Capítulo I: Heridas
Olivia
No hay una cantidad exacta para que un jodido recuerdo del pasado se cale en nuestro presente y nos haga revivir esas sensaciones que deseamos olvidar. Lo recuerdo como si en este preciso momento me estuviera sucediendo.
El sonido del cuchillo que se extrae del taco de cocina y la cara desquiciada de quién lo porta vuelve. Esa persona que había sido un día mi héroe, en ese instante, se convierte en mi verdugo. Mamá golpeada y toda ensangrentada en la esquina de la cocina tratando de levantarse para ayudarme, pero yo quien soy su objetivo está lejos de ser salvado.
El primer dolor es intenso. Una puñalada en mi abdomen la siento más hacia una puñalada en mi corazón que mutila el amor albergado ahí por mi atacante. Las otras apuñaladas no duelen, para nada, porque mi alma yace muerta. Solo escucho a los lejos aquel hombre maldecir mi belleza, gritándome puta y soltando una que otra blasfemia. Quiero gritarle a ese monstruo: Solo soy una niña, papá.
En ese punto, carbonizo los pasajes de mi recuerdo y me obligo a volver a mi presente. No puedo más. El miedo que se alberga en mí se burla de mis decisiones actuales.
—London te estará esperando en la estación del metro —dice el amigo de mi madre y pastor de la iglesia del pueblo.
Asiento.
Debo aceptar la oferta.
Mamá está muerta por su silenciosa enfermedad. Solo éramos ella y yo contra el mundo después de lo de papá. Ahora ella se ha ido y llevado consigo mi escudo hacia ese miedo irracional por los hombres. Estoy sola y debo afrontar mi realidad. La casa donde he estado encerrada por trece años desde que nos mudamos al pueblo más remoto del país, escapando por todos lados, ya no es mi hogar.
—Gracias. —Acomodo mi mochila en mi espalda que no pesa nada en comparación al peso de mis miedos—. Siento mucho ocasionarle molestias a su hija.
Mantengo la distancia de él, aunque haya sido amigo de mi madre y le sirva a Dios, no confío lo suficiente para asegurarme de que no pueda lastimarme. Es tan irónico hacer eso, después de todo, estoy rodeada de hombres en esta estación de metro en la cual transitan de un lado al otro con maletas y boletos en mano.
—Ten. —Me extiende un aparato móvil de esos que he visto por internet y un papel en el cual está escrito un número telefónico—. Ese el número de mi hija. Si no llegas a reconocerla con los datos que te di de su imagen, puedes marcar a su móvil y así será más fácil que se encuentren ambas.
Observo detenidamente el número, terminando de arrugar el papel por los nervios. Estoy a punto de devolverle el móvil que me ha dado y renunciar a todo, retornando al pueblo —mi casa— mi zona segura, pero el sonido de la estación me alerta. Las bocinas emiten su alerta. Se escucha el próximo destino a partir, y ese es el mío.
—Prometo no olvidar su ayuda. —Guardo el móvil en el bolsillo de mi pantalón—. Estaré en deuda con usted y su hija.
El hombre mayor, de barba ceniza y cabeza remotamente poblada de cabellera, sonríe cálidamente. Asiente y con un gesto de su mano me señala que mi transporte está aquí. Volteo y verifico que efectivamente es cierto. Regreso a ver al señor y asiento con una sonrisa de agradecimiento hacia él por su esfuerzo al apoyarme cuando ya no me quedaba nadie.
Lo dejo atrás, resuelvo irme y embarcarme a lo que será mi primer viaje sola. En el trayecto cubro con mi cabello la mitad de mi rostro y agradezco que la capucha roja lo facilite todo. No observo a nadie, mantengo abrazada a mi pecho mi mochila y espero sin prisa llegar con bien a mi nueva vida.
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