Capítulo 3: Sr. Hamada
Mientras tanto, en otro rincón de San Fransokyo, Fred se encontraba sumido en sus propios recuerdos y arrepentimientos. Desde que se distanciara de su hermanastro William, la vida no había sido fácil para él.
Después de aquella pelea que los separó, Fred se había hundido en un pozo de errores y malas decisiones. Terminó mudándose a uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, donde intentaba sobrevivir día a día trabajando en un empleo precario.
Acostado en su humilde cama, Fred miraba al techo, preguntándose cómo había llegado a este punto. Extrañaba la compañía de William, su sagacidad y esa conexión especial que habían compartido en el pasado. Pero su orgullo y su miedo a enfrentar sus propios errores lo habían alejado de la única persona que realmente lo entendía.
De pronto, el sonido de algo cayendo al suelo lo sobresaltó. Al incorporarse, vio que se trataba de una carta que había sido deslizada por debajo de la puerta. Intrigado, Fred se levantó y la recogió, examinando el remitente.
Sus ojos se abrieron como platos al reconocer la letra de William. ¿Sería posible que, después de tanto tiempo, su hermanastro se hubiera puesto en contacto con él?
Con manos temblorosas, abrió el sobre y comenzó a leer el contenido del mensaje. Conforme avanzaba en la lectura, más preguntas resonaban en la cabeza de él.
—"Ven a Fransokyo Falls, hablaremos en mi cabaña". Que extraño... parece ser de gran urgencia...
Sin perder más tiempo, Fred empacó sus cosas y salió de su pequeño departamento, dispuesto a cruzar la ciudad y llegar hasta la cabaña de su hermanastro. Tenía el presentimiento de que algo muy grave estaba sucediendo, y no podía dejar a William solo para enfrentarlo.
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Luego de un largo y agotador viaje a través de la espesa nieve, Fred finalmente se encontró frente a la puerta de la cabaña de William. Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba a la puerta, lleno de nerviosismo por reencontrarse con su hermanastro después de tanto tiempo.
Reuniendo todo su valor, Fred tocó la puerta con suavidad, esperando la respuesta de William. Pero en lugar de eso, un sonido inesperado lo sobresaltó.
La puerta se abrió de golpe, y Fred se encontró frente a frente con su hermanastro, que lo apuntaba con un arma, su mirada presa del miedo y la desconfianza.
—¡¿Quién es?! ¿¡Viniste a robarme los ojos?! —exclamó William, su voz temblorosa.
Un silencio incómodo se apoderó del ambiente, mientras los dos hermanos se miraban fijamente, sin saber qué decir. Los recuerdos del pasado y la distancia que los separaba parecían flotar entre ellos, creando una tensión palpable.
—W-Will... soy yo, Fred —dijo finalmente, levantando las manos en señal de rendición—. Vine porque... recibí tu carta. ¿Qué está pasando?
William lo contempló con paranoia, sin bajar el arma.
—¿Nadie te siguió? —murmuró con recelo.
Fred lo miró con extrañeza, sin comprender a qué se refería su hermanastro.
—Eh, ¿no? ¿De qué estás hablando, Will? —preguntó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
El silencio se prolongó por unos instantes, hasta que finalmente William pareció captar la sinceridad en las palabras de Fred. Lentamente, bajó el arma, dejando escapar un tembloroso suspiro.
—Lo siento —murmuró, haciéndose a un lado para permitir que Fred entrara—. Es una larga historia... y necesito tu ayuda. Ven, pasa.
Fred asintió con gravedad, sintiendo cómo la preocupación se apoderaba de él. Jamás había visto a William tan paranoico y vulnerable. Algo realmente grave debía estar sucediendo.
Sin decir una palabra más, Fred cruzó el umbral, adentrándose en la cabaña, dispuesto a escuchar todo lo que su hermanastro tuviera que decirle. Fuera lo que fuera, estaba decidido a apoyarlo y a hacer todo lo posible para ayudarlo a superar aquella terrible situación.
Dentro de la cabaña, Fred no pudo evitar notar el evidente desorden y la tensión que rodeaba a William. Era algo totalmente inusual en su meticuloso y ordenado hermanastro.
—Will, ¿qué está pasando? —preguntó Fred con preocupación, observando cómo William cargaba apresuradamente varios de sus diarios—. Nunca te había visto así. ¿En qué problema te has metido?
William mantuvo la mirada baja, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y culpa.
—No sé en quién confiar, Fred —murmuró, girando la cabeza de un cráneo humano que reposaba sobre una repisa, como si buscara alguna respuesta en ella—. He cometido errores... errores terribles.
Fred se acercó a él, poniendo una mano sobre su hombro en un gesto de apoyo.
—Tranquilo, hablémoslo —dijo con suavidad—. Estoy aquí para escucharte. Tal vez juntos podamos encontrar una solución.
William lo miró con incertidumbre, pero finalmente pareció relajarse un poco ante la presencia de su hermanastro. Suspiró para tranquilizarse.
— Fred, tengo que mostrarte algo —respondió con prisa—. Algo que creerás que es imposible.
Fred se acercó a William, colocando una mano sobre su hombro en señal de apoyo.
—Tranquilo, hablémoslo —dijo con firmeza—. Oye, he recorrido el mundo, ¿sí? Sea lo que sea, lo entenderé.
William lo miró con una mezcla de alivio y aprensión. Tomando a Fred de la mano, William lo guió hacia una de las habitaciones de la cabaña, preparándose para revelarle la verdad que había estado ocultando.
Debajo de la cabaña, en el laboratorio subterráneo, Fred y William se encontraban enfrente al portal inactivo.
—Ehh... no entiendo nada de esto —dijo Fred.
—Es un portal transuniversal, un orificio en un punto débil de nuestra dimensión. Lo creé para descifrar los misterios del universo. Pero también puede aprovecharse para destruido terriblemente —explicó William—. Por eso, lo cerré y oculté mis diarios con explicaciones de como activarla —mostró uno de ellos—. Solo me queda una, y tú eres la única persona en la que puedo confiar para dárselo. Tengo que pedirte algo...
William tomó a Fred firmemente por los hombros, mirándolo con una intensidad abrumadora.
—¿Recuerdas nuestro plan de recorrer el mundo en barco? —preguntó William, una chispa de esperanza brillando en sus ojos.
Fred parpadeó sorprendido, una sonrisa ilusionada dibujándose en su rostro.
—¡Claro que lo recuerdo! Siempre quisimos hacer ese viaje juntos —respondió Fred, entusiasmado—. ¿Acaso...?
Pero antes de que pudiera terminar la frase, William lo interrumpió, su expresión tornándose grave una vez más.
—Escúchame bien, Fred —dijo William, su voz temblando ligeramente—. Toma este libro —le entregó el último diario—, sube al barco y navega lo más lejos posible. Tienes que irte de aquí, lejos de todo esto.
La sonrisa de Fred se desvaneció por completo, reemplazada por una mirada de confusión y enojo.
—Espera, ¿qué? —exclamó, frunciendo el ceño—. Pero, Will, tú me llamaste aquí para pedirme ayuda. ¿Ahora quieres que me vaya?
William apretó los puños con frustración, su mirada suplicante.
—Por favor, Fred, entiende lo que enfrento —suplicó—. Lo que he vivido.
Fred lo observó con incredulidad, resistiéndose a aceptar esa petición.
—No, Will —dijo con firmeza—. ¡Tú no entiendes lo que he vivido! Estuve preso en tres países, ¿Crees que tú tienes problemas? Yo tengo varias, William. Mientras tanto, ¿dónde estabas tú? Viviendo en tu casa elegante en el bosque, acumulando, egoístamente, tu beca, porque solo te preocupas por ti.
—¡¿Yo soy egoísta?! —exclamó William, desesperado—. Fred, ¿cómo puedes decir eso? ¡Me quitaste mi universidad soñada! Te doy la oportunidad de hacer algo significativo, y ni siquiera me escuchas.
Fred miró a William con incredulidad, empuñando el libro cerca de su pecho.
—¿Quieres que me deshaga del libro? Bien, me desharé de él ahora mismo —gruñó, sacando un encendedor y acercándolo peligrosamente al cuaderno.
—¡No, espera! —exclamó William, abalanzándose para arrebatarle el libro—. ¡No entiendes, es mi investigación, mi única esperanza!
Forcejearon con fuerza, luchando por el control del diario. En medio de la pelea, William recibió un golpe en la mejilla que lo hizo tambalearse y caer al suelo.
—¡Maldición, William! —gritó Fred, sujetando el libro en alto—. ¿Acaso crees que puedes venir y darme órdenes así como así? ¡Ya tuve suficiente!
Sin pensarlo dos veces, Fred se dirigió hacia la zona de control del portal, con la intención de huir de allí.
Pero William no iba a rendirse tan fácilmente. Con un grito de desesperación, se lanzó contra su hermanastro, forcejeando por recuperar el libro.
En medio de la pelea, comenzaron a activar diversos controles y palancas de forma accidental. Las luces parpadearon y el portal empezó a cobrar vida...
—¡Me arruinaste la vida! —espetó Fred.
—¡Tú te arruinaste la vida! —gritó William con desesperación, empujando a Fred con su pierna hacia la pared, donde un panel de control sobrecargado brillaba con un signo rojo.
Fred soltó un grito de dolor cuando la electricidad recorrió su cuerpo, dejándole una quemadura en la espalda.
—¡Agh! —jadeó Fred, aguantando el dolor. Miró a William con ira en sus ojos—. ¡Eres tú quien siempre se ha preocupado solo por ti mismo!
Con un fuerte empujón, Fred envió a William hacia la última palanca del portal, activándolo.
—¿Eso es todo lo que te importa, William? ¡Tú y tus malditos experimentos! —espetó Fred, acercándose a él con el libro en la mano.
William lo miró con súplica en sus ojos.
—Por favor, Fred, escúchame. Debes irte de aquí, es peligroso —imploró.
Pero Fred, cegado por la ira, le entregó el libro con rabia contenida.
—Toma, aquí tienes tu maldito libro. Espero que lo disfrutes —dijo entre dientes.
En el momento en que William tomó el libro, el portal se activó por completo, su energía creciendo rápidamente. William sintió como una fuerza invisible lo atraía hacia el abismo.
—¡Fred, ayúdame! ¡haz algo! —gritó William, luchando por su vida.
Pero Fred no podía creer lo que estaba sucediendo. Miraba con asombro y horror cómo su hermano era absorbido lentamente por el portal.
En un último esfuerzo desesperado, William lanzó el libro hacia Fred. Él atrapó el libro entre sus brazos, sintiendo cómo la energía del portal tiraba de él. Pero antes de que pudiera reaccionar, William había desaparecido por completo, tragado por el abismo dimensional.
—¡William! —exclamó Fred, cayendo de rodillas, su mirada perdida en el portal que se cerraba lentamente.
Su mente era un caos de emociones, abrumado por lo que acababa de presenciar. No podía creer que su hermano, su mejor amigo, hubiera desaparecido de esa manera.
—William... —murmuró, con la culpa y la preocupación invadiendo cada fibra de su ser. No podía creer que lo hubiera perdido de esa manera. Tenía que encontrar la forma de traerlo de vuelta.
Apretando el diario contra su pecho, Fred se juró que haría todo lo posible por rescatar a su hermano, sin importar los peligros que tuviera que enfrentar. Después de todo, William era la única familia que le quedaba, y no podía perderlo. No de nuevo.
Los días se convirtieron en semanas para Fred, encerrado en el laboratorio intentando encontrar la manera de reactivar el portal. Consultó una y otra vez el diario que tenía en su poder, estudiando cada esquema y anotación con detenimiento.
Pero por más esfuerzos que hiciera, no lograba encontrar la pieza que faltaba para completar el rompecabezas. Sin los otros dos libros con las investigaciones de William, estaba trabajando a ciegas.
Su mente se nublaba por las horas sin dormir y la desnutrición. En su obsesión por rescatar a William, había descuidado sus propias necesidades básicas.
Un día, mientras revisaba los planos por enésima vez, su estómago rugió sonoramente, recordándole que llevaba días sobreviviendo apenas a base de cafés cargados. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que la reserva de comida en la cabaña había llegado a su fin.
Con pesar, Fred tuvo que aceptar que necesitaba tomarse un descanso para abastecerse nuevamente. De nada serviría seguir trabajando sin fuerzas. A regañadientes, cerró el cuaderno y se dispuso a emprender el viaje al pueblo más cercano.
El clima invernal había empeorado considerablemente. Fred envuelto su grueso abrigo y enguantó sus manos, preparándose para enfrentar la ventisca. Con firme determinación, salió de la cabaña y se adentró en la espesa tormenta de nieve, siguiendo el camino que conducía hacia la civilización.
Avanzó a paso lento, luchando contra el viento helado. La visibilidad era casi nula y el frío calaba hasta los huesos. Sólo el pensamiento de William esperándolo del otro lado le daba las fuerzas para no darse por vencido.
Después de lo que le pareció una eternidad, Fred divisó las primeras luces del pueblo a lo lejos. Con renovados ánimos, apretó el paso para refugiarse de una vez por todas en el calor del próximo poblado.
El pueblo se veía casi desierto a causa de la tormenta. Fred caminó apresuradamente por las calles cubiertas de nieve hacia la tienda de conveniencia, la cual para su suerte aún se encontraba abierta.
Al entrar, el calor lo envolvió de inmediato, haciéndolo estremecer. Se dirigió directamente a los estantes de víveres, escogiendo únicamente lo que consideró esencial para subsistir los próximos días: latas de alimento en conserva, galletas saladas y botellas de agua.
Podía sentir las miradas curiosas de las personas y la dependiente sobre él. Sabía que su aspecto desalineado y ojeroso llamaba la atención, pero en ese momento solo le importaba conseguir su precario botín.
Con cuidado de no excederse, depositó sus escasas compras sobre el mostrador. El dependiente las examinó una a una antes de fijar su mirada en Fred.
—Son veinte dólares con cincuenta, forastero —anunció con firmeza.
Internamente Fred maldijo su suerte. Había olvidado revisar su cartera vacía antes de salir.
—Lo lamento, creo que dejaré algo —respondió con calma, decidiendo dejar atrás una de las botellas.
—¡Espera! —intervino una voz femenina detrás de él. Era una joven de cabello azul —. No es ningún forastero. Debe ser el misterioso científico que vive en el bosque.
De pronto, las personas se fueron acercando curiosos. Eso provocó que a Fred se pusiera nervioso y apenado.
Él pronto ocultó su rostro con la capucha de la chamarra—. N-no, se equivocaron de persona.
—Escuché historias muy raras sobre esa vieja cabaña —contó un joven.
—Sí, luces misteriosas y experimentos tenebrosos —agregó un hombre.
—Pagaría una fortuna por ver que locuras pasan ahí adentro —se acercó el esposo de la dependiente.
—Yo también. ¿No organiza visitas? —preguntó la joven de pelo azul.
Fred se sintió abrumado por todas las miradas curiosas puestas en él. De pronto recordó un viejo talento que tenía para contar historias asombrosas y mentir con convicción.
Observó el poco dinero que le quedaba en la mano y se le ocurrió una idea arriesgada. Al fin y al cabo, no tenía nada que perder.
—Bueno, no suelo permitir visitas, pero podría hacer una excepción por una buena suma —dijo con aire misterioso.
Un murmullo de emoción recorrió al grupo. La joven de cabello azul dio un paso al frente.
—Me llamo Olivia, por cierto —se presentó la chica, tendiéndole la mano a Fred—. ¿Cuál es tu nombre?
Él dudó por un instante. No podía dar su verdadero nombre. Sin pensarlo mucho, optó por usar el de su hermano.
—Soy... William. William Hamada —espondió, estrechando su mano—. Bueno, son... eh... ¡quince dólares por persona!
Los curiosos empezaron a sacar sus billetes, ansiosos por presenciar las "maravillas" del lugar. Pronto Fred tuvo una buena cantidad de dinero en sus manos.
—Bien, síganme y prepárense para sorpresas espeluznantes —anunció con dramatismo.
Y así, con una nueva y prospera oportunidad en sus manos, Fred guió al grupo de curiosos a través de la tormenta de nieve, rumbo a la cabaña.
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Así fue como la vieja cabaña en el bosque se transformó en "El Refugio de Horror", atrayendo la curiosidad de cientos de visitantes y turistas sedientos de emociones fuertes.
Fred, o mejor dicho, "William Hamada", les contaba fantásticas historias sobre espíritus endemoniados y criaturas de mundos extraños encerradas bajo el suelo. Claro está que todo era puro teatro, pero el grupo salía satisfecho y asustado de pagar por semejantes disfrutes.
Con el tiempo, el lugar fue poco a poco mejorando su imagen. De "Refugio" pasó a ser conocido como "La Cabaña del Misterio". Las presentaciones del joven cobraron mayor profesionalismo, Pasó meses estudiando sin descanso el diario de su hermano, pero no podía reactivar el portal. Fue así como, con dolor en su corazón, decidió fingir su propia muerte y robar la identidad del verdadero William Hamada.
De día se presentaba ante los visitantes como William Hamada, "El señor Misterio", entreteniéndolos con sus fabulosas historias. Pero por las noches, cuando cerraba la cabaña, bajaba al sótano para sumergirse en sus verdaderas investigaciones.
Aún no había perdido la esperanza de recuperar a su hermanastro. A pesar de los años transcurridos, seguía estudiando incansablemente los planos, tratando de reactivar el portal dimensional que tanto anhelaba.
Mientras tanto, el mundo ignoraba que en realidad William ya no existía. Solo Fred conocía la verdad sobre aquel fatídico día en que su hermano desapareció para siempre. Y se prometió a sí mismo que no descansaría hasta hallar la forma de traerlo de vuelta, o al menos obtener respuestas sobre su paradero.
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