❐ Fragment I
𝐋𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐨𝐦𝐨𝐬
Cuando el rey encontrara a su otra parte faltante, pasarían un par de cosas, que tan inexplicables como el sentido de la vida misma, harían retumbar a la tierra desde las raíces de sus más viejos árboles, hasta las alturas de sus más inminentes montañas. Eso el tiempo lo tenía bien claro. Por eso es que Min Yoon temía con su ser, el encontrarse con su hermano, el legítimo heredero, Min Gi.
Sin ser consciente realmente, el espíritu de Min Yoon procuraba nacer en lugares demasiado apartados de su gemelo, aún si cuando naciera, no supiese nada acerca de la existencia de ese ser semejante a quien había arrancado la vida milenios atrás. Como si la victima huyera de la maldad de su victimario, o como si, por el contrario, fuese el victimario quien se escondiera de la víctima, por la culpa.
Y lo mismo sucedía con Min Gi. Naciendo siempre en un chico amable y callado, cuyos anhelos se enredaban en los pianos y las guitarras, ignorante de la naturaleza de aquellos sueños en los que un hombre con su misma apariencia le apaga las luces en los ojos y le asesina; a veces por accidente, a veces teniendo todas las intenciones de acabar con su vida desde el fondo de su perverso corazón. Pero Min Gi presentía algo extraño en torno a sus sueños, presentimientos que por más que se esforzó en alcanzar, jamás logró rozar ni con las yemas de sus mancillados dedos por las horas de práctica en la guitarra.
¿Por qué de pronto despertaba con un destello de lágrimas en el ojo izquierdo?, ¿Por qué entonces sentía que algo le faltaba?; Como si la pieza faltante de un rompecabezas que jamás ha visto, le reprochara entre el silencio por su ignorancia.
Pero, hay que pensar en ellos por separado, y no como un sistema, por eso es que se debe contar la historia de ambos, sin olvidar la individualidad con la que nacen.
El primero en nacer, siempre era Min Yoon, ya que, al haber sido el perpetrador, a él le tocaba enfrentar a la maldad del mundo solo. Siempre solitario, siempre desamparado. Odia su vagancia, pero tampoco hace nada para evitarla. Es un chico ermitaño y perdido, cuyas esperanzas en el mundo, se vacían al tiempo en que sus bolsillos desembolsan los billetes por un par de cigarrillos o cualquier otro mal que le haga olvidar lo terrible que se siente. Incompleto, incomprendido. Siempre errante entre las oscuras calles de una ciudad que se empecina en hacerlo sufrir. La podredumbre, el malestar del prójimo, se encuentran entre sus suelas; sabe a la perfección que a la vuelta del barrio Pyeongni, resguardado por los grandes edificios aledaños, hay peligros inminentes que no deben ser retardos, ni siquiera por él; pero no detiene sus pasos. Sino que, al contrario, afianza el agarre en la correa de su mochila, mientras escucha como los metales de las latas del grafiti chocan entre sí. Porque ha terminado una obra de arte ilegal por algún lado olvidado de la ciudad, y solo busca otro lienzo para dejar plasmada toda su frustración; porque no quiere regresar la casa paterna, en donde ese hombre honorable lo mira con tristeza; porque no quiere sentir que defrauda a quienes le tienen confianza; no quiere ver en aquellos orbes la decepción, ni mucho menos quiere sentir en carne viva los reproches silenciosos de su madre o sus hermanas.
Pero, ¿a quién le importa?
Podría decir que es feliz pese a la complicada situación en la que se encuentra. Pues, aunque él piensa que su vida es trazada por cuenta propia, ignora la naturaleza proterva de su castigo. Min Yoon es esa mitad oscura en un tablero de ajedrez, es el conjunto de todos los cuadros que resguardan la magnífica jugada del destino ante sus pasos. Pero, si él era tan solo las partes negras... ¿En dónde yacía la otra mitad? Y sobre todo... ¿Qué sucedería con su vida, cuando el tablero estuviese completo?
Entonces un golpe abrupto lo regresa a la realidad. Al ver los ropajes azules, su mente le da una mala jugada, porque piensa que un vigilante del vecindario le descubre en medio de su rebeldía. Y quiere correr. Pero los ojos de esa otra persona, expectantes, dispuestos al escrutinio… no le dejan moverse ni un milímetro.
[…]
El segundo en nacer, siempre será Min Gi. Min Gi siempre tendrá el camino labrado, una vida que, si bien continúa siendo agridulce, será buena, en todo lo que la palabra puede contener como significado. Siempre ha sido un muchachito amable y feliz y tiene muchos amigos que le adoran pese a su arraigada timidez.
Es bueno tocando instrumentos, y suele escribir muchas canciones a diario, porque su mente de escritor nunca lo deja tranquilo.
Es amable, dulce, callado. Pero tiene un problema… no sabe decir no. Por eso es que camina solitario por las calles, mucho después de que su concierto en el instituto haya concluido porque no se pudo negar cuando uno de sus compañeros le pidió ayuda con un asunto de Historia Universal. Pero, está bien, no hay problema, valdrá la pena si descubre que su ayuda, fue útil para alguien y si, al regresar a casa, tiene tiempo para seguir practicando con la guitarra las diez horas diarias que se ha propuesto desde hace un mes.
Lo único malo, es que Min Gi es demasiado confianzudo. Tanto como para andar por las calles sin mirar al frente, con la música en los audífonos a todo lo que da. No ha puesto mucha atención al camino, por lo que se ve obligado a sobarse la nariz, gracias al gran golpe que se ha dado con un poste.
¡Y qué sorpresa se da, cuando este poste suelta un quejido sonoro! Gi levanta la mirada con rapidez, suelta a manera de torpes escupitajos una disculpa apenada, pero de sus labios ya no sale ninguna palabra al observar por primera vez a la víctima de sus distracciones.
Entonces una corriente helada traspasa su espina dorsal.
Porque parece que se mira al espejo, desde un ángulo muy diferente.
Los negros cabellos de Gi, aún contrastan con la mata de cabellos menta que Yoon lleva sobre la cabeza, pero al bajar solo un poco, sus rostros son el mismo grabado de un mural al aire libre...
Nadie puede negar que son idénticos.
Así como ninguno de los dos puede asegurar, quién es el que alucina con quién.
Ahora, como es necesario en esta mítica leyenda, Yoon siempre se verá en la necesidad de pedir perdón primero. No es como si fuera que el Yoon de esta época, nuestro Yoon, hubiese ocasionado algún mal hacia Gi, no es que Yoon sea ese tipo de criminal… pero la maldición le dicta en la sangre lo que debe hacer, al momento en el que se encuentra con el heredero original.
Por otro lado, Gi, siente compasión. No sabe por qué, pero, además de la curiosa apariencia, se siente atraído hacia el chico de las camisas de Nirvana y los pantalones rasgados, es como si le reprocharan lo aburrido que es vestir con el traje del concierto que acaba de dar.
Y es que la dualidad es tan hilarante, que ninguno entiende cómo no se han soltado a las carcajadas ahí mismo. Uno carga un instrumento musical, el otro carga los instrumentos de su delincuencia; uno acepta que la vida puede no ser tan buena pero sigue siendo vida al fin y al cabo, mientras el otro aún busca el significado de aquellas horribles pesadillas que no lo dejan tranquilo, razón por la que aquellos surcos violáceos adornan su blanquecina piel, y hacen notar aún más negros sus cabellos.
¿Cómo no hablarse?
¿Cómo no conectar?
—¿No- Nos hemos visto antes? —pregunta Gi, con una mueca de asombro que no ha logrado disimular, por más que sus bien entrenados modales le dicten que aquello es una descortesía.
—En el espejo, quizá... —responde Yoon, dubitativo, con igual o mayor consternación.
Ninguno de los dos es idiota. No recuerdan nada de aquellas cosas robadas el uno al otro, Yoon le robó la vida a Gi, y Gi robó el primer y más grande pecado de Yoon; es por eso que son dos pedazos del mismo ser, pedazos que, aunque castigados, renegados y distantes, siguen deseando estar unidos para completar por fin la unidad de lo que fue un gran rey.
Pero esta ya no es época de reyes. El tren en las lejanías hace un ruido gracioso al fondo, las luces de los faros parpadean, la electricidad está tan presente como los autos estacionados a los lados de la carretera. Anuncios de venta, casas con plantas, bicicletas estacionadas... Nada parece del otro mundo, entonces... ¿Por qué presentían que algo caótico estaba a punto de pasar?, ¡¿Por qué querían quedarse y huir con la misma fuerza y al mismo tiempo?!
Ambos tienen sus vidas. Buenas, malas, ya no importa, son suyas. Y no van a arriesgar aquello por lo que han trabajado muy particularmente.
Es por eso que ambos sellan un acuerdo no pronunciado, en el que ninguno dirá nada sobre la existencia del otro. En el que Yoon seguirá perpetrando las paredes de los edificios, y Gi seguirá asistiendo a los conciertos del instituto, ignorando la naturaleza de sus pesadillas, como si nada hubiese pasado. Sus corazones comienzan a latir muy fuerte, porque saben que están cometiendo una falta. Que están huyendo, de algo, de alguien, no lo saben con exactitud...
Están rompiendo una norma que de por sí, es irrompible.
Y caminan.
Cada uno hacia el otro extremo de su destino. Gi hacia su casa, ese lugar que parece despreciar con cada segundo, pues por más que se esfuerza en demostrar que es alguien realmente bueno, no le deja dedicarse a lo que más ama, en donde solo su hermano sabe de la existencia de las melodías que compone; Yoon, hacia las calles perdidas del barrio bajo, allí en dónde sus obras de arte son tan cotizadas como perseguidas por la policía.
Adiós, querido doble.
Adiós, querido hermano.
Adiós, querido yo.
Fingen, por un brevísimo instante, que podrán vivir tranquilos después de esto, aún si es una mentira dulce que les haga soportar lo amargo del pasado.
Pero no pueden.
Una corriente los arrastra de vuelta. No demasiado fuerte, ni demasiado violenta, pero sí insistente. Ambos tratan de adelantar sus pasos, pero no pueden avanzar siquiera un centímetro, por alguna razón, pensaron al mismo tiempo que soltar sus cargas sería buena idea, la guitarra y la mochila son puestas en el piso… y curiosamente estás no salen volando por los fuertes vientos que los empujan.
Y retroceden.
Y retroceden.
Y retroceden más.
Cómo si se llamaran, como si se pertenecieran. Hasta que un golpe seco en la espalda los duerme por un brevísimo instante. Instante que todo se vuelve obscuridad. Ahora Yoon, puede ver los sueños de Gi; y Gi, puede sentir los miedos de Yoon. Ah… ahora entienden un poco sobre lo que pasó milenios atrás… era esta una de las tantas variaciones de la Maldición del Rey.
Ahora ya no eran ni Yoon, ni Gi. Lo que fueron sus vidas, como músico reprimido y como pandillero desolado, ya no existe… La mochila y la guitarra, yacen al pie del único hombre que hay en la acera. Con una sola piel, con una sola voz, con una sola mirada.
Ante él, Min Yoon Gi, se despliegan dos partes de lo que fueron sus vidas, antes de los sueños y las maldiciones.
Toma la guitarra.
Toma la mochila.
Y camina, con los ojos muy abiertos. Fingiendo que tendrá toda la noche para al fin renunciar a sus vidas pasadas… Una sonrisa mefistofélica se acuna en la comisura de sus labios... ¿No será acaso que querría vivir ambas vidas a la vez?
Después de todo, Gi nunca fue un simple músico, ni Yoon un simple pandillero.
Y ahora... Lo recordaba(n).
Fin.
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© FlyKingSquad, 2021 | SamanthaHirszenberg
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