❐ Fragment IV
Egomet
¡Funcionó! Bendita sea la Ciencia.
Cien años atrás, en 1998, un puñado de científicos surcoreanos afirmó haber clonado con éxito un embrión humano. Por desgracia dicho proceso fue interrumpido cuando el elemento era apenas un cuarteto de células y no se presentó prueba alguna que respalde el resultado. La prensa castigó el proceso como fraude, pero estaba sembrada ya la duda de si era posible tal cosa. No obstante, y dado que, al parecer, la esperanza es una masa gelatinosa que se adhiere a cualquier superficie y no se quita con nada más que la desilusión o la verdad, sucedieron más experimentaciones para conseguir lo que los primeros en mencionar la clonación humana no pudieron.
De todas partes del mundo y con diferentes métodos y objetivos se aspiró a obtener el primer clon humano certificado y reconocido. Incluso desafiando la noción cristiana en 2002 nació —para acuñar término— Eva de quien se presentó una justificada raíz origen extraterrestre. Solo que, como ocurrió con el primer caso, la entidad religiosa Clonaid no presentó pruebas que confirmen la investigación, desarrollo y obtención exitosa de un clon. Ni mucho menos de los doce clones que —¿coincidencia con Apóstoles, tal vez?— prometieron haber creado.
Desde entonces no fue extraño que la clonación pierda prestigio académico y social. Se convirtió hasta en chiste y entretenimiento. Los únicos logros validados por la comunidad de investigadores y por la prensa, el público, fueron los que se limitaban a trabajar con animales. Una fauna diversa desde ratones, vacas, ovejas, gatos, perros, caballos, mulas, bueyes, conejos y hasta macacos, sostenían aun las ventajas del procedimiento de división celular. Beneficios médicos, alimenticios, económicos, por supuesto, que contentaban a todos. No había por qué ir más allá. Una fotocopiadora humana... ¡contame otro!
Y a lo disparatado y utópico del escenario de crear humanos genéticamente idénticos, ya no se podía negar la dimensión que hasta ese momento había sido ignorada enfáticamente: lo ética. Y, seguidamente sumada, la moral. Solo que había cierta dote de hipocresía aceptable, como lo era estudiar y centrar sus investigaciones en animales. Pero, ¿qué había de ético en crear animales con procedimientos artificiales para hacer de ellos sujetos de laboratorios o producto de consumo? Las protectoras de animales estaban pendientes para desbaratar laboratorios, no atendiendo a propuestas tales como modificar genéticamente ovejas, vacas para que den leche con proteínas humanas esenciales para la coagulación sanguínea. Ni siquiera concedieron la idea de recuperar especies extintas o en peligro de desaparecer. Era una aberración a la naturaleza y sus ciclos de por sí ya violentados por el avance cultural y tecnológico.
Ni hablar cuando se dieron a conocer las desventajas de la clonación, aquel listado de circunstancias adversas que opacaron hasta a la simpática y exitosa Dolly. Superpoblación, deterioro en la calidad de vida de los embriones clonados debido al envejecimiento prematuro de las células, entre otras motivaciones que bastaban para echar a un lado cualquier proyecto de investigación que buscase financiamiento. Lo que dejó espacio a la clandestinidad y con ello otra sarta de lamentaciones para los científicos que no querían esconder sus manos sino obtener aprobación y aceptación de sus trabajos.
Este sumario histórico no ocupó demasiado espacio temporal si es que fuera necesario trazar una línea del tiempo, apenas seis años después de 1998, y en el mismo lugar geográfico, Corea del Sur, un equipo de científicos dirigidos por de Woo Sukhwang arriesgó su reputación al publicar en la revista Science un artículo del tema por entonces tabú. En Seoul National University, declaraba Woo, un embrión humano clonado dormía dentro de un tubo de ensayo. Y si bien dos años después, en 2006, la misma revista retractó el avance del equipo seulés, no significó detener la investigación. Fue verdad. Woo y su equipo ofició el milagro científico. El clon sobrevivió tres meses y no hubo qué hacer para que lograra una transición completa. Este precedente permaneció enterrado por años en archivos del sótano universitario.
Y la verdad hubiera muerto allí, llevándose consigo la debida fama de aquellos intelectuales, de no ser porque resurgió como tesis de trabajo de un científico a punto de obtener titulación.
Con una apoyatura teórica que le proporcionó un merecido 8, 43 a su libreta, en diez páginas se insistió en que fue la precaria tecnología del contexto del científico Woo y sus colegas la que le obstaculizó su avance. En 2102, Min Yoongi consideró las notas y registros archivados como material de estudio a refutar, pero decantó en un refuerzo de procedimientos, modificación de la metodología y aporte de teorías propias. Internamente se alegró de no tratar con las mismas limitaciones de sus antecesores. Por lo que se ocupó en contrarrestar las menciones maliciosas con la que tachaban de insensatez suponer que clonar humanos sería la solución a la cuestión medicinal alarmantemente golpeada en 2020 y, para más énfasis en su defensa teórica, dotó de argumentos sólidos aquello que sonó tan utópico y romántico para muchos desalentados.
Fue, sin embargo, lo ético y la moral lo que le restó del puntaje perfecto, pero no se atrevió a mentir con que pensó perverso el tener humanos como sujetos de laboratorios donde probar medicinas, sino que declaró que
1) las pruebas genéticas del doctor Woo presumen mismas reacciones ante dos sujetos (humano donante — clon resultante) cuando existe un elemento azaroso y la influencia del ambiente, por ende, la pronta detección de la disparidad conseguiría adaptar el tratamiento,
2) la merma poblacional y sus consecuentes problemas de economía y desarrollo impedían ver el agregado humano como beneficio por muy conejillos de indias que fuesen sin contar con que estos sujetos estaban exentos a la ley civil y solo serían limitados a las funciones básicas dentro de un laboratorio seguro, controlado y aprobado, y
3) hablaba por sí sola la notoria relación entre humanos y el romántico pensamiento de que podría traerse de nuevo seres que se han ido, pero este conflicto de intereses se resolvería con un acuerdo contractual donde se especifiquen hasta dónde será posible llegar con la clonación y sus por qués
Aprobado. Felicitaciones por su exposición. Restó solo entregarse a las felicitaciones y hasta participar a alguna que otra ponencia donde siguió el guionaje de su propia hipocresía mientras recibía los apretones afectuosos —o envidiosos— de sus colegas. Subestimaron que tal abstracción llegase a término. Tal vez porque su novata apariencia en el precinto donde confirió charlas lo aparentó como a otro soñador más. Menudo, pálido y sagaz, Min Yoongi, ahora retirado un poco del foco público tras semanas de divulgación y menciones, echó al basurero aquel último artículo donde refieren a él como otro idealista, y donde en el reverso de la misma página aclaman que detengan al diablo que lo posee de actuar como Dios, y se sentó a contemplar su reflejo.
Parpadeos en el exacto momento que los suyos, mueca divertida ante el regocijo de complicidad, pero cierto atisbo de tristeza que se anticipó a lo que diría Yoongi a continuación:
—Sos mi más preciado secreto.
—Soy vos, ¿eso te hace uno también?
—Podés ponerlo de esa forma, pero tengo una credencial de descuentos de helados con mi nombre y eso me otorga existencia virtual y efectiva.
No deja de maravillarse de su creación y si es que así siente Dios —en el caso de que no fuera mito— entendía su maña. Solo lamentó que nadie más que sus ojos pudiesen presenciar su obra maestra.
—Comes dulce y a mí me alimentas con papilla insulsa, ¿notas la crueldad?
La broma le sacó otra sonrisa. Había dejado de registrar las reacciones del sujeto cuando entendió que este excedía su dominio y entendimiento. Podía mezclarse con las personas sin que estos reparasen que era un intruso. Y era alucinante ser otro espectador en las trasmisiones online donde este individuo con su rostro, su voz, su sangre, pero su propia personalidad ligeramente semejante a la suya, aunque atenuada por la falta de experiencia real, convencía a todos que había sido la mano ejecutora y no apenas la marioneta.
Comprobó la hora, mordiéndose los labios cuando permitió traer con las cinco y cuarto la anticipación de su velada de la noche.
—Me tengo que ir.
Su otro él, un yo diferenciado de sí, pero suyo, agachó la cabeza hasta los papeles que hace minutos repasó con el discurso que daría ante una clase en la escuela media. No era más que una charla sobre la historia breve de la clonación de su investigación. Y nunca estaba de más cimentar la mentira de que el proyecto estaba a punto de culminar y no que andaba de acá para allá sonriéndoles con simpatía. La directora había sido su docente y solo por ello aceptó asistir. Bueno, no él. Pero ¿no era lo mismo?
—Lo sé, ¿una cita?
La curiosidad de la expresión golpeó a Yoongi, que meneó la cabeza. Un resquemor en su pecho hizo que lleve la mano hasta allí distraídamente. Evitó imprimir sentimiento a su declaración:
—Es mi cumpleaños.
—Oh, —parpadeos graciosos—, entonces, que los cumplas feliz, supongo. Lo sos, ¿no? Quiero decir feliz.
—¿Lo sos vos? —quiso golpearse por retrucar con tan poco tacto algo delicado como lo era el concepto de felicidad.
Los hombros del clon se alzaron en un gesto vago. Yoongi se removió en su asiento cruzando las manos en su regazo y apretándolas hasta que sus venas resaltaron. Le ponía nervioso cuando la línea profesional se difuminaba y querían invadirlos aquellos pensamientos insidiosos de que estaba errado en su proceder. Lo sabía. Y se aprovechaba de su capacidad de suprimir el remordimiento y la culpa para desligarse de pendientes que él siente fastidio de realizar. Supuso que era una suerte de injusticia que haya sido él quien se congratule con este éxito y no alguien a quien le importe lo que predica sobre ayudar a la humanidad.
Lo egoísta de su humana vida, por fortuna, no se contagió a su clon. No aun. Pero no mantiene fe alguna en que nunca conozca la avaricia, la ambición, el egoísmo, la envidia así como tampoco cree que este será ajeno para siempre a sentimientos, anhelos varios que constituyen en la vida un pilar fundamental para brindarle sentido. Sin embargo, hoy todavía tiene la audacia de verlo y sonreír con alegría antes de que su clon se descuelgue de la camilla —sí, duerme y vive en su laboratorio privado, Genius Lab— y llegue hasta él para abrazarlo.
Son así los dos un mismo ser que habita en cuerpos separados, pero que componen la unión imposible y magnífica. Absoluta. Simbiótica
—Feliz cumpleaños, Min Yoongi.
Dice uno, y no se sabe quién de los dos es, y si es que importa acaso mientras los brazos se estrechan y esos corazones idénticos laten con un ritmo gemelo.
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