golpe y lo ocultó tras su espalda, como instintivamente. No estaba seguro de porqué, pero algo dentro de él le decía que ese descubrimiento debía mantenerlo en secreto, al menos por ahora.

—Lo siento, no fue mi intención —se disculpó Meilin sonriendo pícaramente—. ¿Y bien? ¿Qué estás tramando por aquí? Te desapareciste hace rato.

—Yo... eh... —Hiro dudó, sin saber si contarle o no sobre el libro—. Encontré algo interesante, pero creo que por ahora será mejor que no le contemos a nadie.

Dicho esto, sujetó el misterioso volumen con fuerza. Había algo en sus páginas que lo instaba a investigar más, como si el propio libro llamara a su espíritu curioso.

—¿Me dirás qué es o tendré que ingeniármelas para sonsacártelo? —insistió Meilin con mirada suspicaz.

Hiro sabía que su hermana no pararía hasta obtener respuestas. Por lo que finalmente cedió.

—Te lo contaré, pero prométeme que no le diremos a nadie hasta que sepamos más. Ni siquiera al tío Will.

—Lo prometo, Hiro.

Los dos regresaron a la cabaña y aprovechando que su tío seguía trabajando, se quedaron en la sala para conversar.

Hiro y Meilin se sentaron en el sofá de la sala, procurando hablar en susurros para no ser escuchados. Con cuidado, Hiro sacó el misterioso libro de entre sus ropas y se lo enseñó a su hermana.

—Lo encontré escondido debajo de la tierra —relató en voz baja—. Es fantástico. El tío Will creyó que yo era paranoico, pero según este diario dice que este pueblo tiene un lado oscuro

La joven abrió mucho los ojos, perpleja.

—¡No me digas! —murmuró ella con creciente interés.

—Y oye esto: después de cierto punto las páginas se detienen y quién lo escribía desapareció... —narró Hiro pasando las páginas con cuidado.

De pronto, el timbre sonó.

—¿Quién será?

—Pues, te vas a desmayar, Hiro. ¡Está chica tiene una cita!

—A ver si entendí. En la media hora que me fui, lograste conseguir una cita? —cuestionó Hiro.

—¿Qué puedo decir? Supongo que soy irresistible —Mei sonrió pícara—. Voy a abrirle —se levantó del sofá y fue a la puerta.

Hiro se acomodó en el sofá, concentrado en descifrar los misterios del libro. Para cuando levantó la vista, Mei ya había abierto la puerta.

Rápidamente escondió el volumen entre los cojines justo cuando su tío Will entró a la sala.

—Hola Hiro, ¿qué lees con tanto interés? —preguntó el hombre mayor.

—Yo, eh... —Hiro buscó rápido algo qué mostrar y agarró una revista que estaba en la mesa de centro— Una revista de... joyería para caballeros. Sí, es muy interesante —mintió dando una risa nerviosa.

Su tío lo miró confundido pero no comentó nada. En eso, Mei apareció.

—¡Tío, Hiro! Quiero presentarles a alguien —dijo emocionada. Su "novio" dio un paso al frente.

Hiro entrecerró los ojos. El chico tenía un extraño palidez y ojeras, además de un poleron negro muy grueso para el calor.

—Él es Norman —presentó Mei. El tipo esbozó una sonrisa que a Hiro no le dio buena espina. Su instinto le decía que había algo muy raro en ese tipo.

—¿Qué tal? —saludo él tío Will.

—Bueno, yo y Norman estaremos afuera. Chau —se despidió Mei antes de irse con Norman tomados de la mano.

—Con permiso, Tío Will —dijo Hiro educadamente, aunque por dentro sentía una inquietud creciente.

Algo en la apariencia de ese tal Norman le causaba desconfianza. Y no era solo por los extraños atributos físicos, sino por la mirada que tuvo al estrechar la mano de Meilin.

Había algo en ese chico... ¿cómo decirlo? No humano. Como si detrás de esa sonrisa fingiera ser algo que no era.

—Será mejor que vaya a ver que todo esté bien —anunció poniéndose de pie.

"Es solo un presentimiento, Hiro. No deberías juzgar así a la gente", se dijo a sí mismo. Pero sabía que su intuición rara vez lo engañaba. Así que decidió subir al segundo piso a consultar el libro en privado.

Hiro subió velozmente las escaleras hasta llegar al ático. Tomó asiento nuevamente en el banco bajo ventana y sacó el libro con impaciencia entre su suéter.

Pasó las páginas rápidamente, buscando alguna pista que le explicara la extraña sensación que le provocó Norman. Sus ojos se detuvieron en un dibujo en particular.

Era el boceto de un ser espeluznante, de piel putrefacta y ojos vacios. Leyó la descripción junto a la ilustración: "Conocidos por su pálida piel y su mala actitud, estas criaturas suelen ser confundidas con adolescentes. Quidado con los zombis de Fransokyo Falls!".

Hiro pensó en la pálida tez y oscuras ojeras de Norman. Y una idea cruzó su mente. No, no podía ser... ¿O sí?

De pronto escuchó risas femeninas que provenían del exterior. Se asomó rápidamente por la ventana y vio a Mei paseando con Norman por el lugar cerca de la cabaña.

Hiro observó atentamente a Mei y Norman desde la ventana. Comenzó a sentirse muy nervioso cuando los vio acercándose demasiado entre risas.

—Ay no, no, no... —murmuró con el corazón acelerado. Lo que más temía parecía estar pasando.

Pero en eso, notó que Norman levantaba las manos hacia la cabeza de su hermana. Para su sorpresa, le colocó una hermosa corona de flores silvestres que acababa de armar.

Mei soltó una carcajada alegre y se observó en un espejo portátil. Luego le dio un beso en la mejilla a Norman, en agradecimiento.

Hiro sintió que podía respirar de nuevo. Qué tonto había sido al malpensar la situación. Se paro de dónde estaba sentado y se puso a pensar.

—¿Norman es un zombi o yo me estoy volviendo loco?

—Es un dilema sin duda —comentó de repente una joven de pelo rubio, era Honey Lemon quién estaba cambiando un foco.

—¡AH! —Hiro pegó un brinco del susto al darse cuenta de repente que no estaba solo.

Su corazón latía con fuerza mientras observaba a Honey Lemon parada junto a él, con una expresión divertida.

—Lo siento, no quise asustarte —se disculpó ella con una risita—. No pude evitar oír sobre lo que estabas hablando.

Hiro tardó un poco en recuperarse de la impresión. Luego tomó aire para tranquilizarse.

—Crees que... ¿el novio de mi hermana podría ser un zombi? —le preguntó finalmente en voz baja, como temeroso de que alguien más lo escuchara.

Honey Lemon frunció el ceño pensativamente.

—¿Cuántos cerebros lo viste comer? —bromeó, aunque su tono era serio.

—Eh... ninguno —admitió Hiro algo avergonzado.

—Entonces tal vez deberías tener un poco más de evidencias antes de sacar conclusiones —argumentó Honey sin perder la calma—. Sé que estas preocupado por Mei, pero también en ocasiones veo cosas raras aquí. ¿Por qué no lo vigilas discretamente antes de sacar conclusiones?

Hiro asintió, sintiéndose un poco más aliviado. Quizás debía seguir el consejo de Honey y observar mejor las cosas.

Hiro sabía que debía investigar más antes de acusar a Norman de ser un zombi. Así que puso manos a la obra para espiar discretamente a la nueva pareja.

Se escondió detrás de unos arbustos cercanos a donde estaban, armado con su cámara. Tomó varias tomas de Mei y Norman sentados bajo un árbol, hablando y riendo.

En un momento dado, su hermana se recostó en el hombro del chico. Hiro puso cara de asco.

—Ugh, la cabeza va a terminar rellena de gusanos si es un zombi de verdad—murmuró para sí.

Pero para su sorpresa, Norman solo pasó un brazo sobre los hombros de Mei de manera cariñosa. Nada de mordiscos ni tripas colgando.

En otra ocasión, dio con ellos sentados en el césped, compartiendo algunos bocadillos. Parecían muy entretenidos en su conversación.

Hiro encendió la grabación y acercó la lente todo lo que pudo. De pronto, Norman hizo un mal movimiento y casi derrama el jugo en el vestido de Mei.

—¡Cuidado, tonto! —rió ella dándole un empujoncito. Pero para sorpresa de Hiro, Norman no hizo ningún intento por comérsela.

Un rato después, mientras Mei se quitaba algunas hojas del cabello, Hiro sintió un pinchazo en su trasero. Volteó asustado y se topó con una ardilla furiosa que había descubierto su escondite.

—¡AY! ¡Lo siento, no era mi intención! —exclamó agitando los brazos en un intento por ahuyentar al roedor, pero recibió una bellota en la cara por parte de la ardilla.

Hiro era un pésimo detective, eso ya estaba confirmado.

Después de un largo rato, Hiro había decidido hablar personalmente con su hermana. Fue a su cuarto donde ella se estaba cepillando el cabello. Hiro entró dejando la puerta abierta.

—Mei, tenemos que hablar sobre Norman.

Mei se giró a verlo y se acercó a su hermano sonriente—. ¿No es el mejor? Aquí tengo la marca de un beso que me dio —señaló con su dedo una enorme marca roja, asustando a su hermano.

—¡AAH! ¿¡Qué es eso!?

—¡Jaja! No te creas, bobo. Fue solo un accidente con el soplador de hojas —relató Mei recordando la babosada que hizo horas atrás.

Hiro intentó mantener la calma.

—Mei, por favor escúchame. Estoy tratando de decirte que Norman no es lo que parece —pidió calmadamente.

Mei llevó una mano a su boca, ahogando un gritito —¿Crees que sea un... vampiro? —preguntó entusiasmada.

—¡No! Escucha...— Hiro abrió el libro apresuradamente pero se topó con la página equivocada por los nervios— Demonios, espera...

—Hermano, no se qué tratas de probar pero ya basta —lo interrumpió Mei frunciendo el ceño—. Tus bromas no me hacen gracia.

—¡No es una broma!— Hiro volteó el libro rápidamente hasta encontrar la ilustración correcta—. Mira, habla de zombis.

—¡Basta ya! Norman es solo un chico dulce, no entiendo porqué intentas arruinarlo —gritó Mei enfadada.

—¡Porque el libro dice que no se puede confiar en nadie aquí! —Hiro gritó de vuelta, sobrepasado por la preocupación—. ¡Norman te comerá el cerebro!

Enojada, Mei empujó a Hiro fuera de la habitación. —Vete, y no te metas. En el atardecer saldré con Norman al bosque.

Con eso, le cerró la puerta en las narices a Hiro, dejándolo aturdido y preocupado.

—Agh... ¿Ahora que hago? —se preguntó a sí mismo.

A las cinco de la tarde, Mei se estaba vistiendo para salir con Norman. Cuando tocó el timbre, ella bajo las escaleras corriendo y fue a abrirle la puerta a Norman para irse caminando al bosque a dar un paseo.

En la sala, Hiro estaba sentado en el sofá viendo las grabaciones que hizo en su celular.

—Quizá esto solamente sea pura imaginación mía... No tengo evidencia real —dijo él, apenado por su patética actitud—. Tal vez sea un poco paranoico aveces...

Hiro pasaba resignado las grabaciones de esa tarde, cuando de pronto se topó con una que lo dejó petrificado.

En ella se veía a Mei y Norman abrazados de espaldas, muy juntitos. Pero de repente, ¡la mano de Norman se desprendió y cayó al suelo! El chico la recogió rápidamente e intentó volver a colocársela, pero Hiro ya lo había visto.

—¡AAAAAAAAAHHHHHHH! —pegó tal grito que se cayó para atrás, llevándose el sofá entero.

Se levantó como pudo y corrió desesperado gritando:

—¡No puede ser! ¡Tenía razón! ¡Tío Will! ¡Tío Will!

Pero al salir a la cabana, su tío estaba muy ocupado dando una excursión a los turistas.

—Y aquí está la roca que parece una cara de roca. Una cara que parece una roca —dijo él a lado de la roca.

—¿Qué parece una roca? —preguntó uno de los turistas.

—No, parece una cara.

—...¿Es una roca? —preguntó otro de los turistas.

—¡Es una roca que parece cara! —contestó Will ya harto.

—¡Tío Will! ¡por aquí! —exclamó Hiro intentando llamar la atención, pero por causa de ser bajo de estatura, no podía ser visto.

Justamente, Miguel recién había llegado a la cabaña en el carro de golf, y Hiro fue tras él corriendo.

—¡Miguel! ¡Miguel! —llegó con él hiper agitado—. ¡Necesito el carrito de golf para salvar a mi hermana de un zombi! —suplicó él agitando sus brazos de forma exagerada.

—Claro amigo, te entiendo. Aquí tienes las llaves —dijo Miguel despreocupado, lanzándoselas a Hiro.

El pequeño casi se las come pero logró atraparlas. Encendió el motor a toda velocidad y salió disparado, haciendo chirriar las ruedas.

—¡Wooohooo! —gritó eufórico, trastabillando por los movimientos bruscos.

Cuando estaba por marcharse, pasó Honey corriendo con una pala en una mano.

—¡Hiro, espera! Te traje esto por si acaso —le entregó la herramienta—. Y también un bate, por si se te aparece una piñata camino allá —dijo animadamente.

Hiro la miró confundido pero solo atinó a decir:

—Gracias Honey.

Sin perder más tiempo, pisó el acelerador a fondo y salió disparado hacia el bosque.

—¡Resiste Mei, voy por ti! —gritó perdiéndose entre los árboles. El motor rugía y las llantas rechinaban, pero su urgencia era mayor. Tenía que llegar antes de que fuera tarde.

En el bosque, la luz del atardecer se filtraba tenue entre la densa arbolea. Mei y Norman caminaban tomados de la mano.

—Mei, ahora que hemos llegado a conocernos, hay algo que quiero decirte —habló Norman sin voltear a verla. Su tono sonaba extrañamente serio.

—¿Qué sucede? —preguntó ella, sintiendo la curiosidad crecer en su interior. "Di que eres un vampiro. Di que eres un vampiro", repetía mentalmente, como si en el fondo eso fuera lo que más deseaba oír.

Su supuesto novio se detuvo, aún de espaldas. Mei sintió su pulso acelerarse ante la inminente revelación. Pero fuera lo que fuese, su corazón ya estaba preparado. O al menos, así lo creía ella.

—Bien, pero... no te asustes, ¿Ok? Manten la mente abierta, no es malo —dijo Norman antes de bajar la cremallera de su poleron.

Mei asintió con los ojos abiertos de la emoción, y paso lo inesperado. Norman a quitarse el poleron, no era lo que aparentaba: ¡El aquel chico misterioso era un grupo de Gnomos!

—¿Es extraño? ¿Demasiado extraño? Siéntate para procesar, te explicaré. Bueno, somos Gnomos. Aunque eso ya es obvio, ¿no?

—Aah... —balbuceó Mei con un tic en el ojo. ¿Su supuesto novio era en realidad un grupito de enanitos?

—Soy Jeff. Y ellos son: Carson, Steve, Jason y... —Jeff a querer presentar al último Gnomo, se quedó en blanco—. Lo siento, siempre se me olvida tu nombre. ¿Cómo te llamabas?

—Shmebulock —dijo el Gnomo con cara de bizco.

—¡Ah sí! ¡Shmebulock! —exclamó Jeff—. Verás Mei, estamos en busca de una nueva reina —comentó él mientras que los otros Gnomos concordaban.

—Oh... cielos, chicos. Lo siento, pero... no. No puedo ser su reina porque ustedes son Gnomos y yo... una chica —se disculpó Mei incomoda.

—Oh... no te preocupes, Mei. Te entendemos —concordó Jeff—. Pero bueno, no nos queda opción. ¡Ataquen! —ordenó el Gnomo, apuntando hacia ella.

—¡AAAAAAAAAAAH!

El grito se oyó desde lejos, donde Hiro estaba conduciendo en busca de su hermana.

—¡Mei! —gritó Hiro angustiado al oír el agudo alarido.

Apretó el acelerador a fondo, temiendo lo peor. Conforme se acercaba al origen del grito, comenzó a oír otros sonidos como graznidos y forcejeos entre la maleza.

Cuando finalmente llegó a la escena, encontró a su hermana forcejeando para zafarse del agarre de varios pequeños seres de aspecto curioso.

—¡Suéltame! ¡Déjenme! —exclamó Mei apartando a los Gnomos con golpes y patadas.

—¿Qué rayos está pasando aquí!? —cuestionó Hiro desconcertado. Jamás pudo imaginar que terminaría viendo unos enanitos tan... extraños.

—¡Hiro, ayuda! ¡Norman resultó ser una bola de Gnomos! ¡y son odiosos! —golpeó uno de ellos.

—¿Gnomos? Oh.. me equivoque —Hiro sacó el libro y lo leyó—. Los Gnomos son seres vivientes del bosque... debilidad: desconocida.

—¡Oh vamos! —bramó Mei hasta, ya estando atada en el césped.

—¡Suéltenla de inmediato! —exigió Hiro con fiereza, interponiéndose entre los seres y su hermana.

—Espera chico, puedo explicarlo —habló Jeff con las manos en alto en señal de paz—. No le estamos haciendo daño, solo queríamos que fuera nuestra reina.

—¡Pues ella no quiere! Así que déjenla en paz —replicó Hiro amenazante con la pala.

—¿Acaso quieres detenernos? —lo retó Jeff—. ¡No sabes lo que somos capaces!

—¡Pruébenme! —bramó Hiro estrellando la herramienta contra el Gnomo, que salió volando varios metros.

Segundos después ya se hallaba junto a Mei, repeliendo a los otros con empellones para abrirse paso.

—¡Corre! —le gritó a su hermana, tomándola de la mano para dirigirse al vehículo.

Ambos subieron de un salto y arrancaron a toda velocidad, dejando atrás una nube de polvo.

En la persecución, Mei miraba por detrás preocupada.

—¡¿Crees que nos alcancen!?

—Pff, tonterías. ¿Viste sus pies? Tardarían años en seguirnos —dijo Hiro despreocupado.

En otro lado del bosque, Jeff se enfureció ante la humillación sufrida. Sus ojos ardían en ira contenida.

—¡Juro que se arrepentirán! —bramó con furia.

Usando sus poderes, hizo que los otros gnomos se unieran, fusionándose en un solo y enorme cuerpo. Un ser robusto compuesto de cientos de enanos, controlado por la mente de Jeff.

El gnomo gigante estiró sus largas extremidades y comenzó a perseguir el vehículo a una velocidad espeluznante.

—¡Ayy no puede ser! —exclamó Mei al ver al enorme ser que los perseguía.

Hiro aceleró cuanto pudo, zigzagueando entre los árboles. Pero la criatura era veloz y comenzó a acortar la distancia.

Con un rugido, el Gnomo Gigante arrancó un árbol entero y lo arrojó. Hiro lo esquivó por poco, pero las ramas le bloquearon el paso. Perdieron el control y salieron volando.

Rodaron varias veces hasta que el carrito se cayó, estando cerca de la Cabaña del Misterio. El vehículo quedó destrozado.

Ambos quedaron aturdidos entre los restos del auto. El monstruo se acercaba rugiendo, ajeno a piedad.

Los gemelos miraron aterrados al enorme gnomo que se acercaba rugiendo. Estaban acorralados sin poder defenderse.

—¡Haremos algo! —exclamó Mei con decisión.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Hiro nervioso.

—Déjame hablar con Jeff. Confía en mí por esta vez —pidió ella.

Hiro dudó por un momento, pero asintió. Al fin y al cabo, no tenían otra opción.

Mei se puso de pie y comenzó a hablar en voz alta:

—¡Jeff! Si dejas irnos, prometo algo a cambio.

El Gnomo se detuvo, escuchando atentamente.

—Me casaré contigo y seré su reina. Deja ir a mi hermano.

Jeff se iluminó de alegría.

—¡Maravilloso! —se bajó del monstruo y se acercó a ella sacando un anillo de una piedra desconocida, y se lo puso a Mei—. Ahora volvamos y...

—Espera —lo interrumpió ella—. Antes de irnos, quería un beso de mi futuro esposo.

Jeff se sonrojó y cerró los ojos. En eso, Mei tomó el soplador que Hiro le había dado y lo encendió a máxima potencia, apuntando justo al rostro de Jeff. El fuerte viento lo hizo volar directo al interior del gigante.

Entre ambos gemelos apuntaron el soplador, desintegrando al instante al monstruo desde adentro.

Cuando todo terminó, Mei abrazó a Hiro.

—Oye Hiro, yo... Perdón por no creerte y no seguir tu consejo. Ahora sé que solamente me protegias —dijo apenada.

Hiro sonrió, aliviado de que todo hubiera salido bien.

—Tranquila, no te pongas así. ¡Acabas de salvarnos la vida!

Mei asintió con desánimo—. Es que estoy mal porque mi primer novio resultó ser un montón de Gnomos...

—Míralo por el lado bueno, tal vez el siguiente sea un vampiro —bromeó Hiro para hacerla reír.

Mei logró soltar una pequeña risita ante la broma de su hermano. Definitivamente habían pasado una tarde llena de acontecimientos inesperados en el bosque.

—Vamos a la cabaña, ya está oscureciendo —sugirió Hiro, ayudando a Mei a levantarse entre los escombros del vehículo.

Caminaron juntos de regreso a la cabaña, bajo la tenue luz de las estrellas que comenzaban a vislumbrarse en el cielo nocturno. Iban charlando amenamente, tranquilizados de haber salido con vida de su última aventura.

Al entrar a la tienda de La Cabaña, el tío "Will" los vio llegar estando en la caja contando el dinero.

—¡Uy! Niños, ¿y esas caras? ¿Les arrolló un auto! —bromeó entre carcajadas.

Los dos adolescentes se quedaron en silencio, como si no entendieron el chiste, o simplemente porque estaban cansados.

—Ahm... Niños, ¿les cuento algo? Por accidente compre mercancía de más. Entonces, eh... ¿no quieren tomar algo? Ya saben, algo de la tienda.

—¿En serio? —Mei abrió sus ojos brillosos de la emoción.

—¿Cuál es la trampa? —preguntó Hiro no muy confiable.

—La trampa es que lo hagan antes que cambie de opinión. Háganlo —ordenó el tío Will.

Mei sonrió emocionada ante la oferta de su tío. Después del día agitado que habían tenido, un obsequio les caería de maravilla.

-¡Vamos Hiro, escoge algo! -lo animó, dirigiéndose a una de las repisas.

Su hermano la siguió, aunque su mirada reflejaba un atisbo de desconfianza. Conocía demasiado bien a su tío Will como para creer ciegamente en una oferta así de generosa.

Mientras Mei contemplaba fascinada las variedades mercancías y souvenirs, Hiro examinaba cuidadosamente el resto de los productos. Fue entonces que algo llamó poderosamente su atención.

Una sudadera con un estampado de un árbol pino.

—Me llevare esta. ¡Mei! ¿Encontraste algo para ti? —preguntó Hiro dando la vuelta.

—Sí —le mostró un gancho volador—. ¡Esto! —sonrió entusiasmada.

Un silencio se programó en la tienda. El tío Will tosió ligeramente.

—Mei, ¿no quieres llevarte otra cosa? —preguntó él, sonriendo entre dientes.

—No, ya me voy —se fue Mei de la tienda, caminando para su cuarto.

El silencio nuevamente se adueñó de la tienda. El tío Will miró a Hiro con curiosidad.

—Oye Hiro, ¿siempre ha sido así de... entusiasta tu hermana? —preguntó cuidadosamente.

Hiro soltó una risita.

—Sí —respondió con dejo de diversión—. Nunca cambia su alegría ante nada. Aunque a veces termina metida en problemas por eso.

Su tío también rio, imaginando seguramente algunas de las complicadas situaciones por las que habrían pasado.

Luego de pagar sus adquisiciones, Hiro se dirigió a la habitación que compartía con Mei. Para su sorpresa, ella ya dormía placenteramente sobre su cama.

Con cuidado de no despertarla, Hiro se sentó sobre su propia cama y sacó el antiguo diario que había encontrado aquel día. Pasó las hojas en blanco hasta llegar a una que quedó limpia, y comenzó a escribir con una sonrisa:

"Aunque el diario diga que no se puede confiar en nadie, cuando te enfrentas a una horda de gnomos bravos junto a alguien, es probable que esa persona cuide tu espalda. Menos mal que Mei estaba ahí hoy".

Y con eso, dejó el cuaderno a un lado para también disponerse a dormir, convencido de que cualquier desafío futuro podrían sobrellevarlo juntos.

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La noche había caído y todos en la cabaña dormían placenteramente, sin sospechar los eventos extraños que estaban por acontecer.

Cuando el reloj cucú marcó la media noche, una sombra se movió sigilosamente por las obscuras habitaciones. Era el tío Will, quien se dirigió hacia la máquina expendedora con pasos cautos.

Revisó a su alrededor con cautela, asegurándose de que no hubiera moradores vigilantes. Luego tecleó rápidamente un código en los botones, y para sorpresa de cualquiera que observara, la máquina se movió a un lado revelando una puerta oculta.

La mirada de Fred delataba nerviosismo y emoción al mismo tiempo. Antes de entrar por completo, volteó una vez más escrutando las sombras. Luego desapareció tras la entrada, la cual se cerró automáticamente detrás de él.

¿Qué misterios ocultaría tras aquella puerta secreta? Sin duda, esa noche se cargaba de intrigas por descubrir...





















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